Introducción
El migrante es una figura de la modernidad, de la condición metropolitana de nuestros días, de la precariedad propia del capitalismo global tardío, constituyente de las formas de producción y reproducción de nuestras sociedades (Julián-Vejar, 2022). Es parte de la realización del binomio capital-trabajo, como proceso de relocalización de la fuerza laboral dentro de la ampliación del capital, en la que el trabajo se vuelve global y la condición material de vida se experimenta localmente (Castles y Miller, 2004), siendo la cotidianeidad el espacio por antonomasia de reproducción social y realización (Kearney, 2003) y donde se expresa la condición de excedente y las diversas crisis (Mezzadra, 2009). En tres décadas, la reflexión ha pasado desde cuestiones de identidad, asimetrías y asimilación, a asuntos de reconocimiento y ciudadanía, superando dicotomías de origen y destino (Gissi y Rodríguez, 2016).
Las causas de las expulsiones son difíciles de esconder: violencia simbólica, material y política, inseguridad, desplazamientos forzados, hiperinflación, hambre, falta de medicinas y de oportunidades de desarrollo vital. Según la ONU, unos 258 millones de personas se encuentren en esta condición (ver Palacios, Torres y Navas, 2020). América Latina aporta una importante movilidad intrarregional, pudiendo ser definida estructuralmente como “expulsora” (Louidor, 2016; 2017); y, en la zona Caribe, como una de las dimensiones “constitutivas de su historia y desarrollo” (Stefoni 2017).
El caso venezolano es uno de los más dramáticos en términos de flujo, ya que han desplazado entre 5 y 6 millones de personas del país, coherente con una pérdida de un imaginario de prosperidad, bienestar y de Estado protector que se transformó en crisis humanitaria y refugio (Holguín, 2021; Escobar, 2021; Mogherini, 2021), ya que se extravía el horizonte de realización en el plano local, prevaleciendo nociones como salir y huir, o fuga en términos de Mezzadra (2009).
En Chile son oficialmente más de 450.000 los llegados, producto de condiciones objetivas de precariedad, privación o inseguridad. Su movilidad es iterativa y no lineal, ya que se vive de manera distinta y subjetiva, “con pluralidad de posiciones y problemas” (Mezzadra, 2009, p. 46) si se es mujer, hombre, niño, afrodescendiente, indígena, joven o viejo; si el viaje es por avión, tierra, caminando y el momento de llegada. O, si se tiene certificación profesional y título “deseable”, estudios profesionales incompletos o sin estudios, porque sus esquemas de representación configuran campos de acción que son desiguales y diferenciados. También, si los capitales sociales, culturales, económicos y simbólicos son reconocidos y tienen posibilidades de realización en Chile, como uno de los importantes destinos para recomenzar. En este sentido, venezolano, no constituye una categoría transparente, cerrada y homogénea, sino opera como un place-holder, en construcción, mediado por el contexto, reconocimiento y las formas de ganarse la vida, lo que también define posibilidades de una ciudadanía dinámica en el marco de una “subjetividad sujetada” (Mezzadra, 2009, p. 50).
Si bien a todo ser humano le asiste el derecho a buscar su propio horizonte de posibilidades de realización, ya que necesita comer, trabajar, tener una vida digna, seguridad y conseguir reunificación familiar, los estados receptores deben hacer valer su condición soberana frente al orden, ya que una parte de esta migración cruza fronteras de manera irregular, excediendo la posibilidad de control y ayuda. La que posteriormente demanda o reclama servicios, o enfrenta cuestionamientos ciudadanos por los “miedos” que genera en sí misma (i.e. afectación a la identidad nacional, trabajo, presión sobre servicios sociales), y la asociación libre que hace la población entre ésta, y aumento de violencia y delito. Así, la migración, define un espacio objetivo, institucional y soberano; y, el subjetivo, propio de la acción (Mezzadra, 2009). Por una parte, apela a los derechos humanos como libertad de movimiento y a la posibilidad de encontrar una vida; y, por otra, a validar y legitimar la autoridad a través de leyes migratorias, lo que genera inicialmente una condición asimétrica del migrante frente a los nacionales y otros inmigrantes regularizados, así como alterizaciones entre ellos (i.e. clase, color de piel, forma de ingreso al país) Para algunos puede significar lo que Vigh (2008) llama “espera crónica”, como dilación de proyectos en el proceso de imaginación y construcción de futuros. Situación que los pone en una condición de “siempre presionados”, con “sufrimientos aumentados” propios del proceso y la pérdida de vínculos y relaciones con el origen (Volkan, 2017), y otros, que se adicionan coyunturalmente para Chile, como estallido social (2019), pandemia (2020), cambio de gobierno (2022) y propuesta de nueva Constitución (2022) (Gissi y Greene, 2022).
Cada sujeto y segmento social que emigra está precedido por distintas crisis, cuenta con una particular experiencia política y económica en la sociedad y región de origen, factores de expulsión específicos y formas diferenciadas de recepción, trayectorias de ciudadanía y emergente etnicidad (Stavenhagen, 2001; De Sousa, 2010), que pueden ser manifestadas más como cuestión política que científica (Elizalde, Thayer y Córdova, 2013) y que puede ser representadas y desarrolladas como signos de lucha. Desplegando, dentro de un quiebre de ciudadanía e inclusión, una capacidad “para emprender una forma de vida futura discontinua de su pasado” (Margalit, 2010, p. 66), cuyos futuros posibles se expresan de cara a la coyuntura sociohistórica del país de acogida (integración, asimilación, reconocimiento, separación, marginación, hibridación), conformando una perspectiva de observación y meditación que se realiza desde el presente, que puede tener mayor o menor densidad y elaboración narrativa, así como precisión respecto de cuánto tiempo se requiere para obtener lo deseado y cómo concretarlo; resignificar la vida, generar agencia individual y familiar, y establecer una idea de futuro plausible dentro del modelo neoliberal. Un proceso que siempre refiere a lo que podría acontecer, pero también a lo que nos parece puede ocurrir, lo que implica que “el futuro permanece abierto” (Margalit, 2010, p. 67), porque la movilidad -dentro de criterios de justicia y protección- se conforma trasmigracionalmente y prismáticamente desde el origen, el viaje y país elegido (Collyer, 2012), dentro de los marcos de desmoronamiento de la universalidad de la ciudadanía y los mecanismos activados por el “Estado social” (Mezzadra, 2009, p. 50-51).
Sintéticamente, ni el presente ni el futuro está bajo control. Abstractamente, no existe política migratoria perfecta que ubique al migrante dentro una “sociedad decente” o que “no humille a las personas” (Margalit, 2010), porque predominan condiciones de quiebre con el contrato de inclusión. O, una que pueda resolver los problemas autónomamente y sin referencia y acuerdo con otros países -como señala Volkan (2017)-, en relación al traspaso de fronteras, la existencia de programas de asentamiento, cuestiones de salud y asuntos de seguridad, dando forma a un yo en ajuste, entre el yo situado y el yo ideal como promesa futura.
Venezuela, reconocido como el “Estado más rico de región” (Holguín 2021, p. 41), es un recuerdo lejano. Hoy, precipita abandonar de los paisajes sórdidos del hambre, falta de medicinas, violencia, delincuencia, balaceras, contrabando, corrupción, negocios ilegales, suciedad y abandono; de los cortes de luz y agua potable, y falta de combustible. Encierros por miedo, cerrojos, cámaras de vigilancia y alambradas en los barrios de clase media (Escobar, 2021). Todo se asocia a la percepción de un país secuestrado, al haber tenido otra vida; y, ahora con millones fuera de las fronteras, solo se trata de abrir la posibilidad de tener un proyecto que reivindique la existencia y la dignidad: un futuro.
A partir de lo señalado, sobre la base de 30 entrevistas realizadas a hombres y mujeres migrantes venezolanos, con más de 5 años de residencia en Chile, en ciudades de Santiago y Valparaíso; católicos, profesionales y no profesionales, con edades que van entre los 24 y 55 años, procesadas en Atlas ti 7.0 y con consentimiento informado, reflexionamos sobre el proyecto migratorio en la perspectiva del futuro, explorando las claves existenciales entre esperanza y deseo, ya que éstas conceden ilusión y configuran indisociablemente una dualidad entre presencia y ausencia, aspiraciones, posibilidades y recuerdos. Ya que en el acto de desear, se puede visualizar un cierto futuro que opera como núcleo utópico y espacio lumínico, de carácter “multifacético, productivo y contestatario” (Wolf, 2018, p. 61), que como “fuga” (Mezzadra, 2009), “subvierte táctica y situacionalmente el orden hegemónico”, para decidir sobre el arraigo o el re-arraigo, pero no en aquello que descansaba en “el cuerpo político” como fue en el pasado (Arendt, 2005, p. 332-333).
Viajes transfronterizos y reconfiguraciones personales
La idea que encontramos detrás de la movilidad migratoria venezolana es la de la esperanza, ya que entreteje y dramatiza aspiraciones y ciertos ideales, que pueden rastrearse en 4 oleadas migratorias. La primera, acontecida tempranamente en 2002, con Hugo Chávez en el poder, que involucró a profesionales de clase alta e investigadores, cuyo destino fue hacia EU, España y Francia. La segunda, a partir del año 2007, constituida por clases altas y medias, profesionales y empresarios que mudaron sus empresas, lo que se tradujo en fuga de capitales y con destinos diversos. La tercera, en 2013, con Nicolás Maduro en el poder, que involucró a clases medias y profesionales con estudios universitarios, cuyo objetivo era la realización de su profesión. La cuarta, a partir de 2016, que involucra a sectores medio-bajos y bajos, cuyo objetivo es la sobrevivencia, los que han sido estigmatizados como “caminantes”, en alusión a su forma de desplazamiento y precariedad, pudiendo apreciarse en la ocupación de espacios públicos de las ciudades de Chile.
Es un movimiento al futuro, con distintas causalidades, formas de desplazamiento, temporalidades, espacialidades e intenciones. Activa pasado (substantivo) - futuro (adjetivo calificativo), representando una ideación lírica: una realidad elaborada, imaginada o una ilusión que refiere a todos los futuros contemplados en el pasado. Liga la figura de “un posible” en el tránsito y cruce de una frontera, que entraña un futuro (substantivo) presente (adjetivo calificativo),1 porque a veces, se llega a un destino solo por casualidad, sin siquiera saber por qué. Este lugar nuevo (pasado-presente), a veces, abriga muchas posibilidades antagónicas o contradictorias, porque se teme la deportación o “quedar atrapado en una rueda” (Oliver, 33 años), pero son también deseables trabajo, justicia, reconocimiento, integración y protección.
¿Por qué migrar hacia Chile? Primero, por la insostenibilidad de hacer la vida en Venezuela. Segundo, porque durante la década del 90’, Chile se convirtió en el país elogiado por el BM, FMI y el BID; que junto con el retorno a la democracia, exhibió una importante reducción de la pobreza, disminución del desempleo y aumento del PIB, proyectando la idea de prosperidad (Aninat y Vergara, 2019), coherente con la idea de las diásporas migratorias, prenociones y el trabajo de la imaginación (Appadurai, 1996); o de “futuro afirmativo” (Contreras, 2022, p. 35). Tercero, porque la transmigración de muchos (paso por Colombia, Ecuador y Tercero, porque la transmigración de muchos (paso por Colombia, Ecuador y Perú), avala que el dinero recibido por el trabajo es “más rendidor” al ser convertido a dólares, ya que se deben enviar remesas. Cuarto, porque luego del atentado a las Torres Gemelas y las acciones terroristas en Europa, se produce una restricción casi absoluta para visados permanentes para algunas nacionalidades, en lo que se conoce como “migración cero”, lo que hace observar en la región qué legislación nacional favorece el ingreso de inmigrantes. Estas prenociones e imágenes apuntan al conocimiento previo que se tiene del país en el proceso emigratorio, tal como lo registramos en los siguientes testimonios:
Empecé a investigar más sobre Chile, todo, la parte económica, todo, absolutamente todo de Chile (Adela, 40 años, cocinera);
yo tenía tres opciones: Panamá, Costa Rica y Chile. Me decidí por Chile, por su economía que era mejor (Key, 46 años).
Otra explicación, tiene que ver con un cierto arrastre y una red:
ya tenía amigos que se habían venido, era más fácil llegar (Lucía, 35 años).
Los argumentos prescinden sobre cuál es el enfoque que predominará para ellos: 1) de derechos humanos; 2) de securitización de fronteras; o, 3) de gobernabilidad, como cuestión eminentemente técnica y administrativa. Lo evidente, es que la frontera sólo abre la posibilidad para el intercambio simbólico, no registrando el sistema de oportunidades real al que se enfrentarán, porque la diferencia entre la legitimación liberal y la social como formas positivas y negativas, son estructurales y marcarán las posibilidades (Solarte, Rodríguez y Moreno, 2020). Una antinomia que se conoce como un Estado liberal de derechos frente a un Estado social de derechos, estableciendo, por una parte, una base de legitimación que trata de que los requerimientos fundamentales no se deterioren; y, por otra, una base de legitimación social de garantías y de deber público (Solarte, 2020, p. 13).
Fundamentos diferentes para alcanzar ciudadanía local, pertenencia, protección y arquitectura de un potencial futuro, ya que también existen ciudadanías de segunda clase que operan por privación de plenos derechos y negación de la misma a quien la tiene (ver Margalit, 2010, p. 126), porque se pueden considerar iguales “capacidades imaginativas” entre los migrantes, pero la variación se da en las “capacidades locutorias” y de adaptación de cada uno de los sujetos y colectivos a las fórmulas liberales y sociales en tensión.
Se contrasta la representación inicial que todo inmigrante venezolano tiene sobre el destino elegido, frente a la incorporación asimétrica a un modelo de economía política (Comaroff y Comaroff, 1992). Porque las ideas, la imaginación, las expectativas y esperanzas como sistema de oportunidades deseado (ver Castoriadis, 1998), se enfrenta al poder local y al régimen de representación, porque muchas cosas no son más que un espejismo, ya que Chile neoliberal es el país más caro de la región en vivienda, salud, alimentos y transporte, y ofrece bajos salarios frente al costo de la vida, por lo que la vida se financia con endeudamiento y jornadas extenuantes de trabajo, las que largamente superan las 45 horas oficiales.
Por ello, la propia estratificación socioeconómico de origen y los perfiles raciales, educativos, género y edad, limita tempranamente las expectativas de inserción e integración, afianzandose las disparidades. Unos inmigrantes se sienten muy cómodos con la dimensión liberal (i.e. comprar, consumir), y otros, solo desean reforzamiento de garantías sociales para sobrevivir. Unos aparecen como individuos libres y autónomos, otros, son discriminados y subalternizados a través del trabajo extenuante y sin protección (i.e. despacho de comida rápida); unos viven en edificios de departamentos y otros viven en la calle.
Esto se retrata conforme al momento y forma de llegada: si el camino ha sido vía terrestre o aérea, con países intermedios de residencia temporal, con o sin visas, si se trata de visas de “cortesía”; si tienen o no calificación profesional, y si cuentan con una competencia reconocida y deseable en nuestro país. Siendo ejes incidentes en las posibilidades de agencia individual y familiar, y en la meditación individual y familiar sobre el deseo de arraigo, porque se ponen al frente los futuros posibles, incluyendo a partir de la contingencia una capitulación sobre el mismo o una desfuturización, en la medida que la inserción se vuelva adversa, las interacciones hostiles o puedan consolidarse discursos anti inmigrantes.
Entonces, lo significativo es la reconfiguración del self en la composición de un futuro como espacio lumínico, porque el sujeto emigrante no es completamente pasado ni completamente nuevo, porque no hay historia sin memoria y no hay vida nueva sin abandono. Allá era, y aquí soy, implica asumir un mundo súbitamente extinto; una desafiliación socioespacial, un cambio radical de estatus, una necesidad de que las cosas esenciales avancen más rápido, aunque también una gran incertidumbre.
Permanecen privilegios para los nacionales a los que no se puede acceder ni siquiera de cara al fetichismo y cronotopía o política de la demora de los papeles entregados por el Estado.2 Convirtiéndose la experiencia migratoria en oscilante y flexible, con imprecisiones e inseguridad sobre la elección del destino; con efectos que van desde la anticipación, el deseo, la esperanza, la urgencia, la duda, la incertidumbre, la ansiedad, el aburrimiento, el temor, la ira, la vergüenza y la apatía, como sostienen Bandak y Janeja (2018).
Esculpir el espacio y el tiempo: la grieta migrante
Articular redes de acogida como capital social, es parte de una lucha cotidiana para sostener la fertilidad de lo imaginado, abriendo sartreanamente posibilidades de elección, decidiendo sobre los rumbos que estructuran las posibilidades e inclinaciones de un potencial arraigo en éste u otro país. Conformándose tanto como una ilusión sobre un estilo de vida al que se aspira y una que se diluye con la aparición de elementos estresores y que asfixian en los lugares de acogida, ya que migrar es un proceso de experimentación con uno mismo, cuya “conciencia está en el cuerpo y en el mundo” (Safranski, 2007, p. 177), asociado a los sueños, el tiempo, la lentitud o rapidez de los cambios deseados, que se sintetiza en un “así es la vida” (Eugenia, 40 años).
Como sostiene Jonatan, 40 años, oriundo de Santa Marta, ingeniero en petroleos y conductor de un sistema de aplicaciones en transportes: “Chile está bien, pero no tan bien como antes. Está muy caro, hay mucha vilolencia e inseguridad. No he decidido con mi mujer irnos a otro país como Estados Unidos, pero lo estamos pensando”.
De este modo, por una parte, el arraigo y la estabilidad de un proyecto de vida dependen formalmente del reconocimiento, la protección y seguridad, tener trabajo con remuneración justa y acorde a niveles educacionales, el tiempo de ocio, la estabilidad económica y política del país; configurar proyectos familiares, la política y legislación migratoria, y la posibilidad de invertir en vivienda, emprendimientos y negocios. Por otra, sostener el territorio anímico, aplacar los pliegues de la nostalgia, afinar los fatídicas voces y miedos, y rearmar el archipiélago de la disgregación. Un mundo, por excelencia bifronte; propio de contradicciones esenciales como la melancolía, la inquietud, pequeñas verdades, descubrimientos, vergüenzas, conjeturas, fragilidad y persistencia.
El resultado de esta combinatoria, se acerca al planteamiento de la economía del bienestar propuesto por Amirtya Sen, ya que expresa un equilibrio entre cuestiones materiales, las capacidades y los logros del potencial de cada uno. Adquiriendo una estructura episódica y dramática en el proceso de construcción de arraigo y perfilamiento del futuro, porque “las condiciones de destino” son tan importantes como las “condiciones de origen” (Piñeiro, 2017, p. 31), para alcanzar estabilidad dentro de una noción de “ciudadanía prepolítica” (Sassen, 2016). Configurándose el logro y deseo como una dimensión de la felicidad vital, no solo conectada con la riqueza, ya que el vínculo que se establece con el territorio nuevo, se manifiesta como una voluntad acentuada y un fenómeno total, reflejado en una tridimensionalidad interdependiente frente al desamparo: espacial (fijarse), social (integración) y cultural (apropiación de normas y valores) (del Acebo Ibáñez, 1996).
El yo migrante se conforma en la confrontación con la incertidumbre cotidiana, en la que debe unificar la experiencia fragmentada de su pasado y encadenar sus acciones a través de nuevos sentidos que permitan sostener una idea sobre dónde se quiere estar, cómo se quiere vivir, dónde se quiere llegar, y cómo se puede hacer. Un imaginario que crea futuros y opera como “marcador de límites” (Piñeiro, 2017, p. 31) y posibilidades; sostenido en la evaluación de puntos de partida y de llegada, que otorgan sentido al bienestar (Lindón, 2019) dentro de interacciones desiguales y frente a un pasado leído como imperfecto, y que es difícil cambiar, aunque propio de los procesos de ajuste existencial.
El esfuerzo de armonizar las experiencias y los tiempos inmediatos y proyectados como indicadores de bienestar, constituye una ampliación del mundo y una toma de conciencia sobre ser inmigrante en Chile, fundamentando los marcos de una conversación abierta y permanente con otros y consigo mismo, que obtura puntos problemáticos en la que se van descubriendo a través de las historias de los demás, también la propia como pérdida y como esperanza, ya que se trata de sobrellevar de mejor modo el extravío del universo significado de origen frente a la experiencia nueva y el deseo de futuro en tierra chilena.
Esta problematización configura la grieta emigrante, entendida como la brecha propia del desarraigo entre allá y aquí; entre las cuestiones micro que definen las cuestiones individuales del sujeto, y las macro, que establecen cuestiones estructurales. Y, que ésta sea condición existencial sea también un proceso de movilización de sentido que permite descubrir qué tan extranjero se puede ser de sí mismo y qué tan lejano se está del íntimo deseo al enfrentar en Chile una trama incierta. Empezando una nueva vida e instalando la posibilidad de un futuro, en un proceso abierto de “conquista de soberanía sobre el tiempo”, que permita conservar los “multiformes tiempos propios” (Safranski, 2017, p. 184), frente a una reformulación de los universos de sentido que desafía todos los capitales acumulados a lo largo de la vida, los mecanismos de adaptación, la capacidad y flexibilidad para enfrentar situaciones desconocidas. Que, a veces, les obligan a vivir en un mundo paralelo al deseado, ya que el desarraigo transmigrante nombra una fractura y un conjunto de realidades paralelas que son narradas como “aquí-allá, antes-ahora, origen perdido-destino imposible”, que gatillan un estado de ánimo singular (i.e. alegría, frustración), porque se ha perdido un “lugar” y un “mundo de sentidos” que llamamos arraigo, y que como tarea cotidiana trata de poner fin a la “errancia” (Louidor, 2016, p. 18-33).
La emocionalidad comprometida implica un “hondo sufrimiento humano” (Louidor, 2016, p. 36), porque está tironeada por los recuerdos y la necesidad obligada a penetrar otros mundos y horizontes de posibilidades, hasta sobrepasar la -a veces- escasa capacidad para controlar el nuevo universo de relaciones. Como lo expresa el sentido anímico y existencial del testimonio de Vicente, devenido en pintor de recuerdos en papel moneda:
Cuando eres ingeniero en petróleo, has estado en la élite, has viajado, has tenido reconocimiento, ganado bien… de pronto te quedas sin trabajo, haces el mercado [las compras de alimento] para los que se quedan, tienes que migrar y lo pierdes todo [familia, casa]… y te conviertes en extranjero… y te das cuenta que dormiste toda la noche en una plaza. Entonces, la esperanza se convierte en una actitud frente a la vida. Así te empiezas a descubrir a ti mismo; comienzas a dibujar, a pintar, a trabajar, a hacer arte, aunque sea en sueños. (Vicente, 55 años).
Genéricamente, el migrante es un explorador de mundos. Abierto, incompleto, vaciado de la cotidianeidad que dominaba, con incerteza presente, le obliga a preguntarse sobre ¿qué tan definitiva puede ser una decisión emigratoria? Por ello, cruzar la frontera a veces puede ser entendido como un auténtico logro, porque existe la figura del “héroe” que conceptualiza al elegido y que no puede fracasar, estimulando construcciones míticas sin un destino fijo, activando un pensamiento de carácter utópico sobre lo deseable y posible, sostenido en comentarios, relatos de otros, redes sociales e influencia de los medios de comunicación. Prefigurando narrativamente la idea de un cierto futuro como sistema de oportunidades; aflorando la esperanza como parte de la disposición al futuro y la felicidad, como un lugar emocional falible (Köhler, 2018), dentro de una emoción sobrevalorada por hombres y mujeres, que pone en juego los procesos de búsqueda de estabilidad y sentido de vida. Una cámara de los deseos que medita sobre la posibilidad de avance en la vida, y un umbral de interrogación: ¿puede considerarse Chile un país de destino? y ¿bajo qué condiciones se puede afianzar un imaginario de futuro?
Fracturas y resistencias
El que emigra asume costos económicos como emocionales. “Debe hacer frente a nuevos retos, riesgos y responsabilidades, así como la aceptación de las pérdidas que genera el abandono del país de origen” (Rodríguez y Mora, 2018, p. 28), especialmente cuando se piensa en padres y mayores que quedaron allá, y a veces también hijos, que son una parte de las invisibilidades asociadas al desgarramiento, duelo y explotación intrafamiliar dentro de la estrategia de cuidados de los no productores. Para volver, “se necesita que la foto de Venezuela cambie”, dice Roberto (55 años, “ex ingeniero”). Los presiona el envío de remesas como un vínculo con el origen; el cómo se vive la ausencia, cuidados y la redefinición de roles al interior del hogar de origen mientras se consolida la familia transnacional y se elabora un posible futuro; y, la espera angustiosa, el temor, la expectativa y la esperanza, como señala Josué: “Lo que queremos lo venezolanos es dignidad. No queremos que nos regalen… no somos una casta de mendigos. Mi familia, ahora es universal; están en todos lados. En Estados Unidos, Colombia, Perú y Chile” (Josué, 52 años).
El ideal del yo, entendido como significante que opera como ideal que domina la posición del sujeto en el orden simbólico (promesa futura), se enfrenta con los factores exclusionarios que entorpecen la perfección del movimiento hacia el ideal o hacia el cual el yo tiende, y que retardan la figura de lo deseado como futuro:
Si se emigra con toda la familia, así como se pueden facilitar procesos de adaptación, pueden aparecer demandas y necesidades particulares emotivas, profesionales, sociales de cada uno de los miembros, que hacen incompatible su agencia en Chile como núcleo y un futuro con arraigo;
Frente a las condiciones de vida que ofrece Chile como país receptor, se trasluce el espejismo del deseo y la imaginación puesta en el viaje, pero también las dificultades de integración a través de dimensiones ordinarias como el estatus, el trabajo, el salario, la vivienda, la protección social, la movilidad económica y socio-espacial, además del clima, en la que se experimentan algunos de los satisfactores de bienestar.
No resulta suficiente el poder imaginativo que permite al sujeto desplegar su libertad y sortear las objetivaciones estructurales, porque la vida práctica y el hacer consiste en la “creación de espacios de la vida”, para fundar y configurar “tramas de sentido” (Lindón, 2019, p. 51) que sostengan núcleos utópicos frente a las pérdidas de estatus y el trabajar inicialmente “en lo que venga”. Existen unas aspiraciones ideales de realización dentro de los fines sociales del Estado; y, entre los con mayor escolaridad, una muy consciente vuelta de mano frente a lo que significó el exilio chileno (Pinochet), argentino (Galtieri) y uruguayo (Bordaberry), y el “trato brindado” cuando Venezuela “era próspera”, como señala Magaly (45 años).
La espera y la esperanza entre el yo y el nosotros, el pasado y el futuro
La búsqueda de un futuro opera dialécticamente entre la espera vivida como yo (situacional y existencial) y la esperanza como ideal del yo (lo deseado), en un contrapunto entre la subjetividad y la estructura, entendiendo el yo como conector lingüístico que fundamenta un sistema discursivo de subjetividad (Giddens, 1995) y la manera en que las cosas son definidas para sí mismo (Taylor, 1996). La espera se consolida en su doble condición: es imaginaria y concreta, de ocupación cercana, de plenitud sensorial y totalizaciones abiertas a las referencias cognitivas del tiempo presente. Experimentada dentro de procesos complejos y cambiantes, que abren la posibilidad retórica y material de un futuro, en cuanto vincula la condición de soñador e intérprete.
En sí misma, la reconocemos en su condición estimulante y productiva, que -en algunos casos- contribuye a la producción de la “ilegalidad” o la “irregularidad” de los migrantes, lo que la afianza como proceso dual: “situacional” y “existencial” (Dwyer, 2009). Propia de personas que tratan de encontrar la mejor manera de seguir adelante con sus vidas, frente al miedo, la marginación, el racismo, la discriminación económica, la desconfianza y las leyes (Volkan, 2017), ya que el futuro está marcado por lo que me está aconteciendo; y, cómo lo estoy sintiendo y experimentando, ya que no se produce una integración plena o ideal a una nueva cultura, ni una necesaria síntesis bicultural. Por ello, como interregno meditativo, dialoga con el arraigo y las perspectivas de futuro, expresada como “la suma de todas las acciones pasadas [que] no determina el curso de las acciones futuras, sino que incluso en cualquier momento podemos reconsiderar nuestra interpretación de las propias acciones pasadas” (Margalit, 2010, p. 67).
Al considerar la espera como una cuestión existencial, se disuelven las dicotomías ciudadano -no ciudadano, o migrante- nacional, porque lo que se releva sin distinción, es la especificidad histórica de todos los que esperan producto de “la disolución del estatus representado por el contrato” (Mezzadra, 2007, p. 93), es decir, las condiciones estructurales y socio materiales que permiten la integración sobre la base de derechos de convivencia como “adhesión subjetiva a un ordenamiento” (Mezzadra, 2007, p. 95). Constituye una voz en off, ya que el aumento de la precarización local, porque no hay creación de empleos protegidos y de calidad, contribuye a extender el “atascamiento existencial (Hage, 2009), o el exacerbado reclamo de que “aquí se trabaja mucho” y que “no hay lugar para la recreación y el descanso que existe en Venezuela” (Ernesto, 40 años).
Como soliloquio, la espera posee siempre una función indagativa y autoevaluativa: ¿en qué estoy progresando?; ¿estoy eligiendo buenos o malos caminos? Porque dentro de la incertidumbre, constituye una alerta sobre lo que hay que producir creativamente y la flexibilidad requerida, ya que se tiene un pie en un “no más” o en un “no aún” (Contreras, 2022, p. 39), lo que precipita una angustia sobre el tiempo que se debe invertir para alcanzar lo deseado.
Por ello, íntimamente, la espera, o el cuándo las cosas cambiaran favorablemente, es consubstancial al horizonte migratorio y al proceso de arraigo como condición situacional y existencial, porque es una experiencia que implica duda e incertidumbre. O, dicho de otro modo, “mundo desrealizado” como señala Vincent Crapranzano, porque los objetos de la espera son las expectativas, las preocupaciones y las ansiedades, ya que siempre se está “esperando que alguna cosa, cualquier cosa, acontezca” (1985, p. 42). Por ello, es una reflexión no discursiva-lineal, que expresa iterativamente las relaciones sutiles y los momentos del tiempo más secreto de la vida, que en ningún caso significa negar la vocación transformadora que delinea un sujeto político con horizonte de futuro, cuya deseo es hacer de la vida algo bello y amable que sostenga la condición ciudadana. Tiene que ver con la posibilidad de alcanzar dicha meta, mediada por el momento subjetivo del inmigrante, para crear una imagen de futuro que permita superar su pensamiento efímero y superarse a sí mismo a través de lo absoluto e irrepetible para cada uno. La espera se vuelve la huella de un pasado reciente y abierto, que se desplaza hacia el horizonte colectivo, conciente de la distancia existente entre el yo y el nosotros, como expresión de una subjetividad situada y que no puede emerger como parte de la biografía (Arfuch, 2013, p. 14).
Diferenciándose de la esperanza en el sentido del tiempo, ya que da cuenta de la arquitectura que soporta la vida, como un estado liminar de cosas que recoge la propia percepción y el propio ángulo de lectura de la vida presente. Otorgando sentido a su quehacer, las elecciones, la ambigüedad de lo que ya ha acaecido, y lo que está por verse o acontecer, ya que no hay un proceso político claro que permita re-figurar una territorialización de la expectativa y configurarse en sujeto de enunciación. “Mientras la espera está ocurriendo ahora, fuertemente corporizada” (Lindón, 2019, p. 49) en la totalidad del día, y es experimentada como bitácora existencial, la esperanza supera la sincronía, manifestándose proyectualmente, ya que opera como producción significante al trasladar la energía a otros futuros dentro de la esfera de la libertad, ya que siempre está más allá de sus productos (Köhler, 2018). Permitiendo arrancar del pasado, fundado en presupuestos y razones que establecen la responsabilidad de la decisión, por lo que es siempre “falible”, en cuanto puede ser frustrada por las decisiones y los acontecimientos (Eagleton, 2016), tal como acontece con eventos como protesta social, pandemia, proceso constituyente y elecciones presidenciales, que instalaron voces de alerta sobre el triunfo de la izquierda entre venezolanos, rememorando su decisión y experiencia de salida.
El arte de luchar la vida cotidianamente deviene en objeto permanente para el inmigrante (Marín, 2018, p. 330) venezolano, lo que implica una conciliación de mundos que marcan la interacción en la sociedad chilena. Si bien el optimismo en el futuro es una premisa del proceso emigratorio, la mayoría de los símbolos aparecen más como un ideal que como una realidad (i.e. “Chile es el Estados Unidos de Latinoamérica”; “ustedes no saben lo que tienen”), ya que el imaginario se enfrenta a las bondades efectivas del presente (Eagleton, 2016), porque en la dignidad a la que se aspira dentro de procesos desestabilizadores (estallido social, pandemia, elecciones, cambio constitucional), se aloja el deseo del reino del reconocimiento y la inclusión, como reflejo de su propia creencia, expectativa, explicación de su hacer y deseo de superación de la adversidad. Si bien “la espera” la viven de manera íntima y subjetiva, a veces como lugar de exclusión, no pertenencia y no reconocimiento sobre capacidades individuales; otras, la experimentan como reencantamiento del mundo. Por eso, como señala Mayte (35 años): “a veces, no queda más que rezar”.
La idea dominante de que con mi esfuerzo puedo “salir adelante”, es parte de la condición fiduciaria que sostiene la esperanza de manera comunitaria, justificando los caminos elegidos. Expresa la confianza compartida funcionalmente por los inmigrantes, convirtiéndolos en una unidad reflexiva sobre las efectivas condiciones de oportunidad que ofrece Chile, cuyas expresiones prácticas van prescribiendo los comportamientos, negociando hasta configurar un soporte inteligible en el que descansa la reconfiguración del yo, lo que otorga una unidad a las discontinuidades propias del camino elegido. Y, por ello, la discursividad de la esperanza dentro de los futuros imaginados, constituye una delimitación del espacio en el que se establecen los enunciados de lo real.
El estatus cuestionado: el arraigo en tensión
No se trata de buscar la coherencia en el relato que surca pasado-presente-futuro, sino también los aspectos disonantes y pliegues de la propia existencia dentro de los presentes-futuros que se van prefigurando como emigrantes, que son cuestiones propias de un espacio y tiempo real que les acontece vivir. La construcción de espacios narrativos, como expresión de mundos de existencia superpuestos, contrapuestos o simplemente diversos, se puede apreciar en algunas entrevistas, las que de alguna manera reflejan un pasado que no acaba por irse y un futuro que no termina por llegar:
Tengo que encontrar un trabajo que me dé más gratificación… en la atención primaria todo se repite al día siguiente y no cambia nunca… Pero, en el sector privado uno vive en la desprotección; si no atiendo, no recibo… trabajo a honorarios en una clínica. Esto no es lo que yo imaginé… y elegí Chile porque era más fácil convalidar títulos, a diferencia de Estados Unidos (Isidora, 38 años, médica);
En esta oficina de ingeniería trabajamos puras mujeres jóvenes. Todas ingenieras y geólogas. Pero las venezolanas ganamos la mitad de lo que ganan las chilenas. Es injusto. Pero, es un avance, si se considera que casi todas trabajábamos en el supermercado de cajeras (María Celeste, 30 años, ingeniera);
Volví a Venezuela para ver a mi familia. Me sentí millonario, pero eso no es así (Ariel, 30 años, cocinero);
Tengo que regresar siendo otro, no puedo volver sin nada (Edwin, 42 años, especialista en mantención de edificios);
Yo soy médico [con especialidad], gano más que el promedio. Mi mujer, gana muy poco, y también es calificada. Uno no puede tener un proyecto de quedarse en menos de 5 años, eso es lo que uno demora en tener un apartamento, un carro y trabajo… Pero, somos una pareja, ¿qué hago con mi mujer y su frustración? (Lucas, 42 años, médico);
Yo me vine a Chile porque de aquí es más fácil irse a Estados Unidos. Es el sueño americano que tenemos. Tengo mi esposa venezolana y un niño venezolano. Estados Unidos es el norte. Venezuela no es para volver. Si a uno le dan facilidades para comprar una casa, puede ser aquí [en Chile], y echa raíces. Porque ya uno no empieza de nuevo como en Venezuela (Jorge, 40 años, jefe de operaciones en empresa de servicios de mantenimiento).
El trabajo con protección y calidad es un aspecto decisorio para imaginar el futuro, aunque no único para el arraigo. Existe una combinatoria entre lo ideal laboral como imaginario, el reconocimiento, las remuneraciones y las exigencias en términos horarios que posibilitan el ahorro y el tiempo familiar y recreativo. No es solo que se “trabaje mucho”, sino que de manera aditiva es también la “cuestión del sueldo”, ya que se considera que son insuficientes para la carga horaria y las exigencias, así como para el nivel educacional de quienes llegaron hasta 2019. Asimismo, lo importante que aparece es el sentido del trabajo, para qué, cómo disfruto lo que recibo; y, si quiero vivir así permanentemente. Estas dimensiones establecen una crítica a la sociedad chilena, al exceso de trabajo, las dificultades para disfrutar la vida interpersonales y familiar, los pocos espacios de ocio y la falibilidad de la esperanza, en la medida que la posibilidad de echar raíces requiere de escenarios equilibrados, favorables y facilidades para que se expresen los cambios cualitativos y cuantitativos que van estructurando el sentido de la vida. Esto se puede apreciar en los siguientes testimonios:
El tema laboral también nos ha afectado…no son los empleos idóneos para lo que teníamos antes, y con mucha humildad los hemos aceptado, pero llegó un momento en que uno dice ‘cuándo es que voy a levantar la cabeza, cuándo voy a poder optar a una vivienda, para poder ofrecer a nuestros hijos un mayor nivel de vida’… no mayor de lujos, sino que de verdad podamos sacarlos al cine un día y que no sea que mira se te descompensó el presupuesto familiar porque los llevaste un día al cine, eso nos cuesta (Juan, arquitecto, 40 años);
Tú descubres unas cosas demasiado raras en este país. ‘Si te compras un hot dog y una gaseosa, que es una cosa mínima, lo tienes que pagar con una tarjeta de crédito’. ¿Quién puede explicar por qué un litro de agua vale lo mismo que un litro de bencina? Tú dices ¿es de verdad esto? (Guillermo, profesor de profesión, 55 años);
Yo soy abogada, y en Chile ha trabajado como procuradora. En Chile las cosas funcionan, pero en Caracas nada. El transporte público es gratuito hace años, pero está abandonado. Lo mismo que el metro, donde las escaleras mecánicas no funcionan hace años; en algunas hay basura. Ahora encuentras abastecimiento de todo, pero no hay dinero. Todo está en dólares. ¿Quién puede comprar? Yo tengo que vivir en Chile: tengo tres hermanos y mi mamá [acá], y los echo de menos, los necesito mucho. Pero, la cuestión es el trabajo, si yo siempre trabajé en lo público. Ahí hay una expectativa no cumplida, y no sé cómo resolver, porque convalidar un título en Derecho es como hacer una carrera nueva. Imagínate, aprender los códigos y leyes de otro país. Estoy en la de todos, siempre con la esperanza de volver…Para trabajar de abogada necesito estudiar dos años en la universidad…. Y eso es un dineral (Marylin, 38 años)
No me quejo, me han tratado bien. Pero ya ahora me estoy dando cuenta que Chile es muy país muy capitalista, digamos que este es el experimento del capitalismo salvaje rudo, pero rudo, digamos que es el extremo opuesto de lo que somos en Venezuela… aquí se trabaja cuarenta y cinco horas, es uno de los países que tiene mayor carga laboral en el mundo… en la hora seis no eres productivo, tu cerebro ya está cansado entonces, eso el chileno no lo entiende (Juan, arquitecto, 40 años);
Trabajé toda una semana, de lunes a viernes, de 10 a las 20.30 y cobré 25.000 pesos. Eran como 40 USS (Bolívar, barbero, 43 años);
Yo he cambiado de trabajo seis veces en Chile… he ido buscando una mejora en mi ingreso, en mi estatus, en mi calidad de vida, y básicamente, tratando de lograr llegar al estatus que estaba en Venezuela…, pero estoy muy lejos (Óscar, 27 años).
Cuando la referencia es Venezuela próspera, el proyecto de arraigo se frustra. Se marca el mejor punto de la existencia social y material que se tuvo, predominando un sentimiento que nunca se descansa en Chile, que todo es trabajo, que no hay familia posible, porque el tiempo laboral consume los tiempos existenciales y familiares. Solo que, “como Venezuela está tan mal”, “no es posible retornar”. Por ello, emergen figuras idealizadas y compensatorias que preterizan el futuro: “tomábamos el carro, y nos íbamos a la playa”; “terminaba el trabajo y rumbeaba con los amigos”, “trabajaba de 6 de la mañana a las 12 del día”. Sin embargo, para ellos, aunque se quiera regresar, se convierte en un imposible: “aunque cambie el gobierno allá, habría que esperar mínimo cinco años para que mejoren las cosas”, se repite en las entrevistas. Y, por otro lado, aparece “obtener la nacionalidad chilena para ir a Estados Unidos, donde tengo familia”.
Lo señalado, mantiene las interrogantes: ¿cuál es el núcleo utópico que sostiene la idea del arraigo y del futuro?, ¿sobre qué imagen de vida se mantiene el deseo de elegir y permanecer en Chile? Cuando no se avanza: ¿cuál es el espejismo que los sostiene? El núcleo utópico corresponde a todo fenómeno que se manifiesta en forma ideal, lo que implica que una sociedad ideal (de origen, de recepción, u otra que pueda estar en el camino) entrega luces para que la vida se dirija a alguna parte y sea experimentada en plenitud. De modo que, si el fin de la esperanza es alcanzar un estado de cosas que implica el cumplimiento de una expectativa, la importancia del registro es comprender: ¿cuál es ese estado que se espera?, ¿cuál es la plausible verosimilitud? Y, cuando se enfrenta el migrante venezolano a la imposibilidad: ¿se anula la esperanza como perspectiva de futuro, ésta persiste o toma otros rumbos y destinos? Las preguntas son importantes en la siguiente dirección: ellas implican enlistar aquellas cosas que están pendientes, en estado de espera.
Conclusiones
Los inmigrantes venezolanos son portadores de sentido y productores de significantes, ya que elaboran una imagen del mundo y de Chile, siendo personajes de la trama, lo que les hace conscientes de sí mismos frente a una sociedad que no les confiere entre 2020 y 2022 el reconocimiento esperado para ellos. Son narradores de experiencias, lo que les ayuda a tomar consciencia de su realidad, ya que su posición se refleja como efecto de su propio discurso y prenociones. Si antes las prenociones que afianzaban el discurso sobre Chile se presentaban como un hecho objetivo y favorable, ahora aparecen rupturas objetivas sobre la esperanza como espacio imaginario y falible, convirtiéndose en un espacio de autoreferencias propias de la espera, sin capacidad de cerrar el propio soliloquio. De este modo, si la pregunta que hacemos, es ¿qué esperas de Chile a futuro?, la respuesta esperada es por un plan, o un cierto orden. Más bien, el futuro implicado no es tan claro ahora, sino refractario ante el deseo y el imaginario, porque el país imaginario o de la representación social se ha ido desdibujando al penetrar las estructuras sociales, políticas, laborales y económicas, y conocer coyunturas internas. Persiste una dualidad en la experiencia, ya que: a) hay figuras ejemplares y floridas de posibilidades y superación de la adversidad; b) se exhiben lesiones y heridas, propias de las convicciones sobre cómo deberían ser las cosas. En ambos ejes, conscientes de una pluralidad de posiciones y problemas, encontramos signos persistentes y deseos permanentes para ocupar un mejor lugar, aunque nada es definitivo frente a una condición diáspora familiar y un deseo subyacente de reunificación.
Quién mantiene la esperanza, debe actuar y responder positivamente respecto del futuro. Pero, la experiencia venezolana en Chile es desigual y altamente estratificada; hay más heterogeneidad que homogeneidad. Para los venezolanos más vulnerables y pobres (refugiados), lo que no se puede excluir es el azar. Pero, para todos los llegados, es correr el riesgo de que las aspiraciones y sus formas de esperanza se extingan en alguna coyuntura, quedándose sin futuro cuando hacen conscientes el país en el que moran.
Entre ellos, y también entre nosotros, quedan preguntas pendientes sobre la integración, asimilación, marginalidad, exclusión, identidad, la diversidad, la administración del Estado y las respuestas institucionales, la sincronía con el mundo legislativo, los deberes y derechos que le asiste a todo hombre y mujer ingresados al país. Ya que la ciudadanía, como “geometría variable” (Mezzadra, 2009), no sólo corresponde a la inclusión en un dominio territorial, sino que indica teóricamente un conjunto de derechos de bienestar y convivencia a los sujetos que le habitan, una institucionalidad que no sólo sea justa sino decente (Margalit, 2010), sobre los distintos modos de estar en el territorio, ya sea por cuestiones “psicológicas”, “lazos de identificación y solidaridad” (Sassen, 2016, p. 117).
Todo arraigo, como disposición hacia un futuro posible, requiere de posibilidades de conformabilidad, aún dentro de la elaboración racional de las asimetrías (Koselleck, 1985). Asumirse como parte de una discusión entre “Estado liberal de derechos” y “Estado social de derechos”, politiza la condición migratoria y las condiciones en las que se desea la integración, así como el derecho a tener “un futuro”. De ahí que, pensar analíticamente espera y esperanza, permite reconocer a través de esta última, una clara orientación hacia el futuro, el que en sentido estricto no existe aún. Lo que sí existe, es el objeto de deseo como el trabajo estable, el reconocimiento de capacidades, el salario justo y disponer de tiempo. Lo importante es el modo de alcanzarlo en una sociedad definida por la meritocracia y menos por las relaciones transpersonales y los proyectos colectivos. Hace más de 20 años la clase política y la sociedad chilena se divorciaron. La política fue refractaria en lo social y lo económico, con incapacidad de leer lo que le acontecía a la gente o, con lecturas de negación del mundo cotidiano. Mientras, el país estaba en un proceso profundo de transformación, que acumulaba muchos estímulos adversos, contradicciones, frustraciones, paradojas, malestar, indignación, rabia, irritación. De este modo, la esperanza del migrante se integra a estas dificultades, presentandose permanentemente como una disposición frente a una carencia, vulnerabilidad y posición asimétrica, ya que “articula el presente con el futuro, y pone así la arquitectura material de la esperanza” frente al pulso de la existencia (Eagleton, 2016, p. 88). Ante todo, es un modo irrenunciable de haberselas con las cosas y las circunstancias, para evitar en los tiempos de espera una temprana distopía.