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Andamios

versão On-line ISSN 2594-1917versão impressa ISSN 1870-0063

Andamios vol.19 no.50 Ciudad de México Set./Dez. 2022  Epub 29-Set-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v19i50.947 

Dossier

Necropoder y subjetividad: la desaparición de personas en el norte de Veracruz, México

Necropower and subjectivity: the disappearance of people in the north of Veracruz, Mexico

David Márquez Verduzco* 

*Profesor de la División de Estudios de Posgrado e Investigación de la Facultad de Psicología, UNAM, en la maestría en Psicología y en el Programa Único de Especializaciones en Psicología. Correo electrónico: dmarquez_88@hotmail.com


Resumen

Este trabajo da cuenta del necropoder en un contexto situado: el norte de Veracruz, México. Se explicita el concepto de necropolítica y la configuración subjetiva que se impone. Después, se describe el método desarrollado desde un enfoque cualitativo e interdisciplinario. Luego, se discute sobre las “cocinas”, modo de despliegue de las entidades necroempoderadas y la configuración subjetiva impuesta; se destaca la importancia de los colectivos de familiares de personas desaparecidas para hacer frente a la violencia. Se concluye con la importancia de comprender el necropoder de manera situada y que este espacio puede posibilitar la agencia política.

Palabras clave: Necropolítica; subjetividad; desaparición de personas; contexto situado; caja de herramientas

Abstract

This work shows necropower in a situated context: north Veracruz, Mexico. Necropolitics are explained, as well as the subjective configuration that is imposed. Then, method developed is described, based on a qualitative and interdisciplinary approach. Later, “kitchens” are discussed as a form of deploy of necroempowered entities and subjective configuration that prevails; the importance of family organizations is outlined to resist violence. Conclusions aim to the importance of comprehending necropower situated and that this space can make possible politic agency.

Key words: Necropolitics; subjectivity; disappearance; situated context; toolbox

Introducción1

México se encuentra en una espiral de violencia que no ha tenido freno desde la llamada “Guerra contra el narcotráfico” del expresidente Felipe Calderón, afectando a muchas personas a través de diversas expresiones de ésta. La desaparición de personas es una de sus expresiones más cruentas, llegando a la fatídica cifra de más de 100,000 personas desaparecidas (Comisión Nacional de Búsqueda (CNB), 2022)2 y más de 50,000 personas sin identificar en Servicios Médicos Forenses (Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México (MNDM), 2020).

Martos y Jaloma (2017) mencionan que la enorme cantidad de personas desaparecidas en México se dan dentro de un marco formalmente democrático, lo cual dota de una singularidad peculiar a lo que sucede actualmente. Como menciona Melenotte (2020), la violencia que se vive en el país no puede reducirse a una de estas dimensiones: en algunas ocasiones, el papel del Estado no es visible, pero no se puede negar su participación; la violencia no sólo es producto de la pugna entre organizaciones criminales, pero no se pueden negar los actos que ciertos grupos realizan en favor de intereses particulares.

A diferencia de la llamada Guerra Sucia en México, regímenes totalitarios y dictaduras en Latinoamérica, Europa Oriental, África, entre otros, donde el “enemigo” está “identificado”, la mayoría de las veces como detractor, disidente, etc., en lo que sucede actualmente no son sólo estas personas el blanco de la desaparición. Esto va a implicar una serie de complejidades al momento de desplegarse la violencia en el país y particularmente en algunas regiones.

Por lo tanto, en este trabajo se pretende hablar sobre la configuración subjetiva en una región de México que ha vivido de manera particular la violencia. Se recurre al concepto de necropolítica para, en un primer momento, explicar la violencia y la desaparición de personas en el México actual y cómo se busca instituir una vida cotidiana enmarcada en el neoliberalismo y en la mercantilización de la muerte. Por lo tanto, se hablará de subjetividad dentro de este marco conceptual, tomando distancia de una aproximación individualista y pensada como interioridad, insertando procesos histórico-sociales que no son dados de manera natural o predeterminada (Castoriadis, 2013). Después, se explicitará la aproximación metodológica elegida para esto, basada en un enfoque cualitativo, que permitió aprehender procesos subjetivos. Se discutirá sobre los resultados de la investigación, primero para mostrar la configuración subjetiva de un contexto situado como necroespacio y los sitios de exterminio, las llamadas “cocinas”, como una forma particular de la desaparición de personas. Al final, se destaca a los colectivos de familiares de personas desaparecidas como una forma de hacer frente a la violencia y re-producir vida en zonas de no-existencia.

Necropolítica y configuración subjetiva

Uno de los conceptos que ayuda a comprender y problematizar la violencia vivida en México es el acuñado por Mbembe (2011) como necropolítica. Este concepto emana de algunas consideraciones hechas al respecto de la biopolítica en contextos diferentes al mundo occidental y en donde la muerte juega un papel crucial. En este sentido, como menciona Estévez (2018), ambos conceptos no son opuestos, sino constitutivos.

Foucault (2007) define la biopolítica como una forma de ejercer el poder que busca controlar territorios, la vida de las personas y poblaciones. Ésta no sólo es entendida en su vertiente biológica, también la manera de vivir, lo que lleva al disciplinamiento de poblaciones y territorios a través de lo que es instaurado como modos de vivir. La época actual va a instalar modos de ser y estar a la par del capitalismo y propiamente de su vertiente actual: el neoliberalismo. Éste es entendido como la aplicación del discurso económico a todos los aspectos de la vida; no desaparece el Estado, más bien velará por los intereses del mercado, buscando asignar y determinar un valor a lo que existe (Castoriadis, 2013). Por lo tanto, van a crearse disciplinas, modos y formas de ser y estar en una sociedad: producir sujetos (Butler, 2001). Esto va a llevar, entonces, a constituir un ethos, un ideal de ser sujetado e inserto en los modos de producción del neoliberalismo. Deleuze y Guattari (2002) mencionan que se constituyen máquinas abstractas que permitirán y garantizarán este ordenamiento, administradas por el Estado. Todo esto dará como resultado una gubernamentalidad, entendida como:

el conjunto práctico de estrategias discursivas que pone en juego el gobierno para ejercer su poder a través de un conjunto de saberes especializados. Su máxima expresión de saber es la economía política, y su principal instrumento técnico de uso tiene que ver con el despliegue y alcance de los dispositivos de seguridad (Restrepo y Jaramillo, 2018, p. 88).

Teniendo estas consideraciones, entonces, uno de los rasgos particulares de la necropolítica es buscar controlar la muerte y sus dispositivos. Mbembe (2011) menciona que la biopolítica es necesaria para pensar las relaciones de dominación a partir del control del cuerpo y de la vida; empero, en países poscoloniales o llamados del Tercer Mundo, se busca instalar un régimen a través de la violencia extrema. Ésta se convertirá en un dispositivo necesario para imponer lógicas ancladas al neoliberalismo, buscando controlar todos los aspectos de la vida y la muerte (Valencia, 2010). Por lo tanto, surgen entidades necroempoderadas que utilizan los dispositivos necropolíticos: tecnología y herramientas sofisticadas para causar destrucción (Estévez, 2018). La comprensión de su surgimiento estará enmarcada por el contexto histórico-social, cuestión que se verá más adelante.

Estos dispositivos necropolíticos se vuelven utilizables tanto por agentes estatales como privados y que se pueden utilizar en cualquier momento y lugar, causando terror. En ese sentido, la relación con el espacio geográfico y social es móvil, puesto que pueden ser usados por el Estado, relacionarse con agentes estatales u operar de manera independiente. Entonces, la mercantilización de la muerte y sus dispositivos también competen al régimen neoliberal, privatizando estas máquinas abstractas y buscando monetizar todo, incluida la muerte. Por lo tanto, “la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir” (Mbembe, 2011, p. 19). Por lo tanto, las desapariciones, asesinatos en masa, las fosas clandestinas y sitios de exterminio son muestras de la concatenación entre lo biopolítico y necropolítico, ya que permite al poder dominar absolutamente territorios y poblaciones. Mbembe (2011) dirá que se trata de un estado de sitio en donde se militariza la vida cotidiana y se otorga libertad de matar, así como la destrucción de las instituciones sociales. Segato (2013) dirá, entonces, que la expresión última del soberano es tener en las manos la vida del otro y marcar en el cuerpo su poder.

Lo que puede empezar a vislumbrarse es que la destrucción física que se busca para controlar territorios y poblaciones no es la única que opera. Como menciona Valencia (2010), la violencia misma no sólo comprende una categoría interpretativa del ejercicio fáctico, sino la relación de éste con lo mediático y lo simbólico, todas estas acciones necesarias para implementarla como una episteme. En ese sentido, Segato afirma: “la muerte de estos elegidos para representar el drama de la dominación es una muerte expresiva, no una muerte utilitaria” (2013, p. 22). Esto va a dar pie a que se constituya una configuración subjetiva (Mbembe y Roitman, 1995). Ésta va a comprender el conjunto de procesos que constituyen al sujeto en su dimensión psíquica -representaciones, afectos, deseos, identificaciones- y su dimensión histórico-social -instituciones, significaciones, discursos, narrativas, saberes, normas, formas de ejercicio del poder, modos de subjetivación. Esto implica un doble movimiento: la violencia se va a anudar a las desigualdades sociales ya existentes y las va a dinamizar (Gottsbacher y Boer, 2016); al mismo tiempo va a utilizar repertorios ya existentes para manufacturar nuevas formas de interpretar la realidad, crear desigualdades y zonas de no-existencia, como diría Fanon (1973).

Esto quiere decir que la necropolítica no sólo se va a referir a la violencia física, sino crear un representar social para establecer modos de subjetivación hacia poblaciones en específico, convirtiéndolos en el blanco o enemigos de la sociedad (Castoriadis, 2013). Por lo tanto, como se adelantaba en la introducción, se constituye un enemigo: ya no es sólo el disidente político, sino los sujetos determinados por esta configuración subjetiva como “sin valor” (Estévez, 2018; Mbembe, 2001; Valencia, 2010). Fanon (1973) dirá que esas personas “peligrosas” han sido constituidas históricamente como lo opuesto a lo blanco-occidental, este último como modelo de “civilización.” Las zonas de no-existencia creadas por el poder van a enmarcarse en esta desigualdad y bajo la égida de la criminalidad y la estrategia de seguridad pública, como se verá más adelante.

Entonces, las políticas capitalistas y neoliberales van a buscar implementar una gubernamentalidad necropolítica, utilizando la violencia como instrumento epistemológico que va a mercantilizar todo, incluidos el cuerpo, los actos violentos y la muerte misma. Así, “en estas situaciones, el poder (que no es necesariamente un poder estatal) hace referencia continua e invoca la excepción, la urgencia y una noción ‘ficcionalizada’ del enemigo. Trabaja también para producir esta misma excepción, urgencia y enemigos ficcionalizados” (Mbembe, 2011, p. 21).

Por lo tanto, la violencia va a ser entendida en este trabajo como el marco interpretativo y su instrumentación con fines de control y eliminación de la vida -biológica, subjetiva, social- enmarcados en la gubernamentalidad necropolítica desplegada en México. La configuración subjetiva es parte de estos dispositivos ya que, como dirá Agamben los discursos, instituciones, posiciones filosóficas buscan “capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos” (2011, p. 257). Por lo tanto, se busca imponer y/o perpetuar desigualdades sociales y relaciones de dominación a partir de dispositivos necropolíticos (Arteaga, 2003; Estévez, 2018; Mbembe, 2011; Valencia, 2010).

La desaparición de personas en el México actual

En líneas arriba, se planteaba la cuestión de la creación del enemigo dentro de la gubernamentalidad necropolítica. Esto no significa afirmar que la desaparición de personas sea una expresión de violencia nueva, ya que sus antecedentes pueden observarse en diversos países. Lo que aquí se busca es mostrar que la violencia y la desaparición de personas se manifiestan dentro de un marco social específico que tiene que ver con el viraje hacia lo económico y no sólo a la disidencia que “desestabilizaría” el ordenamiento social, así como utilizar dispositivos e instrumentos ya conocidos dentro de este contexto histórico-social. Acá lo importante es destacar lo que Calveiro menciona:

En realidad, los núcleos duros de la delincuencia (el narcotráfico) y del terrorismo (las redes internacionales) son enemigos cuya existencia es imprescindible mantener para garantizar la represión de todo lo que se agrega falsamente en torno a ellos. Son la “amenaza” que justifica el mantenimiento del poderío bélico y represivo, lo cual reafirma la aseveración de Nietzsche: “Quien vive de combatir a un enemigo, quiere que este siga con vida” (2010, p. 170).

En México, esta manufacturación del enemigo tuvo su punto cúspide a partir de la declaración de guerra de Felipe Calderón, en donde incluso se le atañe al crimen organizado la responsabilidad de muchos males en el país (Presidencia de la República, 2007).3 Así, este “enemigo” legitimará el actuar del gobierno, en donde se declara una batalla “a favor” de la seguridad, militarizándola: el fin justifica los medios, aunque impliquen muerte (Astorga, 2015).

Esto no significa que las pugnas entre organizaciones criminales no existieran. Como se mencionó arriba, estas entidades necroempoderadas surgen a partir de diversos cambios histórico-sociales. Astorga (2015) comenta que las organizaciones de tráfico de drogas ilegales nacieron subordinadas al poder político desde la Revolución Mexicana, pues no podían operar con independencia de éste. Esto recuerda la clásica definición de Weber (2001) sobre el Estado ejerciendo el monopolio de la violencia física “legítima”. En la década de los 90, el “enemigo comunista” está diezmado -sin que signifique no que siguen las acciones contra “los disidentes”- por lo que se necesita un nuevo blanco. Como menciona Robledo (2016), se da un giro de lo meramente político a lo económico, territorial y táctico anclado al neoliberalismo. Aunado a esto, en México se agrega:

El desmantelamiento en los años ochenta del aparato político-policiaco creado en los años cuarenta (Dirección Federal de Seguridad, DFS), y más tarde el proceso de democratización y la reconfiguración del poder político en el país, junto con la diversificación y el crecimiento del mercado de las drogas ilegales en el mundo, particularmente en Estados Unidos, provocó un cambio en la relación de subordinación y los traficantes empezaron a adquirir una mayor autonomía respecto del poder político (Astorga, 2015, p. 15).

De esta manera, estas organizaciones criminales comienzan a constituirse como entidades necroempoderadas. No disputan el poder político al Estado, sino buscan la explotación económica controlando territorios y poblaciones, obligando a los actores políticos a subordinarse, ser socios de “negocios” o hacer causa común para combatirlos (Astorga, 2015). Por lo tanto, el enemigo comienza a ser el delincuente y legitima la acción frontal contra éste. Se crean posiciones binarias como bueno-malo o policía-delincuente para legitimar el actuar de los agentes estatales y los particulares, llevando a que sean asesinadas, masacradas y desaparecidas miles de personas en aras de esta legitimación y sin preguntarse dos cosas: si eran delincuentes y, si lo fueran, porqué merecerían un castigo así. Castoriadis (2013) menciona que estas dicotomías buscan instaurar significaciones sociales que naturalicen la diferencia y, en el sentido del necropoder, que sea necesario que mueran.

Así, como Galtung (2008) menciona, este tipo de legitimaciones creadas a partir de la gubernamentalidad, se enraízan en lo social y se posibilita el control poblacional y territorial a través de esta configuración subjetiva. Por lo tanto, se empuja a los sujetos a zonas de no-existencia partiendo de binarismos relacionados con la criminalidad, siendo que esta forma de representarse a las personas desaparecidas y a sus familiares apunta a una destrucción y desubjetivación que las coloca en una muerte en vida. Estas legitimaciones no se quedaron en el sexenio de Felipe Calderón y continuaron en el de Enrique Peña Nieto y la actual administración de Andrés Manuel López Obrador.4

Es importante destacar que el despliegue de estos dispositivos se hará de manera diferenciada en el territorio nacional. Como menciona Mbembe (2011), son espacios situados en donde se suspende la legalidad: agentes estatales y particulares crean un estado de sitio donde todos son enemigos por destruir, dando como resultado entidades necroempoderadas, entendidas como agentes estatales y/o particulares con la fuerza suficiente para disputar la soberanía al Estado en territorios y geografías específicas para la explotación económica.

Arteaga, Dávila y Pardo (2019) han llamado necroespacios a estos lugares en donde estas entidades cohabitan y se articulan de manera compleja para reclamar el uso de la violencia y de dar muerte, siendo estos espacios en donde la gente sufre aún más el necropoder. En este espacio de muerte se va a configurar una microcultura con intersubjetividades y representar social particular (Flores-Palacios, 2015). Esto implica aproximarse a un territorio en específico no sólo como espacio determinado por su geografía física o por la presencia de subjetividades, sino por la interrelación que se da en éste y la producción de sentido que se va creando a partir de las intersubjetividades (De Certeau, 2007; Flores-Palacios, 2015; Kaës, 2010; Lefebvre, 2013).

En el aspecto de la violencia y la desaparición de personas, aproximarse de esta manera permite comprender las dinámicas locales y los impactos que puede tener la violencia en una subjetividad y territorio situados, detenerse en las especificidades que se producen dentro de éste, así como el despliegue del necropoder de manera extrema e importante (Arteaga, Dávila y Pardo, 2019).5 Además, se observa la ocupación de espacios y geografías explotables para crear territorios de injusticia y despliegue brutal de la violencia hacia poblaciones específicas. De esta manera, pueden observarse las diferencias y particularidades que se dan en estos espacios. Así, se da paso a la forma en cómo se ha configurado subjetivamente un necroespacio: el norte de Veracruz.

Aproximación metodológica

Diseño de estudio

Se optó por un enfoque cualitativo, ya que se buscó ahondar en los procesos subjetivos (Álvarez-Gayou, 2003). Esto contempla analizar las producciones discursivas y las prácticas sociales que contienen ciertas significaciones (Kerlinger y Lee, 2002). En ese sentido, se trata de un estudio de tipo interpretativo en donde se busca comprender la experiencia de las personas: cómo se enuncia y se significan, así como las prácticas y acciones que moviliza (De Certeau, 2007; Ricoeur, 2006). Para esto, se diseñó una estrategia metodológica con base en lo que Foucault (2019) denomina caja de herramientas, que responde a una mirada interdisciplinaria. Esto debido a que se buscó la confluencia de diversos métodos para poder capturar impensados, silencios, que con una sola aproximación teórica o metodológica sería difícil contestar.

Se utilizó, en una primera fase, observación participante y entrevistas informales para obtener datos sobre el contexto situado que se visitó: el norte de Veracruz (v. Figura 1). Esto posibilitó obtener datos sobre los significados y prácticas colectivas en torno a la desaparición de personas. Después se hizo una entrevista a profundidad a una familia para profundizar en los significados, representaciones y experiencias en torno a esta situación colectiva común (Kvale, 2011).

Nota. Adaptado de INEGI (2018).

Figura 1 Municipios de la zona norte de Veracruz visitados por la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas. 

Participantes

Consistió en una muestra no probabilística a conveniencia y que coincidiera con el objetivo de la investigación. Para la entrevista a profundidad, fue una familia originaria del contexto situado y que tienen a su hijo desaparecido desde el año 2010; para la observación participante y entrevistas informales, se hicieron dentro del marco de la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (VBNBP),6 donde participaron familias de personas desaparecidas, personas solidarias y algunos funcionarios públicos de dependencias estatales.

Procedimiento

A través de la estrategia “bola de nieve”, se conoció a familias de personas desaparecidas. Después, se recibió una invitación para participar en la VBNBP para colaborar con la Comisión Psicosocial de la Brigada y de Familiares en Búsqueda María Herrera (FBMH). Se viajó al norte de Veracruz del 7 de febrero al 20 de febrero de 2020 para acompañar las actividades de la VBNBP. A través de la participación en las acciones de ésta, se fueron captando, a través del diario de campo, lo acontecido, intentando plantear preguntas, reflexionando junto a las personas que participaban; además, se grabó la entrevista a profundidad.

Consideraciones éticas

El hecho de ser parte de la Brigada brinda una posición particular al investigador. Sin embargo, acercarse a esta problemática sin un soporte institucional y, sobre todo, de las familias en búsqueda, hace más difícil el acceso a este tipo de ejercicios, pues hay una gran desconfianza. No obstante, pertenecer a la Brigada lleva a actuar ciertas lógicas propias del colectivo en donde queda difuminado el par investigador/acompañante y se perdería la “objetividad.” No obstante, es una ficción metodológica situarse en un lugar de objetividad y neutralidad en la investigación científica y, sobre todo, con temas de gran carga política como éste.7 Por lo tanto, este trabajo se enmarca también como una intervención ya que, en primera, se afirma que son indisolubles y no es posible que la presencia del investigador no genere impactos. Además, se hizo labor de acompañamiento psicosocial a las labores de búsqueda, el cual consistió en brindar sostén emocional durante las acciones de los colectivos, así como ayudar en la búsqueda como escarbar, brindar agua, pegar fichas de búsqueda y otras cuestiones. Esto es una posición ética que implica reconocer el impacto que genera la búsqueda y la investigación, así como una devolución y no sólo un ejercicio extractivista, es decir, sólo obtener información y reproducir la explotación de las personas, como menciona Aranguren (2016).

Aunado a esto, las familias y personas solidarias que conformaron la VBNBP sabían de la investigación y decidían si participaban o no. Se había planeado hacer un seguimiento, pero por la pandemia de COVID-19 no fue posible hacerlo. De igual manera, se sigue colaborando y teniendo contacto con algunas familias con las que se interactuó, así como la participación en actividades de la Comisión Psicosocial. Para la entrevista a profundidad, se firmó un consentimiento informado en donde se pidió permiso para grabar la entrevista, explicar los objetivos de ésta y brindar orientación sobre temas que preocupaban a la familia. Se garantizó el anonimato en todo momento de las personas que participaron. Las producciones académicas también son parte de la devolución hacia las familias, ya que hay poca literatura respecto a la desaparición de personas y particularmente de esta zona del país.

Análisis de la información

Se realizó análisis de contenido, empleando las categorías que fueron desarrolladas supra: necropolítica, subjetividad, desaparición de personas, necroespacio. Éstas, como se mencionó, han sido discutidas a partir de una caja de herramientas teóricas para captar impensados y silencios dentro de las disciplinas. Se utilizó un diario de campo durante la investigación con el objetivo de ir anotando, reflexionando y comenzando a analizar lo que sucedía, buscando significados a partir de la discusión con los conceptos teóricos (Angrosino, 2012; Ricoeur, 2006). Para la entrevista a profundidad, se transcribió y se utilizó el programa ATLAS.ti (versión 8.4.5) para hacer análisis de contenido. Se utilizó el discurso de la familia para ejemplificar y discutir las categorías teóricas (Kvale, 2011).

Entidades necroempoderadas y desigualdades sociales en Veracruz

Según cifras oficiales, el estado de Veracruz reporta números que podrían pensarse como bonanza económica (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), 2017). Este panorama contrasta con lo reportado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) (2019), donde se registra que el 61.8% de la población del estado se encuentra en situación de pobreza y el 17.7% en pobreza extrema, lo cual coloca a Veracruz en el cuarto sitio a nivel nacional respecto a carencias sociales.

Aunado a esto, las organizaciones criminales comenzaron a asentarse en este estado por su posición estratégica en la economía ilegal: sus puertos de altura como puntos de entrada de precursores químicos, ser el corredor de tráfico de drogas ilegales y de personas del Golfo de México hacia EE. UU, entre otras cuestiones. Además, durante el gobierno de Fidel Herrera del año 2004 al 2010, comienzan a hacerse más estrechos los vínculos entre crimen organizado y la esfera política en aras de mercantilizar y sacar provecho económico a diversas actividades ilícitas, pero también al control territorial y poblacional. Este cruce de dimensiones -las desigualdades y la violencia- fueron el caldo de cultivo para que el estado de Veracruz estallara en llamas.

Los agentes estatales y particulares comenzaron a desplegarse para crear estados de sitio y así acentuar aún más las desigualdades, utilizando la criminalización para justificarlo. En un inicio, el Cartel del Golfo tenía presencia, pero en el gobierno de Fidel Herrera fueron favorecidos Los Zetas (Palacios-Pérez, 2020-02-05). Estos últimos comenzaron a mostrar su “modelo criminal” basado en la violencia extrema -y que después otras organizaciones criminales comenzaron a implementar- y la extensión del “negocio” hacia otras actividades tales como el secuestro, extorsión, robo de combustible, trata de personas, entre otros. Por su pasado castrense, mostraban una estructura tipo militar, lo cual se añadió al uso desmedido de la violencia, por lo que fueron conocidos como soldados sin guerra (Pérez-Caballero, 2016).8 A final de cuentas, Los Zetas buscaban, a través de la intimidación y violencia, “controlar el territorio y transmitir una imagen de omnipotencia y brutalidad” (Aguayo y Dayan, 2020, p. 28). Estas características hacen que pueda definirse como una entidad necroempoderada.

Las expresiones de violencia escalaron durante el gobierno de Fidel Herrera y administraciones subsecuentes. La respuesta estatal, para armonizar con la desplegada a nivel federal, fue militarizar la seguridad pública, creando operativos encabezados por el ejército y la marina, con el supuesto fin de controlar la seguridad desde el nivel federal y desplazando a las policías locales (Zavaleta, 2016). Esto dio como resultado una amalgama entre la violencia ejercida por las organizaciones criminales y la implementada por los agentes estatales en donde era innegable la colusión y la convergencia entre los actores. Muchos testimonios dieron cuenta de esta forma de operar conjuntamente y el consecuente silencio que se buscó por parte de ambas. En ese sentido, las frases criminalizantes de Javier Duarte -que gobernó durante 2010-2016- son muy bien conocidas:

Nuevamente para hacer un exhorto a través de los medios de comunicación a los padres de familia que estén atentos en el desarrollo del cuidado de sus hijos, muchas veces se inculpa a la autoridad de que no está haciendo su labor o su trabajo en torno a las acciones de seguridad pública, pero también es responsabilidad de los padres saber en qué pasos andan sus hijos (Villarreal, 2014, p. 103).

Este tipo de frases dan cuenta de la configuración subjetiva que buscaba legitimar el orden social y cómo sectores de la población fueron empujados a zonas de no-existencia.

Las fuerzas estatales también hacían uso de estos dispositivos. Esto se vio con los centros clandestinos de detención que se pusieron en operación a partir de los operativos policiales comandados por el ejército y la marina, en donde se instaura una política institucional clandestina en donde se hacían “aseguramientos”, forma de nombrar dentro de los reportes internos a las personas que detenían y, posteriormente, desaparecían (Angel, 2018-0216). Por lo tanto, agentes estatales y privados usan los dispositivos necropolíticos. La familia entrevistada narró sobre la desaparición de su hijo:

Madre. - [Fue] desaparecido en la Av. 20 de noviembre, levantado por policías federales… ahora sí que activos, este… dos de ellos están… fueron detenidos y sentenciados… y este… y uno sigue en la cárcel este… purgando su sentencia… el otro fue liberado después de estar 7 años en la cárcel… fue liberado por un magistrado…

Padre. - ellos se los entregaron a la… Policía Intermunicipal, que era la que actuaba en ese momento como seguridad ahí en Poza Rica. Y este… la… Policía Intermunicipal se lo entregó a la… la… delincuencia organizada… en esa época eran Los Zetas… (Familiares, 2020-02-17).

Todo este panorama de violencia ha dejado diversas historias de terror que iniciaron en el sexenio de Fidel Herrera y que actualmente continúa. Específicamente sobre desaparición de personas, se reporta lo siguiente (CNB, 2022; Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 2019; Palacios-Pérez, 2020-02-05; Santiago, 2020-04-10):

  • Se estiman, al 2020, 504 fosas clandestinas, lo que coloca a Veracruz en los primeros lugares a nivel nacional.

  • Se cuentan 7 294 personas desaparecidas al 2022.

  • El Colectivo Solecito ubicó en 2016 la fosa más grande del país en el Puerto de Veracruz, contando, al cierre de los trabajos en 2019, más de 22 000 restos óseos.

  • El municipio veracruzano de Úrsulo Galván es el que más fosas clandestinas tiene en el país.

Las “cocinas”: los sitios de exterminio en el norte de Veracruz

Las cifras del CONEVAL (2019) muestran que las desigualdades sociales están más acentuadas en esta región de Veracruz, en donde se agrega que, como sucede en el país, las comunidades indígenas son las más golpeadas. Por ejemplo, en Tantoyuca, municipio de La Huasteca veracruzana, 74.5% de la población se encuentra en pobreza y 27.8% en pobreza extrema; en Papantla de Olarte, 62.9% se encuentra en pobreza, mientras que 17.2% en pobreza extrema. Al igual que en territorio estatal, resulta paradójica la bonanza económica, pues es una de las zonas que más produce para Petróleos Mexicanos [PEMEX], lo cual vuelve común los complejos petroquímicos en medio de la maleza de la selva, incluidos quemadores de gas. A pesar de estar en un estado donde se han reportado desapariciones, así como fosas clandestinas, los indicios de este tipo no son comunes. Incluso, la CNB (2022) reporta pocos números en esta zona. Aún así, como se irá exponiendo, esta región se fue conformando como un necroespacio, ya que la ausencia de ese tipo de pruebas responde a la forma de desplegar los dispositivos necropolíticos.

El norte de Veracruz fue elegido por la VBNBP por esta falta de vestigios, así como el título de una de las zonas más peligrosas del país a la Zona Metropolitana de Poza Rica9 y el hallazgo de sitios de exterminio. Esto último fue algo que se advirtió desde los días previos a la VBNBP, ya que “la avanzada” -la comitiva de familiares de personas desaparecidas y acompañantes solidarios que acuden antes a la zona para lograr acuerdos con autoridades y empezar a recabar información para las búsquedas- comenzó a recolectar rumores sobre estos sitios. Con esa información fue que la VBNBP dio inicio a sus actividades el 10 de febrero de 2020.

Uno de los ejes de la Brigada es el de Búsqueda en Vida, que se refiere a entrar a centros penitenciarios, hospitales, anexos, entre otros, así como acudir a Servicios Médicos Forenses. Una de las cosas que se realizaba al terminar las visitas a los lugares asignados por día era trasladarse a la plaza principal del municipio -excepto en Tuxpan- para colocar las mantas con fotografías de las personas que buscaban, así como mandar mensajes de paz y de incentivar que se acercaran a dar información sobre las desapariciones. Sobre esto último, se colocaba un Buzón de Paz para recabar información anónima que llevara a la localización de alguna persona, sobre fosas clandestinas o información relevante. Esto ayudó mucho en el sentido de poder contar con testimonios y rumores en cuanto a la desaparición de personas.

En el centro de Papantla, una mujer que vendía pan en la plaza miraba con mucha curiosidad y a la vez miedo a la Brigada, hasta que se decidió a romper el silencio y comentó:

¿Ustedes son los de la Brigada, ¿verdad? -al recibir una respuesta positiva, comenzó a llorar y dijo- No sé nada de mi hermano, se lo llevaron hace 8 años [en el 2012]. Nunca me he atrevido a decir nada porque me da miedo a que me hagan algo (Mujer Papantla I, 2020).

Unos minutos después, otra mujer se acercó y contó la historia de la desaparición de su esposo en el año 2010 y que no ha denunciado por temor a represalias. De igual manera, una tercera mujer, con mucho miedo, narró la historia de sus sobrinos desaparecidos en el mismo año. Ella comentó que tampoco han denunciado porque “te levantan -y dijo- La gente nos dice que no denunciemos, que a mis sobrinos ya los mataron y deshicieron sus cuerpos” (Mujer Papantla II, 2020). Al indagar sobre esto, contó sobre posibles sitios de exterminio, aunado a que surgió una de las enunciaciones dentro de este necroespacio para hablar de éstos: “a mis sobrinos ya no los van a encontrar, de seguro ya los cocinaron ahí” (Mujer Papantla II, 2020).

En Tantoyuca, de igual manera, la VBNBP llegó a la plaza principal y colocó sus mantas y Buzón de Paz. Ahí, mientras se colocaban fichas de búsqueda, una mujer se acercó para preguntar sobre la Brigada y, al verlas, dijo:

Uy no, mejor ya no busquen, a esos ya no los van a encontrar… Por eso mejor ni buscamos. A esos se los llevan a trabajar y ya luego los sueltan, muertos… sobre todo a indígenas que no hablan español, a esos se los llevan a cada rato. Por eso mejor no decimos nada, no nos vaya a pasar lo mismo (Mujer Tantoyuca, 2020).

De igual manera, en la visita al centro penitenciario del municipio de Misantla, una mujer recluida se acercó la Brigada para exponer que su hermano estaba desaparecido desde el año 2010. Con terror, expresó: “Aquí no. Hay que buscar otro lugar, porque aquí las paredes escuchan” (Mujer Misantla, 2020). Narró la historia de la desaparición de su hermano, que al inicio inició como secuestro y que desde entonces no tienen información de su paradero. Además, describió todas las complicaciones con las instituciones de procuración de justicia, intentos de extorsión y amenazas que ha vivido. Sobre esto último, relató que estaba recluida desde el año 2017 debido a que le imputaron un delito que no cometió, al parecer, por venganza de una pareja sentimental que es comandante de una policía municipal.

En la Búsqueda en Campo -eje de la Brigada que busca en terreno entierros clandestinos- se iba encontrando un panorama de difícil solaz. En concordancia con los pocos “indicios” de fosas clandestinas, lo que más bien iba saliendo a la luz eran los sitios de exterminio. Algunas familias que participaban en la búsqueda, así como rumores recogidos por la Brigada, decían que, de manera sorpresiva, los quemadores de gas de PEMEX aparentemente comenzaron a multiplicarse en la selva. Cuando intentaron buscar explicaciones a esto, lo que encontraron fue que más bien se trataba de cocinas en operación. Así comenzaron a enunciar estos sitios, donde las personas eran sistemáticamente exterminadas, incinerándolas o disolviéndolas en ácido. La Búsqueda en Campo encontró varios tambos y barriles de PEMEX abandonados en medio de la maleza con pruebas de que habían sido utilizados para este fin. En total, se encontraron 12 puntos utilizados para esto.

El punto aún más álgido de la búsqueda ocurrió cuando se visitó el rancho de La Gallera, ubicado en el municipio de Tihuatlán. Este predio, según información oficial obtenida desde el año 2011 y rumores de los habitantes, era una propiedad de una familia que fue secuestrada por Los Zetas, quienes pidieron como rescate que cedieran este terreno (Santiago, 2020-04-10). Sirvió como base de operaciones de la organización criminal. Detrás de la casa que se encuentra aquí, hay un enorme horno de piedra que, según las familias, estaba destinado a hacer zacahuil, el tamal más grande del mundo y típico de esta región veracruzana. En las declaraciones obtenidas por una persona detenida que decía ser parte de Los Zetas, dio explicaciones sobre la colusión entre autoridades y crimen organizado, así como de los actos de exterminio que se suscitaron ahí y otros posibles puntos similares en la región, a lo cual las autoridades hicieron caso omiso. Específicamente en el horno dentro de La Gallera, lo que se descubrió fue que las personas eran sistemáticamente incineradas y los restos enterrados alrededor del predio, buscando ocultar lo sucedido. En esta visita que se hizo en el marco de la VBNBP -puesto que no era la primera vez que era visitado por colectivos de familiares- nuevamente se encontraron pequeños restos óseos de muchas personas que fueron ultrajadas, incluso ropa infantil y artículos de bebés dentro de los restos. Al finalizar este día de búsqueda, una de las familiares dijo sin poder contener el llanto: “estamos acostumbrados a encontrar cuerpos” (Mujer Papantla III, 2020). Este enunciado fue proferido por varias personas durante los días siguientes, en un intento de elaborar lo que se había encontrado, aunado al gran asombro y horror que había generado por la gran dehumanización dentro de este contexto, así como de la posibilidad de que sus familiares hubieran sufrido ese destino:

Sí, porque en aquel entonces tú dices… cuánto sufrió mi hijo, lo maltratarían psicológicamente, no sé, se te vienen tantas cosas a la cabeza. Ya ves que, en aquel entonces, en el 2010, que los… cocinaban… que los… no, no… tantas cosas… ya… últimamente los secuestran y te los tiran… como… hecho pedazos, como quieran, pero ahora ya te los tiran… ahí… y antes te los desaparecían, te los quemaban, te los cocinaban, no sabemos… no sabemos (Familiares, 2020-02-17).

El miedo generalizado a hablar sobre lo sucedido es algo que se busca instaurar a partir del terror. El miedo no es sólo a la destrucción propia, sino a los otros, lo simbólico, lo social que da soporte a la vida misma (Benyakar, 2006; Mbembe, 2011). Esto es importante notar, ya que la búsqueda de control y la imagen de omnipotencia transmitidas por las entidades necroempoderadas imponen una configuración subjetiva a partir del terror, buscando el silencio y la fragmentación de vínculos, apelando a vivencias de desamparo y desvalimiento por parte de las personas que habitan ese lugar y, por lo tanto, aislándose. En el aislamiento y fragmentación de vínculos también se cercena la posibilidad de palabra y de intercambio (Kaës, 2010; Mbembe, 2018). Esta destrucción imaginaria, desubjetivante, por lo tanto, apela a un silencio tan contaminante que paraliza y, entonces, al no haber narrativa sobre ésta, es como si no hubiera ocurrido y coloca a las personas desaparecidas y sus familias en una zona de no-existencia. Entonces, la desaparición, como artefacto de la necropolítica, no es sólo la sustracción de la persona: el silenciamiento y el terror se generan a partir del “azar” de las víctimas, de la ilusión de que cualquiera puede ser desaparecido, cuando más bien se teledirige la muerte a estas personas manufacturadas como el blanco del soberano. Por lo tanto, el silenciamiento, el terror, son parte del dispositivo necropolítico desaparecedor. En ese sentido, las personas comienzan a aislarse:

P.- ¿Sabes porqué no denunciamos en Poza Rica? Porque tú vas con el Ministerio Público a querer denunciar y ya cuando… cuando antes de que te tomaran a ti la declaración, ya le estaban hablando al jefe de Los Zetas y a ti ya te desaparecían. Por eso optamos por ir a la Ciudad de México.

M.- Por eso, en el 2010, muchos se quedaron callados por lo que pasó y tenían miedo porque las mismas autoridades estaban metidas en todo eso y… ¿qué podías hacer? Miedo, temor, a que te quitaran otro hijo o te desaparecieran a tu mujer, a tu esposo o a toda la familia… no sabemos (Familiares, 2020-02-17).

Por lo tanto, el sistema capitalista, en su vertiente neoliberal y mediante la gubernamentalidad necropolítica, va produciendo la muerte física y subjetiva para garantizar su reproducción ¿Cómo escapar de este estado de cosas, hacer frente?

Buscando nos encontramos: los colectivos de búsqueda como re-producción de vida

La resistencia a estas formas de poder implica, según Fanon (1973), en no volver esa forma de representarse como parte de la identidad y rechazar, por lo tanto, la identificación con el estigma creado. Sin embargo, de manera individual puede volverse muy complejo:

Bueno, eso de los colectivos, a nosotros en realidad nos ha dado un poco más de… de… fuerza para poder este… No es lo mismo ir solitos nosotros dos, a veces ni nos reciben ni nos hacen caso, a que ya con el nombre del colectivo, “órale, vamos”, y cada quien trata su caso (Familiares, 2020-02-17).

En ese sentido, Mbembe (2018) menciona que el aislamiento produce un derrumbe en el sujeto, pues queda excluido del mundo y con un mal que se cree es responsabilidad suya. Por lo tanto, el intercambio con otro, romper el silencio y compartir lo común, en este caso, la desaparición de un familiar posibilita un cambio y una reconfiguración subjetiva:

M.- Pues yo, te soy sincera, yo sí me siento aislada, pero no me interesa… porque teniendo yo fuerzas, salud y todo… y que mis hijos, que es mi familia y él [refiriéndose a su esposo], que estén bien, de ahí, lo demás…

P.- Y en… los… en los colectivos hemos encontrado cobijo, unos con otros… esa es la familia que ha crecido, de nosotros… y este… y pues nos hemos sentido mejor (Familiares, 2020-02-17).

El dolor que implica tener a un ser querido desaparecido, aunado al estado de terror con los sitios de exterminio y otras formas de desdoblamiento del necropoder en el norte de Veracruz, ha dejado en parálisis a muchas personas, tal como se vio en los testimonios recabados. Pensar, sentir y hablar de las cocinas se vuelve una tarea casi imposible, pues implica un silencio muy contaminante, sobre todo si se hace de manera individual.

El intercambio entre los sujetos posibilita movimientos. El hecho de hablar de lo sucedido, hacer la búsqueda con otros que han vivido lo mismo, compartir el dolor y las reacciones afectivas, son cuestiones que armonizan con lo que Mbembe (2018) retoma del pensamiento fanoniano para poder hablar de la descolonización. Esto puede observarse cuando mujeres observan los movimientos de la VBNBP y se acercan a hablar por primera vez sobre lo sucedido. La Brigada, al llegar a esta zona de Veracruz, comienza a irrumpir en este estado de cosas con las acciones que va emprendiendo a través de todos sus ejes. Esto no significa pensar, de manera ingenua, que a partir de la búsqueda se revierta totalmente lo impuesto por la necropolítica. Lo que sí se puede pensar es en las situaciones que, a partir de la colectividad, comienzan a producir una subjetividad diferente:

M.- porque dicen que la unión hace la fuerza, pero… aparte de eso, nosotros iniciamos la denuncia de mi hijo y… hemos buscado a mi hijo durante 8 años…

P.- 9 años…

M.- Durante 9 años, perdón… independientes. Apenas tiene como año y medio que nos integramos a un colectivo… y pues sí, este… nos… mi esposo sobre todo, verdad, porque pues él es el que… trabaja, con los propios recursos de él, anduvimos buscando a mi hijo durante 9 años y ahorita pues… gracias a Dios, el gobierno, la CEAV [Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas] nos apoya con los viajes, viáticos de comidas y todo eso.

P.- Y le conseguimos becas, que es lo principal, lo que nosotros buscamos, a mis nietos (Familiares, 2020-02-17).

La familia sigue narrando durante la entrevista cuestiones que pudieron conseguir, en materia económica, para apoyar la búsqueda gracias al colectivo de familiares. Sin embargo, no sólo se posibilitan estas oportunidades. Haciendo un parangón y guardando las distancias con el caso argentino, vale la pena rescatar lo que Fernández (2021) habla respecto a las consignas políticas: los sentidos y formas de representarse la desaparición de personas dentro de los colectivos de búsqueda posibilita, en primera, cuestionar el estatus quo respecto a ésta; además, instituir nuevas significaciones y formas de representarla. Esto recuerda a una pregunta que uno de los familiares hizo durante la VBNBP ante el panorama desolador de las cocinas: “¿Cómo recordaremos en 100 años a los desaparecidos?” (Hombre Papantla I, 2020).

Habrá que proceder con cautela y no esperar que las familias de personas desaparecidas “arreglen” lo que sucede. Esto puede llevar a una romantización de la búsqueda y, por lo tanto, olvidar que el Estado tiene un papel que cumplir. Muchas instituciones gubernamentales encargadas de la búsqueda han sido gracias a las exigencias que las familias han hecho y en esta zona no fue la excepción. Al finalizar la VBNBP, se instó a que se declarara el Mecanismo Extraordinario de la Zona Norte de Veracruz, en donde se investigara el contexto de las desapariciones, la impunidad, el procesamiento de los hallazgos y que La Gallera sea constituido como un lugar de memoria. La búsqueda de personas desaparecidas no solamente es en terreno, puesto que las familias se refieren al Buzón de Paz, la visita a escuelas, marchas y consignas ante la sociedad como parte de la búsqueda. Además, buscando a sus seres queridos también se reencuentran, se reconocen y se dan lugar para expresar y sentir. Ahmed (2015) menciona que politizar el dolor significa desfetichizarlo y extraerlo del anquilosamiento. En ese sentido, estas zonas de no-existencia paralizan y amordazan al sujeto, por lo que volverlo público, político, hace que adquiera un papel más móvil y dinámico: se recupera la vida.

La madre en búsqueda de su hijo relató que, a partir de los colectivos, ha aprendido nuevas formas de hacer frente a escenarios atroces. Narró que la primera vez que acudió a La Gallera fue una experiencia atroz, pero que a partir de estar inserta en colectivos de búsqueda pudo inventar un nuevo sentido al acto religioso de prender una veladora:

O sea, he aprendido más porque yo siempre tenía esa mentalidad de decir: nomás (sic) a los muertos se les prende veladora, no… sino también a los seres vivos pa’ que… y o sea… cada uno va aprendiendo muchas cosas (Madre, 2020-02-17).

Por lo tanto, la potencia de lo colectivo produce nuevas representaciones o sentidos, la multiplicidad y diferencia a lo socialmente impuesto mueve el pensamiento y la acción que incluye lo afectivo y el dolor (Fernández, 2021). Es a partir de la creación que se hace frente a las zonas de no-existencia: la imaginación, la poética, cuestiones que, como menciona Mbembe (2018), apuntan a invertir la historia. Esa es la gran importancia del lema de la Brigada: Buscando nos encontramos.

Conclusiones

Este trabajo, a través de una mirada interdisciplinaria, buscó visibilizar la particularidad de un necroespacio y mostrar la importancia de investigaciones situadas sobre desaparición de personas en México para comprender cómo se despliegan entidades necroempoderadas para crear un estado de sitio. En este caso, las cocinas son una muestra del terror que puede imperar en un necroespacio no sólo por la destrucción física, sino por el estado de terror que se establece. Esto implica tomar en cuenta la configuración subjetiva que se constituye en una zona para producir cartografías en donde el neoliberalismo requiere producir muerte para garantizar su producción-reproducción. Por lo tanto, la manufacturación de zonas de no-existencia, de estigmas, criminalizaciones, son necesarias para ejercer la violencia directa, pero también son igual de devastadoras que la destrucción física, puesto conlleva a una parálisis, aislamiento y silencio de las personas que la viven. Esto pudo observarse a través de los testimonios recabados durante el trabajo de campo de la investigación, lo cual es de suma importancia para conocer la experiencia vivida de las personas que se encuentran en zonas geográficas de esta naturaleza y reconocer el yugo que viven.

También se muestra la importancia de complejizar el estudio de la violencia a través de miradas interdisciplinarias como el presente trabajo. No se pretende una ontología de la violencia, más bien aportar elementos para abrir nuevas preguntas, observar cuestiones que con una sola vertiente teórica no se podría. En el caso de espacios geográficos, reconocer que están circunscritos a marcos histórico-sociales que se ven influenciados en gran medida por éstos.

Se destaca la importancia de los colectivos de búsqueda como catalizadores de nuevas subjetividades que cuestionen y posibiliten salir de estas zonas de no-existencia y hacer frente al necropoder. Sin afán de romantizarlos, son de gran importancia tanto para constituir nuevos sentidos para hacer frente al necropoder y cuestionar el representar social hegemónico, como visibilizar sus experiencias y las formas en las que enfrentan al poder. Finalmente, reconocer la potencialidad que estas organizaciones tienen para resistir la violencia y poder pensar en la construcción de paz.

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1Este artículo parte de los resultados del trabajo de investigación “Impactos subjetivos de la desaparición de personas en una familia inserta en un contexto situado de violencia” para obtener el grado de Doctor en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y dirigida por la Dra. Fátima Flores Palacios. De igual manera, la discusión de esta propuesta se hizo en el marco del seminario “Cartografías de la búsqueda: investigaciones situadas sobre desaparición de personas en México” convocado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), el Observatorio Etnográfico de las Violencias (OEV) y el Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF), a quienes agradezco profundamente los comentarios y sugerencias. También agradecer a los dictaminadores por la lectura puntual y atinadas observaciones al texto. Además, este trabajo también es parte de la sistematización que la Comisión Psicosocial de Familiares en Búsqueda María Herrera intenta realizar, en la cual colaboro actualmente.

2Las estadísticas tendrán que tomarse con reserva y apelando a críticas que se han hecho. Cfr. Ramos-Lira, Saucedo-González y Saltijeral-Méndez (2016). Sin embargo, siguen siendo cifras alarmantes.

3Esto no implica pensar que aquí surge el combate al crimen organizado, pues desde la segunda mitad del siglo XX, el combate a la delincuencia y, en específico, al tráfico de drogas ilegales, se llevaba a cabo en territorio nacional con el cobijo de la “Guerra contra las drogas” iniciada por el expresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. En ese sentido, está el episodio en el llamado Triángulo Dorado conocido como Operación Cóndor en 1977. Lo importante de este punto temporal es que se convierte en una de las principales políticas de Estado que continúa hasta la actualidad. Cfr. Astorga (2015).

4Un momento cúspide de la actual administración federal en cuanto a la militarización es la propuesta de la Guardia Nacional, institución de seguridad que fue fundada bajo la ilusión de “panacea” para combatir la violencia y con la promesa de ser del fuero civil, pero que desde el 9 de septiembre de 2022 pertenece a la Secretaría de la Defensa Nacional (Aguirre, 2022-09-12).

5Hay que ser cautelosos respecto a la importancia fundamental que dan los autores a las cifras oficiales de homicidios para delimitar un necroespacio, ya que puede haber índices bajos respecto a delitos de alto impacto -concepto que se ha utilizado para “contabilizar” los delitos relacionados al crimen organizado y ampliamente criticado- y, sin embargo, los efectos devastadores a nivel físico y subjetivo sean importantes, como se revisará más adelante.

6 V. Martos y Jaloma (2017) sobre la historia, conformación y características de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas.

7La posición del investigador y las reacciones contra la ansiedad es un tema importante y escaso en la literatura científica, sobre todo en contextos de violencia. Para el caso de esta investigación, cfr. Márquez-Verduzco (2022).

8En los inicios de esta organización hubo exmiembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, unidad de élite del ejército mexicano de finales del siglo XX. Tiempo después se incorporaron kaibiles, soldados de élite del ejército guatemalteco. Cfr. Aguayo y Dayan (2020) y Pérez-Caballero (2016) para ahondar en su historia.

9Esta zona contempla los municipios de Poza Rica de Hidalgo, Papantla de Olarte, Cazones de Herrera, Coatzintla y Tihuatlán.

Recibido: 23 de Mayo de 2022; Aprobado: 05 de Agosto de 2022

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