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Economía UNAM

versão impressa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.6 no.18 Ciudad de México Set./Dez. 2009

 

Artículos

 

Oteando el futuro

 

A glimpse at the future

 

David Ibarra

 

Presidente del Comité Editorial, ECONOMlA UNAM. dibarra@prodigy.net.mx

 

Resumen

Las tercas realidades, señala el autor, acaban por imponerse a las construcciones sobrecargadas de ideología. La crisis financiera global ha puesto en entredicho el canon neoliberal y la forma de concebir a la globalización. Reconoce la ausencia de consenso entre los gobiernos y los especialistas sobre los cambios paradigmáticos que debieran implantarse como consecuencia de la crisis financiera global y sobre las salidas a la primera recesión de alcance planetario. Advierte que es posible inferir el sentido general de las mudanzas actualmente en gestación, pues el Estado mínimo deja de ser aspiración viable o razonable en términos económicos y políticos y anticipa un nuevo acomodo entre las sociedades y el mercado que llevará consigo oleadas de innovación institucional. La crisis tiene numerosas aristas y afecta a múltiples dimensiones de la vida social sobre todo en países cuya recuperación por fuerza seguirá con rezago a la del Primer Mundo. La dimensión económica exigiría desde la revisión de los paradigmas y modelos que alimentan a las políticas públicas, desde el diseño de políticas industriales, hasta la instrumentación de acciones contracíclicas que reduzcan los efectos nocivos de la depresión. Ya no cabe la división neoliberal de las funciones entre el Estado y el mercado. El intervencionismo gubernamental por necesidad ineludible pasará a ser característica más o menos permanente.

 

Abstract

Stubborn realities -points out the author- end up imposing themselves on the overloaded construction of ideology. The global financial crisis has resulted in a questioning of the neo-liberal cannon and of our concept of globalization. He recognizes the lack of consensus between governments and specialists regarding the changes in paradigm that should be implemented as a result of the global financial crisis and the forms of exit from the first recession with worldwide scope. He warns that it is possible to infer the general sense of the movements that are now in gestation; the minimal State is no longer a viable or reasonable aspiration in economic and political terms, and there is the anticipation of a new arrangement between societies and trade that will bring with it waves of institutional innovation. The crisis has many sides and it affects many dimensions of social life, especially in countries that will by force have a delayed recovery with respect to the first world. The economic aspect will demand a revision of the paradigms and models that feed public policy, the design of industrial policies, and even the implementation of countercyclical actions that may reduce the negative effects of this depression. The neo-liberal division of functions between State and commerce is no longer fitting. Due to unavoidable necessity, government interventionism will become a more or less permanent characteristic.

JEL classification: D63, D78, F01

 

Antecedentes

Desde Thomas Kuhn el relativismo de los paradigmas científicos o culturales los concibe como acuerdos de especialistas sobre el contenido, predicciones y hasta prescripciones de las diversas disciplinas. Los paradigmas reputados como científicos han de satisfacer normas de replicabilidad, así como ser validados empíricamente en su capacidad de predecir o controlar los fenómenos planteados en la teoría. En las ciencias naturales la evidencia empírica sirve para persuadir sobre la validez del paradigma. En economía se procede de manera distinta, primero se examina la validez deductiva del paradigma a partir de premisas subjetivas o no siempre realistas y luego se aducen pruebas empíricas generalmente parciales.En consecuencia, los cambios paradigmáticos en la economía no siempre resultan de planteamientos que perfeccionen la formulación anterior o que den una mejor explicación del comportamiento de ciertos fenómenos humanos. Invariablemente ofrecen verdades, anhelos sociales e individuales, entremezclados y sintetizados en planteamientos ideológicos atractivos. Aun así, cuando tienen alcance universal, esto es, cuando abarcan a ciudades y países desempeñan la función esencial, indispensable, de imprimir orden en las relaciones económicas internacionales atendiendo prioritariamente a la visión e intereses cambiantes de las naciones líderes. Por eso, los cambios de los paradigmas económicos universales siempre contienen elementos ideológicos que justifican los intereses de las potencias dominantes y alteraciones en la composición de los grupos beneficiados, promesas de un mejor futuro o negación de disonancias históricas inevitables en los países subordinados.En el sentido anotado, la sustitución del paradigma keynesiano por las tesis neoliberales, compendiadas en el Consenso de Washington, pretenden extender y afianzar la organización económica de mercado, haciéndola más y más independiente de los gobiernos y de las mismas especificidades nacionales. Hay un tufo antidemocrático en la predisposición a sostener que las decisiones individuales -con alguna excepción, tratándose de bienes públicos- resultan siempre superiores a las decisiones colectivas. A su vez, se afirma que la globalización entendida como la eliminación de fronteras económicas conduce a resultados económicos imposibles de conseguir a escala de los mercados nacionales, aunque se pasan por alto sus efectos distributivos y los costos políticos de la autonomía constreñida de los gobiernos. En consecuencia, alcanzar la supremacía del mercado llevó a desplazar los objetivos del bienestar social, el empleo o el crecimiento por metas instrumentales que la hagan posible: liberalizar, estabilizar, privatizar. Así, la sabiduría del mercado ha de prevalecer sobre los designios estatales, frecuentemente proclives, se afirma, al error y a la corrupción.

En materia de política fiscal se proclaman las ventajas del equilibrio presupuestal en cualquier circunstancia, la supresión de aranceles y subsidios, la reducción de los impuestos directos, la restricción al crédito público. Por tanto, se suprime el grueso de las funciones contracíclicas y desarrollistas de los estados, haciendo de la política monetaria de bancos centrales independientes la columna vertebral de las políticas macroeconómicas. Al propio tiempo, se recomendó o impuso la liberación financiera interna y externa, validando la hipótesis de que los mercados disponen de la información más completa para asignar de manera óptima los recursos financieros (Efficient Market Hypothesis). Así, el paradigma neoliberal tanto desde el ángulo fiscal como del financiero erradica los apoyos centrales de las políticas industriales y del empleo.

En lo que toca a la política social, el paradigma establecido le asigna un papel subordinado con respecto a las estrategias económicas. Cuando más, se admite la formulación de programas que alivien a la pobreza generada por el propio modelo económico, pero sin conceder derechos sociales exigibles ni justificar acciones que la erradiquen por encima de los objetivos estabilizadores.

Sin embargo, al cabo del tiempo, las tercas realidades acaban por imponerse a las construcciones sobrecargadas de ideología. La crisis financiera global pone en entredicho al canon neoliberal y la forma de concebir hasta ahora a la globalización. No existe aún consenso entre los gobiernos, ni entre los especialistas, sobre los cambios paradigmáticos que debieran implantarse, ni sobre las salidas a la primera recesión sincrónica de alcance planetario. Algunos ven el problema como un ciclo recesivo quizás más agudo, pero sin implicaciones que fuercen al reemplazo de las instituciones o poderes económicos dominantes: el sistema de mercado prevalecerá sin alteraciones sustantivas.

En esa hipótesis, las predicciones varían entre quienes postulan una rápida recuperación en V, después del receso, los que creen que la salida de la crisis será lenta en forma de U y los que prevén un largo período de cuasi-estancamiento en L, como ocurrió en Japón durante la década de los noventa. En cualquiera de esos casos, la hipótesis central es que el sistema de mercado prevalecerá sin mayores cambios en sus reglas vigentes y sin desplazamiento de las clases empresariales o de las naciones líderes en la actualidad. El ciclo depresivo podrá ser más hondo, pero volverá la prosperidad como ha ocurrido tantas veces en el pasado.1

Por supuesto, hay opiniones que postulan transformaciones de mayor envergadura en los sistemas económicos y políticos del mundo. Los excesos y las inestabilidades de los mercados libres con su dolor humano y sus enormes pérdidas económicas llevarán a cambios en los valores y las estructuras que definirán a los sistemas de gobierno del futuro. Tales tesis tienen como punto de partida el reconocimiento de que el neoliberalismo, junto a intensificar la volatilidad del mercado, concentró los beneficios económicos en los estratos de alto ingreso e hizo del consumismo -con su secuela de sobreendeudamiento de familias y países- la fuente fundamental de un crecimiento disparejo e insostenible, aun entre los miembros del Primer Mundo.2

Hoy, muchos países necesitan invertir más y consumir menos, otros requieren gastar más y ahorrar menos para corregir los grandes desequilibrios en el comercio y el financiamiento internacionales.3 En consecuencia, resulta inescapable remodelar el orden global y el interno de los estados. Al propio tiempo, junto a la caída económica, habrá que encarar los peligros interrelacionados de las crisis ecológica, energética o alimentaria mundiales que alteran significativamente las bases tecnológicas de la producción de los países por medio de acuerdos multinacionales que fijen criterios estrictos sobre el crecimiento sustentable. Del lado político, habría que resolver la confrontación de perspectivas entre los países líderes que redujo los alcances de las medidas anti-crisis de las últimas cumbres del G-20 y habría que comprometer esfuerzos no sólo para recobrar la estabilidad del crecimiento, sino también para restablecer la legitimidad política de los gobiernos, indisolublemente asociada a la redistribución del ingreso en favor de los pobres y de las clases medias, como ha señalado reiteradamente el presidente Obama.

Por supuesto, no falta un tercer grupo de opinión más radical que ve en la crisis actual el inicio del desmoronamiento del capitalismo, como un proceso análogo pero diferente al que ocurrió con el socialismo soviético a fines de la década de los ochenta. Conforme a esta hipótesis, aguarda al mundo una mudanza de proporciones enormes cuyos perfiles resultan en extremo difícil anticipar.4

En suma, siendo difícil develar con alguna precisión el futuro, si se contrastan las reglas del canon neoliberal con las políticas públicas de los países líderes en respuesta a la crisis y se observa la traslación paulatina de las capacidades económicas del mundo, es posible inferir el sentido general de las mudanzas reales y paradigmáticas en gestación.

 

Los hechos

El criterio neoliberal de acotar al máximo el ámbito de acción económica de los estados mediante la privatización de empresas públicas y otros medios, queda vulnerado por las políticas de múltiples gobiernos sea para revitalizar la demanda, rescatar a instituciones financieras o apoyar a grandes empresas en peligro de quiebra. El intervencionismo de nuevo cuño -defensivo no de fomento-, abarca desde la nacionalización de instituciones y la compra de activos tóxicos, hasta el otorgamiento de créditos y garantías. Los casos más conspicuos son los de Citi-Group, AIG (American International Group), Fannie Mae, Freddie Mac, General Motors y Chrysler en Estados Unidos, Northern Rock, Royal Bank of Scotia en Inglaterra, UBS en Suiza, así como operaciones semejantes de rescate en Alemania y otros países.5

Como consecuencia, la supuesta eficiencia de los mercados en comparación con el Estado ha quedado en entredicho y las fallas de mercado en vez de ser resueltas por los propios mercados, requieren de la intervención pública. Como cualquier institución humana, Estado y mercado resultan falibles.

También, ha sido rebasada la premisa neoliberal del equilibrio presupuestal6 concebida no sólo para favorecer la estabilidad de precios, sino también reducir la autonomía económica de los gobiernos y trasvasar el meollo de la administración macroeconómica a la política monetaria.

En la actualidad, ambos términos de la ecuación conservadora han quedado rotos. La capacidad regulatoria del ciclo económico de las políticas monetarias está menguada. Primero, por designio o error, sólo se cuidó de la evolución de los precios de los bienes finales, pero no la de los activos, raíz y razón de las burbujas inflacionarias (accionarias, inmobiliarias, de las commodities), que han desequilibrado repetidamente a los mercados. Segundo, se atribuyó al manejo de las tasas de interés de los bancos centrales, el poder suficiente para conducir la actividad económica dentro de cauces siempre estables. Sin embargo, se pasó por alto que cuando las tasas de interés se reducen a límites cercanos a cero, la política monetaria pierde su capacidad de reactivar la demanda y evitar la deflación.7

Los bancos centrales usaron inútilmente sus instrumentos ordinarios de acción frente a la crisis: redujeron las tasas de interés y pusieron a disposición del sector financiero liquidez grandemente acrecentada; aligeraron las regulaciones de elegibilidad al redescuento y a las garantías colaterales, abriendo acceso de sus facilidades a nuevos agentes financieros, creando mecanismos de "swaps" en moneda extranjera o apoyos a la liquidez cambiaria. Más aún, en contravención a los criterios de limitar el financiamiento a los gobiernos y de no hacer operaciones con negocios privados, esas instituciones echaron mano de medidas extraordinarias: adquieren acciones o partes sociales de empresas (Japón, Inglaterra, Estados Unidos, India, Hong Kong), compran deuda privada (Inglaterra, Japón, Estados Unidos, Canadá), toman instrumentos de deuda pública (Estados Unidos, Suiza, Inglaterra) o inyectan recursos al rescate de negocios empresariales (Japón, Estados Unidos, Inglaterra, Suiza),8 muchas veces financiados con la simple emisión monetaria. Asimismo, algunos países han impuesto controles a los movimientos de capitales (Colombia, China, Ecuador, Singapur).

El viejo consenso de que la banca central sólo debía responsabilizarse por lograr una inflación baja, no contribuir al endeudamiento público e incluso abandonar la supervisión de los agentes financieros se ha violentado con creces. Y por eso, hoy se discuten aceleradamente, la amplitud de las facultades regulatorias y de salvamento de los bancos centrales, lo mismo en Estados Unidos que en Inglaterra. Como señaló El Economista,9 estas instituciones están forzadas a revisar sus instrumentos y hasta recalibrar sus metas más apreciadas.

En suma, el Primer Mundo incorpora medidas monetarias heterodoxas, así como instrumentos keynesianos de gasto en contravención al monetarismo de pura cepa, venciendo, incluso la repulsión a los presupuestos desequilibrados y al proteccionismo. Las previsiones del FMI,10 anticipan déficit presupuestal promedio de los países industrializados de casi 9% de sus productos a fin de 2009 (13.6% sólo en Estados Unidos). El propio FMI recomienda a los gobiernos incrementar su gasto en 2% del producto, como medida indispensable a la recuperación de la demanda mundial. Diecisiete de los miembros del G-20 han instrumentado alguna medida proteccionista. Muchos gobiernos, forzados o no, emprenden acciones que comienzan a generar devaluaciones competitivas.11

Asimismo, el rescate de empresas ha despertado temores conservadores sobre los alcances del intervencionismo gubernamental o sobre su permanencia en el tiempo. Asimismo, el uso agresivo de la política fiscal abre interrogantes sobre la sostenibilidad del endeudamiento público en que se está incurriendo. En el futuro tendrán que encontrarse las respuestas a esos problemas, ya sea revirtiendo la nacionalización de empresas, elevando impuestos o fomentando ahorro privado y público. Con todo, hoy por hoy, la hondura del receso económico y las limitaciones de la política ortodoxa han hermanado políticas keynesianas y monetarias que antes parecían incompatibles. Ya son cosa del pasado los dogmas del equilibrio presupuestario, como los topes convenidos, por ejemplo, en la Unión Europea sobre los déficit o los endeudamientos públicos.12

El orden económico internacional posterior a Bretton Woods persiguió con éxito la abolición del proteccionismo, la apertura económica de las fronteras y la formación de un sistema global e interdependiente de mercados. Al menos durante más de dos décadas los volúmenes de comercio han doblado la tasa de ascenso del producto y el financiamiento a los países emergentes ha triplicado esa tasa. La producción mundial se ha fraccionado para incorporar los recursos humanos y naturales mejores y baratos provenientes de las más diversas localizaciones que luego se arman o terminan hasta ser colocados en los diversos mercados. Los principales beneficiarios han sido las grandes empresas transnacionales y los países que supieron conformar la apertura externa con la política industrial interna.

La globalización con todos sus efectos positivos, trajo consecuencias imprevistas, no siempre favorables. Una primera, consiste en alentar desequilibrios enormes en las corrientes del comercio entre países que se compensan con flujos financieros inversos, ambos insostenibles en el largo plazo. Entre 2001 y 2008, el conjunto de los países industrializados tuvo un déficit en sus cuentas corrientes que crecieron de 207 a 465 miles de millones de dólares por año. En contraste, los superávit de los países emergentes subieron de 47 a 714 miles de millones de dólares en los mismos años. Más específicamente, la solución constructiva a los desequilibrios sino-norteamericanos o los que planteara la India, requiere del establecimiento de instituciones multilaterales con peso en la remodelación de las reglas del orden económico internacional.13

Las estrategias de desarrollo hacia afuera que significaran una salida a la estrechez de los mercados internos del Tercer Mundo y una forma novedosa de dominación de las potencias líderes, se han cerrado al menos parcialmente. Estados Unidos dejan de ser el importador de última instancia y, de modo más general, la depresión del mundo ha abatido la demanda agregada global, imponiendo ás que las producciones nacionales. Asimismo, la corrección de los desequilibrios del comercio global tendrán tarde o temprano el efecto de forzar el cambio del sistema universal de reservas de los bancos centrales. El dólar perderá preeminencia al convertirse en un activo de valor cuestionado y hacer necesario su remplazo por un sistema concentrado de reservas de divisas.

A su vez, la alta movilidad de la inversión y de los recursos financieros dieron enorme ventaja a las empresas, y crearon el "outsourcing" global del empleo, una de las causas del retraimiento generalizado de los salarios respecto a las utilidades en el mundo. A lo anterior se añaden las políticas globalizantes de menor intervención estatal, inflación reducida, liberalización del comercio, bajos impuestos y desregulación de los mercados de trabajo que al ser adoptadas por casi todos los países, significa alterar radicalmente los grupos de ganadores y perdedores del juego económico y la distribución consecuente de los ingresos. Pierden las empresas antes protegidas —las más en los países en desarrollo— ganan los exportadores y las empresas transnacionales; pierden los salarios de los trabajadores y ganan participación las utilidades privadas; con la crisis esos mismos fenómenos acentúan la contracción de la demanda global.

Uno de los acompañantes de la abolición de las fronteras económicas es la internacionalización del crimen, el llamado lado oscuro de la globalización. Ahora convive el crimen transfronterizo con la violación de normas a simple escala nacional. Los estados con el monopolio territorial del uso de la fuerza, se encuentran desprovistos de instrumentos para combatir con eficacia un fenómeno típicamente extraterritorial, impulsado por fuerzas poderosas de mercado, como el narcotráfico.14 Ello, no obstante, ante la impotencia o el desgano de los gobiernos por atender otras demandas apremiantes de la población, hacen uso ideológico del problema, sea para transformarlo en guerra al terrorismo o al desorden interno. Así, con giros inevitables hacia el autoritarismo, los estados nacionales buscan fortalecer sus posturas ideológicas, mientras dejan de lado imprimir alcance global a las leyes anti-crimen y a las de protección social de las poblaciones, así como hacer avanzar las garantías internas al empleo y a la abolición o compensación de crisis destructivas.

Según la Organización Mundial del Comercio alrededor de 2.7 miles de millones de personas viven con ingresos inferiores a dos dólares por día15 y la pobreza se acrecienta sobre todo en los países periféricos. Con todo, la pobreza continúa, sigue planteando uno de los problemas morales y políticos más graves en el mundo. Entre 1980 y 1997, 33 países alcanzaron tasas de crecimiento de 3%, mientras 59 experimentaron decrecimiento.16 Más aún, dentro de las sociedades y entre las mismas, no sólo pesa la pobreza, sino desigualdades crecientes, consecuencia de exaltar el individualismo sobre las virtudes de la solidaridad colectiva. Con diferencias entre naciones, el desempleo -temporal y crónico- y la desigualdad de ingresos se intensifican en el mundo durante las últimas dos décadas.17 Aun entre los países industrializados se presenta dicho fenómeno. Dos tercios de los miembros de la oecd han visto acentuarse sus disparidades distributivas, a paso y medida que ha caído la influencia política y la participación de los trabajadores en el producto (-15%) no sólo por razones de los cambios tecnológicos o de la estructura de la producción, sino debido a su menor poder negociador.18 Los países emergentes más exitosos han reducido la pobreza, como en China o Chile, pero han visto recrudecerse en alto grado la desigualdad. Corregir estas últimas no sólo es cuestión de elevar crecimiento y empleo, sino de instrumentar exprofeso políticas redistributivas decididas.

Las desigualdades norte-sur no han cesado de existir y ahora se han complicado con diferenciales entre las naciones en desarrollo. Entre 1973 y 2001 el ingreso por habitante de las zonas industrializadas se elevó a razón de 2% anual. América Latina (0.4%), África (0.2%), Europa del Este (0.7%), se rezagan con respecto al Primer Mundo. La excepción está constituida por China (5.3%), la India (3.0%) y otros países asiáticos. Con algún repunte de las zonas en desarrollo entre 2001 y 2007, hoy se repite el mismo fenómeno, acentuado por el receso económico global de 2008. Según el Banco Mundial,19 las naciones en desarrollo apenas crecerán a razón de 1.2% en 2009, después de 7% en 1997, pero si se excluye a China y la India la tasa (-1.6%) se torna negativa.

A lo anterior se añade el ascenso del desempleo y del empleo informal especialmente pronunciado en la crisis. Pero aún antes, la desocupación abierta tendía a hacerse de larga duración en el Primer Mundo, mientras en la periferia tomaba cuerpo la explosión del empleo informal, carente de garantías sociales.20

La cuarta consecuencia no del todo anticipada y de efectos a más largo plazo, se sintetiza en la reconfiguración acelerada de los centros de poder económicos del mundo.21 Las matrices productivas, del comercio exterior y de las finanzas se traslada de Occidente a los países del este y sur de Asia. Baste al respecto examinar algunas cifras. En 1973, China (4.6%) y la India (3.1%) generaban 7.7% del producto mundial, cifra que se eleva a 16.6% en 1998 para seguir subiendo aceleradamente. Ya en 2006, el valor agregado de esas economías rebasaba a los dos tercios de la economía norteamericana o a 70% de la zona del euro. Asimismo, las tasas positivas de crecimiento esperadas de China (6.5%) y de la India (4.5%) durante el año en curso (2009) contrastan con las cifras negativas de Estados Unidos (-2.8%) y de Europa (-4.2%) en las proyecciones del FMI.

En términos más específicos, la reconfiguración económica internacional aún antes de la crisis, ya ubicaba a China en el segundo lugar por su tamaño económico, en primer lugar como productora agrícola, de energía y de tenedora de reservas internacionales de divisas, en tercer lugar entre las potencias industriales y exportadoras de bienes; y quizá en primer lugar entre las naciones que más contribuyan al calentamiento global. Acaso, ya ha comenzado un proceso de transferencia de la primacía económica hacia esos países, semejante a la que ocurrió en tiempos pasados entre Holanda e Inglaterra y después entre este último país y Estados Unidos.

La estructura de la matriz financiera del mundo también se altera radicalmente. Las naciones del Primer Mundo abandonan el papel de proveedoras de ahorros a los países periféricos para facilitar su desarrollo y, a la vez, mantener la disciplina necesaria al orden económico internacional que estuviese vigente. Hoy parece prevalecer la situación inversa por cuanto es el ahorro de los países del Tercer Mundo, el que sostiene la inversión y al consumo de muchas naciones industrializadas. Se trata de un proceso acelerado que ha reducido las tenencias de d ivisas del Primer Mundo de 43% en el año 2000 a sólo 25% en 2008 y si se excluye Japón, de 26 a 10%. Es decir, en el Pacífico Sur y Oriente se concentran 47% (62% incluyendo al Japón) de las reservas internacionales. Asimismo, las tenencias de las divisas de los países emergentes han subido de 57 a 75% en menos de 10 años, donde China (23%) ocupa el lugar principal (véase el cuadro anexo). Y, sin embargo, ello no se refleja todavía en cambios en las instituciones políticas y normas del orden económico mundial ni de las posiciones directivas de los organismos financieros multinacionales.

 

El futuro

No puede predecirse el término de la depresión mundial ni los cambios en normas e instituciones que sobrevendrán. Sin duda, sufrirán alteraciones sustantivas los modelos de desarrollo tipificados, sea por la división entre las funciones del Estado y del mercado, o por la inclinación de las políticas de desarrollo entre las exportaciones o el consumo interno. El Estado mínimo deja de ser aspiración viable o razonable en términos económicos y políticos, así como la confianza en la capacidad autocorrectiva de los mercados. A su vez, las experiencias exitosas de muchos países asiáticos marcan ya el renacimiento de las políticas industriales y del empleo. De su lado, la sostenibilidad de la ecología, la búsqueda de fuentes energéticas limpias, las insuficiencias previsibles de la oferta alimentaria -sobre todo a las regiones pobres-, constituyen restricciones insalvables al modelo tecnológico y de crecimiento todavía vigentes. Todo ello, constituye el preámbulo de un nuevo acomodo entre las sociedades y el mercado que llevará consigo oleadas de innovación institucional.

Una vez roto el dogma de la superioridad intrínseca del mercado,22 la intervención estatal vuelve por sus fueros, sea en el sentido de asociar una inflación baja con una distribución aceptable de ingresos o con la inmunización de las economías frente a fluctuaciones destructivas de riqueza y empleos. De la misma manera, habrá que corregir el consumismo norteamericano y de otros países o el excesivo ahorro asiático, en tanto fuentes de desequilibrios de la economía globalizada. La sociedad estadounidense tendrá que acrecentar el ahorro de familias y gobierno, ante la presión del endeudamiento y los déficit fiscal y de pagos. A su vez, las autoridades chinas se verán en la necesidad de estimular el consumo interno para asegurar en lo interno equilibrios sociales indispensables y fincar su futuro énfasis en las exportaciones.

El manejo macroeconómico de los gobiernos sufrirá por igual cambios de significación. La realidad ha desacreditado la hipótesis de los mercados eficientes. La noción de que las bolsas accionarias de bancos son casi perfectas, que acumulan y digieren la información disponible mejor que nadie, no pasa ya de constituir un mito, presumiblemente al servicio de los intereses financieros.23

El monetarismo habrá de reconocer sus limitaciones y abrir las puertas a la colaboración y hasta al predominio de las acciones fiscales, regulatorias e intervencionistas de los estados. La época de oro del economicismo y de la autonomía de los bancos centrales, declinará en la medida que asciende el poder de las legislaturas y de los ministerios de hacienda. No se abandonará la lucha por la estabilidad de precios, pero cobrarán estatura los objetivos de la estabilidad del empleo o del crecimiento. Con ello, los propios bancos centrales comenzarán a perder su preciado aislamiento de la política.

En una palabra, el péndulo ideológico ha invertido su curso, la política gana algún terreno que le habían arrebatado dictados económicos inapelables. Comienza el fin de la época de la desregulación y de la extrema libertad de los mercados, crece la convicción de que el crecimiento no tiene porqué ir acompañado de desigualdad o desempleo y que un Estado activista, con mayor autonomía es condición ineludible a la estabilidad de las economías y al bienestar de las poblaciones. En particular, la educación y la salud recibirán considerable prelación. En contraste, el sector financiero de los países reducirá su tamaño, quedará sujeto a normas regulatorias más estrictas, sea para moderar o evitar las peligrosas burbujas de los activos, someter a escrutinio a los bancos de inversión y los fondos de riesgo o frenar el apalancamiento excesivo de las instituciones financieras.24 Y al propio tiempo —como se dijo— cobran peso y se transformarán en políticas cada vez más activas las preocupaciones sobre el deterioro del medio ambiente, ética y el abasto mundial de alimentos.

Habrá que esperar los reflejos del impacto de la crisis y de sus remedios en el futuro papel del sector financiero en las economías del Primer Mundo y el ritmo de su difusión internacional. Como mínimo se atenuará la influencia de los fondos bancarios y de inversión en hacer de la maximización del "shareholder value", el objetivo único de todas las empresas bajo su férula.25 Con alta probabilidad los sectores financieros cubrirán algo del costo de la crisis, se reducirán los estipendios escandalosos de los altos mandos financieros y el libertinaje de los paraísos fiscales. Por último, como en China, los países tenderán a preservar bajo el dominio nacional a las actividades bancarias y financieras principales. De la misma manera, en el campo fiscal el péndulo tenderá a inclinarse por acrecentar los tributos directos a los grupos adinerados, como por corregir los deterioros del gasto social o de los sistemas de pensiones.

En la arena internacional es cada vez más evidente el imperativo de establecer gradualmente un orden internacional distinto, con mayores ingredientes normativos y con participación ampliada de los países en desarrollo. Ante el desbarajuste de la economía global las estrategias de crecimiento hacia fuera tendrán que revisarse ante la contracción sincrónica y quizás prolongada de la demanda mundial y la imposibilidad norteamericana de seguir ejerciendo el papel de importador de última instancia. Asimismo, en un mundo de crédito e inversión extranjera recortados de alteración en las fuentes de ahorro del mundo, los organismos multilaterales cobrarán vigencia redoblada pero, al propio tiempo, tendrán que dar prelación primaria a impulsar el desarrollo, incluso como requisito a la recuperación de la demanda global. Todo ello justifica acrecentar la influencia de los países emergentes en esas instituciones. De un lado, conviene democratizar decisiones en torno a los retoques inevitables a las normas del orden económico internacional. De otro, debiera reconocerse explícitamente el peso económico y la capacidad de generación de ahorro en el financiamiento global que han adquirido los propios países emergentes.

Globalización y apertura de mercados han tejido estrechos nexos de interdependencia entre los diferentes mercados. Al propio tiempo, han acentuado la fragilidad de los gobiernos ante la cesión de soberanía y la sincronización de los ciclos nacionales en recesiones que, por primera vez, alcanzan dimensiones planetarias. En tales condiciones, el descontento causado por la crisis, hace que los partidos en el gobierno, independientemente de su inclinación ideológica a la derecha o a la izquierda, pierdan terreno en las votaciones. De ahí la necesidad de diseñar instituciones y normas que echen a andar políticas contracíclicas de alcance global y establezcan otros ordenamientos indispensables. Hasta ahora —como se comprobó en la primera reunión del G-20—, el celo autonómico o las visiones encontradas de los países líderes, limitaron o cancelaron la posibilidad de avanzar con rapidez en subsanar la crisis global, en instrumentar políticas fiscales al unísono o en establecer regulaciones financieras comunes, aplicables sin excepción a todos los países. Mientras subsistan esos disensos, no habrá otra opción que redoblar los controles intervencionistas nacionales sobre economía y finanzas.

En materia de política nacional, será difícil que ciudadanos de países democráticos continúen avalando la prolongación del proceso de concentración de ingresos, pasivamente permitan la volatilidad económica o de ciclos destructivos recurrentes, así como la erosión ascendente de la autonomía de los gobiernos. El punto de inflexión en el clima de opinión ciudadana está dado por las enormes pérdidas en los activos y el ingreso de las clases medias en los mercados inmobiliarios, en las bolsas de valores, en los fondos de pensión, unidos al acrecentamiento del desempleo y la pobreza en los países industrializados y en desarrollo. De ahí, la creciente inclinación de legislaturas y gobiernos por mejorar los instrumentos de protección a las poblaciones en desmedro de las soluciones puras de mercado.

Sin duda, los intereses del sector financiero, el más importante y hasta ahora más dinámico de las economías líderes del mundo, ofrecerá oposición abierta en una intensa confrontación con los gobiernos reformistas. Así se percibe en el congreso de Estados Unidos en cuanto a favorecer la socialización de pérdidas de empresas e instituciones en apuros o en limitar las regulaciones destinadas a forzar la venta de activos tóxicos, restringir la concesión de créditos riesgosos de bancos e instituciones parabancarias o en poner topes a las remuneraciones de los ejecutivos financieros. Seremos testigos, quizá participantes, de intensas confrontaciones ideológicas. Quiérase o no, las mudanzas en las políticas públicas, llevan a configurar nóminas distintas de ganadores y perdedores del juego económico que inevitablemente implica la ruptura de intereses creados. Así lo demuestra la recia oposición a la regulación de las remuneraciones de los funcionarios del sector financiero o los escollos levantados en contra de la reforma al sistema norteamericano de salud, propuestas ambas por el presidente Obama. O la confrontación de remedios y perspectivas entre los países líderes que redujo los alcances de las medidas anti-crisis de la cumbre del G-20.

Es posible que las medidas tomadas por la mayoría de las naciones pronto hagan tocar fondo a la crisis global e incluso que pueda restablecer parcialmente el status quo ante del sector financiero. Aun así, la depresión será prolongada al depender de la reconstrucción pausada de instituciones y políticas públicas a escala nacional y universal. Esa situación podría alimentar insatisfacción ciudadana sobre las promesas económicas de los gobiernos, sobre los planteamientos ideológicos de los partidos políticos y dudas sobre los alcances de la misma democracia electoral.

En el caso de varios países latinoamericanos, la enseñanza principal del desbarajuste económico debiera conducir a usar y crear deliberadamente márgenes de acción a la autonomía nacional, aún pasando por alto muchos de los dictados del canon neoliberal. Es difícil esperar demanda o ayuda externa suficientes para paliar la crisis en ausencia de acuerdos internacionales o de una suerte de gobierno mundial, ambos todavía lejos de concretarse. Estamos a la cola de la recuperación mundial, librados a nuestras propias fuerzas ante la caída de la demanda externa, del financiamiento internacional y del empleo interno. Ya los pronósticos habitualmente optimistas de la OCDE anticipan una caída de 8% del producto mexicano en 2009.

Con todo, la hondura de la crisis económica y la flexibilización de las restricciones del orden internacional aneja la adopción de medidas heterodoxas en el Primer Mundo, facilitan la revisión crítica de los paradigmas neoliberales. Hay latitud para abordar con mayor autonomía programas contracíclicos de corto plazo, así como objetivos de mayor envergadura -políticas industriales, fiscales, de control financiero, de empleo y de integración social-, cuya ausencia influyó decisivamente en el rezago latinoamericano y, su presencia, en el avance de buena parte de Asia. Además de los cambios en el ámbito internacional, las tensiones sociales internas favorecen a los gobiernos de inclinaciones progresistas en el desapego crítico al Consenso de Washington. En consecuencia, el modelo de crecimiento latinoamericano podrá revisarse con menos presiones para conciliar los mejores atributos de Estado con los del mercado o para aliviar la abrumadora subordinación de las políticas sociales a las económicas.

Para los países en desarrollo con sus ventajas, inconvenientes y contradicciones, los acontecimientos reseñados anuncian el inicio de otro proceso adaptativo y costoso al orden internacional en formación. A la dirección de los procesos de cambio del orden económico internacional ya mencionados, se suman otros que responden a problemas críticos o casi críticos de alcance planetario, sean de orden moral, productivo o de sobrevivencia. La revolución de los derechos humanos en la esfera socio-democrática es el correlato de la inestabilidad o injusticias sociales, subproducto de la globalización. Por igual, algunas de las viejas bases de la civilización industrial del mundo generen riesgos a la humanidad o límites a la prosperidad asequible de seguirse las sendas establecidas siglos atrás. Por eso, el orden internacional en gestación pondrá énfasis creciente en la universalización de los derechos humanos, en el cuidado de la ecología y en el desarrollo de fuentes limpias de energía.26 En consecuencia, importa reconstruir bien y de prisa las políticas nacionales, so pena de repetir los costosos atrasos experimentados por América Latina y otras regiones del mundo en el pasado reciente.

La crisis tiene numerosas aristas y afecta a múltiples dimensiones de la vida social sobre todo en países cuya recuperación por fuerza seguirá con rezago a la del Primer Mundo. La dimensión económica exigiría desde la revisión de los paradigmas y modelos que alimentan a las políticas públicas, desde el diseño de políticas industriales, hasta la instrumentación de acciones contracíclicas que reduzcan los efectos nocivos de la depresión. Ya no cabe la división neoliberal de las funciones entre el Estado y el mercado. El intervencionismo gubernamental por necesidad ineludible pasará a ser característica más o menos permanente y con ribetes desarrollistas.

Las políticas sociales enfrentadas al deterioro de la protección ciudadana y el impacto brutal del receso, también necesitan ser liberadas del juego economicista que obstruyó el empleo y la universalización de los accesos a servicios públicos esenciales. Las metas sociales del futuro no podrán limitarse a paliar —que no resolver—, los efectos de la pobreza y exclusión, asociadas al modelo económico dominante. Las metas sociales habrán de girar en torno al empleo, equipararse en jerarquía, sin subordinación, a las del orden mercantil hasta lograr equilibrios razonables, sancionados democráticamente por las poblaciones.

Por eso, convendría aflojar los cerrojos también economicistas al juego político de partidos y legislaturas. La tarea es ardua por cuanto implica arrebatar concesiones a las elites de los países, con poder tanto económico, como político. El propósito sería el de inducir el tránsito de la democracia formal a una democracia sustantiva que abriese a la participación y conciliación ciudadanas las decisiones fundamentales sobre el bienestar social y los derechos humanos de las poblaciones. En tal contexto, se fortalecerán los derechos de los grupos hasta ahora excluidos del poder político.

Junto a la obsesión neoliberal por abatir la inflación -aun sin crecimiento-, ha surgido en algunos países otra tarea igualmente absorbente de las energías gubernamentales. Se trata de abatir manu militari, la corrupción o la violación de las leyes, ostensibles en el tráfico de drogas o el llamado crimen organizado. Sin duda, se trata de objetivos válidos en sí mismos, aunque casi imposibles de alcanzar mientras se dejen de lado otros fenómenos que los alimentan y con los cuales están inextricablemente relacionados. La descomposición social en sus manifestaciones más oscuras, no es sólo resultado de valores culturales distorsionados, sino del clima de anomia causado por la desatención a demandas ciudadanas legítimas, asociada a la insuficiencia del empleo, la pobreza, la impunidad, la falta de representatividad de los partidos políticos. Quiérase o no, el problema de la violación cotidiana del estado de derecho es más compleja de lo que podría alcanzarse simplemente con mayores dosis de presión autoritaria. El camino de restablecer o fortalecer a cualquier costo el orden elitista, ha sido recorrido por América Latina en múltiples ocasiones con resultados generalmente desafortunados, aunque en apariencia fortalecieran al Estado y al estado de derecho. Recuérdense las experiencias no tan lejanas de Chile, Argentina, Nicaragua, El Salvador, Colombia. Así como el uso político-electoral o de dominación internacional que se dio a las campañas anti-terrorismo o anti-crimen, donde el combate a los delitos privados terminó entremezclándose casi sin remedio con crímenes de Estado.

México y muchos países en desarrollo encaran las tareas múltiples de reconstruir sus economías, las estrategias de desarrollo, superar la crisis y adaptarse al nuevo orden internacional en formación, así como contribuir a la solución de problemas universales como el calentamiento global. Al propio tiempo, están forzados a atender exigencias sociales acumuladas y de nueva factura. Por ello, debieran resaltar dos prelaciones básicas en la orientación de las políticas públicas nacionales: primero, multiplicar contra viento y marea el empleo de todos los estratos de la población para corregir poco a poco el deprimente fenómeno de la población redundante; segundo, fortalecer a la democracia, dando voz y otorgando peso a las demandas de los grupos mayoritarios excluidos del sistema de decisiones de la política real.

 

Notas

1 Véanse Wessel, D. (2009) "Long Odds? The Scenarios for the Economy Path", The Wall Street Journal (23 de abril); Posner, R. (2009), The Crisis of 08 and the Descent into Depression; Solow, R. (2009) "How to Understand the Disaster", Newsletter Podcasts, vol. 56, núm. 8, mayo 14.         [ Links ]

2 Véanse: Greenhouse, S. (2008) The Big Squeeze, Knopt, N. York;         [ Links ] Lawrence, D., et al (2007), Trends in U. S. Wage Inequality, NBER, Washington;         [ Links ] Shulman,B. (2005), The Betrayal of Work, Low Press, N. York;         [ Links ] OECD (2009), Growing Unequal?, Paris.

3 Un claro ejemplo, lo constituye la simbiosis inestable entre las exportaciones a Estados Unidos y el financiamiento chino de buena parte de los déficit comerciales norteamericanos. Véase Ibarra, D. (2009), "Crisis, Consumismo y Dolarización", Economía UNAM, enero-abril, México.

4 Véase Arrigi, G. et al (1997), Antisystemic Movements, Johns Hopkins University Press, Baltimore.         [ Links ]

5 Véanse: Soros, G. (2008), The New Paradigm for Financial Markets, Public Affairs, N. York;         [ Links ] Boone, P. y Johnson, S. (2008), Time to Recapitalize Banks Fully, Patterson Institute for International Economics, Washington;         [ Links ] Fox, J. (2009), The Myth of the Rational Markets, Harper Business, N. York.         [ Links ]

6 Véanse: Bresser, L. et al (1993), Economic Reforms in New Democracies, Cambridge University Press, Cambridge, Mass.         [ Links ]; Williamson, J. (1990) "What Washington means by Policy Reform?" en Latin American Adjustment, Institutional for International Economics, Washington;         [ Links ] Ibarra, D. (2006), "El Consenso de Washington" en la Reconfiguración Económica Internacional, UNAM, México.         [ Links ]

7 Si como ocurre hoy, los bancos comerciales del Primer Mundo no buscan prestar más, sino arreglar el deterioro de sus estados financieros y las empresas o familias no desean tomar más préstamos ante la caída de la demanda y la minusvalía de sus activos, entonces, las reducciones en las tasas de interés y las inyecciones monetarias de los bancos centrales, resultan inútiles al propósito de alentar la inversión y el gasto de las poblaciones. Más aún, cuando los precios caen, la tasa de interés no puede hacerse negativa, provocando que el servicio de toda deuda se encarezca en términos reales y genere carteras vencidas, quiebras, desaliento a la formación de capital.

8 Según el Wall Street Journal, hasta fines de mayo del año en curso, la Reserva Federal había adquirido 156.5 miles de millones de dólares en bonos gubernamentales y 555.9 en valores del sector financiero privado.

9 Véanse: The Economist, abril 25-mayo 1°, 2009; Krugman, P. (2009), The Big Inflation Scare, New York Times, Mayo 29, 2009.         [ Links ]

10 Véanse: FMI (abril de 2009), World Economic Outlook, Washington y World Bank (abril de 2009), Global Monitoring Report, Washington.

11 En contraste curioso, las autoridades mexicanas persisten en desgravar importaciones y revaluar el peso hasta donde pueden.

12 Las proyecciones a 2010 de la Unión Europea predicen un endeudamiento promedio de 74% del producto, cuando el déficit máximo estipulado en el tratado comunitario es de sólo 60%. Las cifras de Italia (116%), Grecia (108%) y Bélgica (101%), son las más elevadas.

13 Véanse Aslund A. y Dabrowski, M. compiladores (2008), Challenges of Globalization, Imbalances and Growth, Peterson Institute for International Economics, Washington.         [ Links ]

14 Véase Nelken, D. (2003) "Crime′s Changing Bounderies", en Cane, P. y Tushent, M. (compiladores) en The Oxford Hanbook of Legal Studies, Oxford University Press.         [ Links ]

15 Véanse: Moore, John (2001), Opening Address, WTO Meeting, Ontario, noviembre y Banco Mundial (2001),         [ Links ] Report on World Poverty, Washington.         [ Links ]

16 Véase UNCTAD (2001), Trade and Development Report, Ginebra.         [ Links ]

17 Por ejemplo, el coeficiente de Gini que mide la distribución de los ingresos -ascendiendo de 0 a 1 a medida que el ingreso se concentra-, en México (0.50) es del doble o más del doble que el de Dinamarca (0.23) o el de Suecia (0.25).

18 Véanse OECD (2008), Growing Unequal?, Paris;         [ Links ] y CEPAL (2008), Panorama Social de América Latina, Santiago de Chile.         [ Links ]

19 Véase Banco Mundial (2009), Global Development Finance 2009: Charting a Global Recovery, Washington.         [ Links ]

20 El desempleo abierto en lo que va de 2009, alcanza 9.7% en Estados Unidos, España 17.9%, Alemania 7.5%, Brasil 8.1% y México 6%. El desempleo masculino de larga duración en porciento de la desocupación total, alcanzó (2006, año de prosperidad) 17% en Noruega, 40% en Suiza, Irlanda y Japón, 44% en Francia, 11% en Estados Unidos, 28% en Inglaterra y 50% en Italia. De su lado, la economía informal en porciento de la fuerza de trabajo no agrícola absorbió entre 1995 y 2006, 36% en Chile, 37% en Brasil, 72% en Ecuador, 76% en Indonesia, 45% en Egipto, 70% en Pakistán. (Véase PNUD (2009), Informe sobre el Desarrollo Humano, N. York).

21 Véase Ibarra, D. (2006), La Reconfiguración Económica Internacional, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Economía, México.         [ Links ]

22 Véanse Brenner, R. (2006), The Economics of Global Turbulence, Verso, Londres;         [ Links ] Hobsbawn, E. (2007), Guerra y Paz en el Siglo XXI, Crítica, Barcelona;         [ Links ] Skidelsky, R. (2007), How to Reinvent Globalization, Prospect (enero), Londres.         [ Links ]

23 Véase Fox, J. (2009), The Myth of the Rational Market, Harper Collins, N. York;         [ Links ] Phillips, K. (2008), Bad Money, Viking, N. York;         [ Links ] Cooper, G. (2008), The Origin of Financial Crisis, Vintage Books, N. York;         [ Links ] Glyn, A. (2006), Capitalism Unleashed, Oxford University Press, N. York.         [ Links ]

24. Los criterios regulatorios están pasando de exigir requisitos de capitalización como seguro contra pérdidas en los activos a establecer limitaciones al apalancamiento y exigencias de liquidez en la composición de los portafolios de las instituciones financieras. Véanse Morris, S. y Song Shin, H. (2008) "Financial Regulation in a System Context", Brooking Papers on Economic Activity, Otoño, pp. 229-261. Una versión crítica puede verse en Krugman, P. (2009) "Out of the Shadows", New York Times, junio 19.

25 Véanse: Ibarra, D. (2008), La Degradación de las Utopías, "Gobierno y Poder en las Empresas", Universidad Nacional Autónoma de México, México;         [ Links ] Mayer, C. (2001), Structure de Financement et Organization des Enterprises, en Toutfut, J., Institutions et Croissance, Sant-Gobain, Paris.         [ Links ]

26 A título ilustrativo, tómese el caso de los derechos humanos. Se trata de derechos que cobrarán relevancia ascendente en el orden político internacional, como respuesta parcial a las disparidades y al desamparo ciudadano frente a las consecuencias distributivas de la globalización. Sea que así se atiendan razones incuestionables de moralidad pública o se trate de un expediente de presión política o de asignación de responsabilidades entre gobiernos, inevitablemente se acrecentarán las exigencias para que los países periféricos perfeccionen su régimen de derechos humanos con un contenido constitucional y económico más allá de los derechos ciudadanos. (Véase Ibarra, D. (2007), Derechos Humanos y Realidades Sociales, UNAM, México).

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