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Desacatos

versão On-line ISSN 2448-5144versão impressa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.8 Ciudad de México  2001

 

Reseñas

 

¿Ciudadano N o ciudadanón?

 

Reneé de la Torre

 

Reguillo Cruz, Rossana, 2000 Ciudadano N. Crónicas de la diversidad
ITESO, Guadalajara, México.

 

CIESAS Occidente.

 

La primera impresión que se me vino a la cabeza después de leer el Ciudadano JVfue que desde hace como quince años, Rossana Reguillo hablaba con entusiasmo de un proyecto de investigación al que definía como "Dejar que la ciudad hable". Previamente, la autora había recorrido una y otra vez las calles, teniendo como guía única mapas nocturnos que le permitieran "pensar la ciudad desde la comunicación", y en esa travesía publicó, en 1991, su primer libro: En la calle otra vez. Las Bandas: identidad urbana y usos de la comunicación.

Para darle voz a la ciudad emprendió una propuesta de proyecto cultural para el área del taller de integración en la que invitaba a los alumnos de la carrera de comunicación del ITESO a participar en esta aventura comunicacional para incursionar en la cultura urbana de Guadalajara. Al tiempo, Rossana llevaría su idea al doctorado; ahí, los colegas más jóvenes éramos contagiados por el entusiasmo con que Rossana transmitía su proyecto, pero los "meros meros" académicos no entendían qué era eso de darle voz a la ciudad. Aquello no cabía en las formas tradicionales de plantear un proyecto de investigación, y su proyecto original tuvo modificaciones, adquirió un lenguaje más acorde con el mercado lingüístico de las ciencias sociales, pero sobre todo, fue impactado por las explosiones del 22 de abril en 1992. Los de esta investigación fueron publicados en un excelente libro académico titulado: La construcción simbólica de la ciudad. Ciudad, desastre y comunicación.

Poco tiempo después, Reguillo decide incursionar en la crónica periodística. Siglo 21, un periódico independiente de Guadalajara, le abre un espacio, aunque advierte que su estilo no es muy común, pues según me tocó oír, los directores opinaban que le faltaba dejar de pensar como mujer para opinar sobre cosas importantes, periodísticas. Su columna, titulada Ciudadano N, presentaba semana con semana, una visión individual de la cotidianeidad de Guadalajara. Hoy esas voces individuales han quedado compiladas en este libro que trasciende su propio objetivo, pues nos entrega una crónica de la diversidad, y eso explica por qué hay quienes, aunque con un poco de picardía, bautizaron este libro como: Ciudadanón.

¿Las ciudades hablan? ¿Pueden hablar? ¿Tendrán algo que decir? ¿Somos capaces de escucharlas? Estas preguntas que Rossana buscaba desentrañar, tienen mucho en común con aquella planteada por Mary Douglas: ¿las instituciones piensan? Hoy Rossana nos invita a medirle el pulso a la ciudad de Guadalajara, a escuchar sus latidos, a reconocer que la ciudad palpita; que Guadalajara está viva gracias a que es habitada por la diversidad.

Han sido distintos los caminos de una amplia trayectoria por la que Rossana ha incursionado para establecer comunicación con la ciudad, y en cada uno de ellos ha demostrado que la ciudad puede tener voz, y que una misión del "investigador-periodista-cronista-narrador" es precisamente hacer audible los murmullos, los sollozos, las voces y los gritos que quedan atorados en la garganta de la ciudad. Para ello, Rossana recurre constantemente a la metáfora, arte de plasticidad literaria, que le permite conquistar el habla de lo indecible, de aquello imaginado e imaginable que se esconde bajo lo real. Eso es para mí de lo que habla este libro.

¿Cuál es la voz de la ciudad? ¿Cómo oírla? ¿Cómo saber que quien habla es la ciudad y no una persona, un grupo o un interés particular? La respuesta sugerida por este libro es que esa voz es una voz múltiple, de ciudadanos anónimos, o ENES (¿la N vendrá de nadie?); sin embargo, cada uno de ellos tiene nombre, ubicación temporal, espacial y social. Cada uno de ellos establece un diálogo diferente con la ciudad. Unos la miran desde abajo, otros desde arriba. Unos la viven con asombro, con ganas, con esperanzas de cambiar lo que no les gusta. Otros la viven desde el fracaso, desde el escepticismo, la derrota, la impotencia.

Los lenguajes con que cada ciudadano la narra son diferentes. Porque la autora no sólo narra y describe, sino que se piensa bajo la piel de sus ciudadanos. Rossana se imagina cómo se verían las cosas a través de los ojos de Carmen, Carlitos, Amalia, Germán, Carolina, Elvira y todos los demás. Con sus miradas nos recrea el ángulo a partir del cual atienden lo que acontece en distintos rincones de la ciudad (por cierto, que la narración de las miradas está muy bien lograda, casi como si fuera un guión cinematográfico). Desde ahí el lector —ahora yo— comienza a descubrir que cada quien mira una única y a la vez multifacética Guadalajara: la terregosa, la mocha, la festiva, la represiva, la mojada, la tradicional, la ruidosa, la moderna. Sin embargo, lo que más me llamó la atención es la capacidad de transmitir lo que pasa por la cabeza de cada uno de los "N", eso que, a mi forma de ver las cosas, los hace ser ciudadanos: su capacidad reflexiva.

Los ciudadanos de Rossana no son sólo los individuos que habitan un lugar —como lo concibe el sentido común—, sino aquellos que se construyen como ciudadanos. No por su acción ni por sus derechos y deberes —como lo conceptualiza la teoría política—, sino por la reflexividad de su ser, estar y actuar en la ciudad. Ser ciudadano va de la mano de una actitud ética. Al menos así nos los dibuja la autora. Cada "N" del libro nos comparte su experiencia ciudadana desde un tiempo muy especial. El tiempo del dilema ético. El punto donde la voluntad debe elegir entre distintas opciones. El quiebre entre la repetición cotidiana y el cambio. Ese instante mágico en el que el individuo puede convertirse en ciudadano. Es ahí, en el momento de la elección, donde Alberonni situaba el nacimiento del bien y del mal, como el lugar reflexivo desde donde se orienta una acción encaminada al bien o al mal. Los "N" vueltos ciudadanos siempre están en el umbral de una nueva experiencia. Siempre están pensando sus decisiones, pasadas, presentes o futuras. Piensan para decidir y reflexionan sobre sus decisiones. Los ciudadanos se hacen visibles en el crucero: el lugar donde los caminos se abren. El tiempo donde lo viejo y lo nuevo se tocan.

Tulancingo, Hidalgo; Agustín Estrada

Leer las crónicas de la diversidad es descubrir nuevos rostros, pero también es descubrirte en cada uno de ellos. El tiempo es simultáneo y al mismo tiempo único y diverso, porque se vive y se experimenta desde lugares distintos. La Guadalajara es aquella que alberga la esperanza del progreso, pero también la que abriga la impunidad.

Algunos, los privilegiados, conocen Guadalajara: su centro, sus colonias, sus shoping centers, las universidades, sus cafés o el fast food, pero como dice el "Macizo", no conocen la neta (¿su neta?), la "Guanatos": "Que se vayan al barrio a dar un voltión, que ahí sí está muy peligrosa la ciudad' (p. 18).

Sin embargo, tanto los de Guanatos como los de la Guadalajara pueden consumir algunas bondades y beneficios que la ciudad ofrece: un poco de tradiciones en el parque Morelos o las últimas novedades de la fayuca en Taiwan de Dios. Pero para ello hay que pagar, buscar la forma de obtener dinero. ¿Será ésta la formula para controlar el tiempo y así controlar todo lo demás? ¿Será el consumo lo que ordena el tiempo de los ciudadanos? Los ENES de Rossana no confirman esta idea. Aunque cuatro amigas comparten este ritual (vivido como paraíso), las compras no evitan la cruda realidad, para ellas funciona como una especie de exilio. Algunos, como Roberto, desde una posición clasemediera, compran angustias de fin de mes con "el poder de su firma", algunos, como Guerrero, viven en los barrios, y descubren que ser diler (comerciante en pequeña escala de drogas) es una empresa, que aunque riesgosa, ayuda a la familia. Quizá sea de las pocas oportunidades que ellos —los de Guanatos— tengan para trabajar, pues en las fábricas y negocios no son empleados por sus apariencias. También los hay quienes no corren con mejor suerte y tendrán que cruzar "a la brava" la frontera para traer unos dólares.

Sin embargo, con dinero y sin dinero hay algo que los ciudadanos no saben cómo controlar, algo permanente que invade la ciudad, algo que se nombra como miedo. Esta sensación aparece repetidamente en las reflexiones de los ciudadanos. Guilligan tiene miedo a la pobreza. Paula al desamor. Al Loco le aterra el futuro y a Julio la pura idea de pensar en que sus hijos fueran víctimas de los políticos corruptos le quita el sueño. Una voz de la oscuridad dice: '"Yo tengo miedo a perder la esperanza.' Y todos estuvieron de acuerdo a que ése era el miedo mayor." Hay otras cosas que no sólo dan miedo, sino que duelen como la patria, que incluso es causa por la cual la Tony murió atrincherada con su ejército de niños lava-coches, una noche en una banqueta.

Pero también la ciudad está poblada por múltiples intentos de esquivar el miedo y el dolor. Paloma lo hace mediante la meditación budista. En un café, sentada en un equipo, Lucía encuentra que "la poesía —la de Ricardo Yáñez— nos devuelve a la dimensión exacta, ahí donde se tocan lo interior con lo exterior; ahí donde se abrazan en un vuelo perpetuo los dolores privados con los dolores públicos". Sofía opta por ser madre, porque piensa que el bebé que espera será un niño con quien compartir sus miedos. En una carta, alguien le escribe a Tere: "Lo que me da miedo es tener miedo y no poder enfrentarlo." Y prefiere lavar los miedos con la lluvia. Hay quienes enfrentan el temor a algo tan abstracto como la crisis política nacional, pero que es transmitida de manera tan concreta, a todo color y en vivo, por la pantalla de un televisor que cuelga de una cenaduría, desde la cual observan el asesinato del candidato presidente Colosio: "Y ahí nomas se pusieron a rezar un rosario, pendientes, mientras metían las cucharas al pozole y nadie quería irse para sus casas, como si estando juntos pudieran espantar la muerte." Otros deciden llevar sus miedos privados al terreno público, y se asustan con los cuerpos desnudos, con los deseos y los placeres. Para enfrentar su miedo se convierten en censores y vigilantes: "Un ejercicio aeróbico avanzado, eso de tomarse como tarea, irrenunciable y cotidiana, hablar por todos, pensar por todos, descubrir al enemigo y acorralarlo."

El Ciudadanón de Rossana no es comparable con el Leviatán de Hobbes. Primero, porque no es un libro de teoría política. Segundo, porque no aspira a proponer un modelo social. Pero, sin embargo, están muy emparentados. Hobbes planteaba que la posibilidad de un contrato social era construir un gran Estado, a imagen y semejanza del gran Leviatán. Una especie de gigante implacable, que fuera el blanco de todos los miedos de los ciudadanos. De esa manera, los ciudadanos podrían convivir entre sí, como sociedad, sin tener que percibir en cada prójimo la amenaza de vida. El miedo común y compartido hacia el Leviatán permitiría que los individuos tuvieran un motivo común de reconocimiento: el miedo. Este libro nos enseña el deseo que los ciudadanos tienen de escapar del Leviatán, para lo cual se requiere de múltiples voces que unidas y que, sin necesidad de suprimirse las unas a las otras, constituyan el Ciudadanón. Lo único que puede reducir ese miedo máximo a no poder enfrentar el miedo es saber que la reflexión y la capacidad de decisión es la única manera de saber que ese miedo es posible de ser enfrentado. Ello gracias a que, como dice uno de los personajes del libro: "La ciudad es perfecta en su eterna imperfección."

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