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Historia y grafía

versão impressa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.62 México Jan./Jun. 2024  Epub 26-Jan-2024

https://doi.org/10.48102/hyg.vi62.508 

Ensayos y debates

Imaginación política y la nueva historia imperial: más allá del Estado-nación y su narrativa

Political Imagination and the New Imperial History: beyond the Nation-State and its Narrative

Julián González de León Heiblum* 
http://orcid.org/0000-0002-2016-3347

*Graduate Center, City University of New York. Estados Unidos. Correo :juglhe@gmail.com


Resumen

Los historiadores “profesionales” han utilizado a la nación como el marco para estructurar sus análisis, lo que ha elevado la historia europea al nivel de una metanarrativa. Sin embargo, en las últimas décadas, un grupo de historiadores y académicos de otras disciplinas, interesados en el estudio de imperios, ha replanteado varios patrones historiográficos con el fin de descentralizar la historia y comprender el desarrollo de las sociedades o poblaciones de forma global. Para lograrlo, han propuesto el uso del concepto de “imperio” como categoría transhistórica y transgeográfica. El presente artículo introduce las discusiones de estos académicos y propone una nueva terminología para entender los imperios como acciones sociales llevadas a cabo en condiciones materiales y construcciones conceptuales específicas. El objetivo es mostrar el alcance de esta nueva historia imperial como una metodología que no solo plantea nuevas preguntas, sino que expande nuestra imaginación política fuera de las fronteras del Estado-nación.

Palabras clave: Nueva Historia Imperial; Estudios Postcoloniales; historiografía; Estado-nación; Eurocentrismo

Abstract

“Professional” historians have used the nation as a framework to structure their analyses, which has elevated European History to the level of metanarrative. However, in recent decades, a group of historians and scholars from other disciplines, keen on studying empires, have significantly redefined several historiographical patterns. They have undertak- en this task with the aim of decentralizing history and comprehending the development of societies or peoples from a global perspective. To achieve that, they have proposed employing the concept of “empire” as a trans-historical and trans-geographical category. This article introduces the discussion of these scholars and suggests a new terminology for understanding empires as social actions that occur within specific material conditions and conceptual constructions. The objective is to demonstrate the breath of this new imperial history as a methodology that not only raises new questions but also expands our political imagination beyond the boundaries of the nation-state.

Key-words: New Imperial History; Postcolonial Studies; historiography; Nation-State; eurocentrism

Los historiadores no formamos parte de un grupo homogéneo y el pensamiento histórico en nuestra sociedad no es simplemente producto del discurso hecho desde la academia. Por lo tanto, no es factible realizar un argumento general sobre el quehacer de la historia una vez que cruzamos fronteras ideológicas, nacionales, geográficas, lingüísticas, disciplinarias, teóricas y temáticas. Es imposible criticar patrones, ideologías o vicios en el análisis histórico sin reducir nuestro enfoque a ámbitos específicos de producción. Por ejemplo, la crítica realizada por Michel Foucault contra “la historia de los historiadores” (histoire des historiens) se centró en el enfoque de historia total, propio de la segunda generación de la escuela de los Annales; el ataque que realizó Reinhart Koselleck contra la “escuela histórica” (historische Schule) fue una doble crítica contra la historiografía rankeana y el idealismo hegeliano; el llamado de Dipesh Chakrabarty para descentralizar la historia fuera de los patrones impuestos por marcos narrativos europeos estaba dirigido contra la teoría marxista, en particular la forma en la que la adoptaron los historiadores británicos; y, por último, aunque la lista podría extenderse, el rechazo de Frederick Cooper a la narrativa guiada por la formación del Estado-nación resaltaba la historiografía liberal, particularmente en Estados Unidos.1

Podríamos argumentar que las academias de habla inglesa, francesa y alemana han tenido un papel central en la forma en la que los historiadores a lo largo del mundo pensamos nuestro objeto de estudio y escribimos acerca de él. De ser cierto esto, podríamos realizar una crítica general sobre ciertos patrones que encontramos en estos contextos. Pero ¿cómo podríamos hacer este argumento de forma honesta sin analizar las tradiciones historiográficas de países como Rusia, China, Japón, Turquía o Etiopía? Criticar el eurocentrismo enfocándonos nada más en las escuelas de habla inglesa, francesa y alemana es, en sí, un acto eurocéntrico.

Lo que sí podemos determinar es que la “profesionalización” de la Historia como una disciplina académica, que tuvo lugar durante las primeras décadas del siglo XIX en Europa occidental, estableció ciertos patrones específicos que la distinguió como un género, socialmente construido, de narrativa, descripción y análisis del pasado.2 La Historia, entonces, se posicionó como una voz con autoridad intelectual sustentada por los marcos establecidos por una institución, o red interconectada de instituciones, a la que llamamos “academia.” Aunque es cierto que se ha transformado a través de los años y con relativa variación en distintos países, este marco institucional ha tendido a solidificar parámetros de práctica profesional y patrones epistemológicos.

Por un lado, la nación y, por el otro, la formación y concentración de riqueza y el trabajo han sido las unidades que estructuran la forma en la que la historia es concebida por historiadores profesionales dentro del marco académico. En este sentido, el estudio de la historia europea previa al siglo XIX tiende a privilegiar temas y perspectivas que explican el surgimiento de los Estados-nación y capitalismo decimonónicos. Incluso perspectivas historiográficas presentadas como subversivas, como los estudios de género, de sexualidad, de raza o la microhistoria, se enmarcan dentro de las metanarrativas estructuradas por estas unidades. Como Dipesh Chakrabarty sostiene, “[l]a ‘economía’ y la ‘historia’ son las formas de saber que corresponden a las dos instituciones que el desarrollo (y eventual universalización) del orden burgués le ha dado al mundo-el modo de producción capitalista y el Estado-nación.”3 Al otorgarle a la Historia “profesional” la autoridad intelectual sobre la recolección del pasado y al concebir el pasado como una realidad positiva, la Europa occidental “moderna” se ha convertido en el único objeto teórico. Otras historias han sido reducidas, desde ese momento, a sus sombras o formas distorsionadas y la historia de los siglos que le antecedieron solo puede ser entendida como el camino que explica su formación.

La exclusión epistemológica de sociedades no europeas por la centralidad que ha tomado la historia de Europa dentro del ámbito profesional ha sido analizada por diversos académicos como Eric R. Wolf, Enrique Dussel o el mismo Chakrabarty. Sin embargo, ellos siguen considerando a la historia europea (y su cultura en general) como única, caracterizada por sus implicaciones colonialistas. Una excepción es el antropólogo Fernando Coronil, quien planteó el doble argumento de criticar la centralidad de Europa como marco teórico a través del cual se estudia el resto del mundo y resaltar que la sociedad europea no ha sido la única que se ha elevado como único sujeto teórico de la historia.4 Este tipo de mecanismos epistemológicos de dominación y hegemonía cultural no son estrategias únicas de la Europa decimonónica. Walter Mignolo, por ejemplo, argumentó que, desde el siglo XVI, la colonización hispánica del espacio a través de su tradición cartográfica borró las conceptualizaciones no occidentales equiparando su perspectiva con “lo real,” y así impedir entendimientos alternativos del mundo. Argumentos similares se pueden encontrar en estudios de otros académicos como Edmundo O’Gorman, Enrique Dussel, Erick Wolf o Kathleen Davis.5

Sin embargo, la Historia “profesional” sigue patrones específicos de dominación epistemológica que corresponden al contexto de expansión imperial europea durante el siglo XIX sobre Asia, Oceanía y África. Específicamente, naturaliza al Estado-nación y el sistema de producción capitalista, es decir, los convierte en objetos de estudio implícitos. En años recientes, los historiadores y otros académicos que han tratado de realizar análisis históricos fuera de la metanarrativa eurocéntrica han seguido dos estrategias. Algunos, a los que se podría agrupar bajo la categoría de postcolonialistas, deconstruyen su conexión con la expansión imperial. Los otros, pertenecientes a la llamada “nueva historia imperial,” que nació en diálogo con la primera, en parte con la publicación del libro compilado por Ann Laura Stoler y Frederick Cooper en 1997, Tensions of Empire: Colonial Cultures in a Bourgeois World, usan la categoría de “imperio” como unidad analítica transhistórica y transgeográfica.6

El objetivo del presente artículo es analizar cómo esta segunda metodología rompe con los patrones establecidos por las metanarrativas decimonónicas centradas en la “nación,” las estrategias alternativas que propone para estudiar la historia y su significado político. A la vez, busca ser una contribución conceptual a la nueva historia imperial, proponiendo definiciones y perspectivas novedosas, en lugar de simplemente introducir y reciclar conceptos usados por otros académicos. La nueva historia imperial no se puede restringir a un grupo específico de historiadores, no es una escuela y no existe un corpus específico. Es, en cambio, una serie de patrones teóricos y metodológicos que diversos académicos interesados en el estudio de imperios han propuesto y seguido dentro de trayectorias intelectuales frecuentemente contradictorias y trabajando en contextos muy distintos, durante un periodo de tiempo que inició en los últimos años del siglo XX. Por lo mismo, es difícil identificar a personalidades específicas más allá de los más influyentes como Frederick Cooper, Ann Stoler, Lauren Benton, John Darwin, Christopher Bayly y Peter Fibiger Bang.7 El momento de hacer esta revisión e introducir a lectores de habla hispana a esta perspectiva en formación, primordialmente angloparlante, es ideal dado que, tras dos décadas de impresionante producción historiográfica, alcanzó recientemente un importante punto de inflexión con la publicación de los dos volúmenes de la universidad de Oxford: The Oxford World History of Empire.8

La nación y el capital

Aunque Leopold von Ranke, cuyo impacto en la “profesionalización” de la Historia fue decisivo, rechazó el acercamiento filosófico, se apropió de los principios intelectuales de su época para su ciencia histórica positiva, empírica, particular y metodológicamente interpretativa. Si bien su crítica se enfocó en Friedrich Hegel, los dos llegaron a la misma conclusión sobre la centralidad de las naciones en la historia. En su curso de “Filosofía de la Historia,” Hegel había escrito que “[l]o universal que se destaca y se hace consciente en el Estado, la forma, bajo la cual se produce cuanto existe, eso es lo que constituye la cultura de una nación,” por lo que el “Estado” como “espíritu mismo del pueblo” es “el objeto inmediato de la historia universal.”9 Ranke coincidió con Hegel al argumentar que así como “[n]o hay ni ha habido sobre la tierra ningún pueblo ajeno a todo contacto con otros… jamás ha existido un estado sin una base espiritual y un contenido espiritual.” Por ello, concluye Ranke, “la atención del historiador deberá enfocarse, no hacia los conceptos que parezcan imperar en algunos, sino hacia los pueblos mismos que representan un papel activo en la escena de la historia.” Esto se debe a que la base espiritual del estado es “un genio propio dotado de vida propia” y “la misión de la historia consiste en percibir, en observar esta vida.”10

La escritura de la historia refleja su contexto y responde a las ansiedades de su época. Si la nación se convirtió en el centro de la historia fue porque, en ese momento particular, tras la caída del imperio napoleónico, la forma específica de organización política que es el Estado-nación se había vuelto un programa político cada vez más popular en Europa occidental y América, una alternativa a los imperios multiétnicos y colonialistas, así como a los Estados confederados que habían dominado la vida sociopolítica del hemisferio occidental. Las primeras décadas del siglo XIX fueron un momento de crisis imperial. El Sacro Imperio Romano Germánico había desaparecido, el imperio de Napoleón falló y los imperios atlánticos perdieron sus colonias y territorios más importantes en América. Los críticos de los imperios dominaban los diálogos intelectuales en ambos lados del Atlántico.11 Los historiadores y filósofos no estaban ya interesados en entender la formación o fracaso de los imperios o dinastías. Trataban, en cambio, de entender la introducción de sus naciones en la escena histórica de forma tal que el establecimiento de los Estados-nación, como una realidad programática, fue concebido como la institucionalización de esencias históricas trascendentales que esperaban ser reveladas. Hegel había dicho, refiriéndose a Alemania, que “la mentira del imperio ha desaparecido por completo. El imperio se ha descompuesto en Estados soberanos.”12

Asimismo, cuando estos historiadores y filósofos del occidente europeo crearon los patrones académicos de la escritura histórica, estaban trabajando en medio de debates intelectuales más generales. La historia, como un movimiento diacrónico progresivo universal de comunidades positivas y demarcadas de gente, llamadas “naciones,” hacia su autorrealización como unidades únicas reconocibles a través instituciones liberalizantes (Estados-nación), tiene su origen no solo en el idealismo alemán de Hegel, sino en el positivismo de Auguste Comte. Su concepto de “realidad positiva,” como una realidad independiente de la conciencia humana, influyó profundamente en los primeros historiadores “profesionales” y está detrás de la forma en la que Ranke distingue la función anterior de la Historia con su proyecto que trata “simplemente, de exponer cómo ocurrieron, en realidad, las cosas [wie es eigentlich gewesen].”13

Esto permitió asumir que la historia fuera conocible a través de un análisis sistemático de, en particular, fuentes administrativas archivadas concebidas como ventanas pasivas que muestran una realidad positiva pasada. Esta metodología fue influenciada por una transformación profunda de técnicas hermenéuticas, primero con Friedrich Schleiermacher y eventualmente con Wilhelm Dilthey, que estudiaban el texto no para entenderlo en sí mismo, sino como un medio para explorar la psicología, las intenciones y la realidad de su autor.14 Con estas bases filosóficas y metodológicas, la Historia profesional, cuyo objeto de estudio era el devenir nacional, se podía recrear como históricamente única, separada de lo que habían escrito todos los historiadores no profesionales de siglos anteriores, así como de otras disciplinas y otros lugares.

Si bien la revolución epistemológica que sentó las bases para la profesionalización de la Historia se dio bajo la dirección de los alemanes, fueron los historiadores británicos y franceses, en particular Thomas Macaulay y Jules Michelet, quienes construyeron las primeras historias nacionales bajo los nuevos parámetros epistemológicos e institucionales. Macaulay publicó su History of England en cinco volúmenes, con particular énfasis en la Revolución Gloriosa, a la que identificó como el evento central en la formación de Inglaterra como Estado-nación.15 De forma similar, Michelet publicó en diecinueve volúmenes su Histoire de France hasta llegar a la Revolución como el clímax en la narrativa sobre la conformación de Francia en Estado-nación.16 Los dos, Macaulay y Michelet, estructuraron una narrativa teleológica que explicaba el devenir de las dos naciones hacia el establecimiento de instituciones liberalizantes para la protección de las libertades civiles y propiedad privada de los ciudadanos, sentando la base empírica de la que posteriormente Ernest Renan se va a valer para su teorización sobre la nación.17

Pero esta centralidad de la “nación” como programa político no es lo único característico de la Europa decimonónica; fue, también, un momento de profundas transformaciones socioeconómicas. Nuevas formas de producción semiautomatizada, controlada por una clase de propietarios privados enriqueciéndose rápidamente, junto con la expansión de la mano de obra asalariada, la abolición de los gremios, los ataques constantes contra los privilegios legales sobre la tenencia del suelo y la representación política, la migración masiva del campo a las ciudades, y el crecimiento demográfico exponencial estaban cambiando drásticamente a la sociedad del occidente europeo. Varios intelectuales intentaron entender la incursión de esta forma socioeconómica a la que llamaron capitalismo, criticando y comentando previas teorías, particularmente británicas, sobre la naturaleza de la formación de la riqueza.18 El primero fue el británico David Ricardo, seguido por el francés Henri de Saint-Simon, pero fue con los filósofos alemanes hegelianos Friedrich Engels y Karl Marx que una narrativa histórica sobre la “forma de producción capitalista,” luego conocida como “capitalismo,” se materializó.

Marx adaptó el idealismo dialéctico, que explicaba la historia como el desenvolvimiento del “espíritu” trascendental en su verdadera forma como una nación institucionalizada, a un materialismo dialéctico. Categorizó “la forma moderna estándar de capital” como una presentación específica de riqueza que existe solo en sociedades donde el valor de un bien de consumo, producido por la fuerza de trabajo y la producción mecanizada, es capitalizado por un propietario privado y es reinvertido en la forma de activos para expandir la fuerza de trabajo y generar más riqueza, lo que llamó el “circuito D-M-D.” Esta historicidad del capital es clara cuando Marx argumenta que “[históricamente], el capital, en su enfrentamiento con la propiedad de la tierra, se presenta en un comienzo y en todas partes bajo la forma de dinero, como patrimonio dinerario, capital comercial y capital usurario.”19 Pero, advierte, “[l]as condiciones históricas de existencia [del capital] no están dadas, en absoluto, con la circulación mercantil y la dineraria. Surge tan solo cuando el poseedor de medios de producción y medios de subsistencia encuentra en el mercado al trabajador libre como vendedor de su fuerza de trabajo, y esta condición histórica entraña una historia universal.”20 Es decir, la teoría de la historia que Marx creó fue un método para entender las formas distintas que han tenido el trabajo y la riqueza para explicar el proceso por el cual “la forma estándar moderna de capital” apareció.21 Teorizó que las contradicciones internas en la forma en la que la riqueza es producida y acumulada, junto con las tensiones sociales entre clases definidas con base en la forma de trabajo y la propiedad sobre medios de producción (la estructura), han transformado a las sociedades mucho más que las vicisitudes políticas que se usaban para explicar la formación de los Estados-nación (superestructura).22

La crítica al uso de metanarrativas teleológicas para explicar el surgimiento del “Estado-nación” y “la forma de producción capitalista” como fin de la historia imponiendo a “la nación,” “la riqueza” y “el trabajo” como unidades abstractas centrales y trascendentales de la narrativa histórica no es novedosa en absoluto. Particularmente los cuestionamientos realizados por historiadores, influenciados por la Escuela de Frankfurt y la filosofía post-estructuralista, al “historicismo” (la idea de que existen fuerzas internas que explican la transformación de las sociedades), a la creencia en que los documentos son fuentes confiables imparciales o que los archivos son lugares pasivos de recolección del pasado, a la teoría de que la historia es una realidad positiva que puede ser conocida, y a la narrativa progresista sentaron la base para desarticular los patrones académicos decimonónicos. El análisis de los historiadores profesionales que realizaron estas críticas convirtió a la Historia en un género literario autoreferencial con sus propias reglas. Ello permitió el estudio de sujetos cuya representación había sido tergiversada por historiadores “profesionales” que tenían una perversa conexión con grupos hegemónicos.23

Sin embargo, esta reacción historiográfica se enfocó en criticar los patrones analíticos propios de la historia social enfocada en el capital; por lo que la nación regresó a ser el marco analítico. La gran diferencia, sin embargo, es que con la academia estadounidense como nuevo centro de producción historiográfica y tras tantos años de crítica al presentismo que trajo la insistencia en el análisis de la época contemporánea como ontológicamente única, la nueva metanarrativa centrada en la nación divorciaba su estudio del pasado. Esta nueva interpretación permeó en Francia e Inglaterra bajo los estudios de Benedict Anderson y Pierre Norá, que no ponían el énfasis en la historia administrativa, como en el siglo XIX, ni en las bases socioeconómicas, como la de mediados del siglo XX, sino en los aspectos culturales, semióticos e identitarios.24

Junto con la nueva centralidad teórica de la nación, los académicos postcoloniales empezaron a teorizar “al Occidente” como la máxima encarnación de un posicionamiento hegemónico desde donde se impone una representación distorsionada de los “otros.” Esta idea fue propuesta y establecida desde el principio de la crítica postcolonial con Edward Said quien argumentó que “al igual que el mismo Occidente, el Oriente es una idea que tiene una historia y una tradición de pensamiento, imágenes y vocabulario que le ha dado realidad y presencia en y para el Occidente.”25 Después, Chakrabarty llamó estas categorías, como “el Occidente,” “el Oriente” o “Europa,” términos “hiperreales,” adoptando el término de Jean Baudrillard, y las definió como “ciertas figuras de la imaginación cuyos referentes geográficos se mantienen de cierta forma indeterminada.”26

De esta forma, los académicos postcolonialistas han argumentado que “el Occidente” crea categorías para clasificar el mundo de acuerdo con su propia cultura y las ha impuesto sobre el resto a través de sus imperios coloniales. La narrativa centrada en la formación del Estado-nación y el capitalismo es reemplazada por una narrativa sobre el ascenso del “Occidente” diseñada para entender la formación de los imperios burgueses coloniales, particularmente Francia y el Reino Unido. La historia profesional, en tanto que es una disciplina diseñada desde este Occidente colonial, se vuelve una imposibilidad. Sin embargo, a pesar de estas críticas, tanto las “postestrcuturalistas” como las “postcoloniales,” “la nación” continúa informando la forma en la que las instituciones académicas (universidades, revistas, congresos, etc.) conciben la historia y el capitalismo sigue siendo su sustento material.

El imperio como teoría historiográfica

Hay dos problemas con la forma en la que los académicos postcolonialistas caracterizan “el Occidente”. Primero, no dan una definición concreta, por lo que, por ejemplo, España y el mundo hispanohablante algunas veces son excluidos, pero, cuando conviene al argumento, incluidos. En este sentido, el grupo latinoamericano de modernidad/colonialidad ha criticado esta exclusión como resultado de la centralidad que los imperios decimonónicos tienen en la crítica postcolonial.27 Segundo, “el Occidente” es concebido como la única fuente de imperialismo.

Esta segunda crítica está presente particularmente en uno de los libros fundacionales de la denominada nueva historia imperial, After Tamerlane, de John Darwin. Criticando este “cuento familiar” sobre “[e]l camino del Occidente a la supremacía global por la vía del imperio y preminencia económica,” lo que llama “la autopista de la historia” donde “todas las alternativas eran desviaciones o callejones sin salida,” buscó, con su libro, “colocar a Europa (y al Occidente) en un contexto más grande: en medio de proyectos formativos de imperios, estados y culturas en otras partes de Eurasia.”28 Esta “escuela” o giro intelectual ha buscado romper las tres metanarrativas: la liberal, centrada en la nación, la marxista, centrada en el capital, y la postcolonial, centrada en el colonialismo europeo decimonónico. Para ello, y con el propósito de descentralizar la “historia moderna de Occidente,” estructura la historia global como una competencia continua entre distintos imperios.

No se debe confundir esta tarea con los esfuerzos paralelos tanto de “recobrar” una historia de los imperios libre de ideología y empíricamente sustentada, como de resaltar el impacto positivo que han tenido en la formación de nuestro “mundo moderno civilizado.” Dentro de este llamado a volver a la historia “objetiva” de los imperios está el proyecto “Ethics and Empire” coordinado por Nigel Biggar en el Oxford’s McDonald Centre. Si bien la participación de John Darwin en la concepción del proyecto borra la línea entre las dos líneas historiográficas, él se retiró durante el primer año en 2017.29 Por el otro lado, el ejemplo más claro de una historia apologética del imperio son los estudios de Niall Ferguson dentro del mundo angloparlante y de Dimitri Casali y Nicolas Cadet para la academia francófona.30

La nueva historia imperial no busca minimizar el daño demográfico, económico y cultural que imperios como el español, el británico o el francés causaron sobre cientos de sociedades. En todo caso, enfocarse en imperios como ejes estructurantes de la historia demanda escribir sobre estrategias de dominación material (control militar o económico), política (sistemas complejos de soberanía), epistemológica (sistemas de clasificación de gente en categorías específicas) y cultural (mecanismos de representación e imposición de formas de comportamiento, prácticas sociales y cosmologías).

Una de esas estrategias es la forma en la que un imperio se entiende y autorepresenta. Afirmar ser un imperio, así como negarlo, son esencialmente formas de legitimación y dependen del contexto político específico tanto interno como externo, es decir, son mecanismos de poder en sí mismos. Cuando Estados populares soberanos son considerados como la máxima expresión de forma política, proclamar un estatus imperial deslegitimaría cualquier forma de autoridad. Los Estados Unidos en la actualidad son un buen ejemplo.31 Sin embargo, cuando la autoridad se concibe y ejerce de forma escalonada, usar la categoría de imperio puede ser una estrategia política importante contra otros competidores externos y para asegurar la fortaleza al interior, lo que se puede ilustrar con la coronación de Carlomagno como emperador.32

Estos ejemplos son solo dos actitudes distintas frente a lo que es un imperio, pero ¿qué pasa si el concepto de “imperio” es usado con un propósito específico no traducible a estos ejemplos, como “imperium” en la Roma republicana, o cuando lidiamos con otros lenguajes que no tienen un concepto análogo? ¿Es epistemológicamente correcto usar “imperio” como categoría analítica? ¿Cómo se diferencia de lo que hicieron los historiadores decimonónicos con el concepto de “nación”? Como este artículo elaborará en la siguiente sección, la respuesta es que sí es epistemológicamente correcto y útil siempre y cuando se parta del entendido de que la definición de “imperio” que se usa como categoría de análisis no es necesariamente la misma que la que usó la gente de los imperios estudiados.33 De hacer esto, entonces el problema que surge al usar el concepto de “nación” como eje estructurante se evitaría. En otras palabras, la categoría analítica de “imperio” tiene que ser lo suficientemente ambigua como para describir distintas formas políticas que se pueden encontrar a lo largo de la historia y en todos los continentes sin opacar los vocabularios específicos usados para referirse a formaciones imperiales en contextos particulares. Como Reinhart Koselleck insistió, hacer esta diferenciación entre categorías de análisis y conceptos como parte del objeto de estudio es crucial.34

La relación dialéctica entre la definición analítica de “imperio” y la conceptualización contextualizada de dicho concepto hace que el objeto de estudio se entienda como un proceso de formación, en lugar de un cuerpo político estático. Este acercamiento no busca un momento específico en el que una comunidad alcanza el momento de autorrealización y se recrea como un cuerpo político. Su propósito, en cambio, es rastrear formaciones políticas en el contexto de un sinfín de elementos de competencia externa e interna, así como el repertorio de estrategias políticas aplicadas por distintas personas para gobernar varios espacios y comunidades.

El imperio como categoría histórica

Si estudiamos un imperio como una entidad con características específicas, que existió en un momento preciso delimitado espacial y cronológicamente, estaríamos conceptualizándolo como una realidad positiva, con un origen y un final, lista para ser diseccionada con herramientas forenses. Pero si estudiamos el cuerpo político al que llamamos analíticamente “imperio” como la suma de condiciones materiales (sistemas de coerción militar y de dominación económica), construcciones conceptuales (mecanismos de autolegitimación, sistemas jerárquicos de soberanía con pluralismo legal y formas de representación dentro de marcos epistemológicos) y acciones sociales sin un orden preciso, entonces no partiríamos del supuesto de que tiene una identidad única fija. Hay una diferencia ontológica entre estos dos acercamientos: la identidad de un imperio se concibe como epistemológicamente impuesta, no revelada. El objeto de estudio es, entonces, inventado por el historiador para enfocar su análisis en la coordinación entre condiciones materiales, construcciones conceptuales y acciones sociales; en otras palabras, formaciones imperiales.

Como Ann Stoler y Carole McGranham escribieron, mientras que los imperios “pueden ser ‘cosas’…las formaciones imperiales no;” son, en cambio “políticas de desarticulación, procesos de dispersión, apropiación y dislocación…que dependen tanto de categorías como poblaciones que se puedan desplazar…de aplazamientos y postergaciones materiales y discursivas.”35 La dicotomía no es entre “imperio” y “formaciones imperiales,” sino entre “imperio’ entendido como una realidad positiva (una “cosa”) e “imperio” entendido como una formación social. Por lo tanto, bajo esta perspectiva la cuestión sobre el origen de un imperio específico es un sinsentido. Podemos, en cambio, preguntar si en un momento preciso una comunidad actuaba como un imperio, y podemos preguntarnos sobre las características de esa formación imperial específica. Stoler y McGranham adoptaron el concepto de Althusser y Balibar de “formación social” como “[e]l todo concreto que comprende las prácticas económica, política e ideológica en un cierto lugar y etapa de desarrollo.”36 El presente artículo adopta esta perspectiva, pero propone un sistema de subdivisión distinto: condiciones materiales, lo que cubre elspectoo estructural de la “práctica económica” y el violento de la “práctica política;” construcciones conceptuales, que incluye el aspecto legal de la “práctica política” y la totalidad de la “práctica ideológica;” y la acción social, que se compone de la dimensión política de la “práctica económica” y el aspecto ejecutivo de la “práctica política.”

Condiciones materiales

Las “condiciones materiales de un imperio” son los sistemas militares de coerción y dominación económica. Los imperios siempre han dependido de su fortaleza militar para expandir su área de control o espacio de actividad, protegerla de competidores o enemigos externos, y mantener orden y paz adentro. Los imperios deben mantener alguna forma de coordinación e infraestructura, cualquiera que sea. Tienen que forjar armas, entrenar soldados, proveer de comida, construir formas de transporte y dictar órdenes.

Hay una relación clara entre la forma de organización política y las características de su cuerpo militar: su estructura, tecnología, tácticas y función dentro de estrategias comprensivas. Por ejemplo, un ejército sofisticado, estructurado en rangos y unidades, con tecnología altamente destructiva, coordinado dentro del campo de batalla para ejecutar complejas maniobras y dividido en múltiples frentes con desafíos diversos requiere de un Estado sofisticado con un cuerpo burocrático operativo.37 Esta correlación entre la forma de organización política y la estructura militar fue identificada desde, al menos en Europa, Aristóteles; y ha influenciado directamente varios de los principales debates de historia militar europea como las teorías de la Revolución Hoplita, la Revolución Militar de la temprana Edad Moderna y, más en general, los debates en torno a las llamadas “Revoluciones en Asuntos Militares” (RMAS por sus siglas en inglés).38 Particularmente esta última ha sido usada por historiadores de imperios para abandonar narrativas eurocéntricas sobre desarrollo militar.39

La fuerza militar podría ser entendida como el máximo mecanismo que tiene un imperio para ejercer violencia dentro y fuera de su espacio de acción. Si bien varios académicos han expandido el alcance semántico del concepto de “violencia” para incluir formas sutiles de coerción y exclusión epistemológica, en este contexto se entiende en un sentido limitado como la imposición de la voluntad de alguien sobre otros a través del uso de la fuerza.40 Aunque la centralidad del uso de la violencia se repite en otras formas políticas, los imperios son particularmente, se podría decir ontológicamente, dependientes de su fuerza militar. En tanto que la expansión de áreas de soberanía, el espacio sobre el cual alguien o alguna institución tiene alguna forma de autoridad, es la característica definitoria de los imperios, memorias, sistemas y amenazas de violencia los identifica como tales.41

Dentro de los imperios, la violencia es discriminatoria. Si bien esto, de nuevo, es cierto para otras formas políticas, dentro de los imperios la discriminación tiende a estar relacionada con experiencias de expansión, así como de la forma y función del trabajo discriminatorio de sujetos conquistados o comprados. Por ello, formas de trabajo barato y forzado están tan ligadas con la violencia militar y la soberanía como con modos de producción y el comercio. Los imperios crean sistemas jerárquicos de clasificación de trabajo, aunque la lógica detrás de esta discriminación puede variar entre sociedades y en el tiempo. Por ello, los estudios recientes sobre la esclavitud se han enfocado en crear un puente entre la tradición interpretativa que se enfoca en la relación entre conquista y oferta de esclavos con aquella que explica la etapa más álgida del sistema esclavista como el resultado de la expansión comercial.

En este sentido, Kyle Harper argumentó para el mundo romano que “lo que se necesita es un modelo comprensivo basado en oferta y demanda, con un foco específico sobre las estructuras ocupacionales y demográficas del sistema esclavista y las propiedades institucionales del trabajo esclavo.”42 Por su parte, Herman Bennett argumentó que “el estudio de la esclavitud, en general limitado a una categoría de posesión y trabajo, pero por implicación también a formas de dominio, está en claro contraste con historias imperiales. El Imperio definió a la esclavitud, pero también al comercio de esclavos del Atlántico ibérico. Ambos también conspiraron en la formación del absolutismo imperial.”43 La esclavitud, sin embargo, no ha sido la única forma de trabajo forzado. Para el contexto de la antigua China, Mark Edward Lewis resaltó que “el trabajo forzado fue la base de los estados Qin y Han,” y si bien, estos “imperios usaron cuatro tipos de trabajo manual: siervos corvée, contratados, convictos y esclavos” y “[c]ada uno de estos tenían distintas características legales y sociales y eran, consecuentemente, aptos para diferentes tipos de trabajo…fue sobre las desechables espaldas de los convictos [no de los esclavos] que se construyeron los cimientos del temprano estado imperial.”44

Estos tres académicos han enfatizado cómo la expansión a través, o facilitado por medios militares, y la búsqueda por gente que realice formas baratas de trabajo constituyen el corazón de todo sistema imperial, lo que nos lleva a la segunda condición material: la dominación económica. El debate sobre la política economía de los imperios ha estado en el primer plano del análisis desde, al menos, que John A. Hobson publicara su libro Imperialism: A Study (Imperialismo: Un Estudio) en 1902 y Vladimir Lenin su Imperializm kak novejshij etap kapitalizma (Imperialismo: La nueva etapa del capitalismo) en 1917.45 Como con el trabajo forzado, el papel del comercio en la dominación imperial ha sido analizado bajo dos paradigmas: las transformaciones económicas impulsan la expansión imperial o la expansión imperial transforma las estructuras económicas. Dos ejemplos del primer paradigma son los análisis marxistas, como los de Eric Hobsbawm, y la teoría del sistema-mundo introducido por Fernando Braudel y desarrollado por Immanuel Wallerstein.46 El primero se enfoca en ciclos de concentración de capital, sobreproducción y expansión imperial como el resultado de la búsqueda por mercados más grandes. El segundo es un análisis de la expansión del mercado y los ciclos de desarrollo capitalista en los centros de la economía global, conceptualizada como un sistema suprapolítico que divide el mundo en formas distintas de trabajo, producción y sistemas políticos en un eje de centro-periferia.

El segundo paradigma, que pone la causa en la expansión imperial, se puede dividir a su vez en dos categorías de argumentos: aquellos que se enfocan en las sociedades económicamente incapacitadas por las políticas imperiales, y aquellas que resaltan las transformaciones estructurales como resultado de la expansión imperial. La primera de estas categorías argumentativas se puede encontrar en los estudios de Rosa Luxemburgo, aunque está mejor representada por la “teoría de la dependencia” de economistas latinoamericanos como Theotônio Dos Santos o árabes como Samir Amin así como por los primeros críticos del colonialismo como Frantz Fanon.47 Este acercamiento contrasta con la teoría del sistema-mundo en tanto que su objetivo es mostrar la intención política, en lugar de la dinámica estructural, de reducir activamente la economía de una sociedad a un lugar periférico. La segunda categoría argumentativa revierte el análisis marxista eurocéntrico de gente como Hobsbawm resaltando ya sea el papel activo de los imperios en subdesarrollar las economías de sociedades colonizadas, como con los estudios subalternos de los historiadores indios, o localizando el origen del capitalismo en la economía imperial lo que también elimina la presuposición de la división centro-periferia. Este último acercamiento es posiblemente el más nuevo, y uno de los primeros ejemplos es el estudio sobre la modernidad realizado por Timothy Mitchel.48

En este aspecto hay un problema mayor: el debate sobre la economía política de los imperios se ha concentrado, sobre todo, en su relación con el desarrollo del sistema capitalista. En parte, por ello, varios historiadores han enfatizado la diferencia radical entre los imperios “capitalistas” y el resto. Con el fin de tener una base teórica que permita un análisis transhistórico, la tendencia ha sido resaltar cómo “[e]l potencial establecido por la existencia de un imperio para redefinir las condiciones…bajo las que el excedente es apropiado, tanto en los territorios centrales como en las regiones conquistadas, establece la base sobre la cual el ‘capital imperial’ se puede generar.”49 El concepto de “capital imperial” por lo tanto, se insertaría en la última línea argumentativa, resaltando al imperio mismo como condición para el control y concentración de capital.

Reducir un porcentaje significativo de comunidades recientemente conquistadas a formas explotativas de trabajo, como se discutió más arriba, es solo una de las estrategias para lograr esto. Otra más obvia es a través de la imposición de un tributo. En algunos sistemas imperiales, las comunidades controladas tienen que dar periódicamente un porcentaje de su riqueza a cambio de no ser aislados del sistema imperial con la protección militar y circulación de mercancías que provee (como las llamadas Pax Romana o Pax Mongolica) o no ser forzadas violentamente a darlo. El tributo como mecanismo de poder y coerción ha sido usado por académicos como significante para diferenciar a los imperios autocráticos, particularmente de Asia, de los imperios coloniales y comerciales en Europa. Sin embargo, la historiografía más reciente ha argumentado que, por ejemplo, incluso “el Imperio Británico, bajo este estándar un imperio completamente moderno, capitalista y explotativo, continuó usando formas de coerción, reclutamiento y premios que eran típicas de aquellos imperios tributarios como el Mogol.”50

Otras formas de contribuciones económicas han sido usadas para reforzar la soberanía imperial y circulación de riqueza, como donaciones o ciertos impuestos, o también pueden estar ocultas detrás de sistemas complejos de control sobre el comercio y políticas monetarias. Aranceles discriminatorios, por ejemplo, pueden asegurar un comercio deficitario para mantener la jerarquía imperial y controlar la circulación de riqueza.51 Algunos han incluso encontrado mecanismos para hacer a otras comunidades, dentro o fuera de su espacio de soberanía, económicamente dependientes a través del control del mercado, creando una periferia económicamente limitada y dependiente de la metrópoli donde la riqueza es concentrada. Esto se ha realizado a través de limitar las importaciones de la periferia a productos primarios haciéndola dependiente de las compañías mercantiles e instituciones financieras metropolitanas; lo que nos regresa al análisis de Hobson y Lenin.

Construcciones conceptuales

Las condiciones materiales de los imperios, es decir, la expansión de la soberanía a través de medios militares, la continua búsqueda por formas baratas de trabajo, y el control de la circulación de riqueza tienen lugar dentro de construcciones conceptuales específicas. Mientras que el poder imperial es ejercido a través de violencia y restricciones, no puede mantenerse sin ser considerado legítimo. Esta dualidad paradójica es su piedra angular. En este sentido, Ian Morris argumentó que “[e]l imperio es un argumento circular: la principal herramienta que tiene un imperio para convencer a sus súbditos de que sus agentes son las únicas personas a las que se les permite ser violenta es la ley, pero la legitimidad de la ley recae en la habilidad del imperio de imponerla con violencia.”52 Una institución o persona que alega poseer autoridad imperial, lo hace a través de un sistema complejo y codificado de regulaciones sociopolíticas reconocidas a través de consenso, forzado o voluntario, por el universo de comunidades que viven dentro de su espacio de soberanía. En otras palabras, la aseveración de ser un imperio y la jerarquía impuesta tienen que ser legitimadas. Pero, cuando dicha institución o persona busca expandir su soberanía sobre otras personas y espacios que no las reconoce como legítimas, tiene que usar formas materiales de dominación.

Como Burbank y Cooper han argumentado categóricamente, la jerarquización es la principal característica sociopolítica de los imperios. Gente diversa de distintas comunidades tienen accesos diferentes a la esfera política y, por lo tanto, “[e]l concepto de imperio asume que gente distinta dentro del cuerpo político será gobernada de forma distinta.”53 La jerarquización imperial crea un sistema de soberanía escalonada y pluralismo legal. Como Laura Benton y Richard Ross han argumentado “[e]n el corazón de esta historia [global de los imperios] hay un reconocimiento de la importancia del pluralismo legal de los imperios, que invariablemente dependía de acuerdos legales escalonados en formas políticas compuestas.”54 Los imperios forman o mantienen una separación entre comunidades, lo que significa que, al menos, hay dos capas de soberanía: la imperial que tiene autoridad sobre el universo de comunidades que forman parte de ese imperio, y la local que corresponde a una comunidad específica. Además, los imperios requieren intermediarios, gente de las comunidades dominadas que tienen alguna forma de autoridad sobre ellas y negocian con la esfera más alta de autoridad o gente de las capas más altas del sistema imperial que gobierna sobre las comunidades conquistadas en su representación.55 La flexibilidad dada por la soberanía escalonada y el pluralismo legal puede proveer al imperio con un repertorio de mecanismos para adaptarse a nuevas dinámicas o reacción contra nuevas amenazas. También les da a los súbditos imperiales formas de navegar las políticas del imperio e incluso adaptarlas para sus propios intereses. Algunas comunidades dentro de los imperios han aprendido a resistir y usar el sistema para su beneficio a través de espacios de autonomía y mecanismos para redirigir el movimiento de bienes. Esta es la razón principal por la cual los sistemas imperiales son tan complejos y la mayoría de las veces paradójicos.

La representación, como forma de poder, funciona en una doble dirección: de forma delegada a través de intermediarios que tienen poder “en representación” de una forma más elevada de autoridad, y de forma diádica a través de gente que “representa” el interés de una población. Dentro de la primera categoría sobresalen los estudios de las burocracias imperiales.56 Pero la representación, como insiste Ella Shohat, debe entenderse en el doble sentido de ser, en términos político-morales, “una persona o grupo hablando en nombre de otras personas o grupos” y, en su dimensión semiótica, “algo ‘en presencia de’ algo más.”57 La hegemonía imperial se podría concebir como la habilidad de una persona o institución de redirigir ambas vías de poder representativo. Para hacer eso, el soberano debe usar mecanismos para manufacturar consentimiento, usando el concepto de Gramsci, es decir, hacer que los súbditos del imperio reconozcan la naturaleza soberana de tal poder como legítima.58 A su vez, el soberano tiene que mantener control sobre diversas formas de representación, en el sentido semiótico. Así como su autoridad requiere de la cooperación (a veces negociada, otras veces forzada violentamente) de gente e instituciones con poder militar y económico, necesita también del apoyo de gente que interactúa con el discurso político. La habilidad del soberano de cooptar a esta gente a través de, por ejemplo, el sistema de mecenazgo, o controlar a través de mecanismo retóricos su autorepresentación es, entonces, esencial para mantener su posición de autoridad y hacer que el orden social que lo coloca ahí se asuma como natural.59

Tanto la discriminación jerárquica como la hegemonía imperial son legitimadas por algo trascendental conceptualizado a priori, y algunas veces sistematizada dentro de un código jurídico. Es decir, está sustentada por la creencia de que algo no humano y muchas veces superior la determina. Pueden ser los dioses (y frecuentemente la jerarquía divina refleja la social), Dios, las leyes “naturales,” nuestra biología o incluso conceptos como la razón o la libertad asumidos como universales y estáticos. Este concepto de “trascendental” debe entenderse como una categoría analítica para indicar una división epistemológica que parece estar presente en la mayoría de las sociedades, aunque su forma y función varía drásticamente. La terminología más famosa para referirse a dicha división fue introducida por Émile Durkheim desde 1912 como la separación entre “lo sagrado” y “lo profano.”60 Otra más reciente, propuesta por Philippe Descola, una de las figuras principales del llamado “Giro Ontológico,” ha establecido un esquema para diferenciar cuatro ontologías distinguidas por diversas configuraciones entre la conceptualización de “la interioridad” y “la fisicalidad.”61

En lugar de apropiar los conceptos de “lo sagrado” o “interioridad,” la elección del uso de “trascendental” como categoría analítica tiene la función implícita de criticar la teoría político-moral basada en los conceptos de “libertad trascendental” y “naturaleza humana” atribuidos particularmente a Immanuel Kant.62 Esta crítica es necesaria para alejarnos de la conexión entre teorías sobre “secularización” y “modernización” que han conceptualizado a la “razón” y la “fe” como dos principios cognitivos universalmente opuestos.63 Equiparar, entonces, a “Dios” y “la libertad” como elementos trascendentales borra la división ontológica entre el Estado-nación y otras formas de organización sociopolítica, algo que Ernst H. Kantorowicz ya había buscado hacer al rastrear el origen del Estado en la apropiación laica del concepto eclesiástico de corpus mysticum.64

El orden trascendental que explica la estructura jerarquía en imperios es, por lo tanto, esencial para darle al emperador un aura soberana. La autoridad imperial es frecuentemente delegada de forma “mística;” es, en sí misma, una forma de poder representativo. Por ello, y como argumenta Amira K. Bennison, como parte de la discusión sobre “la interacción entre imperio y religión,” o cualquier otro sistema de creencias sustentado en la presuposición de un algo trascendental, “es esencial tomar en cuenta la naturaleza abstracta de la segunda [la religión] y por lo tanto el papel crucial que juegan sus intérpretes, los profesionales religiosos [o los ideólogos], en delinear su relación con el poder (temporal).”65 La autoridad del emperador puede provenir de un ser trascendental, como un dios, una conceptualización personificada de la tierra, o un cuerpo político místico (trascendental) como “el reino,” “el pueblo” o “la nación.”

Esta delegación “mística” depende de la interacción entre el conocimiento empírico con el reflexivo o teórico, así como de los marcos epistemológicos que ordenan la forma en la que una comunidad hegemónica se entiende a sí misma, a su realidad y reinventa al “otro” subordinado o excluido. Es exactamente sobre esta dimensión de la dominación imperial que el trabajo de Edward W. Said tuvo tanta influencia. Su argumento central analiza el proceso epistemológico a través del cual “un mundo oriental emergió” de la “conciencia soberana occidental” y, gracias a la posibilidad dada por la dominación material, se le fue impuesto al universo de poblaciones que supuestamente describía.66 Dado que una característica distintiva de los imperios es la política de diferencias, tienen que crear sistemas de clasificación frecuentemente contradictorios. Súbditos del imperio pueden ser clasificados y gobernados de una forma específica con base en formas diferentes de identificadores como características físicas, lenguaje, religión o costumbres.67

El papel del imperio en la creación de la “identidad” del dominado o excluido como sujeto y la inclusión de su espacio dentro de marcos epistemológicos ajenos es, simultáneamente, uno de los temas más estudiados, tanto por académicos postcolonialistas como por la nueva historia imperial y paradójicamente más ignorados por aquellos ajenos a estas perspectivas. Sin embargo, para los académicos latinoamericanos en general, y para los historiadores mexicanos en especial, el argumento es familiar en tanto que fue introducido, por primera vez, en uno de los libros más influyentes del siglo pasado dentro de la región: La invención de América.68

Acción social

La soberanía imperial nunca es absoluta dado que existe en perpetua contención y, lo que es más importante, se ejerce. Existe siempre y cuando sea practicada, de otra forma no es más que pretensión. Requiere de formas materiales de dominación y construcciones conceptuales, mecanismos para forzar la voluntad imperial y manufacturar consentimiento. Siempre hay fronteras para los espacios imperiales y un cierto orden epistemológico y legal dentro del cual son representadas y gobernadas.69

En lugar de estudiar un imperio como una realidad positiva con características específicas y límites espaciales y cronológicos precisos, podríamos analizar cómo y si una cierta comunidad aplica formas de dominación distintivas de los imperios y cómo ella, o universos de comunidades, expresan características imperiales. Si una población expande su soberanía por medios militares, está en una búsqueda continua por fuentes de trabajo barato y forzado y controla los movimientos de riqueza, crea un orden jerárquico conceptual legitimado a través de apelar a una razón trascendental, gobierna múltiples comunidades con distintos sistemas legales a través de una estructura de soberanía escalonada e intermediarios, estructura el espacio bajo su control, se diferencia como especial o único, y clasifica gente en categorías discretas con el fin de gobernarlas de forma distinta, entonces estaremos frente a un imperio. Esta misma población puede cambiar este patrón y regresar a él. Eso no significa que un nuevo imperio ha nacido, ni que el mismo imperio reapareció, sino que hay algunas condiciones materiales y construcciones conceptuales que la llevan a actuar de forma imperial.

Un imperio no es una identidad, sino el resultado de una acción social ejercida dentro de un horizonte de posibilidades limitado por ciertas condiciones materiales y construcciones conceptuales. Pierre Bourdieu formuló un concepto para sintetizar las diversas perspectivas sobre acción social, habitus, “sistemas de disposiciones durables, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes.”70 En un sentido, la conceptualización de una formación imperial se podría reformular como “un habitus imperial.” Sin embargo, mientras que “formación” es un concepto intuitivo que no requiere de un lenguaje especializado, “habitus” es contraintuitivo y puede ser fácilmente malinterpretado. Lo que Bourdieu hizo, y lo que el concepto de “formación” implica, es la introducción de la dimensión temporal en la discusión entre materialismo e idealismo, así como entre funcionalismo y fenomenología. De forma similar, Reinhart Koselleck argumentó que “[h]ay, pues, un sinnúmero de condiciones (sincrónicas) y de presupuestos (diacrónicos) que no se pueden determinar según una ley, los cuales motivan, desatan, incitan o limitan las acciones concretas de los actores cuando se contradicen, compiten o disputan.”71

Es decir, el análisis de imperios, como formaciones sociales, debe resaltar el ejercicio del poder fuera de patrones causales, aunque condicionado de forma sincrónica y diacrónica por estructuras materiales y construcciones conceptuales. Las acciones sociales dentro de formaciones imperiales requieren, entonces, un cierto grado de coordinación entre distintas personas que puedan concentrar poder militar, riqueza y autoridad legítima para expandir o mantener los límites espaciales de su soberanía. Esta explicación sobre la expansión imperial partiendo de políticas domésticas ha dominado el análisis desde los estudios de Hobson y Lenin. Para ellos, los capitalistas manipulaban al Estado para expandirse con el fin de tener acceso a mercados más grandes donde pudieran mover sus excedentes, así como a mano de obra más barata para reducir sus gastos de producción y mantenerse competitivos.72 Jack Snyder, de forma más general, resaltó la creación de coaliciones de grupos imperialistas en el siglo XIX a través del intercambio de favores y propaganda de lo que llamó “mitos del imperio,” es decir, ideas no confirmadas que promueven la expansión.73 Asimismo, el trabajo de David Armitage resaltó la conexión entre las disputas políticas internas con la formación de ideologías imperiales en los albores del Imperio Británico.74 Siguiendo esta línea de análisis, John Haldon analizó la tensión y contradicciones generadas por las negociaciones entre las élites metropolitanas, con directa influencia sobre los centros de poder, y las provinciales.75

Partiendo de la acción social restringida por condiciones materiales y construcciones conceptuales para estructurar una narrativa con base en “imperios” o “formaciones imperiales” como unidades analíticas, los historiadores de la nueva historia imperial rompen, con cierto éxito, los patrones teleológicos que han estructurado la narrativa histórica desde el siglo XIX sin perder la posibilidad de trazar conexiones históricas y geográficas, ni caer en un discurso autoreferencial.

Conclusión

La narrativa histórica centrada en la nación tiene el resultado y función de representarnos como históricamente únicos. Antes, asumimos, era un mundo militarmente violento, económicamente explotativo, jerárquico, de soberanía escalonada y discriminatorio. Ahora, las instituciones internacionales, las bases constitucionales de cada sociedad, los medios de comunicación, y las academias clasifican la realidad global en términos de Estados-nación soberanos. Por ello, con el final del “último imperio”, es que uno de los defensores más vocales del liberalismo, Francis Fukuyama, pudo proponer el final de la historia.76 El reflexionar sobre la historia en términos de imperios no es buscar regresar a dinámicas imperiales como alternativas a nuestra organización sociopolítica, sino generar marcos conceptuales que nos permitan cuestionarnos sobre la realidad de la forma en la que nos entendemos y explicamos. Es poder preguntarnos si la realidad que experimentan todos los habitantes de un “Estado-nación” es el de representación política horizontal e identidad compartida, o si hay dinámicas hegemónicas de violencia sistémica, exclusión legal e imposición cultural. Es tener las herramientas intelectuales para analizar las dinámicas internacionales sin asumir que se dan en igualdad de condiciones y partiendo del reconocimiento y respeto a la llamada soberanía nacional.

La relevancia de la nueva historia imperial trasciende su propuesta historiográfica. Propone que uno de los principales problemas que la metanarrativa centrada en “la nación” ha generado es la pobre imaginación política de la actualidad. Esto se debe a que limita nuestro repertorio de posibles estrategias políticas a realidades históricas muy específicas pertenecientes al mundo de la Europa occidental, particularmente su cultura burguesa. Como Frederick Cooper afirma “la forma en la que uno hace historia moldea su pensar sobre la política, y la forma en la que uno hace política afecta su pensar sobre la historia.” A pesar de que asumimos que los imperios son realidades pasadas, insiste, “la inequidad de poder, incluso de forma extrema, persiste en otras formas y con otros nombres. Esas formas también se volverán objetos de movilización en el espacio y de diferencias, y quizás lo que hoy es ordinario se volverá políticamente imposible mañana.”77 Enfocarnos en imperios nos ayuda a entender la lógica de la múltiple variedad de posibles estrategias de dominio y resistencia que presenta la historia plural del mundo para imaginar realidades potenciales que han sido opacadas porque el Estado-nación y la economía capitalista han establecido los límites de lo racionalmente posible.

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1 Michel Foucault, “Nietzsche, la Généalogie, l’Histoire”, en Hommage a Jean Hyppolite, ed. Suzanne Bachelard et.al. (París: Presses Universitaires de France, 1971), 159-161; Reinhart Koselleck, “Compromiso con la situacion y la temporalidad”, en Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, trad. Norberto Smilg (Barcelona: Paidós, 1993), 191-198; Dipesh Chakrabarty, “The Idea of Provincializing Europe”, en Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference (Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2000), 11-16; Frederick Cooper, “States, Empires, and Political Imagination”, en Colonialism in Question: Theory, Knowledge, History (Berkeley, Los Ángeles y Londres: University of California Press, 2005), 153-203.

2La idea de que la Historia es una entre muchas formas de narrar el pasado ha sido desarrollada en profundidad desde, al menos, la década de los setenta. Algunos ejemplos son: Hayden White, Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe (Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University Press, 1973); Marshall Sahlins, “Other Times, Other Histories: The Anthropology of History”, en Islands of History (Chicago: University of Chicago Press, 1985), 32-72, Pierre Nora, “Entre mémoire et histoire: La problématique des lieux”, en Les Lieux de mémoire. Première partie: La République, editado por Pierre Nora (París: Gallimard, 1997), XVII-XLII; Eric Hobsbawm, “The Sense of the Past”, en On History (Nueva York: The New Press, 1997), 10-23; Chakrabarty, “Minority Histories, Subaltern Pasts”, en Provincializing Europe., 97-116.

3“’(e)conomics’ and ‘history’ are the knowledge forms that correspond to the two major institutions that the rise (and later universalization) of the burgeois order has given to the world—the capitalist mode of production and the nation-state.” Chakrabarty, Provincializing Europe, 41.

4 Eric R. Wolf, Europe and the People Without History (Berkley: Los Ángeles y Londres: University of California Press, 1982), 3-23; Enrique Dussel, 1492: El encubrimiento del Otro: Hacia el origen del “mito de la Modernidad” (La Paz: Plural Editores, 1994), 104; Chakrabarty. “Reason and the Critique of Historicism”, en Provincializing Europe, 237-256; Fernando Coronil, “Beyond Occidentalism: Toward Nonimperial Geohistorical Categories”, Cultural Anthropology, vol. 11, núm. 1 (febrero, 1996): 51-87.

5 Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance: Literacy, Territoriality & Colonization (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 1995) 5; Edmundo O’Gorman, La invención de América (México: Tierra Firme, 1958); Dussel, El encubrimiento del Otro; Wolf, People Without History; Kathleen Davis, Periodization and Sovereignty: How Ideas of Feudalism and Secularism Govern the Politics of Time, (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2008) 51-75.

6 Frederick Cooper et.al. eds., Tensions of Empire: Colonial Cultures in a Bourgeois World (Berkley: Los Ángeles y Londres: University of California Press: University of California Press, 1997).

7 Jane Burbank y Frederick Cooper, Empires in World History: Power and the Politics of Difference (Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2010); Cooper, Colonialism in Question; Ann Laura Stoler et.al., eds., Imperial Formations (Santa Fe: School for Advanced Research Press, 2007); Lauren Benton, Law and Colonial Cultures: Legal Regimes in World History, 1400-1900 (Cambridge: Cambridge University Press, 2002) y su volúmenes editados con Richard J. Ross, Legal Pluralism and Empires: 1500-1850 (Nueva York y Londres: New York University Press, 2013) y con Adam Clulow y Bain Attwood, Protection and Empire: A Global History (Cambridge: Cambridge University Press, 2018); John Darwin, After Tamerlane: The Rise and Fall of Global Empires, 1400-2000 (Nueva York y Londres: Bloomsbury Press, 2008); Peter Fibiger Bang y C.A. Bayly, eds., Tributary Empires in Global History (Londres: Palgrave Macmillan, 2011). Académicos franceses también han empezado a adoptar una metodología similar, por ejemplo, Pascal Blanchard, et.al., eds., Sexe, race & colonies. La domination des corps du XVe siècle à nos jours (París: La Découverte, 2018).

8 Peter Fibiger Bang, et.al. eds., The Oxford World History of Empire, 2 vols. (Oxford: Oxford University Press, 2021).

9 Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, vol. 1, trad. José Gaos (Salamanca: Tecnos, 2005) 176-177.

10 Leopold von Ranke, “Historia y Filosofía”, en Pueblos y Estados en la historia moderna, trad. Wenceslao Roces (México: FCE, 1979), 519-520.

11Véase Jennifer Pitts “Part 1: Critics of Empire”, en A Turn to Empire: The Rise of Imperial Liberalism in Britain and France (Princeton: Princeton University Press, 2005), 25-162.

12 Hegel, Filosofía de la Historia, vol. II, 409.

13 Auguste Comte, “Première Leçon”, en Cours de philosophie positive: tome premier, contenant les préliminaires généraux et la philosophie mathématique (Paris: Rouen Frères and Libraires-Éditeurs, 1830), 1-56. Leopold von Ranke, “Prólogo a Historia de los pueblos latinos y germánicos de 1494 a 1535”, en Pueblos y Estados, 38.

14 Friedrich Schleiermacher, Hermeneutics and Criticism: And Other Writings, trad. Andrew Bowie (Cambridge: Cambridge University Press, 1998); Wilhelm Dilthey, Hermeneutics and the Study of History, editado por Rudolf A. Makkreel y Frithjof Rodi (Princeton: Princeton University Press, 1996).

15 Thomas Macaulay, The History of England from the Accession of James II, 5 vols. (Filadelfia: Porter & Coates, 1848).

16 Jules Michelet, Histoire de France, 28 vols. (Paris: L. Hachette, Chamerot y G. Baillière, 1833-1875).

17 Ernest Renan, Qu’est-ce qu’une nation?: Conférence Faite en Sorbonne, Le 11 Mars 1882 (Paris: Claman Lévy, 1882).

18Posiblemente los dos más importantes eran William Petty y Adam Smith.

19 Karl Marx, El Capital Vol. 1. El proceso de producción del capital, trad. Pedro Scaron (México: Siglo XXI, 1975) 179.

20 Marx, El Capital, 207.

21 Marx, El Capital, 199.

22Esta teoría de contradicciones internas la presente Marx de forma más clara en el prólogo a La Contribución a la Crítica de la Economía Política, trad. Jorge Tula et.al. (México: Siglo XXI, 1980) 3-8.

23Estos historiadores se han categorizado bajo el nombre del “giro lingüístico.” Algunos ejemplos: Quentin Skinner, “Meaning and Understanding in the History of Ideas”, History and Theory vol. 8, núm.1 (1969): 3-53; White, Metahistory, Michel De Certeau, L’Escriture de l’Histoire (Paris: Éditions Gallimard, 1975); Koselleck, Futuro pasado; Joan Scott, “Gender as a Useful Category for Analysis”, American Historical Review vol. 91 (1986): 1053-1075; Roger Chartier, “Le monde comme représentation”, Annales. Histoire, Sciences Sociales vol. 44, núm. 6 (noviembre-diciembre, 1989): 1505-1520; Lynn Hunt et.al. eds, Histories: French Constructions of the Past (Nueva York: New Press, 1995).

24 Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, (Londres y Nueva York: Verso Books, 1983); Pierre Nora, coord., Les Lieux de mémoire, 3 vols. (Paris: Gallimard, 1984-1992).

25as much as the West itself, the Orient is an idea that has a history and a tradition of thought, imagery, and vocabulary that have given it reality and presence in and for the West.” Edward Said, Orientalism (Nueva York: Pantheon Books, 1978) 5.

26certain figures of imagination whose geographical referents remain somewhat indeterminate.” Chakrabarty, Provincializing Europe, 7.

27Ver Mabel Moraña, et.al. eds., Coloniality at Large: Latin America and the Postcolonial Debate (Durham y Londres: Duke University Press, 2008).

28familiar tale…The rise of the West to global supremacy by the path of empire and economic pre-eminence…the high road of history…all the alternatives were byroads or dead ends…placing Europe (and the West) in a much larger context: amid the empire-, stat- and culture-building projects of other parts of Eurasia.” Darwin, After Tamerlane, x.

29Para el proyecto Ethics and Empire véase https://www.mcdonaldcentre.org.uk/ethics-and-empire. Para la controversia que suscitó véase: Richard Adams, “Oxford University Accused of Backing Apologists of British Colonialism”, The Guardian (diciembre 22, 2017); y Ian Jack, “The Sun may Never Set on British Misconceptions about Our Empire”, The Guardian (enero 6, 2018).

30 Niall Ferguson, Empire: The Rise and Demise of the British World Order and the Lessons for Global Power (Londres: Allen Lane, 2002); Dimitri Casali y Nicolas Cadet, L’Empire colonial français: Quand la France rayonnait dans le mode 1608- 1931 (Paris: Gründ, 2015).

31Véase el estudio sobre este tema que realizó Daniel Immerwahr, How to Hide and Empire: A History of Greater United States (Nueva York: Picador, Farrar, Straus and Giroux, 2019). Particularmente véase 8-12. También véase: Andrew Preston, “America’s Global Empire”, en Bang et.al. eds., World History of Empires vol 2., 1217-1218.

32Para un estudio sobre el significado político de la coronación de Carlomagno como emperador véase: Anne A. Latowsky, Emperor of the World: Carlemagne and the Construction of Imeprial Authority, 800-1229 (Ithaca y Londres: Cornell University Press, 2013). También véase: Rosamond McKitterick, “Charlemagne, the Carolingian Empire and Its Successors”, en Bang et.al. eds., World History of Empires vol 2., 487-493.

33Esta aclaración suele aparecer en la mayoría de las introducciones de los historiadores que han adoptado este acercamiento. Por ejemplo, en los volúmenes de Oxford está en Peter Fibiger Bang, “Empire—A World History: Anatomy and Concept, Theory and Synthesis”, en World History of Empires vol 1., Bang, et.al. eds., 12-14.

34Koselleck hace una diferencia entre “categorías científicas del conocimiento” y los “conceptos ligados a las fuentes” o “conceptos tradicionales.” Ver Koselleck, “‘Espacio de experiencia’ y ‘Horizonte de expectativa’, dos categorías históricas”, en Futuro pasasado, 334. Cooper, por el otro lado, les llama “categoría analítica” y “categoría indígena.” Véase: Cooper, Colonialism in Question, 8-9.

35“may be ‘things’… imperial formations are not…they are polities of dislocation, processes of dispersión, appropriation, and displacement…dependent both on moving categories and populations…on material and discursive postponements and deferrals.Stoler y McGranahan, “Introduction: Refiguring Imperial Terrains”, en Imperial Formations, 8.

36concrete complex whole comprising economic practice, political practice, and ideological practice at a certain place and stage of development.” Esta definición proviene del glosario realizado por Ben Brewster: Louis Althusser, For Marx, trad. Ben Brewster (Londres y Nueva York: Verso, 2005), 251. Citado en Stoler y McGranahan, Imperial Formations, 8.

37Para un estudio detallado sobre la centralidad del esfuerzo bélico en un contexto imperial véase, Geoffrey Parker, The Grand Strategy of Philip II (New Haven: Yale University Press, 1998).

38 Aristóteles, Política, trad. Manuela García Valdés (Madrid: Gredos, 1988) 386-387. Para un análisis general reciente de estas teorías véase: William R. Thompson, “A Test of a Theory of Co-Evolution in War: Lengthening the Western Eurasian Military Trajectory” The International History Review vol. 28, núm. 3 (septiembre, 2006): 473-503.

39Véase: Peter A. Lorge, The Asian Military Revolution: From Gunpowder to the Bomb (Cambridge: Cambridge University Press, 2008) y Ian Morris, “Empire and Military Organization,”, en Bang, World History of Empire vol. 1, 168-176.

40Para un ejemplo de un excelente e influyente análisis sobre el entendimiento más extenso de “violencia” y particularmente influyente en la crítica “postcolonial” véase: Gayatri Chakravorty Spivak, “¿Can the Subaltern Speak?”, en Marxism and the Interpretation of Culture, editado por Cary Nelson (Londres: Macmillan, 1988). El concepto más limitado de violencia usado en este artículo se asemeja al desarrollado por los sociólogos Max Weber y Charles Tilly. Max Weber, “Naturaleza y ‘legitimidad’ de las asociaciones políticas”, en Economía y Sociedad, trad. José Medina Echevarría et.al., (México: FCE, 1964), 661-663; Charles Tilly, “War Making and State Making as Organized Crime”, en Bringing the State Back In, editado por Peter Evans, et.al. (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), 169-191.

41 Ian Morris desarrolla este argumento en “Empire and Military Organization”, 155-178.

42What is needed is a comprehensive model based on supply and demand, with specific focus on the occupational and demographic structures of the slave system and the institutional properties of slave labor.” Kyle Harper, Slavery in the Late Roman World, AD 275-425 (Cambridge: Cambridge University Press, 2011) 10.

43The study of slavery, largely limited to a category of possession and labor bit by implication also dominance, stands in stark contrast to imperial histories. Empire defined slavery but also the Iberian Atlantic slave trades. Both also conspired in the formation of imperial absolutism.Herman Bennett, African Kings and Black Slaves: Sovereignty and Dispossession in the Early Modern Atlantic (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2019) 39.

44Forced labor was the foundation of the Qin and Han states…empires employed four types of manual labor: peasant, corvée, hired, convict, and slave. Each of these had different legal and social characteristics and was consequently suitable for different types of work…it was upon convicts’ expendable backs that the material foundations of the early imperial state were built.Mark Edward Lewis, The Early Chinese Empires: Qin and Han (Cambridge y Londres: The Belknap Press of Harvard University Press, 2007) 250-252.

45 John A Hobson, Imperialism: a Study (Nueva York: James Pott & Company, 1902); Vladimir I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo (Pekin: Ediciones en lenguas extranjeras, 1966).

46 Eric Hobsbawm, The Age of Empire (1875-1914) (Nueva York: Vitange Books, 1987); Fernand Braudel, Civilisation matérielle, êconomie et capitalisme. XVe-XVIIIe siècle. Tome 3. Le temps du monde (Paris: Armand Colin, 1979); Immanuel Wallerstein, The Modern World-System, vol. 1: Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century (Nueva York y Londres: Academic Press, 1974).

47 Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, trad. Raimundo Fernández (México: Grijalbo, 1967); Theotônio dos Santos Júnior, Imperialismo y dependencia (México: Editorial Era, 1978); Frantz Fanon, Les damnés de la terre (Paris: Éditions Maspero, 1961); Samir Amin, Le développement inégal (Paris: Éditions de Minuit, 1973).

48 Ranajit Guha, A Rule of Property for Bengal: An Essay on the Idea of Permanent Settlement (Paris: Mount & Company, 1963); Timothy Mitchel, “The Stage of Modernity”, en Questions of Modernity, editado por Timothy Mitchel (Minneapolis y Londres: University of Minnesota Press, 2000).

49 John Haldon, “The Political Economy of Empire: ‘Imperial Capital’ and the Formation of Central and Regional Elites”, en Bang, World History of Empire vol. 1, 188.

50the British Empire, by one standard a thoroughly modern, exploitative capitalist empire, continued to employ modes of coercion, recruitment and reward which were typical of those tributary empires like the Mughal.” Peter Fibiger Bang y C.A. Bayly, “Tributary Empires—Towards a Global Comparative History”, en Tributary Empires, 8.

51Para una evaluación historiográfica sobre la política económica del imperio español, véase: Andrés Calderón y Rafael Dobado, “Siete mitos acerca de la historia económica del mundo hispánico”, en Pintura de los reinos. Identidades compartidas en el mundo hispánico. Miradas varias, siglos XVI-XIX, coords. Rafael Dobado y Andrés Calderón (Barcelona: Real Academia de la Historia, Fomento Cultural Banamex y Academia Mexicana de la Historia, 2012), 75-103.

52Empire is a circular argument: the main tool an empire has for convincing its subjects that its agents are the only people allowed to be violent is law, but law’s legitimacy rests on the empire’s ability to enforce it with violence.” Morris, “Military Organization,” 158.

53The concept of empire presumes that different people within the polity will be governed differently.” Burbank y Cooper, “Imperial Trajectories”, en Empires, 8. Véase también su capítulo “Empires and the Politics of Difference: Pathways of Incorporation and Exclusion”, en Bang, World History of Empires vol. 1, 375- 415.

54 Benton y Ross, Legal Pluralism, 1.

55El papel de los “intermediarios” en sistemas imperiales se ha vuelto uno de los temas más discutidos en la historiografía reciente de imperios, particularmente vinculado con el trabajo de Burbank y Cooper. Véase en general todo su libro Empires y Benjamin N. Lawrence et.al., eds., Intermediaries, Interpreters, and Clerks: African Employees in the Making of Colonial Africa (Madison y Londres: The University of Wisconsin Press, 2006). Frantz Fanon ya había resaltado este papel en “Mésaventures de la conscience nationale”, en Les damnés, 143-194.

56 Peter Crooks et.al. eds., Empires and Bureaucracy in World History: From Late Antiquity to the Twentieth Century (Cambridge: Cambridge University Press, 2016).

57some person or group is speaking on behalf of some other persons or groups...something is ‘standing for’ something else.Ella Shohat, “The Struggle over Representation: Casting, Coalitions, and the Politics of Identification”, en Late Imperial Culture, editado por Román de la Campa, et.al. (Londres y Nueva York: Verso, 1995) 166.

58 Antonio Gramsci, El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce, trad. Isidoro Flambaun (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1971) 50. Véase Bang, “Empire,” 35.

59El volumen más importante sobre representación en espacios imperiales es Peter Fibiger Bang y Dariusz Kołodziejczyk, Universal Empire: A Comparative Approach to Imperial Culture and Representation in Eurasian History (Cambridge: Cambridge University Press, 2012). Véase también Javed Majeed, “Literature of Empire: Difference, Creativity, and Cosmopolitanism”, en Bang, World History of Empire vol. 1, 342-374. Sobre un excelente estudio de caso véase Alejandro Cañeque, The King’s Living Image: The Culture and Politics of Viceregal Power in Colonial Mexico (Nueva York y Londres: Routledge, 2004). Particularmente los capítulos “Performing Power” y “The Economy of Favor”, 119-184.

60 Émile Durkheim, Les formes élémentaires de la vie religieuse: le système totémique en Australie (Paris: Presses Universitaires de France, 1912).

61 Philippe Descola, Pardelà nature et culture (Paris: Gallimard, 2005).

62Sobre esta crítica a Kant véase, Gilles Deleuze, “Problème de la connaissance et problème moral” y “Les principes de la nature humaine”, en Empirisme et subjectivité (Paris: Presses Universitaires de France, 1953), 1-22, 118-138; Michel Foucault. “L’homme et ses doubles”, en Les mots et les choses, 314-354; Ermanno Bencivenga, Ethics Vindicated: Kant’s Transcendental Legitimation of Moral Discourse (Oxford: Oxford University Press, 2007).

63 Talal Asad desarrolló esta crítica de forma extensa en: Formations of the Secular: Christianity, Islam, Modernity (Standford: Stanford University Press, 2003).

64 Ernst H. Kantorowicz, The King’s Two Bodies: A study in Medieval Political Theology (Princeton: Princeton University Press, 1957).

65the interplay between empire and religion…it is essential to bear in mind the latter’s abstract nature and therefore the crucial role played by its interpreters, religious professionals, in delineating its relations with (temporal) power.” Amira K. Bennison, “Empire and Religion”, en Bang, World History of Empires, 322. Como un caso específico sobre esta relación entre instituciones religiosas y sistemas imperiales, véase, Fernando Ciaramitaro, Santo Oficio imperial. Dinámicas globales y el caso siciliano (México y Barcelona: UACM y Gedisa, 2022).

66an Oriental world emerged…upon a sovereigh Western consciousness.” Said, Orientalism, 8.

67Para estudios sobre la forma en la que los imperios clasifican varias poblaciones véase: 125-133; Frederick Cooper y Rogers Brubaker, “Identity”, en Colonialism in Question, 59-90; Irene Silverblatt, Modern Inquisitions: Peru and the Colonial Origins of the Civilized World (Durham: Duke University Press, 2004). Surekha Davies, Renaissance Ethnography and the Invention of the Human (Cambridge: Cambridge University Press, 2016).

68 O’Gorman, La invención de América.

69Para estudios en la apropiación institucional del espacio imperial véase, Lauren Benton, A Search for Sovereignty: Law and Geography in European Empires, 1400-1900 (Cambridge: Cambridge University Press, 2010); Lisa Ford, Settler Sovereignty (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2010).

70systèmes de dispositions durables, structures structuées prédisposées à fonctionner comme structures structurantes.” Pierre Bourdieu, Esquisse d’une théorie de la pratique précédé de Trois études d’ethnologie kabyle (Paris: Éditions du Seuil, 1972) 256.

71 Reinhart Kosselleck, “Estructuras de repetición en el lenguaje y en la historia”, Revista de Estudios Políticos núm. 134 (diciembre, 2006): 22.

72 Hobson, “Economic Parasites of Imperialism”, en Imperialism, 46-63; Lenin, “El reparto del mundo entre las asociaciones de capitalistas”, en Imperialismo, 83-94.

73 Jack Snyder, Myths of Empire: Domestic Politics and International Ambition (Ítaca y Londres: Cornell University Press, 1991).

74 David Armitage, The Ideological Origins of the British Empire (Cambridge: Cambridge University Press, 2000).

75 Haldon, “The Political Economy of Empire,” 206-216.

76 Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man (Nueva York y Toronto: The Free Press, 1992).

77How one does history shapes how one thinks about politics, and how one does politics affects how one thinks about history.” “Inequality of power, even extreme inequality, persists in other forms and with other names. Those forms too will become objects of mobilization across space and difference, and perhaps what is ordinary today will become politically impossible tomorrow.Cooper, Colonialism in Question, 231, 203.

Recibido: 13 de Abril de 2023; Aprobado: 19 de Octubre de 2023

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