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Alteridades

versão On-line ISSN 2448-850Xversão impressa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.21 no.42 Ciudad de México Jul./Dez. 2011

 

Lecturas

 

Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán*

 

Reseña por Andrés Oseguera Montiel**

 

* Luis Vázquez León,
Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán
,
Programa Universitario México Nación Multicultural-Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2010, 319 pp.

 

** Escuela Nacional de Antropología e Historia, Unidad Chihuahua <andresoseguera@hotmail.com>.

 

 

La identidad étnica es un tema de la antropología controvertido y complejo por la variedad de enfoques y problemáticas sociales relacionadas con su estudio. Su forma de abordarlos se vincula, por ejemplo, con el análisis de los movimientos colectivos que buscan el reconocimiento dentro del marco del Estado nacional, así como con los conflictos grupales donde se dirimen tanto la independencia como la autonomía de territorios en disputa. Hablar de la identidad étnica implica considerar toda la política asumida por el Estado de bienestar capitalista hacia las agrupaciones que se asumen diferentes por su lengua, su religión y su cultura, y la forma en la cual pretende distribuir equitativamente los bienes con el reconocimiento de la igualdad de derechos sin que ello implique negar la diferencia grupal. Sin duda, involucra también el estudio de las estrategias individuales sobre la incorporación o no a las identidades grupales, lo que lleva a considerar la existencia de identidades locales, múltiples e individuales.

Estos y muchos otros escenarios que abarcan las discusiones sobre las identidades étnicas hoy en día son parte esencial del libro Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán, de Luis Vázquez León, quien vuelve, después de Ser indio otra vez. La purepechización de los tarascos serranos (1992), a los vaivenes del movimiento étnico en Michoacán, por las paradojas, inconsistencias e incertidumbres que representa la denominada gestión étnica del siglo XXI y la economía nacional y mundial poco favorables a los indígenas. Se trata de un libro compuesto por una serie de ensayos centrados en el estudio crítico del movimiento étnico en favor de la identidad comunal y en el análisis concreto de la vida de los jornaleros tarascos, donde los detalles etnográficos de la cotidianidad permiten al autor desarrollar un enfoque etnometodológico.

A lo largo del libro se hace evidente la contradicción entre lo que se ha construido en términos de la identidad étnica y la identidad individual que expresa la situación económica y política de los jornaleros en zonas rurales de Michoacán. La migración de población indígena a zonas urbanas en busca de mejores formas de vida, una proletarización acuciante de niños y mujeres que salen de sus comunidades a zonas agrícolas de la región y la inevitable secuela de conflictos entre los mismos indígenas con la gente residente y con otros jornaleros también tarascos procedentes de otros pueblos contrastan con la "nación purépecha" promovida por un conjunto de maestros y técnicos indígenas que representan la inteligentsia étnica, promotora de una identidad comunal entre los indígenas.

En este proyecto de etnicidad, encabezado por aquellos detentadores del poder de la palabra (profesionales que hablan y escriben en la lengua nativa, pero también intelectuales académicos convencidos de la existencia de una cultura purépecha), el nombre del grupo étnico adquiere especial relevancia. Para que un movimiento étnico pretenda impulsar una identidad grupal entre un conjunto de pueblos y localidades dispersos en un amplio territorio, el nombre que se presenta para designar al "pueblo" en términos genéricos es determinante, sobre todo si éste hace alusión a la lengua y al territorio, dos elementos que se presentan como definitorios de la cultura. Se habla de los "purépechas" por ser un término, se argumenta, derivado de la lengua amerindia y no, de "tarascos", vocablo impuesto y surgido de un contexto externo a la propia cultura indígena.

Aquí, el seguimiento que Luis Vázquez León hace de las acepciones históricas de purépecha y tarasco pone en evidencia la sofisticación y las implicaciones que acarrea el uso de dichos términos en épocas distintas. Al buscar en los documentos coloniales y en los estudios tanto arqueológicos como lingüísticos de la región, el autor demuestra que la imagen del grupo indígena pintada por aquellos que hablan de una identidad comunal que se perpetúa a lo largo de los siglos no corresponde con las guerras, alianzas y distinciones sociales que existieron antes y después de la llegada de los españoles. En efecto, los términos reflejan a un grupo indígena prehispánico altamente estratificado en términos sociales (purépecha se utilizaba, por ejemplo, para designar la condición social baja de las personas), cuya nobleza establecía alianzas (que ahora resultan incómodas) con otros grupos dominantes, como sucedió con los mismos españoles, para lo cual se utilizaba el término tarasco, cuya etimología hace referencia a la alianza establecida.

Pero más allá de las supuestas acepciones de los términos para designar o no a un conjunto de pueblos de Michoacán, etiquetar con un mismo nombre a un conjunto de jornaleros indígenas que migran a pueblos como Tanhuato y, en menor medida, a Yurécuaro, es una política que subordina la identidad individual a una identidad grupal que obedece a un proyecto colectivo de un grupo privilegiado de indígenas.

La situación de los jornaleros no es sencilla, pues al migrar a estos pueblos viven una constante discriminación racial y social de parte de los mestizos, que termina por violar sus derechos laborales más elementales. En Tanhuato, los jornaleros indígenas no son reconocidos como parte del mismo pueblo: las autoridades municipales y la delegación estatal del Programa Nacional con Jornaleros Agrícolas (Pronjag) han hecho todo lo posible para "acomodar" a los indígenas en las afueras del pueblo, en un albergue, situación que en los hechos evita que estos jornaleros ocupen lugares públicos y se "mezclen" con la población mestiza. En el ámbito laboral se les prohíbe hablar la lengua nativa para evitar malos entendidos y posibles confabulaciones, que los propios empleadores mestizos asumen cuando escuchan a los tarascos comunicarse entre sí con los fonemas de su lengua. Por supuesto, los indígenas siguen hablando la lengua vernácula, no por comulgar con los principios de su identidad étnica sino como expresión de una "resistencia a la imposición".

De acuerdo con Vázquez León, los indígenas que viven en carne propia la economía de mercado, vendiendo como mercancía su fuerza de trabajo, no son unos "idiotas culturales" que se resisten al proyecto de etnicidad que les ofrece la intelectualidad e inteligentsia étnica; están interesados en defender sus derechos laborales como ciudadanos y asalariados, y hasta ahora no han dejado de hablar su lengua y no han cambiado su domicilio al albergue, sino que se mantienen en las zonas céntricas del pueblo. Saben que existe la opción de asumir una identidad étnica grupal, pero todavía no se ve cómo esta identidad pueda ser la solución a las diatribas de la cotidianidad, entiéndase, sus preocupaciones económicas y familiares.

Esta conclusión del autor se deriva del acercamiento etnometodológico centrado en el análisis de las situaciones cotidianas y, podría decirse, de aquellas experiencias de la cotidianidad que son consideradas banales (Coulon, 1998), pero estas situaciones, que efectivamente destacan por ser parte del acontecer diario de los indígenas, no dejan de ser importantes, estructurantes, para comprender y distinguir la identidad contextual de los jornaleros. Los términos de la lengua indígena adquieren significado en el contexto específico de la agroindustria regional, de ahí que sea difícil encontrar un solo sentido a un concepto como el de purépecha.

En Tanhuato, donde concurren indígenas de Tarecuato y la Cantera, pero también del pueblo de Ichán, persisten las diferencias y la falta de comunicación entre los mismos tarascos, producto del escaso entendimiento por variaciones dialectales. Aún más, consideran que el purépecha que difunden los intelectuales y que aparece en textos de divulgación está cargado de una retórica poco comprensible; existe un exceso de palabras que contrasta con la economía léxica del idioma empleado para interactuar cotidianamente. Los jornaleros que se asumen como tarascos no hablan ese purépecha de la alcurnia indígena, sino el purépecha cimarrón, una lengua que se utiliza y tiene sentido en la vida diaria. Es posible, por lo tanto, hablar de un identidad local y, al mismo tiempo, variable entre estos jornaleros. Sin duda, la complejidad de la realidad social en la que viven los indígenas migrantes contrasta con la de aquellos intelectuales étnicos que esperan ver el despertar de un grupo indígena con rituales comunes y representados por la bandera multicolor de la "nación purépecha", donde aparecen las cuatro regiones purépechas como símbolo de la unión y de una identidad grupal.

El proyecto de etiquetar y definir al indígena tarasco con un mismo estandarte está entrelazado con el indigenismo moderno, si se le puede llamar así al proyecto institucional que busca apoyar al indígena emprendedor dispuesto a superarse. La "gestión étnica", como prefiere llamar Vázquez León a este proyecto institucional de "empoderamiento indígena", que facilita la inserción al mercado de los jornaleros, no puede funcionar si no existen indígenas, es decir, si no aparecen en los números, con adscripción a una de las etnias del país, de los censos nacionales. Para poder gestionar la etnicidad –dice Luis Vázquez León– es necesario etiquetarla, y para ello hace falta manipular las identidades étnicas ante fenómenos paradójicos como el que aconteció en el censo de 2000, cuando cerca de 1.9 millones de hablantes de una lengua indígena de México decidieron no adscribirse a un grupo étnico. Esta situación fue inesperada para los gestores de las instituciones encargadas del bienestar de los indígenas, pues su expectativa era que el número de personas asumidas como indígenas se incrementara ante la flexibilidad para la adscripción de agrupaciones en proceso de reconocimiento. Este fenómeno refleja, en términos numéricos, lo que sucede en Tanhuato, donde los indígenas no han abandonado su identidad individual en favor de una identidad colectiva, donde adquiere mayor importancia la defensa de los derechos individuales que la búsqueda de reconocimientos colectivos. Hablar una lengua indígena no los hace automáticamente parte de una identidad colectiva. Estas situaciones que se presentan en los censos y en la manera en que las instituciones burocráticas pretenden remediarlas inflando el número de indígenas para fomentar su participación en la economía de mercado (para poder incluirlos como mano de obra barata) definen el nuevo escenario contradictorio de las actuales políticas multiculturales.

Sin duda, uno de los "peligros" que se perciben en este multiculturalismo tiene que ver con que la identidad grupal o étnica pretende subsumir y negar la identidad individual (véase Benhabib, 2006). Aunque el multiculturalismo parte de un principio incuestionable al fomentar la igualdad de la población en términos de derechos y condiciones materiales sin importar las diferencias étnicas, los resultados producidos no son del todo favorables para aquellos sectores que han formado desde un principio el "ejército industrial de reserva" y que están adscritos contra su propia voluntad a una identidad étnica para participar en proyectos neoliberales de desarrollo. En efecto, la defensa de la diferencia étnica y, al mismo tiempo, la búsqueda de igualdad que implica llevar a cabo los principios del multiculturalismo, son puestas a prueba de manera constante cuando el reconocimiento de la diferencia étnica implica negar los derechos individuales de pertenecer o no a un grupo étnico.

No se trata de "idiotas culturales", como lo repite Luis Vázquez León, cuando los propios indígenas deciden no participar en estas identidades numeradas de los censos que facilitan el manejo de la población trabajadora para su participación en los centros agroindustriales del capitalismo actual; son indígenas con calidad de ciudadanos que están dispuestos a defender sus derechos en situaciones de desventaja y desigualdad, situaciones que van acrecentándose conforme la propia modernidad líquida se va diseminando en cada parcela del México contemporáneo.

Es necesario decir que si bien el libro de Luis Vázquez León se circunscribe a los avatares de la identidad étnica michoacana, el agudo y certero análisis que se expone en las más de 300 páginas que conforman Multitud y distopía permite entender el esencialismo que prevalece en los movimientos de reivindicación étnica en buena parte del país, cuando lo que acontece es la existencia de distintas identidades, múltiples y complejas, en una población indígena inmersa en la vorágine de la economía capitalista. Es evidente, por ejemplo, que la situación que viven los tarascos tiene claras semejanzas con lo que sucede entre los grupos indígenas del norte de México. Como en la región michoacana, en el caso de los pimas ubicados en Chihuahua y Sonora, en la Sierra Madre Occidental, la inteligentsia étnica norteña se ha volcado en la imperiosa necesidad de renombrar a los indígenas como o'ob, que se traduce como "gente", y –en medio de una narcoeconomía donde hombres, mujeres y niños se involucran por ser la única opción para sobrevivir– rescatar los rituales que expresan la identidad grupal (véase Oseguera Montiel, 2010). Aunque los pimas han participado en este rescate identitario y se asumen ahora como o'ob, no dejan de advertir que se trata de un término etnocéntrico que niega a los "otros", indígenas vecinos y mestizos por igual, el derecho a ser reconocidos como personas.

En buena medida, la crítica a los proyectos de identidad étnica emanados de una inteligentsia étnica e intelectual perteneciente a la academia deja al descubierto las contradicciones discursivas y conceptuales de la propia antropología. El concepto en boga de "pueblos originarios" es el más vivo ejemplo de un intento por asumir de entrada una esencia oculta en las identidades étnicas; una versión actual del México profundo donde se enfatiza la identidad territorial de grupos indígenas por la supuesta antigüedad de ocupación de un territorio, otorgando privilegios que otros (mestizos e indígenas por igual) no pueden tener porque llegaron después; pero esta legitimación, que se vuelve selectiva y muchas veces imposible de comprobar en los distintos escenarios del pasado prehispánico, es motivo de conflictos por la tierra en lugares donde los protagonistas son indígenas que se asumen a sí mismos como originarios, presentando documentos apócrifos, frente a indígenas que no tienen los llamados "títulos primordiales", pero que han ocupado durante varias décadas o centurias el territorio en disputa. Queda claro que un enfoque que considere el actuar de los individuos en su cotidianidad y sus formas expresivas de nombrar y configumar la realidad evitará fomentar e inventar identidades étnicas por doquier y asumir una posición crítica ante las vejaciones de los derechos individuales de los indígenas, emanadas de las contradicciones que genera el propio Estado de bienestar capitalista.

 

Bibliografía

Benhabib, Seyla 2006 Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Kats, Buenos Aires.         [ Links ]

Coulon, Alain 1998 La etnometodología, Cátedra, Madrid.         [ Links ]

Oseguera Montiel, Andrés 2010 "El regreso de los Oískama. Un acercamiento cognitivo a la vida religiosa de los pimas de la sierra Madre Occidental (México)", tesis de doctorado, Universidad Autónoma Metropolitana/Université de París 7 Diderot, México.         [ Links ]

Vázquez León, Luis 1992 Ser indio otra vez. La purepechización de los tarascos serranos, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México.         [ Links ]

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