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 número104Canabal, B.; Muñoz, C.; Cortés, D.; Olivares, M. y Santos, C. (Coords.) (2020). Tejido rural urbano. Actores sociales emergentes y nuevas formas de resistencia. México: UAM-Xochimilco/Itaca, 350 pp., ISBN: 978-607-8651-42-9Trejo Rivera, F y Pinzón Ríos, G. (2019). Espacios marítimos y proyecciones culturales (Historia General: 37). México: Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, Instituto Nacional de Antropología e Historia. 326 pp. ISBN UNAM 978-607-30-2044-2, ISBN UNAM 978-607-30-2044-2 ISBN INAH 978-607-539-275-2 índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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Investigaciones geográficas

versão On-line ISSN 2448-7279versão impressa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.104 Ciudad de México Abr. 2021  Epub 20-Set-2021

https://doi.org/10.14350/rig.60373 

Reseñas

Petrarca, F. (2019). La ascensión al Mont Ventoux. Madrid: La línea del horizonte ediciones (Cuadernos del Horizonte, 17). 97 pp., ISBN 978-84-17594-15-2

Héctor Mendoza Vargas* 

*Instituto de Geografía, UNAM

Petrarca, F.. 2019. La ascensión al Mont Ventoux. Madrid: La línea del horizonte ediciones, Cuadernos del Horizonte, 17, 97p. ISBN: 978-84-17594-15-2.


La historia es conocida, el espacio no tanto.1 La ascensión de Francesco Petrarca (1304-1374) al Mont Ventoux, indica Eduardo Martínez de Pisón en la Introducción de este libro, es vista como el “inicio de la actitud moderna ante el paisaje”. Los italianos eran los primeros que percibieron “el paisaje como un objeto más o menos bello y han encontrado un goce en su contemplación” (Martínez de Pisón: 2019:13-14). Y esta es la motivación de Petrarca para subir este monte francés, el 26 de abril de 1336, la búsqueda de una “paz interior”. Sin embargo, esta ruta se perdió: “la Europa cristiana parece ser la única en haber considerado las montañas reinos horribles y casi infernales” (Solnit: 2015:208-209). Solnit sitúa, hasta el romanticismo, un cambio cultural: en los Alpes del siglo XVIII, cuando la “curiosidad y las sensibilidades cambiantes incitaron a unos pocos individuos valientes no solo a viajar a través de los Alpes sino también a tratar de llegar a sus cimas” (Solnit, 2015:208).

De modo que “una cima solitaria o lugar elevado es un punto focal natural en el paisaje, un punto que sirve para orientarse tanto a viajeros como a lugareños (Solnit, 2015:209). Y con esta perspectiva inicial, Petrarca tomó la decisión de ir y luego de subir el Ventoux, ahí hizo su entrada valiente en “lo desconocido”, junto con su hermano Gherardo, luego de caminar entre valles, la cresta y, finalmente, la cumbre. Él quiso ver desde lo alto, un impulso que estuvo en su pensamiento desde tiempo atrás. Esta voluntad de Petrarca se incardina con el ambiente existente en Europa de salir y conocer nuevas rutas tanto por mar como por tierras inexploradas. Completan las claves de su ascenso, el autocontrol o dominio personal y, sobre todo, una curiosidad de enterarse de manera directa sobre el mundo.

A la tenacidad de Petrarca de enfrentarse a la ruda montaña, se suma una peculiaridad de esta práctica, su idea de ir a la montaña con un libro, que cabe en la mano, “las Confesiones de san Agustín”. De modo que, al llegar a la cima, de 1900 metros de altura, dirige “la mirada sobre el mundo” (Martínez de Pisón, 2019:21) y ahí mismo busca el librito del obispo de Hipona y, después de leer delante de su hermano, de inmediato baja la mirada. “El resultado, anota Martínez de Pisón, vuelve sus ojos a su interior” (Martínez de Pisón, 2019:21).

¿Qué le sucede a Petrarca en la parte alta de esa montaña? La vivencia de un doble frente, lo que le ofrece el paisaje y las palabras del obispo, entre uno y otro, el poeta reacciona y se queda pasmado de buscar afuera lo que hay adentro, ahí se retrae y busca la salida de la parte alta para emprender el descenso, atravesar las nubes altas y, en silencio, volver al valle. La caminata lo cansa, lo sacude y, a la vez, las altas palabras de san Agustín lo interpelan, la autoridad moral eclipsa, en un instante, lo que su mirada le enseña de forma directa.

Sus deseos de caminar lo atestiguan sus palabras, de acudir a la montaña, tenía 32 años y sabía que el rey de Macedonia caminaba por los montes Hemos para mirar, de un lado el mar Adriático y, del otro, el mar Euxino o Negro. Con este impulso, él mismo emprende el camino, con su hermano, en quien confía: “nos asistía un día largo, un aire agradable, buen ánimo, fuerza y destreza físicas y todas esas cosas: solo se nos oponía la naturaleza del lugar” (Petrarca, 2019:63). Subimos con mucho ánimo, señala, su hermano alcanzó la cima primero, mientras que él, más perezoso daba vueltas abajo, desde arriba su pariente le señalaba el sendero y él, harto de las vueltas, se decidió a subir en línea recta hasta alcanzar la punta, donde lo esperaba su hermano, largamente descansado. Ahí, sentado reflexiona sobre este ejercicio del cuerpo ante la “vida bienaventurada”, es decir, aquella que se alcanza luego de superar los obstáculos, los montes, las cimas de la vida, a la “meta hacia la que se dirige nuestro viaje” (Petrarca, 2019:66). Con las nubes abajo, Petrarca mira hacia todos los puntos, de un lado, señala, tiene la “tierra italiana, adonde más se inclina mi ánimo”, luego, voltea hacia los Pirineos, “pétreos y nevados”, una frontera natural e indica: a la derecha, “los montes de la provincia de Lyon, y a la izquierda, el mar de Marsella” (Petrarca, 2019:70).

Acto seguido, busca el librito de Agustín para leer, su hermano pone atención: “Y van los hombres a admirar las cumbres de las montañas y las enormes olas del mar y los amplísimos cursos de los ríos y la inmensidad del océano y las órbitas de las estrellas, y se olvidan de sí mismo” (Petrarca, 2019:71). Unas palabras con tal fuerza dejan atónito al caminante, molesto por mirar “cosas terrenales” y no aprender a admirar el alma; sin más palabra regresó callado por el camino, ayudado por la luz de la Luna y, ya entrada la noche, llegó al “rústico albergue del que había salido antes del amanecer”, para escribir y cenar (Petrarca, 2019:74).

En ese instante en la parte alta de la montaña, opina Martínez de Pisón, se dio una tensión entre la “mirada moral y la mirada estética”, un punto de inflexión entre una “temerosa Edad Media y el deleite artístico renacentista” (Martínez de Pisón, 2019:21). En efecto, Petrarca es visto como una figura a medio camino entre esas dos grandes visiones, una interior de cada persona, que lo separa del mundo y lo sumerge en un canon religioso, contemplativo y otra geográfica que tardará en llegar, a partir de la observación y la percepción empírica que llevará a Europa a mirar más allá de los confines, más adelante, hasta el siglo XV.

Esta edición bilingüe (latín/español) actualiza la figura de Petrarca y su relato, del que se carecía en este formato, por tanto, es bienvenida para las nuevas generaciones que pueden mirar en Petrarca a un geógrafo que amplía el “radio visual de observación, o sea, de subir a los montes y contemplar horizontes más vastos” en la cultura europea de la baja Edad Media (Maccacaro y Tartari, 2019:20). No solamente era conseguir una idea de la dirección, sino de trazar un mapa mental desde las alturas, como señala Martínez de Pisón (2019:35), para traerlo como resultado de la experiencia directa de caminar y mirar como práctica cultural.

REFERENCIAS

Maccacaro, T. y Tartari, C. M. (2019). Historia del dónde. En busca de los confines del mundo. Madrid: Ediciones Siruela. [ Links ]

Martínez de Pisón, E. (2019). “Petrarca y la ascensión a la montaña”, La ascensión al Mont Ventoux. Madrid: La línea del horizonte ediciones, pp. 11-41. (Cuadernos del Horizonte, 17). [ Links ]

Petrarca, F. (2019). La ascensión al Mont Ventoux. Madrid: La línea del horizonte ediciones (Cuadernos del Horizonte, 17). [ Links ]

Solnit, R. (2015). Wanderlust. Una historia del caminar. Santiago de Chile: Editorial Hueders. [ Links ]

1Solnit, desafortunadamente, señala que el Mont Ventoux está en Italia (Solnit, 2015:218).

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