La autora, especialista en historia de la filosofía del Renacimiento, se ha interesado en el humanismo de la segunda mitad del siglo XVI; de ahí su espléndido Histoire et méthode à la Renaissance. Une lecture de la Methodus de Jean Bodin (Paris, 1996), y decenas de trabajos sobre ese periodo, así en Francia como en Italia, donde estudió bajo la dirección del recordado e infatigable Cesare Vasoli (1924-2013), a cuya memoria dedica el libro.
El filósofo, crítico de Aristóteles y lector universitario, Petrus Ramus, o Pierre de la Ramée (1515-1572), fue asesinado en París durante la masacre de San Bartolomé, a consecuencia -se supone- de su credo protestante. Esa circunstancia marcaría de modo indeleble su imagen ante la posteridad. Mártir de la Reforma o herético impenitente, todavía hoy resulta casi imposible decantar el sentido y alcances de su obra escrita sin ser atropellado por tal parafernalia propagandística en torno a su figura, que cobra cuerpo a raíz de su ejecución y, con diversas manifestaciones, llega hasta nuestros días. Sus manuales, en particular los de lógica y -en mucho menor medida- los de retórica, tuvieron larga y entusiasta acogida en los medios protestantes, sobre todo en Alemania e Inglaterra. Incluso los leían los estudiantes de las colonias británicas del norte de América. De igual modo -dato menos conocido-, en 1573, la Inquisición confiscó un ejemplar de las Institutiones dialecticae, de Ramus, al doctor Juan de la Fuente, futuro primer catedrático de medicina de la Real Universidad de México.
Admiradores evangélicos rayanos en el fanatismo, católicos intransigentes decididos a erradicar la memoria de su nombre, y críticos seculares más o menos virulentos, todos contribuyeron a producir una confusión monumental, casi insoluble. Con todo, Couzinet muestra en su libro que, mucho antes de la trágica muerte de Ramus, al menos desde 1543, el profesor parisiense se hallaba en el ojo del huracán por sus manifiestos contra el Estagirita y por sus propuestas de reforma de la dialéctica y la retórica, e incluso de toda la enseñanza en la facultad de Artes de la universidad de París.
Pero la autora va más lejos. Se vale de un minucioso y coherente seguimiento de la figura de Ramus, para adentrarse en un inquietante asunto: cuál era el sentido de las acerbas críticas que recibió el humanismo renacentista desde mediados del siglo XVI en medios muy diversos. Aparte del consabido rechazo de los aristotélicos de la universidad de París, los humanistas, en especial los profesores de gramática y elocuencia, empezaron a ser cuestionados y satirizados desde otros flancos con el mote de pedantes; en tales objeciones la autora percibe el síntoma de una crisis en la historia de la cultura. Quien busque pues en su libro una monografía más sobre Ramus, tal vez se decepcione o desconcierte. El polémico catedrático parisino del siglo XVI es en realidad el hilo conductor en torno a un problema anunciado en el subtítulo, y desarrollado a lo largo de la obra: “Filosofía, humanismo y cultura escolar en el siglo XVI”.
Acostumbrados a ver en pedante un simple término peyorativo que remite a petulante o pagado de sí, hoy se ha perdido su intrínseco vínculo, incluso etimológico, con la docencia, con la pedagogía. Todavía en 1611, en el Tesoro de la lengua, Sebastián de Covarrubias lo define como: “El maestro que enseña a los niños, es nombre italiano, del griego paidós, puer”. De hecho, el Tesoro adjudica la misma etimología a “pedagogo”: “El ayo que cría al niño”. En Italia, la voz pedante, con resonancias en el mundo clásico, se apartó de su significado inicial desde la cuarta década del siglo XVI, y adoptó un creciente cariz peyorativo. Con ese vocablo se condenaba la arrogancia de muchos profesores de gramática y retórica, e incluso se extendió a los de la facultad de Artes, cultores de la lógica aristotélica. En castellano, el término fue citado por Juan de Valdés en 1535, sin carga despectiva, la que tampoco se insinúa en el citado léxico de Covarrubias. En Francia, en cambio, ya en su primera edición de los Ensayos (1580), Montaigne dedicó al pédantisme un jugoso capítulo, prueba de que el nuevo sentido se hallaba entonces bien consolidado. El gran mérito de Couzinet consiste en que ahonda en el problema, más allá de las sátiras al proceder de los pedantes, y de las apologías de sus seguidores, para mostrar sus implicaciones -como declara el subtítulo-, en la cultura escolar parisina del siglo XVI. A mediados del siglo, los humanistas (muy en particular Ramus y sus seguidores) pretendieron introducir en el curso tradicional de Artes una filosofía que cuestionaba, a veces con gran vehemencia, los manuales tradicionales de lógica aristotélica; pero también se distanciaron de los métodos filológicos habituales entre los profesores humanistas de gramática y retórica.
El libro se divide en tres partes, la primera, “Contra los profesores: críticas al pedantismo”, consta en realidad de dos, muy diferenciadas. El capítulo I repasa lo escrito en torno a Ramus del siglo XIX hasta hoy, con los trabajos pioneros de Charles Waddington (1845, 1848), y prosigue con diversos especialistas del siglo XX, en particular, el influyente jesuita norteamericano Walter Ong, autor, entre otros estudios, de Methodus and the Decay of Dialogue (1958). La fundamental obra de Ong resultó determinante para descalificar a Ramus como filósofo y reducirlo a pedagogo; una disyuntiva falsa que la autora cuestionará a lo largo del libro: o enseñante, o filósofo. La línea de Ong fue seguida en buena medida por Anthony Grafton y Rita Guerlac (1986). Couzinet destaca también estudios que defienden el punto de vista opuesto, al hacer de Ramus un “filósofo de la lógica”. Se ocupa además de otras lecturas alternativas.
A continuación, los capítulos 2 y 3 se adentran, respectivamente, en dos destacados autores del siglo XVI, Michel de Montaigne (1533-1592) y Giordano Bruno (1548-1600). Ambos son herederos y críticos, en diversa medida, de una tradición inaugurada dos siglos atrás por Petrarca, quien reivindicó la vuelta a los autores grecolatinos y combatió la “barbarie” de los métodos escolares usados en las escuelas universitarias, es decir, la escolástica. A juicio de Montaigne, en su época asistía a un abandono del saber de los antiguos, con su inherente carga moral y política, para dar paso a una erudición vacía y pomposa, carente de todo contacto con la vida práctica. Faltos de auténtico saber, los pedantes se reducían a compilar y memorizar amasijos de citas textuales, lo que los incapacitaba para vincular la teoría con la práctica y con la vida diaria y, por consiguiente, para proporcionar auténtica instrucción a sus discípulos. Con justicia o no, y sin llamarlo por su nombre, el autor de los Essais habría incluido a Ramus entre los pedantes, en tanto que sus manuales escolares se limitaban a impartir a sus alumnos una formación exclusivamente libresca. Giordano Bruno, más virulento, tituló “archipedante” a Ramus, cuyos escritos conocía y citó con cierto detalle. Couzinet, al cabo de un minucioso análisis -al que quien esto escribe no hace la debida justicia-, concluye que Bruno descalificó la pedantería de Ramus porque, en vez de interrogar directamente a la naturaleza en busca de sus leyes, se había limitado a proponer reglas inspiradas en Aristóteles, el mayor de los pedantes, para enseñar a sus alumnos a enfrentar todo objeto posible de conocimiento con base en razonamientos de carácter dialéctico.
Si en la primera parte la autora se ocupó de las sátiras, los dos capítulos de la segunda, “Ramus visto por sus biógrafos”, los centra en el examen de las apologías; en particular, analiza tres Vidas del profesor, obra de otros tantos discípulos: J. T. Freige, o Freigius (1543-1583), T. Banos o Banosius (m. ca. 1595) y el médico Nicolas de Nancel (1539-1610), tenido por católico. De entrada, Couzinet advierte que el género biográfico, tan apreciado en la antigüedad, alcanzó nuevo auge con los humanistas, cuyo propósito estribaba, a la vez que en informar y encomiar -o denigrar-, en formar, a tono con los cánones clásicos. En el presente caso, los biógrafos aplicaron esa norma y buscaron hacer de Ramus un ejemplo de cómo vivir con apego a la filosofía, y trataron de exponer su filosofía de vida. Más allá del carácter hagiográfico (en particular las dos primeras), tales narraciones le permiten a la autora explorar el sentido y objetivos que los tres biógrafos -testigos directos, aunque no en la misma medida- atribuían a la educación ramista, esto le aporta elementos para discutir el pedantismo o no del maestro y, de modo especial, aportan luz sobre el tipo de cultura escolar en que Ramus se desempeñaba.
La biografía de Freigius (1575) es la más cercana a la muerte de Ramus, sin duda, la de tinte más hagiográfico y la que revela menos contacto personal con el biografiado. El autor, un jurisconsulto calvinista alemán, apenas si lo conoció, pero atribuye a las conferencias del maestro, que escuchó en Alemania, y a la lectura devota y minuciosa de sus libros, el efecto de una conversión religiosa. Por encima de todo, destaca que le reveló el valor y la importancia de la libertad para filosofar, el maestro hizo gala de tal conducta aun en los tiempos más adversos, pues la había convertido en regla de vida. Con base en las referencias autobiográficas espigadas de la obra de su biografiado, lo pinta como un doctor socrático dedicado a enseñar a la juventud la enciclopedia de los saberes, y a pensar por su cuenta. Su lógica era ante todo el arte de razonar pacífica y no belicosamente en la búsqueda dialogada de la verdad, con el doble fin de alcanzarla y de mejorar moralmente, ya que todo saber es vano si no se atiende a su utilidad práctica y al hábito de la honestidad.
La Vida de Banos apareció en 1576, un año después de la de su predecesor, a quien sigue en múltiples pasajes. Con todo, Banos se centra en atribuir a Ramus el carácter de filósofo cristiano y mártir de Cristo. Asegura que sus ataques a Aristóteles, lejos de debilitar la teología, como alegan los doctores parisienses, la fortalecen, en la medida que cuestionan la falsa teología de los escolásticos, basada en una lógica sofística. Compara sus afanes con los de Hércules cuando limpió los establos de Augías, y da cuenta puntual de su estilo de trabajo, en el que recurría a colaboradores como Omer Talon. Por fin -destaca Couzinet-, Banos atribuye singular importancia a la parte final de su vida, con su conversión al protestantismo y el consiguiente interés por los libros sagrados, que desembocó en una obra póstuma sobre la religión cristiana, que el mismo Banos editó. El asesinato del maestro, en el marco de la masacre de San Bartolomé, permite al biógrafo una interpretación retrospectiva de su vida en función del martirio sufrido. Es ese autor, convertido a la verdadera fe, y testigo de ella con su muerte, el que se abrió campo en las academias protestantes y tuvo mucho que ver con el surgimiento del ramismo.
Posteriormente, se ocupa de la biografía de Nancel, la última y más extensa. Si bien el autor fue secretario de Ramus, a quien trató por más de 20 años, esperó hasta 1599 para dar a luz su obra, concluida al menos una década atrás. El interés que despierta en Couzinet, la lleva a dedicarle todo un capítulo de más de 70 páginas; con él cierra la segunda parte de su estudio. Destaca en Nancel a un autor que apela en todo momento al juicio de los lectores, si bien se atreve casi siempre a exponer el propio. En cambio, trata con cierta ambigüedad y reticencia la espinosa cuestión de la religiosidad del maestro; se justifica argumentando que, si opta por agradar a uno de los bandos, disgustará al opuesto. Es más, osa dudar veladamente de la condición de mártir de Ramus. Antes que víctima del odio religioso -insinúa-, lo habría sido del académico, porque, tres días después de consumada la masacre, uno de sus colegas habría pagado a los sicarios que lo ejecutaron… En su complejo retrato, Nancel describe con gran detalle los procedimientos docentes de Ramus, el agitado ambiente escolar en que se desempeñaba, y elogia sus virtudes oratorias, que califica de excepcionales en grado sumo; al mismo tiempo, hace del profesor un ser voluble en sus aficiones intelectuales, soberbio, propenso a la cólera y a las grandes risotadas, cuyo universo cotidiano, incluidos los moderados placeres de la mesa y los juegos, se restringían al ámbito claustral de los colegios. Estos rasgos inevitablemente le dan un timbre de pedante.
En efecto, Couzinet advierte en las tres biografías la presencia de muchos de los rasgos característicos de los pedantes, tal y como eran satirizados en comedias escolares, o por autores como Montaigne y Bruno. Con todo, en aquellos vívidos relatos descubre a un hombre preocupado por formar, a más de instruir, a sus alumnos, por invitarlos a valerse libremente de su propio criterio; y a alguien que insistía una y otra vez en que la finalidad de todas las artes y disciplinas era el provecho, no la mera acumulación gratuita de un arsenal de datos y de reglas.
En la parte tercera y final, “Filosofía y elocuencia”, y en diálogo con los apologistas y detractores recién estudiados, Couzinet dedica tres densos capítulos a ilustrar el proceso mediante el cual Ramus fue modelando y reformulando sus principales ideas; para ello se centra en los años 1543-1572, pues le interesa explorar al personaje, más que al ramismo, surgido a raíz de su dramática muerte.
Lejos de limitarse al análisis textual, la especialista expone las circunstancias, casi siempre tormentosas, en las que el humanista francés polemizó en defensa de sus ideas, realizó sus manuales escolares y practicó la docencia, sin más pausa que sus forzadas ausencias de París. En esas páginas, Couzinet destaca la tumultuaria y teatral actividad oratoria de Ramus, desplegada en especial ante el amplio foro que le permitían sus intervenciones públicas como lector real. Se ocupa también de su ejercicio diario de la docencia de las diversas disciplinas propias de la facultad de Artes, en el que, al lado de los manuales impresos, concedía importancia capital a la constante lectura, discusión y comentario de muy diversos autores grecolatinos, en particular Platón, Aristóteles, Cicerón, Quintiliano, los oradores griegos, algunos poetas y, en los últimos años de su vida, Euclides, autor que lo llevó a plantear la estrecha relación entre la lógica y las matemáticas, a las que designó como “segundo Organum”.
Para explorar la cuestión central, las relaciones entre filosofía y humanismo, tal y como las propuso Ramus en aquel convulso París, la autora se propone reconstruir la filosofía subyacente en las propuestas y prácticas reformadoras del maestro. Por lo mismo, se abstiene de examinar el contenido y carácter técnico de los numerosísimos manuales escolares producidos por el profesor y su círculo inmediato, difundidos vertiginosamente por las prensas, asunto al que promete dedicar un estudio posterior. Adopta pues como fuentes primarias aquellos escritos en que el humanista teorizó, revisó y defendió sus puntos de vista en torno a las relaciones entre el humanismo y la filosofía o, según él decía, entre ésta y la elocuencia. En primer lugar, se detiene en las Dialecticae introductiones y su obra gemela: las Aristotelicae animadvertiones, ambas de 1543. Siendo él mismo un maestro en Artes y lector de dicha facultad, en el primer tratado expone sus ideas reformadoras y, en el segundo, lanza una despiadada sátira contra Aristóteles y sus colegas que lo enseñaban en París. Las dos obras provocaron tal escándalo que, gracias a sus enemigos, el rey Francisco I le prohibió volver a enseñar filosofía. El veto lo levantó su hijo, Enrique II, quien otorgó a Ramus el honroso e influyente cargo de lector real de “filosofía y elocuencia”, en 1551. Para inaugurar sus cursos, pronunció y publicó la Praefatio de profesione regia, donde volvió a sus ataques contra el Estagirita y sus secuaces, e insistió en sus propias ideas. De modo análogo, Couzinet se detiene en sus propuestas reformadoras de los estudios, en especial el Prooemium reformandae Parisiensis Academiae (1562), así como en posteriores escritos del mismo tenor. A su vez, recurre a los comentarios críticos a Cicerón, Quintiliano y otros autores clásicos, para determinar el sentido de los cuestionamientos y propuestas del catedrático.
Como la autora señala, el humanismo italiano se introdujo gradualmente en París al filo de los siglos XV y XVI. Los colegios (instituciones autónomas que no eran parte integral de la universidad) fueron lo bastante flexibles para admitir profesores de gramática y elocuencia al margen del currículum aristotélico oficial de la facultad de Artes. El problema surgió cuando los humanistas quisieron aplicar las armas y recursos de sus disciplinas a terrenos que los catedráticos escolásticos de Artes defendían como exclusivos. El humanismo, con su inherente espíritu crítico, ya desde Petrarca había negado que sólo hubiese filosofía y verdad en el corpus aristotélico. Platón era una opción alternativa y, en mayor medida, el escepticismo enciclopédico de la nueva academia, que Cicerón transfirió al ámbito latino. Esa relativización de la filosofía llevaba implícito el reclamo de la libertad de filosofar. Frente al monolitismo de los aristotélicos, humanistas como Ramus demandaron reestructurar y reclasificar los saberes tradicionales y conjugarlos de modo enciclopédico; ello llevaba a demandar una reforma de los estudios y, por consiguiente, de la propia universidad.
A más del flanco abierto contra sus colegas de la facultad de Artes, Ramus se apartó de los métodos filológicos, tradicionales entre los humanistas, y planteó un análisis de los textos literarios, incluida la poesía, exclusivamente de carácter lógico, dialéctico, encaminado a desentrañar en ellos la estructura argumental subyacente, pues, en su opinión, no había discurso sin argumentos. Más aún, se propuso reestructurar la dialéctica para convertirla en el arte de razonar sobre cualquier disciplina o asunto. Con ese fin, privó a la retórica de dos de sus elementos capitales: la invención y el juicio, incorporándolos a la dialéctica. Así se apartó de los tratadistas tradicionales del arte retórica, en especial de Quintiliano y Cicerón. Las desavenencias con los humanistas tampoco se hicieron esperar.
Esa reestructuración de las disciplinas implicaba establecer entre ellas nuevas jerarquías, y Ramus puso a la dialéctica en la cúspide, en la medida que la consideró el arte de bien razonar sobre cualquier asunto. En esa posición subyace la idea de que la verdad está al alcance de todo aquel capaz de efectuar un buen razonamiento, para eso resultaba indispensable seguir un método, un conjunto de reglas. Por lo mismo, la dialéctica, en su universalidad, unifica todos los saberes, todas las ciencias y disciplinas. Y si la dialéctica es el arte de bien razonar, mediante una doble operación que implica la inventio o definición, y el iudicium -la operación de desmenuzar y reconstituir ordenadamente los elementos de un todo-, la retórica es el arte de bien hablar, su complemento indispensable, de ahí la unión de filosofía y elocuencia. En ese proceso, el criterio de verdad no lo determina ningún fundamento metafísico. Antes bien, deriva del usus, no en el sentido de utilitarismo, sino en el de fructus, es decir, de su resultado, de su fecundidad para mejorar nuestra vida. De ese modo, la filosofía acaba teniendo implicaciones sociales, políticas e incluso religiosas.
El estudio de Couzinet, si bien centrado en la segunda parte del siglo XVI, también aporta luces retrospectivas para explorar, con nuevos ojos, el clima intelectual parisino de la primera mitad del quinientos. Ramus recoge, critica y reelabora una herencia que venía cobrando cuerpo desde décadas antes. Con el apoyo de las prensas locales, al lado de los manuales tradicionales publicados por los catedráticos de la facultad de Artes, surgieron los impresos por copiosos lectores extracurriculares de gramática y elocuencia que promovieron el estudio de las humanidades y de la lengua griega. Todos ellos avanzaron en la crítica de Aristóteles y sus “secuaces”, en la reivindicación de Platón y la Academia, y en proclamar un enciclopedismo cuyas artes y disciplinas tuvieran el usus como fundamento. Baste mencionar, entre tantos, al valenciano Juan Luis Vives, presente en París entre 1509 y 1514, quien escribiría, un lustro después, una feroz diatriba contra los pseudodialecticos parisienses (1519); más tarde publicó un tratado enciclopédico de resonancia europea: De disciplinis (1531). No parece casual que Couzinet lo traiga a colación más de una vez.
Pierre Ramus et la critique du pédantisme es una obra densa y compleja, pero muy bien estructurada y clara. En ocasiones la autora parece distraerse, alejándose por meandros, mas luego regresa a su discurso principal con nuevos elementos para redondear sus argumentos. En opinión de este lector, una Introduction más detenida y explícita acerca de los sucesivos pasos a seguir a lo largo del libro habría sido de gran utilidad, en particular para orientarlo al momento de adentrarse en la tercera parte, donde recoge y reelabora todos los elementos previos. La obra exige atención y paciencia, pero el premio consiste en descubrir en ella un retrato minucioso y vívido de la actividad intelectual en un París desgarrado por las guerras de religión, en el que se ponía a prueba la herencia de dos siglos de tradición humanista, y se avanzaba hacia nuevos métodos y horizontes, mientras aquellos esforzados y belicosos profesores eran tachados, en muchos medios, de pedantes.