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Revista de la educación superior

versão impressa ISSN 0185-2760

Rev. educ. sup vol.51 no.202 Ciudad de México Abr./Jun. 2022  Epub 29-Maio-2023

https://doi.org/10.36857/resu.2022.202.2124 

Reseñas

Fantasmas en la universidad

Ghosts in college

Manuel Gil Antón* 

*El Colegio de México. Correo electrónico: mgil@colmex.mx

Ortiz Lachica, Fernando. 2021. Fantasmas en la universidad y otros relatos del doctor Tirzo (Profe vulgaris). México: Editorial Terracota


El filo del humor fino

En un espacio de investigación como el de la Educación Superior, y quizá no solo en ese dominio específico de la actividad indagadora, el humor es más extraño que una jirafa en el exclusivo grupo de personas que conforman a las y los eméritos del SNI1. Y vaya que hemos presenciado procesos raros en ese sistema en nuestros días. Pero no: ese camino regio a la crítica que se construye con el buen sentido -del humor y a secas- pareciera prohibido en la consideración de la vida universitaria.

La solemnidad es monarca en el imperio de la seriedad académica. Nuestro campo de estudio se parece al monasterio benedictino en el que Guillermo de Baskerville, aquel fraile de la Orden de San Francisco creado por Umberto Eco, en “El Nombre de la Rosa”, y su discípulo Adso de Melk, buscan esclarecer una serie de crímenes cometidos en ese espacio de oración y estudio.

Baskerville conjetura que los asesinatos tienen que ver con algún libro de la biblioteca, y así es: el bibliotecario, Fray Jorge, oculta, o al menos resguarda con celo excesivo, el Segundo Libro de la Poética de Aristóteles. ¿Segundo? Sí, pues el primero es un tratado sobre la tragedia y la epopeya (que sí conocemos) y el que le seguía -se supone, pues se perdió en la Edad Media- se centraba en la comedia y la poesía.

Los conocedores afirman que en ese volumen el Estagirita escribe en torno a la comedia como el sendero para lograr la catarsis. Fray Jorge aborrece la risa, y ha puesto veneno en las pastas y el lomo del libro, para que, al tomarlo, el eventual lector, cuando moje sus dedos con saliva para pasar las páginas, lo ingiera y fallezca. Prohibido reír. Cerradura de tres candados a la mirada irreverente de nuestros usos y costumbres, pues nos desnudan. Y el que se atreva a tomar el texto del estante no estará el día siguiente para contarlo.

Fernando Ortiz Lachica irrumpe, con este libro, para quebrar el susurro academicista tan semejante al de las beatas en los templos oscuros; se cuela para poner micrófonos en los confesionarios y llevar al altavoz de la torre lo que se resguarda como secreto entre nosotros. Y lo hace de la forma más aguda que consigue el intelecto humano: no es lo suyo la denuncia de los profetas iracundos, sino la risa a través de las andanzas de un personaje entrañable: el doctor Tirzo, de la familia de los profes vulgaris.

El escritor Eduardo Parra, mentor de Tirzo, inicia su prólogo así:

“A la estirpe de Kafka pertenecen los textos literarios que, sonrientes en su amargura, denuncian el drama del hombre. Deseamos ser salvados: de la injusticia, de la enfermedad, de la ignorancia. Para ello creamos instituciones que nos devoran, y nos devuelven el reflejo de nuestra cómica estulticia, cuando no de nuestra feroz corrupción. En el centro de esta revelación de la condición humana, brilla un gesto como respuesta a nuestro desamparo: la risa que viene del reconocimiento de que el hombre es en esencia absurdo”. (P.11)

Y lo culmina con precisión:

“Regocijado e incrédulo, el lector va atestiguando las aventuras de un docente que no vacila en mostrar la burocracia institucional, el desgarriate académico, la ausencia de escrúpulos, la indiferencia ante un sistema educativo que zozobra, el sálvese el que pueda” … “Ha logrado un libro en donde lucen los atributos de un notable prosista de brevedades, pero también consiguió un retrato honesto y agudo, lejano de las modas y el ejercicio fariseo de la corrección política. Un espejo.” (P.12)

Un atisbo al texto

Al reseñar, género a veces considerado en desuso, se corre el riesgo de simplificar lo leído, elogiar sin más o destrozar una obra. Una opción fértil para dar cuenta de lo que contiene, e invitar a leerlo, es mostrar -de manera sintética- algunos de los testimonios de nuestra vida en las instituciones y el desempeño en el oficio académico, desde la mirada y la pluma del Dr. Tirzo.

Este profesor vulgaris trabaja, desde hace 25 años, en la Universidad de Coatlinchán en la Licenciatura en Adivinación. Le preocupa sobremanera el destino laboral de sus estudiantes. Se pregunta: ¿No estarían mejor, digamos, trabajando de taqueros? Ludmila, su compañera de vida, lo ataja: “¿Qué no hay dos exalumnas tuyas trabajando en el Instituto Nacional del Futuro?” Tirzo responde: “Las plazas del instituto están congeladas hace años… La única manera de entrar a trabajar ahí es que un investigador se muera o le dé Alzheimer. Y ni así.” (P.13)

Un día le llega la notificación de que aceptaron su trabajo para el Congreso Internacional de Ciencias Paranormales, que tendrá verificativo (vaya expresión genial de nuestra burocracia) en los Estados Unidos de Norteamérica. Su alegría se ensombrece pues tiene que tramitar la visa, y como a cualquier persona normal, hacer esa gestión en el consulado imperial siempre provoca incertidumbre. Narra sus avatares en el edificio de marras, el enfrentamiento con una señora que toma fotos a los aspirantes y comparte la feliz noticia que se le ha concedido.

No se detiene en dar cuenta de las peripecias de su viaje, sino que relata, de manera magistral, lo que nos suele suceder:

“Basta decir que mi trabajo fue bien recibido tanto po los tres científicos con los que compartí panel como por las dos personas que estaban en el salón. Me pregunté la razón de la poca asistencia, pero en los días siguientes, al encontrarme con otros ponentes paseando por los bosques cercanos o de compras en las tiendes de Arkham, lo entendí” (P.36)

Creo que el Dr. Tirzo corrió con suerte: en el caso del que esto escribe, una mesa en la que tres presentamos ponencias en una ciudad del extenso país de Extranjia, un expositor faltó, y la otra colega, al ver desierta la sala, me pidió que me bajara para ser su público, a lo que luego retribuyó al hacer lo mismo mientras yo exponía lo que había previsto como un nuevo horizonte para la ciencia. Ella, hay que reconocerlo, fue más generosa pues me hizo dos preguntas y yo solo aplaudí su disertación pues ya era hora de abandonar el recinto pues otros tres colegas -en este caso sí estaban completos- aguardaban el final de nuestra sesión. Poca audiencia, sí, pero puntual para acatar la enérgica logística.

Tirzo no fue de oquis al congreso: reflexivo, no podía evitar un sentimiento de frustración ante lo sucedido. Anota:

“Me tocó una mesa redonda con otros tres participantes, así que éramos más expositores que personas en el público. Los clarividentes con quienes compartí el foro hicieron buenos comentarios acerca de mi trabajo, aunque tal vez solo fueron educados y no tenían el menor interés en el tema que me ocupa hace cinco años: La clarividencia en Mesoamérica. Me pregunté si valió la pena trabajar durante meses en esa presentación”. (P.39)

Profe taxi

El doctor Tirzo, como muchos académicos, tuvo que pagar un alto derecho de piso antes de obtener su plaza definitiva en Coatlinchán. Luego de obtener trabajo como profesor temporal en esa Institución de Educación Superior, como solo le dieron una clase, tuvo que abrirse camino en otras casas de estudio. Por ejemplo, en el Colegio Anglo Mexicano donde le ofrecieron dar clases de Psicología, Historia de México y Taller de redacción. Dejemos a su propia voz narrar las cosas como sucedieron luego de estos dos contratos inestables:

“Dos semanas después me hablaron de la North Hill University, campus Iztacalco, porque el maestro de Ecología humana aplicada a la psicología había ganado una diputación plurinominal por el Partido Verde y necesitaban un sustituto urgentemente. Al final tenía cinco materias distintas en tres instituciones diferentes y el tiempo se me iba en dar y preparar clases, transportarme de un lugar a otro y calificar trabajos y exámenes. Ese año tomé dos decisiones trascendentales en mi vida: no dejar más tareas y tomar cursos que me permitieran obtener ingresos por mi cuenta”. (P.50)

La Paloma

El doctor Tirzo, en la Coatli, imparte clase de Historia de la clarividencia en un salón contiguo a una terraza. El Departamento de Protección Civil cerró el acceso un par de semanas después de inaugurado el edificio, porque era riesgoso para los estudiantes que tomaban cerveza en las tardes (no se fueran a caer). Entonces, el sitio fue ocupado por una parvada de palomas. Son muchas y como es natural no se mantiene limpio el espacio, pero los trabajadores de intendencia se resisten a limpiar el área pues exigen que se cree una plaza de Técnico Auxiliar “C”, experto en Remover Desechos Orgánicos. La negociación entre el sindicato y las autoridades va para largo.

Propuestas, nos dice Tirzo, no han faltado. Va la lista:

  1. “El profesor Campos, del Departamento de Agronomía, propuso hacer una microempresa de guanos y fertilizantes, pero el patronato de la universidad no ha autorizado esa iniciativa.

  2. El maestro Falcón, de Ecología, planteó la posibilidad de contratar el Club de Cetreros del Estado de Nopala. Cree que la solución sería el control biológico de plagas, empleando aves rapaces para controlar la población de palomas. El plan tampoco ha prosperado debido a la acción del Frente Para la Defensa de la Fauna Marginada, cuyos integrantes se oponen a toda forma de violencia contra las palomas, ratas y cucarachas.

El tiempo pasa y no queda más que acostumbrarse a la suciedad” (P.69)

Un día, Tirzo ve en la terraza una paloma muerta, e inicia las gestiones para que sea retirada de ahí: la cantidad de gestiones y copias que hay que entregar de todos los documentos en que se solicita el retiro del cadáver son alucinantes. Pero a fuerza de insistir… no lo consigue.

El SNE (Sistema Nacional de Eruditos)

Hijo de su tiempo, a Tirzo le llega la oportunidad de acceder al SNE… y Toño Benavides, su colega, le hace la siguiente proposición:

“…un trato: el aparecería como coautor de los artículos que yo publicara y yo tendría crédito en sus trabajos. Incluso me sugirió que contactáramos otros dos investigadores dispuestos a entrarle a ese arreglo. Se trataba de asegurar la beca a la productividad, además de la pertenencia al Sistema Nacional de Eruditos (SNE). Aumentaríamos nuestros ingresos en 150 por ciento” (P.81)

El temor a ser descubierto en la tranza, a pesar del buen tinglado que Benavides había montado y, por qué no, una buena dosis de decencia, hacen que nuestro profesor rechace el contubernio. ¿Cómo lo hace? Lo dejo a usted, como futuro lector, en total libertad de descubrirlo.

Tirzo, los fantasmas y nosotros

Hasta aquí, pequeñas muestras del bordado entre Kafka e Ibargüengoitia, en apariencia distraído. Parra acierta al decir que, al final, es un espejo. Ahí nos vemos de cuerpo desfigurado y medio entero. ¿Cómo le fue el primer día de clases? ¿Quiénes son los fantasmas en la universidad? ¿Cómo vive nuestro alter ego la impotencia ante la probabilidad remota de un cambio en el plan de estudios de Clarividencia, o el increíble laberinto del Paro Indefinido?

Describe un Edificio Inteligente, relata los procesos electorales e, incluso, nos invita a las celebraciones por los 30 años de la Universidad de Coatlinchán.

No hay pierde: ¡Cuánta tinta ha corrido en sesudos textos críticos de la vida universitaria en México! Mucha. Y es escasa, si acaso, la que - como en el caso de Tirzo - se incluye el humor, la ironía que por distante en su narrativa toma más fuerza satírica, abre el sendero mayor a la profundidad de la crítica y el estupor por lo increíble. Se puede ir en orden a través de los capítulos, o leerlos salteados pues cada uno tiene vida propia: sea como sea, importa lo que se narra, sin duda, pero también la forma de hacerlo. Fernando Ortiz tiene una voz literaria que se disfruta a través del ritmo de las acciones y pensamientos de un personaje genial, habitante cómodo en los ambientes que construye.

Y sí: ahí estamos. En estas cuartillas los que no son de nuestro oficio nos pueden ver sin los opacos conceptos ni las estratosféricas teorías. El humor, para ser fino filo que cual bisturí nos recorta para observar los huesos chuecos de nuestra aparente solemnidad, no es moneda de curso frecuente, pero luego de leer a Tirzo, salvo su mejor opinión, habrá que, sonriendo, dejar que esa mirada honda nos toque de una manera diferente.

Manuel Gil Antón

1Sistema Nacional de Investigadores-Conacyt

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