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Estudios de cultura maya

versão impressa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.60  Ciudad de México  2022  Epub 14-Nov-2022

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm.60.23x00s711 

Reseñas

María Elena Vega Villalobos, Los señores de Dos Pilas. El linaje Mutu’l en la historia maya antigua

Daniel Juárez Cossío* 

* Museo Nacional de Antropología, Instituto Nacional de Antropología e Historia

Vega Villalobos, María Elena. Los señores de Dos Pilas. El linaje Mutu’l en la historia maya antigua. México: Guatemala: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Francisco Marroquín, Museo Popol Vuh, 2021. 284p. ISBN UNAM 978-607-30-4393-9, ISBN Universidad Francisco Marroquín 978-99922-775,


El Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en coedición con el Museo Popol Vuh de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, presentan este interesante trabajo de María Elena Vega Villalobos, sobre el antiguo asentamiento de Dos Pilas en la región de Petexbatún, al sur del Petén. Su descubrimiento y exploración está vinculado con los procesos de colonización que marcaron esta vasta región al mediar el siglo XX, los cuales se inscriben, nítidamente, en la periodización que Jan de Vos delineó en sus obras Oro Verde y Una tierra para sembrar sueños, esto es, la transición entre la explotación maderera y su posterior poblamiento, caracterizado este último por la degradación ambiental, la migración campesina, la escisión religiosa y los movimientos populares. Éste es el contexto en que aparece en escena Dos Pilas, lo cual explica, como señalará más adelante la autora, el saqueo y la destrucción de los sitios en este territorio. Debemos recordar también, la participación de otros actores no menos importantes, como las empresas petroleras Sun Oil y Esso, quienes a través de John Gatling y Larry Vinson, apoyaron el trabajo de Ian Graham, pero no evitaron el expolio de lo que fueron encontrando en el camino. Baste recordar los casos de Río Azul, Kinal y La Honradez al noreste del Petén.

Carlos Navarrete y Luis Luján Muñoz publicaron sus observaciones en 1963, y Graham, con el apoyo de la Universidad de Tulane, reportó en 1967 algunas de las inscripciones en Aguateca y Dos Pilas. Casi veinte años después, éstas atrajeron nuevamente la atención; así, Stephen D. Houston y Peter L. Mathews presentaron una propuesta sobre la secuencia dinástica del sitio.

El antecedente a la obra que Vega Villalobos nos ofrece es, sin lugar a duda, la amplia investigación de Houston, Hieroglyphs and History at Dos Pilas, editada bajo el sello de la Universidad de Texas en 1993. En una de sus reflexiones, el autor subraya el acelerado desarrollo que vivió el desciframiento de las inscripciones durante la década de los años ochenta. Situación que atribuye al incremento de especialistas en epigrafía; a la incorporación de disciplinas como la lingüística y la iconografía, entre otras; así como al consenso sobre la manera de abordar el tema para ofrecer una lectura convincente. Sin embargo, algunas corrientes postprocesualistas que se abrían paso dentro de la teoría arqueológica de la época, cuestionaron la sobrevaloración que se hacía de los textos mayas con respecto a las intrigas palaciegas, las cuales dejaban de lado la cultura material y con ella la comprensión de los actores sociales. Como parte de esta reflexión, Houston consideró necesario evaluar las fuentes epigráficas desde la perspectiva historiográfica, a partir de lo que llamó aproximación conjuntiva, esto es, desde la historia y la “prehistoria”.

Vega Villalobos, a través de sus diversas publicaciones e incluso desde sus primeros trabajos, como La Casa del Cielo. Yaxchilán en la época de Escudo Jaguar II: 681-742, retoma esta concepción historiográfica. Así, la trama sobre la cual teje la historia del linaje de Mutu’l en Dos Pilas tiene como propósito contrastar ambas disciplinas. Se trata de una polémica recurrente desde la década de los años sesenta, reposicionada nuevamente con la entrega número 20 de la Revista Mayab, publicada en 2008. De los nueve artículos que la integran, al menos siete abordan el carácter de la epigrafía como fuente documental primaria. De particular importancia para nuestra autora fue el primero de ellos, escrito por Arlen F. Chase, Diane Z. Chase y Rafael Cobos, intitulado “¿Jeroglíficos y arqueología maya?: Colusión o colisión”. En él, una de las premisas centrales radica en la asunción acrítica del discurso expresado en los textos epigráficos, lo que condujo, según los autores, a que numerosas investigaciones construyeran sus narrativas alrededor de los monumentos escultóricos, ignorando, de alguna manera, la evidencia arrojada por los restos materiales. Bajo esta perspectiva, la discrepancia suscitada entre epigrafistas, antropólogos físicos y arqueólogos sobre la edad de K’ihnich Janaab’ Pakal, es el tema que mejor ilustra este añejo debate.

La polémica respecto al contenido de las inscripciones tiene su origen en tres artículos escritos por Tatiana Proskouriakoff sobre Piedras Negras y Yaxchilán en la década de los años sesenta. Sus conclusiones cuestionaron el dictum que J. Eric S. Thompson sostuvo durante mucho tiempo, en cuanto a la deificación de un tiempo abstracto reflejado en los jeroglifos. Estos ensayos abrieron el camino hacia la construcción de una historia secular, fincada más en las pulsiones de las élites gobernantes que en la nebulosa propaganda desplegada por los gobernantes como parte de la “historia oficial”. La imagen que de aquel evento ofreció Heinrich Berlin en su obra Signos y significados en las inscripciones mayas, no pudo ser más elocuente: “ahí estaban todavía [los jeroglifos], arrinconados como viejos pedazos de carbón que se resistían a extinguirse. Y he aquí que de repente una mujer, Tatiana Proskouriakoff, logró con genial soplido transformar este montón de carbones arrinconados en brasa viva, ardiente y candente”. La última obra de Proskouriakoff, editada de manera póstuma, fue precisamente Historia Maya, cimentada en años de investigación y que comprende diversos campos, desde las formas de organización social hasta el intercambio y la iconografía. La brecha quedó abierta, y en el camino la acompañaron Heinrich Berlin, David Kelley, Floyd Lounsbury y a la vera del sendero Yuri Knorozov, cuyas contribuciones fueron inicialmente desestimadas por haber surgido de los entretelones de la cortina de hierro durante la Guerra Fría. Desde entonces, se revaloró el contenido de las inscripciones, lo que permitió resituar en la geografía política a las antiguas ciudades mayas, y transformar a las elites gobernantes en actores sociales de su espacio, más allá de las intrigas cortesanas.

En la década de los años noventa, el vertiginoso desarrollo de la epigrafía permitió caracterizar la escritura maya y clasificarla como un sistema logosilábico. Estos elementos ayudaron también a develar la naturaleza de las inscripciones; a comprender el discurso de las elites gobernantes en su afán por legitimar y controlar el poder político. Se identificó el idioma en que estaban escritas, denominándolo “maya jeroglífico”, una especie de lingua franca emparentada con el ch’orti’. Surgieron entonces nuevas interpretaciones, como la de Joyce Marcus, quien, a través de su obra Mesoamerican writing systems, señaló que la escritura constituyó una herramienta del estado, desde la cual se construyó la propaganda y la “historia oficial”. Algunos otros araron en los campos de la lingüística, la creación literaria, la crítica de fuentes y el análisis del discurso como práctica social.

Si bien el trabajo de Vega Villalobos no sigue este itinerario, el análisis historiográfico que nos propone reconstruye la secuencia dinástica de Dos Pilas, para lo cual utiliza las inscripciones como fuentes primarias, decantadas a través de la evidencia arqueológica. El marco teórico que sirve de urdimbre a la trama se teje desde los conceptos de la historia cultural como producto de la acción social.

En el prefacio, escrito por Arthur Demarest, se plantea que el trabajo de Vega Villalobos es el “definitivo sobre Dos Pilas, [lo] que permite comprender la totalidad de la región de Petexbatún, la historia del río de la Pasión y los inicios del colapso maya del Clásico”. En principio, no participamos de la premisa. Si bien el trabajo de la autora constituye una valiosa contribución a la construcción de la historia regional, consideramos que ningún trabajo puede ser definitivo. Compartimos la idea del tratamiento que pretende integrar los enfoques político, ideológico y económicos. Sin embargo, corresponde a cada generación re-ensamblar dichas narrativas y revisitar los hechos bajo los cuales se tejen los discursos, pues resulta evidente que las imágenes difieren para cada espectador, lo que eventualmente conduce a conclusiones discordantes.

A lo largo de trabajo, reconocemos la huella de Peter Burke en su obra La cultura popular en la Europa moderna, cuando toca las formas simbólicas mediante las cuales se expresa la cultura como modo de vida. Incluso también la de Robert Darnton, quien concede un papel fundamental al contexto material y económico, y que, en el texto de Vega Villalobos, se ajusta a lo que configura su aproximación arqueológica.

Bajo esta óptica, la autora nos muestra la manera en que las dinastías gobernantes de Dos Pilas representaron su mundo en la región de Petexbatún y la forma en que lo articularon con la ecúmene maya: la región de los Altos, la cuenca del Usumacinta, las Tierras Bajas noroccidentales y el Petén guatemalteco. Sin lugar a duda, éste es uno de los valores de la obra de Vega Villalobos, una historia cultural que logra amalgamar epigrafía, historia y arqueología. Esta última se nutre del trabajo desarrollado por el Proyecto Regional Petexbatún entre 1989 y 1994 dirigido por Demarest.

La obra de Vega Villalobos se articula en seis capítulos, además de las conclusiones y el prefacio. En este último, Demarest acentúa los aspectos ideológicos y religiosos como elementos centrales que impactaron en la economía y la política, los cuales, desde su percepción, explican el colapso maya, como quedó puntualizado en “The terminal Classic and the ‘Classic Maya Collapse’ in perspective”, texto que escribió con Prudence y Don Rice para la obra The Terminal Classic in the Maya Lowlands, publicada en 2004.

En el trabajo que nos ocupa, el primer capítulo recupera la memoria del descubrimiento del sitio al mediar el siglo XX, los primeros reportes y el impacto que tuvo en la comunidad académica. En este sentido, no podemos soslayar la importancia que esta problemática despertó en su momento. Claros reflejos de ésta fueron los seminarios organizados por la School of American Research al igual que las Mesas Redondas de Palenque durante la década de los años setenta, cuando el debate estaba centrado en temas relativos al origen, el hiatus y el colapso de los antiguos mayas. En este sentido, los hallazgos en la región despertaron un enorme interés, ya que, se pensó, parecían registrar la “historia perdida” de Tikal precisamente durante el hiatus. Lo anterior sin perder de vista el impacto que tuvieron las excavaciones en Ceibal, entre 1964 y 1968 por la Universidad de Harvard bajo la dirección de Gordon R. Willey. Momento en que también se desarrollaba, en Guatemala, The Conference of the Prehistoric Ceramics of the Maya Lowlands, cuyas discusiones permitieron establecer diversos aspectos teórico-metodológicos en el estudio de la cerámica, como lo fue el caso de la estandarización del sistema tipo-variedad.

Los siguientes dos capítulos, nos conducen por el paisaje cultural en el que se encuentra inmersa la región, cuyo camino recorre desde el Preclásico, hasta épocas más recientes, donde desborda la problemática de su reocupación por grupos q’eqchi’ y ladinos. En esta revisión se pondera el papel de la laguna Tamarindito, cuyos recursos lograron generar las condiciones de subsistencia necesarias para, por un lado, dar paso al desarrollo durante el periodo Clásico y por el otro a considerar la manera en que se configuró el conjunto urbano de Dos Pilas. A partir de la arquitectura y la cerámica, la autora propone la identificación de los barrios ocupados por comerciantes y artesanos, e incluso sugiere las condiciones de vida que mantenían sus habitantes.

En su interpretación, éste constituía un espacio dotado de poder y prestigio, cuyas cuevas desempeñaron un papel fundamental. Asegura que los edificios siguieron un plan cosmológico vinculado con éstas, cuyo diseño urbano parece seguir el trazo que guía un complejo de peregrinaciones rituales, celebradas de manera periódica, y que abría las posibilidades de intercambiar bienes entre sus participantes. También nos plantea que el complejo El Duende era el asiento de los dioses patrones del Petaxbatún, a quienes identifica con GI y K’awiil.

Los últimos tres capítulos centran su atención en la historia cultural de Dos Pilas. Desde la fundación, enmarcada en el contexto de la fragmentación dinástica de los conjuntos urbanos que se enseñorearon durante el Clásico Temprano, propiciando así el surgimiento de nuevos señoríos. Tal es el caso del linaje Kaanu’l en Dzibanché, el cual, bajo el mandato de Waxaklaju’n Ub’aah Kaan, ocupó Calakmul en el 635.

El establecimiento de Dos Pilas fue organizado por el gobernante K’ihnich Muwaan Jol II de Tikal, con el propósito de controlar la región y frenar el avance de los Kaanu’l. Fue así como, entre 629 y 634, se envió a Petexbatún al niño B’ajlaj Chan K’awiil, el cual fue investido como k’uhul Mutu’l ajaw unos diez años después.

De particular interés es el tema sobre la consolidación del linaje Mutu’l en Dos Pilas, bajo la dirección de Itzam Kokaaj K’awiil y la erección de la estela 15. Ésta describe la peregrinación que parte de la ciudad, en la que también participaron Aguateca y Ceibal. Vega Villalobos sugiere que tales procesiones generaron las condiciones para la subordinación simbólica de la región. Quizás en el lector surja la incógnita sobre la periodicidad y frecuencia con que éstas se realizaban.

Tras la muerte de Itzam Kokaaj B’ahlam asume el trono el Gobernante 3, a quien también se le conoce como Guardián de K’ihn B’ahlam. Su llegada al trono plantea varios escenarios que Vega Villalobos discute, incluso a la luz del Panel 19 y su relación con Cancuén. No deja de llamar la atención el papel asignado a Dos Pilas en el intercambio de obsidiana, jadeíta y plumas de quetzal.

Llegamos finalmente al trágico desenlace de la ciudad y la región bajo el gobierno de K’awiil Chan K’inich, y el inicio de las confrontaciones con Tamarindito. La diáspora de la población que se refugió en Aguateca y Cancuén; al asedio y caída de la ciudad alrededor del 770, región que ya no logró recuperarse.

Sin lugar a duda, uno de los valores que aporta el trabajo de Vega Villalobos consiste en resituar el debate sobre la relación que debe establecerse entre arqueología, historia y epigrafía; el posicionamiento crítico en cuanto al manejo de las inscripciones como fuentes documentales, y su articulación con la evidencia de la cultura material.

Sin embargo, no podemos soslayar que la lectura de esta obra abre también otras interrogantes. La autora plantea que la configuración urbana de Dos Pilas siguió un plan cosmológico, que traduce como extensión del paisaje sagrado dentro del cual las cuevas jugaron un papel destacado, aunque observa que sólo las de Sangre, Duende, Río Duende y Río de los Murciélagos fueron realmente el foco de celebraciones rituales. Este diseño arquitectónico resulta poco claro, incluso en su relación con las peregrinaciones referidas en la Estela 15, ya que, como ella misma reconoce, durante la regencia del Gobernante 3 y K’awiil Chan K’inich, no hay registros de procesiones, aunque afirma que “todo parece indicar que aún se realizaban”.

Otro aspecto que merece nuestra atención es la referencia al impacto ambiental que generaron los asentamientos durante el Preclásico, si es que éstos en realidad fueron limitados y marginales. De tal manera que, si hubo un disturbio como el que propone Demarest a escala de microcolapso, ¿cómo fue posible entonces que las comunidades asentadas en el Petexbatún lograran producir alimentos a gran escala que favorecieron el desarrollo ocurrido durante el periodo Clásico? Más allá de estas dudas razonables, pensamos que, a través de los restos materiales y la lectura del discurso epigráfico, hay una bien estructurada historia del linaje Mutu’l en Dos Pilas.

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