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Estudios de historia novohispana

versão On-line ISSN 2448-6922versão impressa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.68 Ciudad de México Jan./Jun. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2023.68.77727 

Artículos

Auge y ocaso de la resistencia nativa. Análisis comparativo de su decurso en el centro-sur y norte de Nuevo Santander, 1780-1796

Rise and Decline of Native Resistance. A Comparative Analysis of its Course in the Center-South and North of Nuevo Santander, 1780-1796

Fernando Olvera Charles* 
http://orcid.org/0000-0002-3327-2550

* Universidad Autónoma de Tamaulipas (México) Instituto de Investigaciones Históricas folvera@uat.edu.mx


Resumen

Este artículo analiza el desarrollo de la resistencia de los pobladores autóctonos de Nuevo Santander -actualmente Tamaulipas- en orden cronológico e identifica a los aborígenes que la fomentaron. Como hipótesis se plantea que la resistencia nativa se manifestó con más fuerza en el centro-sur y norte de la provincia y que, no obstante compartir ciertas características los nativos protagonistas, otros aspectos culturales que los diferenciaron influirían en los objetivos que unos y otros buscaron y en el comportamiento del fenómeno en esas zonas. Asimismo, la atención que las autoridades virreinales prestaron a la resistencia en la parte norte contrastó notablemente con su contraparte, debido a que la pacificación de la frontera norte del virreinato fue definida como un asunto de carácter virreinal. El estudio se apoya en el método comparativo con base en el análisis de la información recopilada en los índices que registran aquellos actos de los nativos que nutrieron la tenacidad en el centro-sur y norte del territorio. El análisis devela que la dimensión que adquirió uno y otro proceso de resistencia y su comportamiento muestran diferencias importantes, relacionadas con su impacto, extensión y la manera como las autoridades locales y externas enfrentaron la situación en ambas zonas, proceso donde los intereses locales fueron supeditados a los nacionales.

Palabras clave: resistencia; nativos; decurso; ritmos; Nuevo Santander; frontera

Abstract

In the mid-eighteenth century began the process of colonization that originated the Colony of Nuevo Santander (present day Tamaulipas), a situation that generated and encouraged the resistance of its native inhabitants. The essay analyses its development in the province in a chronological order and identifies the aborigines who fostered it. The hypothesis here proposed is that the native resistance manifested itself with more force in the center-south and north of Nuevo Santander, and that, despite sharing certain characteristics with the native protagonists, it would be the cultural aspects that differentiated them which would influence the objectives of each one and the way in which the phenomenon behaved in those areas. Likewise, the attention that the viceregal authorities paid to the resistance in the northern part of the viceroyalty contrasted markedly with its counterpart, because the pacification of the northern border was defined as a matter of viceregal character. This study is rooted on a comparative method which analyses the information compiled within the indexes that record those acts of the natives in the center-south and north of the territory, which nourished tenacity. The analysis reveals that both the behavior and the dimensions that the two resistance processes acquired show significant differences, related to their impact, range, and to the way in which local and external authorities confronted the situation in both areas, a process wherein local interests yielded to national ones.

Keywords: resistance; natives; course; rhythms; Nuevo Santander; border

Introducción

La zona conocida como Costa del Seno Mexicano fue uno de los últimos bastiones de los indígenas que escapaban del dominio hispano. Las cosas cambiarían cuando a mediados del siglo XVIII se inició el proceso de colonización que originó la Colonia de Nuevo Santander (actualmente Tamaulipas). Condición necesaria para poblar el territorio y explotar sus recursos, la pacificación de sus antiguos pobladores fue ejecutada por el coronel José de Escandón en 1748. La reacción de aquéllos no tardó en manifestarse. El choque cultural que enfrentaron los orilló a desarrollar una serie de respuestas que oscilaron entre la colaboración y la resistencia declarada y oculta. Consistente en confrontaciones, alzamientos, fugas y ataques, la tenacidad abierta generó un clima de inestabilidad que afectó el desarrollo y la consolidación de la comarca. Como consecuencia, el dominio español en la zona experimentó altas y bajas. El centro-sur y norte de Nuevo Santander fueron las dos zonas donde se manifestó con más fuerza la resistencia. Los indios1 que la impulsaron compartieron ciertas características; no obstante, otros aspectos culturales que los diferenciaron influirían en los objetivos que unos y otros buscaron. Esto incidiría en el comportamiento del fenómeno en esas zonas. La manera como fueron enfrentados y tratados por las autoridades virreinales y locales se explica también por tales asimetrías. Con un enfoque comparativo, el objetivo de este trabajo es analizar el desarrollo de la resistencia en tales áreas e identificar a los aborígenes que la fomentaron. De entrada se abordan algunas de sus características que permiten entender su comportamiento. Posteriormente se analiza el decurso de la resistencia nativa en orden cronológico; se destaca su lapso más convulsivo por ser el que más contrariedades generó al proceso colonizador y a la consolidación del dominio hispano, así mismo su posterior decadencia merced de la combinación de variados factores. A manera de conclusión se plantean algunas diferencias y similitudes que el estudio del proceso en ambas zonas permite dilucidar.

Aspectos culturales de los nativos de las zonas de estudio

Una variedad de indios nutrió el mosaico cultural que caracterizó a la Colonia de Nuevo Santander.2 Diversidad que se acentuó con el arribo frecuente de aborígenes de otras latitudes, particularmente lipanes y comanches. No es la intención profundizar en las características étnicas de los nativos que habitaron el centro-sur y los nómadas, para ello se recomienda la consulta de algunos textos.3 El siguiente análisis general toca parte de los aspectos culturales que permiten entender su resistencia ante la colonización de Nuevo Santander. El nomadismo practicado por los lipanes y comanches, con ciertos matices, fue reproducido por algunos autóctonos del interior de la provincia. Los primeros ajustaron sus movimientos a la migración del cíbolo, pautada por los cambios estacionales, recorriendo así gran cantidad de terreno al seguir la huella de las manadas.4 Su traslación dependió también de la búsqueda de pastos y agua, necesarios para el sostenimiento de las rancherías y los grandes rebaños de caballos que poseían.5 Debido al caballo y a la dependencia del cíbolo, esos grupos se movilizaron de una manera más amplia. Los lipanes, por ejemplo, solían desplazarse desde el noreste de Coahuila cubriendo la parte norte de la Colonia y la provincia de Texas.6 Por tanto, las aldeas de lipanes y comanches frecuentemente cambiaron de sitio abarcando áreas muy extensas.

En el caso de algunos nativos del centro-sur, como los comecamotes, janambres y mariguanes, sus desplazamientos fueron más restringidos porque basaron su sustento en una variedad de especies cuyos patrones migratorios eran nulos o limitados a un espacio geográfico reducido, como el venado; además, repartieron su tiempo entre la caza y la recolección. Otros nativos combinaron esa movilidad con el cultivo incipiente de semillas y plantas en sus aldeas, generalmente ubicadas en las sierras Tamaulipa Vieja y la Nueva.7 De allí partían a los valles para cazar y recolectar; posteriormente retornaban a sus asentamientos, como lo practicaron pasitas y mariguanes..8 El radio de suministro se limitó a la región que comprendió ambas sierras y sus valles circundantes. Los janambres, por ejemplo, tenían asentadas sus rancherías en los valles y basaban su subsistencia principalmente en la caza. En general los indios del centro-sur permanecieron asentados en un espacio claramente definido, faceta que condicionó su resistencia e influyó a la hora de someterlos.

Hay que aclarar que las sociedades nativas experimentaron cambios derivados de los largos años de contacto con los hispanos. Para el caso de los nómadas la incorporación del caballo de origen europeo modificó sustancialmente su vida, mejorando notablemente sus técnicas de caza y aumentando el radio de sus incursiones. A ello se agregarían las armas de origen español. Para el caso de los nativos del interior, la incorporación de ambos elementos europeos no tuvo efectos tan profundos. El radio de caza de la mayor parte de los nativos poco se alteró con la fundación de las villas novosantanderinas. No obstante la presencia del ganado hispano, venados y otras especies menores continuaron siendo cazados, pues eran parte importante de la economía doméstica. Si acaso el caballo era consumido y las vacas eran despreciadas por su gran tamaño y lentitud. Si bien las incursiones posibilitaron la obtención de otros recursos y, sobre todo, de bienes para el intercambio comercial, incluso como estrategia para negociar la paz con los hispanos, fueron privativas de los nativos nómadas, ya que el espacio que habitaron, caracterizado por extensas llanuras, propició que dicha actividad se volviera muy eficiente.9 En contraste, para los grupos nativos del centro-sur de la provincia se puede hablar de alzamientos, hostilidades y ataques, y no de correrías sistemáticas como las que desarrollaron lipanes y comanches.

Otro aspecto importante fue la conformación étnica, es decir, el parentesco que unió a estos nativos. Los españoles agruparon a los indios en conceptos homogéneos amplios, como apaches, comanches y chichimecos. Sin embargo, existieron diferencias entre todos ellos. Los lipanes, por ejemplo, fueron incluidos en los apaches o apachería junto con otras parcialidades; no obstante, existieron divergencias en torno a su hábitat, tipo de vida y formas de sostenimiento. Hay que señalar que el conflicto, más que las buenas relaciones, fue común entre los apaches. De forma que estos aspectos explican su proceder. Algo semejante sucedió con los comanches. Identificados con una unidad mayor del mismo nombre, los que asolaron la parte norte se distinguieron del resto de sus congéneres. Basta decir que no todos los comanches se mantuvieron exclusivamente del cíbolo y tampoco observaron un marcado nomadismo.

Respecto a la estructura política o forma de organización que desarrollaron, se puede decir que incidió en las maneras de relacionarse con los hispanos e influyó en las respuestas a la política virreinal aplicada en el noreste para su sometimiento y control. Los nómadas, aunque eran agrupados en unidades culturales amplias, como apaches y comanches, no conformaron un ente político único. Estaban divididos en parcialidades, las cuales a su vez se partieron en bandas y rancherías con un líder particular, quien mantuvo su autonomía respecto al manejo de la gente bajo su influencia.10 En los apaches esta disgregación fue más marcada que en los comanches. En raras ocasiones las distintas parcialidades se unieron entre sí, prevaleciendo las alianzas con los españoles y entre algunos de ellos para combatirse mutuamente.11 Viene al caso señalar que las rancherías de los lipanes cuando se unieron fue de manera separada. Originaron dos bloques que se denominaron lipanes de arriba y lipanes de abajo. La guerra y la paz con los españoles tomarían veredas disimiles para ambos grupos.12 Entre los comanches esta desunión se desdibujó en ciertas situaciones, por ejemplo, al pactar la paz con los hispanos. Aun cuando ciertos capitanes se opusieron a pactarla, los comanches eligieron un jefe general para que negociara con los ibéricos y para que se respetara el pacto entre sus semejantes.13

En el caso de los autóctonos del centro-sur, a pesar de denominarlos chichimecos no conformaron una sola unidad étnica siendo muy raros los lazos de parentesco entre los grupos indígenas que coexistieron en esa zona. Un testimonio de esa época registró 30 etnias distintas, entre ellos janambres, pasitas, mariguanes, ya referidos, y pisones, serranos, mezquites, bocaprietas, aracates, comecamotes, panguayes, etcétera.14 No compartieron un lenguaje en común. Existe la noticia de que en la región de la sierra Tamaulipa la Vieja se hablaron alrededor de 30 lenguas distintas.15 Cada una de las etnias actuó como una unidad política autónoma. En ciertas situaciones se establecieron alianzas que, generalmente, fueron para pelear contra los novosantanderinos16 o para dirimir rencillas con grupos indígenas rivales. Nulos fueron los casos en que se unieran para negociar la paz, generalmente lo hicieron en forma separada.17 Algunos optaron por reducirse a las villas y misiones, las cuales en algunos casos abandonaron y luego retomaron la lucha contra los colonos; así hicieron, por ejemplo, los llamados martines, comecamotes y aracates.18 Otros negociaron la tregua con los hispanos y se mantuvieron en sus antiguos asentamientos. Renuente a ambas cosas, otro tanto decidió mantenerse autónomo y ofrecer resistencia a los intentos de reducirlos.

Los aspectos culturales anteriores caracterizaron a los autóctonos que protagonizaron la resistencia nativa. Es necesario puntualizar que Nuevo Santander es un caso particular por ser el único reino o provincia en el que se empleó el término de Colonia, aspecto ya analizado o comentado por autores como María del Carmen de Velázquez, David J. Weber y Patricia Osante.19 Como plantea Osante, en su fundación los españoles sustituyeron el vocablo conquista por el de colonización refiriéndose al poblamiento masivo, basado en pueblos de españoles, sustituyendo la antigua práctica de expansión apoyada en misiones y presidios.20 Esta peculiaridad explica, en parte, la resistencia que se gestó en la provincia, fenómeno que se inició antes de fundarse. Según estudios previos, se manifestó con más fuerza en la década de 1780 y primeros años de 1790. Después de 1796, las acciones de los nativos que la nutrieron declinaron y se volvieron más esporádicas en lo que restó de la centuria.21 Respecto a los nativos que se opusieron, se piensa que los janambres fueron los únicos. No fue así, ya que formaron parte de los insumisos como pasitas, palahueques, camoteros, mariguanes, etcétera. Su resistencia, para el caso de la Colonia, se presenta desde los años noveles de su fundación. Para 1772 algunos de los janambres pactaron la paz y se congregaron en misión. Esto no significa que dejaron de pelear, ya que en diciembre de 1788 los asentados en la de Llera desertaron y se unieron a otros nativos alzados de la sierra Tamaulipa la Vieja. Así, volvieron a confrontarse con las tropas novosantanderinas.22

Apuntes sobre el estudio de la resistencia indígena del periodo hispano

Un análisis profundo y extenso de los estudios existentes sobre la resistencia indígena colonial sobrepasa los alcances de este escrito.23 De la amplia producción historiográfica este artículo retoma los estudios que abordan aquellos actos de oposición disimulados que, a la larga, alimentaron los hechos coyunturales o grandes rebeliones; en esos estudios se postulan nuevos conceptos, como el de la “resistencia oculta”.24 Este trabajo también se nutre de la metodología y el enfoque de la corriente de los estudios subalternos, la cual ha generado visiones frescas sobre los procesos de expansión colonial y destaca el papel agencial de los nativos en la conformación de los espacios norteños.25 El artículo incorpora, asimismo, algunas obras que proponen patrones o ciclos explicativos de procesos de resistencia que abarcan varios siglos y se enfoca en las magnas rebeliones o alzamientos de zonas muy amplias.26 Se plantea que los indios del norte de México y sur de los Estados Unidos vivieron tres ciclos de conquista planteados por Spicer. Tales periodos fueron encabezados por los españoles, los colonizadores mexicanos y los norteamericanos, y le corresponde a cada uno “un ciclo de resistencia indígena”.27

El artículo desarrolla un análisis más microscópico del comportamiento del fenómeno de la resistencia en una zona más delimitada y un periodo más corto. Se apoya en una metodología de análisis aplicada al estudio de la tenacidad autóctona, la cual posibilita visualizar su probable comportamiento en el centro-sur y norte de la provincia, por medio de gráficas basadas en los índices correspondientes.28 Recurre al método comparativo29 para examinar el comportamiento del fenómeno en Nuevo Santander, pero en escenarios disímiles, como son el norte, caracterizado por amplias planicies cubiertas de extensos pastizales, y el centro-sur, tipificado por sierras, montañas, cañadas y valles conformados por una frondosa vegetación; espacios habitados por sociedades nativas que, no obstante compartir algunas características, desarrollaron otras facetas que las distinguen.

Resta comentar que la resistencia nativa es concebida como un amplio proceso ideológico y de acción-de rechazo, supervivencia, incorporación y adaptación que los pueblos autóctonos manifestaron contra la cultura y el dominio occidentales.30 La indocilidad ante el empuje hispano en Nuevo Santander se movió entonces desde la confrontación violenta y frontal hasta el colaboracionismo activo, pasando por el imposible o pretendido aislamiento como estrategias de sobrevivencia física, social y cultural.31 A esto se agregó la negociación, ya que detrás de cada posición reaccionaria había un ejercicio de pacto o conveniencia. En ciertos momentos a los nativos del territorio neosantanderino les convino resistirse y enfrentar abiertamente al español; en otros, la negociación y la tregua les ofrecieron mejores perspectivas.32

Delineadas las características culturales de los nativos y comentado, a grandes rasgos, el estado de una parte de la historiografía que examina la tenacidad indígena colonial, es tiempo de ocuparse del tema que atañe a este artículo: el auge y ocaso de la resistencia en Nuevo Santander. El mapa 1 ubica las zonas donde el fenómeno fue más demandante. Nótese que las pocas villas de la parte norte sugieren que la resistencia ahí generó menos problemáticas en comparación con el centro-sur, donde se asentaron un mayor número de poblaciones. En las líneas siguientes se devela que no fue así.

Fuente: mapa tomado de Fernando Olvera Charles, Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias de los indígenas ante la colonización y su incidencia en el comportamiento de la resistencia nativa en Nuevo Santander, 1780-1796 (México: El Colegio de San Luis/Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto de Investigaciones Históricas, 2019), 122

Mapa 1 Resistencia nativa en el centro-sur y norte de Nuevo Santander 

Entre la guerra y la negociación, 1780-1789

En la década de 1780, 30 años después de fundarse Nuevo Santander, la resistencia nativa se incrementó, fiel reflejo de un fenómeno que, presumiblemente, estuvo latente previo a dicha fundación. Abstraído del dominio hispano, el territorio experimentó esporádicas confrontaciones entre nativos y españoles suscitadas al adentrarse comerciantes, aventureros y conductores de ganado. El conflicto se agudizó con la colonización y la resistencia se manifestó desde los inicios del proceso.33 Corría el año de 1779 cuando el célebre líder indígena de los bocaprietas, Pedro el Chivato, se alzó, sumándosele otro cabecilla, llamado Santiago, y sus rancherías. Para las autoridades locales no había otros jefes más osados y atrevidos y con gran capacidad guerrera. No obstante existir otros insumisos, a ambos se les colgaron las calamidades que se vivían. Sus ataques, argumentaron, no sólo perturbaban a los pobladores, ya que los dueños de ranchos y haciendas también eran afectados al perder parte de sus ganados. Según el teniente de justicia de la villa de San Carlos, Chivato y sus allegados se llevaron 50 reses en un ataque. Por tanto, se ordenó prenderlos vivos o muertos. Así, sus aldeas se convirtieron en blanco de una feroz batida.34 Chivato y Santiago lograron escapar de la emboscada, pero la mayor parte de sus congéneres falleció y el resto fue capturado.

El gobernador interino, Manuel de Escandón, concentraba todos sus esfuerzos en apaciguar esa zona. No resuelto este asunto, tuvo que aglutinar fuerzas para sofocar otro conflicto que generó la unión de varios grupos indígenas. Mulatos y mezquites, reducidos a la villa de Padilla, desertaron en 1780; se les sumaron nativos de Hoyos y algunos adscritos a las misiones del Nuevo Reino de León no identificados.35 El situado de Padilla fue blanco de sus ataques mediante la sustracción de los caballos que ahí había; además, quitaron la vida a un pastor. Los levantiscos partieron a la sierra Tamaulipa la Vieja, mítico lugar de refugio. El asunto no pararía ahí, ya que alcanzó mayores dimensiones cuando fueron convocados más nativos por medio de una junta o mitote, llevada a cabo en esa sierra. Raras este tipo de alianzas localmente, el grueso de los alzados creció al sumárseles anacanes, pasitas y janambres. Un testimonio reveló que se unieron para enfrentar a los soldados y pobladores.36 Temeroso de que el alzamiento se generalizara aún más, Escandón se reunió en la primavera de ese año con los principales militares de la Colonia y organizó la respuesta armada. Atacados los alzados por varios frentes, la represalia fue brutal y padecieron efectos desastrosos.37 La guerra ofensiva orquestada por Escandón respondió a los lineamientos pautados por el Reglamento de Presidios de 1772, el cual fomentaba la guerra incesante y sin tregua contra los indios en general y, de manera particular, contra los apaches. Ordenaba que fueran atacados en sus propios terrenos y rancherías.38 Esta línea siguió siendo observada por los gobernadores subsecuentes, particularmente Diego de Lasaga.

Resulta complicado estimar la cantidad de nativos que se sumaron. El documento consultado no lo refiere. En los casos en que se llegan a mencionar cifras, deben tomarse con reserva, pues son estimaciones que, en su mayoría, resultan exageradas. Esto podría aplicarse a las denominadas ligas indias del noreste, relacionadas con capitanes indígenas gentiles como Pedro Botello, Santiago y Juan de Mata,39 o de misión, como don Pedrote, don Diego, don Bartolo, don Santiago, de quienes se asume que contaban con estructuras bélicas por el hecho de que las fuentes mencionan que habían convocado a numerosas naciones indias.40

Concentrado en pacificar esa zona de la Colonia, el interino prestó escasa atención a lo que se vivía en el extremo norte donde poco tiempo atrás la situación era estable. Las villas fundadas en las riberas del río Bravo durante 1779 conocieron algo de tranquilidad, sin registrarse en apariencia incursiones. El respiro duró poco, pues en los dos abriles siguientes el contexto cambió. En marzo de 1780 Escandón notificó al virrey que Laredo y el resto de aquellos asentamientos estaban muy expuestos a los ataques de los apaches, quienes cayeron sobre el presidio local y sustrajeron los caballos de la milicia y bastimentos.41 En octubre la población fue asolada otra vez por varias partidas de comanches que hurtaron más de 300 caballos.42 El gobernador no ejerció acciones de consideración, ni movilizó las tropas para guarnecer aquella zona. Su mando llegó a su ocaso en 1781; fue sustituido por el coronel Diego de Lasaga.43

Las campañas agresivas impulsadas por el interino dejaron un escenario complicado. La represiva campaña de 1780, según parece, no generó los efectos esperados, pues aumentó la desconfianza y aversión de los aborígenes hacia los novosantanderinos. No pasó mucho tiempo para que Lasaga lo enfrentara. Las villas de Soto la Marina, Padilla, Hoyos y Cruillas del centro del territorio resintieron los embates indios. Hechos inéditos, ya que se sumaron a los ataques algunos nativos que no habían participado en hostilidades anteriores.44 Por ejemplo, en la villa de Padilla nativos desconocidos atacaron la misión y hurtaron cuatro manadas de cría de mulas. En julio de 1781 los aracates desertaron de la villa de Soto la Marina, atacaron dos ranchos y se llevaron caballos y una escopeta. Además, ultimaron a dos vaqueros. Al mismo tiempo, en la de Hoyos los cadimas cometieron varios asaltos y robos, mataron a seis pobladores y cautivaron a cuatro.45

En contraste con Escandón, la política observada por Lasaga osciló entre el trato suave y las campañas represivas. En algunos casos consintió el perdón a los indígenas que hostilizaban, siguiendo las órdenes del virrey, pero en otros recurrió a la mano dura y las armas para obligarlos a “darse de paz”.46 Tal ambigüedad, entre otros factores, favorecería el incremento de las acciones indias que, en conjunto, alimentaban la resistencia nativa, la cual, durante su gobierno, como se verá, alcanzó un punto efervescente entre 1782 y 1786. En el mismo sentido, el hábil manejo de los nativos de la política del perdón, impulsada por la corona, incidió en lo anterior y posibilitó que los alzamientos adquirieran un matiz político y funcionaran como una estrategia de resistencia y negociación.47 Contrario a lo que se piensa, las poblaciones nativas de la Colonia no estaban en un estado de decadencia y tampoco estrechados en fronteras interiores; como consecuencia de su resistencia, seguían reproduciendo sus patrones culturales.

Retomando la narración, pareciera que el fenómeno analizado extendía su influjo a la parte norte, ya que los apaches de nueva cuenta incursionaron. Dos ranchos ubicados entre las villas de Camargo y Reynosa fueron atacados causando la muerte de varias personas y robo de ganado.48 Como respuesta, Laredo fue reforzada con 25 elementos y se estableció otro piquete de 15 milicianos en un paraje cercano a los hechos; órdenes dadas por Lasaga.49 Según parece, la medida tuvo efectos positivos al experimentar las poblaciones norteñas cierta tranquilidad en lo que restó de 1781, al cesar los nómadas sus irrupciones.50 La pacificación de esta zona se insertó en el decurso de la expansión de la frontera norte del virreinato. De acuerdo con Minerva Campion este proceso de dilatación “se constituye por relaciones de poder”; al visualizar la frontera en dos sentidos, territorial y social, ambos están imbricados en tales vínculos. Así, tal concepto posibilita evidenciar “la existencia de espacios de tensión, de conquista y de resistencia, en las regiones fronterizas”,51 como fue la parte septentrional de Nuevo Santander.

En aquella porción del territorio las incursiones hasta esos años fueron intermitentes, situación disímil a lo que se vivió en el centro-sur a partir de 1782. Varios hechos violentos de nativos de misión o independientes acontecieron y se agravaron al siguiente año. En la villa de Aguayo autóctonos anónimos cayeron sobre una pastoría causando la muerte de varias personas.52 Una representación del cabildo de la villa de Horcasitas alertó del incremento de los robos y asoladas de palahueques e hipólitos, alzados desde el año anterior, y transmitió la queja de los pobladores. Argumentaron padecer una situación extrema que no mejoraría si no se ejecutaban acciones radicales, como el exterminio de los nativos.53 Los levantados huyeron a la citada sierra Tamaulipa la Vieja y se unieron a otros indios. Desde ahí atacaban a los que transitaban por los caminos, con lo cual se afectaba el comercio con la Huasteca y Altamira.54 En la capital del virreinato Francisco Crespo, inspector de la Real Hacienda, solicitó atender la situación. Advirtió que los constantes asaltos habían despertado en los habitantes el deseo de abandonar la villa.55 No obstante las acciones emprendidas por las autoridades locales y externas, los embates no cesaron y se prolongaron al resto de la provincia. El alzamiento de varios líderes indígenas y sus rancherías, entre ellos Pedro el Chivato, ya referido, complicaría el panorama.56

Entretanto, en el escenario norteño la calma duró poco. Las irrupciones, según la queja de los pobladores, continuaban a pesar de los refuerzos enviados a Laredo. En febrero de 1783 se prepararon 200 hombres milicianos para auxiliar a la población, mientras el virrey autorizaba ampliar la tropa veterana con 100 efectivos más.57 Inesperadamente un acontecimiento cambió el panorama y la dinámica de las relaciones entre nómadas y autoridades. En agosto de 1783 los lipanes solicitaron la paz al teniente de justicia de Laredo; ofrecieron cesar sus ataques y colaborar con los españoles.58 Implicados directamente en ese asunto, el gobernador Lasaga y los pobladores extremos mostraron un total rechazo al pacto.59 Entre tanto se discutía en las altas esferas virreinales la pertinencia de aceptar la petición, entre agosto y diciembre del año andante las villas norteñas padecieron una nueva ola de incursiones imputada a los lipanes. Estos hechos seguramente presionaron para que se resolviera la solicitud anterior. Despuntaba el año de 1784 cuando el virrey Matías de Gálvez, apoyándose en la Real Orden de 1779 y en la sugerencia del inspector Crespo, ordenó que se les concediera la paz a los lipanes.60

Uno de los efectos de esta acción fue la decadencia de las irrupciones nativas, que escasearon en el decurso de la añada. Es importante señalar que la pacificación de la frontera norte del virreinato fue un asunto muy importante. Se requería resguardar un extenso territorio de las incursiones indias y evitar la expansión de las potencias europeas rivales, las cuales amenazaban los territorios más septentrionales. La política vigente procuraba los intereses virreinales que priorizaban la pacificación de esa parte del territorio, controlar las correrías y minimizar sus efectos. Así, al concederle la paz a los lipanes, los beneficios locales fueron supeditados a los virreinales.61 Por otra parte, resulta pertinente señalar que pactar la paz con los nómadas generó posturas a favor y en contra. Mientras que algunos consintieron las treguas, otros abogaron por la guerra como único medio para pacificar la frontera.62 Esta última postura fue compartida por Manuel Escandón, Diego de Lasaga y Ramón Díaz de Bustamante, capitán de la tercera compañía de Laredo, e influyó en el rechazo que externaron a las treguas solicitadas por los nativos.63 También incitó las fuertes y represivas campañas militares que éstos organizaron, fomentando así la guerra en la Colonia y el incremento de la resistencia.

Mientras que en el norte la situación mejoraba, en el centro-sur la renuencia de los aborígenes no desfallecía. Una ola de más de cinco ataques aconteció entre 1784 y 1785; las hostilidades se prolongaron hasta 1786. Este periodo fue uno de los más notorios de la resistencia, ya que los alzamientos y ataques cubrieron un amplio territorio. A los padecimientos experimentados por los radicados en Horcasitas se sumaron los de Croix, Santillana, Escandón, Llera, Santa Bárbara, Tula, Palmillas y los Infantes.64 En agosto de 1784 los inapanames y bocaprietas abandonaron Santillana y atacaron un rancho; feneció un vaquero. Al siguiente año, los indígenas del capitán Guadalajara desertaron del poblado de Croix, ejecutaron algunos robos y quitaron la vida a vaqueros y pobladores de la zona.65 El cabildo y justicias de las villas aseveraron que las hostilidades de los aborígenes llegaron a otras jurisdicciones, como Matehuala, ubicada al suroeste.66 De nueva cuenta, la enigmática sierra de Tamaulipa la Vieja fue el punto neurálgico de la tenacidad nativa. Desde ese bastión los insumisos caían sobre las citadas poblaciones. La gráfica 1 devela el incremento notorio y explosivo del fenómeno. Tras pocos años de relativa calma, los focos de alarma de nueva cuenta se encendieron en 1789 cuando los janambres, de los grupos indígenas más renuentes de antaño, desertaron de la misión de Llera, como ya fue referido. Se procedió a sofocar el alzamiento apoyándose en fuertes campañas militares ejecutadas por el capitán Juan María Murgier. Este hecho marcaría el fin del periodo más efervescente y el declive de las acciones de rechazo indígena del fenómeno en la parte central de la provincia, situación que se volvería más evidente en la década siguiente.

Fuente: esquema tomado de Fernando Olvera Charles, Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias de los indígenas ante la colonización y su incidencia en el comportamiento de la resistencia nativa en Nuevo Santander, 1780-1796 (México: El Colegio de San Luis/Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto de Investigaciones Históricas, 2019), 122.

Gráfica 1 Comportamiento de la resistencia nativa en el centro-sur de Nuevo Santander, 1750-1800 

Los casos de ataques citados revelan que el blanco principal de los embates fueron los ranchos, las haciendas y las personas que transitaban los caminos.67 Pocos acontecieron en el interior de las villas. Se devela también que los atacantes sustraían, principalmente, caballos y ganado vacuno y, en ciertos casos, personas. Respecto a qué hacían con los animales, los indígenas al verse copados, generalmente, optaban por sacrificarlos en el campo o desbarrancarlos, en la mayoría de las veces se recuperaba sólo una parte de lo sustraído.68 En otros casos los consumían, sobre todo la carne de caballo.69 Se desconoce si todo el ganado sustraído que no fue recuperado corrió con esta suerte. Son escasas las evidencias que sugieran su comercialización de manera clandestina en Nuevo Santander.70 En lo que toca a los cautivos, en algunos casos se logró rescatarlos, pero en otros eran localizados tiempo después ya sin vida.71 De los que ya no se tuvo noticia se desconoce qué pasó con ellos, si fueron intercambiados con otros nativos o integrados en la etnia que los cautivó. También sustraían semillas o provisiones que les servían para afrontar carencias y sobrepasar las fuertes sequías que azotaban el territorio. De igual forma, las armas, herramientas y ropa hispanos se convirtieron en atractivos botines que fueron incorporados en su vida diaria.72

El ocaso de la década de 1780, en lo que compete al norte, se caracterizó por una estabilidad que permeó las relaciones con los nómadas. El estado de paz que se vivió luego del pacto con los lipanes repercutió en las añadas siguientes al combinarse con otros factores. Uno de ellos, la creación en 1784 de dos nuevas compañías militares, posibilitó asentar un contingente permanente en Laredo.73 Otro fueron los acuerdos que se establecieron con los comanches en Texas (1785) y Nuevo México (1786).74 Vale la pena señalar que pactar con esa nación india fue uno de los objetivos primordiales de las autoridades del virreinato. Definidos como “enemigos poderosos”, ganarse su amistad significaba evitar enfrentarlos.75 Se pretendía captar aliados vigorosos para someter a otros indios alzados y, de paso, bloquear una posible unión con los apaches que combatiera a los españoles. Esto resulta importante porque, en adelante, los lipanes habrían de quedar entre dos frentes: las tropas hispanas, por un lado, y comanches y naciones del norte, por otro. Por esos años la política virreinal transitaba de una línea agresiva a una negociadora, principio que afianzó la instrucción de Bernardo de Gálvez de 1786.76 De modo que la traza de una guerra ofensiva, observada hasta ese año, giró hacia una defensiva.77 La creación de nuevas compañías y la firma de los acuerdos referidos abonaron para que las incursiones se mantuvieran a la baja. En el umbral de 1790 la actuación impetuosa del coronel Juan de Ugalde, reflejada en agresivas campañas contra rancherías apaches asentadas en Piedras Negras, Coahuila, y en el arroyo de la Soledad, en Texas,78 desencadenaría la reacción violenta de los lipanes de nueva cuenta; aspecto que será tratado en la siguiente sección.

Lo narrado en este apartado muestra cómo el comportamiento de la resistencia nativa en la década de 1780 experimentó situaciones divergentes en las zonas analizadas. Hubo un primer momento convulsivo y explosivo que padeció la Colonia, provocado por las hostilidades indias, que envolvió al centro-sur del territorio. En lo que fue de 1778 a 1785 se padecieron alrededor de 25 hechos violentos, entre ellos alzamientos y ataques a villas, haciendas y ranchos ubicados en las cercanías de las sierras Tamaulipa la Vieja y la Nueva.79 Como queda evidenciado, la situación generó un discurso donde se enfatizó que las poblaciones serían abandonadas ante el incremento de las hostilidades. Es probable que la notable progresión de la resistencia de la década de 1780 fuera provocada por la combinación de variadas situaciones relacionadas con los cambios climáticos generadores de fuertes sequías, carencia de tropas, pertrechos militares en malas condiciones o escasos, la política agresiva practicada por algunos gobernadores y la marcada influencia de líderes nativos.80 La tenacidad en la parte septentrional, en contraste, no siguió un patrón ascendente. En los inicios de 1780 tuvo un ligero incremento, acompañado de rumores generalizados sobre un ataque a gran escala que desolaría las villas norteñas. Como se mostró, no sucedió. Lo que si trascendió fue el acercamiento de los lipanes, el cual concluyó con un acuerdo de paz con las autoridades novosantanderinas. Esto y los otros factores señalados provocaron que la resistencia nativa en esta zona mostrara un comportamiento intermitente.

Respecto a los cambios climáticos resulta pertinente señalar que ante la presencia de agudas sequías y la consecuente escasez de alimentos, los nativos solían darse de paz buscando paliar la situación. Una vez agotados los recursos alimenticios y superado el estiaje con la llegada de abundantes lluvias, el florecimiento de especies vegetales y la reproducción de los animales, los nativos se alzaban, abandonaban las villas o misiones y reiniciaban sus ataques. Así, darse de paz o alzarse respondía a una agenda política de los nativos, que les permitía negociar condiciones mejores y acceso a espacio de libertad y autonomía, donde seguían reproduciendo sus patrones culturales.81

El siguiente decenio, 1790, trajo consigo importantes cambios en el patrón que siguió en su decurso final el fenómeno analizado. Debilitada la fortaleza y la capacidad de respuesta de los nativos del centro-sur, comenzó a decaer ahí. En el extremo norte, una situación compulsiva inédita marcaría la última exhalación de la resistencia que, como una llamarada, pronto se extinguiría. El desarrollo de esta última etapa y su conclusión son temas del siguiente apartado.

La década de 1790: último aliento y decadencia de la resistencia

La respuesta de los nativos provocada por las citadas campañas de Juan de Ugalde desencadenaría la segunda situación convulsiva que padeció el territorio, la cual comenzó a finales de 1789 cuando se registró la muerte de nueve pobladores de las villas ribereñas. Al comienzo del siguiente año, el gobernador Manuel Muñoz se quejó de que la falta de tropas era culpable de lo anterior; parte de ellas asistieron al comandante en sus batidas.82 Como se señaló, la pacificación de la frontera norte del virreinato era una prioridad para las potestades virreinales. Así, una vez más los intereses locales fueron desdeñados; se destinaron tropas para las batidas de Ugalde, cuyo efecto fue dejar las villas norteñas vulnerables a las incursiones. Los recelos de los nativos agudizados por la agresividad de Ugalde despuntaban, vaticinando el recrudecimiento de las incursiones con gran intensidad.83 En la primavera de 1790 los primeros síntomas se manifestaron cuando sucedieron varios ataques. El rancho llamado Coyotes, de la jurisdicción de Laredo, fue el primero en sentir el rigor de las armas indias. Un poblador fue ultimado y hurtado un equino. Los apaches lipanes, señalados como los autores, continuaron su ofensiva: cayeron sobre otros asentamientos. La embestida cobró la vida de seis personas más, el rapto de tres y la sustracción de numerosos caballos.84 La respuesta violenta no quedó ahí. El 9 de abril los lipanes dieron otro golpe, cuyas características y efectos no se habían vivido antes. Era la primera vez que atacaban un blanco particular en busca de pólvora y balas. En el alba de ese aciago día, más de 200 indios de guerra se apostaron en la zona alta de la villa. Una parte asaltó el presidio, que resguardaba pertrechos. El explosivo contenido en dos cajones fue sustraído, no obstante la defensa de los guardias. Otro tanto intentó entrar a la población, pero fueron repelidos por los soldados vigilantes de las entradas. La arremetida cobró la vida de un muchacho y un castrense, dejó dos heridos y la pérdida de varios caballos.85 Dos pobladores más cayeron abatidos ese día. Al siguiente, los nativos se dedicaron a saquear varios ranchos aledaños. El reporte arrojó la sustracción de un número aproximado de 1 975 bestias pertenecientes a 22 vecinos.86 Los nómadas se retiraron, aunque no por mucho tiempo. Corría el mes de junio cuando Laredo resintió su furia nuevamente. En esa ocasión fenecieron cinco individuos y alrededor de 289 animales fueron hurtados junto con una manada, cuya cantidad no se especificó. El número de cautivos creció: los atacantes se llevaron a siete personas.87 El lazo entre la resistencia indígena y los ataques a los poblados hispanos, como los citados, estuvo vinculado a estas zonas de frontera que se ubicaron en los límites del imperio español en América.88 La grafica 2 muestra el probable comportamiento del fenómeno en el norte de la Colonia y devela su punto más explosivo.

Fuente: esquema tomado de Fernando Olvera Charles, “Las incursiones lipanes y comanches en Nuevo Santander, 1750-1800” (tesis doctoral, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017), 110.

Gráfica 2 Decurso de la resistencia indígena en el norte de Nuevo Santander, 1770-1800 

De manera semejante a los nativos del centro-sur, lipanes y comanches sustraían el ganado hispano, particularmente caballos, que eran su prioridad junto con los cautivos. Respecto a su destino y uso hay diferencias. Los jamelgos apuntalaban el intercambio comercial con otros nativos y pobladores, incluso con extranjeros. Servían también para aumentar la capacidad y poder militar de los nómadas.89 De los cautivos se conoce que también eran comercializados o intercambiados con otras naciones indias o eran absorbidos por la etnia que los había sustraído y experimentaban diferentes grados de adaptación.90 En otros casos eran sacrificados. Otro tanto de ellos lograba escaparse o eran rescatados cuando se suscitaba algún enfrentamiento entre los indios y las tropas.91

Poco margen tuvo Muñoz para resolver la situación antes narrada. Atendiendo la orden del virrey, en julio de 1790 partió a Texas para asumir su gobierno. Su salida repentina permitió a Manuel de Escandón tomar el mando de la Colonia otra vez. Una nueva ola de ataques lo recibió. Los lipanes incursionaron en los ranchos aledaños a las villas, cobrando la vida de varias personas y la sustracción de algunos cautivos y gran cantidad de animales.92 Temerosos de las represalias, los nativos se refugiaron en Texas y solicitaron la paz a Muñoz. Con el afán de escarmentarlos Escandón se trasladó al norte. Sin tener noticias de la petición, conformó una numerosa tropa reforzada con vecinos e indígenas aliados, de misión y gentiles, llamados pintos y comecrudos, la cual sumó 285 hombres.93

Presto a atacarlos, Escandón fue desistido por la negociación de la tregua referida, frustrándose su objetivo de acabarlos.94 Respecto a los indígenas auxiliares, valga la pena señalar que se convirtieron en un apoyo fundamental para someter a los indígenas alzados, como se percibe en varios documentos. Auxiliar a los hispanos fue una opción dentro de las posibilidades que tuvieron su alcance. Lejos de que las rancherías indias en Nuevo Santander pasaran por determinados periodos, más bien tuvieron oportunidad de colaborar, adaptarse, negociar su reducción o resistirse de manera abierta o disimulada, capacidad que la particularidad de la fundación de Nuevo Santander propició.95

La pretendida acción del gobernador contrariaba los intereses virreinales, pues se negociaba una paz general con los lipanes y, así, pacificar la frontera norte. No era prudente provocar confrontaciones con ellos. Dicha tregua “no era una cuestión meramente local, ya que lograrla era uno de los objetivos medulares de la directriz hispana”, de ahí que se buscara por todos los medios alcanzarla.96 De nueva cuenta, las prebendas locales fueron demeritadas en beneficio de las virreinales. Arropados en Texas, los lipanes buscaron concretar la conciliación. Temerosos de las represalias de las tropas hispanas y de los ataques de los comanches, desistieron de seguir incursionando en Nuevo Santander.97 Como se percibe, la frontera puede ser concebida “como un espacio de ruptura y de cambio social con zonas de convergencia y transición propicias para la resistencia, la violencia y la coerción sobre los grupos étnicos e instituciones de gobierno delineadas bajo características militares”.98

En vías de pacificarse el extremo norte, la resistencia en la parte central no dejaba de causar recelos. Puesto al tanto de lo que esa área padecía, Pedro de Nava, jefe de la Comandancia de Oriente, sugirió una añeja estrategia: erigir un presidio para sofocar de una vez por todas a los aún alzados de la Tamaulipa Vieja; sería capaz de albergar a 100 efectivos.99 Nava definió ese lugar como el punto más conflictivo del territorio y el que, a su juicio, era más urgente de atender.100 El proyecto despertó las críticas del coronel Ramón de Castro, recién nombrado jefe de la comandancia de poniente, del gobernador Escandón y de Diego de Lasaga. Castro minimizó lo que ahí sucedía con los nativos y dejó claro que lo urgente era atender la defensa de las villas norteñas. La prioridad para el virreinato, como antes se refirió, era atender lo que pasaba en el extremo norte, pues varias provincias padecían las incursiones de los nómadas. Su argumento pesó e influyó para que el presidio se desechara.101 Las apreciaciones diferentes sobre lo que acontecía en Nuevo Santander remiten a las posiciones asumidas por los funcionarios, civiles y militares, involucrados en el sometimiento de los indígenas insumisos. La forma de hacer la guerra y la de pactar con los nómadas fueron las dos esferas que polarizaron las posturas y argumentos de mandos castrenses, como Nava y Castro.102 El rechazo al presidio se explica también por las visiones diferentes de ambos personajes en torno a la cuestión india.

Volviendo a la narración, el contexto agitado en aquellas poblaciones parecía haberse esfumado. Los lipanes mantuvieron la guardia baja desde la explosiva asolada de 1790 y el subsecuente pacto de paz en Texas. Además, la anhelada paz con sus parientes, denominados lipanes de arriba, se concretó en febrero de 1791 cuando José Antonio, su capitán general, y el comandante Pedro de Nava la firmaron en la villa de San Fernando de Austria, Coahuila.103 Otro aspecto que influyó fue la presión ejercida por el comandante Castro, quien acordó una alianza con los comanches para atacarlos, lo que tenía preocupados a los lipanes y con poco ánimo para reiniciar las incursiones.104 No obstante, ataques esporádicos acontecieron ante la imposibilidad de los jefes indios de sujetar a sus congéneres. Como se apuntó, a pesar de existir un jefe general de los lipanes, quien negoció la tregua con los hispanos, cada líder de las rancherías actuaba según su propio criterio. Aun cuando había consenso en pactar la paz, existieron capitanes indios que no estaban tan a favor.

Uno de ellos, Zapato Zas, acabó por romperla. Avanzando el año de 1792 el afamado capitán lipan con 28 nativos de su ranchería asoló algunos ranchos localizados entre las villas Camargo y Reynosa y, a su regresó, irrumpió en la segunda población. Parte del vecindario los enfrentó y resultó muerto un poblador. Zas y su gente se llevaron varios caballos de la villa y retornaron al campo. El capitán Ramón Díaz llegó pronto de Laredo con la tropa de la compañía volante bajo su mando. No tardó en darle alcance a la partida india en un paraje distante a varias leguas de Reynosa. Avante en otras contiendas con las huestes españolas, Zas no pudo librarla esta vez. Las balas de la tropa acabaron con él y sus acompañantes.105 La temeraria incursión puede ser vista como el último aliento de la resistencia indígena en la parte septentrional del territorio. La caída del adalid se combinó con la salida del comandante Castro y otros factores; esa amalgama incidió en la tendencia a la baja del fenómeno en los años venideros.106

Despejado el panorama en el norte, los últimos brotes de resistencia en la parte central del territorio demandaban atención. Escandón, poco dado a pactar o negociar con los aborígenes, retomó la traza agresiva y organizó grandes campañas militares contra los alzados. Exiguo número se mantenían en ese estado, pero lo que le apuraba era ubicar y apresar al célebre líder Pedro José o Pedro el Chivato y a otros más, como Pedro de Maulas y Andrés Noparan, quienes mantenían en jaque a las autoridades locales. Pedro el Chivato había logrado evadir los intentos por prenderlo. Tras deponer las armas y rendirse fue apresado en 1794 por las autoridades del pueblo y misión de San Cristóbal de los Gualagüises, del Nuevo Reino de León. Dos años ulteriores fallecería en la cárcel de la Acordada.107 Los segundos fueron capturados y condenados a purgar cinco años de condena en La Habana, Cuba.108 Estos hechos marcaron el declive irreversible de la resistencia nativa en el centro-sur que, desde el alzamiento de los janambres, permanecía a la baja. A ello cooperó la creación de nuevas compañías, dotación oportuna de armas y cambios en el manejo de la tropa, permutas en la política reduccionista y fundación de nuevos poblados y misiones; factores que lograron minar la capacidad ofensiva del resto de los aborígenes.109 De 1795 a finales del siglo XVIII un par de alzamientos y escasos ataques acontecieron, con lo cual se visualizó el final de la resistencia en la citada zona. En su contraparte, el norte, se presentaron algunas situaciones conflictivas, que amenazaron colapsar la negociación de la referida tregua general con los lipanes, pero fueron finalmente controladas.110 Para el ocaso del siglo XVIII el gobernador, Manuel de Escandón, y el capitán general de los lipanes, de nombre Chiquito, firmaron un acuerdo de paz en Laredo, en 1799. Así, la tenacidad india llegó a su fin en lo que restó de la centuria dieciochesca.111 Como se percibe, los pactos de paz que los lipanes concretaron con las autoridades novohispanas, 1784, 1790, 1791 y 1799, fueron precedidos por periodos de intensa agitación provocados por las asoladas de los nativos.

Es importante señalar que el impacto de la resistencia nativa no se reflejó en el despoblamiento de la provincia. La colonización de Nuevo Santander fue sistemática y se estableció un sistema militar para su defensa en general y uno particular para cada una de las villas, lo cual generó otro tipo de efectos. Uno de ellos provocó que los pobladores vivieran con el temor latente de ser atacados y que, en algunos casos, externaran su deseo de abandonar la comarca debido a las numerosas muertes registradas.112 No obstante ser difícil cuantificarlas, el miliciano José H. Sánchez registró cerca de 300 decesos entre 1750 y 1800. Otro dato revela el fallecimiento de 50 personas en un solo ataque indígena.113 Respecto al norte los testimonios, situados entre 1770 y 1796, arrojan la cantidad de 50 colonos fallecidos y alrededor de 21 personas sustraídas, incluidos adultos, jóvenes y niños. Esas muertes y las declaraciones de los cautivos alentaron un temor real en los pobladores novosantanderinos.114

Otra consecuencia fue que, a la larga, la colonización se ralentizara y que las actividades económicas sufrieran colapsos que evitaron el afianzamiento y la consolidación de la provincia. En los primeros siete años, al menos, la mayor parte de las villas prosperaron poco debido a los continuos ataques de los nativos, particularmente las que se fundaron al pie de las dos míticas sierras Tamaulipa, la Moza y la Vieja. Las actividades al aire libre, como la agricultura y la ganadería, se restringieron ante la posibilidad de que los vecinos fueran emboscados, como sucedió frecuentemente.115 En el norte las cosas no pintaron mejor. Las embestidas afectaron la economía de los vecinos, en particular la de aquellos que poseían ranchos en el perímetro izquierdo del río Bravo y que no contaban con medios para defenderse. Varios emplazamientos rurales fueron evacuados y los criadores perdieron sus rebaños, los cuales quedaron a merced de los indígenas nómadas o pasaron a formar parte del ganado mesteño.116 Directas o indirectas, las pérdidas no se cuantificarían. Los reportes de cantidades específicas fueron pocos, apenas en 11 de 46 casos. Al sumarlas, las mermas dan un total de 7 873 bestias, lo que representa sólo una parte del saldo completo.117 Pese a ello, no puede negarse que las correrías provocaron que la actividad pecuaria se retrajera y que los ranchos distantes de las villas padecieran abandono, lo cual incidió en el descenso de los hatos, según recoge el informe de Félix Calleja en 1796. Si bien intervinieron otros factores, las mencionadas acometidas resultaron de alto impacto en el decaimiento ganadero.118 Por último, hay que aclarar que no fue solamente un discurso, como se plantea para otras provincias del noreste.119 Los efectos anteriores revelan que los novosantanderinos vivieron un estado de guerra caracterizado por las continuas campañas militares y la respuesta violenta de los nativos.

La gráfica 3, que representa el probable comportamiento del fenómeno en ambas zonas de Nuevo Santander, revela cómo la resistencia se manifestó de manera sucesiva. Mientras que en el centro-sur emergió desde los inicios del proceso colonizador, la parte norte se mantuvo al margen. Sería entre 1770 y 1775 cuando el fenómeno coincidiría en ambas zonas y seguiría un orden ascendente. Fue entre 1776 y 1780 cuando se separaron y la resistencia alcanzó su punto más explosivo en el centro-sur en los siguientes cinco años, lo que se combinó con un ligero descenso en su contraparte norteña. A partir de este periodo se presentaron situaciones divergentes. En la parte central el fenómeno perdió su fuerza, decayó estrepitosamente y ya no se repondría. A la inversa, en el extremo norte alcanzó su punto más notorio para ir descendiendo lentamente hasta desaparecer a principios del siglo XIX. Nótese que la década entre 1780 y 1790 fue el periodo en el que más se padecieron las hostilidades indias en la Colonia.

Fuente: elaboración propia con base en los datos registrados en las gráficas 1 y 2. Las líneas representan el probable comportamiento del fenómeno en cada región.

Gráfica 3 Desenvolvimiento comparativo de la resistencia nativa en Nuevo Santander, 1750-1800 

Como revelan las líneas anteriores, la década de 1790 marcó la decadencia de la resistencia nativa en ambos puntos de Nuevo Santander. Permaneció así hasta extinguirse en los primeros años del siglo XIX. El fenómeno en el norte experimentó el momento más impetuoso, destacándose esta etapa de las anteriores por la intensidad que registraron las incursiones. Entre los meses de marzo y junio de 1790 se presentó una ola de ataques que alcanzó parámetros altos no registrados antes. Sucedieron alrededor de 15 asoladas, principalmente en los ranchos y estancias de Laredo, Revilla y Mier. No obstante tales hechos, el explosivo incremento fue muy fugaz. Después de esos meses las acciones que nutrían la resistencia disminuyeron al decrecer las incursiones de nueva cuenta.120 El fenómeno en la parte central, por el contrario, esa década experimentó sus últimos alientos. Para ese tiempo los nativos insumisos reflejaban los años de luchas desgastantes disminuyendo su capacidad de resistencia, minada por las numerosas campañas militares efectuadas y la conjugación de varios factores, internos y externos.121 Escasos grupos indígenas permanecían alzados, los cuales, junto con algunos líderes, persistían en su deseo de no someterse. Al ocaso de la centuria dieciochesca, los últimos jefes notables sucumbieron y las etnias alzadas en la Tamaulipa Vieja poco a poco depusieron las armas, quedando un pequeño reducto de libertad en sus entrañas. No duró mucho tiempo, pues en los primeros veinte años del siglo venidero fue extinguido. Así ocurrió el final de la resistencia nativa, fenómeno que caracterizó el proceso colonizador de Nuevo Santander.

Reflexiones finales

En este último apartado, más que aportar conclusiones del estudio de los hechos narrados -que caracterizaron el comportamiento de la resistencia nativa en Nuevo Santander- se busca ofrecer al lector una reflexión acerca de las analogías y diferencias del fenómeno en uno y otro escenario. La resistencia que se registró en el centro-sur estuvo sujeta a una zona geográfica bien delimitada, como lo fue la sierra Tamaulipa la Vieja y sus contornos. Los nativos que la habitaban dirigieron su ofensiva hacia los ranchos y poblados asentados en los valles circundantes. Concluidos sus ataques no tuvieron más opción que regresar a sus rancherías para protegerse de las represalias de las tropas. Tal situación volvió más vulnerables a los indios, pues a medida que se fundaron nuevos poblados sus salidas a los valles se obstaculizaron y las constantes campañas terminaron por minarlos. Su contraparte abarcó un espacio más amplio y difícil de dimensionar. Eso permitió a comanches y lipanes tener más libertad no sólo para incursionar, sino también para escapar de las tropas y refugiarse en zonas más seguras. El tipo de vida errante influyó en la manera de organizar y dirigir sus ataques, lo que permitió, a diferencia de los otros nativos del territorio, negociar mejores condiciones al pactar la paz y alianzas con los hispanos.

La dimensión que adquirió uno y otro proceso de resistencia también muestra diferencias importantes. Debido a su ubicación en una zona específica, donde el dominio hispano era menos vulnerable, la resistencia del centro-sur tendió a ser menos importante que su similar del norte. Esto último se planteó en 1792, como se refirió, privilegiando la atención a la situación que experimentaban las villas norteñas. Se le definió como un problema interno, al nombrar a los nativos que la protagonizaron enemigos caseros. Se postuló también que eran pocos los pobladores que sufrían sus efectos. La del extremo norte tuvo una dimensión mucho mayor, ya que, al ser considerado un asunto de carácter virreinal, las autoridades dedicaron mucho más tiempo a su atención y solución. No sólo atañía al Nuevo Santander, sino también a las provincias contiguas que padecían las incursiones.

Éstas incidieron en la política de pacificación del noreste, pues se convirtieron en un medio de presión para negociar las treguas.

La manera en que las autoridades locales y externas enfrentaron ambas situaciones revela diferencias. Escasas veces se indultó a los nativos del centro-sur que se alzaron; prevaleció la política a sangre y fuego aplicada por el gobernador Escandón (padre e hijo) y Lasaga. De igual manera, contadas fueron las veces que se intentó pactar con los insumisos. En contraste, a los nómadas se buscó someterlos por medio de la guerra viva; no obstante, la estrategia no prosperó debido a su movilidad y capacidad para pelear. Lipanes y comanches fueron vistos con mucho respeto por las autoridades virreinales, pues despertaron más temor y recelo que el resto de los nativos insumisos. Las condiciones la mayor parte del tiempo no fueron apropiadas para batirlos por medio de una guerra a gran escala como deseaban la mayor parte de los mandos militares. Estos factores inclinaron la balanza hacia una política de paz y negociadora con los nómadas, la cual a la larga ofreció mejores resultados.

Los patrones alimenticios de ambos influyeron en el comportamiento de la resistencia y marcaron diferencias y similitudes. Los ciclos de la naturaleza, en el caso de los del centro-sur, influyeron en la mayoría de los ataques y alzamientos, ya que en tiempos de secas los nativos solían bajar a los valles para obtener alimentos de los pobladores por la fuerza o de manera cordial al darse de paz. Una vez que plantas y animales se reproducían, los alzados abandonaban las villas o misiones provocando daños en su huida. En el caso de los nómadas su resistencia y ciclos de incursiones estuvieron marcados por el movimiento estacional de los bisontes, su principal fuente de sustento. La movilidad en busca del rumiante es correlativa al ritmo de las irrupciones en Nuevo Santander, marcando los correspondientes periodos de cada etnia. Otro factor que marcó esa movilidad fue la creciente necesidad que lipanes y comanches tuvieron del equino, lo que los llevó a incursionar en las villas norteñas. Otros elementos que también marcaron diferencias entre ambos procesos fueron la estructura política de los lipanes y comanches y la propensión a la guerra por parte de ambos.

Como apunte final es importante destacar que la última gráfica, que compara el probable comportamiento de la resistencia en las zonas analizadas, revela la manera en que el fenómeno fue madurando y desarrollándose en Nuevo Santander. En un inicio la parte central despuntó al concentrar, entre 1750 y 1770, las acciones de resistencia de los aborígenes, manteniéndose aletargada hacia la zona norte. La década de 1770 marcó el punto donde el fenómeno tendió a uniformarse y seguir un patrón ascendente en ambos espacios, situación que se mantuvo hasta 1780. Devela también el preludio de los dos momentos de máxima agitación que experimentó la resistencia en la Colonia. A partir de ahí devino en patrones divergentes contrastando el pequeño declive de la parte norte con el estrepitoso despunte de la zona centro. Posteriormente, de 1786 a 1790, la resistencia en este último espacio cayó en un declive notorio, pero tendió al alza en su contraparte norteña. De manera semejante declinaría, hasta volver a mostrar un nivel bajo y uniforme en dichas zonas, en las postrimerías del siglo XVIII.

Fuentes

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1Se es consciente que emplear los términos de indígenas, nativos, aborígenes o autóctonos, como sinónimos de indio, concepto de origen colonial, puede ser visto como un anacronismo. Pero, para una mejor lectura del texto y no ser tan repetitivo, en adelante se recurre a su uso para referir a los indios de Nuevo Santander

2En adelante se usará Colonia, provincia o territorio neosantanderino para referirse a Nuevo Santander.

29Por medio de este método se compara el desarrollo de procesos históricos en sociedades básicamente de estructura semejante o igual; en otras palabras, de la misma especie; por otro, en sociedades totalmente distintas. Émile Durkheim, citado en Peter Burke, Historia y teoría social, trad. de Stella Mastrangelo (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2000), 34-35.

33Los hechos relacionados con la resistencia nativa, registrados antes de la colonización y hasta 1779, son abordados en Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…, 111-116. Al no fundarse población alguna en el paraje de Tetillas, en el contorno de la sierra Tamaulipa la Vieja, se permitió que los indígenas alzados contaran con una base idónea para hostilizar las villas fundadas a su alrededor. Octavio Herrera Pérez, Tamaulipas a través de sus regiones y municipios, t. III (México: Gobierno de Tamaulipas/Agencia Promotora de Publicaciones, 2014), 232-233.

34Las aldeas se ubicaron cercanas a la misión de Palmitos de la villa de Santander, localizada en la sierra Tamaulipa Oriental o la Vieja. Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…, 55, 116-117.

41Manuel de Escandón a Martín de Mayorga, villa de Santander, 20 de marzo de 1780, AGN, PI, v. 147, exp. 6, ff. 105-106 v.

48El gobernador Diego de Lasaga a Martín de Mayorga, villa de San Carlos, 10 de marzo de 1781, AGN, PI, v. 64, exp. 4, ff. 217-217v.

49El capitán José A. de la Garza Falcón a Martín de Mayorga, villa de Revilla, 30 de marzo de 1783, AGN, PI, v. 64, exp. 4, ff. 217v-218.

53“Representación del medio cabildo de Horcasitas, sobre los daños que reciben de los indios palahueques”, villa de San Carlos, 1783, AGN, PI, v. 64, exp. 5, ff. 273-299; Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…, 118-119.

58“Providencias para admitir de paz a los apaches lipanes en la colonia del Nuevo Santander”, villa de Laredo, 1784, AGN, PI, v. 64, exp. 1, f. 26.

60“Providencias para…”, AGN, PI, ff. 150-152, 155.

64“Noticia que da el gobernador de Santander de que algunos indios de los remitidos en collera han vuelto a aquella Colonia”, villa de Laredo, 1784, AGN, PI, v. 64, exp. 4, ff. 202-215.

66“Noticia que da…”, villa de Laredo, 1784, AGN, PI, v. 64, exp. 4, ff. 209v-215.

73“Noticia que da…”, villa de Laredo, 1784, AGN, PI, v. 64, exp. 4, f. 156; “Providencias para admitir de paz a los apaches lipanes en la colonia del Nuevo Santander”, villa de Laredo, 1784, AGN, PI, v. 64, exp. 1, f. 26.

75Teodoro de Croix, Coahuila, 9 de diciembre de 1777, AGN, PI, v. 64, exp. 2, ff. 1-6v; Velasco, Pacificar o negociar…, 31-35.

76“Instrucción formada en virtud de Real Orden de S. M., que se dirige al señor comandante general de provincias internas don Jacobo Ugarte y Loyola para gobierno y puntual observancia de este superior jefe y de sus inmediatos subalternos”, México, 1786, AGN, Bandos, v. 14, exp. 38, ff. 1-105.

79En estos años se registraron 14 asoladas de los aborígenes. Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…, 122-125.

80Cada uno de estos aspectos, que provocaron la situación compulsiva, son abordados y analizados en Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…, 125.

82Manuel Muñoz a Juan V. de Güemes Pacheco, villa de Jaumave, 18 de enero de 1790, AGN, PI, v. 139, exp. 2, ff. 28-29.

84El gobernador Manuel Muñoz a Juan V. de Güemes Pacheco, villa de Santo Domingo, 6 de abril de 1790, AGN, PI, v. 149, exp. 1, ff. 3-4. A pesar de que en 1789 Laredo concentró una importante cantidad de tropas, según parece resultaron insuficientes para impedir las incursiones de los nómadas. Herrera, Tamaulipas a través…, t. I, 23.

85El capitán José González a Manuel Muñoz, villa de Laredo, 8 de abril de 1790, AGN, PI, v. 139, exp. 2, ff. 39-39v.

87El gobernador Manuel Muñoz a Juan V. de Güemes Pacheco, villa de San Carlos, 12 de junio de 1790, AGN, PI, v. 139, exp. 2, ff. 46-47v.

88En lo que toca al sur del continente, dichas fronteras coincidieron en su mayor parte con los amplios espacios desconocidos de la Amazonía o con los territorios de la Costa. Campion, “Las fronteras como…”, 119.

92El gobernador Manuel de Escandón, Villa de la Purísima Concepción de Mier, 2 de septiembre de 1790, AGN, PI, v. 139, exp. 2, ff. 82-83.

93El gobernador Manuel de Escandón a Juan V. de Güemes, villa de Laredo, 26 de septiembre de 1790, AGN, PI, v. 139, exp. 2, ff. 79-80v.

94El gobernador Manuel Muñoz a Manuel de Escandón, San Antonio de Béjar, 30 de agosto de 1790, AGN, PI, v. 139, exp. 2, ff. 88-88v.

95En un trabajo previo he destacado la especificidad del proceso que condicionó el tipo de respuesta que los nativos ofrecieron al decurso colonizador que contrasta con otras regiones. Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…

107 Olvera, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias…, 169-170. El líder falleció en esa prisión mientras era juzgado. “Breve información reunida al famoso indio Pedro José que con cinco gandules tenía asoldadas las vidas y haciendas de esta provincia y la de la Colonia de Nuevo Santander, como adentro instruye, Monterrey, 1794”, AGN, PI, v. 40, exp. 2, ff. 163-170; 218-221.

108“Causas criminales contra Andrés Noparan y Pedro de Maulas, compañeros de la cuadrilla de indios de Pedro José, Santander, 1796”, AGN, PI, v. 41, exp. 1, ff. 1-48.

110En junio de 1796 algunos vecinos de la villa de Revilla padecieron el robo de sus caballos y se culpó a los nativos el atraco. Olvera, “Las incursiones lipanes…”, 229.

Recibido: 26 de Agosto de 2021; Aprobado: 26 de Abril de 2022

Sobre el autor: Fernando Olvera Charles. Doctor en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es investigador del Instituto de Investigaciones Históricas y catedrático de la Unidad Académica Multidisciplinaria de Ciencias, Educación y Humanidade, ambas entidades dependientes de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Líneas de investigación: procesos de colonización, resistencia indígena e incursiones indias, siglos XVIII-XIX. Entre sus publicaciones recientes destacan “La visión del otro en el viaje de reconocimiento de la costa del Seno Mexicano de José de Escandón (1747)”, Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, v. 26, n. 2 (2021); “Reformas borbónicas e indígenas insumisos en Nuevo Santander. Desavenencias entre los intereses virreinales y locales en la “pacificación” del noreste novohispano, 1748-1775”, en Sociedades em movimentos nos impérios ibéricos durante as reformas das últimas décadas do século XVIII (Argentina: Universidad Nacional de Jujuy, 2020).

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