1. Introducción
En México, el trabajo de Michel Foucault ha tenido una amplia recepción entre estudiantes, docentes e investigadores en los campos de la psicología, la historia, la antropología, la sociología y la filosofía. En algunos institutos y universidades se destinan discusiones, charlas y conferencias al respecto; pero hay casos de mayor envergadura, como el coloquio “Foucault y el Poder Psí”, recientemente organizado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México) o la existencia de cátedras específicas relacionadas con el pensamiento foucaultiano, siendo la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) el ejemplo más conocido, al impartir el curso optativo “El sujeto en la obra de Foucault” en su posgrado de Maestría en Antropología Social. De igual manera, desde fines de la década de 1990 se creó la cátedra “Michel Foucault” en la UAM.
Foucault aparece también constantemente en una amplitud de trabajos académicos: tesis, tesinas, ensayos, artículos, revistas y libros mismos, renovándose también de manera constante sus más conocidos manuscritos, como es el caso de la tercera reimpresión de Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre mi hermana y a mi hermano en la casa editorial Tusquets México, salida de imprenta apenas el año antepasado. Siglo XXI Editores ha puesto, recientemente, en circulación sus recopilaciones sobre las conferencias que Foucault dictó en Grenoble, Berkeley y Dartmouth. Por su parte, el Fondo de Cultura Económica también reeditó algunos de los cursos que ofreció en el Collège de France.
Sin embargo, fuera de todos esos documentos, sin tener en cuenta los medios electrónicos, Foucault no encuentra tanta exhibición. Su impacto, como señala Gustavo Leyva, únicamente se ha rastreado en libros, revistas y suplementos culturales,1 pero de los periódicos poco se sabe. Por eso, en este artículo se considera pertinente voltear el rostro al pasado y observar las fuentes hemerográficas, estudiarlas y advertir cómo es que los tiempos discursivos han cambiado a raíz de la llegada de nuevas tecnologías comunicativas.
La temporalidad es propuesta porque en 1968 es la primera vez que se hace alusión al filósofo y, en 1988 se escribe la columna “20 años después”, para conmemorar la segunda década del movimiento del 68 francés, en la que se refiere que tomó parte. Posterior a esa fecha, Foucault se diluye de El Informador. Así mismo, este periódico fue seleccionado por ser, en dicho intervalo, el que más menciones hace de Foucault, por lo que, a manera de hipótesis, podemos intuir que Guadalajara fue la ciudad en que los intelectuales tuvieron un mayor interés por el escritor de Vigilar y Castigar.
2. Propuesta metodológica
Eva Salgado Andrade comenta que
…la prensa se convierte en un claro indicador del actuar de los individuos en todas las épocas, su discurso nunca es una suerte de espejo de la sociedad, sino que las noticias son una construcción, una versión de la realidad.2
en ese sentido, las apariciones de Foucault en El Informador no reflejan un deseo social, sino un interés específico de los periodistas. Ellos, a través de sus reflexiones, eligen un género, una línea editorial y una circunstancia concreta para escribir las colaboraciones.
La selección de 32 números permite, en primera instancia, determinar que la recepción de Foucault fue variopinta, con interpretaciones diversas. Su presencia no se limitó a secciones específicas; aunque, si nos queremos atener al minucioso análisis de El Informador hecho por Gilberto Fregoso y Enrique Sánchez, Foucault puede oscilar en la categoría temática de “Ideologías”, apartados donde los periodistas proponían comentarios sobre los sistemas de creencias y la circulación social de ideas, dentro de períodos y lugares fijos.3 Es decir, dentro de la vastedad de columnas, Foucault no se incrustó en un espacio siempre uniforme, pero sí se manifestó en un eje temático concreto.
El estudio se vuelve capilar, ya que El Informador, para 1987, otorgaba pocas líneas a la cultura y la filosofía, siendo su mayor intención el divulgar noticias policíacas, deportivas y de espectáculos.4 Teniendo en cuenta lo anterior, quisiera incrustar a Foucault dentro de la temática de “Ideologías”, pero dividiéndolo de acuerdo con la utilidad que le daban los periodistas. Propongo diseccionar con base en tres ejes: filosófico, cultural e histórico. En el primero identificaré las referencias directas a su pensamiento; en el segundo campo se encontrarán menciones a los asuntos que relacionaban su obra con menesteres artísticos, literarios o pedagógicos; en el tercer aspecto se engloban los procesos históricos alrededor de su vida.
3. Foucault en América
Valentín Galván García adelanta que Foucault tuvo una acogida sustancial en México, país en el que su obra se publicó antes que en Estados Unidos o España.5 Empero, los Estados Unidos contaron con una ventaja (misma que tuvo Brasil respecto al resto de América Latina): Foucault visitó la Unión Americana diecisiete veces, entre 1979 y 1983, tiempo en el que dictó diversos seminarios y conferencias.6 El filósofo francés centró sus participaciones académicas en California y San Francisco, movido, muy seguramente, por la contracultura y los estudios de las minorías. Sus ponencias aglomeraban hasta mil personas en los foros universitarios. Así mismo dialogó y simpatizó con los activismos homosexuales, los Black Panthers y los movimientos independentistas de Quebec.7
Al sur del Río Bravo, el ingreso de Foucault tiene como punto de quiebre el interés editorial de Arnaldo Orfila Reynal quien, como director del Fondo de Cultura Económica y fundador de Siglo XXI Editores, publicó mucha de la obra foucaultiana en español.8 Orfila Reynal, en una relación epistolar, solicitó a Carlos Fuentes (quien se encontraba en Francia) que arreglara ciertos asuntos editoriales, entre los que se encontraban los textos de Foucault: en 1966 le pide al escritor mexicano que contacte con Claude Gallimard, con la intención de agilizar la sesión de derechos de Les mots et les choses. Para ese momento, Orfila ya había logrado contratar Naissance de la Clinique; su deseo era que ambas obras fueran de los primeros libros publicados por Siglo XXI Editores. Finalmente, Las palabras y las cosas salió de imprenta en 1968, pero se margina su difusión por los menesteres políticos de gran tensión.9
Gustavo Leyva realiza un rastreo historiográfico, bastante amplio y detallado, que permite conocer cómo es que Foucault fue recibido dentro de los círculos filosóficos mexicanos, partiendo de Eduardo Nicol y Juliana González y sus reflexiones sobre el sujeto, la razón, la modernidad y la ética. A ellos siguieron los aportes de los exiliados españoles y latinoamericanos en México, quienes influyeron en la recepción de Foucault, tal fue el caso de José Gaos. Leyva comenta que “…la recepción de un pensador como Foucault fue permeada, además, por las luchas sociales y políticas, así como por los debates culturales que siguieron al movimiento estudiantil de 1968”.10 Teniendo en cuenta estos datos -la fecha de publicación de Las palabras y las cosas, y la agitación estudiantil-, se podría hipotetizar que por ellos es que Foucault irrumpe, en ese año, dentro de El Informador.
Las agrupaciones marxistas mexicanas también adoptaron fragmentos de la filosofía foucaultiana, en especial las células que se replanteaban la democracia y la política. Dentro de sus bases intelectuales se encontraban Gramsci, Althusser y, evidentemente Foucault, de quien tomaban prestados los análisis de las estructuras y el poder. Cesáreo Morales, por ejemplo, recibió a Foucault dentro del marxismo para complementar las reflexiones políticas, atendiendo, además, la epistemología y las relaciones entre el sujeto, la verdad y el discurso.11
Un caso especial, que debería ser estudiado con mayor profundidad, es la recepción de Foucault dentro del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Galván mantiene que Rafael Guillén, a la postre conocido como el Subcomandante Marcos, se acercó a Foucault en su tesis de licenciatura, en la que intentó analizar las conexiones del discurso y la ideología; supuestamente Guillén conocía La arqueología del saber y El orden del discurso.12 Canavese abona a esta hipótesis, sugiriendo que Guillén hizo un “uso emancipatorio”.13 Fuera de lo académico, Foucault encontró circulación extrauniversitaria, encontrando cabida entre las publicaciones periódicas regionales, en México es tangible su presencia en Plural, Nexos o La Cultura.14 Este es el caso que nos interesa, la prensa en específico.
4. Guadalajara entre 1968 y 1988
A mediados del siglo XX acaeció lo que es considerado como el “milagro mexicano”, un período de estabilidad y posterior crecimiento económico. Después de un inicio trepidante y convulso que supuso la Revolución Mexicana y de la etapa de caudillaje e institucionalización posterior, se había logrado por fin deponer las problemáticas sociales que repercutían en daños a la economía nacional. En ese contexto, Guadalajara fue la segunda ciudad más grande de México, y la tercera ciudad más importante a nivel económico después de Monterrey y de la propia Capital del país. En la década de los setenta, Guadalajara incrementó exponencialmente su significación a nivel industrial -antes había sido un centro casi exclusivo y consagrado a la ganadería y la agricultura- experimentando junto a Puebla, Toluca, Querétaro y Cuernavaca, estatus que mantuvo hasta las cercanías del segundo milenio.15
Para la década de 1970, Guadalajara ingresó en un lapso de modernización en todas las infraestructuras de comunicaciones y transportes, sumando recursos públicos en la carrera tecnológica para el desarrollo regional, los cambios en la morfología urbana acercaron la ciudad a los nuevos requerimientos del mercado internacional.16 México se encontraba en un momento apremiante de mucha eventualidad social: Foucault aparece en El Informador cinco meses antes de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, tiempos en los que, en Francia, se vivía el mayo parisino, movimiento estudiantil, obrero y sindical contrario al consumismo y al capitalismo.
Tras el régimen de Gustavo Díaz Ordaz, el nuevo presidente constitucional, Luis Echeverría, emprendió un proyecto de acallamiento de opositores mediante la disgregación de grupos intelectuales y universitarios mediante el ofrecimiento de puestos gubernamentales para atenuar la presencia de sus rivales. La idea era fragmentar los cúmulos de cristianos radicales, nostálgicos liberales y a los marxistas, pero con la aparente bandera de la alianza: dotarles de aparente libertad política, pero teniéndolos cerca para vigilarlos.17
Guadalajara, durante la década setentera tuvo gran relevancia en los aconteceres políticos a nivel nacional: en diciembre de 1972, la Universidad de Guadalajara recibió al presidente chileno Salvador Allende, quien dictó un discurso en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades; además, la primera dama María Esther Zuno, esposa de Luis Echeverría era oriunda de la Ciudad, su padre, José Guadalupe Zuno Hernández, abogado de profesión, ayudó a la modernización de Jalisco (inaugurando el primer zoológico y el primer parque de bomberos guadalajarenses), obteniendo gran prestigio a nivel local. Zuno Hernández, al posicionarse como un importante político, fue objetivo de secuestro en 1974 por parte de la Liga Comunista 23 de septiembre, ocasionando conmoción a nivel nacional.
Jalisco, al igual que el resto de México, vio pasar delante de sí la época de cambios y reformas electorales, proceso iniciado en 1973 y que consistía fundamentalmente en una apertura electoral para la competencia en los comicios, lo que en teoría ratificó el supuesto del libre albedrío partidista basado en la coacción de tres años antes. El ritmo se aceleró para mejorar la opinión pública sobre la democracia, lográndose para 1982 que en la contienda electoral participaran siete candidatos, además de permitirse impulsos y fusiones de los partidos de izquierda con tendencia comunista y socialista que a la postre mutarían en el Partido de la Revolución Democrática (PRD).18 Cabe recordar que en 1976 existió polémica y descontento entre algunos actores y agrupaciones políticas por la candidatura presidencial única de José López Portillo, siendo el solitario aspirante.
La década de 1980 se caracterizó por la problemática del narcotráfico. En 1979, tras huir de operativos militares en Sinaloa, Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero fundaron el Cartel de Guadalajara, naciendo así el problema del sicariato en la ciudad. En 1985, son precisamente Gallardo y Quintero quienes orquestan y llevan a cabo el secuestro -y posterior ejecución- de Enrique Camarena Salazar, agente de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA); el mismo día (7 de febrero) en la carretera Guadalajara-Chapala es raptado el piloto Alfredo Zavala. Para entonces, la DEA, a través de su titular Francis Mullen, afirmó que Guadalajara era el epicentro de las operaciones más importantes del narcotráfico en México, exportando hasta el 38% de la heroína que circulaba en Estados Unidos. La agencia estadounidense también sugirió que la Policía Federal protegía a los sicarios.19 Por 20 años, Miguel Ángel fue considerado como el principal narcotraficante en México, hilando a Jalisco con Sinaloa, Durango, Guerrero, Chihuahua, Baja California y Nayarit, introduciendo al mercado la cocaína.20
En suma, quizá por el cierto nivel de politización al interior jalisciense se despertó curiosidad en trabajos que trataran y explicaran problemáticas sociales como las que se vivían en Guadalajara, es que un periódico de tanta envergadura como El Informador destinara espacios a las opiniones filosóficas internacionales, entre las que Foucault encontró cabida, hecho que suena lógico si además se piensa que las posturas del francés eran rivales del materialismo histórico y durante la década de los setenta se vivieron movimientos de derecha anticomunista, encarnados en la agrupación “Tecos” que velaba por impedir la propagación del marxismo.
5. El Informador
El Informador es un periódico editado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, desde 1917, siendo antiguo y duradero de los que circulan actualmente. Su fundador, Jesús Álvarez del Castillo Velazco, intentó constituirlo como un órgano de prensa independiente, como bien lo deja ver su eslogan bajo el nombre, pero que se caracterizó por tener tendencias derechistas. En palabras de Fregoso y Sánchez, “El Informador ha creado la imagen de ser un periódico conservador -en el sentido estricto de no apoyar demasiado las innovaciones, ni políticas, ni periodísticas- prácticamente desde sus inicios”.21
Los socios que acompañaron a Álvarez del Castillo fueron Ramón Castañeda, Ernesto Javelly, Mariano Favier y Enrique Teissier, entre otros. Sus inicios resultaron ser bastante conflictivos: Álvaro Obregón lo confiscó por la relación que mantenía Álvarez del Castillo con Adolfo de la Huerta;22 posteriormente Juan Puga, primer director del periódico publicó notas falsas sobre el arzobispo de Guadalajara y tuvo que renunciar puesto que el impacto de su escrito suscitó un levantamiento en armas apoyando a los clérigos en Los Altos, en el marco de la Guerra Cristera. Desde su nacimiento, se puede considerar a El Informador como un periódico industrializado, que, entrado en el mercado, encontró pronta competencia: El Paladín, Restauración, La Prensa, Acción Social, El Tiempo, El Heraldo, El Jalisciense y Hoy,23 pero su rival clásico en ventas y suscriptores es El Occidental. Jesús Álvarez ocupó desde ese momento el puesto de director hasta su muerte en 1966.24 Esto es, dos años antes de que irrumpieran en sus columnas las referencias a Michel Foucault.
Los intereses vertidos en las páginas de El Informador comenzaron a cambiar entre 1950 y 1960. Previamente basó su producción periodística en notas locales y nacionales cuyo mayor interés generado eran los aspectos políticos y todo lo que sucede con los gobiernos de la zona metropolitana;25 pero es a partir de dicho momento que inició su expansión en la recopilación de información internacional con mucho ánimo; ya para 1987 los datos venidos del exterior ocupan el 60% su espacio, con casi el 8% de procedencia europea occidental.26 Es decir, para la temporalidad que nos atañe, El Informador destinaba un porcentaje mayoritario a los menesteres europeos, por lo que las filtraciones de Foucault encuentran sentido en ello.
El Informador, hasta inicios de los 1990, se mantuvo con inversión proveniente de Guadalajara, convirtiéndose desde 2011 en el único periódico aún producido en la capital contrastando, con su ya referido contendiente El Occidental, el cual aceptó financiamientos foráneos, en especial de la Ciudad de México.27 Para los años que aquí nos conciernen, el editor-director en turno de El Informador fue Jorge Álvarez del Castillo Zuloaga, hijo del fundador. Bajo su tutela el diario se modernizó e introdujeron nuevas técnicas industriales para su producción, a la vez de darle un nuevo aire en la creación de contenidos, ganando espacio lo que atañía a dinámicas culturales.
6. Usos de Foucault en El Informador
De acuerdo con la metodología propuesta, se procede a dividir las columnas y noticias por grupos de interés.
I. Lo filosófico
En la sección “Sopa de Letras” firmada por un redactor cuyo seudónimo era “Pit”,28 se inauguran las citas a Foucault dentro de El Informador. Esta primera vez en que se le menciona tiene como finalidad explicar el contenido de Historia de la Locura, aunque se limita a exponer parte del primer capítulo, en el que se aborda el tema de los leprosos y la nave de los locos, tratando de hilar esa aproximación a la figura del rechazado y del demente con el libro entonces más reciente de Gregorio Marañón, Toledo y el Greco, en el que explora una aparente influencia de los insensatos del Hospital del Nuncio con las pinturas del mismo Toledo.29
Dos meses después, en la misma sección, Pit alza un pequeño análisis de Las palabras y las cosas, interpretando lo siguiente: en todos los idiomas, las palabras no están relacionadas a los objetos, sino con el resto de las palabras del idioma en cuestión, por lo que en un lenguaje el individuo no cuenta, las palabras están por encima del hombre, ya que la lengua tiene un sentido coherente y objetivo que trasciende a la interpretación que los humanos dan al mundo, viendo así que cada cultura tiene signos específicos y categorías de corte histórico para expresarse. Pit parece estar contrariado con el libro y alarmado con una de sus tesis:
Para colmo, Michel Foucault anuncia el fin del hombre. El hombre es una invención y la arqueología de nuestro pensamiento muestra su fecha reciente. Y quizá el fin próximo. No queda más que ¡apagar y vámonos!30
expresa el columnista. En la misma columna se menciona fugazmente que Foucault se encuentra inmerso en un conflicto personal con otros filósofos por sus hipótesis que ponen en entredicho a la filosofía misma, siendo Jean Paul Sartre con el que se entabló mayor polémica.31
Tuvieron que pasar cinco meses antes de que se volviera a saber de la obra de Foucault. Nuevamente, Pit hace comentarios sobre Las palabras y las cosas, ahora con la intención de demostrar cómo el libro es recibido con beneplácito por un profesor de literatura, cuyo nombre no es mencionado. Tanto el maestro como Foucault utilizan la obra Las Meninas de Velázquez para crear técnicas narrativas, se nos dice que el primero la utiliza para complementar los análisis que en sus clases hace de El Quijote, mientras que el francés recurre a la pintura en un intento de establecer una prosa del mundo mediante la construcción de saberes. Pit no ahonda más allá, de hecho, de manera implícita, reconoce que en esta ocasión no va más lejos del prefacio; pero sí nos revela algunos datos importantes sobre la edición que llegó a manos del lector mexicano: una traducción de Elsa Cecilia Frost de la editorial Siglo XXI, salido de la imprenta mexicana en 1968, dos años después de su publicación original. A Pit le sorprende el que el libro contenga una reproducción coloreada de Las Meninas, porque acerca al público a una obra exhibida en el Museo del Prado, Madrid.32
Si Pit hubiera ampliado su lectura tal vez habría encontrado que las primeras páginas dedicadas al cuadro de Diego de Silva Velázquez contenían una narración un tanto poética y didáctica que sin duda pudo ser atractiva para los leyentes de su sección: el cómo Foucault describe al pintor trazando su lienzo, quien ya ve en los espectadores a un amplio universo con el que se intercambia información recíproca, obligando al que contempla a mimetizarse con el cuadro, capacitándolo a través de sus ojos a encontrar todos los detalles y elementos relucientes, como aquel cuadro que sobresale en la pared trasera de la pintura misma.33
Pasados diez días, en la sección “Notilibros”, colaboración exclusiva para El Informador, Raúl Villaseñor34 intenta brindar una mirada más amplia de Las palabras y las cosas. Si bien es complicado reducir 370 páginas en apenas dos columnas, su redacción se torna más interesante por tres cuestiones: primero, advierte el problema que cometen muchos lectores al intuir que su formación es de médico por las temáticas de sus textos; segundo, en esa misma línea, sugiere que Historia de la locura o El nacimiento de la clínica son libros aptos para los curiosos deseosos de acercarse a los saberes médicos del mundo en el que habitan; tercero, advierte que la nueva obra de Foucault no es apta para todo el público, porque es un paso atrevido que Michel da, alejándose de su formación original para abandonarse a los campos de la epistemología.
Entrado en tema, rápidamente condensa algunos de los aspectos más importantes de los capítulos IX y X: lo concerniente a las posibilidades de conocimiento, el cómo se analizan los conocimientos en condición de sus posibilidades, el acopio de experiencias para establecer semejanzas y ordenamientos generales que permiten dar a entender que el hombre como figura es una invención del propio saber, no mayor a dos siglos de antigüedad.35 Quizá lo que Villaseñor nos quiere dar a entender es que hay un Foucault más historiador previo a Las palabras y las cosas, puesto que a raíz de ese escrito, pasa a ser un Foucault más filosófico, lejano al entendimiento popular, a aquel curioso cotidiano que ya no podrá contar con las herramientas educativas que le permitan interpretar la nueva modalidad del francés.
Pit regresa cuatro meses después, pero esta vez Foucault no es objeto de su prosa, únicamente lo trae a colación como un autor más que sirve de norte a las investigaciones de Ramón Xirau, junto a Erasmo de Rotterdam, Heráclito, Emmanuel Meunier, Pierre Teilhard de Chardin, Pascal y Kierkegaard.36 Más tarde, en septiembre del mismo año, María del Carmen Camacho Gutiérrez37 en la pequeña sección “Esfera”, realiza una serie de elogios al filósofo:
Para comprender a Foucault es necesario amar la vida, ser optimista, creer que el mundo pequeño camina más hacia la salud que hacia la destrucción, hacer un pequeño recorrido a través de los días… pensando en un futuro abierto al infinito para la medicina.
El análisis que atañe a Camacho Gutiérrez es el de El nacimiento de la clínica, mismo que está hecho de forma en exceso optimista; ella piensa que Foucault es un estudioso del discurso médico que piensa las relaciones paciente-médico como un hecho trascendental que vela y cuida de la vida, dejando de olvidar a la persona como un ente solitario e integrándola a una dependencia interpersonal. Pese a todo, la columnista termina diciendo muy poco: de las cuatro columnas de las que consta su artículo, apenas una es propia, el resto son citas extraídas del libro. Concluye, advirtiendo que El nacimiento de la clínica es un libro obligado para los estudiosos de la medicina y para todos aquellos que tienen buen gusto.38 Por las citas, podemos ver que su estudio se limitó al sexto -con especial interés en el apartado tercero, sobre la relación verdad-enfermedad- y octavo capítulo.
Esto justifica la creencia de Camacho Gutiérrez al tratarse de apartados que abordan la visibilidad de la enfermedad, la observación de su evolución y de lo sucesivo de la sintomatología, generando nuevos saberes que no excluyen lo natural y lo temporal, sino que los unen para comprender de mejor manera los padecimientos y así lograr enunciar verdades médicas: la incertidumbre pierde todo carácter negativo y pasa a constituirse como un concepto de medición que da al campo clínico nuevas dimensiones.39 Es decir, lo que a la escritora seguramente la entusiasmó fue el leer un texto que a sus ojos complaciera la necesidad de imaginar avances en el campo del diagnóstico médico.
Tras dos años de ausencia, Foucault reaparece en El Informador hasta 1971,40 cuando Raúl Villaseñor lo recupera en el marco de la publicación de La arqueología del saber en español, libro que el periodista reseña, aunque Foucault tiene un papel secundario dentro de la columna, porque se le da más importancia a la explicación de Tiempo, realidad social y conocimiento: propuesta de interpretación de Sergio Bagú.41 Villaseñor muestra una actitud diferente a la vista en su reseña de Las palabras y las cosas, posicionándose ahora lejos de los elogios que antaño profesó por Foucault. Tres años antes defendió que era un error considerarle médico, lo que ahora cambia para decir que, en efecto, su profesión está ligada a la práctica de la medicina. Sutilmente lo culpa de ser un especulador y de no concretar la aparente línea que había propuesto seguir en sus obras previas: a su entender, Villaseñor piensa que La arqueología del saber sería la conclusión filosófica que inició en Historia de la locura y prosiguió con El nacimiento de la clínica y Las palabras y las cosas. La crítica señala que el nuevo libro no supone una innovación en el quehacer filosófico puesto que regresa reiteradamente al pasado, con la intención de enmendar los errores que cometió, pero sin proponer teoremas e investigaciones originales.42
Quizá la actitud de Villaseñor se articula en una dimensión distinta porque el mismo Foucault reconoce las complejidades de seguir adelante con los estudios de la estabilidad y de las agrupaciones, radicadas en los inventarios hasta el momento, hechos que no toman en cuenta la vastedad y amplitud de los discursos. Podemos percibir que la evolución y nueva piel del raciocinio foucaultiano ya no se limita a investigar orígenes o discontinuidades, sino que intenta evidenciar las problemáticas de las estrategias lingüísticas, suponiendo el riesgo de aislar discursos de unidades globales, evidenciando que los dominios de objetividad presentes en algunas ciencias son, en el menor de los casos, cuestionables.43
Entre 1971 y 977 Foucault desaparece de las páginas de El Informador. El mutismo es bastante intrigante porque no se tomó en cuenta su debut docente ni sus primeras cátedras en el Collège de France, obviando también su proceso sus indagaciones sobre la sexualidad que encontrarían publicación de su primer volumen en 1976. Más curioso aún es que se le toma en cuenta hasta 1977 cuando se encontraba de año sabático. Para el 5 de septiembre de dicho año, Arturo Uslar Pietri,44 habló en su columna “El Reflujo” del ascenso del marxismo entre los intelectuales de occidente; hace una metáfora de cómo las hipótesis de Marx, cual gran ola, empaparon y mojaron a todas las producciones filosóficas, históricas, literarias, políticas y artísticas en las inmediaciones de la Segunda Guerra Mundial.
En medio de ese crisol de conflictos bélicos, conflagraciones discursivas y desorden empírico, se abrieron paso los “nuevos filósofos”; los jóvenes docentes que presenciaron el mayo francés del 68 se presentaron para debatir en contra del raciocinio marxista, al que algunos como André Gluksman le habían dedicado libros y ensayos por considerarlo una tragedia de consecuencias terribles, similar a lo que pasó con los pensamientos de Hegel, Nietzsche y Fichete (se intuye que habla de Johann Gottlieb Fichte, pero mal escrito). Al lado de Gluksman se enlistan los nombres de Maurice Clavel y Bernard-Henri Levy, quienes tomaron inspiración ideológica de Michel Foucault; eran acusados de querer sabotear los comicios presidenciales en Francia. Junto a Foucault, Maurice Duverger tilda a la izquierda marxista como algo inaceptable para toda razón despierta. Pese a todo, Uslar Pietri critica que las posturas de todos los mencionados en su columna no dejan de ser meras palabras al aire, denuncias y revisiones que no se enfocan en crear nuevas ideologías y cuerpos doctrinarios, limitándose a invitar a todos los hombres a realizar esfuerzos en el propio pensamiento.45 El recuento de Uslar Pietri no es nada pueril porque si bien no menciona haber leído ningún libro de Foucault, es tangible que ha realizado exégesis profunda para presentar sus hipótesis.
Uslar Pietri, casi dos años exactos después, retoma a Foucault y le dedica un par de párrafos en su columna “Palabras y realidades políticas”. Para resumir su interés general de cómo se ha polarizado el mundo en bloques bien delimitados recurre a Las palabras y las cosas como sazón de apertura. Para él, uno de los problemas por los que se atraviesa al oficio de los lingüistas es aquel que atañe a la relación entre la palabra y la cosa, algo ubicuo en la historia de la humanidad y en los propósitos de identificar los objetos, agruparlos y clasificarlos. Esa relación revela los límites del pensamiento humano, que en su desdicha no ha podido ver más allá. Lo que Uslar Pietri quiere decir es que lo binario es atenuante del lento desarrollo de los quehaceres del hombre, hecho evidenciado en la política que le era contemporánea, donde las palabras no tienen el mismo significado en ningún lugar y dependen de la enunciación de quien las dice. Las palabras que en esencia son problemáticas por la división entre las superpotencias (tácitamente Estados Unidos y la URSS) son las de “democracia”, “libertad”, “paz”, “agresión”, “armamento defensivo”, “popular”, “independencia”, “lucha de liberación” y “desarrollo”. Sus interpretaciones son punto de conflagración y perturbación en una vida relativizada por la geografía política y las tradiciones culturales. Sin un significado verdadero, las comprensiones sociales son difusas e inseguras. Su sueño es una utopía en la que converjan las nomenclaturas, cosa a sus ojos imposible.46
Pasados cuatro años, el colaborador parisino Marc Menonville da testimonio en “En los archivos del absolutismo” de cómo se enseña la historia del Antiguo Régimen en los colegios franceses. Su columna versa sobre los aspectos negativos que los infantes aprenden sobre el sistema monárquico, en específico del lettres de cachet (privilegio de sello real para encarcelar o exiliar a una persona sin juicio previo). La educación republicana invierte demasiadas fuerzas en demostrar a los alumnos lo injusta que era la vida bajo la monarquía por sus características de represión y censura, poniendo como ejemplos a Voltaire y al Marqués de Sade. Foucault es sacado a tema porque para Menonville dio un giro importante en los estudios y entendimiento de las lettres de cachet; junto a Arlette Farge pusieron en tela de juicio las hipótesis que daban por cierto el despotismo de la medida real. Su óptica, expuesta con amplitud en Les desordres de la famille es la de pensar las acciones en perspectiva jurídica, pensando al Rey como juez y verdugo supremo capaz de delegar responsabilidades en la materia judicial y punitiva, pero que nunca abandona su posición dentro de las relaciones de poder. Es decir, el nuevo saber foucaultiano permite focalizar al derecho monárquico y meditarlo dentro de sus propias estructuras, quitando los juicios de valor que puedan pesar desde épocas externas.47
En “El último imaginador”, Tomás Eloy Martínez48 lleva a cabo una hermenéutica de Raymond Russell, lo compara con Jules Verne, Dante Alighieri y William Shakespeare; Foucault es sólo uno más de los escritores que le dedicaron investigaciones. Nardo Zalko lo menciona en una genealogía de los más importantes filósofos franceses, compartiendo escaños con Sartre, Vladimir Jankélévitch, Raymond Aron, Roland Barthes, François Châtelet y Lévi-Strauss. Posteriormente, en un anuncio de venta de libros, se reseña brevemente a El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, se dice que Foucault impregnó con Las palabras y las cosas la atmósfera del Anti-Edipo.49
Bernard-Henri Levy50 (quien antes apareció como un seguidor de Foucault y que escribió algunas colaboraciones especiales para El Informador) le otorga al filósofo francés un papel medianamente importante dentro de las páginas del diario. Primero, en “El deseo de verdad” acusa a que la policía francesa ha utilizado a Vigilar y castigar para entender el lugar de la prisión en la vida social tras meditar al alemán como ser e idioma y la compleja relación que con él se guarda en occidente tras el fin del nazismo, y de chequear cómo los discursos comienzan a ser reprimidos, excluidos y cazados por un sistema de vigilancia. Segundo, en “¿El fin de los intelectuales?” se muestra temeroso por la rapidez con la que se mueve el mundo de las letras, porque tal parece que apenas aparece un personaje relevante se le remueve y cede paso a otro. Cree que tanto Foucault como Deleuze entrarán en un pronto ocaso como pasó constantemente con los renovados politólogos marxistas o los psicólogos freudianos.51
Ya para 1988 hay dos referencias filosóficas muy tenues y de poca extensión. Primero es Fernando Carlos Vevia,52 que en su nota dedicada a “Juan José Arreola y el teatro” nos dice que Foucault fue el más grande en las investigaciones que conciernen a la representación. Aunque no deja de manifiesto las bases de su aseveración, no hay duda de que su enunciación tiene por cimiento la lectura de Las palabras y las cosas.53 Después, Armando González Escoto54 medita sobre la condición del ciudadano en Guadalajara y las acciones que toma en procesos que rompen con lo normativo, cuestión que lo aleja del cultivo personal, del autocuidado y de la búsqueda del valor como persona; es un desinterés por la vida nunca visto. Nombra a Kierkegaard, Nietzsche y Heidegger, pero es con Foucault que entrelaza el problema del guadalajarense con el del ser a nivel mundial: un abandono del hombre como persona, como sujeto de la historia, una muerte consumada de la idea occidental del ser.55 Su lectura, desde la perspectiva foucaultiana tuvo que estar fundamentada en Historia de la Sexualidad y en ¿Qué es un autor? Por las evidentes injerencias de las prácticas, cuidados y exámenes de sí vistos en los volúmenes II y III de la Historia de la sexualidad, y la cuestión de la muerte del autor como individuo que escribe la historia.
II. Lo cultural
El 3 de agosto de 1969, Foucault es tomado en cuenta por Víctor Hugo Lomelí56 en “Agenda cultural”, pero de manera curiosa y distinta. No se dedica a explicar en lo más mínimo sus libros, ni siquiera de manera somera, sólo ocupa algunas de sus frases como epígrafe para difundir las praxis culturales de la ciudad. Cita textualmente que “...en la cultura occidental jamás han podido coexistir y articularse uno en otro el ser del hombre y el ser del lenguaje. Su incompatibilidad ha sido uno de los rasgos fundamentales de nuestro pensamiento”.57 No hay lugar a duda, retomar tres renglones de Las palabras y las cosas en los que se alude a la función lingüística tiene como objetivo dar cuenta de actividades poéticas en la ciudad. La cuestión expuesta es un concurso titulado “Segundos Juegos Florales Septembrinos de Guadalajara”, iniciativa del Ayuntamiento para divulgar ensayos históricos, cuentos, rimas y novelas, a los que premiaban en el Teatro Degollado. Los ganadores se harían acreedores a 10 mil pesos en la categoría más relevante, y a medallas de plata y oro en categorías menores. En total, se contabilizaron más de 300 candidaturas.58
Después de poco más de tres meses, Lomelí recuerda a Foucault, nuevamente en la “Agenda Cultural”, pero con mayor profundidad que en agosto, aunque de la misma manera, ligando sus frases con actos cívicos de la ciudad, aquí toca turno a cuatro llamamientos:
Para motivar la lectura de Cosas de viejos papeles de Leopoldo Orendáin cita que “Dentro de la amplia sintaxis del mundo, los diferentes seres se ajustan unos a otros; la planta se comunica con la bestia, la tierra con el mar, el hombre con todo lo que lo rodea”.
Intentando animar la apreciación de las artes plásticas y, consecuentemente, la asistencia de los jaliscienses a exposiciones de pinturas infantiles en La Plaza de la Liberación de Guadalajara, y visualizar las esculturas y dibujos de Rafael Zamarripa, retoma a Foucault para decir que “La historia de la locura es la historia de lo Otro -de lo que para la cultura es a la vez interior y extraño y debe, por ello, excluirse… la historia del orden de las cosas sería la historia de lo mismo- de aquello que, para una cultura es a la vez disperso y aparente y debe, por ello, distinguirse mediante señales y recogerse en las identidades”.
Del teatro, sabedor de la crisis que enfrenta a nivel nacional e internacional, desea divulgar dos obras: “Imágenes” del grupo estudiantil Voces al Interior, y “El Gesticulador” presentada por el Instituto de Ciencias y los colegios de Guadalajara y Vera-Cruz. El pasaje foucaultiano empleado es el siguiente: “Lo propio del saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar. Comentarios de la Escritura, comentarios de los antiguos, comentarios de lo que relatan los viajeros, comentarios de leyendas y de fábulas: a ninguno de estos discursos se pide interpretar su derecho a enunciar una verdad; lo único que se requiere de él, es la posibilidad de hablar sobre él”.
Cierra promocionando las pastorelas gratuitas que el grupo teatral dirigido por Carlos Ambriz presenta diariamente en espacios públicos de Guadalajara. La novedad es que al siguiente día se les integrará el cantante catalán Joan Manuel Serrat; y con Foucault nos dice que “Por doquier existe un mismo juego, el del signo y lo similar y por ello la naturaleza y el verbo pueden cruzarse infinitamente, formando, para quien sabe leer, un gran texto único”.59 Lo interesante aquí sería saber por qué cita para cada caso líneas de Las palabras y las cosas.60 Respecto a la lectura y Cosas de viejos papeles, parece haber cierta lógica puesto que, al igual que la multiplicidad de comunicaciones dichas por Foucault, los artículos de Oredáin son amplios, publicados en completo desorden y carentes de sentido en su individualidad, pero que al ser compilados resultan un todo lógico.61 Otra posible conexión es que, en algunos pasajes de sus escritos, Oredáin destinaba líneas a analizar pinturas, o el trasfondo de las mismas, las relaciones entre pintores, como la de Carlos Fontana y Octaviano de la Mora,62 pudiendo pensarse cercano al estudio que se hace de Las Meninas en la afamada arqueología de las ciencias humanas.
Sobre las artes plásticas, puede pensarse algo similar, las acuarelas de los infantes o los trazos de Zamarripa se pueden identificar lejanamente con la reflexión sobre la pintura de Velázquez, pero también las exposiciones mismas tienen señales e identidades que las obligan a enmarcarse u ordenarse bajo ciertos parámetros. Las últimas dos cuestiones sobre la teatralidad son menos ambiguas de interpretar. En ambas situaciones alude al segundo capítulo del libro de Foucault, en específico lo que atañe a la escritura de las cosas, al lenguaje como algo intrínseco, con sus leyes de afinidad que se encuentran en el medio de lo natural/visible y lo secreto y esotérico del discurso.63 Entonces, si Lomelí quiere hablar de actuaciones y representaciones, es lógico retomar el pensamiento foucaultiano; el teatro como discurso tiene sus propios significados, símbolos y significantes que desean ser interpretados.
Es 1977, sobre cuestiones educativas, Foucault es traído a colación nuevamente: la historiadora Carmen Castañeda64 presenta su libro Apuntes sobre la verdadera historia de la educación en Guadalajara de la Nueva-España, y entre los comentarios que hace nos dice que en su viaje por España conoció el trabajo del francés, importante para ella por el entendimiento de las técnicas disciplinares los cuerpos y el control de las personas, categorías que en su estudio son aplicables a las estructuras y dinámicas dentro de las escuelas.65
Pasados un par de años, France Meige66 celebra, desde París, el cumpleaños 80 de Jorge Luis Borges. El Informador permite, para la ocasión, que se le dedique casi una página entera al escritor argentino. Meige hace una semblanza de su vida, rememorando primero su último evento radiófono en Argentina, en el que destacó los temas que más le han fascinado: el tiempo, el coraje sereno, el olvido, los laberintos, la memoria, los espejos y la ceguera; posteriormente hace mención a sus inclinaciones políticas: un “anarquista desapasionado” discípulo de Stuart Mill; en tercer plano se menciona que cumplió los sueños de su padre, un abogado fanático de la literatura; en cuarto lugar se repasan sus andanzas académicas, la fundación de la revista Proa y la publicación de su primer libro de poemas Fervor de Buenos Aires. Finalmente, Meige destaca la importancia que Borges ha alcanzado a nivel mundial: su pensamiento cruzó fronteras “…hasta el punto de que el filósofo estructuralista Michel Foucault, inició una de sus obras con una cita de Borges y que el cineasta Jean-Luc Godard puso en boca de un robot de ‘Alphaville’ una frase del autor de Ficciones”.67 Si bien Foucault no aparece más que como un investigador que piensa loable el trabajo de Borges, evidencia que los lectores de Jorge Luis conocen las citas que de él se hicieron en Las palabras y las cosas: “Este libro nació de un texto de Borges”.68
Casi al final de la temporalidad propuesta, las referencias comienzan a ser mínimas, pareciendo entrar en una conclusión no premeditada. Uno de los artículos más llamativos es el redactado por Carmen Castañeda, cuyo título no es legible en el material consultado, pero que relaciona a la educación con la filosofía foucaultiana. Ella utiliza la página 163 de Vigilar y castigar para demostrar cómo es que la escuela se ha reglamentado y adoptado modelos de tiempos disciplinarios para actividades infantiles y su división de labores, acción que repercute en la práctica pedagógica.69 El uso que da del libro de Foucault es esgrimido con maestría porque es en esa página exacta en la que compara las instituciones carcelarias con las educativas, castrenses y hospitalarias, en las que ve la misma “...minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, el poner bajo control las menores partícula de la vida y del cuerpo...”.70 Y si la intención de Castañeda era plantear a la escuela como espacio punitivo, logró de mínimo manifestar que el poder se puede ejercer en muchos lugares.
III. Lo histórico
En aspectos históricos, la vida de Foucault es comparada en 1981 por Patrick Polge, corresponsal de El Informador en París, quien lamenta que, en el marco del primer aniversario luctuoso de Jean-Paul Sartre no aparezcan filósofos de la misma envergadura, capaces de influir en la clase política y en la juventud. A su entender hay cuatro excepciones, aunque se encuentran muy por debajo de Sartre. El primero es Claude Lévi-Strauss por sus valiosos análisis de las sociedades primitivas. Seguido de Lévi-Strauss aparece Raymond Aron, periodista y ensayista que guerreó constantemente contra los marxistas. Finalmente, en tercer lugar y empatados, Polge enlista a Michel Foucault por su importante y prestigiosa labor educativa en el Collège de France, y a Jacques Lacan por sus aportes polémicos en el campo del psicoanálisis que dividen al público entre detractores y partidarios.71 El 28 de junio se publica un afiche de venta del más reciente libro de Claire Briére y Pierre Blanchet, Irán: la revolución en nombre de Dios, que se puede adquirir por 172 pesos en la Librería Casarrubias. Al documento se le hace propaganda por la inclusión de “...una interesante entrevista con uno de los más sutiles analistas y profundos pensadores de la realidad contemporánea: Michel Foucault”.72
El interés por la vida de Foucault, paradójicamente, aparece con mayor fuerza tras la noticia de su muerte, momento en el que el ímpetu por su figura es aún mayor que en los tiempos más prolíficos de notas que le mencionaban. Primero es Manuel López de la Parra,73 quien nos regala una columna completa titulada “Foucault y la búsqueda de la verdad” (Figura 1); comienza relatando que el acontecimiento no repercutió fuera de las aulas universitarias y de los cafés literarios de Coyoacán y la Zona Rosa, ya que el público se concentra más en los eventos deportivos. El columnista considera a Foucault como un maestro de la historia, la filosofía y la psicología post freudiana, campos que logra conjuntar para erradicar mitos, tabúes y leyendas del devenir histórico-social. López de la Parra piensa que su aporte más importante a las ciencias fue el análisis de Edipo como metáfora del humano: un ser monstruoso que acumula saber ejerce poder y practica la sexualidad en demasía.
Poder, saber, sexualidad, francamente son los tres elementos determinantes, cuyo sentido, fue la preocupación vital del pensamiento de Michel Foucault, el ideólogo francés nacido en Poitiers, y muerto recientemente, en una fase de su vida, de mayor maduración intelectual, en la que pudo haber aportado bastante respecto a los complejos tópicos que fueron la meta de su interés intelectual.74
escribe López de la Parra, frases que demuestran consternación por la pérdida de quien fuera un ejemplo teórico.
Pasado un mes de la muerte de Foucault, la redacción de El Informador le dedica una página entera al filósofo. El encargado de escribir es Wolfgang Vogt,75 quien, adornando su texto con una imagen de Georges Braque, nos describe amplia y minuciosamente todo lo que envolvió la vida filosófica y política de Foucault, de quien dice es “una de las grandes figuras del estructuralismo francés”, renegado a utilizar el marxismo dentro de sus análisis sociales. En aspectos personales, nos recuerda que además de filósofo es un psicólogo que logró obtener la cátedra de los sistemas de pensamiento en el Collège de France como premio a sus libros Historia de la locura en la época clásica y Las palabras y las cosas. Vogt muestra dolor por el trabajo que Foucault deja inconcluso, siendo Historia de la sexualidad el que más le aflige. Aunado a ello, lamenta que falleciera un teórico excepcional que no se desligaba de la práctica puesto que no sólo criticaba al poder, sino que también lo combatía: “como militante político defendía los derechos del hombre oprimido y así apoyó activamente las reivindicaciones de los presos contra el sistema carcelario”. El elogio cierra con una serie de tajantes frases como “Las ideas de Foucault son refrescantes e impresionantes” y “Foucault es el menos estructuralista de los filósofos estructuralistas” tras un breve recuento de sus colegas/admiradores, entre los que son enlistados Sartre y Piaget.76 El mismo Vogt lo retomaría en 1985, nombrándolo como el más destacado filósofo posterior al marxismo y al existencialismo.77 Su renovada popularidad se percibe en que la editorial Siglo XXI reimprime El origen del discurso y lo difunde en la prensa, por un precio de 279 pesos para su versión de 64 páginas (Figura 2).78
A inicios de 1985, Christiane Falgayrettes,79 colaboradora exclusivo-internacional de El Informador, redacta “La obra de Michel Foucault: una metafísica de las libertades” para manifestar su postura sobre la muerte del filósofo: “El mundo intelectual francés acaba de perder a uno de sus mayores pensadores con la desaparición de Michel Foucault, víctima de una septicemia, fallecido el 25 de junio pasado”. Lo rico de su columna es que no hace análisis filosófico de la obra foucaultiana (como hasta entonces había pasado con el resto de los redactores) sino un estudio de los aspectos históricos que acarrearon la composición de la idea o noción de occidente a través del estudio de los eruditos éticos y políticos de la antigüedad. Falgayrettes alude que sus trabajos en Enfermedad mental y psicología, Historia de la locura en la época clásica y El nacimiento de la clínica rivalizaron contra la tradición marxista de la filosofía europea, sobre todo con la de Sartre; mientras que Las palabras y las cosas y La arqueología del saber se integraron a los debates lingüísticos en los que participaron Chomsky, Lacan y Lévi-Strauss. Pero, en palabras de la columnista, Foucault superó a todos ellos: “En todo caso, Foucault se convirtió en maestro de toda una generación de intelectuales, tanto en Francia como en los países anglosajones, donde ejerce una influencia importante”.80 Su intención no era construir el pasado, sino una historia de los sistemas de pensamiento en la que se percibieran las discontinuidades y rupturas discursivas que acarrean la creación de nuevos saberes, codificando y tejiendo neófitas relaciones y visiones del poder.
El último artículo que menciona a Foucault en 1988 es redactado por Óscar Collazos.81 El colaborador, en su columna “Veinte años después”, habla desde el recuerdo de una generación de rebeldía estudiantil, la del mayo del 68 parisino. Collazos cuenta que lo sucedido en París era un sueño en el que se imaginaban mundos posibles y diferentes: urbanismo, libertad, arte, eran palabras que resonaban en los espacios no oprimidos de las universidades; “¡prohibido prohibir!” la consigna más repetida dentro de las aulas y en las calles, en medio de la fiesta espontánea que supuso un acto revolucionario nacido del inconsciente deseo colectivo de crear.
Agrega que los jóvenes jugaban a ser el “Che” Guevara, Lenin, Bakunin, Rosa Luxemburgo, Herzen; las minorías activas retomaban la poesía de Tristán Tzara, Guillaume Apollinaire, René Char y André Breton. La muchedumbre abarrotaba las afueras del Teatro del Odeón y de la Sorbona, derribando muros para alzar barricadas que resistieran a las cargas de la policía y refugiaran a los manifestantes de los gases lacrimógenos. Para Collazos, el mayo francés, a veinte años de acaecido, parecía una mera leyenda, los prohombres de la academia que habían sido admirados en ese entonces ya no eran más tomados en cuenta. Sartre, Marcuse, Althusser y Foucault habían muerto y de momento, en 1988, las nuevas generaciones ya no tienen interés en ellos.
7. Consideraciones finales
Y así, con el pesimismo que rodea la columna de Óscar Collazos, Veinte años después, a la usanza de Alexandre Dumas, Foucault no solamente se despide del escenario político francés, también comienza a abandonar las páginas de El Informador. Su recuerdo e importancia envejecieron como Athos, Porthos y Aramis. Hemos asistido a un recuento de 32 columnas y noticias que, a lo largo de dos décadas, dan testimonio de la difusión de Foucault y su obra en suelo tapatío. Su aparición no es lineal o nivelada, describe más bien una serie de curvas, siendo las cúspides los momentos en que publica Las palabras y las cosas y su muerte; el resto son anotaciones fugaces, hechas más por interés intelectual de cada autor que por presentar una novedad.
En una perspectiva aérea podemos extraer de la tinta plasmada que fue una figura problemática que generó ruptura, debate y polémica entre los periodistas y columnistas de El Informador, permitiendo que se generaran diversas posturas dentro del círculo intelectual de Guadalajara, amplitud posibilitada por la diversa gama de nacionalidades y profesiones de los colaboradores: mexicanos, franceses, argentinos, venezolanos, colombianos y alemanes; periodistas, historiadores, psiquiatras, políticos, docentes, literatos. Teniendo en cuenta lo anterior, es entendible que Foucault tuviera diversos usos para los columnistas, ya fuera para motivar la difusión cultural, promover sus libros, utilizar sus postulados para enriquecer estudios propios o, simplemente, dar cuenta de la vida del filósofo francés, a manera de reporte o exposición noticiosa.
Empero, por lo visto, la temática no trascendió más allá de grupos selectos o de las mismas líneas del periódico por una condición: sus apariciones fueron en exceso espaciadas, habiendo incluso lustros en los que no se conoció nada sobre su figura y sus manuscritos. Los lapsos pudieron restar interés en el lector promedio que no tenía otra manera de conocerlo, menos si tenía que esperar varios meses o años para obtener una nueva referencia dentro del diario, aunque los libros del mismo Foucault se debieron seguir leyendo y discutiendo en círculos académicos, como así lo dejaron ver las investigaciones de Leyva Martínez y Mariana Canavese.
Como se dejó ver en el caso del festejo de los 80 años de Jorge Luis Borges, sus lectores asiduos conocían a Foucault por haberlo citado al inicio de Las palabras y las cosas. Sin embargo, esto comprueba que su existencia estaba ligada a un cierto tipo de lectura o de conocimiento previo en algunas áreas específicas de conocimiento como lo eran la medicina, la filosofía o la psicología y la literatura.
Un último punto de interés es que la mayoría de los columnistas mencionan las relaciones que Foucault tuvo con otros filósofos (sobre todo franceses) como Sartre, pero olvidan en todo momento a Jacques Derrida, uno de sus alumnos más adelantados y también de los más críticos con su trabajo, detractor abierto de Historia de la locura en la época clásica. El silencio alcanza incluso a Noam Chomsky, quien es mencionado una sola vez en las secciones que son dedicadas a Foucault, hecho difícil de creer por el tan afamado debate que entablaron sobre la naturaleza humana (justicia vs poder) en 1971 en la Escuela Superior de Tecnología de Eindhoven, cuando ambos gozaban de gran fama y ya eran considerados como dos titanes en sus respectivos campos de investigación: la lingüística y las relaciones de poder con saber. Esta ausencia es interesante, en el sentido de que había un amplio sector académico que se clamaba como opositor a Foucault en el continente americano: Michael Walzer lo encasilló como “un izquierdista infantil”; Charles Taylor le catalogó como un “anarquista”; el mismo Chomsky dijo que era un intelectual irracional.82
Podemos concluir que, como ya lo dejó asentado Leyva Martínez, “La recepción de Michel Foucault en México ha sido… amplia y muy diferenciada”.83 El campo de investigación es fecundo, la digitalización del acervo de la Hemeroteca Nacional ha de permitir rastrear su presencia en otros periódicos y en otras ciudades; la publicación del cuarto volumen de Historia de la sexualidad, sin lugar a duda, dará pie a más trabajos e investigaciones sobre el filósofo francés. El interés por Foucault está lejos de terminar.
Fuentes Hemerográficas
El Informador
“Sopa de letras”, 10 de marzo de 1968, 15 de mayo de 1968, 15 de octubre de 1968, 20 de febrero de 1969.
“Notilibros”, 25 de octubre de 1968, 21 de marzo de 1971.
“Agenda Cultural”, 3 de agosto de 1969, 21 de diciembre de 1969.
“Esfera”, 7 de septiembre de 1969.
“Reseña”, 12 de marzo de 1977.
“El Reflujo”, 5 de septiembre de 1977.
“Palabras y realidades políticas”, 24 de septiembre de 1979.
“Los ochenta años de Jorge Luis Borges”, 7 de octubre de 1979.
“Susan Sontag, escritora norteamericana”, 9 de mayo de 1980.
“La tragedia de Louis”, 1 de diciembre de 1980.
“Un año después de la muerte de Jean-Paul Sartre”, 24 de mayo de 1981.
“Material de lectura”, 28 de junio de 1981, 9 de septiembre de 1984, 18 de mayo de 1986.
“En los archivos del absolutismo”, 22 de febrero de 1983.
“Foucault y la búsqueda de la verdad”, 9 de julio de 1984.
“Michel Foucault”, 29 de julio de 1984.
La obra de Michel Foucault: una metafísica de las libertades”, 12 de enero de 1985.
“París como centro de la cultura occidental”, 3 de febrero de 1985.
“El último imaginador”, 21 de mayo de 1985.
“Los nuevos caminos de los filósofos y de la filosofía francesa”, 15 de marzo de 1986.
“El deseo de la verdad”, 3 de abril de 1987.
“¿El fin de los intelectuales?”, 7 de marzo de 1988.
“Ilegible”, 3 de julio de 1988.
“Juan José Arreola y el teatro”, 21 de agosto de 1988.
“Cultura y Des-humanización”, 23 de octubre de 1988.
“Veinte años después”, 29 de abril de 1988.