Historia comparada de las Américas. Siglo XIX. Tiempo de letras, coordinado por Liliana Weinberg y Rodrigo García de la Sierra, es un prisma reflexivo que nos ofrece la posibilidad de entrar en diálogo abierto al ejercicio historiográfico del siglo XIX. La literatura y su relación con la historia, la política y las diversas prácticas culturales de los tiempos convulsos y configuradores del Estado-nación, son algunos de los detonadores que aquí se lanzan. Así, este libro, cuyo objetivo es mostrar una variedad de posturas críticas acerca de la relación que se establece en el siglo XIX entre la historia y la historiografía literaria, se divide en tres secciones: “La historiografía literaria del siglo XIX revisitada”, “Escribir la historia” y “Nuevos caminos hacia la historia literaria del siglo XIX”, en las que participan 23 investigadores de diversas universidades de México, Colombia, Estados Unidos y Alemania. El texto tiene su origen en el proyecto “Hacia una historiografía comparada de ambas Américas para el siglo XIX”, así como en el coloquio internacional “Historia e historiografía de la Américas, siglo XIX. Entre la historia y la literatura”, llevado a cabo en 2017.
En el estudio introductorio Liliana Weinberg considera que las relaciones dadas durante el siglo XIX entre la historia y la literatura liberaron a estas disciplinas de un orden caduco y mostraron la posibilidad de reescribir la historia de América. Por un lado, las letras definieron la redacción de los documentos legales de las nuevas repúblicas, sus leyes y proyetos de nación y, por otro, aportaron los rasgos identitarios de lo propiamente americano desde la imaginación simbólica de la literatura. La literatura se convirtió así, según Weinberg, en el centro de las prácticas culturales de ese tiempo. Sin embargo, hace falta repensar todas esas relaciones entre la historia, la cultura y la literatura desde nuevas miradas que contemplen la historia cultural, la historia de las ideas, la historia conceptual, la historia intelectual, nuevos estudios de grupos, movimientos, revistas, redes; todo lo que permita promover el análisis de las múltiples relaciones entre los procesos históricos, culturales y literarios en la América del siglo XIX, como lo sugieren las diversas reflexiones contenidas en el libro que aquí presentamos.
La tres secciones del libro Historia comparada de las Américas. Siglo XIX. Tiempo de letras son tres grandes círculos engarzados que como un caleidoscopio acercan y alejan la mirada del lector al objeto de estudio para analizar los escorzos temporales en su interpretación. En la primera sección, “La historiografía literaria del siglo XIX revisitada”, se incluyen seis estudios que contribuyen a la redefinición de conceptos y categorías de análisis de la historiografía literaria, señalando la necesidad de rebasar la visión tradicional. Beatriz González-Stephan, de la Rice University, Houston, Texas (USA), escribe “Archipiélago y arqueología: más allá de las fronteras nacionales. Reflexiones para una historiografía cultural de las Américas (siglo XIX)”, en donde nos hace ver las borrosidades de las fronteras a la hora de examinar la producción literaria y las prácticas culturales. Es necesario, dice, revisar la historiografía del siglo XIX más allá de los los catálogos y periodizaciones, de los cánones tradicionales, para comprender que las fronteras se mueven en lo heterogéneo, plural y contradictorio de nuestra cultura.
Carlos García-Beyoda, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú), revisa la historiografía literaria latinoamericana enfatizando el papel de Ángel Rama, Antonio Cândido y Antonio Cornejo Polar en su texto: “Para historiar la heterogeneidad. Con algunas calas sobre el proceso literario peruano del siglo XIX”. Asimismo, valora los proyectos hitoriográficos de Alejandro Losada y Ana Pizarro y propone la renovación de la historiografía a partir de la teoría de Even Zohar y los polisistemas, así como el de campo literario de Pierre Bourdieu y la teoría de la recepción de Hans Robert Jauss. Con énfasis en el caso de Perú sugiere, para los estudios historiográficos, un esfuerzo colectivo que considere la diversidad lingüística y la pluralidad del sistema, tomando en cuenta las instancias y sujetos que lo conforman.
En “Lectura de fronteras culturales: historiografía comparada sobre una literarura que porpone los límites de la nación”, Carmen Elisa Acosta Peñaloza, de la Universidad Nacional de Colombia, expone la situación de los estudios historiográficos en Colombia para luego reflexionar sobre las diversas problemáticas de este campo a partir de conceptos como nación, frontera y territorialidad. Considera necesaria una nueva visión de relación entre región, literatura e historia que ayude a percibir la simultaneidad contradictoria, como lo enunciaba Antonio Cornejo Polar. Esta autora propone un comparatismo contrastivo e intracultural que permita analizar los espacios fibrosos y asimetrías de los imaginarios culturales y territoriales movibles, originados en la relación entre literatura e historia.
Friedhelm Schmidt-Welle, del Ibero-Amerikanisches Institut (Berlín, Alemania), autor del capítulo: “Algunas hipótesis para una renovación de la historiografía literaria latinoamericana del siglo XIX”, afirma que la historiografía literaria entró en crisis a partir de los años setenta del siglo XX y critica las generalizaciones en que se incurren cuando se habla de literatura latinoamericana, sin considerar las diferencias y rasgos propios de cada país. Un ejemplo de esto es el romanticismo, visto de manera negativa por no apegarse a los cánones europeos o señalado como romanticismo tardío en cuanto a la periodización del viejo continente. Es hasta el siglo XXI que Mario Valdés y Djelal Kadir, en 2004, irrumpen en la periodización tradicional y hablan de culturas literarias, considerando el flujo heterogéneo de las culturas esuropeas, indígenas y africanas en nuestro continente. La propuesta final del autor es la construcción del concepto “liberalismo sentimental” que reformule y resemantice las representaciones literarias y culturales de la América poscolonial del siglo XIX.
Alfredo Laverde Ospina, de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia), en el texto titulado “Nación y nacionalismo. Tres historias de la literatura en la América Latina del silgo XIX”, se refiere a los aspectos fundamentales de la teoría nacionalista y al origen de la cultura occidental para indagar en el concepto de nación. Destaca los trabajos de José María Vergara y Vergara en Colombia (1867), Francisco Pimentel en México (1885) y Silvio Romero en Brasil (1888). Con las obras de estos intelectuales, publicadas en la segunda mitad del siglo XIX, la historiografía literaria contribuye a la construcción de un nacionalismo en las sociedades latinoamericanas.
En “Historia de la prensa literaria como historia de la literatura. Desafíos y perspectivas en el ámbito latinoamericano”, Ana María Agudelo Ochoa, de la Universidad de Antioquia (Colombia), habla del origen y desarrollo de la prensa en Latinoamérica y su papel en la literatura, la cultura y la política. Como lo dejan ver Pedro Henríquez Ureña y Jean Franco, en el siglo XIX la prensa literaria mostró su utilidad al establecer un vínculo con la vida pública, a través de las publicaciones periódicas, revistas, folletines y los géneros a que dieron lugar: artículos, discursos, ensayos, novela de folletín, etcétera. Por ello, es necesario intervenir este campo al hablar de la historiografía latinoameriana, como sugiere Agudelo, y delimitar un corpus de impresos periódicos del siglo XIX que se ponga al alcance de investigadores y público en general.
El segundo círculo de este universo o segunda parte del libro que aquí reseñamos, titulada “Escribir la historia”, contiene cinco capítulos que describen la compleja relación entre los protagonistas de la historia y su escritura en el siglo XIX. Así, se revelan como testigos de su tiempo: Bello y Lastarria en Chile, Altamirano y Pimentel en México, y Mitre y López en Argentina, además de la red cultural de la Revue Hispanique en la construcción de la historia literaria hispanoamericana.
Miguel Gomes, de la Universidad de Connecticut (USA), en su texto “El lenguaje mismo”: literatura, historia e historia de la literatura en la obra de Andrés Bello” destaca la figura del jurista, pedagogo, gestor y poeta; pone en evidencia el debate con José Vitorino Lastarria y Jacinto Chacón, así como su papel en el desarrollo del método historiográfico en el siglo XIX. La importancia que Bello daba al lenguaje y a la historia como textualidad, y la idea de anteponer el trabajo documental a todo intento filosófico hacen ver, según Gomes, una clara propuesta historiográfica que consiste en reconocer los contextos sociales, políticos y religiosos en cualquier indagación estética, considerar que las categorías son cambiantes; y saber que el origen de la historiografía se confunde con las primeras manifestaciones poéticas.
En el capítulo “Entre revista e historia: del archivo vacío al exceso de archivo”, Yliana Rodríguez González, de El Colegio de San Luis (México), revisa y compara los métodos historiográficos de la segunda mitad del siglo XIX en la literatura mexicana, a partir de Manuel Altamirano y Francisco Pimentel. La autora resalta la urgencia de preservar, rescatar y ordenar la obra de ambos estudiosos, así como las limitaciones propias de la época. Por un lado Altamirano, a través de Revistas literarias lucha por establecer un sistema literario unido a la idea de nación. Por otro, Francisco Pimentel elabora una historia crítica de la literatura, atendiendo al canon europeo y visibilizando, sobre todo, una estética del pasado. Así, Yliana Rodríguez pone a dialogar los contrapuntos de dos visiones historiográficas que conducen al mismo sentido de vacío en la noción archivo del siglo XIX.
“Historiar la literatura de la nación. Francisco Pimentel y las lenguas indígenas”, de Mónica Quijano Velasco, de la Universidad Nacional Autónoma de México, menciona que Francisco Pimentel, como algunos de sus contemporáneos (Joaquín García Icazbalceta, José María Vigil y Vicente Riva Palacio), emprendió proyectos ambiciosos en la cultura mexicana. Su cuadro comparativo de las lenguas indígenas y la historia crítica de la literatura y las ciencias fueron vastos intentos de organizar un sistema historiográfico. Pero Pimentel niega la literatura indígena, dando crédito sólo a la producción hindo-hispana, a partir de la conquista. Ve que estorba a la idea de nación la coexistencia de pueblos marcados por “tres diferencias radicales: el uso de lenguas distintas, las creencias religiosas “bárbaras” y un sistema comunal de propiedad de la tierra” (p. 194). Ante esto, Pimentel sugiere la evangelización de los indios, la pequeña propiedad como base de la economía y el olvido de las costumbres indígenas para formar una nación homogénea.
Begoña Pulido Herráez, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en “La polémica historiográfica entre Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López”, contrapone las visiones de dos figuras que dejan los cimientos del trabajo historiográfico en Argentina. Bartolomé Mitre representa la vena erudita, conservadora, de la fundamentación a través de las pruebas documentales, aunque también recoge testimonios de la memoria oral. Vicente Fidel López, desde una filosofía de la historia, da valor a las tradiciones vivas, a las costumbres. El texto de Begoña Pulido expone el período de acalorada discusión periodística que se da entre ambos estudiosos, entre 1881 y 1882, con motivo de la Historia de Belgrano, así como la Historia de San Martín y las supuestas correcciones de López a la mirada de Mitre.
En su texto, “¿La primera historia de la literatura hispanoamericana? El proyecto historiográfico transnacional de la Revue Hispanique”, Isabel de León Olivares, de la Universidad Nacional Autónoma de México, revisa la red intelectual de la Revue Hispanique en donde colaboran intelectuales hispanoamericanos como Alfonso Reyes y pedro Henríquez Ureña. Federico García Godoy habla de una construcción nacional que corresponde a la precariedad de una literatura nacional frente a las interpretaciones catalográficas de Ventura García Calderón o Pedro Henríquez Ureña, quienes luchan por concebir el fenómeno literario como un hecho en sí mismo. Aunque estos modelos no escapan del todo a la visión historiográfica del siglo XIX, cuestionan el empate con la periodización e imitación de los modelos europeos. Uno de los mayores aciertos de esta red intelectual, según León de Olivares, es la idea de Henríquez Ureña de ver la historia literaria como una historia cultural. Esto abre la puerta para la relación que podemos establecer ahora entre historia cultural e historia social.
El último círculo abre las “Nuevas propuestas de lectura del siglo XIX”. Esta tercera sección del libro se divide en cuatro partes. La primera, titulada: “La palabra impresa”, conformada por dos textos, pone en evidencia aspectos casi olvidados en la revisión historiográfica de Latinoamérica con el trabajo de la imprenta y las polémicas en el espacio periodístico. Pablo Rocca, de la Universidad de la República (Uruguay), escribe: “Artesanos del impreso y artífices del verso (Montevideo, 1835-1837)” en donde, a partir de ejemplos de El Parnaso Oriental o Guirnalda Poética de la República Uruguaya, muestra el rol de la imprenta y el oficio acucioso de Luciano Lira, quien creó un sistema complejo que, como tipógrafo y editor, le garantizaba la publicación y difusión de la literatura en Uruguay. Rocca analiza tanto las estrategias económicas como los cambios tipográficos y cuidados editoriales de Lira. Y el segundo texto “La querella entre clásicos y románticos. Polémicas y “rencillas de escuela” en el Río de la Plata”, de Luis Marcelo Martino, de la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina), actualiza el sentido de la polémica en los medios periodísticos, para reflexionar sobre el enfrentamiento verbal entre la escuela clásica y la romántica en Montevideo. Así, las rencillas entre colaboradores de El Correo, El Corsario y El Nacional representan una oportunidad para concebir constelaciones abiertas como afirma Martino, en la revisión de la historiografía latinoamericana.
“Antologías y colecciones”, segundo apartado de esta sección, contiene los estudios de Guadalupe Correa Chiarotti, de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (México) e Israel Santiago Quevedo Hernández, de la Universidad Nacional Autónoma de México, quienes tratan el quehacer historiográfico a partir de antologías, colecciones y bibliotecas de América Latina y Estados Unidos. Correa Chiarotti escribe: “Antologías continentales y condensación historiográfica. Dos colecciones líricas en diacronía”, en donde refiere las antologías homónimas, América poética, de Chile (1846) y Cuba (1854), y menciona la editada en París, en 1875. La América poética de Chile se impone, según Correa Chiarotti, al impulso individualista de autor, la dispersión de las publicaciones periódicas y el dominio privado de los álbunes femeninos de la época, al tiempo que reconstruye un clima intelectual, recupera y actualiza el ejercicio lírico, organiza, colecciona y crea gustos como principio crítico. La antología cubana sigue criterios similares a la chilena, y está relacionada con la Revista de la Habana. La autora cierra este capítulo afirmando que el antologador incide en el mercado literario, tanto por la selección como por la edición de los textos; además, asegura, las antologías coexisten con la crítica y son testimonio cultural de su tiempo. La reflexión continúa en el segundo capítulo de este apartado, “Bibliófilos eruditos en la construcción de la historia hispanoamericana desde los Estados Unidos”, en donde Israel Santiago Quevedo, menciona los trabajos que realizó, a principios del siglo XX, Hebert Eugene Bolton en Estados Unidos, para fijar el antecedente de la relación entre escritores, eruditos, libreros, políticos y diplomáticos españoles y estadounidenses, durante las primeras décadas del siglo XIX. Bibliotecas de exiliados, de conventos y monasterios, documentos singulares, considerados como raros o curiosos, fueron adquiridos por libreros y coleccionistas y dieron pie al trabajo historiográfico de George Ticknor y William Prescott. Destaca asimismo, la labor comercial de Obadiah Rich, que hizo posible la adquisición de colecciones decisivas para los hispanistas y la Real Academia de la Historia en Estados Unidos.
En el subapartado “Leer y escribir la historia de México” tres textos discuten la historia y la historiografía literaria desde instituciones como La Academia de Letrán y el papel de la prensa; las aportaciones que se han hecho al campo de la historiografía desde la academia norteamericana, y la necesidad de redefinir los conceptos y, la relación entre la pedagogía y la historia patria del siglo XIX. Víctor Barrera Enderle, de la Universidad Autónoma de Nuevo León (México), en “Contar la gloria: historiografía y crítica literarias en la emergencia del campo literario mexicano (1821-1869)”, habla del papel de la Academia de Letrán como el primer esfuerzo serio por señalar el campo literario y su función en la vida pública. En este ámbito, las figuras de Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo Prieto son fundamentales al “democratizar” la literatura, buscar en ella la esencia de lo mexicano y luchar por la patria. José Ramón Ruisánchez, de University of Houston (USA), en “Ampliación del campo: tres textos sobre el siglo XIX”, reflexiona sobre el aporte de la academia estadounidense, al apartarse de los géneros tradicionales y fijarse en la crónica y el periodismo popular, la lexicografía, la historiografía y la cultura, así como el cuestionamiento de Christopher Domínguez a la relación entre literatura, instituciones y cultura que revela nuevos sistemas de afectos contradictorios e indecisos. Este autor manifiesta la exigencia de redefinir o “recimentar” conceptos que parecían inamovibles como Estado-nación o términos como lo “romántico”. Mientras que Nelly Palafox López, de la Universidad Veracruzana (México) expone en “¿Cómo se enseñaba la historia a los niños a finales del siglo XIX” el papel de los profesores normalistas en la enseñanza de la historia mexicana y describe la importancia de los libros de Manuel Payno, Felipe Buenrostro y José Rosas Moreno, así como la discusión entre los liberales mexicanos y Enrique Rébsamen, el pedagogo suizo que permeó la educación histórica en México en ese período.
El apartado “El diálogo de las artes: música y teatro” está compuesto por dos capítulos. “XIX: O século do romantisimo musical”, de Joao Costa Gouveia Neto, de la Universidad Estatal de Maranhao (Brasil) y “Teatro y nación: José Martí en México” de Raquel Velasco, de la Universidad Veracruzana (México). Joao Costa hace una revisión del romanticismo brasileño, destacando el fenómeno de la ópera cantada y su gusto erudito en el círculo cultural de Río de Janeiro, así como su función social, al presentar asuntos históricos brasileños y situaciones antiesclavistas, aunque siguiera la influencia europea. Raquel Velasco refiere el encuentro del español Guasp de Péris y el cubano José Martí en México y las disputas que se generan con Manuel Altamirano, en cuanto a lo que debía ser la literatura y el teatro en México. Pero más allá de las rupturas que se dan entre Martí y Altamirano en cuanto la forma en que debía construirse un arte nacional, y de la insistencia de Guasp de evitar una actitud colonialista frente al europeo, estos personajes coinciden en que el arte debe impulsar valores morales y éticos y en que constituye un puente hacia la construcción de nación.
Los tres cícurlos que abren las miradas al siglo XIX se cierran con la imagen de José Martí como uno de los imanes más significativos en esta revisión historiográfica que abarca historia, literatura, política y cultura. El apartado: “José Martí, testigo de épocas y de mundos” cierra la tercera sección de este libro con tres estudios: “José Martí y la historiografía norteamericana” de Rafael Rojas, del Centro de Investigaciones y Docencia Económicas (CIDE), México; “El buen gobierno o la dialéctica del saco y el chaleco” de Ariela Érica Schnirmajer, de la Universidad de Buenos Aires (Argentina) y “Nuevos asedios a la indignación de la ideología en la poesía: José Martí y la era de la mediación tecnológica”, de Adela Pineda Franco, de la Universidad de Boston (Massachusetts, USA). Rafael Rojas destaca las crónicas de José Martí a partir de su vivencia y formación en Estados Unidos, durante su estancia de 1880 a 1895, resaltando los juicios del cubano sobre los historiadores George Bancrof y John Lothrop Motley, quienes influyeron en su concepto de Revolución. Ariela Schnirmajer analiza la visión irónica de Martí en el semanario ilustrado Puck, de Nueva York, a finales del siglo XIX, cuando utiliza el simbolismo de la indumentaria para decir que es necesario crear una conciencia política, “formar al votante, educar al inmigrante, enseñarle a leer, superar su maleabilidad” (p. 483). Y Adela Pineda concluye con un estudio sobre Versos sencillos de José Martí apuntando que las relaciones de poder en la cultura burguesa capitalista y de masas del mundo norteamericano de finales del siglo XIX dialogan en la poética mistificadora y modernista del cubano, en esa época de grandes transformaciones.
Por todo lo que implica una relectura inter y transdisciplinaria como la que deja ver el texto coordinado por Liliana Weinberg y Rodrigo García, vale la pena su lectura atenta. Seguramente el lector que transite por esas áreas quedará inquieto y agradecido de seguir sus motivaciones para continuar las reflexiones que aquí se dejan como infinitas puertas para abonar a una nueva historia de la literatura latinoamericana.