“Lo difícil que se ha vuelto en las sociedades modernas convivir con la muerte” [Sontag 1992. 8]. Armando Bartra abre la puerta a la disertación con esta cita de Susan Sontag, al mismo tiempo conclusión anticipada de su más reciente libro Exceso de muerte: de la peste de Atenas a la covid-19, editado en la colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica en México [Bartra 2022].
Exceso de muerte… puede verse por su estilo de fácil lectura como un ensayo extenso o, todo lo contrario, como una impecable, concisa y breve reflexión de un tema de enorme magnitud: “La Gran Crisis”, la de la modernidad capitalista puesta entredicho por una “avería sistémica multidimensional”; “capitalista porque exhibe la creciente inviabilidad del sistema económico; estructural porque remite a lo que subyace; epocal porque marca el fin de una etapa histórica; civilizatoria, pues anuncia una nueva formación cultural” [Bartra 2022:13].
Anunciada por el mismo Bartra en 2009, a partir de sus reflexiones sobre la pandemia de influenza ah1n1 [Bartra 2010: 97-98], esta gran crisis se muestra además como “ontológica” en tanto que interpela a la humanidad, no sólo en algunos ámbitos de su existencia, sino “en su ser”: lo sustantivo en vilo, la fragilidad y finitud de la humanidad como especie ante la muerte que se desborda, que se excede.
Con este ensayo, Bartra propone pensar a la pandemia de Covid-19 como una perspectiva con otros momentos en los que la humanidad ha sido puesta en jaque por la enfermedad y su consecuente posibilidad que es la muerte. Se adentra primero en la peste en Atenas hace casi 2 500 años, descrita por Tucídides en Historia de la guerra del Peloponeso [Tucídides 1980].
A partir del antiguo texto, Bartra consigue mostrar algunos componentes principales de aquella epidemia que se reconocen también en la causada por el virus Sars-CoV 2: sorpresa, territorialidad de la propagación, universalidad del contagio, impotencia médica, desplazamiento de otras enfermedades, necesidad de describir el padecimiento, desarrollo de resistencias, secuelas físicas y mentales, causas atribuidas, impacto material, impacto social, impacto en la gobernanza, impacto en la solidaridad y respuesta solidaria.
Al asociar, Tucídides, aquella epidemia con el hambre y la guerra, arriba a la premisa de la catástrofe como efecto involuntario de la civilización, que no alcanza a blindarnos frente a la enfermedad: “Se puede ganar una guerra, se puede reordenar una sociedad, se puede restaurar la autoridad de un gobierno, pero a la peste no se le gana […] porque la enfermedad desafía desde fuera a la ciencia […], al gobierno […], a la moral […] y la religión […]. Así sucedió en Atenas y con variantes menores así ha venido sucediendo hasta nuestros días” [Bartra 2022: 27].
Si bien, considera Bartra, la enfermedad no es culpa de la barbarie ni de la civilización; como mal social los padecimientos se encuentran en sociedades que no son neutrales frente a ellos: “La enfermedad no es ni ‘justa’ ni ‘injusta’, pero la frecuencia con la que se presenta y la forma en que se padece sí lo son” [Bartra 2022: 37]. La argumentación que sustenta lo antedicho es contundente al revisar el ejemplo de la propagación del vih, su actual distribución y las consecuencias: el 90% de las muertes por sida, desde el inicio de la pandemia han sido en África, 70% de las personas infectadas se encuentran hoy en día en ese mismo continente, de las cuales el 70% son mujeres y la mayoría del total morirá por falta de tratamiento. En este sentido, asegura el filósofo: “Una pandemia es siempre un mal social” [Bartra 2022: 28].
La dimensión social de la enfermedad pone sobre la mesa los debates más álgidos en torno a la ética: la solidaridad humana y sus protagonistas; el personal médico que donde cuerpo y vida a merced de la posibilidad de salvar los de otros; la políticas, las economías, los intentos por debilitar a gobiernos que incomodan, la más que nunca deleznable realpolitik que ve la enfermedad como afortunada circunstancia. Para explorar estos ámbitos, Bartra recurre al análisis de una epidemia ficticia, aquella que asola la ciudad mediterránea de Omán a mitad de la década de 1940 y que fue imaginada por Camus en la célebre novela La peste [2012].
“Partir del dolor y no de una abstracción ideológica o política es la clave […] el punto de partida es el dolor y el punto de llegada es el dolor”, insta Bartra desde la consideración de que la enfermedad y la inminencia de la muerte, incluso cuando la amenaza sea a la humanidad entera, son experiencias propias cuyo anclaje es, en primera instancia, el cuerpo como campo de batalla en el que, a la manera de Camus, debe lucharse aunque lo único que pueda obtenerse sean “victorias provisionales”; donde tiene lugar la rendición ante la “derrota anunciada” como la que asume Virginia Woolf [2019], o la asunción de quien sobrevive, un “cantor para que se lamente”, como plantea Katherine Ann Porter [1964], pues “sólo para los vivos la muerte es muerte” [Bartra 2022: 53].
Cuando la muerte asola masivamente, como sucede con las epidemias, incluso cuando son las de un mundo globalizado que las convierte en pandemias, la desgracia se vuelve inasible para humanos a los que rebasa en tamaño, sobre todo en posibilidades: “Lo que fenece no es alguien entrañable, sino un mundo, un modo de vida”. Para pensar la muerte como experiencia colectiva, Bartra acude al Diario del año de la peste que escribió en 1722 Daniel Defoe [2006] sobre la epidemia que devastó en 1965 en Londres: “No a unas cuantas vidas sino a un microcosmos íntegro, toda una civilización” [Bartra 2022: 58]. Aunque, como narra decepcionado Defoe, una vez pasado el terror se vuelve al cauce de lo habitual, de la catástrofe “lo que salva es hacer comunidad” [Bartra 2022: 61].
Podría Bartra poner fin a sus disertaciones con esa frase alentadora y optimista que se encuentra en el quinto capítulo, pero él está lejos de ser complaciente y la humanidad suele dar más giros de los necesarios antes de encontrar —cuando encuentra— los modos que le permiten la supervivencia: tácticas de evasión sobre las que se pronunció sin concesiones, en los primeros años del decenio de 1990, Susan Sontag al hablar del cáncer que ella misma padeció. Bartra se apoya en los juicios críticos de la escritora para pronunciarse frente a la evasión que moraliza a la enfermedad y a quienes la padecen: “Quizá podamos enmendarnos individual y colectivamente, pero seguiremos enfermando, seguiremos sufriendo, seguiremos muriendo” [Bartra 2022: 67].
Contagio, artículo sobre la zoonosis —intercambio de patógenos entre diversas especies— de David Quammen, sirve a Bartra para examinar, aunque con brevedad y de manera somera, a partir de “la torcida relación entre sociedad y naturaleza […] las tensiones y contradicciones de la propia sociedad” [Bartra 2022: 78]; aunque para el filósofo el tema a dilucidar es el de la enfermedad social, es pertinente comprender que los vínculos con la naturaleza son indisociables, como la muerte y la enfermedad no pueden separarse de los seres vivos, por lo tanto, somos también biología: ese cuerpo en disputa, campo de batalla entre la vida y la muerte.
Se trata entonces de vivir con la muerte, la muerte que es próxima, inmediata, inminente. Pero es necesario también comprender que si bien hay dolores dolor y muerte de claro origen social y con responsables (guerras, delincuencia, represión, linchamientos, crímenes), la enfermedad se afianza en la naturaleza: “Confundir un virus con una bala es buscar un responsable donde lo que hay es una condición biológica y ontológica con la que habrá que vivir y morir” [Bartra 2022: 85].
La crisis de la modernidad es, asegura Bartra, una crisis biosocial en el más amplio sentido, pero la historia de la humanidad “ya no es natural sino sobrenatural, artificial, social […]” [Bartra 2022: 98]. Pensar el mundo implica recuperar la totalidad. Se acerca Bartra aquí al planteamiento nodal de Edgar Morin [2007a, 2007b], quien encuentra en la atomización de la realidad uno de los problemas que hay que atender para cultivar el pensamiento complejo; remontar la compartimentación epistémica: “El ser es inaccesible si nos quedamos en el método de las ciencias positivas que descomponen y recomponen, o en el fenomenológico hegeliano que encuentra la verdad en el proceso y su conclusión” [Bartra 2022: 104].
No obstante, procurar la comprensión de la totalidad no significa alcanzarla, al menos no en el sentido de construir certezas al respecto, por ende, la invitación es para sobrevivir a la incertidumbre, no con la intención de abandonar aquello que hemos tenido por cierto y lo es, sino para esperar lo inesperado; “para hacer frente al azar no hay que dejar nada al azar, y estar siempre dispuestos a improvisar” [Bartra 2022: 112]. Pero también son indispensables el apoyo mutuo, la solidaridad y la cohesión comunitaria, no sólo durante las contingencias sino en términos de una transformación que nos aleje del neofascismo, que sin duda está ganando espacios.
Apela así Armando Bartra a un “recambio civilizatorio ordenado […] una revolución lenta pero persistente y acumulativa […] un curso emancipatorio utópico y a la vez posibilista” [Bartra 2022: 123], hacia la “libertad en acción” propuesta por Jhon Berger [2006].