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El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.87 no.346 Ciudad de México abr./jun. 2020  Epub 20-Ene-2021

https://doi.org/10.20430/ete.v87i346.1070 

Notas y comentarios bibliográficos

El trabajo en el siglo XXI*

Work in the twenty first century

Jane Humphries** 

Benjamin Schneider*** 

**Jane Humphries, Universidad de Oxford y Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, Reino Unido (correo electrónico: jane.humphries@all-souls.ox.ac.uk).

***Benjamin Schneider, estudiante de doctorado en Economía e Historia Social de la Universidad de Oxford, Reino Unido (correo electrónico: benjamin.schneider@history.ox.ac.uk).


¡El trabajo, eso que tanto consume nuestras vidas y nuestras energías! Pero cómo trabajamos y lo que obtenemos por ello son cosas que han cambiado drásticamente con el paso del tiempo, y, como lo muestran los tres libros de los que hablamos aquí,1 se avecinan nuevos cambios radicales. Como es de esperar de unos libros sobre el futuro del trabajo en el siglo XXI, la automatización, la globalización y la desigualdad son temas recurrentes. Sin embargo, cada libro aporta algo original a la discusión.

De la Universidad de Dartmouth, David G. Blanchflower, el autor de Not Working: Where Have All the Good Jobs Gone?, cuenta con una larga trayectoria como economista laboral, durante la cual se ha opuesto tanto al asalto neoliberal al Estado de bienestar como a la obsesión de los “halcones de la austeridad” con el déficit fiscal y las supuestas amenazas de inflación. Es un firme partidario de que los economistas deben llevar a cabo una investigación pragmática del estado real de la economía y no sólo plegarse a modelos que quizá ya no son vigentes.

Cuando se trata de evaluar las perspectivas económicas, Blanchflower insiste en que debemos poner más atención a las señales del mundo real, incluyendo encuestas a empleadores, consumidores y hogares. A menudo se refiere a indicadores como el optimismo de los taxistas o las intuiciones de gerentes de negocios, y recomienda que se contemplen otros indicadores aún más esotéricos, como la frecuencia de procedimientos quirúrgicos estéticos. Una baja en los estiramientos faciales, señala, podría anunciar el comienzo de una recesión.

Algunos economistas ortodoxos podrán desestimar el estilo de Blanchflower de “pasear por la economía” y considerarlo anecdótico y desordenado. Pero, tomando en cuenta lo bien que su enfoque ha seguido el desempeño económico real de los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países europeos desde 2008, quizá sean los ortodoxos quienes tienen que observar un poco más lejos.

I. Una brecha engañosa

En un argumento secundario de Not Working, Blanchflower narra su experiencia en el Comité de Políticas Monetarias del Banco de Inglaterra, en el que por muchos años fue una voz solitaria que se oponía a los aumentos de las tasas de interés. Mientras los otros miembros se preocupaban por la inflación, Blanchflower libró una batalla de un solo hombre para mantener las tasas bajas, una posición que parece justificada por la débil recuperación y la persistencia de una baja inflación.

Blanchflower sospecha que la tasa de desempleo ya no refleja la brecha del mercado laboral,2 o sea, los recursos que podrían utilizarse durante la expansión antes de que los precios comiencen a subir. Nos recuerda que muchos trabajadores potenciales, desanimados por los bajos salarios y las condiciones precarias de los trabajos disponibles para ellos, han dejado de formar parte de la población económicamente activa (es decir, ya no buscan trabajo). Algunos de estos (no) trabajadores pueden aparecer en los registros como individuos incapaces de trabajar debido a su edad o a alguna enfermedad. Los que pertenecen a grupos más jóvenes pudieron haber prolongado sus estudios. Otros, al haber agotado todos los beneficios del desempleo, entrarán al sector informal al trabajar por salarios no registrados.

Otra causa de la brecha en el mercado laboral se debe a quienes desean pasar de un empleo de medio tiempo a uno de tiempo completo, o a quienes quieren trabajar más horas o más días. Finalmente, están los retirados que podrían verse tentados a volver a trabajar. En cualquier caso, Blanchflower sostiene que muchos de estos desempleados, subempleados o informales podrían volver al mercado laboral si hubiese trabajos decentes disponibles.

Según Blanchflower, la brecha oculta del mercado laboral explica por qué los salarios no han podido subir a pesar de que el desempleo registrado ha descendido -un enigma que ha dejado perplejos a muchos economistas laborales y confundidos a muchos formuladores de políticas-. La relación inversa entre el desempleo y el alza de salarios que se presenta cuando hay bajos niveles de desocupación, conocida como la curva de Phillips, estuvo sustentada por las estadísticas durante mucho tiempo y ha respaldado los pronósticos macroeconómicos y las políticas adoptadas desde la década de los setenta. Se dio por hecho que la disminución del desempleo era señal de agotamiento de la brecha en el mercado laboral y que esto presagiaba una inflación.

Por ende, en el pasado, cuando las tasas de desempleo se acercaban a niveles que presagiaban una espiral inflacionaria, los economistas se ponían nerviosos. Estas ideas son la causa de las preocupaciones de los colegas de Blanchflower miembros del Comité de Política Monetaria, así como de muchos otros que han defendido las alzas preventivas en las tasas de interés para evitar la inflación. Sus posturas dependen completamente de la estabilidad de la curva de Phillips, o sea, de la relación entre la tasa de desempleo y la brecha existente en el mercado laboral.

Pero, por supuesto, las presiones inflacionarias no se han materializado a pesar de las bajas tasas de desempleo registradas. Para Blanchflower, esto sustenta su opinión de que el nivel real de la brecha en el mercado laboral es mucho mayor a lo que sugiere la tasa de desempleo. En otras palabras, la curva de Phillips ya no funciona. Peor aún, los formuladores de políticas de los Estados Unidos y del Reino Unido, atrapados en modelos anticuados, han adaptado medidas de “estabilización” que, en realidad, han obstaculizado la recuperación tras la crisis de 2008, con efectos particularmente adversos en regiones con industrias en declive.

II. Algún mal escritor académico de algunos años atrás

Los resultados de estos errores han sido catastróficos. Por su parte, Blanchflower es (una vez más) de los pocos economistas que reconocen el sufrimiento causado por el desempleo, el subempleo o simplemente por vivir en un pueblo o una ciudad en decadencia. Posee un dominio increíble de fuentes (entre las cuales podemos contar algunos de sus trabajos) que relacionan el declive económico con los indicadores de aflicción, incluyendo encuestas transparentes de bienestar subjetivo y medidas objetivas de carencias personales y comunitarias, por ejemplo, tasas de alcoholismo, drogadicción, suicidio, obesidad, carencia de vivienda, crimen y encarcelamiento.

El malestar general, afirma Blanchflower, es una fuente de descontento político y división social. Además, da pie a que se originen retóricas populistas que rechacen a las élites políticas establecidas, a los expertos y a los principales medios de comunicación. Cuando la gente sufre, se suele culpar a alguien. Hace años, uno de nosotros publicó un artículo que mostraba que, durante la Gran Depresión, se culpó a las mujeres trabajadoras por las altas tasas de desempleo y la baja en los salarios. Pero, tras un largo periodo de alta participación femenina en el campo laboral, ya no es posible interpretar el declive económico mediante un punto de vista misógino, ni maquinar la expulsión de las mujeres de dicho ámbito. En la actualidad, los nuevos chivos expiatorios en los Estados Unidos y en Europa son los inmigrantes.

Los inmigrantes son acusados de forma rutinaria de tomar los trabajos de los nativos, abaratar los salarios, exigir una cantidad desproporcionada de beneficios del gobierno y evadir impuestos, especialmente en regiones “atrasadas” y en apuros. De hecho, la mayoría de los estudios, incluyendo varios metaanálisis de datos micro y macroeconómicos, demuestra que los inmigrantes no son la causa de la reducción de empleos y salarios. Tampoco representan una carga para los fondos o los servicios públicos. Al contrario, en general son más jóvenes y están mejor preparados que los trabajadores nativos, y, a la larga, suelen pagar más impuestos que lo que cuestan en beneficios y servicios públicos.

No obstante, los argumentos racionales y una poderosa evidencia empírica poco pueden hacer contra la retórica dirigida a sentimientos profundamente arraigados de dolor, pesadumbre y desconfianza, sobre todo cuando se retrata como élites hostiles a quienes brindan opiniones informadas. Pero, entonces, ¿cómo podemos encarar estos problemas? Desafortunadamente, Not Working carece de convicción en este punto. Apegándose a un anticuado keynesianismo, la solución principal de Blanchflower es “dejar que la economía se caliente” al incrementar la demanda agregada.

Debido a que la curva de Phillips heredada de la década de los setenta ya no es vigente, Blanchflower propone que nuestro punto de referencia sea la década de los cincuenta, cuando la expansión macroeconómica y el alza de salarios eran constantes. En una expansión, explica, los salarios deberían aumentar y los términos y las condiciones de los empleos deberían mejorar, puesto que los empleadores compiten por los trabajadores. Una marea alta debería elevar todos los barcos y traer buenos trabajos incluso a las regiones donde hay escasez.

La tradicional insistencia keynesiana sobre la prioridad de la demanda agregada en la política propuesta por Blanchflower explica su curiosa aseveración, recurrente en todo el libro, de que el subempleo y el desempleo son cíclicos y no estructurales. No obstante, sus propios datos sobre los efectos de las industrias al borde de la extinción contradicen esta conclusión. Si bien el subempleo y el desempleo cíclicos pueden responder a una política expansionista fiscal y monetaria, los problemas estructurales requieren otras soluciones.

En última instancia, aún no estamos seguros de que la clara distinción entre ciclo y estructura de los keynesianos de mitad de siglo pueda resucitar. Como lo demuestra el mismo Blanchflower, el subempleo y el desempleo cíclicos hacen que los trabajadores afectados sean aún más difíciles de contratar, lo que genera problemas estructurales. Blanchflower complementa su propuesta de expansión keynesiana con políticas para mejorar la infraestructura, elevar la intensidad del trabajo en la producción y fomentar intervenciones locales eficaces. Sin embargo, aún hay grandes problemas que pasa por alto, en particular las amenazas de la automatización y la globalización.

¿Será posible recuperar los “buenos trabajos” de antaño al manejar la economía con altos niveles de demanda agregada, o los salarios más elevados sólo alentarían a los empleadores a automatizar o a subcontratar ciertos trabajos? ¿Rechazarían los consumidores los bienes de menor precio producidos en países de menores salarios? Con el fin de entender estas amenazas para los “buenos trabajos” de los que habla Blanchflower, debemos recurrir a otros libros.

III. El verdadero Gran Desplazamiento

En The Globotics Upheaval, Richard Baldwin, del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales, sostiene que dos fuerzas, la globalización y los robots, implican una seria amenaza para muchos trabajos de cuello blanco en países ricos. Hace referencia a los empleos que perduraron tras la deslocalización de puestos de trabajo manufactureros y el desarrollo de la tecnología de la información (TI) en los servicios desde la década de los setenta.

El libro inicia con un resumen histórico del cambio tecnológico y del impacto que ha tenido en los trabajos con el paso del tiempo. Baldwin presenta una narrativa en tres partes: la “Gran Transformación” producida por la Revolución industrial desplazó a los trabajadores de zonas rurales y agrícolas a zonas urbanas. Luego, la revolución de la ti movilizó a más trabajadores al sector servicios. Finalmente, el periodo de “globótica” -caracterizado­ por la globalización y la automatización- obligará a los tra­bajadores a desplazarse a ocupaciones profesionales y de servicios que no compitan con telemigrantes ni robots.

La primera amenaza, la globalización en forma de telemigración (o “inteligencia remota”), consiste primordialmente en compañías de países ricos que contratan trabajadores de países de salarios bajos para que realicen tareas específicas en plataformas en línea, a veces con la ayuda de técnicas de realidad aumentada o realidad virtual. Estos trabajadores pueden ser profesionales de ti, correctores de textos o trabajadores de cuello blanco en campos similares. La principal ventaja comercial para las compañías es que éstos trabajarán por salarios mucho más bajos que sus contrapartes en países ricos y que suelen ser contratados como autónomos.

Por consiguiente, la telemigración ha causado que sea mucho más fácil para las compañías de países ricos prescindir de los trabajadores de cuello blanco de tiempo completo. Entre los principales impulsores de esta tendencia están la mejora en la traducción con máquinas (lo que permite a muchos trabajadores desempeñar funciones para las compañías en un lenguaje que no dominan), una mejor conectividad de internet y una creciente población de graduados universitarios en países de salarios bajos. En pocas palabras, los trabajadores de países ricos ya no tienen el monopolio del uso de tecnología avanzada producida por compañías establecidas en el mismo lugar que ellos.

IV. Robots de cuello blanco

La segunda amenaza que identifica Baldwin es conocida: los robots que llegan a tomar nuestros trabajos. El autor concibe el término “robots” en forma amplia, pero se enfoca en el aprendizaje de las máquinas (machine learning): el proceso por el cual las computadoras catalogan patrones y aplican su “conocimiento” con base en estos patrones para desempeñar diversas tareas. Muchas corporaciones ya están haciendo uso de la inteligencia artificial para automatizar tareas repetitivas, como el registro de datos o el servicio al cliente. De este modo, mientras la telemigración remplaza a un trabajador de un país rico por un trabajador de un país de salarios bajos, la inteligencia artificial reducirá el número total de trabajos disponibles en muchas ocupaciones, incluso si no elimina dichas ocupaciones por completo. Los trabajos repetitivos y los empleos en jurisdicciones con una sólida protección laboral serán particularmente vulnerables. La inteligencia artificial también amenaza a los especialistas -por ejemplo, los del campo de la medicina- más que a los no especializados, dándole la vuelta a esa vieja historia de un cambio tecnológico que favorece a los trabajadores mejor calificados.

De acuerdo con Baldwin, la reacción política ante la globótica en países ricos será particularmente agresiva, pues representa una competencia “increíblemente injusta”. En su resumen histórico, señala que ha habido grandes efectos negativos en episodios previos de cambio tecnológico y de globalización, todos los cuales terminaron con una combinación de represión y reforma. El mundo capitalista del siglo XX, por ejemplo, se mantuvo a flote mediante el control de las fuerzas revolucionarias y el establecimiento de sistemas de bienestar social.

Un resultado posible de la inteligencia artificial es la “descalificación”, y Baldwin afirma que los trabajadores encontrarán la amenaza inminente de la globótica “increíblemente injusta”. No obstante, no brinda ejemplos de cuándo los trabajadores han encontrado “justo” el desempleo tecnológico -ni podemos esperar ver muchos-. En respuesta al riesgo del desempleo tecnológico, sostiene que los votantes podrían exigir lo que él denomina shelterism: es decir, políticas de protección o prevención ante el cambio tecnológico Pero, sorprendentemente, no discute las implicaciones de un posible escenario en el que algunos países permitan el cambio tecnológico para avanzar rápidamente mientras que otros intentan restringirlo.

Los trabajos que sobrevivan a la era de la globótica serán diferentes a los trabajos que mucha gente tiene en la actualidad. En este respecto, Baldwin se remite a la investigación de McKinsey & Company, Alan S. Blinder, de la Universidad de Princeton, y Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, para identificar los trabajos y las tareas que tienen más probabilidades de perdurar. Entre ellos están los trabajos que carecen de grandes conjuntos de datos de los que las máquinas puedan aprender, los que requieren creatividad e inteligencia social o aquellos que exigen un entendimiento de por qué ocurren determinadas tendencias (más que simplemente reconocerlas cuando aparecen).

Muchos trabajadores podrían decepcionarse al saber que los puestos de gerentes tienen alta probabilidad de sobrevivir, al igual que los de consultores. Los trabajos que impliquen interactuar con personas también son más seguros. Muy probablemente, el contacto cara a cara en actividades humanas y en el trabajo adquirirá más importancia, lo cual alentará la urbanización. Al mismo tiempo, los trabajadores no podrán asegurar sus trabajos con tan sólo adquirir más habilidades, sino que necesitarán enfocarse en el aprendizaje de habilidades específicas que no puedan ser automatizadas.

V. Una carrera cuesta abajo

Baldwin es muy optimista respecto de las implicaciones de la globótica, pero admite que la perturbación que se avecina producirá un efecto negativo en el futuro a mediano plazo. En su opinión, tanto el referéndum del Brexit como la elección del presidente Donald Trump en los Estados Unidos en 2016 fueron el resultado de la globalización y la automatización. Ambos hitos políticos (se podrían mencionar otros) fueron impulsados por trabajadores que se sentían amenazados o “abandonados” por un cambio tecnológico que favorecía algunas cualificaciones, lo cual “vaciaba” los trabajos de clase media. Aún peor, Baldwin afirma que los trabajos de cuello blanco que están en mayor riesgo son los que aún se encuentran entre los “buenos trabajos”. Sin embargo, al igual que los otros libros de los que aquí se habla, The Globotics Upheaval no define lo que es un buen trabajo. Si los economistas van a luchar férreamente contra las implicaciones de la automatización y la globalización, necesitarán un enfoque holístico ante el futuro del trabajo que abarque variables fácilmente mensurables (salarios) y más cualitativas (satisfacción laboral).

Una idea breve pero de gran utilidad presente en este libro es que las alteraciones en el trabajo durante periodos de cambio tecnológico conllevan una carrera entre la productividad y la demanda. En retrospectiva, en tiempos de la Revolución industrial, Baldwin señala que, cuando los incrementos de productividad superaron la demanda de un producto, el empleo en esos sectores descendió; pero cuando la demanda “ganaba” la carrera, los sectores relevantes contrataban a más personas. Actualmente, Amazon está reduciendo su tiempo de empaquetado con el uso de robots, y la mayor rapidez de este servicio genera una mayor demanda. Pero Amazon también canaliza el sector del comercio minorista tradicional. Eso es lo que hace que sea tan importante observar esta particular carrera entre la productividad y la demanda en la década de 2020 y en lo sucesivo.

Quizás el principal defecto de The Globotics Upheaval es que está escrito desde la perspectiva de un país rico. Baldwin admite que los trabajadores de cuello blanco en los países en desarrollo encontrarán beneficios en la telemigración, pero no explica cómo los afectará la inteligencia artificial. Si las corporaciones de los países ricos subcontratan por medio de la telemigración y luego revierten la deslocalización con inteligencia artificial, ¿en qué lugar quedan los antiguos telemigrantes?

El enfoque preferido de Baldwin para mejorar el impacto de la telemigración y la inteligencia artificial es un modelo danés de “flexiguridad” compuesto de tres partes: fácil contratación y despidos, seguro de desempleo y políticas activas para ayudar a los trabajadores desempleados a asegurar sus nuevos trabajos. ¿Pero acaso los países en desarrollo tendrán la capacidad tributaria y administrativa para proveer la red de seguridad y la asistencia para la búsqueda de trabajo que esto implica? El economista de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik, ha mostrado que la automatización ya está debilitando el potencial que tienen los países en desarrollo de apoyarse en la exportación de manufacturas para impulsar el crecimiento; esto lleva a lo que él llama una “desindustrialización prematura”. Si los trabajos del sector servicios también se automatizan, no es claro qué empleos quedarán para los trabajadores de estos países. Debido a este desafío a largo plazo, el amplio optimismo de Baldwin parece ser cuestionable.

VI. La marcha de la tecnología

Carl Frey es reconocido por los estudiantes de tecnología por su famoso estudio (junto con Osborne) sobre las posibles consecuencias de la automatización. Frey y Osborne buscaron medir la automaticidad de 702 ocupaciones que representan 97% de la fuerza laboral de los Estados Unidos, con base en 20 000 descriptores únicos de tareas. Increíblemente (y de forma terrorífica), descubrieron que 47% de los empleos de los Estados Unidos son susceptibles a la automatización. En The Technology Trap, Frey pone esta amenaza en una perspectiva histórica, remitiéndose ampliamente a los recuentos de historiadores de la economía sobre las causas y las consecuencias de los cambios tecnológicos del pasado.

Frey examina los contextos social, político y económico de los cambios laborales del pasado e identifica las condiciones que han alentado o desanimado la invención y la introducción de nuevas tecnologías. Así, muestra el gran impacto que tienen los efectos de la tecnología, reales o anticipados, en los individuos, las comunidades y el Estado. El cambio tecnológico siempre genera ganadores y perdedores: hombres y mujeres cuyos trabajos (que a menudo exigen habilidades realmente difíciles de adquirir) ya no fueron necesarios. Frey insiste en que la distribución del poder económico y político es lo que determina si una tecnología ha de ser adoptada y a qué ritmo. A partir de esto último se deduce que la política -y particularmente el derecho al voto- es el factor decisivo para determinar los resultados de las luchas de clase en la tecnología.

Los inventos y los métodos mecánicos existían mucho antes de la primera Revolución industrial, pero rara vez se materializaban, pues los gobiernos que le temían al cambio los prohibían o les ponían un freno. Las administraciones bajo el mando de los Tudor y de la reina Isabel eran esencialmente fisiocráticas y desalentaron los avances industriales que no generaban un beneficio inmediato, basándose en la idea de que una población cambiante tendería al alboroto y la inquietud. Pero alrededor del siglo XVIII, el poder político había pasado a manos de los que se beneficiaron con las nuevas tecnologías.

Los trabajadores que se ahogaron en la “ola de dispositivos” de la primera Revolución industrial no tenían voz en los asuntos económicos o políticos, pero no por ello se quedaron de brazos cruzados. Los tejedores, los cardadores de lana y los agricultores que se dedicaban a la trilla durante el invierno, así como los empleados de manufacturas locales, desplazados por la producción industrial, se propusieron destruir las máquinas. Hicieron disturbios, quemaron las instituciones que los amenazaban y trataron de exponer su caso ante el parlamento.

No obstante, estaban condenados. El gobierno británico aseguró el éxito del cambio tecnológico y apoyó a quienes se beneficiaban de las nuevas máquinas. El papel que desempeñó el gobierno fue crucial, pues tuvieron que pasar décadas para que los beneficios de las nuevas tecnologías llegaran hasta la clase obrera. El largo periodo de estancamiento de salarios -en contraste con los prósperos ingresos de los dueños de las máquinas- hizo crecer la ira de los desplazados. En un artículo de 2009, el historiador económico Robert C. Allen acuñó el término la “pausa de Engels” (llamado así por el colaborador de Karl Marx, Friedrich Engels) para describir el periodo de 1800 a 1840.

Durante este periodo, el aparato represor del Estado británico acrecentó su fuerza; en particular, por medio del “Bloody Code”, que iba dirigido a los amotinados contra los cercamientos, a los conspiradores y a los luditas. El Estado francés, en cambio, frenó el desarrollo tecnológico con leyes ambivalentes y regulaciones anticuadas. Habiendo vivido ya una revolución, las élites de Francia temían a la ira de las masas aún más que Gran Bretaña.

VII. El otro camino

La segunda Revolución industrial (de finales del siglo XIX a inicios del XX) se desenvolvió en un contexto político diferente. A finales del siglo XIX, algunos políticos tenían motivos para atender las voces de los perdedores, algunos de los cuales podían hacerse oír en las boletas electorales. Además, los cambios tecnológicos empezaron a tomar otra forma. De acuerdo con Frey, en esos momentos los cambios favorecieron el trabajo en lugar de eliminarlo. Mientras que las tecnologías que remplazan tareas desplazan a los trabajadores, las tecnologías que las facilitan aumentan su productividad en sus mismos empleos, o bien crean nuevas oportunidades en otros sitios.

Sin embargo, como lo han indicado otros críticos del libro de Frey, la distinción entre ambas tecnologías no es precisamente clara. Incluso cuando las máquinas desplazan a los trabajadores, quienes logren conservar su trabajo podrán gozar de los beneficios de la productividad. Si estos beneficios se manifiestan en los consumidores en forma de precios más bajos, y en los trabajadores en forma de salarios más altos, la demanda podría aumentar y generar más empleos.

En la segunda Revolución industrial, los cambios tecnológicos desencadenaron un círculo virtuoso de este tipo. Los nuevos trabajos tenían buenos términos y condiciones, y los trabajadores que sólo contaban con educación secundaria podían aspirar a ellos. Éstos eran los “buenos trabajos” cuya desaparición lamenta Blanchflower. Su proliferación significaba que las filas de los ganadores crecieran velozmente, cediendo más recursos para amortiguar los golpes a los perdedores.

El ritmo del cambio tecnológico también es importante. En la primera Revolución industrial los beneficios para las masas se fueron dando lentamente, mientras que en la segunda Revolución industrial el efecto positivo fue rápido, por lo que fue más sencillo compensar los costos. Sin embargo, históricamente, a menudo ha tomado tiempo darnos cuenta de los efectos totales de las mayores y nuevas tecnologías de usos generales. Por ello, Frey, al igual que Blanchflower, advierte que incluso el desempleo tecnológico de supuesta “corta duración” puede arruinar la vida de un individuo y dejar un legado de amargura y de carencias a las futuras generaciones. El mercado podrá funcionar bien a largo plazo, pero los individuos, las familias y las comunidades sufrirían durante ese lapso, lo que llevará posiblemente a un efecto negativo que podría obstaculizar a las nuevas tecnologías antes de que se resientan sus mayores beneficios.

En efecto, la odisea histórica de Frey tiene una conclusión perturbadora. El cambio tecnológico reciente, junto con la globalización no sólo han eliminado empleos individuales, sino industrias enteras. Las experiencias del Rust Belt3 de los Estados Unidos y de las antiguas minas de carbón en Gran Bretaña y Europa continental nos recuerdan más a la primera Revolución industrial que a los episodios posteriores a ella. De igual modo, la creciente desigualdad que ha acompañado la pérdida de empleos de cuello azul o de gerencia inferior en los Estados Unidos y en Europa Occidental es similar a la transferencia de ingresos del trabajo al capital que tuvo lugar a finales del siglo XVIII.

VIII. ¿Este tiempo es distinto?

Existe una diferencia clave entre la primera Revolución industrial y la época actual. Quienes se han quedado atrás en la “pausa de Engels” de hoy en día tienen mucho más poder político y lo han usado en las boletas electorales, otorgándole la victoria a los políticos populistas.

Los tres libros coinciden en que la mayoría de la gente considera que la pérdida de empleos y el deterioro en la calidad del trabajo son resultado del outsourcing, de las importaciones realizadas desde economías de salarios bajos y (erradamente) de la inmigración. Hasta la fecha, los desplazados no han dirigido su furia hacia las tecnologías que ahorran trabajo, sino hacia el comercio y los inmigrantes, lo que lleva a refugiarse tras barreras proteccionistas y a un incremento en la hostilidad contra la globalización y la migración.

Sin embargo, esto no siempre tiene que ser así. Los trabajadores que se han quedado atrás podrían, eventualmente, volverse en contra de las otras causas de su descontento, incluyendo la automatización. De hecho, es muy probable que la oposición política al progreso tecnológico aumente, a menos que los beneficios de la automatización se dividan de forma más equitativa. No obstante, una “transición justa” -con una compensación que les permita a los individuos y las comunidades marginales recuperarse y crecer- difícilmente podrá lograrse con una sola medida redistributiva.

Irremediablemente, la forma en la que las personas y las comunidades organizamos el trabajo y la vida tendrá que cambiar. Blanchflower, Baldwin y Frey exponen sus ideas sobre lo que se necesita hacer y cómo, pero ninguna de sus soluciones es tan clara como el análisis de los problemas. Los tres están de acuerdo con que estamos al filo de la navaja: hay mucho que ganar, pero mucho que perder. Todo dependerá de si somos capaces de llegar a una respuesta de una magnitud similar al problema surgido de nuestra propia creatividad.

REFERENCIAS

Carl Benedikt Frey (2019). The Technology Trap: Capital, Labor, And Power in the Age of Automation. Princeton: Princeton University Press. [ Links ]

David G. Blanchflower (2019). Not Working: Where Have All the Good Jobs Gone? Princeton: Princeton University Press . [ Links ]

Richard Baldwin (2019). The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics, and the Future of Work. Nueva York: Oxford University Press. [ Links ]

*Publicado originalmente en Project Syndicate (17 de enero de 2020). Work in the Twenty First Century. Recuperado de: https://www.project-syndicate.org/onpoint/work-in-the-twenty-first-century-by-jane-humphries-and-benjamin-schneider-2020-01. © Project Syndicate, 2020. https://www.project-syndicate.org/. [Traducción del inglés de Luis Arturo Velasco Reyes.]

1Richard Baldwin (2019). The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics, and the Future of Work. Nueva York: Oxford University Press; David G. Blanchflower (2019). Not Working: Where Have All the Good Jobs Gone? Princeton: Princeton University Press, y Carl Benedikt Frey (2019). The Technology Trap: Capital, Labor, And Power in the Age of Automation. Princeton: Princeton University Press.

2La diferencia entre el volumen de empleos demandados por los trabajadores y la oferta real [nota del traductor].

3El viejo cinturón industrial [nota del traductor].

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