Venezuela es un país que durante mucho tiempo no concitó demasiado interés en México, aunque se reconocía el prominente lugar que ocupaba en las gestas independentistas y como lugar de origen de algunos grandes hombres de nuestra América. Actualmente su presencia en las noticias se debe a la tragedia que se vive en ese país sudamericano, uno de los más pródigos en riquezas naturales y durante mucho tiempo beneficiario de sustanciosos beneficios provenientes del petróleo, su principal producto de exportación desde 1926. Con todo, es preciso recordar que en el tiempo de las dictaduras militares que asolaron a Venezuela durante buena parte del siglo pasado, México fue solidario con los asilados e, incluso, se rompieron las relaciones diplomáticas con la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935).
El libro reseñado, a cargo de tres autores prestigiados de la academia venezolana, cuenta con el antecedente de una primera versión, aparecida en 1992 a cargo de la Fundación de Trabajadores de Lagovén, subsidiaria de las empresas petroleras de la época. Como explica el coordinador, Elías Pino Iturrieta, egresado de El Colegio de México, dicha iniciativa “Fue un éxito rotundo”. Se inspiraba en lo hecho en nuestro país a partir de la idea de Daniel Cosío Villegas, con su Historia mínima de México, que ha dado lugar a otras publicaciones similares.
Poco favor le haríamos al presente trabajo si pretendiéramos sintetizar, así fuera a grandes rasgos, la narrativa histórica y la problemática inherente al largo periodo temporal que abarcan los tres ensayos que contiene el volumen, pero trataremos de acercarnos un poco a la riqueza argumentativa y explicativa del mismo.
Manuel Donís Rubio quedó a cargo de la aproximación (o acercamiento, como lo describe el autor) del territorio y su población antes de la llegada de los españoles, y abarca también los siglos coloniales. Se demora en la conquista y descubrimiento de la región, importante por ser la puerta de entrada al subcontinente y escuela de aprendizaje de la dominación ibérica. Hace hincapié en el largo proceso de integración nacional con sede en Caracas, y en el surgimiento de una sociedad dinámica y heterogénea dividida en castas, aunque, como en toda la América española, las ideas de la Ilustración permearon entre la sociedad letrada, preparando el camino para la futura liberación. Concluye que la integración que se buscó desde el siglo XVI no estaba concluida al iniciar el siglo XIX, y las consecuencias de ello se vivieron durante la época republicana.
Elías Pino Iturrieta se encarga de “El siglo XIX, o los ‘tumbos’ del republicanismo”. En una prosa apretada y en ocasiones irónica y hasta humorística, da cuenta de las vicisitudes del país a partir de la insurgencia, del enfrentamiento de los diferentes sectores sociales y raciales y de las dificultades para sentar las bases de una nación integrada y pacificada con las insuficiencias estructurales provenientes del pasado colonial.
Lograda la independencia se sucedieron diferentes gobiernos con mayor o menor fortuna, sobresaliendo entre ellos los presididos por el caudillo llanero José Antonio Páez y sus adláteres (1830-1846), desaparecido el Libertador en diciembre de 1830. “El periodo se caracteriza por un esfuerzo sostenido de pulcritud en el manejo del erario, y por el deseo de implantar costumbres distintas de las coloniales, susceptibles de crear ciudadanos productivos en quienes se sustentaría un proyecto liberal de largo alcance” (p. 104). En febrero de 1859 ocurre un hito importante en la lucha de partidos: estalla en Coro, bajo el mando de Ezequiel Zamora, la llamada “guerra federal” o “guerra larga”, que constituyó un levantamiento popular de grandes proporciones. El propósito declarado era alcanzar la igualdad social y la justicia económica. En 1870 se erige como la nueva figura hegemónica el general Antonio Guzmán Blanco, quien por sí o por interpósita persona abarca el periodo que va de 1870 a 1890.
Inés Quintero Montiel inicia su relato con la irrupción de los andinos en 1899, cuando en mayo de ese año Cipriano Castro se alza contra el gobierno establecido y marcha a Caracas con sesenta hombres. Su trabajo, intitulado “El siglo XX: conquista, construcción y defensa de la democracia”, es una apretada síntesis de lo ocurrido a partir de la llegada de los tachirenses a la capital del país, cinco meses después de su aventura. Empieza así lo que se ha dado en llamar “la era de los andinos en el poder”, que va prácticamente de fines del siglo XIX a mediados del XX, con el breve interregno de 1945-1948, cuando la Junta Revolucionaria de Gobierno, encabezada por Rómulo Betancourt, se propuso diversificar la economía y democratizar y ampliar la esfera política. Con una prosa clara y una exposición amena, la doctora Quintero analiza la formación y consolidación de los partidos políticos a partir de la transición posgomecista (1936-1945), la agenda política de los mismos y sus principales animadores, destacándose el caso del ya mencionado Betancourt, líder de Acción Democrática, y Rafael Caldera, fundador de COPEI; sin olvidar la figura de Jóvito Villalba quien, junto con otros muchos personajes, logró el establecimiento de una democracia representativa que a partir de la caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), también tachirense, como la práctica totalidad de la oficialidad, sobrevivió a las dificultades enfrentadas durante cuatro décadas.
Este periodo (1959-1999) devino en el bipartidismo de AD y COPEI, apoyados en los proventos del petróleo y en la confianza de la poderosa nación del norte, que vio con beneplácito el surgimiento de Venezuela como un modelo para la Alianza para el Progreso, en contraposición al ejemplo subversivo de la revolución cubana. Mas el cuasi monopolio político, transformados los partidos en maquinarias electorales, derivó en una enorme corrupción, en gigantismo e ineficiencia gubernamentales, en dependencia del capital, tecnología e insumos externos y en la moderación de los conflictos sociales por medio de un Estado burocratizado monopolizado por estos grandes partidos de orientación democrático burguesa. Lo anterior sazonado con los impactos de los mercados petroleros internacionales, fuera del control nacional y expuestos a los vaivenes de la situación mundial. El malestar por esta crítica situación se manifestó en las intentonas golpistas de febrero y noviembre de 1992, las que dieron pie al posterior triunfo electoral del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, comandante de paracaidistas, grupo de élite dentro del ejército -factor real de poder prácticamente desde la independencia-, y ferviente bolivariano, como todo venezolano que se respete.
En diciembre de 1998 fue electo titular del Poder Ejecutivo; a partir de su toma de posesión, dos meses después, el presidente Chávez se dedicó de tiempo completo a allanar el camino para la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, que promulgó una nueva Constitución.
La Constitución bolivariana modificó la democracia representativa y consagró una democracia participativa, protagónica, multiétnica y pluricultural, aumentó el periodo presidencial de cinco a seis años con posibilidad de reelección inmediata, le dio mayores poderes al presidente de la República, se estableció la figura del vicepresidente, le cambió el nombre al país por el de República Bolivariana de Venezuela, el Poder Legislativo comenzó a funcionar como Asamblea Nacional desapareciendo el sistema bicameral” (pp. 215-216),
entre las medidas más importantes. En otras palabras, se erigió una nueva institucionalidad, pero muchos de los problemas prosiguieron o, peor aún, se agravaron.
La proclamada “revolución bolivariana” no se tradujo en una mejoría del nivel de vida popular ni en el cumplimiento de las expectativas desatadas a partir de su proclamación, con las consecuencias de todos conocidas. En 2013 murió el líder máximo y le sucedió su delfín, Nicolás Maduro, quien ha empeorado las cosas por su falta de habilidad política y conducción económica; la solución a la pesadilla no se vislumbra en el corto plazo. Como escribe la doctora Quintero:
Si ha de buscarse un epílogo para la historia que se ha analizado aquí, sólo queda la afirmación de la existencia de una incertidumbre evidente. Los pronósticos certeros no existen, dada la complejidad de los acontecimientos que no encuentran desenlace, en especial cuando se les trata de manera abreviada. Cambios constantes, puertas que no terminan de abrirse, pero que tampoco se cierran, afirmaciones que desembocan en vacilaciones hasta el punto de provocar la atención de las repúblicas vecinas, concernidas por la estatura y la profundidad de la crisis, remiten a un proceso que trasciende los confines nacionales para convertirse en un rompecabezas sobre cuya soldadura nadie tiene la clave, ni la puede encontrar con facilidad (pp. 233-234).
Hagamos votos por que la crítica situación se revierta. Mientras tanto, la lectura de este libro es muy útil para conocer y comprender los antecedentes históricos y las múltiples causas que existen detrás de la realidad actual.