La primera impresión que se tiene al leer este libro es que se trata de una obra que posee una sutileza del lenguaje que permite al lector acceder de una manera relativamente simple a un debate complejo, el cual ha ocupado por numerosas décadas a especialistas dedicados al estudio de la historia y la historiografía de la literatura en América Latina. Este dato no es menor si consideramos la gran extensión del libro (más de 500 páginas) y la variedad de voces que lo componen: una veintena de autores de distintas instituciones, idiomas y países (México, Colombia, Perú, Uruguay, Argentina, Brasil, Estados Unidos y Alemania). Aunque la obra carece de una breve sinopsis de los autores, parece que provienen del campo de la literatura y en menor medida de la historia y los estudios latinoamericanos.
Sin duda, la trayectoria académica de sus coordinadores fue de gran ayuda para lograr un diálogo fecundo entre historia y literatura. Liliana Weinberg , investigadora de trayectoria en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la Universidad Nacional Autónoma de México, es autora de numerosos libros sobre literatura hispanoamericana y se ha especializado en el género ensayístico. Amén de sus numerosos trabajos, ha coordinado compilaciones en que colaboran varios investigadores. Rodrigo García de la Sienra , investigador de la Universidad Veracruzana, tiene experiencia en libros coordinados y cuenta con un repertorio de publicaciones que abordan tanto el valor estético de las obras como los literatos y sus prácticas.
El libro es el producto final de un proyecto aprobado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH). Durante su desarrollo, los colaboradores se reunieron en un coloquio en Veracruz para discutir las propuestas que culminarían en la confección de esta obra. Dada la cantidad de participaciones está dividido en tres grandes secciones: la historiografía literaria del siglo XIX revisitada, escribir la historia y nuevas propuestas de lectura del siglo XIX. De ellas, sin duda la tercera es la que contiene más capítulos, por lo que los coordinadores decidieron subdividirla a su vez a partir de ejes temáticos: la palabra impresa, antologías y colecciones, leer y escribir la historia de México, el diálogo de las artes: música y teatro y, por último, José Martí, testigo de épocas y de mundos.
Esta multiplicidad de voces sigue empero los hilos conductores que Liliana Weinberg pone de manifiesto en la introducción. El primero tiene que ver con la temporalidad escogida, el siglo XIX o, mejor dicho, con la manera en que se ha estudiado este periodo como “el siglo de las letras”. Se parte de la premisa de que es un siglo largo y lleno de contradicciones, que en el caso de América Latina tiene su inicio con las guerras de independencia y termina poco antes de cumplir su primer centenario. Es, sin duda, una etapa formativa no sólo por la construcción de Estados, sino porque para ello fue necesario, de manera paralela, fundar una identidad nacional. No es extraña entonces la aparición de diversos tipos de textos: manifiestos, proclamas, libros de viajeros, artículos periodísticos, crónicas y manuales de historia. Abarca todos los registros que desde el sector letrado fomentaron el difícil proceso de una construcción (elitista) de lo nacional.
Revisitar este proceso para analizarlo de nuevo requiere, para Weinberg, tomar distancia de las obras que desde el siglo XIX se ocuparon de publicar historias de la literatura. De inicio, porque es necesario reconsiderar las categorías con las que se definen teniendo en cuenta un contexto de producción que no debe aislar a la literatura de los otros ámbitos, como el de la política y la historia. Además, y pese a los intentos iniciales de Andrés Bello de englobar en el término americano la mayor parte de las publicaciones dedicadas a la literatura del siglo XIX, se dedica a dar cuenta de la producción hispanoamericana o latinoamericana, mientras lo americano (en el sentido limitado de Estados Unidos) queda aislado. El objetivo del proyecto al cual intenta dar respuesta el libro, es encontrar puentes comunicantes para iniciar una historia comparada, con temas y problemas comunes.
Esta preocupación fue compartida por los especialistas invitados, quienes respondieron con capítulos de corte reflexivo o mediante estudios de caso. No pretendo hacer una síntesis de cada uno de ellos. Me voy a concentrar sólo en algunas reflexiones que considero que pueden ser útiles para pensar la historia de la literatura, pero también la historia intelectual y cultural. La primera está relacionada con la concepción de un espacio cultural que tiene sus propias fronteras. En este sentido, Beatriz González Stephan nos plantea la necesidad de respetar los marcos nacionales de estas literaturas, pero sin desatender las formaciones culturales regionales e internacionales. Para ello es necesario tener una mirada “estrábica” del objeto de estudio, desfasada, para ver las luces y sombras, heterogeneidades y asimetrías. En ella, los sujetos y sus textos fluyen en el tiempo y el espacio como parte de un sistema en que los actores y sus obras transcurren por “vasos comunicantes” y “fronteras porosas”. El marco nacional no desaparece, pero tampoco ancla su producción literaria.
Por su parte, Carlos García Bedoya profundiza en este tipo de planteamientos al retomar en la historia literaria la conjugación entre las dinámicas intra e inter seriales que conjugaría lo autónomo de la literatura con lo ajeno, articulando dimensiones en un polisistema que funciona como una totalidad, pero sin anular las contradicciones. Esto implica no restringirse al estudio de las obras maestras sino a todo aquel corpus de textos marginales que deben ser parte también de esta nueva historia literaria. A esta heterogeneidad debe agregarse otra, que surge de problematizar una periodización que ha tomado las épocas literarias como unidades aisladas de los contextos, en lugar de tomar las fechas como referencias para realizar propuestas que atiendan a criterios culturales y sociales, más que a delimitaciones políticas.
Esta reflexión en torno a la periodización es significativa. Ahondando en este problema, Friedhelm Schmidt-Welle afirma que es necesario modificar las categorías de la periodización porque los términos romanticismo, realismo, generación literaria, son “nociones descontextualizadas” creadas para responder al fenómeno europeo y que, al intentar ser adaptadas para entender lo americano, generaron grandes confusiones (como el “realismo romántico”). Esto genera consecuencias al pensar que se ha valorado la literatura latinoamericana del siglo XIX en función de su cercanía a estos parámetros, es decir, como una copia fiel, negando un valor literario autónomo. Otra consecuencia de esta periodización europea es la asincronía de los procesos, calificándolos como tardíos o desfasados en el tiempo, reafirmando la idea de un modelo europeo (centro-periferia).
Además, el libro tiene otros sugerentes aportes. Diversifica su mirada sobre los textos y los autores al incluir trabajos sobre polémicas historiográficas, revistas trasnacionales, querellas, antologías continentales, bibliófilos eruditos, historiadores y artistas (de la música y el teatro). Reúne también, en una sección (la última), una serie de textos dedicados al análisis de José Martí, cubano que por sus experiencias en Nueva York y su versátil pluma fue tomado no sólo para resaltar su fecundidad sino también para adentrarse en la literatura americana y la historiografía literaria estadounidense. Aunque los textos que componen esta sección son provocadores y bien fundamentados, llevan al lector a preguntarse por el objetivo inicial planteado: hacer una historia comparada de la literatura de “las Américas”. Al parecer, esta es una tarea demasiado compleja para cumplirse en una obra y deberá alimentar otras futuras que sigan indagando sobre los temas y problemas comunes. Esto no resta valor al libro, en que la dimensión continental estuvo presente al menos como un desafío que fue útil para problematizar la literatura latinoamericana.