México y Filipinas. Culturas y memorias sobre el Pacífico es una edición de Thomas Calvo y Paulina Machuca , resultado de un seminario entre académicos de México y Filipinas en 2014 en Guadalajara. Fue su propósito poner en evidencia la relación presente de ambos países, entendiéndola desde 1821 hasta la actualidad. La categorización es sugerente, pues invita a comprender las relaciones entre ambos países como fracturadas en dos tiempos muy distintos: las estrechas relaciones coloniales1 y las elusivas desde entonces. Para ver qué fue lo que sobrevivió de aquel tiempo compartido los autores se proponen usar “el comparatismo plano y llano” (p. 16) como su principal herramienta de análisis. Al exponer lo anterior, declaran que no es intención del libro concentrarse en la historia de los siglos XVI a XVIII.
Con este propósito, la compilación se ha dividido en cuatro secciones temáticas en cuyos ejes se organizan los textos de los diversos autores. Se empieza con la geografía, base y sustento de la historia. El primer texto, de Raymundo Padilla Lozoya, discute la manera en que ambos Estados contemporáneos lidian con los desastres naturales. Los datos que ofrece dejan en evidencia que ambas naciones comparten hoy la senda del subdesarrollo. La comparación cae en calidad, sin embargo, al extenderla a tiempos prehispánicos. Así, nos topamos con la extraña incorporación a la discusión de la conceptualización que los mayas yucatecos tenían de los desastres naturales, sin nunca quedar del todo claro bajo qué criterio se incorporan éstos a la comparación, pues habitaron un espacio muy distinto de aquel donde se realizaron los contactos entre México y Filipinas. Este tipo de problemas surgen al extrapolar las divisiones políticas contemporáneas a tiempos pasados en los que resultan ficciones.
Pertinentemente colocado a comienzos del libro, el texto de Juan José Bonilla discute la pérdida de los vínculos tras la independencia del virreinato. Explica los varios derroteros posibles de la relación bilateral tras la independencia, no sólo el eventual aislamiento. La segunda mitad del ensayo se dedica a la discusión sobre las relaciones contemporáneas entre ambos países: en un contexto en donde la relación internacional está subordinada casi por completo a la comercial, es difícil que ambas naciones establezcan lazos estrechos siendo competencia directa en un mercado global manufacturando con mano de obra barata.
El tercer texto, escrito por Thomas Calvo , es acaso el más ambicioso de la compilación. Compara cómo las últimas fuerzas españolas se acuartelaron en San Juan de Ulúa al ser expulsadas de la Nueva España y en la iglesia de Baler en Filipinas al final de la guerra hispanoamericana. La ambición es notoria al incorporar otros casos como el del Callao y el de Dien Bien. Su justificación es entender lo que hay de humanidad general colocada en la situación extrema de guarnecer un pequeño sitio. Por eso salta a la vista cuando también incorpora los problemas estadounidenses de los últimos tiempos en Iraq y Afganistán, espacios geográficos mucho más amplios. De cualquier manera, el texto vale la pena por su ambición y sus sugerentes reflexiones.
La segunda parte del libro lidia con la religión. Encontramos en esta sección dos tipos de artículos, por un lado, los de Fernando N. Zialcita y Rodrigo de la Torre Yarza, sobre la presencia de cristos negros en ambos países. Destacan por usar una perspectiva antropológica, realizando trabajo de campo en las comunidades para averiguar la manera en que los grupos sociales expresan su religiosidad. Si el texto de Zialcita busca entender por qué en un contexto de discriminación racial se adora a figuras de piel oscura, sin arrojar resultados concluyentes, el de Torre intenta descubrir el origen asiático de un cristo negro en Guerrero, a lo que aporta pruebas documentales y estilísticas convincentes. Por otro lado, el texto de Luis Alonso Álvarez sobre las haciendas de las corporaciones religiosas en el archipiélago asiático resulta de interés para la historiografía filipina, aunque se aleja de la temática del libro al no ofrecer comparaciones con la Nueva España. La explicación: la disparidad de información.
La tercera sección del libro lidia con lo cultural y sigue la vena antropológica trazada en el apartado anterior por los textos de Zialcita y Torre. Ahora, Amalia Ramírez Garayzar nos ofrece un estudio estilístico de los rebozos de los siglos XVIII y XIX conservados en museos de México, Guatemala, Perú y Ecuador. Al expandir su muestra más allá del actual territorio mexicano, reconoce la importancia del comercio asiático en Sudamérica.2 Por medio de un estudio técnico de las maneras de tejido y tinte, ofrece indicios para creer en el mestizaje de las tradiciones textiles americanas y asiáticas. En la misma vena, Clarissa Cecilia R. Mijares nos ofrece un artículo que compara distintas danzas del tipo jota en Filipinas, México y España. El texto es estimulante y se enriquece con la buena prosa de una autora que expresa pasión por su tema de estudio. Del mismo estilo resulta el de Jorge Loyzaga sobre la arquitectura hispanofilipina. Un texto que deja ver cómo al migrar las poblaciones hispanas no sólo llevaron con ellas sus tradiciones constructivas, sino que supieron incorporar conocimientos locales a sus hogares. Sus fuentes radican en la comparación de otro tipo de testimonios no documentales: construcciones de los siglos XVIII y XIX.
En el mismo apartado, encontramos el capítulo de Erik Akpedonu que compara la manera en que ambas sociedades recuerdan su pasado colonial por medio de las exposiciones museográficas. Concluye que hay mayor interés en México por el periodo de dominio español que enfatiza el bagaje cultural de la época, que contribuye a forjar una identidad mestiza. Esto contrasta con las exposiciones filipinas, que hacen mayor énfasis en los aspectos brutales. Curiosamente, mientras que en la Ciudad de México no hay monumentos a Cortés, en Manila sí los hay a Legazpi. Un dato que nos recuerda que las relaciones simbólicas que forjan las culturas son complejas y a veces pueden parecer hasta contradictorias.
Finalmente, el libro termina por donde empezó. Los editores justifican este regreso a lo natural porque consideran que la plena aclimatación de las plantas es la versión más acabada de cuando lo ajeno se vuelve propio. En este sentido, los textos de José Elías M. (Fr. Anselm) M. Mansalastas O.S.B. y Nota F. Magno sobre la incorporación del maíz y la papaya en los platos tradicionales filipinos siguen la misma vena antropológica de capítulos anteriores. El trabajo de campo expresa cómo el uso de estas dos plantas de origen americano dio lugar a experimentos culinarios materializados hoy en la comida tradicional del archipiélago. Algo parecido al caso de los cocoteros en la costa pacífica mexicana, que pocos sospecharían tienen origen asiático. Esto queda muy bien demostrado por el texto de Paulina Machuca . La autora hace gala de su amplia experiencia documental en el campo de la historia ecológica, si bien es un texto que, a diferencia de los anteriores, pone mayor peso en las relaciones de la época colonial que en la comparación de las tradiciones contemporáneas.
En conclusión, México y Filipinas es un ambicioso intento de ofrecer un nuevo acercamiento al estudio de las relaciones entre ambos países, pero con una perspectiva presentista. Es evidente a lo largo del libro que los contactos directos entre ambas naciones se colapsaron con la independencia del Imperio mexicano y esto se ve reflejado en la mayoría de los artículos, los cuales se ven obligados a remitirse a la historia comparada más que a la historia global entendida como la historia de los contactos e interrelaciones entre los pueblos.3 En los diversos textos es un tropo recurrente el remitir a la época colonial para explicar el momento del intercambio cultural, seguido por una comparación contemporánea. Coincido con el llamado de Paulina Machuca en la conclusión, al esperar que el libro fomente nuevos estudios etnohistóricos con amplia revisión documental, que no se queden en señalar similitudes, sino en delinear los mecanismos precisos de transmisión cultural. También sería interesante rastrear conexiones, quizá ocultas, entre ambas naciones desde el siglo XIX.
Pese a ello, el esfuerzo es revelador al traer a la luz paralelismos en temas tan diversos como las independencias, la prevención, adoraciones populares, danzones, textiles, formas de construcción y riqueza culinaria. Aunque esta fortaleza es también su punto débil (al resultar por momentos difícil encontrar un hilo argumentativo en los distintos artículos), uno no puede dejar de asombrarse ante esta diversidad temática, lo cual la convierte en una lectura refrescante, sugerente y antropológica, más que propiamente histórica.