En 1915, el escritor, periodista y diplomático Rogelio Fernández Güell (1883-1918) dio a conocer en Costa Rica una de las primeras historias de la revolución mexicana publicadas en el sexenio posterior a su inicio (20 de noviembre de 1910). Organizada en 15 capítulos y un epílogo, la obra está escrita con una muy cuidada prosa, en la que prevalece un estilo modernista, que apela simultáneamente a las comparaciones con la política de la antigüedad clásica, con la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret, con las experiencias de la revolución francesa (1789) y con algunas de las tragedias de William Shakespeare. De hecho, aunque se trata sin duda de un estudio histórico, está escrito novelescamente, campo en el cual parece haber tenido como uno de sus modelos El 93, la célebre novela que Víctor Hugo publicó en 1874 acerca del terror en la Francia de finales del siglo XVIII.
Producto de la pluma de un hombre costarricense blanco, proveniente de las acomodadas familias urbanas de San José, el libro no está exento de ocasionales prejuicios étnicos, de género y de clase, evidentes en las descripciones de algunas figuras históricas y de ciertos sectores sociales, en particular de los indígenas. Sin embargo, al considerar la obra en su conjunto, lo primero que destaca es que, a diferencia de la célebre obra de John Reed, escrita en primera persona y estructurada a partir de breves reportajes periodísticos,1 Fernández Güell logró desarrollar una novedosa narrativa analítica, basada en una imaginativa periodización de las luchas por el poder en México.
De esta forma, el primer periodo se extiende entre marzo de 1908, cuando el presidente Porfirio Día -que ocupaba ese cargo desde 1884- anunció que no buscaría su reelección en los comicios de mediados de 1910, y noviembre de ese mismo año, mes que supuso el inicio del proceso revolucionario, liderado por el empresario Francisco I. Madero. El segundo periodo comienza en mayo de 1911, con la renuncia de Díaz, y termina en noviembre de dicho año, una vez que Madero, tras ganar las elecciones extraordinarias efectuadas en octubre, asumió la presidencia de la República. Todo el tercer periodo está dedicado a la administración de Madero, en particular a sus esfuerzos -al final fallidos- por pacificar, unificar y estabilizar al país, un proceso que culminó en febrero de 1913 con la forzada renuncia del presidente y su posterior asesinato. Por último, el cuarto periodo, tratado muy brevemente, considera la efímera dictadura de Victoriano Huerta, iniciada en febrero de 1913, y su derrocamiento por Venustiano Carranza en agosto de 1914.
Puesto que Fernández Güell fue amigo de Madero, a quien conoció en abril de 1911 y participó en su administración (entre otros cargos, dirigió la Biblioteca Nacional de México), fue testigo de muchos de los procesos que relató en su libro. En sus propias palabras, él “conoció y trató a casi todos los cabecillas de la revolución de 1910, muchos de los sucesos que refiere, le constan por los testimonios de estos jefes, habiéndose efectuado algunos de ellos en su misma presencia”.2 Lejos de valerse de esa condición para resaltar su propio protagonismo, Fernández Güell la utilizó con moderación y en función de sustentar una narrativa analítica del proceso revolucionario; sólo excepcionalmente se permitió subir a escena. Sin duda, la más emotiva de esas licencias fue la descripción de su primer encuentro con Madero, pero la más interesante corresponde a las breves aproximaciones antropológicas que hizo a lo que era el mundo social de la frontera entre Estados Unidos y México en 1911, una pequeña joya que los especialistas en esos temas todavía no han descubierto.
Aunque Fernández Güell privilegió la dimensión política, en su libro consideró brevemente las condiciones económicas y sociales de México y, en particular, la problemática de los indígenas y sus demandas de una reforma agraria. También prestó especial atención a la influencia que tenía el capital extranjero, consideró las variantes regionales del movimiento revolucionario y no perdió de vista su dimensión global, en particular cómo el conflicto impactó no sólo las relaciones entre México y Estados Unidos, sino la dinámica del propio imperialismo estadounidense. Si bien Fernández Güell analizó sistemática y detalladamente la formación y ruptura de las alianzas políticas de los diversos líderes y los intereses que representaban, tendió a dejar de lado a los sectores populares urbanos (sobre todo a los obreros) y, pese a que mencionó que el clero reaccionario “maquinaba en las tinieblas”3 para derrocar a Madero, no profundizó en el papel jugado por la Iglesia católica.
Casi todo el libro de Fernández Güell está atravesado por una tensión constante: el reconocimiento de que Madero concentró su esfuerzo gubernamental en desradicalizar el proceso revolucionario, al tiempo que procuraba consolidar un sistema democrático basado en elecciones periódicas e imparciales. Dicho proyecto, típico de las revoluciones desde arriba -las llevadas a cabo por sectores reformistas de las élites-, tuvo como resultado que el apoyo popular con que Madero inició su gestión se deteriorara rápidamente, mientras que las fuerzas políticas y los cuadros burocráticos heredados del régimen de Díaz conspiraban en contra de una democratización efectiva. Pese a la amistad que los unía y la profunda admiración que sentía por Madero, Fernández Güell reconoció que, al desasir “la bandera de la reforma agraria”, el presidente “no estuvo a la altura de las circunstancias” y fue incapaz de proporcionar un motivo para que “luchen las masas”.4
Al publicar Episodios de la Revolución mexicana en 1915, Fernández Güell rompió doblemente con la historiografía de Costa Rica: por un lado, al producir la primera obra de historia que trata sobre un proceso fundamental ocurrido en otro país; y por otro, al distanciarse de los enfoques más tradicionales del pasado que prevalecían en el medio costarricense para adoptar una perspectiva más cercana a la de las ciencias sociales. Quizá estas dos innovaciones contribuyeron a que su importante obra pasara inadvertida en su país natal y que no fuera considerada ni siquiera por quienes se han dedicado al estudio de la historiografía costarricense. También es posible que la primera guerra mundial (1914-1918), entonces en curso, opacara el libro de Fernández Güell, y que los nuevos desarrollos del proceso revolucionario mexicano prontamente le restaran actualidad.
No fue casual entonces que Víctor Manuel Arroyo, un académico de afiliación comunista, al prologar en 1973 la segunda edición costarricense del texto de Fernández Güell, admitiera que desconocía que esa obra era una historia de la revolución mexicana. Tal dato se lo hizo saber Enrique Obregón, adscrito al ala izquierdista del Partido Liberación Nacional y nieto de Jenaro Valverde, un impresor que formó parte de los círculos intelectuales josefinos de inicios del siglo XX. También en esa edición, que superó los 3 000 ejemplares, colaboró el reconocido historiador Rafael Obregón Loría,5 pese a lo cual el libro no logró abrirse un espacio en la historiografía del país, a lo que pudo contribuir que la nueva generación de estudiosos del pasado tendía -en ese momento- a alejarse de los temas políticos para centrar su atención en las problemáticas económicas y demográficas.6
Gracias al laborioso trabajo de la investigadora Beatriz Gutiérrez Mueller, quien realizó una cuidadosa edición y elaboró un extenso e informado estudio preliminar sobre la vida y la producción intelectual de Fernández Güell, su valioso libro sobre uno de los procesos revolucionarios fundamentales del siglo XX ha sido publicado por primera vez en México en el año 2017, poco más de un siglo después de que fuera impreso en San José por el taller tipográfico de Trejos Hermanos. Ha recibido así una oportunidad excepcional para capturar el interés y la imaginación de nuevas y diversas audiencias de lectores, más allá de las fronteras costarricenses.