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 número71PÉREZ ESCUTIA, RAMÓN ALONSO, IDENTIDAD LOCAL, OPINIÓN PÚBLICA E IMAGINARIO SOCIALES EN MICHOACÁN, 1821-1854, MORELIA, UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO, FACULTAD DE HISTORIA, INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS, EDITORIAL MOREVALLADOLID, 2017, 464 PP.SÁNCHEZ AMARO, LUIS, JUVENTUD Y REBELDÍA. EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL NICOLAITA DE 1967 A 1982, MORELIA, SECRETARÍA DE DIFUSIÓN Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA, IIH, COMISIÓN PARA LA CONMEMORACIÓN DEL CENTENARIO DE LA UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO, 2018, 479 PP. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.71 Michoacán ene./jun. 2020  Epub 30-Jul-2020

 

Reseñas

MERRIMAN, JOHN, MASACRE. VIDA Y MUERTE EN LA COMUNA DE PARÍS DE 1871, MADRID, SIGLO XXI, COLECCIÓN HITOS, 2017, 407 PP.

BRICE CALSAPEU LOSFELD1 

1Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

MERRIMAN, John. Masacre. Vida y muerte en la Comuna de París de 1871. 2017. Siglo XXI, Colección hitos, Madrid: 407p.


64 días. Es lo que duró la Comuna de París en 1871. Fue poco, sin embargo suficiente para tener una influencia sobre la izquierda a nivel mundial y determinar las formas organizativas que tomó la socialdemocracia al decidir seguir el modelo alemán. La experiencia de la Comuna despliega su influencia en los debates de 1903-1905 sobre la forma de organización del partido de vanguardia que procede a la revolución bolchevique de 1917. Y en plena década roja, sirve de elemento agrupador a al izquierda extraparlamentaria que se encontrará en París para los festejos del centenario de la Comuna en 1971.

La abundancia de la bibliografía sobre el tema genera vértigo. Robert Le Quillec en su Bibliographie critique de la Commune de Paris (2006) referencia unas 5.000 entradas relacionadas con el tema. A pesar de la presencia de muchos comuneros en la historia social de América Latina después de 1871, son pocas las obras historiográficas sobre el tema que ha editado en el idioma castellano recientemente. El problema en la jungla de las obras sobre la Comuna es, para el lector casual, lograr encontrar una obra que escape un poco de los tres paradigmas memoriales descritos por Eric Fournier en La Commune n'est pas morte. Les usages politiques du passé de 1871 à nos jours (Libertalia, 2011). Según él, la historiografía sobre la Communa se divide en tres paradigmas (Comuna/Versalleses/Consensual) en confrontación. Entre 1871 y 1917, la guerra social va a continuar por medio de las palabras y las memorias directas sobre los acontecimientos. El año de 1917 abre un periodo que se acaba en 1971, con el centenario de la Comuna, donde el movimiento comunista va a vampirizar la memoria comunera. A partir de 1971, esa memoria oscila entre el uso partidario y la recuperación política individual. El hecho de que la memoria de los comuneros está marcada por la historia contrafactual, y que por otra parte se dieron recientes ataques en regla contra la Comuna, operados por escritores como Loránt Deutsch o Jean Sévillia, historiadores aficionados cercanos al monarquismo político, ha servido para confundir aún más el lector. En este sentido, la publicación del libro del profesor John Mustard Merriman de la Universidad de Yale, representa una bocanada de aire en este panorama. Masacre fue publicado originalmente en el 2014 en inglés, y sigue a otra obra suya que fue un éxito, titulada: The dynamite Club: how a bombing in the Fin-de-Siècle Paris ignited the age of modern Terror (2009). Aquel libro se centra en el anarquista francés Émile Henry (1872-1894), condenado y ejecutado a la edad de 21 años por dos atentados que perpetró. Para Merriman, - y la muy elaborada película histórica Les anarchistes (France, 2015, Elie Wajeman, 101 min.) lo confirma-, existe una filiación directa entre los hijos de los comuneros y la propaganda por el hecho de finales del siglo XIX. Esta violencia política es una respuesta al aumento del poder del estado que acompaña la modernidad. El elemento escondido de The dynamite Club es el terrorismo de estado, operativo durante la semana sangrienta, del 21 al 28 de mayo de 1871, que es la mayor masacre en la historia europea del siglo XIX. De allí surge para el historiador la lógica de investigar la Comuna de París en este nuevo libro. Este interés se ve acentuado en Merriman, experto del siglo XIX francés, por una fascinación confesada por este episodio de la historia.

El libro se divide en un prólogo y once capítulos. El prólogo funge como un capítulo necesario y logrado de contextualización del Segundo Imperio (1852-1870) de Napoleón III, que se abre con una un golpe de estado y la ley marcial que los diferentes levantamientos masivos en pro de la República no pudieron evitar. El Imperio está marcado desde el principio por una oposición política que une el naciente movimiento obrero al republicanismo, que serán combatidos. Una de las medidas de la guerra social llevada por el Imperio fue la gestión del espacio de una ciudad, cuya población estaba en constante aumento y se duplicó entre 1851 y 1870 para llegar a unos 2 millones de habitantes. La reorganización de la ciudad, a través de las obras del Barón Haussmann (1809-1891), conllevó una reorganización de la diversidad de las poblaciones, que acentuó las fracturas de tal manera que para 1870, una cuarte parte de la población era indigente y se hacinaba en las periferias de la ciudad que emergieron en el imaginario burgués como un mundo peligroso y salvaje al asedio. El prólogo describe muy bien la emergencia de una opinión pública obrera en vía de descristia- nización y que favorecida por la alianza objetiva a la cual fue obligado un Napoleón III en busca de apoyos políticos, pudo desarrollarse a partir de los cafés, de los movimientos de asambleas y sobre todo el sistema de cooperativas.

El primer capítulo se centra en la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871) y sus consecuencias principalmente para la ciudad de París. El Segundo Imperio fue una sucesión de aventuras militaristas: la expansión colonial, la Guerra de Crimea (1853-1856), el fracaso mexicano (1867) y es la guerra contra Prusia, pensada por Napoleón III desde 1868, que provocará el hundimiento del Segundo Imperio. Si Merriman no se extiende sobre la importancia del conflicto dentro de la política de Bismarck, en cambio da detalles técnicos que explican materialmente la superioridad militar alemana. Durante el asedio se organiza la resistencia del pueblo parisiense alrededor de la Guardia Nacional, un servicio auxiliar barrial conformado por ciudadanos en 1868 y que se caracterizaba por la democracia directa en la designación del sistema de mando. En los cuatro meses de un asedio muy duro, enmarcados entre el fin del Imperio y el armisticio con Prusia, firmado por el Gobierno de Defensa Nacional, la idea de Comuna evoluciona de su sentido en el derecho comunal a ser el centro de una república democrática y social basada en los barrios o distritos de París. La Asamblea legislativa nacional, resultante de las elecciones de febrero, es en su mayoría monárquica y se posiciona en ruptura con los desarrollos experimentados en París.

El segundo capítulo, El nacimiento de la Comuna, explica como el gobierno de Adolphe Thiers (1797-1877) buscó antes que todo controlar el giro radical que había tomado el pueblo de París. Desencadena la represión en contra de la prensa de izquierda y hace condenar a los líderes naturales del socialismo francés Auguste Blanquí (1805-1881) y Gustave Flourens (1838-1871). El siguiente paso es desarmar al pueblo de París cuyo papel en la defensa armada de la ciudad contra los prusianos había sido de suma importancia, pero ya representaba un peligro para el orden social. Empero el pueblo no se dejó desarmar y sucedieron los actos de fraternización con las tropas del gobierno que llevaron a la instauración relámpago de la Comuna el 28 de marzo. Como lo expresó Benoît Malon (1841-1893), uno de los dirigentes de la sección francesa de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), “nunca una revolución había sorprendido tanto a los revolucionarios” (p.75). Frente a esta autonomía municipal que se transforma en una república democrática y social que asume el programa de las demandas republicanas, Thiers decide aplicar las técnicas utilizadas para retomar Viena en 1848: el reagrupamiento de las fuerzas fuera de París para conquistarla calle por calle. Allí cabe señalar que Mer riman deja de lado lo siguiente: si bien es cierto que la experiencia colonial no preparó al ejército francés a la lucha contra los alemanes, preparó de sobre manera a la represión ciega contra el pueblo de París. El control ideológico de las tropas que llegaban de provincia y su preparación por medio de la propaganda y las raciones de alcohol hicieron el resto. Desde los primeros combates, los comuneros fueron masacrados sistemáticamente.

El tercer capítulo Dueños de su propia vida pone en énfasis la reapropiación del espacio por los habitantes de la ciudad que da un aire de fiesta permanente a la Comuna. A la par, los carteles, panfletos, manifiestos y pasquines cubren la ciudad que conoce una explosión de periódicos. Unos 90 nuevos títulos periodísticos, por unos 30 prohibidos por su vinculación con el bando de Versailles, donde se había retirado el gobierno. La efervescencia se apodera así mismo de las artes y del conservatorio. En este capítulo, Merriman empieza a utilizar de manera sistemática el archivo extranjero y en específico estadunidense, unos 13.000 ciudadanos del país del norte pasaron por París en esa época. Esto le permite describir la división económica y política de París que confirma el origen de clase del conflicto. A lado de las mejorías en particular para la condición de las mujeres, los testigos hablan de la honestidad del gobierno de la Comuna que se empeña en una rendición de cuenta ejemplar. Eso contrasta con la emergencia de un discurso biologista sobre la población de París presentada como corrupta, que fue difundida tanto por parte del gobierno francés como del ejército prusiano. El virus comunista traído del extranjero que corrompió la población debe desaparecer en las llamas de los bombardeos.

El cuarto capítulo, La comuna contra la cruz, aborda el tema de la relación conflictual de la Comuna con la religión católica. Muestra como en fin de cuentas la Comuna siempre estuvo en la defensiva y que la postura que adoptó con la ley de rehenes que legalizó la detención de los miembros del clero, fue una respuesta al no respeto por parte de Thiers de la Convención de Ginebra de 1864, que marcaba el nacimiento del derecho internacional humanitario. La política de los rehenes fue una manera de presionar en contra de las ejecuciones sistemáticas de los communards, pero su alcance fue muy limitado. A penas 300 de los 125.000 religiosos presentes en la ciudad fueron inquietados. La Comuna de París no impuso una política de secularización, sino que desencadenó un sentimiento que ya era general dentro de la población. El disgusto con el clero, fiel apoyo del Imperio, era generalizado, pero en regla general, la actuación de la Comuna en contra de la Iglesia no tiene ningún paragón posible con la Revolución Francesa.

El quinto capítulo, La suerte le vuelve la espada a los comuneros, empieza con el bombardeo de la ciudad por el ejército francés. Aquel ejercito que había sido una farsa frente al ejercito prusiano, se ensañó en contra de la población parisiense al bombardear zonas que los prusianos no habían querido tocar con su artillería. El historiador estadunidense subraya el papel de las mujeres no solamente en la intendencia sino también en los combates, así como las gestiones de la masonería para llegar a una posición conciliatoria. La constitución el primer de mayo de 1871 de un Comité de Salut Public al estilo de1 de 1793 muestra los paralelos que establece la Comuna con la revolución francesa de 1789, que sirve como cuadro de análisis en el fragor de los combates. El gran problema de la Comuna fue su incapacidad a transformar la guardia nacional en una fuerza de combate organizada. En el centro del debate están dos concepciones de la Comuna, una anarquista donde la comuna era la encarnación del espontaneismo popular y la otra jacobina que pide una estructura más autoritaria a la luz de la urgencia de la situación. En frente, está un ejército cuya modernidad radica en su experiencia colonial acompañado del tropo discursivo colonial que transforma la batalla por París en contra de sus plebeyos insurgentes en una batalla contra un pueblo inferior.

Los cuatro siguientes capítulos (Comienza la semana sangrienta/ La muerte llega en busca del azobispo / Los tribunos militares en funcionamiento/ Matanza) forman un todo que corresponde a la semana sangrienta (21 al 28 de mayo). Ocupan un espacio equivalente a una cuarta parte del libro cuando en un poco más de dos días, más de la mitad de la ciudad ha sido recuperada. La estrategia discursiva elegida por John Merriman privilegia con agudeza el espacio (los mapas incluidos sirven para no perderse) sobre lo cronológico. De esta manera y a través de los testimonios visuales de la época nos permite acompañar la reconquista de la ciudad y el retroceso de sus defensores. El movimiento en el espacio de la ciudad revierte las palabras de Thiers, de que ellos son la gente honesta y los comuneros la peor calaña y los hechos prueban que tanto Édouard Manet como Karl Marx tuvieron razón en hablar de guerra civil. Los rumores sobre el incendio sirven para simbolizar la pelea alrededor del significado de los hechos. Los comuneros se refugian en el este de París en sus bases barriales. La defensa de la Comuna se vuelve una defensa territorial, barrial. Allí reside uno de los puntos de quiebre interpretativo: ¿consciencia de clase o consciencia de pertenencia a un espacio? Merriman logra un consenso, aunque queda claro que la consciencia de clase prima sobre la geográfica. Para los comuneros muy rápidamente se instaló la idea de una ineluctable derrota que las pretensiones a la ejecución del máximo posible de insurgentes por Thiers y su gobierno confirmaban. Queda claro que la matanza fue deseada y organizada. La unión de las dos consciencias se da en la inmolación. A medida que los versalleses avanzan masacran de manera indiscriminada hombre, mujeres y niños a la par que los tribunales militares condenan a muerte en juicios minuto los que sobreviven. En este contexto, la eliminación física de unos 70 rehenes de la Comuna parece más bien un acto desesperado de congruencia.

El décimo capítulo, Prisioneros de Versalles, trata de las represalias que duraron mucho tiempo después de que las últimas barricadas fueron levantadas. Desde el principio, algunos títulos de la prensa internacional denunciaron las masacres como particularmente sanguinarias y por encima de los estándares de la época. Los que escapan a las ejecuciones extralegales son llevados en marcha forzadas a Versalles, y sometidos a la vindicta burguesa. Le Figaro, fiel a sí mismo en todas épocas, se indignaba de la falta de respeto de los comuneros derrotados hacía la gente bien (p.345). Pero los mismos defensores del orden no reparan en las violaciones y los agravios a los cadáveres de los comuneros. La populación pro-Versailles se une a la justicia, y se encarga de denunciar de manera anónima los comuneros o simpatizantes a la prefectura de París, algo que anticipa lo que pasará bajo Vichy unas siete décadas después. Es el tiempo de las condenas al infierno de los presidios de Guyana o el exilio.

El último capítulo, llamada Rememoración, efectúa un rápido sobrevuelo histórico entre la reapertura de las puertas de la ciudad, el 6 de junio, y la construcción de la memoria histórica de la Comuna con el reconocimiento como monumento histórico del Mur des Fédérés del cementerio del Père-Lachaise. Obviamente pasa por el establecimiento de un balance de la Comuna. El autor no está tanto interesado en un balance político sino institucional y humano. Apunta por ejemplo que la muerte del arzobispo de París, rehén de la Comuna y que Thiers no tenía interés en salvar, dejó espacio al Vaticano para retomar un control tradicionalista sobre la iglesia francesa. La Comuna igualmente permitió la elaboración de las pautas del discurso positivista sobre las multitudes que sigue vigente hasta el día de hoy. El destino de la Comuna privó a París hasta 1977 de poder elegir un alcalde. El balance humano siempre será complicado de establecer, pero apoyándose en el censo de 1866 y el censo de 1872, logra darnos una idea de la amplitud vertiginosa de la matanza que se terminó con la elección de Thiers como primer presidente de la Tercera República.

El dominio narrativo de Merriman logra aquí transformar el fango de la represión en un recorrido que muestra el trauma que fue esa guerra social para el proletariado francés. La narración está salpicada de retratos puntillistas de los principales personajes históricos muy bien logrados que tienen el doble efecto de enriquecer el relato de los hechos y también hacen descansar el lector de la tensión provocada por la acumulación de barbarie castrense. En este libro no se tiene que buscar una nueva versión de los hechos, nuevas fuentes o nuevos paradigmas innovadores. Sin embargo, ha de destacarse el uso de los testimonios del mundo anglosajón, a mi conocimiento no utilizados hasta ahora. En su gran mayoría, la colonia estadunidense estaba en contra de la Comuna, pero es justamente lo que da más peso a su testimonio profundamente removido por la violencia de la represión. El uso de los testimonios está sabiamente organizado para aliviar una lectura emocionalmente dura a veces. Eso permite que la acumulación de los cadáveres se vuelva una ventana sobre las mentalidades tanto de los comuneros como de sus antagonistas. Si este libro se centra, a pesar de su título, más bien en la muerte que la vida, muestra también que la vida dependía mucho de circunstancias y del azar, de encuentros fortuitos que recorren como pequeñas venas el gran cuerpo de la Historia.

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