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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.44 no.175 Zamora jul./sep. 2023  Epub 06-Nov-2023

https://doi.org/10.24901/rehs.v44i175.992 

Artículos originales

Gregorio Torres Quintero y su obra narrativa: hacia la construcción del Heimat literario colimense

Gregorio Torres Quintero and His Narrative Work: Towards the Construction of the Literary Heimat of Colima

1The University of Akron aortiz@uakron.edu


Resumen

En este artículo se examina la figura de Gregorio Torres Quintero y el despliegue e instrumentalización de su discurso literario en el proceso de construcción de un Heimat narrativo y metalingüístico. Se documenta cómo su aproximación al ejercicio creativo y político de la literatura da vida a un corpus cuya voz amplifica las cualidades y atributos regionales de Colima. Este proceso, más allá de la exaltación de parámetros regionales, establece a Colima como región culturalmente autónoma en el contexto más amplio de la nación y los procesos de conformación que la caracterizaron durante etapas clave del siglo XIX y principios del XX.

Con ese fin se explora la relevancia y particularidades dentro de la obra de Torres Quintero del vocablo Heimat, de raíces profundas en la historiografía romántica alemana, como vía de aproximación a su obra poética, cuentística y novelística. Se arguye que, a través de este, se fijan los parámetros de la creación de Colima como una entidad literaria e histórica. En ella, la historia de México y el mundo convergen en sus esferas literarias y geopolíticas. Igualmente, estas se presentan como evidencia de una autoconciencia singular, nutrida y definida por el aislamiento geográfico y un discurso letrado decimonónico en conflicto con dichos atributos. Finalmente, se postula que la literatura de Torres Quintero conlleva una proposición paradójica: la del regionalismo como universalismo, punto neural de la nación, si se considera en el contexto de lo que Ignacio Altamirano predicaba como la “literatura nacional” y la genealogía romántica a la que se afilia la literatura de Torres Quintero.

Palabras clave: Colima; Heimat; Siglo XIX; Modernidad; Cuentos colimotes

Abstract

This article examines the figure of Gregorio Torres Quintero and the deployment and instrumentalization of his literary discourse in the process of articulating a narrative and metalinguistic Heimat. It is documented how his approach to the creative and political exercise of literature brings to life a corpus whose voice amplifies the regional qualities and attributes of Colima. This process, beyond the exaltation of regional parameters, establishes Colima as a culturally autonomous region within the broader context of nation-building and the processes that characterized it during key stages of the 19th and early 20th centuries.

To this end, the relevance, and peculiarities of the term Heimat, deeply rooted in German romantic historiography, are explored as a means of approaching his poetic and narrative work. It is argued that, through this, the parameters for the creation of Colima as a literary and historical entity are set. In it, the history of Mexico and the world converge in its literary and geopolitical spheres. Similarly, these are presented as evidence of a unique self-consciousness, nourished, and defined by geographical isolation and a nineteenth-century lettered discourse in conflict with these attributes. Finally, it is posited that Torres Quintero's literature entails a paradoxical proposition: that of regionalism as universalism, a neural point of the nation if considered in the context of what Ignacio Altamirano preached as "national literature" and the romantic genealogy to which Torres Quintero's literature is affiliated.

Keywords: Colima; Heimat; Nineteenth century; Modernity; Cuentos colimotes

Introducción

Entre la camada de pensadores y escritores decimonónicos que mayor impacto tuvo en la construcción del México moderno, el caso de Gregorio Torres Quintero presenta varios matices interesantes por su trayectoria y circunstancias. Aunque el colimense goza de un modicum de prestigio histórico y reconocimiento por su labor realizada durante los primeros años de la Secretaría de Educación, también se debe señalar que las investigaciones en torno a su obra presentan un sesgo considerable por su enfoque en las contribuciones a la pedagogía y educación del autor. Este enfoque en su trabajo como educador ha dejado un vacío palpable en los estudios sobre su figura y obra, mismos que comienzan a cobrar forma durante las primeras décadas del siglo XXI.

Me refiero, pues, a la desatención prevalente en torno a su corpus poético, cuentístico y novelístico que afligió a los estudios mexicanos, con encomiables excepciones, a lo largo del siglo XX, y que persistió hasta la primera y segunda década del XXI. Afortunadamente, ya han surgido trabajos que rescatan y recontextualizan sus aportes a la literatura e importancia histórica. A finales del siglo pasado fue el estudio de Wolfgang Vogt (1997) el que estableció un sendero a seguir para futuras incursiones en la obra del colimense.1 En años más recientes, trabajos como el de Terríquez et al. (2018) y Alexis Ortiz (2023) continúan esta labor esencial de recontextualización. Este artículo dialoga con dichas líneas indagatorias y presenta otra pieza más del rompecabezas literario que es la obra de Torres Quintero, a partir de la exploración y análisis de Cuentos colimotes (2016 [1931]).

El trabajo, influencia e impacto de Torres Quintero en la vida nacional, se puede examinar y abordar a partir de dos ejes fundamentales: 1) su escritura de carácter pedagógico y cívico, constituida por decenas de libros elaborados al servicio de la educación de las masas; 2) su producción literaria, que comprende cuento, poesía y novela. Sobre el primero, existen incontables trabajos2 dedicados a documentar sus contribuciones al establecimiento de una pedagogía nacional y nacionalista que permitiera subsanar las fisuras y tensiones antagónicas que generaron las múltiples guerras intestinas que caracterizaron al siglo XIX y principios del XX. En ese sentido, Torres Quintero se asume como digno heredero de la pluma y pensamiento liberal de Ignacio Ramírez e Ignacio Altamirano, que veían con espíritu marcadamente germánico, como documenta Ortiz (2022), a la educación y sus procesos e instituciones como la vía a seguir para asegurar el futuro de prosperidad material y política que persistentemente había eludido a la nación durante el periodo decimonónico.

No obstante, es el segundo eje el que nos concierne porque en este se manifiestan otras intenciones y esperanzas que cobran forma en la voz política y estética del colimense. Es decir, en la manera en que su corpus literario diverge sustancialmente de su faceta como educador de la nación por antonomasia, al contrastarse con la cartografía literaria que articula a partir del Heimat alemán, y una autoconciencia forjada, presumiblemente, en el sentido de pertenencia asociado con los años que vivió en Colima. Es también en la exploración de estos matices que se propondrá observar a Torres Quintero no como un mero “escritor regional”, sino como un literati de voz trasatlántica, cuyo trabajo e influencia lo colocan a la altura de otros padres fundadores de la patria mexicana que le precedieron.

En este contexto, se documenta la presencia del Heimat en la obra de Torres Quintero y el linaje romántico del que este se desprende. Se propone que la articulación de un Heimat colimense y su implementación es evidencia de un sentido de lealtad y pertenencia cultural y política prefigurada por fronteras regionales, expresado mediante sensibilidades estéticas y literarias universalistas, reunidas y manifiestas en su literatura. Dichos matices se sitúan como parte de un contradiscurso presente en su obra que se opone a la idea de la nación como unidad cohesiva.

Torres Quintero y el mito del “escritor regional”

Entre las peculiaridades que caracterizan al siglo XIX y la manera en que la intelligentsia tenía conciencia de sí misma y su papel en el mundo, es interesante la manera en que la vanguardia intelectual decimonónica se refería a los escritores regionales y su trabajo creativo en el plano estético y la función política que cumplían. Uno de los casos más representativos es el de Ignacio Manuel Altamirano en Revistas literarias de México (1868), que articula la noción del escritor regional como pieza clave en la reconstrucción de la nación independiente. Por eso, en dicha época el ser catalogado como tal tenía una connotación muy diferente de la que se observa durante el siglo XX; en el discurso de algunos críticos se evidencia que era un título descriptivo inferior al de escritor “nacional”, por ejemplo.3

En esta coyuntura comienzan los esfuerzos por sistematizar el paisaje literario mexicano con un modelo heurístico que descartó obras no alineadas con lo que Altamirano consideraba como parte del cuerpo canónico emergente llamado “literatura nacional”.4 El escritor es puntual en este sentido, en Revistas literarias de México reconoce que el capital literario y cultural mexicano es bien recibido en Europa a través de la pluma de autores extranjeros, por lo que alerta a sus connacionales a actuar al respecto: “El extranjero charlatán desnaturaliza los sucesos del pueblo azteca en ridículas leyendas, que se leen, sin embargo, con avidez en Europa. Los tres siglos de la dominación española son un manantial de leyendas poéticas y magníficas” (Altamirano, 1868, p. 10).

Altamirano sugiere que ese “manantial” debía ser usado en la construcción de un corpus literario capaz de articular un sentido de identidad nacional. Se tiene entonces que, ser escritor regional durante la segunda mitad del siglo XIX implicaba formar parte de la defensa de la literatura nacional como mecanismo antihegemónico con ramificaciones geopolíticas. En este momento histórico, las literaturas regionales fueron las tropas de choque en la batalla por el destino de la literatura de la nación. Por lo anterior, Altamirano lamentaba la falta de interés de los escritores mexicanos en producir un cuerpo literario capaz de conferir un sentido de unidad y adjudicación a los relatos y leyendas nacionales: “Verdad es que en esto tiene toda la culpa la negligencia de nuestros escritores, que han debido dar alimento, desde hace tiempo, a la curiosidad pública con leyendas nacionales” (Altamirano, 1868, p. 73).

Este tipo de aseveraciones no son fortuitas: Altamirano se dirige a todo escritor capaz de participar en este proceso. La formulación de estas ideas tiene como precedente el binomio herderiano articulado en la unión de pueblo y lengua utilizados en la construcción de la nación (Casanova, 2007). Nicola Miller (2016) advierte que las ideas de Herder y su llegada a las Américas a principios del siglo XIX obligaron a las elites letradas a evaluar el papel del intelectual y la producción de capital estético y cultural en el proceso de consolidación nacional. El caso de Altamirano es emblemático en este sentido, pues fue guiado por el modelo herderiano que Pascale Casanova describe como uno en que el escritor nacionalista: “Was to embrace a popular definition of literature and to collect specimens of the popular cultural practice of their countries in order to convert them into national capital. Literature was first defined then, as an archive of popular legends, tales, and traditions” (Casanova, 2007, p. 306).

En la producción literaria de Altamirano esta preocupación se cristaliza en la escritura y publicación de obras cuya génesis se encuentra en Revistas literarias de México (1868).5 Así ocurre con Paisajes y leyendas (1884), obra que resalta la importancia de sistematizar y distribuir relatos y narraciones que expresen y reafirmen lo que su autor enuncia como: “cuadros de la vida mexicana actual, o descripciones de algunos lugares no bien conocidos, pero muy interesantes, especialmente hoy, en que la facilidad de comunicaciones nos va poniendo en contacto con ellos” (Altamirano, 1884, p. 5).

Así surge Versos, cuentos y leyendas (Torres, 1893), más tarde conocido como Cuentos colimotes (Torres, 2016 [1931]), se suscribe también a la lógica herderiana en que las ambiciones políticas y culturales de la clase letrada se canalizan en la recopilación, producción, distribución y consumo de relatos e historias característicos de una o varias regiones particulares del país. Por la cercanía en términos de sus respectivas publicaciones6 y las temáticas que ambas obras exploran, es plausible señalar no solo la adherencia de la primera con la segunda, sino que sus universos temáticos también dialogan.7

Cuentos colimotes8 participa del modelo herderiano de sistematización, diseminación y popularización de historias que expresan la forma de ser de un lugar o lugares determinados para asimilarles desde el lenguaje popular e incorporarlos a los modelos de escritura letrados del proyecto literario de Altamirano. Es también una obra cuyo carácter “regional” queda en tela de juicio debido al contenido temático de los textos que la conforman. De esta lógica emergen dos fenómenos literarios en la obra del colimense: su ferviente regionalismo y una propuesta estética que apunta a la creación de un conjunto de escritos que constituyen una cartografía literaria de carácter distintivamente colimense.

La heurística planteada por Altamirano en Revistas literarias de México encomia la familiaridad con la historia y la geografía nacionales, además de la producción y consumo de la literatura nacional. Se reafirma lo anterior en referencia a la influencia que las literaturas extranjeras, particularmente la francesa, tienen en el país: “el segundo inconveniente que la lectura de la novela extranjera, y francesa en particular, ha traído a nuestro pueblo, es el de hacerle tomar tal gusto por la historia y geografía de otros países, que ha acabado por desdeñar los de su patria” (Altamirano, 1868, p. 72).

Como se evidencia, son ese tipo de obras y literaturas a las que Altamirano se refiere en Revistas literarias de México. A su vez, estas encuentran sus modelos en relatos orales y poseen un carácter didáctico y moralizante, característicos de la literatura romántica.9Cuentos colimotes se adhiere mayormente a dichos criterios, mismos que presentan una lógica propia, y los distingue en el contexto del programa de Altamirano por la manera en que construye un sentido de singularidad y reafirmación de la identidad colimense. Destacan, sin embargo, los casos de textos en que dichos atributos asumen prominencia incuestionable en su estructura temática; tales son “El balneario de Cuyutlán”, “Juárez en Cuyutlán”, “La Ciudad de las Palmas”, “La piedra de Juluapan”, “Los volcanes de Colima”, “Manzanillo” y “Notas y paisajes de Manzanillo”.

Algunos de estos relatos se examinarán en el siguiente apartado para determinar si se pueden enmarcar bajo la nomenclatura de “regional” a partir de sus elementos narrativos, temáticos, léxicos y simbólicos.10 En términos de su afiliación con los proyectos letrados decimonónicos, los textos mencionados se adhieren a las observaciones hechas por Prieto en “Literatura nacional. Cuadros de costumbres” (1845) y Altamirano en Revistas literarias de México (1868). Como se demostrará a continuación, Cuentos colimotes es una obra que consistentemente presenta atributos tanto de la literatura “regional”, como de la “nacional”, en el sentido que Altamirano y Prieto la concibieron.11

Los relatos reunidos en Cuentos colimotes ofrecen, también, una propuesta literaria y discursiva que se adjudica un sentido de singularidad y autonomía distintivas mediante lo que se puede describir como una obra literaria de carácter geopoiético. En esta coyuntura, la poiesis se entiende como un acto creativo o generativo que transforma los aspectos naturales del mundo en algo nuevo, utilizando materiales y referentes existentes en un lugar particular. La literatura de Torres Quintero ilustra lo anterior y lo hace de modo que se puede hablar de ella como una de corte y atributos geopoiéticos. Esta recoge elementos geográficos y topográficos del estado que permiten experimentar vicariamente su historia y mode d'être para la posteridad. La obra del colimense, al presentar el Colima decimonónico como un constructo geopoiético, permite al lector explorar sus posibilidades y realidades, ahora inasequibles gracias a la imparable marcha de la historia.

Romanticismo inescapable: Heimat en la obra de Torres Quintero

La influencia innegable del programa romántico alemán en el linaje literario al que pertenece Gregorio Torres Quintero (vía Ignacio Ramírez e Ignacio Altamirano), así como en el universo temático de su obra, ha sido documentado por Ortiz (2022 y 2023); Gustavo Bedoya (2016) trabaja, por su parte, el caso de Altamirano. En ese sentido, lo que previamente se consideraba como la presencia de cierto costumbrismo español (Terríquez et al., 2018) mezclado con el naturalismo romántico francés de Rousseau y Lamartine (Piccato, 2020), ha demostrado ser una empresa literaria y política más ambiciosa y extensa de lo que inicialmente se pensaba. Lo anterior no debe sorprender. Northrop Frye (2015) advirtió a la crítica mundial en el siglo XX que el Romanticismo es un programa complejo, que asume múltiples formas y presenta inagotables retos al crítico a la búsqueda de aproximaciones taxonómicas a textos y autores con dicha inclinación estética.

Isaiah Berlin (2014), siguiendo cuidadosamente la advertencia de Frye (2015), pisa terreno firme cuando documenta y advierte sus orígenes pietistas en la obra de Johann Georg Hamann y el movimiento pietista de post Guerra de los Treinta Años, con el que se buscó insuflar a la nación germana, lánguida y exhausta, con energía y vitalidad capaces de asegurar su viabilidad material y existencial. Es decir, para sobrevivir la debacle de dicho enfrentamiento, se necesitaba de nuevos productos culturales y estéticos capaces de empujar la cultura alemana a nuevas cimas cuando se encontraba en uno de sus puntos más bajos. Ello, demostró la intelligentsia romántica, permitiría la continuidad de Alemania después de sufrir uno de los reveses militares, culturales y anímicos más dolorosos de su historia. Como consecuencia de estos procesos se articularon identidades regionales que eventualmente se incorporaron como parte del ideario nacional. Como ocurrió con este país europeo previo al periodo romántico, México también experimentó décadas enteras de estancamiento cultural e inestabilidad política debido a las constantes guerras intestinas e intervenciones extranjeras que asolaron al país antes del asentamiento del Porfiriato.

Uno de los rasgos más excepcionales del Romanticismo alemán fue la capacidad de canalizar el torrente de energía estética y vitalista emanado de las provincias alemanas, para convertirlo en el movimiento cultural y literario más importante de finales del siglo XVIII y XIX en Europa y las Américas. Y lo hizo tan efectivamente que dio lugar y voz a figuras que hoy en día serían consideradas extremistas y polarizantes, como Ernst Moritz Arndt y su vitriólico discurso nacionalista y antifrancés (Ortiz, 2022), que tuvo su símil mexicano en Ignacio Ramírez. Fue así como el Romanticismo alimentó y empoderó un ethos regionalista y provincialista12 que asumió impulsos, ansiedades e inclinaciones locales que amplificaría a nivel nacional e internacional vía los circuitos de distribución literarios de la época (Casanova, 2007, p. 82).

Al centro de estas dinámicas reside el Heimat, un vocablo polisémico cuyo acercamiento exige ciertas precauciones. Su amplitud transversa una panoplia de interpretaciones que permiten variabilidad, sin despegarse de ciertos aspectos esenciales que le confieren vitalidad discursiva, enraizada en el Romanticismo alemán. En la historia del pensamiento alemán Heimat expresa, entre otras cosas, un fuerte sentido de auto percepción y afiliación establecido en un paradigma patriarcal (Blickle, 2004, pp. 1-2). También se asocia con oposición a la modernidad y el impacto y cambio social que generó el urbanismo modernizador en la Alemania decimonónica (Peabody y Randall, 2019, p. 178). Sin embargo, su aspecto más importante es la manera en que transporta y disemina connotaciones ideológicas y culturales, de pertenencia e identidad, vía lazos afectivos establecidos con una región o lugar determinado (Eigler, 2012, p. 27).

En síntesis, Heimat expresa un anhelo nostálgico por un modo de vida más sencillo y orgánico, así como un sentimiento de identidad cultural y nacional. La crítica de la modernidad que Ortiz (2023) documenta en La Vaquera se puede considerar como otra manifestación de este fenómeno en la narrativa de Torres Quintero. En lo que concierne a Cuentos colimotes, se observa en las afirmaciones etnocéntricas y regionalistas encontradas en la obra, como ocurre con frecuencia en lo que se podría considerar como el texto en que mejor se articula dicho espíritu y sus manifestaciones, “La Ciudad de las Palmas”, donde la voz narrativa asegura que Colima fue concebida sin la mancha histórica de la conquista13 y con un carácter prominentemente español y europeo.

En ese texto, caracterizado por su tono revisionista en torno a la historia de Colima, el narrador expresa un profundo amor por la región que se refleja simétricamente en Europa. Así lo describe en el cuento que sirve de crónica y diario de viaje, y en los retratos de naciones europeas como España e Italia, a las que asocia con la arquitectura y el aura de Colima, y la pérdida de ese distintivo “encanto” ante los vientos de cambio que la modernidad desata en sus procesos históricos:

Cuando yo recorría en viaje de recreo las viejas regiones de España e Italia, al contemplar dondequiera, sea en villorrios o en grandes ciudades, la teja roja de sus techos, ¡Cómo me latía el corazón acordándome de mi ciudad natal! Al pasear por las calles de Córdoba y al asomarme al interior de sus casas, ¡Cómo se me figuraba recorrer las calles colimotas, aquellas calles que tanto recorrí en mi lejana niñez! ¡Y cómo me dolía el corazón al pensar que las casas de la Ciudad de las Palmas iban poco a poco despojándose de su típico encanto! (Torres, 2016 [1931], p. 74).

Es así como lo europeo encuentra cobijo y símil en la literatura de Torres Quintero y viceversa. También, análogo a los románticos alemanes, el colimense encomia a Colima y sus raíces ancestrales europeas, pulsantes y observables en sus poblados y comunidades aisladas del vaivén político y cultural de la nación. Mediante el Heimat se sublima la celebración de ciertos aspectos y modos de ser de la gente o el pueblo de Colima. En la literatura alemana se reflejaba en obras como las baladas de los hermanos Grimm, que recopilaban y conservaban relatos tradicionales alemanes, y en la poesía y ficción de escritores como Johann Wolfgang von Goethe y Friedrich Hölderlin, que celebraban la belleza del mundo natural y las tradiciones culturales de Alemania.

Es difícil contemplar lo anterior sin pensar en lo dicho por Altamirano y Prieto en Revistas (1868) y en “Literatura nacional. Cuadros de costumbres” (1845), respectivamente, como un llamado abierto y urgente a preservar esa frágil y elusiva esencia de lo mexicano, en el contexto de la nación independiente y de las múltiples guerras civiles e intestinas que le siguieron y establecieron un estado de caos constante que el Porfiriato suspendió temporalmente.14 El sentido de urgencia por articular la nación en las letras fue sin duda una reacción natural al zeitgeist. Así se adquiere conciencia de la literatura como discurso geopolítico que busca unir a la nación y protegerla de los embates extranjeros y el intervencionismo de los poderes imperiales de la época. Se observa así a Torres Quintero construyendo esta patria de rasgos característicos, representativos y típicos de la región; el resultado: Colima es española y europea, a la vez que poseedora de su propio espíritu y autonomía cultural.

Torres Quintero se distingue de sus mentores por su visión favorable de Europa; en ese sentido la obra del colimense se despliega como fisura discursiva en relación con Altamirano y Ramírez. Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre la aproximación a la literatura que estos autores asumieron si se le contrasta con Torres Quintero. A diferencia de los anteriores, que percibían la literatura como componente orgánico del proceso de disociación cultural y político con España post Independencia, él asume una posición más ecuánime, como ilustra La Vaquera.15 Aunque pareciera poco, el contraste es ostensivo si se considera que Altamirano juzgaba las literaturas extranjeras como abominaciones “hermafroditas”; mientras Ramírez, por su parte, afirmaba con ahínco y determinación que la nación mexicana ha sido llamada por la historia a “desespañolizarse” y que “mueran los gachupines” debe considerarse como manifestación del patriotismo mexicano de segunda mitad del siglo XIX (Ramírez, 2016, p. 100).

Este proceso de denigración del pasado colonial y sus agentes fue parte del modus operandi de los románticos alemanes que, como apuntan Berlin y Casanova, se oponían al imperialismo y hegemonía cultural de Francia e Inglaterra sobre Alemania; al mismo tiempo, buscaban frenéticamente modelos y arquetipos literarios del exterior para traducirlos y diseminarlos en la nación. La idea: resistir el status quo, mientras la intelligentsia romántica se apropiaba de armas metalingüísticas para insuflar vida nueva a sus literaturas regionales y nacionales. Se asumía entonces que la independencia política no era suficiente a menos que fuera acompañada de un fuerte espíritu considerado auténticamente alemán, capaz de guiar a la nación en sus futuras empresas. En la producción literaria de Altamirano y Ramírez también se observan estas tendencias. En Torres Quintero, no obstante, se percibe otra aproximación estética y discursiva a dicho proceso. Una menos defensiva en torno a Europa y su influencia en México, como se aprecia en su única novela, La Vaquera, y en varios relatos encontrados en Cuentos colimotes.

En Cuentos colimotes, algunos de los textos en que se perciben estos fenómenos son: “El balneario de Cuyutlán” y “Juárez en Cuyutlán”. En ellos se formula y cobra vida la idea de Colima como un espacio cultural y político sui generis en el territorio nacional. Uno que invita a contemplar y admirar su naturaleza y habitantes, al tiempo que establece demarcaciones fijas que la distancian de su papel como entidad perteneciente a la República Mexicana. Así, en “El balneario de Cuyutlán”, Torres Quintero describe al pueblo costero como un lugar en que los entornos naturales y la presencia humana convergen “casi con simetría entre los árboles de un bosque no muy alto ni espeso” (2016 [1931], p. 113). Es, también, un sitio en que la humildad y la sencillez se revisten de dignidad a los ojos del narrador:

Y tristes y callados, aquellos hogares parecen más bien las habitaciones de duendes pescadores. Las hiedras crecen lujuriosamente cubriendo con su manto multicolor la amarillenta paja, que entonces se vuelve floja y quebradiza [...] Hay también trazado un camino sobre las montañas que rodean como un cinturón de zafiros y esmeraldas a mi ciudad natal; parece una cinta inmensa prendida por los titanes en las rocas de los cerros y en los troncos de los árboles (Torres, 2016 [1931], pp. 114-115).

En sintonía con otros textos similares en Cuentos colimotes, la exaltación de rasgos intrínsecos de la geografía asume prominencia en la narración.16 Destaca en este contexto el papel que los habitantes de Cuyutlán desempeñan como promotores de la armonía y la hermandad que caracterizan al poblado. El autor los describe como valerosos, unidos y fraternales en el pueblo que elogia como “el reino de la franqueza, del cariño y la fraternidad. ¡Noches hermosas! [...] Cuyutlán es el nido primaveral de las bellas, de los amores y las ilusiones. ¡Cuántas novelas han tenido en la playa prólogos risueños y encantadores!” (Torres, 2016 [1931], p. 118). En otro cuento titulado “Juárez en Cuyutlán”, se presenta al lector con la figura del presidente de México durante 1858, año en que la Guerra de Reforma seguía su curso en el país y su gobierno se convirtió en una presidencia ambulante para sobrevivir el conflicto y, de alguna manera, mantener viva su administración: “Juárez, que se dirigía a Manzanillo para embarcarse con rumbo a Panamá y trasladarse a Veracruz, se detuvo con su comitiva en aquel pueblo ribereño” (Torres, 2016 [1931], p. 121). El relato, de apenas dos páginas y media de extensión nos revela las afiliaciones políticas del narrador: las de un letrado liberal cuyas simpatías están con el presidente, a quien elogia por el respeto que demuestra hacia las normas y costumbres de la comunidad que lo acoge:

-¿Quién es aquí la autoridad? -interrogó Juárez desde la hamaca.

-Yo.

-Amigo -dijo el presidente levantándose de su hamaca-. Deme usted su mano. Es usted un buen comisario; es usted un buen juez que cumple con su deber. La ley será respetada, hoy y siempre. ¿Cómo se llama usted?

-Ignacio Ávalos, su servidor.

-Gracias. Cuente usted con la amistad y consideración del presidente de la República (Torres, 2016 [1931], p. 123).

Este relato presenta al lector una encrucijada que Juárez resuelve correctamente: Colima es parte de México y él, como presidente, tiene gran poder e influencia sobre esta; sin embargo, confrontado por la forma de ser y la manera de conducirse de los habitantes de Cuyutlán, el gobernante reconoce que allí su poder es respetado y reconocido, mas no absoluto. Este tipo de conflictos funcionan como vehículos literarios que ilustran el proceso de construcción de la identidad de Colima y sus habitantes como propia.

En Regionalism and the Reading Class,Wendy Griswold (2008) describe estas prácticas literarias como procesos que nutren la producción de sentimientos de otredad en habitantes de dichas regiones. Estos, a su vez, se manifiestan con mayor potencia en países con centros literarios y culturales establecidos, alejados de esta región que, en el caso de la República Mexicana, nos remite a la Ciudad de México. Así, “Juárez en Cuyutlán”, ilustra la manera en que la literatura y los escritores regionales promueven sus expresiones del ser y la manera de aproximarse a la realidad en un acto que trata de equilibrar la reafirmación cultural propia a partir de la geografía y los rasgos compartidos con el sentido de pertenencia y afiliación al estado-nación (Griswold, 2008, p. 14). Así se establece la conclusión de “Juárez en Cuyutlán”, que enfatiza al lector el reconocimiento de la autoridad local investida en Ignacio Ávalos por el presidente de la República.

Estos relatos permiten la colocación de lugares como Colima y las comunidades que la conforman como una entidad autónoma a los ojos del lector, como parte de la nación mexicana, sí, pero también con una identidad y vitalidad que la distinguen y confieren un alto grado de autonomía política y cultural. Asimismo, se disputa y cuestiona el aparente poder político de Juárez y su régimen. En Cuyutlán, el poder de facto se concentra en la población local, mientras que el poder de jure pertenece en mayor medida a Juárez. En esta coyuntura, históricamente, Colima ha ocupado un papel ambiguo en la constelación nacional, a causa de su lejanía de las metrópolis culturales que representaban los centros urbanos y políticos de la época y debido a su posición geográfica.17

Se observa, entonces, en el Colima decimonónico, una placa de Petri cultural y humana que ha formado un sentido de pertenencia y autoconciencia que la separan sustancialmente del resto de la nación. No obstante, pese a que dicho estado no demostró mucho interés en la nación a lo largo del siglo XIX, esta última sí que quiso abrazarle con decidida frecuencia.

Todos los caminos (históricos y literarios) conducen a Colima

El Estado de Colima se encuentra en la costa del Pacífico mexicano. Durante el siglo XIX su aislamiento geográfico fue significativo. La entidad se mantuvo apartada de las principales ciudades y regiones de México, lo que dificultó el comercio y la comunicación con otros estados de la joven república. Esta situación obligó a la región y sus habitantes a enfocarse en lo que ocurría dentro de sus linderos geográficos y topográficos; así, se articuló un espíritu autónomo y autosuficiente que la distinguió de otros territorios. Dicho aislamiento le permitió preservar su propia identidad cultural y tradiciones. Al respecto existe testimonio de marinos y piratas ingleses que se remonta al siglo XVII y documentan las dificultades técnicas y prácticas que implicaba acercarse a la región desde el océano. Uno de los primeros testimonios proviene del navegante y pirata británico William Dampier (1651-1715), que describe su breve interacción con el territorio (ca.1685) como fallida.18 Ante la imposibilidad de acceder tierra firme, en lo que se describe en el texto como parte del puerto y pueblo de Salagua, el capitán y su tripulación optaron por dirigirse al noroeste, ruta por la cual eventualmente llegaron a un lugar más abierto a visitantes del exterior, en la región de Cabo Corrientes, en el sur de Jalisco.

Dichos atributos poco cambiaron con el paso de los siglos, y lo mismo se puede decir de la inclinación de los colimenses por formar parte de los dramas nacionales que azotaron al país durante el siglo XIX. Al respecto, Abelardo Ahumada (2019) señala que la participación de Colima en la contienda por la independencia de la nación fue relativamente modesta. Al grado que, al concluir las hostilidades, los colimenses aprovecharon la oportunidad para ejercer el derecho a la autodeterminación y adquirir autonomía con respecto al imperio de Iturbide y, más tarde, la Intendencia de Guadalajara:

Al terminar, sin embargo, las luchas independentistas, un grupo considerable de antiguos colimotes deseaba recuperar la autonomía perdida, y la oportunidad se les presentó en junio de 1823, casi al mismo tiempo en que fue fusilado el exemperador Agustín de Iturbide, con quien estuvieron íntimamente vinculados el gobernador de la mencionada Intendencia y sus principales subordinados (Ahumada, 2019).

Así se mantuvo Colima hasta 1857, cuando finalmente se reintegró a la nueva república que emergió como resultado de la Constitución de 1857. Previamente, se habían realizado esfuerzos por incorporarla, pues las oportunidades económicas y políticas que resultarían de su integración y la absorción del puerto de Manzanillo como punto geoestratégico y comercial eran muchas, como lo son ahora. Tanto así que en 1842 se publicó Noticias geográfico-políticas, del territorio de Colima, por el texano-mexicano Edward Harcort,19 en el que se elogia al “país de Colima”. A la entidad, Harcort le llama “territorio” en reconocimiento de su independencia y autonomía. El texto, a pesar del título sugerente, se aleja de controversias y mantiene una postura enciclopedista anclada en la economía con respecto a la región, su constitución y su modo de ser. La aborda desde una perspectiva enfocada en su potencial económico y en los frutos y bondades que rendiría la incorporación del, en ese entonces, territorio independiente a la República Mexicana.

Tras finalizar las guerras de independencia, una multitud de colimenses aprovechó la oportunidad en 1824 para declararse territorio autónomo como respuesta al caos y las tensiones de la época. No fue sino hasta 1857 que Colima se incorporó a la República Mexicana como Estado libre y soberano bajo el sistema federalista que la Constitución estipulaba. Dicho lo anterior, el fragmento más interesante en la obra de Harcort es el siguiente, por sus implicaciones y por la relación que guarda con la literatura de Torres Quintero y la articulación un discurso ideológico sui generis en la historia de la nación:

En una época, como la presente, en que la Nación va a constituirse, necesario es que sus sabios representantes tengan a la vista de todos los datos relativos para hacer una división acertada del territorio mexicano: asunto que en todas las épocas anteriores ha sido difícil resolver con tino, por ser inmensa la extensión de superficie, y desconocida en mucha parte: diversas, por consiguiente, las localidades, recursos e intereses; y lo que aun [sic] es peor, las pretensiones de preponderancia de cada una de las grandes secciones, que en vez de proporcionar la aclaración conveniente en materia tan grave, la complican en estremo [sic]. […] Esta es la alternativa a que se va a hallar espuesto [sic] el país de Colima, en la próxima división de la república, disputándose ya Jalisco y Michoacán la posesión de él (Harcort, 1842, p. 4).

Textos como el anterior confirman la autopercepción de Colima vis-à-vis su posición en la nación. Por su historia y cultura, Harcort percibe a la región como separada del resto del país, percepción que se evidencia en la obra de Torres Quintero, así como se manifiesta la influencia del Imperio Mexicano y el reinado de Iturbide. Si “Juárez en Cuyutlán” cuestiona la autoridad de la República y su representante sobre Colima, “El balneario de Cuyutlán” le sigue de cerca con referencias sutiles a la monarquía en las descripciones que el autor realiza del pueblo costero. Para el autor, Cuyutlán, además de encarnar el tropo medieval del locus amoena, es también “el reino de la franqueza, del cariño y la fraternidad. ¡Noches hermosas! [...] Cuyutlán es el nido primaveral de las bellas, de los amores y las ilusiones” (Torres, 2016 [1931], p. 118). El pueblo costero se perfila, así como un lugar en que los sistemas monárquicos persisten, en contraste con el gobierno de corte liberal existente en la época, que Juárez encarna en el cuento. Es, pues, una muestra clara del contradiscurso que toma lugar en la obra del colimense.

Existen otros fenómenos literarios que cobran vida en la literatura de Torres Quintero y que tienen raíz firme en el pensamiento romántico y esa mirada a un pasado tan ancestral como fantasmagórico. Uno en que las realidades políticas y materiales de la época no dejan de voltear al pasado. El Romanticismo alemán cuenta con un corpus robusto en este aspecto. En la producción artística y literaria romántica, lo sobrenatural y espectral se utilizaba para evocar sentimientos de nostalgia, anhelo y melancolía como vías exploratorias de los misterios del pasado y lo desconocido. Las apariciones fantasmales en estas obras a menudo conectaban el presente con el pasado y acercaban al lector a las raíces culturales, históricas y psicológicas del individuo y la nación.

En Cuentos colimotes, relatos como “El guardia virreinal”, “El Gentil”, “La piedra de Juluapan”, “La laguna de Alcuzahue”, “La ciudad encantada”, “El retablo del padre Pinto”, “La sirena” y “La barranca del muerto” cumplen dichas funciones. Cada una de esas historias tiende lazos al pasado histórico de Colima, uno que evoca por igual sus épocas prehispánicas y paganas que le preceden. También lo hace con su presente sincrético, católico que se asume como escudo protector de los habitantes de la región. Abundan los espíritus, las apariciones, espacios encantados, hechizados, que rezuman con la vitalidad de espíritus y hechizos de tiempos inmemoriales, como recordatorio de las raíces politeístas de México. Lo destacable es que Torres Quintero nos los presenta en oposición mutua. Al contrario, los relatos sugieren que dichos paradigmas conviven armónicamente como parte de un schemata que permite la convergencia entre uno y otro en la vida cotidiana de los habitantes de la región.

A diferencia de La Vaquera, que presenta a un Torres Quintero cuyas inclinaciones y sensibilidades lo llevan a simpatizar más con el linaje ibérico de la nación que se manifiesta en Colima, en Cuentos colimotes dicha conexión adquiere matices distintos (Ortiz, 2023). Mientras que en La Vaquera reflexiona el papel de los letrados y lugares como Colima vis-à-vis los proyectos modernizadores del Estado y la intelligentsia liberal, en Cuentos colimotes da cuenta de un terreno amplio y fértil para el desdoblamiento poiético de Colima, es decir, como la puesta en escena encontrada en el texto literario para la articulación y preservación de un sentido de unidad metadiscursiva. Así, en su alcance y expectativas, la obra cuentística de Torres Quintero, más que reflexionar sobre los cambios que la modernidad y sus avatares traerán a Colima y la nación, se percibe un intento por unificar las múltiples experiencias históricas, espirituales y geopolíticas de la región. Más aún, esta se prefigura como espacio geopoiético en que se realiza la intersección de culturas, líneas temporales y cosmovisiones.

La entidad pasa a ser, entonces, el epicentro de múltiples fuerzas cuya sinergia genera y produce la experiencia vital colimense que Torres Quintero captura y delinea a través de su literatura. También es el lugar donde esta experiencia cobra vida en equilibrio con otros modos de ser. Por eso es un constructo que desafía a la razón vis-à-vis el ideal liberal-enciclopedista bajo el que se formaron tanto Torres Quintero como sus mentores, Ramírez y Altamirano. En dichas historias es la voz narrativa quien cuestiona con frecuencia el alcance de la razón y su uso para confrontar las realidades históricas, ancestrales y espirituales de la región, una que ciertamente contiene más de lo que aparenta y que invita a la observación y reflexión cuidadosa de sus elementos y la forma en que se manifiestan. Este fenómeno tiene su epitome en relatos como “El Gentil”, “La sirena”, “La piedra de Juluapan” y “La ciudad encantada”, además de otros similares.

Entre los textos previamente mencionados, “El Gentil” destaca por la manera en que introduce al lector a la voz narrativa que sucumbe ante la pesadilla del letrado. Una en que el encuentro con lo misterioso e inexplicable rebasa y supera los límites del empirismo científico:

Inconscientemente, lancé mi caballo a correr sobre la angosta playa en donde van a morir las olas. José Antonio iba adelante y yo detrás, huyendo de un oscuro misterio, de un misterio que venía de tiempos viejos, de un misterio que estaba vivo, de un misterio que nacía de la superstición, de la superstición que de repente brota en nuestra alma, en el mismo en que brota en el alma ajena, preocupada por las mismas ideas (Torres, 2016 [1931], p. 243).

Así, Colima se presenta en la obra de Torres Quintero como entrecruce simbólico y discursivo de senderos a los que su geografía y topografía no permiten acceso convencional. Si los romanos en la apoteosis de su imperio construyeron una red de caminos a lo largo y ancho de la Europa continental cuyo destino final era Roma, Torres Quintero realiza un ejercicio similar y hace de Colima, uno de los estados más aislados de la República, el punto de encuentro con el pasado pagano de México.20 También el lugar donde la nación se conecta con Oriente y con China en lo particular;21 la región donde reinaron y gobernaron monarcas; la zona donde lo sobrenatural y lo material se encuentran, donde se puede tener acceso a ciudades encantadas, fantasmagorías, espectros, lo inmaterial que todavía acecha el fondo del mar, lo alto de las montañas, lo más profundo del terreno boscoso, las playas de noche, las montañas. Todo ello en diálogo abierto con la literatura europea y sus espíritus y seres mitológicos.

En Colima, Oriente y Occidente se encuentran; pasado y futuro convergen.22 Asimismo, el presente es un campo de batalla espiritual en que el catolicismo todavía debe imponerse sobre espíritus y dioses antiguos y, no menos importante, un lugar en que el hombre de ciencia, el literati, es puesto en tela de juicio en una época en que su triunfo se había asumido como incuestionable. Es también un espacio en que se busca limar asperezas con el pasado mediante la separación del discurso anticolonialista y antieuropeo que enarbolaron intelectuales como Ramírez y Altamirano.

Conclusión: Heimat, Colima y el Estado nación emergente

Como se ha documentado en este artículo, la obra literaria de Torres Quintero es rica en matices e interpretaciones para conocer la época en la que este se desempeñó como autor y como miembro influyente de las vanguardias letradas de su tiempo. Su producción escrita lleva a cuestionar la etiqueta de “regional” que se le impone, ante la evidencia apabullante del diálogo trasatlántico que entabla con autores, culturas y literaturas de diversas latitudes. En ese sentido, si la geografía se posiciona como reto y desafío, la literatura propone apertura y cercanía con otras maneras de interpretar la realidad y aproximarse al mundo y sus problemas. En dicho contexto, las obras referidas y examinadas en este trabajo se posicionan como puntos de intersección entre el pasado y presente de Colima, México y el mundo como lo conoció y percibió Gregorio Torres Quintero.

Es también en Colima donde se construye el Heimat que define y prefigura la experiencia vital de sus habitantes. Una que se puede describir como paradójica por el aislamiento geográfico que la naturaleza le prodigó en el contexto nacional y que contrasta dramáticamente con la multitud de países y culturas extranjeras que se hacen presentes en la obra. Con respecto a éstas, ciertamente hay evidencia documental e histórica de su acercamiento a México y Colima por la vía marítima. Así se observa, por ejemplo, en Fusang: Or, The discovery of America by Chinese Buddhist Priests in the Fifth Century (Neumann, 1875), donde se sugiere el descubrimiento temprano de México por una comitiva de monjes budistas de origen chino durante el siglo V; la dinastía que gobernaba China en ese entonces era, precisamente, la Dinastía Wei. ¿Será posible establecer una conexión entre dichos eventos y, por ejemplo, el siguiente fragmento de “La piedra de Juluapan”?: “Pues bien, cierto día de aquella edad remota, llegó a Xaáhuac (hoy Salagua), rada situada en un ángulo de la bahía de Manzanillo y que más tarde sirvió de astillero a Hernán Cortés y a otros exploradores españoles, una flotilla en que venía un prócer chino de muy elevada alcurnia. Su nombre era Wang Wei” (Torres, 2016 [1931], p. 36).

El resto del texto sugiere que el aristócrata chino establece amistad con el Rey Ix, de los aztecas, que reinaba sobre el área en que se encontraba la piedra. También se describe como eventualmente el prócer chino retornaría para visitar a su amigo y homólogo localizado en lo que hoy conocemos como el área de Villa de Álvarez, en Colima: No fue aquella la única vez que Ix y Wang Wei se vieron; su mutua amistad se fortificó con nuevas entrevistas en el transcurso de los años. Wang Wei, como Gran Almirante del Celeste Imperio, recorría con sus poderosas flotas el Grande Océano y gustaba de visitar de cuando en cuando a su amigo Ix (Torres, 2016 [1931], pp. 36-37).

Existen otros rastros de la presencia china en el texto que apuntan a mediados del siglo XIX y principios del XX, cuando se iniciaron los esfuerzos por documentar la presencia extranjera en México que ingresaba al país vía el Océano Pacífico, y cuando el comercio entre Oriente y Occidente era más robusto y dinámico gracias a los avances en navegación y el desarrollo del puerto de Manzanillo en Colima. Más allá de esta fascinante correlación y sus posibles implicaciones, que por cuestión de espacio no pueden ser abordadas en este trabajo, queda pendiente atajar algunas preguntas esenciales para concluir. Entonces, ¿Qué es Colima? ¿Qué podemos observar y deducir sobre Colima en la obra cuentística y novelística de Torres Quintero? ¿Qué es la literatura “regional” vis-à-vis autores del calibre de Torres Quintero y sus obras? ¿Qué papel juega el Heimat en este contexto?

Según lo observado, se puede argüir que el Colima literario, el que Torres Quintero delinea e imagina en su obra narrativa y poética, es un vehículo de reflexión post nacional en que se depositan las ansiedades y esperanzas de sus habitantes en torno al proceso de conformación de Estado nación moderno y sus vicisitudes. En Heimat: A Critical Theory of the German Idea of Homeland, Peter Blickle señala, siguiendo el aparato filosófico herderiano, que:

The assumption that the regional and local -especially when it is supposedly closer to the traditional and mythical because it is rural- is politically innocent is a basic assumption underlying notions of Heimat. Everything associated with the experience of modernization -the politicization of the everyday, urbanization, alienation in professional and private arenas, alienation and increased mobility, in education, in money, in developments of the nation-state - is negated. In conceptualizations of Heimat the modern nation-state with all its preconditions and by-products simply seems not to exist (Blickle, 2004, pp. 46-47).

Dicha observación y sus implicaciones resuenan profundamente en la obra narrativa de Torres Quintero. Lo hace en La Vaquera, que Ortiz (2023) señala como un vehículo de reflexión para pensar la modernidad y sus implicaciones. En ella, el autor colimense medita sobre los cambios que la modernidad traerá a los pobladores de la región rural en que se desarrolla la novela. Se observa también en Cuentos colimotes, donde hay ejemplos abundantes de esa dinámica. Ocurre en “La Ciudad de las Palmas”, cuando la voz narrativa se lamenta, precisamente, el proceso de transformación que eventualmente tendrá lugar en la región mientras contempla la arquitectura y paisajes europeos: “¡Y cómo me dolía el corazón al pensar que las casas de la Ciudad de las Palmas iban poco a poco despojándose de su típico encanto!” (Torres, 2016 [1931], p. 74).

También las frecuentes reminiscencias encontradas en la obra acerca un pasado en el que la magia y lo sobrenatural eran considerados parte de la vida cotidiana son un guiño a un legado y linaje cultural tan profundo y enraizado en México como el indígena: el del folklore europeo y sus duendes, titanes, esmeraldas, zafiros y pueblos melancólicos y pintorescos que forman parte del imaginario cultural y ancestral de Europa (Torres, 2016 [1931], pp. 114-115).

En nuestro Occidente contemporáneo ese legado cultural, y su continuidad, quedan en duda debido a los cambios científicos, educativos y tecnológicos que los dos últimos siglos han traído a México y el mundo. En una época en la historia de la humanidad en que la idea de nación y sus habitantes es elástica cuando se le confronta con procesos y dinámicas políticas y económicas globales, encontrar textos como los de Torres Quintero se percibe como un ejercicio reflexivo y reaccionario, que cuestiona la formación del Estado nación moderno y su impacto en la vida de sus habitantes. Sin embargo, en el caso de México y los mexicanos, lo anterior es también evidencia del relativo éxito que el experimento federalista republicano ha tenido a pesar de sus vicisitudes pasadas y presentes.

Para Herder, que delineó al Heimat en sus meditaciones sobre la historia y la filosofía de Alemania y Occidente, cada forma de ser y de expresar ese ser conforman el núcleo de la nación. No obstante, como señala Blickle (2004, pp. 54-55), la síntesis herderiana de la nación, plausible en teoría y práctica es también una imposibilidad. Von Herder propuso que cada comunidad lingüística localizada en su respectivo Heimat puede considerarse como una nación por su constitución orgánica, independiente de un Estado que la respalde o no. Dicha propuesta demuestra el idealismo humanista del alemán y la vulnerabilidad de dicha “nación” frente al concurso geopolítico que ha caracterizado y definido la historia del mundo. Por ello, es probable que Torres Quintero diera ese carácter particular a sus obras narrativas con una doble agenda. Primero, la de documentación, diseminación y preservación del corpus lingüístico y literario que asimiló de sus mentores formados en el paradigma herderiano; segundo, la de reconciliación humanista con múltiples conflictos históricos y un presente y futuros inciertos para la joven nación mexicana, que se acepta con resignación, melancolía y esperanza, como se evidencia en su obra literaria. Una que fue producto de la ansiedad y el optimismo que generó el periodo de consolidación del Estado mexicano moderno de finales del siglo XIX y principios del XX.

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1El estudio de Vogt confirma la existencia de la novela y realiza el primer intento por establecerla en su contexto histórico apropiado.

2Si se desea profundizar al respecto, Gregorio Torres Quintero: su vida y su obra (Hernández Corona, 2004) es un excelente punto de partida.

3Rubén Campos se refiere al colimense de la siguiente manera en su estudio sobre el ambiente literario mexicano de 1900: “De Colima había venido ya a México Gregorio Torres Quintero a conquistar, al mismo tiempo que una posición como maestro normalista, un alto puesto en las letras como escritor regional, autor de cuentos, tradiciones y leyendas” (Campos, 1996, p. 64).

4En este contexto, tanto Altamirano como Ramírez invitaban a sus compatriotas a estudiar y asimilar las mejores características de los modelos clásicos y modernos provenientes de países como Inglaterra y Francia: “Creemos que estos estudios son indispensables; pero deseamos que se cree una literatura absolutamente nuestra, como todos los pueblos tienen, los cuales también estudian los monumentos de los otros, pero no fundan su orgullo en imitarlos servilmente” (Altamirano, 1868, p. 15). Ramírez, por su parte, extiende en su momento la invitación a sus compatriotas a consagrarse al estudio de la literatura, “su anatomía, descubriendo sus sencillos elementos, ya contemplándole en vida, en acción” (Ramírez, 1889, p. 487), con el propósito de renovar la literatura mexicana como resultado de dicho proceso.

5A solo un año de distancia del ensayo de Altamirano se publica Clemencia (1869) y le siguen Crónicas de la semana (1869), La Navidad en las montañas (1871), Antonia (1872), Beatriz, (1873), Cuentos de invierno (1880), Rimas (1880), Paisajes y leyendas (1884) y El Zarco, cuya escritura finalizó en 1889, pero se publicó póstumamente. Todas estas obras tienen un carácter didáctico y exaltador de las características y rasgos nacionales, con un marcado énfasis en lo que se consideraban como las buenas costumbres de la época y la construcción de modos de ser nacionales.

6Versos, cuentos, y leyendas se publicó en 1893; Paisajes y leyendas, la obra que le precede, vio la luz en 1884.

7Si bien ambos autores dedican sus respectivas obras a la recopilación y diseminación de cuentos, leyendas y relatos de México, Altamirano presenta historias y relatos de diferentes partes del país, mientras que Torres Quintero se enfoca más en los que su origen y alcance es delimitado por la geografía y cultura colimenses.

8Sin duda alguna, es también una obra en diálogo con Paisajes y leyendas. Tradiciones y costumbres de México (1884), de Ignacio Altamirano, con el rasgo distintivo de que su autor la introduce en el prólogo como una de sabor local y carácter regional.

9Los textos encontrados en Cuentos colimotes ciertamente presentan elementos temáticos y estéticos que caen bajo la categoría de “literatura regional” y romántica. Varios contienen historias de carácter universal y usos del idioma y motifs provenientes de otros países y culturas. En “El Guapo”, por ejemplo, Torres Quintero ofrece una mirada antropológica al cortejo de dos jóvenes enamorados y los obstáculos socioeconómicos que deben enfrentar para realizar su amor. En “La piedra de Juluapan”, Colima se convierte en un lugar cuya historia indígena y europea se entrecruza también con la de naciones como China.

10Por cuestiones de espacio, solo se revisarán brevemente algunos de los textos referidos. En los títulos mencionados, es notable la manera en que estos expresan pertenencia y afiliación con lugares y zonas específicas del Estado de Colima.

11Prieto encuentra en el costumbrismo literario español de autores como Larra un modelo a seguir que le permite redefinir las prácticas literarias y estéticas de los letrados en el México independiente. En “Imagen, identidad y moralidad en la escritura costumbrista mexicana, 1840-1900”, Brian Hamnett (2010) traza las influencias del costumbrismo español y la manera en que letrados como Prieto vieron en la escritura de obras de carácter similar una vía práctica para instruir y moldear a la sociedad de la época.

12Hay ejemplos abundantes de dicho ethos en la literatura mexicana. El caso de Juan Rulfo, por ejemplo, es ilustrativo por la manera en que delinea una propuesta literaria enraizada en su esfera regional, pero con alcances e implicaciones de carácter universal, que trascienden los linderos de dicha esfera. De carácter análogo, aunque en un medio más urbano, se debe considerar también obras como Dubliners (1914), de James Joyce.

13Al respecto, la voz narrativa señala lo siguiente con firmeza: “No es una ciudad india, sino española. No la fundaron los conquistadores sobre las ruinas de antigua capital del reino de Colimán, sino en el sitio que hoy ocupa, en un punto abundante en ríos, y en una derivación de los volcanes del mismo nombre, y a un poco menos de quinientos metros de altura sobre el nivel del mar” (Torres, 2016 , p. 72).

14Y que argüiblemente se reanudó con la Revolución Mexicana.

15El encomio hacia lo español se expresa frecuentemente en La Vaquera. Así lo documenta Ortiz (2023) en “Entre siglos y movimientos, Gregorio Torres Quintero y La Vaquera”.

16Tal es el caso de relatos como “Manzanillo”, “Perdido en la montaña”, “Notas y paisajes de Manzanillo” y “La Ciudad de las Palmas”, entre otros.

17Francia e Inglaterra son ejemplo didáctico del poder que ejercen las fronteras como mecanismo de preservación cultural. Separados por apenas 32 kilómetros del Estrecho de Dover, ambas naciones han mantenido culturas únicas y distintivas durante varios siglos de cercanía en Europa. Lo mismo se puede decir de Colima y las condiciones topográficas que la separaron del resto de la República Mexicana y que finalizó a mediados del siglo XX con la construcción de nuevas carreteras y caminos que facilitaron la comunicación de la región con el resto del país.

18Dampier documenta en su crónica: “On the 26th, 200 men were sent to endeavour (sic) to find out the city of Colima, a rich place, but though they rowed twenty leagues along the shore, they could not meet with any spot where they could land, and saw not the least sign of inhabitants; except four horsemen, which the men followed, but lost their way in the woods. They returned on board the 28th and soon after the volcano, or burning mountain of Colima, very remarkable for its height, six leagues from the sea-side, appeared with two high points, from each of which issues always either fire or smoke” (Dampier en Lemoine, 1807, pp. 37-38).

19Edward Harcourt fue un ingeniero militar de origen germánico que participó en la Guerra de Texas. Llegó a dicho territorio en 1835 y se unió al ejército texano como jefe de ingenieros. Construyó fortificaciones en la costa de tejana para defenderla de una posible invasión mexicana por mar. Entre 1828 y 1835 estuvo en México trabajando para una minera británica. En su momento, formó parte también del ejército federalista que buscó remover a Santa Anna del poder.

20Así se observa en los relatos “La laguna de Alcuzahue”, “La ciudad encantada”, “Perdido en la montaña”, “El sueño del pobre y del rico”, “El Gentil” y “La piedra de Juluapan”.

21La presencia de Wang Wei, el célebre marino chino, que parece referenciar a la dinastía Wei (386-534/535 AD) en “La piedra de Juluapan”, y la influencia comercial china en “Notas y paisajes de Manzanillo”, son algunos ejemplos de la fuerte presencia de Oriente en la literatura del colimense.

22“El guardia virreinal”, “La ciudad encantada”, “La piedra de Juluapan”, son ejemplos representativos de este fenómeno.

Recibido: 06 de Marzo de 2023; Aprobado: 11 de Julio de 2023

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