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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.61 Ciudad de México ene./jun. 2021  Epub 31-Ene-2022

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2021.61.76277 

Artículos

Precursores del “periodismo psiquiátrico” en la ciudad de México a finales del siglo XIX*

Precursors of “Psychiatric Journalism” in Mexico City at the End of the 19th Century

José Antonio Maya González** 
http://orcid.org/0000-0001-9840-2179

**Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, jomayago@gmail.com


Resumen

El objetivo del presente trabajo es analizar tres piezas de géneros periodísticos diferentes sobre la vida en los manicomios Hospital de San Hipólito (para hombres) y el Divino Salvador (para mujeres), ambos en la ciudad de México, a fines del siglo XIX. Los autores de los textos, Hilarión Frías y Soto, Julio Poulat y Francisco Zárate, fueron escritores-periodistas interesados en observar, describir y recrear la vida dentro de los manicomios mediante sus escritos. El argumento principal del presente artículo es que sus producciones discursivas fueron una opción narrativa más dentro de las diversas ofertas periodísticas de los diarios capitalinos de la época interesados en las cuestiones mentales.

Palabras clave: periodismo; psiquiatría; locura; literatura; escritores

Abstract

The objective of this paper is to analyze three journalistic pieces of different journalistic genres about the inner life of Mexico City’s madhouses Hospital San Hipólito (for men) and Divino Salvador (for women) at the end of the 19th Century. The authors of the studied pieces, Hilarión Frías y Soto, Julio Poulat and Francisco Zárate, were writer-journalists interested in observing, describing and recreating the inner life of asylums through their writings. The main argument of the present article is that their discursive productions were just narrative options among a wide range of journalistic offerings by the various mexico city’s newspapers of the time interested in mental issues.

keywords: journalism; psychiatry; madness; literature; writers

Introducción

En 1887, el magnate norteamericano y propietario del New York World, Joseph Pulitzer, preguntó a la corresponsal Elisabeth Jane Cochran, mejor conocida como Nellie Bly, si quería introducirse de manera encubierta en el manicomio de la isla de Blackwell, en Nueva York. Entusiasmada y convencida de sus capacidades, la joven reportera emprendió un intenso trabajo actoral y, con el poco español que aprendió en su periplo de seis meses en México un año antes,1 se inventó una falsa identidad para convencer a los administradores del nosocomio de que estaban ante una demente. Luego de permanecer confinada durante 10 días, comenzó a enviar sus textos al periódico neoyorkino, los cuales, más tarde, recopiló en uno de los libros más influyentes de los Estados Unidos: Ten Days in a Madhouse.2 Debido a la exposición directa, personal y detallada no sólo de las condiciones insalubres del establecimiento, sino de los maltratos y las vejaciones que sufrían muchas mujeres en el asilo, varios estudiosos han considerado que se trata de la obra fundacional del periodismo de inmersión o encubierto,3 una modalidad de investigación en la cual la figura del repórter lograba situarse, de manera infiltrada, en el lugar de los acontecimientos con el fin de observar, describir y analizar la realidad a partir de la experiencia subjetiva.

Sin embargo, antes de Nellie Bly otros reporteros y redactores habían realizado exploraciones encubiertas en asilos, albergues, cárceles y manicomios para denunciar las condiciones en que vivían los confinados. En 1866, James Greenwood ingresó de manera encubierta en un hospicio londinense; luego publicó su trabajo “Una noche en un asilo de pobres” en Pall Mall Gazette, considerado el reportaje fundador de un género, “el de los reportajes de incógnito en los lugares más inaccesibles del underworld”.4 Dominique Kalifa sostiene que el reportaje undercover fue una modalidad investigativa indispensable para evidenciar las problemáticas de la sociedad; “sólo este conocimiento de primera mano que valida el ‘yo he visto’ del reportero, puede levantar el vuelo sobre estas sórdidas realidades”.5 Los primeros reportajes del inframundo buscaban dimensionar el horror para transformarlo en mercancía noticiosa. Las experiencias reporteriles mencionadas despertaron gran entusiasmo entre editores, corresponsales y reporteros en el ámbito internacional, instituyendo las visitas, los alojamientos y las entrevistas en los manicomios en una práctica obligada para periodistas astutos y escritores curiosos. Reporteros, fotógrafos y fotorreporteros de varias partes del mundo se internaron de forma encubierta para denunciar las condiciones deplorables en que vivían los locos y abogar por un mejor trato a lo largo del siglo XX.6

En México hubo valiosas incursiones realizadas durante las décadas de 1930 y 1940; por ejemplo, el reportero Gregorio Ortega y el fotógrafo Ismael Casasola visitaron el Manicomio General “La Castañeda” (1910-1968) con la anuencia de las autoridades. Sus fotorreportajes, publicados en la revista gráfica Hoy, retrataron con crudeza la degradación que suponía la locura entre los confinados. El caso más representativo fue el del reportero Jorge Davó Lozano, quien se hizo pasar por un enfermo mental aduciendo alucinaciones e insomnios, con lo que logró introducirse en el emblemático manicomio. A su salida, publicó en las páginas de la aludida revista una serie de fotorreportajes que mostraban las penurias en que vivían los asilados, además de que exigió al Estado mexicano mejorar la infraestructura de los pabellones. Las fotografías que en esa ocasión tomó Ismael Casasola, reforzaron un imaginario de horror a partir del testimonio vivencial del reportero.7 De estas experiencias de inmersión surgen dos reflexiones: por un lado, no es posible afirmar que en el México posrevolucionario haya existido un periodismo psiquiátrico encubierto, ya que diversas fuentes indican que en su mayoría se trató de una práctica “negociada” dado que comúnmente los psiquiatras facilitaban el ingreso de los reporteros al manicomio, en la forma y durante el tiempo que ellos consideraban idóneos.8 Y, por el otro, no fueron las primeras experiencias de inmersión en los manicomios nacionales. Como trataré de mostrar en este trabajo, a finales del siglo XIX hubo ciertos escritores-periodistas interesados en sondear los territorios de la demencia para describir los espacios, sus habitantes y las actividades de los facultativos mediante producciones textuales profundamente eclécticas en las que relataron sus impresiones personales.

El objetivo del presente trabajo es analizar tres producciones escritas en las cuales sus protagonistas-narradores lograron internarse en los hospitales capitalinos para locos: el hospital de San Hipólito para hombres y el Divino Salvador para mujeres. Hilarión Frías y Soto, Julio Poulat y Francisco Zárate fueron escritores-periodistas interesados en observar, describir y recrear los intramuros manicomiales. Si bien no se internaron de forma encubierta a dichos nosocomios, dieron cuenta de su cotidianidad mediante modalidades textuales híbridas en las que combinaron la crónica y el diario íntimo, el reportaje ilustrativo y el cuento decadentista, respectivamente. El argumento a demostrar es que sus producciones discursivas fueron una opción narrativa dentro de las amplias ofertas periodísticas que circulaban en los diversos diarios capitalinos. Dichas producciones fueron publicadas en los principales diarios de la ciudad en una época de efervescencia cultural y modernización social. Sabemos que los periódicos representaban una vitrina de exhibición de “objetos, ritos y prácticas científicas”9 que ponían en circulación saberes médicos destinados a la enseñanza, espectáculo y divertimento de los lectores.

¿Por qué hablar de “periodismo psiquiátrico” en una época en que no existía la psiquiatría como disciplina consolidada y en la que el oficio reporteril comenzaba a profesionalizarse? El término se desprende de las interpretaciones derivadas de este trabajo; así, entenderé por “periodismo psiquiátrico” una modalidad informativa en la cual un profesional de la escritura (escritor-periodista, literato, cronista o reportero) se introduce en el espacio manicomial, de manera real o imaginaria, con el fin de producir un texto para denunciar las condiciones en que viven los internos; reivindicar el trabajo de los facultativos y las condiciones del inmueble; o bien, para generar un efecto estremecedor entre los lectores. En todo caso, se trata de una práctica discursiva que pretende explorar los espacios de la locura desde el punto de vista del protagonista-narrador. Así, me interesa conocer las representaciones que hicieron dichos escritores del espacio manicomial y examinar las estrategias narrativas utilizadas para describir y recrear lo observado. La ruta metodológica de este trabajo apunta a comprender la función de las narrativas en el contexto de la ciudad de México durante el último tercio del siglo XIX.

Utilizo fuentes de diversa índole: cuentos, poemas, crónicas, gacetillas y otros impresos. Las fuentes narrativas como cartas, autobiografías, diarios, poemas y, en general, la producción escrita por “locos” y “cuerdos”, son fuentes para la historia cultural de la psiquiatría porque permiten rastrear “la construcción de subjetividades, de prácticas del yo” relacionadas con el sujeto que escribe.10 Se trata de una línea de investigación novedosa que busca comprender las “elaboraciones culturales” en torno a las enfermedades mentales, los discursos psiquiátricos, las prácticas médicas y las instituciones de atención que emergen de las actitudes individuales y colectivas en un contexto específico.11 El texto está divido en dos secciones: en la primera se abordan algunos aspectos relevantes del escritor-periodista y se examinan las representaciones de la locura en la prensa capitalina; en la segunda se analizan las producciones escritas y la función que tuvieron en su contexto.

Prensa, locura y el escritor-periodista

El hospital del Divino Salvador (1700) para mujeres y San Hipólito (1566) para hombres fueron las instituciones capitalinas destinadas a la atención de enfermos mentales durante la presidencia de Porfirio Díaz (1877-1911). Dichos nosocomios se establecieron durante el virreinato, pero a partir de 1877 dependieron de la Dirección General de la Beneficencia Pública, fundada por el gobierno ese mismo año. Ambos nosocomios fueron espacios destinados a la atención, contención y clasificación de los locos; en esos espacios imperó la práctica médica con el trato compasivo de inspiración clerical. En ellos se confinó a toda clase de personas: criminales, alcohólicos y una multitud de individuos transgresores que en su momento fueron considerados por sus familias y el entorno social como merecedores del en­cierro.12 Los establecimientos cerraron sus puertas en 1910, luego de inaugurarse el novísimo Manicomio General, un espacio de atención, formación y consolidación de los nuevos profesionales de la psiquiatría en México.13 La vida de los locos comenzó a despertar el interés de varios escritores ávidos por conocer los intramuros manicomiales en el contexto de una medicina mental en ciernes.

Ciro B. Ceballos (1873-1938) relató en sus memorias las visitas que con frecuencia realizaban sus colegas escritores, poetas y periodistas Amado Nervo, José Juan Tablada y Bernardo Couto Castillo a la residencia del doctor Samuel Morales Pereyra, director del Hospital El Divino Salvador para mujeres dementes, ocurridas a finales del siglo XIX. Señaló que los literatos no sólo disfrutaban de la compañía de las bellas hijas del administrador, sino que también presenciaban de manera recurrente algunos “casos interesantes” de locas, guiados bajo la escrutadora mirada del facultativo:

Esta señora enloqueció a consecuencia del suicidio de su hijo, a quien mucho amaba. Esta muchacha perdió la razón en el conventículo donde sus padres la internaron para hacerla desistir de un amor. Esta es una idiota. Esta es ninfómana. Esta también. Esta padece delirio de persecución. Aquella viejecita sufre de locura mística.14

Las descripciones ofrecidas por Ciro B. Ceballos muestran la sociabilidad reinante entre ciertos escritores finiseculares y algunos médicos porfiristas, mejor aún, evidencian que en el ocaso de la centuria las visitas a los nosocomios se habían convertido en una práctica asidua para los cofrades de la República de las Letras. En septiembre de 1895, al parecer el poeta José Juan Tablada pasó una breve temporada en San Hipólito debido al consumo de ciertos enervantes. Carlos Díaz Dufoo, uno de los fundadores de la Revista Azul, destacó la “dolorosa y aguda crisis” por la que atravesaba su compañero de letras al que describió como “un iniciado en los misterios de esa vida de las drogas estimulantes de la imaginación; el éter, la morfina, el haschich”.15 Así, varios escritores dejaron testimonio de las visitas y los confinamientos que realizaron ciertos literatos en un contexto periodístico que comenzaba a visibilizar la demencia en el espacio público.

En efecto, a finales del siglo XIX, la locura estaba en vías de convertirse en un “hecho noticioso” bastante redituable. Un indicador de la notable demanda radica en que los diarios difundieron una alta variedad de noticias que oscilaban entre el horror y la fascinación. La función mediática de dichas inserciones respondía, entre otras cosas, a las necesidades de control social de los grupos dirigentes.16 Al respecto, un articulista apuntaba lo siguiente: “La sociedad está tan cerca de la locura”, insistía, “que se justifica que quieran levantarle monumentos”.17 Con un estilo práctico y una prosa meticulosa, los diarios comenzaban a vislumbrar con alarma la expansión de la enfermedad mental y las terribles realidades que asolaban los espacios de confinamiento. El alienado era concebido como un enfermo que había perdido la razón; por su parte, los alienistas eran aquellos nuevos especialistas que atendían la alienación mental. Si bien México no contaba con un “proyecto alienista”, sí existía una medicina cientificista interesada en los asuntos psicopatológicos que propició prácticas y discursos médico-psiquiátricos dentro y fuera del espacio manicomial.18 Sin embargo, el interés por la locura pronto dejó de ser patrimonio exclusivo de unos cuantos “expertos”, ya que adquirió relevancia social gracias a la pujante labor de la prensa gacetillera.19 Los periódicos generaron percepciones de la demencia centradas, al menos, en dos elementos de la vida urbana: los comportamientos trasgresores y los excesos pasionales. Menciono unos ejemplos.

El 21 de noviembre de 1883, un hombre montado a caballo transitaba por las calles de la ciudad de México, cabalgaba apacible “insultando a todo el mundo” sin razón aparente.20 Según el gacetillero, no era un personaje que reclamara el dinero de una apuesta o increpara al amante de su prometida; en realidad, se trataba de un “loco” que perturbaba la tranquilidad pública. Dos meses después, otra noticia detallaba sobre la situación de una mujer de mediana edad avecindada en la capital, la cual comenzó a “golpear a los paseantes frente a la puerta de su habitación” en la calle de las cuevas. La “pobre loca”, llamada así por los redactores, también había golpeado a un niño “causándole una herida en la cabeza”.21 Los redactores calificaban el insulto y la violencia urbanos como formas de locura que merecía una inserción noticiosa de denuncia. Además de la circulación de gacetillas, los rotativos publicaban de manera simultánea artículos científicos, producciones literarias y noticias sensacionalistas sobre supuestos comportamientos demenciales, personajes literarios enloquecidos y multitud de sujetos transgresores que pululaban en la metrópoli.22 Gacetilleros, redactores y demás profesionales de la noticia asumieron la responsabilidad de mostrar esas realidades demenciales para transformarlas en un hecho noticioso; sin embargo, ¿qué representaba ser escritor a finales de siglo? ¿Cuáles eran sus medios de subsistencia?

Los escritores de la segunda mitad del siglo XIX se hicieron depositarios de una de las actividades más importantes en México: el ejercicio periodístico. Los diarios eran los principales instrumentos de información de lo público, labor realizada gracias al esfuerzo de empresarios, editores, tipógrafos, redactores y periodistas que participaron de la civilización del periódico.23 Sabemos que en 1884 existían seis diarios de oposición y 24 a favor del gobierno en turno; cuatro años después había 227; 385 al siguiente año, alcanzando la cantidad de 531 en 1898.24 La situación en el Distrito Federal era la siguiente: en 1876, había 182 diarios en la capital, número que se redujo a 142 para 1910, muchos de los cuales seguramente desaparecieron luego de las campañas presidenciales de Porfirio Díaz.25 Lejos de debatir sobre la cantidad, aumento y disminución de los periódicos, me interesa resaltar que la prensa capitalina alcanzó tal importancia social que difícilmente los capitalinos podían mantenerse al margen del sistema de información de lo público.26

Los diarios posicionaban proyectos, posturas e ideas que ayudaban a forjar la llamada opinión pública, en razón de que fueron un medio de comunicación sumamente politizado que ponía en circulación todo tipo de noticias e informaciones destinadas, por lo general, a una minoría de lectores concentrados en la capital.27 El periódico representaba un laboratorio de experimentación de textos, comúnmente caracterizados por la hibridación de géneros discursivos encaminados a persuadir y despertar el interés de los lectores: la crónica, la crítica literaria, el reportaje, el cuento, entre otros. Por lo tanto, eran escritores-periodistas porque vivían para y por los periódicos, de tal suerte que sus producciones escritas dependían de los tiempos de entrega y debían satisfacer al editor quien, finalmente, pagaba sus salarios.28 Dichos productores podían ganar entre 30, 50 y 100 pesos mensuales, “cantidades suficientes para satisfacer el costo de la vida, aunque modestamente fuere”, recodaba el propio Ciro B. Ceballos.29 Comparados con otros honorarios se puede observar que muchos escritores-periodistas podían subsistir de su trabajo escrito; por ejemplo, en 1876 un trabajador de limpia ganaba 30 pesos al mes; en cambio, para 1882, el Ayuntamiento pagaba 25 pesos mensuales a profesores de instrucción elemental. En 1884, un alcaide de la cárcel percibía un suelo de 100 pesos.30 Finalmente, aunque dicho oficio no pagaba buenos sueldos sí otorgaba prestigio literario y capital social; en este sentido, un escritor-periodista era, ante todo, un productor de bienes simbólicos que defendía su honor masculino mediante la astucia de la palabra y el dominio del lenguaje.31 En suma, como trabajador asalariado, los escritores-periodistas profesionalizaron el oficio a partir de su inserción en los espacios de la prensa capitalina. La diseminación de la demencia como fenómeno periodístico fue construyendo un marco cultural idóneo para la emergencia de una serie de propuestas textuales interesadas en sumergirse en los intramuros manicomiales: la crónica epistolar, el reportaje ilustrativo y el cuento decadente.

Infiltrados en el manicomio

En el mes de julio de 1882, el médico, escritor y periodista Hilarión Frías y Soto (1831-1905) publicó su texto “Cartas de un loco” en las páginas de El Diario del Hogar. Safir, el protagonista-narrador de la obra, decidió recluirse en el nosocomio de San Hipólito al sentirse un genio poco valorado, “sin que nadie me estorbara al paso”. De acuerdo con su declaración, la verdadera motivación de su incursión era “la curiosidad de ver este edificio y de buscar en él un descanso y un asilo”.32 Respecto a dicha publicación, Ana Laura Zavala Díaz ha señalado que las cartas de Hilarión forman un discurso que abreva de la narrativa de viaje y la crónica epistolar, géneros o modalidades textuales que utilizó el autor para producir un “texto híbrido” con el cual podía mantener el interés de los lectores, incidir en la opinión pública y criticar, mediante la ironía, la política científica del presidente Manuel González y su compadre Porfirio Díaz.33 A todo esto habría que añadir que el protagonista-narrador era corresponsal del mencionado rotativo; por lo tanto, mi análisis pretende resaltar la posición del observador de los hechos.

En efecto, Safir se desempeñaba como redactor de dicho diario; una vez que ingresó al nosocomio solicitó a su editor, Filomeno Mata, figura señera del periodismo de oposición, publicar “las elucubraciones de un loco” sabedor de que su deber como escritor-periodista era documentar su experiencia en el manicomio. Mediante sus cartas escritas desde el encierro y dirigidas todas ellas al editor, Safir describió el espacio manicomial usando la metáfora de un descenso que evocaba los infiernos dantescos: “Y lo que más me atormentó el alma fue que al recorrer el establecimiento, en lo cual me acompañaron sin abandonarme un instante, ni un momento se extrañaron sus ideas, y me informaban de cuanto íbamos viendo, dándome cuenta de todo con perfecta lucidez”.34 Dicha estrategia narrativa colocaba al testigo presencial como un Virgilio que surcaba el “infierno de la razón humana” entre los sonidos de la locura, escuchando carcajadas estridentes, lamentaciones, sollozos y aullidos que salían de las fauces de una multitud de locos. Sin embargo, al tomar el lugar del informador suspicaz documentó la historia del inmueble al considerarlo necesario,35 luego detalló sobre los dormitorios y diversos pabellones bajo la apacible tranquilidad de un loco fingido que avanza con asombro, estremecimiento y expectativa, cual armas para inventariar los sucesos. Lo primero que llamó su atención era la fetidez y los miasmas que inundaban los espacios del deteriorado inmueble: “Solo le encargo a usted -refiriéndose al editor- que traiga consigo o un trozo de alcanfor en su bolsa, o el pañuelo empapado de solución de ácido fénico; o cualquier cosa, en fin, que le haga tolerar a usted este aire viciado y nauseabundo”.36 En su recorrido, Safir criticó la pésima gestión del entonces director, el doctor Juan Govantes, a quien calificó de hombre honrado, pero “pésimo administrador”. Dicho galeno había sido designado director del nosocomio en 1877, aunque años después comenzó a ser objeto de críticas por parte de la prensa. El 5 de agosto de 1888, el rotativo México Gráfico publicó una litografía satirizando la sapiencia del facultativo. Debajo de la imagen venía incluido un poema en el que Govantes, identificado con el yo poético, reflexionaba sobre la incurabilidad de la locura de los confinados a su cargo.37 La labor informativa de las cartas escritas por Hilarión Frías y Soto radicaba en la crítica social de la institución manicomial, de las funciones del director y el abandono de sus internos; dicha postura se articulaba con una serie de quejas que los propios alienistas franceses habían lanzado en contra del modelo de confinamiento asilar.38

Las observaciones de Safir denunciaban que no existía una división científica en la distribución de los locos, “tal como debe procurarse en un manicomio construido según la ciencia alienista”. El protagonista-narrador aludía a la reforma psiquiátrica implementada en muchos manicomios franceses por Jean Etienne Esquirol durante la primera mitad del siglo XIX. Para el alienista galo, la eficacia terapéutica radicaba en las buenas condiciones del edificio con el fin evitar un ambiente nocivo y la sensación de encierro; asimismo, los espacios debían distribuir a los internos según la similitud de los síntomas, separando a cada grupo en pabellones autónomos, entre otras disposiciones.39 Ya en junio de 1870, un redactor del diario conservador La Voz de México había llamado la atención de la opinión pública sobre el uso de los baños de agua fría como medida de represión utilizada en San Hipólito; si los capitalinos pretendían ver en el hospital “una asistencia delicada” era menester de las autoridades competentes destinar “suficientes recursos, y entonces los ilustrados facultativos que lo dirigen, sabrán ponerlo bajo condiciones verdaderamente lisonjeras”.40 En vísperas de la navidad de 1883, otro redactor del rotativo conservador El Tiempo constató que en dicho nosocomio varonil no sólo los servicios médicos eran deficientes, sino que “los desdichados enfermos reciben mal trato de los empleados”.41 Una década más tarde, peticiones como estas distaban de cualquier realidad.

En sus recorridos, Safir llegó al Pabellón de Distinguidos, en donde llamó su atención la juventud de la gran mayoría; luego pasó al Pabellón de Epilépticos al que calificó de “aterrador”. Posteriormente, acudió al de Alcohólicos, espacio en el que lamentó no haber estado con algún funcionario público que, alegres y presurosos, solían degradar su inteligencia en alguna rupestre cantina. Finalmente terminó en el Departamento General, lugar en donde estaban mezclados los locos pobres, vagos, asilados y un sinfín de menesterosos. Así, en su calidad de corresponsal para El Diario del Hogar lamentó ante su editor el estado de inmundicia que reinaba en dicho nosocomio, “el hospital de San Hipólito está en estado lamentable y que debe avergonzar a la administración”. Incluso ironizó con la crecida del pasto en el jardín principal, el cual podría servir para el divertimento del director por si algún día se le antojara atrapar “conejos, liebres y hasta jabalíes”. Safir estaba comprometido con documentar lo que percibía; de lo contrario, prevenía al editor: “No hablaré a usted de la parte alta del establecimiento porque no la vi”.42 Por todo lo observado, el protagonista-narrador lamentó que San Hipólito fuera un hospital en el que prevalecía el desorden, el harapo y la inmundicia. En suma, “Cartas de un loco” de Hilarión Frías y Soto fue un trabajo incendiario que buscaba la franca denuncia mediante un periodismo psiquiátrico que, por un lado, intensificó las críticas sobre el abandono institucional del nosocomio varonil y, por el otro, fundó las primeras leyendas negras sobre el espacio manicomial en la modernidad porfiriana.

Ante las acusaciones de maltrato y falta de recursos materiales, algunos funcionarios públicos realizaron visitas a fin de inspeccionar y modernizar los hospitales para dementes. En febrero de 1882, Carlos Diez Gutiérrez, entonces Secretario de Gobernación en la administración de Manuel González (1880-1884), constató el buen estado en que se encontraba el Divino Salvador; declaró lo siguiente: “En todas las salas reina un perfecto aseo, y los dormitorios recientemente restaurados nada dejan que desear”. En su recorrido comprobó que había 207 mujeres y 22 niñas ocupando las habitaciones, además de que se vanaglorió de los progresos terapéuticos que ahí se brindaban: “El hospital está dotado de magníficos baños hidroterápicos del sistema Fleury, que son los más provechosos para las enfermas”.43 Incluso, tuvo la idea de adquirir una de las casas contiguas al hospital, “proyecto que está en vísperas de realizarse”.44 Meses después de su visita “varias personas caritativas” donaron camisetas a todas las mujeres del nosocomio femenil, según informó El Monitor Republicano.45 En esta encomiástica visión del hospital y de los esfuerzos estatales para mejorar los inmuebles, se ubica el reportaje escrito por el periodista y empresario Julio Poulat, titulado “13 de agosto. La fiesta de los locos”, publicado en El Mundo Ilustrado (1895-1914) en su edición del 11 de agosto de 1895.46

El Mundo Ilustrado fue una publicación dominical fundada por el empresario Rafael Reyes Spíndola, porfirista irrestricto y hombre cercano al grupo de los “científicos”; Julio Poulat fungió como su primer director. Era un suplemento de El Mundo, diario destinado a la elite porfiriana que incluía noticias nacionales e internacionales, secciones literarias y culturales (novedades, teatro, zarzuela), así como reportajes sobre asuntos sociales de los sectores privilegiados: bautismos, matrimonios y diversas celebraciones.47 Además, dicho impreso innovó en el diseño de sus portadas, dibujos e inclusión de fotografías de hombres prestigiados.48 El reportaje que nos ocupa venía acompañado de una serie fotográfica como apoyo visual.

El texto de Julio Poulat fue quizá el primer reportaje propiamente dicho que detalló sobre las condiciones de los manicomios de San Hipólito y El Divino Salvador, mejor conocido como “La Canoa” (por su ubicación en la calle que llevaba el mismo nombre), los avances científicos en la materia y la vida cotidiana de sus habitantes. Con la conmemoración del día de San Hipólito el 13 de agosto, los locos del hospital celebraban “como de costumbre” una fiesta con bailes, cantos y desfile abierto al público en general.49 Cada año, los mexicanos podían tener contacto directo con los asilados; así, los dementes podían ser apreciados por sus visitantes y disfrutar de un espectáculo único. A propósito de dicha festividad, Julio Poulat decidió realizar una visita a los dos nosocomios capitalinos con el objeto de despertar “algún interés para nuestros lectores”. Cabría resaltar su metodología: primero visitó el campo de estudio, luego realizó entrevistas con los internos y demás personal médico, y, finalmente, llevó la información al diario para su publicación. Esta forma de trabajo lo vinculaba con la del moderno reportero como ese nuevo profesional de la noticia responsable de llevar la información al diario y, como testigo ocular de los hechos, despertar el interés y el sensacionalismo de los lectores con su astucia narrativa.50

Julio Poulat asumió el lugar del reportero preocupado por sondear los territorios de la enfermedad mental, subrayando que los “mexicanos” eran propensos a desarrollar ese tipo de afecciones: “El temperamento de nuestra raza nos predispone más que a otras a la enajenación mental”. Mejor aún, se hizo depositario de los miedos sociales al demandar con ahínco investigaciones que permitieran solventar el acuciante problema: “Es urgente estudiar las causas que puedan precipitar ese derrumbamiento de la razón y aumentar el número de inquilinos en San Hipólito y la Canoa”.51 El director del semanario, como muchos de los facultativos de la época, observó el ascenso de la locura desde una postura de defensa social; sin embargo, no ocultaba su entusiasmo por las labores de indagación psiquiátrica y jurídica que se estaban desarrollando en México. En su reportaje no ofreció mayores descripciones sobre los espacios, dormitorios y pabellones más allá de la inmaculada limpieza y el carácter festivo que encontró los días de su visita. Su objetivo revelaba didácticas intenciones: “Dar a conocer las formas principales de demencia y describir muy ligeramente los diversos aspectos bajo los cuales se presentan esos desdichados seres”.52 Julio Poulat centró su experiencia de inmersión en la descripción de las locuras de acuerdo con las clasificaciones propuestas por los fundadores del alienismo francés, Phillipe Pinel y Jean Etienne Esquirol,53 procurando dar cuenta de los comportamientos comunes de los internos.

En el Divino Salvador fue recibido por su director, el doctor Secundino Sosa, un distinguido alienista que impartió cursos sobre enfermedades mentales para abogados en la Escuela de Medicina.54 Por lo inmaculado del inmueble y la buena organización interna que describe el autor, se puede conjeturar que la visita del reportero pudo haber sido negociada con anterioridad. Al transitar por un corredor que rodeaba el jardín, observó con sorpresa el aspecto desolador que dibujaban los semblantes de las asiladas: “Causa repugnancia el grupo de las idiotas e imbéciles, son infelices que sólo tienen de gente la figura, pues su rostro, por lo regular, deforme, tenía un aire bestial; sin expresión, sin brillo en la mirada”.55 Nuestro autor se asumió como un testigo en presencia de un espectáculo inquietante: el de la locura percibida in situ. Sus impresiones hacían alarde de sensaciones de extrañeza, una suerte de encuentro furtivo que podía enmudecer a un lector desprevenido: “Cuántas pasiones, cuántos sentimientos se miran retratados en aquellos semblantes, en todos los cuales, sin embargo, se advierte algo extraño, algo muy desconsolado, muy triste, muy horrible, frío como la muerte”.56 El reportaje del autor muestra una posición profundamente ambivalente: mientras que vincula la locura bajo el viejo esquema de lo bestial, también reconoce a los individuos enajenados a los que observa con inferioridad. Esta postura lograba extrapolar a la sociedad porfiriana muchas “fantasías científicas”57 mediante las cuales emergían ideas de lo que se consideraba un razonamiento médico que era vulgarizado a través del periódico.

Esas impresiones saturadas de sentimientos de condescendencia fueron muy distintas en su recorrido por San Hipólito (Figura 1). Primero solicitó a sus lectores desconfiar de esos criminales que se hacían pasar por dementes; segundo, consignó la violencia como el sello distintivo del nosocomio varonil. En este espacio, Julio Poulat asumió la posición del médico-periodista que buscaba corroborar, mediante la utilización de fotografías, los supuestos rasgos característicos de los locos en una suerte de aviso de advertencia para el lector: el retrato “revela el carácter de la enfermedad”. El autor seguía un método de trabajo implementado por los facultativos de la mente desde la segunda mitad del siglo XIX, según el cual la fotografía podía ayudar en el estudio del tratamiento de la enfermedad mental. La apariencia física podía ser registrada y las imágenes de los rostros facilitaban la identificación de un caso.58 En el reportaje de Julio Poulat, la visualidad jugaba un papel fundamental, ya que buscaba generar un discurso con pretensiones de veracidad clínica. En este sentido, llamó la atención sobre un monomaniaco que pertenecía “a familia muy conocida en México” quien aseguraba descender de una estirpe de héroes que habían luchado por la Independencia.

La fiesta de los locos”, El Mundo Ilustrado, 11 de agosto de 1895, 6 y 7

Figura 1 “Artículos curiosos para personas ilustradas. 13 de agosto. 

La conducta reporteril que asumió el autor hacia otros dementes inofensivos denotaba sentimientos de compasión; las proclamas de fortuna, las risas socarronas y la defensa imaginaria de tesoros le parecieron gestos delirantes que merecían poco más que el respeto y la piedad de los mexicanos. Su labor como reportero de campo se cifraba en ese encuentro con el desequilibrado: “Hemos platicado con algunas personas que durante cierto tiempo habían perdido el juicio y nos confiesan que según el sentimiento que los dominaba, habían experimentado igual sensación de placer o de pena que cuando se habían encontrado en la embriaguez causada por el alcohol, la mariguana o algún otro narcótico”.59 En suma, el trabajo de Julio Poulat fue uno de los primeros reportajes propiamente dichos dentro del periodismo psiquiátrico. Su labor fue revertir la mala imagen del manicomio e invitar a los lectores a condolerse de esa fauna enloquecida por la marcha de la civilización: “Compasión y respeto a los vencidos en la terrible lucha por la vida”.60 Su labor informativa radicó en sensibilizar a esa minoría ilustrada, católica y privilegiada, que miraba con devota preocupación la caída de unos seres humanos víctimas de la enajenación mental. Su trabajo significó formalizar un método de inmersión en el espacio manicomial con el cual pretendió coadyuvar a los progresos de la medicina mental y de la nación.

Mientras que Hilarión Frías y Soto buscó denunciar el abandono del hospital de San Hipólito y Julio Poulat pretendió resarcir la leyenda negra de los nosocomios, otros escritores-periodistas redactaron cuentos sobre locos con los que procuraban ficcionalizar la locura y generar toda suerte de efectos entre sus lectores. El 25 de julio de 1899, Francisco Zárate Ruiz (1875-1907) publicó en el rotativo El Popular un cuento titulado “Cuentos del Manicomio ¡No era loco!”.61 Un año antes había publicado “Homicida”, en el semanario El Mundo.62 Dichas producciones se sumaban a otras propuestas estéticas de tendencia decadente interesadas en abordar temas relacionados con la criminalidad, la anormalidad y la locura. Los escritores de dicho movimiento literario publicaron en las páginas de los diarios una amplia oferta narrativa (cuentos, poesía, novela) con la finalidad de mostrar su flamante autonomía como artistas sometidos a las reglas de la oferta y la demanda.63 Vivieron la contradicción de la modernidad porfiriana; recurrir a la crítica social dentro de un sistema de producción que podía cubrir sus necesidades de subsistencia.64 El contenido de sus narrativas estuvo marcado, en buena medida, por la creciente demanda de historias de locura, escándalo y violencia.

En efecto, los escritores decadentes fueron profesionales de la escritura que competían en el medio periodístico donde las noticias sensacionalistas sobre escándalos, crímenes y locura solían venderse a bajo costo.65 Diversos escritores latinoamericanos se obsesionaron con la sexualidad anómala, el suicidio y la demencia criminal para posicionar sus preocupaciones estéticas, mostrar su conocimiento del mundo psicopatológico y establecer una crítica a los valores burgueses por medio de personajes patológicos y criminales.66 Francisco Zárate Ruiz entra en la conceptualización de intelectual cuya “función social” era fortalecer la división del trabajo celebrando un arte puro.67 Compartió las obsesiones literarias de los decadentes mexicanos -Bernardo Couto Castillo, Ciro. B. Ceballos, José Juan Tablada y Alberto Leduc, entre otros-, abordando la muerte, el horror y la enfermedad mental desde una postura crítica de la modernidad que experimentaba.68 Formó parte de una constelación de escritores, periodistas, traductores y ensayistas que se ganaban la vida escribiendo, debatiendo y compitiendo en los espacios periodísticos de la capital.

En su breve estancia en Morelia (1900-1901), Francisco Zárate Ruiz compiló dos libros de cuentos: Manicomio. Los que no llegan a San Hipólito, integrado por 11 textos, y Cuentos funambulescos, compuesto por otros 7, ambos fechados en 1903.69 Investigaciones recientes han mostrado la injerencia narrativa de Edgar Allan Poe en las producciones de nuestro autor, razón por la cual “pueden considerarse plenamente fantásticos” porque comparten rasgos y motivos de ese discurso: “El tema de la locura no sólo aparece con relación a lo gótico poético y a la hipersensibilidad decadentista, también funciona como umbral para una posible transgresión fantástica”.70 Sin ánimo de nutrir las discusiones sobre la estructura y los elementos discursivos del texto, subrayo que para dicho autor la locura funcionó como una metáfora para alimentar, desde la ficción, las fantasías de terror sobre el espacio manicomial entre los lectores.

“Cuentos del manicomio ¡No era loco!” también está fechado el 13 de agosto, día en que se conmemoraba la fundación de la ciudad de México y celebraba a San Hipólito. El personaje-narrador se adentró en el manicomio para hombres dementes acompañado por un practicante que, al parecer, ahí laboraba. Al ingresar al nosocomio, percibió un espacio ordenado y salubre; por sus rincones se apreciaba un “notable aseo y adornos con banderas nacionales y recortes de papeles multicolores”, donde el personal transitaba apacible con sus blanquecinas batas. Es evidente que la recreación imaginaria del autor pretendía exaltar la festividad del día de su visita.

En sus recorridos, el protagonista-narrador mostró poco interés en detallar la distribución y estado en que se encontraban los pabellones; en cambio, centró su descripción literaria de inmersión en las actitudes y comportamientos de los asilados. Asumió una posición de testigo inocente que recogía con detalle todo aquello que el guía iba mostrándole, como si se tratara de un visitante ingenuo que recorría por vez primera un verdadero museo de la locura: “Aquel es un abogado que padece delirio de persecución”, aleccionaba el guía, “ese anciano cree que la cabeza que tiene no es suya y lo peor es que los ojos no son ni de esa cabeza”,71 y así sucesivamente con varios asilados que, al mismo tiempo, se acercaban al contingente que los visitaba. Al caminar entre los internos, el personaje-narrador asumió con sentido crítico lo observado: “Tan loco es el que deja convertir en cenizas su cuerpo por no negar a su Dios, como el que arroja una bomba en un teatro para que mueran los poderosos que allí están y hacer un bien a su patria”.72 Mediante sus observaciones, pretendía descalificar la autoridad de la psiquiatría al construir un discurso subversivo.

En cambio, como testigo en el lugar de los acontecimientos, utilizaba su cuerpo como depositario de todas las sensaciones de incredulidad, fascinación y extrañamiento que lo invadían al encontrarse con personajes anómalos, filósofos incomprendidos, ilustrados delirantes, napoleones, indios usurpadores, hombres-perro, furiosos que desprendían sus cabellos en nombre de su amada y otros locos que no lo parecían: “Yo comenzaba a sentir calosfríos. Tenía Miedo”.73 El cuento de Francisco Zárate Ruiz buscaba generar un efecto estremecedor entre los lectores,74 mediante ficciones horripilantes y temerosas que evocaban un espectáculo circense.

En su calidad de testigo-visitante, el protagonista-narrador tomó lo observado con extrañeza para descender en una espiral de confusión que terminaría por alterar su juicio: “Comenzaba a dudar cuáles serían los asilados de distinción y cuáles los visitantes. Creía encontrar en todos los que paseaban, síntomas de enajenados y esbozaba en mi imaginación historias trágicas, orígenes de sus locuras, terribles dramas”.75 Al finalizar su recorrido, reconoció a un antiguo compañero que estaba alojado en el nosocomio, “era de esperarse que algún día lo llevaran allí”, declaró, quien cuestionó ante su presencia la aparente normalidad de los cuerdos: “Yo prefiero un delirio de grandeza, a ser grande siendo cuerdo, porque ¿quién es cuerdo y quién está loco? ¿Está loco el que eternamente tiene un pensamiento mismo? ¿Es cordura la sucesión rápida, caleidoscópica, de cambiantes colores en las ideas? ¿Ése es el cerebro sano, el que con rapidez eléctrica, elabora una serie de ideas distintas?”.76 Como señala Vicente Quirarte, los escritores decadentes crearon una “galería de personajes neuróticos y siniestros”77 que revolucionaron la sensibilidad moderna al transgredir códigos fincados en el catolicismo. Además, resignificaron la retórica de los nervios para enmarcar la centralidad fisiológica de los procesos mentales y configurar la mentalidad de sus protagonistas.78 Francisco Zárate Ruiz utilizaba la voz del loco como una alegoría para criticar las fronteras de la razón.

Luego de su encuentro con el loco, el protagonista-narrador salió huyendo de San Hipólito, convencido de que su otrora amigo no era un demente, a pesar de que este pretendía matar a todos los habitantes del nosocomio para impedir la degeneración humana. El lector porfiriano lograba descubrir en la última línea que dicho personaje era un visitante como cualquier otro. De esta manera, el “loco” funcionaba como un símbolo “contra las virtudes burguesas”, entre las que se encontraban la “autodisciplina, la ética del trabajo, el orden, el cumplimiento de los deberes y sobre todo, el control de los afectos”.79 En definitiva, el cuento de Francisco Zárate Ruiz representó una forma de “periodismo psiquiátrico” que, a través de una ficción con un fuerte sentido de verosimilitud, pretendió agitar la sensibilidad de los lectores al sumergirlos en el espacio manicomial. El autor utilizó la figura del loco “que no lo parece” para cuestionar las fronteras de la razón y, de paso, desautorizar el discurso de la medicina mental porfiriana.

Consideraciones finales

Un elemento común en estas tres producciones textuales tiene que ver con lo siguiente: cada uno de los protagonistas-narradores entabló entrevistas, desató diálogos y breves conversaciones con los locos confinados en los nosocomios. Por ejemplo, Safir dialogó con los internos de San Hipólito para indagar sobre los procedimientos terapéuticos a los que estaban sujetos. La conversación le permitió confirmar que los baños de agua eran un “tormento cruel e inexplicable, espantoso, digno de la barbarie de otras épocas”. Por su parte, el reportero Julio Poulat buscó recabar testimonios mediante entrevistas con algunos confinados en el nosocomio varonil, con la finalidad de elucidar si los locos sufrían o gozaban en su locura: “Hemos hablado con algunas personas que durante cierto tiempo habían perdido el juicio y nos confiesan que según el sentimiento que dominaba, habían experimentado igual sensación de placer o de pena”. Finalmente, en el cuento de Francisco Zárate Ruiz el protagonista-narrador intentó evadir la conversación con un aparente loco argumentando que lo “agobiaba”; no obstante, nunca dejó de poner atención a sus dichos. Contrario a sus sensaciones, “me atreví a interrogarle”, declaró, sólo para descubrir en un antiguo compañero -y aparente loco- a un cuerdo siniestro convencido de la necesidad de sepultar a esos seres “definitivamente en una tumba”. De esta manera, los protagonistas-narradores se asumieron como observadores, informantes y testigos de los acontecimientos al propiciar charlas con los asilados y describir sus impresiones personales sobre el espacio manicomial. Esto permite vislumbrar la importancia que tenía para los escritores-periodistas recuperar de manera creativa el testimonio de los locos y delinear los aspectos más sórdidos y/o condescendientes en los nosocomios de San Hipólito y El Divino Salvador. Su interés por representar la locura confinada respondió, en gran medida, a las reglas de la oferta y la demanda que imponían los diarios. ¿Qué significaron estas tres producciones para el “periodismo psiquiátrico” de fin de siglo? El objetivo primordial de los autores fue que sus escritos no sólo sirvieran para introducir a una minoría de lectores a los intramuros de los manicomios capitalinos; también visibilizaron una serie de problemáticas en torno a las condiciones de los inmuebles y la situación de los internos. Al otorgar voz a los locos confinados, sea de manera real o imaginaria, dichas producciones escritas sirvieron como instrumentos pedagógicos con los que pretendieron denunciar, reivindicar y ficcionalizar la locura. En su calidad de escritores-periodistas, Hilarión Frías y Soto, Julio Poulat y Francisco Zárate Ruiz buscaron sensibilizar a la sociedad mexicana sobre un tema que a todas luces preocupó a la elite porfiriana. La demencia fue un fenómeno social que interesó a los grupos gobernantes y a los facultativos; así, sus producciones fueron una opción narrativa en el campo periodístico porque respondió a las ansiedades y miedos sociales que suscitaron los trastornos mentales durante el Porfiriato.

En definitiva, la crónica de denuncia, el reportaje ilustrativo y el cuento decadentista fueron tres trabajos que considero fundadores del periodismo psiquiátrico en el México finisecular. Mediante la observación directa (pretensiones de objetividad) y la recreación imaginaria (ficcionalización) permitieron acercar a los lectores porfirianos a los intramuros del espacio manicomial, representando la vida de sus habitantes y posicionando el fenómeno de la locura en la opinión pública.

Fuentes documentales

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*Una versión preliminar fue presentada como ponencia en el VII Encuentro de la Red Iberoamericana de Historia de la Psiquiatría, celebrado en la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia, el 7 de diciembre del 2018. Agradezco a los organizadores y comentaristas del evento, así como a los dictaminadores, por las sugerencias.

1 Nellie Bly, Six Months in Mexico (Nueva York: American Publishers Corporatios, 1888). https://digital.library.upenn.edu/women/bly/mexico/mexico.html, consultado el 10 de abril de 2020. Cansada de escribir en las secciones de moda y frivolidades, Nellie Bly, de 21 años, viajó a México como corresponsal del Pittsburgh Dispatch. En su estadía reco­rrió Chihuahua, Veracruz, Puebla y la ciudad de México, en donde tuvo oportunidad de conocer la vida cotidiana, las costumbres y las condiciones materiales de la gente de la época. En sus artículos no sólo describió con desazón la situación de pobreza, también denunció el encarcelamiento del periodista Daniel Cabrera, fundador del diario El Hijo del Ahuizote, situación que derivó en amenazas por parte del gobierno porfirista que la obligaron a regresar a los Estados Unidos. Rémy Bastien van der Meer, “Nellie Bly, la periodista más famosa de su tiempo (con fragmentos de Six months in Mexico)”, Nexos, 20 de marzo de 2018, https://cultura.nexos.com.mx/?p=15379, consultado el 10 de abril de 2020.

2 Nellie Bly, Ten Days in a Madhouse (Nueva York: Ian L. Munro, 1886), https://digital.library.upenn.edu/women/bly/madhouse/madhouse.html, consultado el 8 de abril de 2020.

3Una biografía imprescindible, Brooke Kroeger, Nellie Bly: daredevil, reporter, feminist (Nueva York: Times Books/Random House, 1994); para entender su método de exploración, véase María Angulo Egea, Inmersiones. Crónica de viajes y periodismo encubierto, prólogo de Antonio López Hidalgo (Barcelona: Universitat de Barcelona Edicions, 2017); Francisco Pérez Fernández y María Peñaranda Ortega, “El debate en torno a los manicomios entre los siglos XIX y XX, el caso de Nellie Bly”, Revista de la Asociación Española de Nueropsiquiatría, v. 37, n. 131, (2017): 95-112.

4 Dominique Kalifa, Los bajos fondos. Historia de un imaginario (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2018), 147. El historiador francés refiere a otras experiencias de inmersión; por ejemplo, en 1894, John Robert Widdup, redactor en jefe de un rotativo en Lancashire, se disfrazó de vagabundo para ingresar en un asilo de pobres; por aquellos años Beatrice Potter se hizo contratar en una fábrica de confección como migrante judía para contar su experiencia, mientras que la afamada Severine se disfrazó de obrera para investigar una huelga.

5Dominique Kalifa, Los bajos fondos…, 154.

6Un breve recuento de experiencias de inmersión por parte de periodistas y fotorreporteros en varios países de Europa y América Latina se encuentra en Oscar Martínez Azumendi, “Periodistas y reporteros gráficos como agentes de cambio en psiquiatría. Imágenes-denuncia para el recuerdo”, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, v. XXV, n. 96 (octubre-diciembre 2005): 9-28.

7 Rebeca Monroy Nasr, “La fotografía le da rostro a la locura. Dispositivo de registro, propaganda, afirmación o rebeldía”, en La psiquiatría más allá de sus fronteras. Instituciones y representaciones en el México contemporáneo, coord. de Andrés Ríos Molina (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2017), 223, 225, 227.

8Cabe recordar que durante la gestión del doctor Samuel Ramírez Moreno al frente del Manicomio General (1929-1933), hubo una “política de puertas abiertas” frente a la prensa. Con esta medida, el facultativo pretendía que los periodistas pudieran comprobar las mejoras institucionales y el trabajo terapéutico que estaba realizándose con los enfermos mentales, para así contrarrestar la mala imagen que se tenía del inmueble. Cristina Sacristán, “La locópolis de Mixcoac en una encrucijada política. Reforma psiquiátrica y opinión pública, 1929-1933”, en Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México, coord. de Cristina Sacristán y Pablo Piccato (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2005), 204.

9Sobre estos temas, véase el trabajo colectivo Ciencia y Espectáculo. Circulación de saberes científicos en América Latina, siglos XIX y XX, coord. de María José Correa, Andrea Kottow y Silvia Vetö (Santiago: Ocho Libros, 2016).

10 Yonissa Marmitt Wadi, Teresa Ordorika y Alejandra Golcman, “¡Qué expresan los locos latinoamericanos? Las fuentes narrativas y sus posibles abordajes”, Iberoamérica, v. XIX, n. 71, (2019): 186, https://doi.org/10.18441/ibam.19.2019.71.173-195.

11 Rafael Huertas, Historia cultural de la psiquiatría (Madrid: Libros de la Catarata, 2012), 12; Andrés Ríos Molina, coord., La psiquiatría más allá de sus fronteras. Instituciones y representaciones en el México contemporáneo (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2017); Ana Laura Zavala Díaz y José Antonio Maya González, “El caso del escritor Pedro Castera: entre la esfera pública, el campo literario y la experiencia manicomial en el México de finales del siglo XIX”, Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, v. 71, n. 2, (2019), https://doi.org/10.3989/asclepio.2019.21; José Antonio Maya González, “Más apasionante que un drama de psicoanálisis. Crimen, locura y subjetividad en la película El hombre sin rostro (1950)”, Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, n. 104 (mayo-agosto 2019), https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i104.1612.

12 Cristina Sacristán, “¿Quién me metió en el manicomio? El internamiento de enfermos mentales en México, siglos XIX y XX”, Relaciones, n. 4 (1998): 203-233; Andrés Ríos Molina, “Locura y encierro psiquiátrico en México. El caso del manicomio La Castañeda, 1910”, Antípoda, n. 6 (2008): 74-90.

13 Cristina Sacristán, “La contribución de la Castañeda a la profesionalización de la psiquiatría mexicana, 1910-1968”, Salud Mental, v. 33, n. 6 (nov-dic 2010): 473-480, http://revistasaludmental.mx/index.php/salud_mental/article/view/1379, consultado el 4 de mayo de 2019.

14 Ciro B. Ceballos, Panorama mexicano 1890-1910 (Memorias), edición crítica de Luz América Viveros Anaya (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2006), 390.

15 Carlos Díaz Dufoo, “Azul Pálido”, Revista Azul, t. III, n. 20 (15 de septiembre de 1895): 320. Sin embargo, no logré constatar la noticia de la reclusión del escritor en San Hipólito. Bernardo Couto Castillo dedicó a José Juan Tablada su poema Poemas locos. La canción del ajenjo, en donde se describen las experiencias narcóticas del narrador vinculadas a estados alterados de la consciencia: “Las visiones iban y volvían, circulaban alrededor de mi cabeza, tristes las unas —con la tristeza de los destinos no cumplidos— riendo las otras, con risas guturales y lascivas, con la pacífica sonrisa de la inocencia otras; y la visión iba, volvía, desenrollándose las azuladas nubes, nubes de quimeras, al brotar y desprenderse del trono de ópalo”. Bernardo Couto Castillo, “Poemas locos. La canción del ajenjo”, Revista Azul, t. V, n. 5 (31 de mayo de 1896): 77-78.

16Para el caso del suicidio y criminalidad como noticia en la prensa capitalina finisecular, véase Alberto del Castillo, “Notas sobre la moral dominante a finales del siglo XIX en la ciudad de México. Las mujeres suicidadas como protagonistas de la nota roja”, en Modernidad, tradición y alteridad. La ciudad de México en el cambio de siglo (XIX-XX), ed. de Claudia Agostoni y Elisa Speckman (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001), 319-338; Elisa Speckman, “Las flores del mal. Mujeres criminales en el Porfiriato”, Historia Mexicana, v. XLVII, n. 1 (1997): 183-229.

17“Un manicomio”, El Monitor Republicano, 5 de mayo de 1882, 1.

18El historiador Andrés Ríos Molina sostiene que durante el Porfiriato no hubo un gremio consolidado de psiquiatras profesionalizados, sino una medicina “interesada en la psicopatología” como resultado del esfuerzo y la voluntad de médicos abocados a las cuestiones mentales, como Miguel Alvarado, José Peón y Contreras y José Peón del Valle. Andrés Ríos Molina, Cómo prevenir la locura. Psiquiatría e Higiene Mental en México, 1934-1950 (México: Siglo XXI/Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2016), 20, 23.

19Las gacetillas era brevísimas inserciones publicadas en los diarios capitalinos en las que se ofrecían noticias sobre escándalos, sucesos cotidianos y espectáculos. Pablo Piccato consideró que las gacetillas establecían un puente entre la prensa y “las habladurías”, porque combinaban información de primera mano (cartas, citas, reportes) con debates y opiniones indiscriminadas que podían afectar la honorabilidad de los hombres públicos y las personas comunes. Pablo Piccato, La tiranía de la opinión pública. El honor en la construcción de la esfera pública en México, trad. de Lucía Rayas (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/El Colegio de Michoacán, 2015), 95.

20“Un loco”, El Monitor Republicano, 21 de noviembre de 1883, 3.

21“Una loca”, El Monitor Republicano, 22 de enero de 1884, 3.

22Cabría señalar que en los periódicos de la ciudad de México circularon saberes expertos generados por los facultativos, visiones literarias realizadas por varios escritores y conocimientos profanos descritos por periodistas que fueron compartidos en un mismo espacio de información. Esta amplitud de discursos hizo de la locura un asunto relevante y de interés para los lectores porfirianos. Véase José Antonio Maya González, “Ficciones psicopatológicas, medicina mental, prensa y literatura en el tránsito del siglo XIX al XX, Ciudad de México, (1882-1903)” (tesis doctoral en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, 2019).

23 Irma Lombardo, De la opinión a la noticia. El surgimiento de los géneros informativos en México (México: Ediciones Kiosko, 1992), 8. Durante el Porfiriato (1876-1910), se estima que fueron 2 579 los periódicos puestos en circulación; 2 003 en los estados de la República y 576 en la capital. El Monitor del Pueblo y El Noticiosos publicaron alrededor de 20 000 ejemplares: mientras que El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano, 10 000; El Tiempo, 3 500; El Nacional, 3 000; y El Universal, 4500. Florence Toussaint Alcaraz, Escenario de la prensa en el Porfiriato (México: Universidad Nacional Autónoma de México/Fundación Manuel Buendía, 1989), 11, 31-32.

24 Paul Garner, Porfirio Díaz. Del héroe al dictador. Una biografía política (México: Planeta, 2010), 144.

25 Inés Yujnovsky, “Cultura y poder. El papel de la prensa ilustrada en la formación de la opinión pública”, http://www.h-mexico.unam.mx/node/6549#fn1, consultado el 20 de diciembre de 2016.

26 Alberto del Castillo, “El surgimiento de la prensa moderna en México”, en La República de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, t. II, v. II, coord. de Belem Clark de Lara y Elisa Speckman (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2005), 105-118; Jean-Yves Mollier, La lectura en Francia durante el siglo XIX (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2009), 13.

27En el primer censo de la República de 1895, se calculó que sólo 14% de la población era alfabeta; aunque para 1910 había aumentado 20%. Los hombres leían y escribían más que las mujeres. Tan sólo el entonces Distrito Federal tenía 38% de la población alfabetizada. Véase, Mílada Bazant “Lecturas del Porfiriato”, en Historia de la lectura en México (México: Ediciones del Ermitaño/El Colegio de México, 1988), 206.

28 Belem Clark de Lara, Tradición y modernidad en Manuel Gutiérrez Nájera (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1998), 50.

29Ciro B. Ceballos, Panorama mexicano…, 331.

30 Enriqueta Quiroz, “Vivir de un salario. El costo del consumo doméstico”, en Instantáneas de la ciudad de México. Un álbum de 1883-1884, coord. de Alicia Salmerón y Fernando Aguayo, t. I (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa, 2013), 134.

31Pablo Piccato, La tiranía de la opinión pública…, 128, 135, 154.

32Hilarión Frías y Soto, “Entorno del hogar. Cartas de un loco” y “Entorno del hogar. I. La última carta de Safir”, El Diario del Hogar, t. I, n. 245, 248 y 251, correspondientes a los días 21, 25 y 28 de julio de 1882, 1-2, 1-3 y 1-2, respectivamente.

33 Ana Laura Zavala Díaz, “Todos los locos son hombres de su tiempo: locura y política en una obra de Hilarión Frías y Soto”, en Literatura y prensa periódica, siglo XIX y XX, ed. de Raquel Mosqueda Rivera, Luz América Viveros Anaya y Ana Laura Zavala Díaz (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, 2019), 27.

34Hilarión Frías y Soto, “Entorno del hogar. Cartas de un loco”, El Diario del Hogar, t. I, n. 248 (25 de julio de 1882): 1.

35Este recorrido histórico-administrativo se describe en “Entorno del hogar. Cartas de un loco”, El Diario del Hogar, t. I, n. 245 (21 de julio de 1882): 2. Con seguridad, Hilarión Frías y Soto basó su indagación histórica sobre San Hipólito en la obra de Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental (México: Imprenta de La Reforma, 1880).

36Hilarión Frías y Soto, “Entorno del hogar. Cartas de un loco”, El Diario del Hogar, t. I, n. 245 (21 de julio de 1882): 2.

37El poema dice así: “¡¡La locura!! ¿Quién la cura? / ¿Por qué tengo este hospital, / Si la locura es un mal / Que ni el demonio la cura? / Este mundano valle, / Que sustos me dan a mí, / Más que los locos de aquí, / Los que encuentro por la calle. / Y en este abismo me pierdo, / Que no descifro tampoco: / Entre los cuerdos soy loco, / O entre los locos soy cuerdo... / Me abruma reflexionar, / Entrando en estas honduras: / Si no curo mis locuras, / ¿A qué loco he de curar?”. “Estudios del natural. Dr. Juan N. Govantes”, México Gráfico, 5 de agosto de 1888, 3.

38Algunas de las críticas que los propios alienistas decimonónicos hicieron a la política asistencial fueron el abandono administrativo y financiero, aunado al cuestionamiento de que el aislamiento era en sí mismo terapéutico para los locos. Se propusieron medidas alternativas, como la reclusión en familia, la creación de colonias agrícolas y el modelo de puertas abiertas. Pese a ello, los manicomios siguieron funcionando hasta bien entrado el siglo XX. Michel Craplet, “La construcción de asilos”, en Nueva historia de la psiquiatría, coord. de Jacques Postel y Claude Quétel (México: Fondo de Cultura Económica, 2000), 195.

39 Claude Quétel, “La vida cotidiana en un asilo para alineados a finales del siglo XIX”, en Nueva Historia de la Psiquiatría, coord. de Jacques Postel y Claude Quétel (México: Fondo de Cultura Económica, 2000), 314.

40“El Hospital de San Hipólito”, La Voz de México, 2 de junio de 1870, 3.

41“San Hipólito”, El Tiempo, 14 de diciembre de 1883, 2.

42Hilarión Frías y Soto, “Entorno del hogar. Cartas de un loco”, El Diario del Hogar, t. I, n. 248 (25 de julio de 1882): 2.

43“El Hospital de locas”, El Monitor Republicano, 2 de marzo de 1882, 3. La noticia fue retomada días después, “El Hospital de locas”, El Siglo Diez y Nueve, 4 de marzo de 1882, 2.

44A la postre, ese inmueble adjunto sirvió para alojar a la familia del futuro director de la Canoa, el mencionado doctor Samuel Morales Pereyra.

45“Las enfermas del hospital de la Canoa”, El Monitor Republicano, 16 de julio de 1882, 4.

46 Julio Poulat, “Artículos curiosos para personas ilustradas. 13 de agosto. La fiesta de los locos”, El Mundo Ilustrado, 11 de agosto de 1895, 6-7.

47Estos y otros aspectos son estudiados por Antonio Saborit, El Mundo Ilustrado de Rafael Reyes Spíndola (México: Grupo Carso, 2003).

48A pocos meses de su fundación, se estima que el semanario alcanzó los cinco mil suscriptores, según informó la redacción en una nota del mes de junio. Véase Martha Eugenia Alfaro Cuevas, “Revisión histórica del semanario El Mundo Ilustrado (1894-1914), en sus diez etapas, a partir del análisis de sus carátulas y portadas”, Diseño y Sociedad, n. 35-36 (otoño 2013-primavera 2014): 96-107.

49“San Hipólito”, El Monitor Republicano, 15 de agosto de 1884, 4.

50Irma Lombardo ha mostrado que la figura del reportero surgió a mediados de la década de 1870. Manuel Payno y Alfredo Bablot fueron los introductores del reportazgo a propósito del secuestro de un personaje de renombre. El trabajo de campo y el uso de la entrevista fueron sus características esenciales. Manuel Caballero y Ángel Pola destacaron como pioneros del reportaje de tono sensacionalista. Irma Lombardo, De la opinión a la noticia..., 25, 31, 92. Por otro lado, con la fundación del diario oficialista El Imparcial en 1896, se transitó de “la hegemonía del artículo político al imperio del reportaje”, este cambio, sostiene Alberto del Castillo, fue resultado de la introducción de tecnologías, así como del uso de fotografías que privilegiaban los intereses de empresa. Los reporteros se profesionalizaron, mientras que los artículos literarios y las noticas sensacionalistas se convirtieron en mercancías vendidas a bajo precio. Alberto del Castillo, “Surgimiento del reportaje policiaco en México”, Tramas, n. 5 (junio 1993): 127-137.

51Poulat, “Artículos curiosos…”, 6.

52Poulat, “Artículos curiosos…”, 6.

53Julio Poulat siguió las clasificaciones médicas de los alienistas franceses sobre los aspectos que concernían a las causas físicas y el papel de las pasiones como causantes de la enfermedad mental. También reconoció que la embriaguez era un factor determinante en los accesos de locura, así como el papel de la herencia como transmisor de los vicios en la organización biológica.

54 Ana Cecilia Rodríguez de Romo, Gabriela Castañeda López y Rita Robles Valencia, Protagonistas de la medicina científica mexicana, 1800-2006 (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Medicina/Plaza y Valdés, 2008), 448.

55Poulat, “Artículos curiosos…”, 7.

56Poulat, “Artículos curiosos…”, 7.

57Estos argumentos son estudiados para el caso argentino en Soledad Quereilhac, “Reflexiones sobre una sensibilidad de época. La imaginación científica en la literatura y el periodismo (1896-1910)”, Badebec, v. 4, n. 8 (marzo 2015): 54, https://revista.badebec.org/index.php/badebec/article/view/121/109, consultado el 5 de septiembre de 2019.

58 Julia Montilla, Enajenadas. Ilustraciones médicas de la locura femenina en el siglo XIX (Madrid: Brumaria, 2018), 69.

59Poulat, “Artículos curiosos…”, 7.

60Poulat, “Artículos curiosos…”, 7.

61Francisco Zárate Ruiz, “Cuentos del manicomio ¡No era loco!”, El Popular, 25 de julio de 1899, 2.

62 Francisco Zárate Ruiz, “Cuentos del manicomio. Homicida”, El Mundo, 4 de diciembre de 1898, 423-424.

63A finales del siglo XIX surgió el decadentismo en México, se trató de un movimiento literario originado en Francia cuyos rasgos generales fueron el culto a la forma, la voluntad de estilo, el refinamiento del lenguaje y el empleo de símbolos y colores. En su dimensión social, representó una bandera de rebeldía contra los discursos hegemónicos, el nacionalismo cultural y el positivismo. Los decadentistas mexicanos formularon propuestas críticas sobre su realidad como artistas. Ana Laura Zavala Díaz, De asfódelos y otras flores del mal mexicanas. Reflexiones sobre el cuento modernista de tendencia decadente (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, 2012), 14, 28, 86; José Mariano Leyva, Perversos y pesimistas. Los escritores decadentes mexicanos en el nacimiento de la modernidad (México: Tusquets, 2013).

64Véase el estudio introductorio a Ciro B. Ceballos, Panorama mexicano 1890-1910…, 14.

65 James Alex Garza, The Imagined Underworld. Sex, Crime, and Vice in Porfirian Mexico City (Lincoln: University of Nebraska Press, 2007).

66Para el caso chileno, Andrea Kottow, “Historias de locuras en la literatura chilena del siglo XIX, o la modernidad y sus vicisitudes”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, http://doi.org/10.4000/nuevomundo.66914; para el caso brasileño, Nádia Maria Weber Santos, “ ‘Você, Quaresma, é um visionário’: alma nacional e loucura em Triste fim de Policarpo Quaresma de Lima Barreto”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos; http://doi.org/10.4000/nuevomundo.1513.

67 Friedhelm Schmidt-Welle, “Letrados e intelectuales en Argentina y México, algunas figuras emblemáticas”, en La historia intelectual como historia literaria, coord. de Friedhelm Schmidt-Welle (México: El Colegio de México, 2014), 30-31.

68Véase una extraordinaria antología y estudio introductorio en Francisco Zárate Ruiz, Cuentos de horror y de locura en el decadentismo mexicano, ed. Dolores Phillipss-López y Cristina Mondragón (España: Éditions Orbis Tertius, 2017).

69 Francisco Zárate Ruiz, Cuentos de manicomio. Los que no llegan a San Hipólito (Morelia: Talleres de la Escuela Industrial Militar “Porfirio Díaz”, 1903); Cuentos funambulescos (Morelia: Talleres de la Escuela Industrial Militar “Porfirio Díaz”, 1903).

70Francisco Zárate Ruiz. Cuentos de horror y de locura…, 32.

71 Francisco Zárate Ruiz, “Cuentos del manicomio ¡No era loco!”, 2.

72Zárate Ruiz, “Cuentos del manicomio…”, 2.

73Zárate Ruiz, “Cuentos del manicomio…”, 2.

74Estos y otros temas sobre el decadentismo en Latinoamérica, son estudiados por David Jiménez Panesso, Fin de siglo. Decadencia y modernidad. Ensayos sobre el modernismo en Colombia (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura/Universidad Nacional de Colombia, 1994); Leda Schiavo, El éxtasis de los límites. Temas y figuras del decadentismo (Buenos Aires: Ediciones Corregidor, 1999).

75Zárate Ruiz, “Cuentos del manicomio…”, 2.

76Idem.

77 Vicente Quirarte, “Cuerpo, fantasma y paraíso artificial”, en Literatura mexicana del otro fin de siglo, ed. de Rafael Olea Franco (México: El Colegio de México, 2001), 33.

78Para José Mariano Leyva, el uso de la retórica de los nervios en la narrativa decadente era la confirmación de una mirada “nostálgica” presente en sus pesquisas literarias. Dice el autor: “Y para culminar su invectiva, los pocos términos recientes que los decadentes sí usaban, eran aquellos que contravenían la propia actualidad. La palabra neurosis y neuróticos se repetían en diferentes páginas, en distintos autores. El término era tan antiguo como 1769, cuando lo acuñó el médico escocés William Cullen, y esta primera referencia se aplicaba a males fisiológicos”. José Mariano Leyva, Perversos y pesimistas..., 169-170. Considero que los decadentes en realidad resignificaron el término y lo ajustaron a las necesidades estéticas y las visiones médicas de la época.

79 Thomas Anz, “La esquizofrenia como sintomatología de época. La patología y la poetología alrededor de 1910”, en Literatura, cultura y enfermedad, comps. de Wolbang Bonjers y Tanja Olbrich (Buenos Aires: Paidós, 2006), 148-149.

Recibido: 30 de Junio de 2020; Aprobado: 17 de Septiembre de 2020

Sobre el autor

Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor de tiempo parcial de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco. Especialidad en Historia Cultural, siglos XIX-XX. Últimas publicaciones: “El caso del escritor Pedro Castera: entre la esfera pública, el campo literario y la experiencia manicomial en el México de finales del siglo XIX”, en Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, v. 71, n. 2, 2019, https://doi.org/10.3989/asclepio.2019.21, y “Más apasionante que un drama de psicoanálisis: crimen, locura y subjetividad en la película El hombre sin rostro (1950)”, en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales (104), mayo-agosto 2019, https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i104.1612.

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