En el amplio campo de estudios académicos sobre la obra de Arendt, la mono-grafía de Noelia Bueno, profesora de la Universidad de Oviedo, destaca por la voluntad de encontrar en la cuestión de la identidad individual una dimensión que permita alcanzar una visión sistemática de la teoría arendtiana de la ac-ción y del poder. Si bien es cierto -como la autora reconoce- que en la obra de Arendt la pluralidad predomina en forma clara sobre la realidad individual y el ideal moderno de la autonomía, no deja de ser importante también la presencia amplia en sus escritos de una honda preocupación por las fuentes de producción de sentido y los relatos que vehiculan intereses colectivos. Por ello, podría afirmarse que uno de los puntos en que la argumentación del en-sayo que reseño alcanza más intensidad es justo el análisis de las diferencias que cabe identificar entre un relato fructífero inspirador de nuevas acciones y el formato que identifica su mayor perversión, a saber, un relato coactivo que se arroga el derecho de contener deducciones lógicas que obligan al receptor a conformarse forzosamente a sus esquemas. Entre uno y otro modelo media una visión completamente dispar acerca de las condiciones de posibilidad de la acción y la existencia. Se trata sin duda de la más sustantiva de las conclusio-nes a las que nos conduce esta obra, que parte del carácter desencubridor del relato, siempre visible a toro pasado de las acciones. Este interés por la figu-ra de la identidad narrada como una pieza dilatada en el tiempo, que precisa de la apertura y despliegue del éxtasis temporal para delimitar sus contornos, se sirve de una primera presentación en la que es protagonista en buena parte la palabra terapéutica de Rahel Varnhagen que, como reconocerá también Isak Dinesen -tan admirada por Arendt-, es capaz de sanar cualquier herida en virtud de su potencial narrativo. Sin embargo, ninguna de estas expectativas resultaría coherente en el caso de no contar con el apoyo que el relato recibe del hecho de que el mundo se nos ofrece siempre dividido en una pluralidad de palabras, en cuanto que mundo-entre-los-hombres, que convierte a la aparien-cia en la ley de la Tierra. Justo porque nuestro estatus ontológico es el de la manifestación mediante la acción y el discurso, la narración se convierte en un instrumento muy adecuado para acceder a lo que somos, a aquello que estamos en condiciones de realizar.
Bueno no oculta cierta tendencia de Arendt a ensalzar en exceso la ima-gen del héroe que, mediante su acción, logra enseñar lo que en realidad es ante el mundo -en público-, aun a riesgo de invisibilizar las derivas etno-céntricas y racistas en que pueda incurrir esta apuesta. No puede negarse que Arendt es una de las pensadoras que supo diagnosticar con mayor perspicacia las razones por las que, desde 1919, y con especial virulencia, miles de seres humanos dejaron de ser considerados como tales y fueron entregados a una tenaz anomia jurídica. Sus ensayos sobre Kafka reflejan un análisis intenso de las causas por las que los humanos dejan de contar con las condiciones de reconocimiento moral, jurídico y político que les permiten habitar la tierra, guarnecidos por un mínimo baluarte frente a las inclemencias de la vida y de la violencia. Este aspecto es uno de los más actuales del ensayo de Bueno, toda vez que el lector de una autora judía, víctima de los lastres del asimilacionismo y de la barbarie del totalitarismo nazi, no deja de asombrarse por la tenacidad con que Arendt rechaza todo relato sobredimensionado acerca de los lazos que comparte, por ejemplo, con el pueblo judío. Se siente parte de él, pero sin que ello signifique que ese vínculo proceda de la libre elección, como ocurre con la philía celebrada en la literatura de Lessing, la única fuente de identidad valiosa por haberse emancipado de las raíces con que suele describirse nuestra deuda con la madre naturaleza. Ello no quiere decir -ni me parece que sea la intención de Bueno decirlo- que Arendt permanezca insensible al fenómeno de la transformación del ser humano en paria, en alguien sin papeles o en un nómada forzoso, sino más bien que hay cierta tolerancia en su discurso hacia el hecho de que determinados individuos permanezcan por debajo de la línea de flotación de la identidad política al vivir afuera o en los márgenes del espacio propiamente político, como ocurría con los esclavos en la polis griega clásica. Una teoría de la acción responsable y, sobre todo, a la altura de los retos del siglo XXI no podría dejar de indagar los motivos por los que la condición política no es aún una condición global ni de evaluar las consecuencias de ello para un discurso maduro acerca de la dimensión política y pública que está llamada a desarrollar toda existencia. Las posiciones críticas que S. Benhabib y M. Cano-van han dirigido contra la visión en clave excesivamente “comunicativa” de la teoría del poder de Arendt se analizan convenientemente en la monografía de Bueno.
Las dinámicas colectivas del relato en su funcionalidad política se conside-ran en el capítulo IV de la obra, el cual se aproxima de manera progresiva al núcleo dramático más intenso de la argumentación, a saber, la ya mencionada ambigüedad del relato que puede desembocar en ese doble que constituye la ideología. Bueno repara en que la fundamentación de la libertad en Arendt, de la misma manera que la acción concertada, precisa de la dependencia de un poema -tal es el caso de la Égloga IV de Virgilio o del Mesías de Händel- que les recuerde a los individuos el contexto de su empresa colectiva y los sostenga en el esfuerzo continuo por mantener en pie lo realizado. Las propias virtu-des personales atribuidas al sujeto que se compromete políticamente -como el arrojo, la valentía o el virtuosismo- se revisten de un indudable pathos épico ante el que Bueno manifiesta un sano escepticismo: la figura del héroe, tan admirada por Arendt, ni es común ni puede exigirse legítimamente a mu-chos individuos que, sin embargo, precisan de la actividad política. El nivel de exigencia del discurso arendtiano es aquí francamente elevado. En esta línea se trata asimismo la relación de las facultades del espíritu -pensamiento, Juicio y voluntad- con la narración, con la conclusión de que es la facultad de juzgar la facultad eminentemente narrativa de tal plexo de operaciones del ánimo. En efecto, la facultad que impulsa a ponerse en el lugar de cualquier otro y el proceso reflexivo no podían resultar en absoluto ajenos a la constitución de un relato capaz de integrar las diferentes posiciones que han de convivir en el es-pacio político. Lo político -a saber, la acción y el campo en que ésta emerge- ha de esquematizarse como un texto en el que pluralidad e interconexión son los elementos dominantes.
La parte final del libro se enfoca en la función de la narración como constitu-yente fundamental para la formación de una subjetividad asumible y preparada para sostenerse sobre un espacio de constante contingencia. La capacidad del relato para conservar la memoria de la acción incluso en tiempos de oscuridad y para urdir la promesa de una unidad que se siente fragmentada debido a las vicisitudes de la historia encuentra su lugar en los análisis del capítulo V, que presenta a la narración como eje de unidad para el individuo y anuncio de la perdurabilidad de la experiencia histórica. Como mencioné, la sección más intensa de la monografía recoge las críticas que autores como George Kateb han dirigido contra las tesis de Arendt en torno a la condena de los “relatos” ideológicos, frente al elogio del relato considerado tolerable e incluso necesario. Noelia Bueno toma dos ejemplos de zonas limítrofes de la literatura y la historia, como es el caso del conjunto de relatos Los peces de la amargura de Fernando Aramburu y el documental sobre los últimos días de Unamuno rodado por el matrimonio de Jean-Claude y Colette Rabaté, para ilustrar que, a diferencia de la imposición al público de una “lógica” de los hechos que se considera la correcta y necesaria, ambas obras pretenden aproximar al lector y al espectador a la reflexión libre sobre una serie de hechos evocados por medio de la mímesis o el reflejo directo de documentos que los atestiguan, de suerte que cada cual pueda desplegar con la ayuda de su propia facultad de enjuicia-miento qué ocurrió, para formarse el relato que le resulte más convincente por considerarlo el más capacitado para recoger lo esencial de una realidad que no deja de transcurrir, de entregarnos las ruinas de un presente que nunca se acomoda a molde conceptual alguno. Por lo tanto, podría considerarse que el saldo que arroja el profundo ensayo de Bueno consiste en la revisión del lugar y ascendiente que posee el relato en la teoría de la acción y del poder de Arendt, en el que cabe reconocer un enigma personal y colectivo -que, como el viejo daímon griego o como un genius loci, acompaña de continuo al agente-, antes que una solución que pudiera ahorrar el esfuerzo para decidir y realizar la acción que requiera la situación de cada momento.