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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.16 no.32 México jul./dic. 2014

 

Artículo libre

 

Bajo el signo de la desmovilización. La política militar estadounidense durante la reconstrucción, 1863-1877

 

Under the Sign of Demobilization. The U.S. Military Policy During the Reconstruction, 1863-1877

 

Eduardo Mújica López*

 

* Estancia posdoctoral, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. mujica.eduardo@gmail.com

 

Recepción: 16/05/2013.
Aceptación: 10/02/2014.

 

Resumen

El objetivo de este artículo es establecer los diferentes cambios a los que hubo de someterse la política militar estadounidense, en el periodo de la reconstrucción, durante la posguerra civil. Para hacerlo marco como puntos de interés la influencia que socialmente tuvieron el ejército y la marina, así como el grado de incremento de las fuerzas armadas respecto a 1861, al tiempo que perfilo el papel que desempeñó en este periodo desmovilizar al ejército de la Unión.

Palabras clave: política militar, desmovilización, historia militar, Estados Unidos, reconstrucción.

 

Abstract

The objective of this article is to establish the different accommodations which U.S. military policy had to undergo during the period of reconstruction, after the civil war. In order to do so it defines points of interest such as the social influence the army and the navy had, as well as the rate of increase of the armed forces about 1861; at the same time it draws the importance of demobilizing the Union army in this period.

Key words: military policy, demobilization, military history, the United States, reconstruction.

 

Introducción

Elting E. Morison, en su libro Men, Machines, and Modern Times, postula ia posibilidad de apreciar a ias fuerzas armadas durante periodos de paz como una "sociedad en miniatura [...] en condiciones de laboratorio".1 Sin llegar tan lejos, diferentes aspectos de una sociedad pueden verse reflejados en las fuerzas armadas: el grado de desarrollo económico y tecnológico, el nivel de participación ciudadana en la toma de decisiones o la estratificación social; por ello, su estudio se torna especialmente importante a la hora de buscar comprender una sociedad en un momento determinado.

Siguiendo esta línea, conocer la manera en la que las fuerzas armadas estadounidenses establecieron su extensión al terminar la Guerra Civil (1861-1865) nos ayuda a explicar los retos a los cuales se enfrentaron en el difícil periodo conocido como la reconstrucción; el cual queda enmarcado entre la expedición de la "Proclama de Emancipación" el 1 de enero de 1863, y el ascenso al poder de Rutherford B. Hayes, el 3 de marzo de 1877, luego del llamado "Compromiso de 1877".2

La historiografía militar estadounidense tiene su propia nomenclatura para el periodo: la Edad Oscura de las Fuerzas Armadas, a raíz de la agresiva desmovilización de la posguerra civil. Sin embargo, al visualizar el periodo como una mera extensión de la desmovilización se resta la posibilidad de comprender las dinámicas propias de la época, así como las necesidades y compromisos que habría de buscar paliar con los recursos aparentemente exiguos de un estado en crecimiento.3

Uno de los objetivos de este artículo es explicar cómo se desarrolló la política militar a lo largo del periodo de la reconstrucción. Para ello se hará énfasis en el papel que desempeñó la desmovilización militar de los años posteriores al final de la guerra. El objetivo será cuestionar qué tanto se puede aducir que fue un llano retorno a la política militar de la anteguerra.

Para hacerlo recurrí en mayor medida a los reportes anuales de los jefes del ejército y la marina, así como a los extraordinarios a petición de los miembros del Congreso, catalogados en el Congressional Serial Set,4 que, si bien se trata de una fuente tradicional, poco se ha empleado para realizar el análisis que planteo.

 

Conceptualizando la desmovilización

Los procesos de desmovilización militar se han convertido en un tema de constante estudio, auspiciado por organismos comprometidos a realizar políticas de pacificación, lo mismo entre Estados beligerantes que en conflictos civiles. Autores como Macartan Humphreys, Jeremy M. Weinstein, Mark Knight o Alpaslan Özerdem establecen tres estadios de avance en dicho proceso:5

1. Desarme de los cuerpos beligerantes

2. Reducción del volumen de las tropas

3. Reincorporación de los excombatientes a la vida civil

Así, se entiende la desmovilización como la deconstrucción de las instituciones bélicas organizadas para enfrentar una situación irregular, es decir, las tropas reclutadas y el material de guerra adquirido durante un conflicto armado y su reintegración al espacio civil. El objetivo principal de la desmovilización era que las fuerzas armadas y la sociedad civil recuperaran el estado en que se hallaban antes de iniciar la guerra. Para comprenderlo es preciso diferenciar dos elementos básicos de la movilización: el humano y el material. El primero implica pensar en la población que deja de formar parte de la sociedad civil para integrarse a las fuerzas armadas. El segundo elemento comprende las armas, las naves, las bestias, los pertrechos de guerra y la maquinaria comprados, creados o desplazados durante el conflicto.

Entender el proceso de desmovilización sólo como la disolución de las fuerzas voluntarias nos obliga a mantenernos en una interpretación basada en los dos primeros estadios y deja sin atender la manera en que hombres y bienes se desligaron del mundo bélico.6 Para zanjar este problema es preciso observar la desmovilización como el tiempo entre el fin de la guerra, el restablecimiento de los gobiernos civiles en el Sur y los esfuerzos de readaptación de los excombatientes. Así, la desmovilización emerge como el periodo que marca el fin de una etapa especial para la organización de las fuerzas armadas: la Guerra Civil.

Además, se debe comprender que el fin de la guerra no significó la disolución de la totalidad de las fuerzas armadas estadounidenses, pese al aparente retorno al estado de anteguerra. Esto a raíz de los problemas que se hacían presentes: la relación con los pueblos indios, la ocupación francesa de México, el apoyo brindado por Inglaterra a los rebeldes, la carrera naval entre las principales potencias mundiales, la ocupación de Alaska luego de su compra a los rusos y, desde luego, el mantenimiento del orden en el Sur.7

En tanto, la desmovilización de los ejércitos confederados no puede ser entendida en función de la premisa de Karl von Clausewitz de que el fin de la guerra consiste en desarmar al enemigo. Al hacerlo se dejaría de lado la tradición armada estadounidense, que permite a los ciudadanos la libre posesión de armas de mano e incluso la recomienda a través de la segunda enmienda.8 Ello significó que el Sur, a pesar de haber sido derrotado, conservaría su equipamiento de guerra —o gran parte de él— y, si bien no se encontraba en condiciones de iniciar una guerra convencional, sí podría canalizar su disconformidad a los terrenos irregulares de las guerrillas, el bandolerismo y el terror, como en efecto ocurrió.

 

Los retos del retorno a la movilidad

La posguerra inició con el desfile de la victoria celebrado los días 23 y 24 de mayo de 1865, cuando 140 000 veteranos —entre los occidentales de William T. Sherman y los del norte de Virginia comandados por el general George Gordon Meade— dieron al mundo una demostración del poderío militar estadounidense.9 Sin embargo, el desfile no significaba en modo alguno el término de las hostilidades o del estado de agitación que azotaban al país.

En primer lugar, los estados del Sur, si bien habían sido derrotados y ocupados por tropas y gobiernos militares, estaban poblados por individuos inconformes con el retorno a la Federación, quienes podían ser proclives a un nuevo esfuerzo separatista. Algunos de los comandantes militares que acompañaron al general Robert E. Lee en Appomattox juzgaban pertinente tomar de nueva cuenta las armas, si bien arropados en estrategias guerrilleras que tan buenos resultados dieron frente a los ingleses en las guerras de independencia y de 1812.10 Otros ciudadanos, menos comprometidos con la lucha contra el Norte, así como con mantener la supremacía racial frente a los negros, iniciaron una serie de campañas terroristas, lo mismo contra los libertos que frente a los blancos, quienes los defendían, estableciendo cuerpos medianamente organizados, por ejemplo, el más importante de ellos, el Ku Klux Klan.11 Los más pragmáticos de estos rebeldes buscaron un beneficio con el caos que la guerra había dejado, o con el abandono que sufría el Oeste, creando una serie de movimientos de tipo bandolero, en los que destacados veteranos se convirtieron en bandidos.12

En segundo lugar, se debe considerar la situación frente a las naciones colindantes: por una parte hacia el norte se desconfiaba de los ingleses, quienes durante la guerra construyeron navíos para la Confederación, que al no ser un Estado reconocido se convertía en un apoyo pirático;13 por otra parte, México parecía haberse transformado en un protectorado francés dirigido por Maximiliano de Habsburgo, y, si bien se hallaba envuelto en una feroz guerra contra las fuerzas republicanas, no dejaba de ser —según el proyecto de Napoleón III— una pieza clave para consolidar una Latinoamérica, entendida como un coto a la expansión de lo no latino, por no decir de lo anglosajón, en América.14

En tercer lugar, había que considerar a los indios de la frontera, que si bien nunca habían dejado de ser un dolor de cabeza para los estadounidenses, tras la guerra se convirtieron en la amenaza más palpable para la expansión hacia el Oeste.15

Por último, durante la guerra, Estados Unidos había conducido las flotillas que custodiaban su comercio a lo ancho del globo para bloquear los principales puertos de salida confederados. Con ello, rebeldes y federales se sumergieron en la carrera armamentista que tenía movilizada a las principales armadas del mundo. Desmovilizar la flota de la Unión implicaría quedar relegados en dicha competencia o sumarse a ella con los costes económicos y las ganancias que significaba.16

Habría que añadir, además, el problema que representó para el gobierno estadounidense toparse con una amplia población de ciudadanos negros recién liberados en un territorio cuyos más importantes líderes políticos y económicos estaban decididos a mantenerlos en un papel secundario. ¿Quién velaría por la gran masa de libertos, asumiendo que, en virtud de una vida como esclavos, se hallaban poco preparados para hacerlo por sí mismos?17

En términos militares, el resultado de la Guerra Civil fue impresionante: se calcula que 138 154 soldados unionistas perecieron en el campo de batalla, mientras que otros 221 374 murieron por otras causas, principalmente por enfermedades; el cuadro para el Sur no fue menos impresionante, y, si bien no existe una contabilidad fidedigna, se estima que perecieron 94 000 hombres en el campo de batalla: 70 000 por causas diversas y 30 000 en cárceles del norte.18

Sería ingenuo creer que con el fin de la guerra se dio una desmovilización de la totalidad de los hombres que en ella participaron. Si bien esto parecía haberse cumplido para 1868, en realidad sólo se habían desmovilizado los cuerpos voluntarios; en cambio, las fuerzas de línea del ejército y los buques de la Marina se habían expandido tomando como punto de referencia 1861.19 Por una parte, el ejército aumentó su tamaño de 16 422 efectivos repartidos en 17 regimientos a 56 815 divididos en 60, incluidos 6 regimientos negros, en 1867. Mientras que la armada pasó de contar con 41 buques al inicio de la guerra a 671 en 1865.20 Las explicaciones a este comportamiento radican en los numerosos compromisos que se asomaban en el horizonte, en el que incluso se oían propuestas como la del general Ulysses S. Grant, en el sentido de ampliar aun más las fuerzas armadas.21

En efecto, considerar mantener el establecimiento naval y militar para la paz existente en 1861 significaba desconocer los problemas que la guerra había generado. Para mayo de 1865 existían más de un millón de efectivos en las fuerzas de la Unión, los cuales, sumados a la totalidad de los veteranos confederados, alcanzaban millón y medio de personas. Para el término de la guerra, gran parte de este contingente no contaba con una forma de ganarse la vida, pues, si los excombatientes de mayor edad habían tenido algún empleo civil antes de la guerra, los más jóvenes se habían acostumbrado a la vida en el campo de batalla, que en sus últimos meses equivalía a la permisividad de todo tipo de depredaciones en el campo enemigo.22

 

La desmovilización

Los dos más grandes teóricos de la guerra estadounidense del siglo XIX, Alfred Thayer Mahan y Emory Upton, percibieron la etapa de la reconstrucción como un feroz vacío en el desarrollo de las dinámicas que permitieran convertir a las fuerzas armadas estadounidenses en una eficaz herramienta de presión/negociación. ¿Qué orilló a Estados Unidos a detener la tendencia militarista iniciada durante la guerra? La respuesta que los historiadores tradicionalmente han dado descansa en dos líneas principales: el republicanismo jeffersoniano, que pugnaba por tener un Estado mínimo, y el aislamiento que el país mantenía. Sin embargo, al seguir estas teorías, no consideran que se aproximaba una época de grandes desafíos, y que la desmovilización, en realidad, debe verse como una necesaria purga en unas fuerzas voluminosas y desmoralizadas tras años de cruenta lucha, centrada ya sea en el camino de la profesionalización o en el del interés económico. Para comprobar lo anterior, debemos hacernos un par de preguntas: ¿cuántas fuerzas se desmovilizaron y cómo lo hicieron?23

 

La cuestión numérica

Para responder la primera pregunta debemos entender dos asuntos diferentes: lo legal, que limitaba el mantenimiento de la totalidad de la fuerza a lo establecido por la constitución y las leyes posteriores, así como el análisis que los propios militares hicieron respecto a las necesidades militares de Estados Unidos en la posguerra. En el primer caso, durante la guerra, los congresistas brindaron repetidas tandas de voluntarios, contratados por seis meses, uno, dos y hasta tres años, en número creciente según iba avanzando el conflicto.24 Estos plazos fueron estrictamente respetados, produciendo algunas veces, durante el transcurso de la guerra una peligrosa escasez de hombres en el campo de batalla, pues al término del conflicto se obligaba a los comandantes a dar de baja a estos voluminosos cuerpos sin ofrecer opciones para reclutar nuevos.

La cuestión de los contratos expedidos a los soldados se mostraba como un problema ineludible para mantener un gran contingente y las leyes no se limitaron a establecer el número de voluntarios contratados, además especificaban el total de naves, animales, armas y organizaciones (cuerpos, divisiones y regimientos) con los que la Unión defendería su integridad, así como las condiciones generales para su mantenimiento. El temor secular a crear unas fuerzas armadas demasiado poderosas que pudieran barrer a las instituciones civiles lo exigía.25 La permanencia de los hombres y bienes en el ejército y la armada dependía, sin embargo, de que el Congreso determinara que la guerra había terminado.

Aprovechando esta situación se podían movilizar una importante cantidad de hombres a los puntos que el Ejecutivo, o los principales comandantes militares, consideraran apropiados. Así fue como, a instancias del departamento de Guerra, el XIII cuerpo integrado por 50 000 hombres fue conducido a mediados de 1865 desde el Atlántico hasta Texas donde debía cumplir tres tareas: derrotar a los confederados, imponer el orden ante las tribus que los apoyaron y amenazar a los franceses en México.26

La situación en Texas había sido singular: rápidamente aislada del resto de los estados, gracias al dominio que la Unión había alcanzado en el río Mississippi, los texanos pelearon de forma inconexa al resto del Sur, y pese a la rendición del teniente general Edmund Kirby Smith, el 26 de mayo de 1865, se suscitaron una serie de hechos que hacían temer una nueva conflagración. El más importante de éstos fue la forma en que 15 000 excombatientes confederados se citaron en la población de Marshall, en el este de Texas, presagiando que en cualquier momento comenzaría una revuelta.27

Sheridan consideraba que la rendición de las fuerzas confederadas en Texas había sido un engaño y por tanto no se podía confiar en la pacificación del territorio. Por ello procedió como si de la invasión a un país extranjero se tratara. Dividió sus fuerzas en tres columnas, comandadas por los generales de división Joseph Mower, Frederick Steele y Francis Herron, quienes ocuparon las principales ciudades del estado, con el visible disgusto de sus habitantes. Buscando ganar una base de apoyo favorable a su movimiento, en su orden general número 3, Sheridan se aseguró de que se cumpliera la emancipación de los esclavos. Como consecuencia de ello, el general brigadier confederado Joseph Shelby, con una columna de 3 000 hombres de caballería, pasó a México, con la intención de ofrecer sus servicios a Maximiliano.28

México se había tornado, entonces, además de un refugio para los confederados vencidos, en un auténtico crucigrama en la mente de los generales de la Unión. Nadie podía ignorar el papel que Napoleón III había creído que debía ocupar este país en su plan de contención anglosajona, ni tampoco se podía desconocer el hecho de que Lincoln había mantenido el reconocimiento del gobierno republicano de Benito Juárez. Sin embargo, cuando se produjo la intervención extranjera en México, Estados Unidos se hallaba en el inicio de la Guerra Civil, por lo que no podía más que lanzar amenazas a los franceses y apoyo moral a los mexicanos. Con la llegada de Sheridan a Texas las cosas cambiaron. Se erigieron tres puestos en el río Bravo que debían ser custodiados por 25 000 soldados veteranos negros recién arribados de Virginia. Aunado a ello se permitió el paso de armas a los entonces alicaídos republicanos. Esto se tuvo que llevar a cabo de forma velada, pues no se buscaba entrar en guerra con Francia, así, se dispuso el abandono de excedentes de material bélico en sitios convenientemente ubicados en la orilla norte del río Bravo, permitiendo que los soldados mexicanos se apoderaran de ellos.29

Respecto al problema indio, Sheridan sólo pudo dar unos pocos pasos para su resolución. Esta cuestión era añeja pues la violencia interracial en la expansión estadounidense había sido una constante desde la llegada de los primeros ingleses a la isla Roanoke y con la Guerra Civil no disminuyó. Ahora serían los contingentes armados confederados o unionistas, regulares o milicianos, los constantes promotores de los enfrentamientos, pero no se debe considerar que los indios fueron sujetos pasivos en la conflagración.30

Los Sioux, encabezados por Little Crow, aprovecharon la guerra para realizar un gran levantamiento en Minnesota en agosto y septiembre de 1862, donde sus fuerzas dieron muerte a más de 200 blancos. La respuesta de la Unión fue igualmente dura, lo que provocó más de 700 muertes entre los indios y el confinamiento de los supervivientes en Crow Creek, territorio de Dakota. Dos años después, la milicia unionista de Colorado inició una campaña de destrucción de pueblos Cheyennes, la cual tendría como cenit la llamada Masacre de Sand Creek, donde perecieron cerca de 160 indios, la mayoría de los cuales eran mujeres y niños. Por si fuera poco, en el Sur, durante la guerra se habían hecho una serie de tratados con los indios, ofreciendo cuantiosos tributos a cambio de mantener las vías de las planicies abiertas. Por ello, cuando la Confederación sufrió una carencia de recursos crónica, las tribus indias se sintieron traicionadas y respondieron atacando los caminos. Luego de modestas negociaciones y tomando en cuenta su experiencia en la guerra contra el Sur, Sheridan asumió que la única forma de vencer a los indios sería con una guerra que destrozara sus fortalezas, es decir, movilidad y alimento; así se inició, en invierno de 1868, la primer gran campaña contra los indios del centro. Mantuvo esta política cuando ocupó la comandancia de la división de Missouri en 1869, ya en el gobierno de Grant, sin embargo, faltaban muchas batallas para terminar con el problema indio, pero sólo unas pocas serían peleadas por el ejército.31

Al problema texano habría que sumar la situación política por la que atravesaba el país. El asesinato de Lincoln, en abril de 1865, permitió el ascenso de Johnson al poder y con ello una serie de problemas inesperados sobre cómo gobernar al Sur. Desde que Lincoln lanzó un primer programa de reconstrucción en 1863, había quedado claro que la cohesión del Norte en esta cuestión no existía. Mientras el presidente confiaba en que bastaba que diez por ciento de la población de un Estado rebelde jurara lealtad para reincorporarlo a la Unión, muchos congresistas creían que ello era erróneo. Así se conformó un poderoso grupo de radicales republicanos, quienes buscaron que la reconstrucción del Sur fuera más que una cuestión material. De acuerdo con ellos, ésta sólo sería posible si se cambiaban las bases de la sociedad dixie: exigiendo que la población negra desempeñara un papel de primer orden. La llegada de Johnson al poder significó una nueva radicalización, en virtud de su intención de suspender la reconstrucción a finales de 1865, así como retar al Congreso imponiendo a sus propios gobernadores en los estados rebeldes. Aprovechando esta puerta abierta, el Sur empezó a reorganizarse, eligiendo de nueva cuenta como sus representantes y jefes políticos a los mismos hombres que los habían dirigido durante la secesión, además de expedir los Códigos negros, que establecían las bases de una sociedad segregada.32

El Congreso dominado por los radicales republicanos inició su propio proyecto de administración de los territorios secesionistas, la llamada reconstrucción radical. En ella se dictó la orden de realizar la ocupación militar del Sur, de la misma forma en que se habían desarrollado las olas colonizadoras hacia el oeste, es decir, por medio de gobiernos militares, que dieran garantías a la población civil —lo cual, a los ojos de los radicales, equivalía a la población con filiación republicana—. Así, por orden del Congreso, en julio de 1867 surgieron cinco jurisdicciones de tipo militar sobre los estados del Sur: la primera regiría sobre Virginia; la segunda sobre las Carolinas; la tercera sobre Georgia, Alabama y Florida; la cuarta sobre Arkansas y Mississippi, y la quinta sobre Texas y Louisiana.33

Aunada a esta división administrativa del territorio, se creó una agencia especializada en la protección de los esclavos recién liberados: la Oficina de libertos, adscrita al Departamento de Guerra. La oficina envió agentes a las antiguas plantaciones para cerciorarse que se respetaran las condiciones económicas, políticas y sociales de los negros garantizadas por el Congreso. Las tareas de la agencia pronto se volvieron descomunales, pues lo mismo buscó garantizar el voto de los negros, abrir escuelas de primeras letras, prevenir el ataque contra los libertos, que asegurarse de que los excombatientes de color recibieran los mismos bonos que sus camaradas blancos. Para infortunio de los negros, con la readmisión de los estados rebeldes a la Unión, entre los años 1866 y 1870, la oficina perdió fuerza para hacer cumplir las leyes federales. Algo similar ocurrió con las milicias negras del Sur: se creía que al poner armas en manos de los antiguos esclavos, entrenarlos y educarlos en la cultura del ciudadano-soldado, se podría evitar que grupos supremacistas blancos, usaran el terror en su contra, pero con el restablecimiento de los gobiernos demócratas en el Sur, estos regimientos fueron prontamente disueltos y desarmados.34

La administración militar de los territorios habría de practicarse simultáneamente en un lugar insospechado: Alaska, a raíz de su compra el 18 de octubre de 1867. A diferencia de los estados del Sur la región presentaba una densidad de población extremadamente baja, y tampoco había algo que hiciera creer que en el corto plazo la proporción entre indios y blancos cambiaría. En todo caso, como no existían instancias civiles de ningún tipo, los primeros habitantes estadounidenses del lugar fueron 200 soldados de infantería, comandados por el general de brigada Jefferson C. Davis. La carencia de población blanca y la lejanía de posibles enemigos internacionales hicieron que el control de este distrito no presentara mayores problemas hasta 1884, cuando se formó su primer gobierno civil.35

A pesar de todo, como se ha mencionado, la mayor parte de las fuerzas voluntarias fueron disueltas en la inmediatez del fin de la guerra: para noviembre de 1865 rompieron filas 800 000 voluntarios de 1 034 064 que existían en mayo. La cifra continuó disminuyendo y un año después sólo permanecían 11 043 voluntarios, la mayor parte de ellos formaban parte de las Tropas de Color de los Estados Unidos, pero fueron disueltas casi en su totalidad para octubre de 1867.36

La disolución de tropas voluntarias nos oculta un fenómeno relevante: el incremento del tamaño del ejército de línea verificado en el lustro inmediato posterior al término de la guerra. La necesidad de tropas lo precisaba y así lo solicitó el general Grant, a mediados de 1865, pidiendo aumentar el contingente del ejército regular a 80 000 efectivos. La solicitud no fue respaldada por el secretario de Guerra, el lincolniano Edwin M. Stanton, ni por el Congreso (¡se trataba del congreso radical de 1866!). En todo caso, permitieron un incremento considerable, al pasar de 22 310 a 54 000 efectivos en julio de 1866: no obstante, el tamaño del ejército fue disminuyendo paulatinamente hasta alcanzar los 28 175 efectivos en 1871.37

En este contexto, un hecho sin precedentes fue la adopción de unidades no blancas. Se ha comentado brevemente la existencia de las Tropas de Color de los Estados Unidos, producto del esfuerzo unionista de contar con contingentes de libertos reclutados en el Sur y de negros libres en el Norte; a ellos se debe sumar un regimiento indio, integrado por expertos rastreadores para la guerra en las praderas. Estas fuerzas, sin embargo, tenían en común la característica de estar encuadradas entre las fuerzas voluntarias, por lo que su existencia tenía los días contados. Empero, las tropas negras subsistieron a los recortes de 1866 en la reforma de Grant, regularizando algunos batallones de voluntarios e integrándolos en cuatro regimientos de infantería y dos de caballería; el regimiento indio contó con la misma suerte y fue disuelto. La infantería negra se limitó a dos regimientos en 1869, mientras que la caballería fue conducida a la frontera india, donde se dieron a conocer como los Buffalo Soldiers.38

 

La desmovilización naval

Si bien el proceso de la desmovilización en tierra se mostraba complejo, no lo fue menos en la Armada. Además de enfrentar el dilema de qué hacer con la gran cantidad de personal contratado para enfrentar a los confederados, la Marina contaba con una cantidad de buques sin precedentes. Por si fuera poco, para esta armada se presentaba un reto de dimensiones globales: la carrera naval que enfrentaba a las principales potencias.

Al igual que el ejército, la Marina pasó por una Edad Oscura en los años de la posguerra —periodo estudiado por importantes personalidades como: Alfred Thayer Mahan o Edward William Sloan—,39 en la cual, aduciendo motivos económicos, recortó el número de naves, seleccionando incluso aquellas menos avanzadas entre las restantes; esto le ocasionó un retroceso tecnológico de 20 años, al tiempo que naciones como Inglaterra, Francia, Rusia o España pugnaban por hacerse de la mayor cantidad de navíos de vanguardia. Trasladar los marinos excedentes a deberes civiles fue una tarea sencilla, después de todo sus tareas no eran muy diferentes al pasar de la vida militar a la civil, y menos aun cuando lo hacían con 200 dólares de bonificación en la bolsa. En cambio, el retiro de los buques fue un problema más complejo.40

Durante la guerra, la Armada había pasado de tener 41 buques a 671, pero, los nuevos navíos tenían especificado por el Congreso que su existencia era provisional, es decir, debían ser vendidas o desguazadas al término del conflicto. El problema era qué naves debían conservarse en las fuerzas armadas, ¿las originales con las que se inició la guerra, una pléyade de buques de vela o las adquiridas durante la guerra?41

La alta oficialidad de la Marina y los responsables del Congreso consideraron que las naves conservadas deberían ser las más anticuadas. Las causas para sustentar esta decisión fueron de orden económico, conductual y generacional. En primer lugar, se aducía que navegar por fuerza de vela era más barato que hacerlo por energía de vapor; en segundo, los almirantes que dirigían la flota se hallaban profundamente compenetrados con la belleza de la navegación a vela, así, no podían dejar de comparar la blancura de las velas con la negrura de las salas de máquinas, y, en tercero, se encontraban ante una pugna por mantener una forma de vida: los rudos comandantes de la preguerra contra los jóvenes, —o no tanto— alumnos de Annapolis.42

Como quiera que haya sido, los buques blindados de la Guerra Civil pasaron a depósito; algunos veleros, auxiliados por vapor, integraron la flota activa y el resto de las naves fueron vendidas, lo mismo a países amigos que a simples comerciantes. De los navíos conservados se dispuso practicar algunos cambios como: la sustitución de la potente maquinaria de la Guerra Civil por nueva, más pequeña y menos potente, pretextando el gasto de carbón; se quitaron dos de las cuatro aspas que tenían las hélices de los barcos supervivientes, acabando con gran parte de la eficiencia que les quedaba, y se responsabilizó a los comandantes de cada buque por el uso de la maquinaria a vapor, amenazándolos con cobrar de sus percepciones el combustible mal empleado.43

La reducción de la Armada rindió frutos y para 1878 sólo se mantenían 48 buques en activo con una dotación de 6 000 hombres (la cantidad más baja desde el austero gobierno de Andrew Jackson, 40 años atrás). Además, pocos estadounidenses se hallaban interesados en ingresar a la Marina: quienes buscaban la oficialidad tenían en mente que muchos de los tenientes en este cuerpo, al término de la Guerra Civil, mantenían su mismo grado doce años después y aquellos que deseaban ser marineros conocían las ventajas económicas que la marina comercial ofrecía. Así, en 1876 un oficial del escuadrón asiático se quejaba de que de los 128 hombres a bordo, sólo 47 eran estadounidenses, el resto lo componían marinos de otros doce países, destacando 21 chinos.44

Fueron poco sorprendentes los chascos que sufrieron los estadounidenses en altamar. El primero de ellos ocurrió en mayo de 1870, cuando el almirante John Rodgers dirigió una expedición punitiva contra Corea, luego de tener noticias de la ejecución de marinos mercantes. El almirante no pudo mantenerse en la península y tuvo que retirarse antes de que iniciara la época de tifones: Corea no negoció con Estados Unidos sino hasta diez años, después olvidando del todo este suceso. Otro incidente famoso fue el affaire Virginius, ligado a la captura, en octubre de 1873, de un buque cubano (antiguamente un navío rompebloqueo confederado), el cual, navegando ilegalmente con bandera estadounidense, se dedicaba a introducir pertrechos a los insurgentes que peleaban en la guerra de los Diez años. El asunto pasó a mayores por la ejecución de ciudadanos estadounidenses y británicos en Santiago, parte de la tripulación del Virginius. El clima diplomático se tensó tanto que se temió surgiera un enfrentamiento con el acorazado español Arapiles, estacionado en el puerto de Nueva York. El dictamen de la situación por parte del Departamento de Marina fue lapidario: si entraban en guerra, toda la flota estadounidense sucumbiría ante ese único navío. Había llegado el momento de iniciar la reconstrucción de la Armada.45

 

Los problemas del retorno a la vida civil

Para responder a la segunda pregunta, antes de comprender la necesidad de los excombatientes para regresar a la vida civil, se debe considerar si la sociedad estaba preparada para recibirlos. Los estadounidenses habían enfrentado problemas con los veteranos en las guerras de independencia, de 1812 y contra México, por lo que al término de la Guerra Civil se tomaron medidas para remediarlos. La más importante de ellas fue la creación, entre los años 1865 y 1870, de una serie de empresas en el norte capaces de dar empleo a 360 000 soldados. Por otra parte, se dispuso del pago de sustanciosos bonos, aunque más que un beneficio, éstos generaron nuevas contrariedades: si bien un excombatiente unionista, con los U$250 dólares que en promedio recibía, podía comprar una granja en las grandes extensiones destinadas para este fin o iniciar una carrera profesional o comercial, tenía también que enfrentar a dos flagelos: el aumento del costo de la vida —producto de la inflación derivada por el excesivo circulante— y el peligro de ser asaltado por el gran número de forajidos que la guerra había producido. Los excombatientes del Sur no contaron con tanta suerte, pues su regreso a sus lugares de origen debía ser costeado con sus propios recursos, para finalmente llegar a una tierra que poco le quedaba para ofrecerles, por lo que muchos de ellos se volvieron delincuentes.46

Una forma distinta de comprender la dinámica la proporcionó Carl R. Fish, quien postuló que el Estado debió tratar de llevar a cabo la desmovilización atacándola como un problema colectivo, más que como la suma de una serie de problemas individuales. Lo que observó fue que se hizo el esfuerzo por crear un conjunto de compensaciones para los excombatientes por sus servicios prestados, olvidando por completo los problemas que la movilización de uno de cada 20 estadounidenses significó, así como la inflación que desataron los bonos de guerra.47 Sin embargo, Fish acepta que ni Lincoln, Johnson o Grant, podían hacerlo porque vivían aún en un universo donde primaba el paradigma de los grandes individualistas estadounidenses: Thomas Jefferson, Ralph W. Emerson o Andrew Jackson. En todo caso, los jefes del Ejecutivo debieron ceñirse a la férrea disciplina de defender el marco legal que respetaban y procuraban hacer cumplir.48

Es fácil observar cómo uno de los aspectos más oscuros del proceso de desmovilización estuvo vinculado a la criminalidad. Desde principios del siglo XX estudios como los de William Adriaan Bonger (1916), Jean-André Roux (1917) o Edith Abbott (1927) han postulado la relación directa entre los periodos de pacificación y el aumento de las tasas de crimen.49La Guerra Civil no fue la excepción. Se observaron fenómenos particulares que nos permiten conocer más ampliamente esta dinámica: en primer lugar, durante la guerra disminuyó el número de aprehensiones de varones del mismo modo que aumentaron las de mujeres y niños; en segundo lugar, al final de la contienda el número de aprehensiones masculinas se elevó 40 por ciento más de las cifras de la preguerra.50

Lo anterior puede ser explicado valorando que durante la Guerra Civil gran parte de la población masculina desempleada —la más propicia a cometer crímenes, en palabras del progresista neoyorkino Frank Sanborn— fue movilizada o bien suplió la mano de obra que se hallaba ocupada en el frente, y, por otra parte, a muchos varones sentenciados se les ofreció cambiar su estadía en la cárcel por el servicio en el ejército. De esta forma, muchos criminales pudieron evadir la aprehensión e, incluso, algunos de ellos —primordialmente unionistas— podían dedicarse a la rapiña en los territorios enemigos. Así, durante el transcurso de la guerra podemos observar casos como el de Massachusetts, donde el número de varones encarcelados sufrió un descenso de entre 10 y 50 por ciento.51

Con el fin de la guerra, se registró un aumento sustancial en el nivel de criminalidad, o por lo menos en la cantidad de personas sentenciadas y confinadas en prisión. Gran parte de los nuevos presos eran excombatientes, hombres que habían peleado de manera heroica, comprometidos con una causa, pero que al término de la guerra se habían sumado a las filas de la delincuencia. La principal razón que la historiografía ha dado fue la velocidad con que las tropas fueron disueltas, condenando a los soldados —primordialmente a los jóvenes— a aventurarse en un universo laboral que desconocían por completo. Más aun, el hecho de que, en la fase final de la guerra, generales como Sherman o Sheridan iniciaran la denominada guerra total, la cual fomentó el desarrollo de conductas agresivas hacia la población civil. Los incrementos delincuenciales pueden parecer radicales, si se compara con los números existentes durante la guerra; así, en Nueva York, en Sing Sing, se pasó de 143 hombres en octubre de 1864 a 412 un año después; la proporción de excombatientes es visible en cifras como las de la prisión estatal de Kansas, donde, de 128 convictos, 98 eran excombatientes (92 unionistas y 6 confederados), o las de la Oficina de Caridad de Massachusetts, la cual reportaba, en octubre de 1866 que de 327 presos, 215 eran excombatientes.52

No se debe restar importancia al fenómeno migratorio en el descenso y posterior aumento de la criminalidad. Para 1861 y 1862, la inmigración tocó su nivel más bajo en 20 años, con apenas 92 000 personas anuales, pero para 1866, superaron los 300 000 individuos. Los soldados y marinos que dejaban las fuerzas armadas se tropezaban de golpe con un muro de migrantes ansiosos por desarrollar trabajos manuales, aun en condiciones económicas inferiores a las de los otrora héroes de la Unión y la Confederación.53 La delincuencia no actuó únicamente en contra de la sociedad civil, muchos soldados y marinos que regresaron a la vida pacífica se convirtieron en víctimas de ella: en el lapso de unos días les eran arrebatados los cuantiosos bonos de guerra, que en muchas ocasiones significaban la diferencia entre una vida tranquila y la indigencia.54

 

El fin de la reconstrucción

El retorno de los combatientes a sus hogares, lejos de representar el fin de una época convulsa, en realidad sirvió para mostrar cuan desunida había quedado la sociedad estadounidense tras la guerra. En todo caso, los problemas generados por este regreso disminuyeron conforme el número de soldados se reducía, y se extinguía casi por completo antes de la salida de Ulysses S. Grant de la presidencia.

El fin de la reconstrucción, con el compromiso de 1877,55 marcó una serie de cambios trascendentes en la forma en que las fuerzas armadas se organizaron. Por una parte determinó el fin de la ocupación del Sur, es decir, la desaparición de los cinco departamentos militares, mismos que fueron disminuyendo su poder conforme los estados rebeldes eran readmitidos; en segundo lugar, se terminaron los esfuerzos federales por proteger a los negros, con lo que la Oficina de Libertos perdió su influencia en el Sur; finalmente, al dejar de concentrarse en los asuntos domésticos, Estados Unidos alzó la mirada más allá de sus fronteras, entendiendo que el mundo se movía a la velocidad del vapor y ello implicaba la necesidad de contar con estaciones carboníferas regadas por el globo, las cuales permitieran a los navíos de guerra proteger a los mercantes en un entorno cada día más complicado.56

El fin de la movilización, es decir del estado irregular en que se mantenían las fuerzas armadas desde el inicio de la Guerra Civil, en 1861, coincide con el fin del periodo de la reconstrucción. Su término también converge con el ocaso de la tradición republicana de entender al Estado, con pocos departamentos y funciones, y con unas fuerzas armadas acordes con estas dimensiones. A partir de entonces, los compromisos, las metas y el potencial de la nación marcaron la forma en que las fuerzas armadas se organizaron.

No se debe perder la oportunidad de comprender a las fuerzas armadas como ese cristal que nos permite apreciar a la sociedad estadounidense: la abolición de la esclavitud coincide con la creación de los regimientos de color de Estados Unidos, y los esfuerzos de bloquear los códigos negros, con la graduación del primer westpointer negro. De este modo, tanto la sociedad como las fuerzas armadas no son entes que se contrapongan a pesar de las apariencias, sino que se complementan y su estudio debe ser abordado de esta misma forma.

 

Hemerografía

The New York Times, 1861-1875.

 

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Notas

1 Elting E. Morison, Men, Machines, and Modern Times, Cambridge, The MIT Press, 1966, p. 48.

2 El periodo se puede entender en dos etapas para su estudio: la reconstrucción presidencial (la cual puede dividirse a su vez en la de Lincoln y la de Johnson, o restauración) y la radical conocida también como la del ejército. Allan Peskin, "Was there a Compromise of 1877", en The Journal of the American History, vol. 60, núm. 1, 1973, pp. 63-75.

3 Allan R. Millett y Peter Maslowski, Historia militar de los Estados Unidos, por la defensa común, Madrid, The Free Press, 1984, pp. 257-259; Richard W. Stewart, "American military history", en The United States Army and the Forging a Nation, 17751917, Washington, United States Army Center of Military History, 2009, vol. 1, pp. 303-304.

4 El Congressional Serial Set, está integrado por una serie de colecciones documentales importantes: The Executive Documents of the Senate, The Executive Documents of the House of Representatives, Journal of the House of Representatives, Journal of the Senate, etcétera.

5 Las dos primeras etapas tratan más de un ejercicio colectivo que individual. Macartan Humphreys y Jeremy M. Weinstein, "Demobilization and reintegration", en Journal of Conflict Resolution, vol. 51, núm. 4, agosto, 2007, pp. 531-532; Mark Knight y Alpaslan Özerdem, "Guns, camps and cash: Disarmament, demobilization and reinsertion of former combatants in transitions from war to peace", en Journal of Peace Research, vol. 41, núm. 4, 2004, pp. 499-516.

6 Richard W. Stewart, op. cit., 2009, pp. 303-304.

7 Por Estado Mayor debe comprenderse el conjunto de departamentos y oficinas que tenían como un fin administrar los elementos con los que contaba el ejército estadounidense para hacer la guerra, y por mandos de línea los hombres que forman parte de la jerarquía del ejército con grados escalonados, con contacto y mando de tropas. Allan R. Millett y Peter Maslowski, op. cit., 1984, pp. 130-135.

8 Así se observó en el gesto del general Grant, permitiendo a las tropas vencidas de Lee abandonar el campo con armas, vituallas y cabalgaduras tras la batalla de Appomattox. Niccollo Machiavelli, Carl von Clausewitz y Antoine Henri de Jomini, The Prince, On War & The Art of War, Rockville, Arc Manor, 2007, p. 75; Michael A. Bellesilles, "The origins of the gun culture in the United States, 1760-1865", en The Journal of American History, vol. 83, núm. 2, septiembre, 1996, pp. 425-455; "La Constitución de Estados Unidos de América", en Alan Brinkley, Historia de Estados Unidos. Un país en formación, México, McGraw Hill, 2008, p. A-20.

9 Sherman fue uno de los personajes más importantes que desarrollaron el sistema de combate conocido como guerra total, y, con sus hombres en la Marcha hacia el Mar, habría de descarrilar económicamente al Sur, mientras que Meade había sido el artífice de la primera gran victoria federal en el teatro occidental, Gettysburg. Richard W. Stewart, op. cit., 2009, p. 303.

10 Tal como el general brigadier Edward Porter Alexander, quien propuso a Lee desbandar al ejército, para que los oficiales retornaran a sus estados natales, donde organizarían una serie de movimientos guerrilleros. Wayne Wei-Siang Hsieh, West Pointers and the Civil War. The Old Army in War and Peace, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2009, pp. 1-2.

11 Richard Taylor, Destruction and Reconstruction: Personal Experiences of the Late War, Nueva York, Appleton and Company, 1879, pp. 248-249.

12 Tales como Clay Allison, Cullen Baker, Jesse James, etcétera. William L. Richter, "'It is best to go in strong-handed': Army occupation of Texas, 1865-1866", en Arizona and the West, 1985, vol. 27, núm. 2, pp. 115-116.

13 Se trataba de, entre otros, los buques CSS Alabama y CSS Shenandoah. Lawrence Wood III Bartlett, Not Merely for Defense. The Creation of the New American Navy, 1865-1914, tesis para obtener el grado de doctor en Filosofía, Texas, Facultad del Colegio AddRan de Artes Liberales-Texas Christian University, 2011, pp. 78-79.

14 William L. Richter, op. cit., 1985, p. 119; Robert Ryal Miller, "Arms across the border: United States aid to Juarez during the French Intervention in Mexico", en Transactions of the American Philosophical Society, vol. 63, núm. 6, 1973, pp. 5-6.

15 A ello se suma que muchos de los veteranos de las guerras indias al iniciar la Guerra Civil dejaron sus puestos para unirse a los contingentes en el Este, donde perecieron o fueron licenciados. William L. Richter, op. cit., 1985, pp. 119-120.

16 Lawrence Wood III Bartlett, op. cit., 2011, pp. 78-79.

17 Louis A. Dimarco, Restoring order: The US Army Experience with Occupation Operations, 1865-1952, tesis para obtener el grado de doctor en Filosofía, Kansas, Colegio de Artes y Ciencias-Kansas State University, 2010, pp. 358-359.

18 Drew Gilpin Faust, "'Numbers on top of numbers': counting the Civil War dead", en TheJournalof Military History, vol. 70, núm. 4, 2006, pp. 995-998; Richard W. Stewart, op. cit., 2009, pp. 301-302.

19 Es necesario dividir las fuerzas que pelearon en la Guerra Civil en tres tipos: de línea (o permanente), milicias y voluntarias. Las tropas de línea están compuestas por hombres que se comprometen a integrarse al ejército de forma permanente, muchos de ellos para 1861 ya eran veteranos de las guerras indias e incluso de la guerra con México y estaban encuadrados en regimientos diseminados en las diferentes guarniciones, contaban con entrenamiento continuo. Los milicianos eran ciudadanos estadounidenses que se inscribían de forma voluntaria en sus entidades, en cuerpos que —dependiendo de su estado— cumplían con un entrenamiento militar, sus jefes y oficiales podían ser nombrados por el gobernador, las legislaturas estatales, e incluso ser electos por los propios soldados; la ley de milicias de 1792 les restringía un periodo de servicio federal, fuera de su entidad de procedencia, de sólo tres meses. Finalmente, los voluntarios eran ciudadanos que se unían a las fuerzas ordinarias de acuerdo con contratos especiales emitidos por el Congreso de Estados Unidos; éstos especificaban la duración y propósito de su contratación y su oficialidad era designada por el ejecutivo. Allan R. Millett y Peter Maslowski, op. cit., 1984, pp. 130-135; "La Constitución de Estados Unidos de América", en Alan Brinkley, op. cit., 2008, pp. A-20; "An act to provide for calling forth the Militia to execute the laws of the Union, suppress insurrections and repel invasions", en Statutes at Large, vol. 1, 2 de mayo de 1792.

20 "The War Department. Annual Report of Gen. Grant", en The New York Times, pp. 1 y 8; Spencer C. Tucker, Blue and Gray. The Civil War Afloat Navies, Annapolis, Naval Institute Press, 2006, p. 1.

21 Richard W. Stewart, op. cit., 2009, p. 304.

22 Edith Abbott, "The Civil War and the crime wave of 1865-1870", en Social Service Review, vol. 1, núm. 2, 1927, pp. 217-218; Thomas Holdup Stevens Hamersly, Complete Regular Army Register of the United States for One Hundred Years, Nueva York, T. H. S. Hamersly, 1881, vol. 2, p. 212.

23 Alfred Thayer Mahan, From Sail to Steam, Recollection of Naval Life, Nueva York, Harper & Brothers Publishers, 1907, pp. 196198; Emory Upton, The Armies of Europe and Asia, Londres, Griffin and Co., 1878, pp. 323-328.

24 Abraham Lincoln, "Proclamation by the President; Seventy Five Thousand Volunteers and an Extra Session of Congress", en The New York Times, 15 de abril de 1861; "An act to authorize the employment of volunteers to aid in enforcing the laws and protecting public property", en Statutes at Large, 22 de julio de 1861.

25 Allan R. Millett y Peter Maslowski, op. cit., 1984, pp. 81-85.

26 U.S. Grant to Major-General P.H. Sheridan, 17 de mayo de 1865, en Philip Henry Sheridan, Personal Memoirs of P. H. Sheridan, Nueva York, Jenkins & McCowan, 1883, vol. 2, pp. 208-209; Paul Andrew Hutton, "Phil Sheridan Frontier", en Montana: The Magazine of Western History, vol. 38, núm. 1, 1988, pp. 22-23; William L. Richter, op. cit., 1985, pp. 113-114.

27 Ibid, pp. 113-115.

28 Ibid., Robert Ryal Miller, op. cit., 1973, p. 13.

29 Paul Andrew Hutton, op. cit., 1988, p. 22.

30 Allan R. Millett y Peter Maslowski, op. cit., 1984, pp. 6-13.

31 De hecho, la mayoría de los enfrentamientos entre blancos e indios fueron llevados a cabo por colonos y milicianos. Richard N. Ellis, "Volunteer soldiers in the West, 1865", en Military Affairs, vol. 34, núm. 2, 1970, pp. 53-54; Paul Andrew Hutton, op. cit., 1988, pp. 23-24; María Estela Báez-Villaseñor Moreno, El Oeste de Estados Unidos. Las transformaciones político culturales del siglo XlXysu manifestación en la organización territorial, tesis para obtener el grado de doctora en Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2003.

32 Howard Temperley, "Regionalismo, esclavitud, Guerra Civil y reincorporación del Sur, 1815-1877", en Willi Paul Adams (coord.), Los Estados Unidos de América, México, Siglo XXI, 2005, pp. 101-104.

33 "An Act supplementary to an Act entitled 'An Act to provide for the more efficient Government of the Rebel States' passed on the second day of March, eighteen hundred and sixty-seven, and the Act supplementary thereto, passed on the twenty-third day of March, eighteen hundred and sixty-seven", en Statutes at Large, 19 de julio de 1867.

34 "An ad to continue the bureau for the relief of freedmen and refugees, and for other purposes", en Statutes at Large, 6 de Julio de 1868; Marvin Fletcher, "The Negro volunteer in reconstruction, 1865-1866", en Military Affairs, vol. 32, núm. 3, 1968, pp. 124-131.

35 "An Act to extend the Laws of the United States relating to customs, commerce, and navigation over the territory ceded to the United States by Russia, to establish a Collection District therein, and for other purposes", en Statutes at Large, 27 de julio de 1868.

36 Edwin M. Stanton, "Annual Report of the Secretary of War", en Executive Documents of the House, 14 de noviembre de 1866; Thomas Holdup Stevens Hamersly, op. cit., 1881, p. 203.

37 El dato se refiere a los hombres que efectivamente formaban parte de las fuerzas armadas, considerando deserciones y vacantes. ibid, p. 203; Richard W. Stewart, op. cit., 2008, p. 304.

38 Ibid., p. 304.

39 Alfred Thayer Mahan, op. cit., 1907, pp. 196-197; Edward William Sloan, Benjamin Franklin Isherwood, Naval Engineer, Nueva York, Arno Press, 1980, pp. 67-68.

40 Lawrence Wood III Bartlett, op. cit., 2011, pp. 27-29.

41 "An Act to provide for the Temporary Increase of the Navy", en Statutes at Large, 24 de julio de 1861.

42 Lance C. Buhl, "Mariners and machines: Resistance to technology in the American Navy", en The Journal of the American History, vol. 61, núm. 3, 1972, p. 703; Donald Chisholm, Waiting for Dead men's Shoes: Origins and Development of the U.S. Navy's Officer Personnel System, Stanford, Stanford University Press, 2001, pp. 319-320.

43 Célebre fue el caso del US Wampanoag, ideado por Benjamin F. Isherwood, botado en 1865, convirtiéndose en el navío más veloz del mundo, sin que ningún otro pudiera competir con él en los siguientes doce años, pero que sería catalogado por los miembros de la Junta de Maquinaria de Vapor como simple basura naval, luego de las pruebas de velocidad, con lo que nunca más volvió a enfrentar al mar. Lance C. Buhl, op. cit., 1972, pp. 703-704; Nathan Miller, The U.S. Navy: A History, Annapolis, Naval Institute Press, 1997, pp. 143-144.

44 Ibid., pp. 145-146.

45 El Arapiles había atracado en Nueva York para operaciones antes de que iniciara el incidente del Virginius. Nueve años después, Estados Unidos sufrió un nuevo percance, esta vez contra el acorazado chileno Esmeralda, que en aguas panameñas hizo comprender a los estadounidenses su incapacidad de defender las ciudades de la costa oeste ante un navío moderno. Ibid, p. 150.

46 Durante los años posteriores a la Guerra se abrieron un total de 300 000 nuevas granjas en los valles del Missouri y el alto Mississippi. Carl R. Fish, "Back to peace in 1865", en The American) Historical Review, vol. 24, núm. 3, 1919, pp. 437-439; Robert Ryal Miller, op. cit., 1973, p. 13.

47 Se trataba de aproximadamente 250 millones de dólares, cerca de 250 dólares por individuo. Carl R. Fish, op. cit., 1919, pp. 436-437.

48 Ibid., p. 435.

49 Wileem Adriaan Bonger, Criminality and Economic Conditions, Boston, Little/Brown and Co., 1916, pp. 344 y 374; Jean-André Roux, "Ce que sera la Criminalité après la guerre", en Revue Politique et Parlementaire, año 24, tomo XCI, 1923, pp. 35-37; Edith Abbott, op. cit., 1927, pp. 214-216.

50 Ibid., pp. 217-218.

51 Frank Sanborn, estuvo al frente de la Junta de Caridad de Massachusetts, escribió dos reportes en torno a las condiciones de vida de los prisioneros; aducía que el mayor número de aprehensiones femeninas e infantiles estaba relacionado con el proceso de depauperización natural por la carencia de mano de obra masculina. Así, en Report on the Prisons and Reformatories of the United States, menciona que uno de cada cuatro jóvenes encarcelados era hijo o hermano de un soldado. Frank Sanborn, Special Report on Prisons and Prison Discipline made under authority of the Board of State Charities, Boston, Wright and Potter State Printers, 1865, pp. 32-33, 77-78.

52 William T. Sherman, Memoires of General William T. Sherman, Nueva York, vol. 2, Appleton and Company, 1875, pp. 5-22; Philip Henry Sheridan, op. cit., 1883, pp. 372-393; Noah Andre Trudeau, Southern Storm, Nueva York, Harper Collins e-books, 2008, pp. 32-36; Edith Abbott, op. cit., 1927, pp. 213-227.

53 Willi Paul Adams, op. cit., 2005, p. 468.

54 Carl R. Fish, op. cit., 1919, p. 437.

55 Ante lo disputada que fue la elección presidencial de 1877, los demócratas aceptaron declinar en su aspiración, si las tropas que ocupaban el Sur se retiraban; además pedían que Thomas S. Hayes nombrara un secretario de gabinete de origen sureño y se le permitiera la libre competencia política en el Sur. Allan Peskin, op. cit., 1973, pp. 63-65.

56 Richard W. Stewart, op. cit., 2008, p. 304.

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