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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.18 no.1 Ciudad de México ene. 2011

 

Artículos

 

Aprendiendo a competir. Alianzas electorales y margen de victoria en los estados mexicanos, 1988–2006

 

Learning to Compete: Electoral Alliances and Closeness in Mexican States, 1988–2006

 

Diego Reynoso*

 

* Diego Reynoso es investigador adjunto de Conicet–Flacso (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas–Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Ayacucho 551, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, C.P. 1026, Argentina, Tel: (54 11) 52 38 93 00. Correo electrónico: dreynoso@flacso.org.ar.

 

Artículo recibido en diciembre de 2008
y aceptado para su publicación en agosto de 2010.

 

Resumen:

La formación de alianzas electorales constituye una buena oportunidad para los partidos políticos de sumar sus votos detrás de un candidato común y mejorar así las probabilidades de obtener un triunfo electoral, evitando la dispersión del respaldo electoral entre diferentes candidatos y/o partidos frente a un partido rival o alianza de partidos rivales. La formación de las alianzas electorales no depende de la proximidad ideológica de sus integrantes sino que éstas son el resultado endógeno de los cambios en las condiciones de la competencia electoral y a la vez un acelerador de esos cambios. Para respaldar el argumento acerca de la relación dinámica entre competitividad y alianzas electorales, así como del pragmatismo de los partidos políticos que las conforman, se ofrece evidencia recolectada de 96 elecciones de gobernador, realizadas en los 32 estados desde 1988 a 2006.

Palabras clave: alianzas electorales, margen de victoria, competitividad, fragmentación.

 

Abstract:

Building electoral alliances is a good opportunity for adding votes in order to support a common candidate and to increase the chance to win the election avoiding, in this way, wasting votes among different candidates or parties. The electoral alliances are not a product of the ideological distance among its members, but they are an endogenous outcome of the changes in the electoral competence conditions and, at the same time, a strong impulse of those changes. To support this hypothesis on the links between competitiveness and electoral alliances, and the pragmatism character of parties which are members of those, the article offer evidence from 96 sub–national elections of governors in 32 Mexican states from 1998 to 2006.

Keywords: electoral alliances, closeness, competitiveness, party fragmentation.

 

Introducción

La formación de alianzas para las elecciones de los cargos ejecutivos (presidente y gobernadores) se ha convertido en un fenómeno cada vez más recurrente en la política mexicana. Si bien la valoración pública que suele hacerse de las alianzas electorales por lo general no es positiva, éstas constituyen una buena oportunidad para los partidos políticos de sumar sus votos detrás de un candidato común y aumentar así las probabilidades de obtener un triunfo en las urnas, al evitar la dispersión del respaldo electoral entre diferentes candidatos o partidos frente a un partido o alianza de partidos rivales. A este fenómeno se le conoce en la literatura como coordinación estratégica.1

El trabajo pretende demostrar que la formación de las alianzas electorales no depende de la proximidad ideológica de sus integrantes, sino que éstas son el resultado endógeno de los cambios en las condiciones de la competencia electoral, y a la vez un acelerador de esos cambios. Las alianzas electorales, a diferencia de las coaliciones de gobierno, no constituyen un acuerdo que necesariamente cristalice en la formulación e implementación de políticas públicas específicas. Cabe entonces hacer aquí una primera distinción. Por alianza electoral entiendo a un grupo de partidos que coordinan sus fuerzas detrás de un candidato (o candidatos) común. En cambio, se entiende por coaliciones de gobierno a los acuerdos explícitos entre dos o más partidos con el objeto de definir un paquete de políticas públicas compartidas, que suele implicar un comportamiento legislativo coordinado por parte de los integrantes de la coalición.2

Para respaldar el argumento acerca de la relación dinámica entre competitividad y alianzas electorales, así como del pragmatismo de los partidos políticos que las conforman, se ofrece evidencia recolectada de 96 elecciones de gobernador realizadas en los 32 estados desde 1988 hasta 2006. El trabajo procede, en primer lugar, presentando un argumento teórico sobre la dinámica entre competitividad y alianzas; en segundo lugar se revisa la literatura previa existente; en tercer lugar se ofrece una descripción de la magnitud del fenómeno; en cuarto lugar se desarrollan las hipótesis de señalización y competitividad que se derivan del argumento teórico; en quinto lugar se describe la muestra, se definen y resumen las variables, y se presenta el modelo longitudinal apropiado para poner a prueba las hipótesis; en la parte seis se presentan y discuten los resultados estadísticos. Por último, se resumen las alianzas electorales de los principales partidos políticos y se ofrece evidencia de las estrategias cambiantes de los partidos más pequeños; finalmente se presentan las principales conclusiones de la investigación.

 

Teoría

La extensión de la formación de alianzas electorales como estrategia de competencia puede encontrar su fundamento en la rendición de sus frutos: les permite a los partidos que se encuentran en la oposición aumentar la posibilidad de derrotar a quien ocupa el gobierno, y al partido que está en el gobierno reunir fuerzas para evitar en lo posible perderlo. Juntos pueden obtener un mejor resultado del que obtendrían si compitiesen separados: esto es, ganar la elección, mantener el registro o acceder a escaños en el Congreso, obtener dinero para financiar sus actividades, etc. Al reunir fuerzas en torno a un candidato común o en una lista única o boleta electoral común, las opciones que se presentan como oferta política ante el electorado se reducen. Supongamos que existen cinco partidos políticos (A, B, C, D, e) en la arena electoral y tres de ellos forman una alianza: (A, B, C); mientras los otros dos conforman otra: (D, E). Debido a la conformación de estas dos alianzas a partir de esos cinco partidos, el número de opciones electorales disponibles para los electores queda reducido a dos. En consecuencia, la conformación de alianzas afecta directamente el número de competidores, sin reducir por ello el número de partidos. Al respecto valgan dos ejemplos para validar empíricamente el desarrollo.

En las elecciones del año 2000 en el estado de Chiapas, el candidato del PRI, Sami David David, enfrentó a la Alianza por Chiapas (PAN–PRD–PVEM–PT–PCD–PSN) que postulaba la candidatura de Pablo Salazar Mendiguchía; junto a estos el partido Democracia Social presentó la candidatura de Mario Arturo Coutiño. Si bien existían diez partidos con registro electoral, la oferta electoral se redujo a tan sólo tres candidaturas.3 También en el año 2003, en el estado de Colima los seis partidos políticos con registro oficial convergieron en la formación de dos grandes alianzas: la Alianza con Gustavo Vázquez Gómez (PRI–PVEM–PT) y la Alianza Todos por Colima (PAN–PRD–AC), dejando de este modo sólo dos opciones al electorado colimense.4 A la luz de los ejemplos que se repiten a lo ancho de todo el territorio y a lo largo del tiempo es lógico que en su afán de conquistar el gobierno, o de mantenerlo, los partidos políticos hayan aprendido que la coordinación de sus esfuerzos con otros partidos para apoyar a un candidato común aumenta las probabilidades de derrotar a sus adversarios coyunturales. Así, la suma de apoyo partidario en la forma de alianzas electorales genera una reacción por parte de los demás partidos que imitan la estrategia, lo que provoca que la contienda electoral se vuelva cada vez más reñida entre menos contendientes. Como Gary Cox (1997) destacara en su seminal trabajo sobre los efectos de la coordinación estratégica en los sistemas electorales del mundo, en forma sencilla y elegante: "la buena coordinación electoral implica, necesariamente, la reducción del número de competidores; pero dicha reducción a su vez implica, necesariamente, la selección de los competidores que habrán de sobrevivir, una selección cuyos efectos políticos son potencialmente significativos. El efecto reductor es más evidente cuando la coordinación electoral tiene éxito, y el distributivo es más evidente cuando la coordinación fracasa" (Cox, 1997, p. 5).

De este modo, la formación de alianzas electorales entre los partidos tiene diferentes consecuencias inmediatas: reduce el número de candidaturas y produce resultados muy ajustados en términos del margen de victoria entre el ganador y su inmediato contrincante. El resultado general de este proceso es la persistencia de un sistema multipartidista moderado con un número de candidaturas competitivas aún menor. La relación entre la formación de alianzas electorales y la competitividad electoral resulta así evidente, aunque, de manera paradójica, haya quedado parcialmente descuidada en la literatura especializada.

 

Trabajos previos

Los estudios sobre el cambio político mexicano han arribado a algunos puntos de consenso respecto de las transformaciones acontecidas en los últimos tres sexenios: en primer lugar se observa una transformación del sistema de partido hegemónico5 en un sistema de partidos competitivo (Peschard, 1993; Rodríguez, 1998; Lujambio, 2000), concomitante con un proceso de reforma institucional electoral incremental (Becerra, 1996; Crespo, 1996; Méndez de Hoyos, 2006). La bibliografía que ha estudiado estos procesos desde diversos enfoques es vasta.6 De cualquier forma, es claro que, a diferencia de otros casos de cambio de régimen, las elecciones desempeñaron un papel central en el proceso de democratización, en un juego anidado entre el nivel nacional y el estadual (Schedler, 2002). Los estudios han tratado de comprender y, en algunos casos, explicar dos procesos políticos electorales fundamentales: el aumento de la competitividad de las elecciones7 y la alternancia partidaria en los gobiernos de los estados.8

Los primeros estudios que indagaron sobre las causas o determinantes de los cambios han tendido ha destacar el papel de ciertos factores socioeconómicos (urbanización, escolaridad, ingreso y empleo) en la disminución del apoyo electoral priísta y en el aumento de la competencia partidaria (Valdés, 1993, pp. 270–300; Klesner, 1988, pp. 388–450; Gómez, 1991, pp. 216–260; Molinar, 1993, pp. 166–170). Los estudios posteriores a éstos se preocuparon por la disminución en el margen de las victorias electorales del PRI (Molinar, 1997, pp. 3–9; Valdés, 1995, pp. 29–41; Pacheco, 1997, pp. 319–350). Estos trabajos se enfocaron más a factores sociológicos externos al proceso político que a estudiar los factores propiamente políticos del proceso. Con la acentuación del proceso de cambio, nuevos estudios aportaron una mirada más propiamente política y endógena. Así los procesos de cambio político institucional, y en especial las reformas electorales, pasaron a ocupar un papel central en la explicación del aumento de la competitividad. La introducción de reglas electorales más justas comenzó a tener un mayor peso en la explicación del aumento de la competitividad (Méndez de Hoyos, 2003, p. 143) a tal punto que para la explicación del cambio en la competitividad los factores socioeconómicos dejaron de tener peso estadístico significativo (Méndez de Hoyos, 2003, p. 174).

Los incrementos en la competitividad electoral fueron erosionando el poder hegemónico de los gobernadores ganadores y, con ello, aumentaron el control de los partidos de oposición en las legislaturas locales (Lujambio, 2000; Beer, 2003).9 El aumento de la competitividad no sólo se ha reflejado en los partidos políticos de "oposición", sino también en el poder relativo de los diferentes sectores del PRI. De este modo, la competitividad electoral condujo a una modificación en los procesos de selección de candidatos del Revolucionario Institucional (Langston, 1998, p. 461) y en la búsqueda de una base mayor de sustentación de sus candidaturas (Mizrahi, 1995).

Por otra parte, la alternancia en el poder fue vista como el punto crítico al que llevaría el proceso de aumento de la competitividad electoral. Este proceso se produjo en forma secuencial, como un impulso desde la periferia hacia el centro (Zaid, 1987). Esta "vía centrípeta" de la transición, como la define Mizrahi (1995, p. 186), consistió en progresos electorales por parte de los partidos de oposición que les permitieron acceder lenta pero acumulativamente al gobierno de los estados. Estos triunfos electorales por parte de la oposición han ido aumentando hasta nuestros días,10 y han obligado al PRI a "volverse más competitivo, a redefinir sus estrategias y tácticas de lucha electoral y a buscar candidatos más populares, con más apoyo de sus bases y con mayor arraigo local, sobre todo en los lugares donde enfrenta una fuerte oposición" (Mizrahi, 1995, p. 177). En general, se puede afirmar que el aumento de la competitividad ha tenido efectos duraderos sobre todos los partidos en el gobierno, obligándolos a "tener un mejor desempeño si aspiran a ganar la próxima elección" (Rodríguez, 1998, p. 164).

De esta manera, se puede apreciar que la literatura especializada ha contribuido a explicar el aumento de la competitividad en México, así como el impacto que ésta ha tenido en el comportamiento de los actores; sin embargo, la formación de alianzas electorales, a pesar de ser un rasgo sobresaliente de la competencia electoral, no ha sido analizada en forma comparativa y sistemática a lo largo del tiempo y entre los estados.11 Hasta donde conozco, el problema de la coordinación electoral entre los electores y entre los partidos fue abordado originalmente en el trabajo de Magaloni (1996). En ese estudio se destaca que las fallas de coordinación electoral contra el PRI se explican frecuentemente por un problema de elección social debido a la caracterización de los partidos en el eje unidimensional de izquierda–derecha,12 en la cual el PRI ocuparía la posición mediana e impediría de este modo la coordinación entre el PAN y el PRD. No obstante, la transformación del espacio de competencia de uno unidimensional a uno multidimensional, con la emergencia de un eje pro sistema–antisistema (o autoritarismo–democracia), el PRI perdería la posición espacial de medianía.13

A pesar de la existencia de incentivos institucionales que los partidos pequeños poseen para formar coaliciones con alguno de los dos grandes capaces de derrotar al PRI (1996), el PAN y el PRD enfrentan juegos de interacción de entrada que los lleva a competir entre sí buscando establecerse como la fuerza opositora más creíble (Magaloni, 1996, p. 319). Sin embargo, destaca Magaloni, la posibilidad de éxito de las alianzas entre el PAN y el PRD depende de la "distribución de ordenamientos completos de preferencias individuales en el electorado. Cuanto más considere el electorado de oposición la dimensión pro sistema–antisistema, mayor número de electores radicales de oposición existirán y mayores serán las ganancias electorales de la formación de alianzas" (1996, p. 322).

No obstante la abrumadora cantidad de estudios que se han realizado y se realizan en el país y en el exterior sobre la política subnacional, la formación de las alianzas electorales permanece en un estado primigenio. ¿En qué medida los cambios en la competencia partidaria y la competitividad electoral han impulsado la formación de alianzas electorales? ¿Qué papel han tenido las alianzas electorales para acelerar o retardar este proceso? ¿Cómo han afectado la competencia y la competitividad del sistema de partidos mexicanos? A continuación el trabajo intenta dar respuesta a estos interrogantes.

 

La política de alianzas electorales

El trabajo explora exclusivamente las elecciones de gobernador realizadas durante los sexenios de Carlos Salinas de Gortari (CSG, 1988–1994),14 Ernesto Zedillo Ponce de León (EZPL, 1994–2000) y Vicente Fox Quezada (VFQ, 2000–2006), con especial atención en el papel de las alianzas electorales, de modo que quedan fuera de él otras coordinaciones llevadas a cabo en sexenios anteriores. Durante el periodo bajo observación (1988–2006) se han registrado 68 alianzas electorales de las cuales cuatro se produjeron en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari; 15 en el de Ernesto Zedillo, alcanzando un auge a lo largo del sexenio de Vicente Fox, con 49 alianzas.

El cuadro 1 presenta la información de manera más detallada. En cada sexenio se enlista el estado y el año en que se registró una elección en la que haya competido alguna alianza electoral. A su vez, se identifica si en la contienda se presentaron una, dos o tres alianzas electorales. Como se puede apreciar, durante el sexenio del presidente Ernesto Zedillo, en 12 estados se realizaron elecciones en las que al menos una alianza electoral compitió; en tres de estos estados (Guerrero, Hidalgo y Estado de México) la competencia contuvo dos alianzas electorales enfrentadas. En el sexenio del presidente Vicente Fox, en cambio, solamente en tres estados no se formaron alianzas para competir en la elección del gobernador, en todos los demás al menos una alianza compitió por la gubernatura. Los datos son elocuentes de la extensión de esta estrategia. Las alianzas electorales durante el sexenio de VFQ fueron más la regla que la excepción. De este modo, el porcentaje de elecciones en las que al menos una coalición participó a lo largo del periodo que analizamos fue en aumento: pasando de 13 por ciento en el sexenio de CSG, a 38 por ciento en el sexenio de EZPL y a 91 por ciento al finalizar la contabilización del sexenio de VFQ. Como puede apreciarse, la formación de alianzas electorales se ha incrementado en el transcurso de los tres sexenios.

La formación de alianzas se ha ido desplegando mediante un proceso de aprendizaje por parte de los partidos políticos. Así como las elecciones presidenciales de 2000 y de 2006 fueron testimonio de la conformación de grandes alianzas electorales a nivel nacional,15 a nivel de los estados se ha podido observar una mayor frecuencia de la constitución de las mismas y, debido al número de casos, se pueden extraer algunas conclusiones sobre las regularidades que presenta la formación de alianzas electorales y sus consecuencias potenciales sobre la competencia electoral.16

 

Hipótesis: señalización y competitividad

La formación de alianzas electorales podría explicarse como la respuesta que los partidos políticos encontraron, en su afán de conquistar el poder o de mantenerlo, en un contexto de cambios en la competencia y competitividad del sistema de partidos. De este modo, puede asumirse que los partidos políticos más grandes coordinan sus esfuerzos con otros partidos cuando el contexto electoral les indica que las variaciones experimentadas en el caudal de votos de los otros partidos ha sido tal que la coordinación estratégica mejora las posibilidades de derrotar a sus adversarios (Cox, 1997). Asimismo, cuando los partidos coordinan sus bases de apoyo electoral en forma de alianzas, producen un impacto inmediato en los resultados electorales: el voto se concentra en un número menor de alternativas y, en efecto, la distancia entre el partido ganador y el partido que obtiene el segundo lugar se reduce.

Así, podemos estimar que las alianzas se forman, caeteris paribius, debido a los cambios que experimenta el contexto electoral y, a su vez, su presencia tiende a disminuir el margen de victoria entre los principales contendientes, retroalimentando, asimismo, la tendencia hacia una competitividad creciente de los resultados electorales. De esta forma, una vez que el proceso dispara la dinámica, la relación entre las alianzas electorales y los márgenes de victoria cerrados se estabiliza.

La teoría desarrollada puede representarse en un modelo dinámico que se resume del siguiente modo: a) los partidos observan señales en la competencia que vienen dadas por los cambios en la competitividad de los resultados electorales y por la volatilidad del electorado; b) estas señales ofrecen nueva información para que los partidos de oposición emprendan nuevas estrategias con el objetivo de ganar la elección; c) la presencia de las alianzas electorales contribuye a disminuir el número de candidatos y evitar la fragmentación del voto; d) como consecuencia de lo anterior, se reduce el margen de victoria entre el partido ganador y el partido competidor inmediato; e) en la medida en que los partidos de oposición aprenden a formar alianzas electorales que amenazan con derrotar al PRI, éste imita la estrategia y conforma alianzas con partidos más pequeños para evitar la derrota; f) el resultado de este proceso es una estabilización de la formación de alianzas electorales y resultados electorales con márgenes de victorias cada vez más ajustados.

El modelo dinámico descrito aquí tiene dos componentes estratégicos endógenos: la señalización y la competitividad. Los partidos observan los cambios en la competencia, emprenden estrategias de alianzas y con ello alteran la misma competencia. En este sentido, las señales que los actores observan provienen de las elecciones pasadas (t–1), de modo que deben incluirse variables rezagadas en el modelo, cuando lo requiera: esto es, los valores de las variables en la observación anterior. Las siguientes hipótesis pretenden establecer un criterio de verificación o refutación de las dinámicas planteadas:

Hipótesis de señalización 1: Los cambios en el sistema de partidos en un estado i en un momento t–1 disparan una señal para que los partidos se alíen electoralmente en la próxima elección con la expectativa de producir un resultado más favorable. En este sentido, cuanto mayor sea la volatilidad y menor el margen de victoria en una elección, más probable será que en la elección siguiente (estado i en un momento to) se presente una alianza electoral.

Hipótesis de competitividad 2: La formación de alianzas electorales reduce el número de competidores y, mediante la coordinación del voto en unas pocas candidaturas, el margen de victoria entre los principales contendientes se reduce. Las elecciones en las cuales se presentan alianzas electorales, el margen de victoria entre el candidato ganador y su inmediato rival será más pequeño que el margen de victoria observado en las elecciones en donde los candidatos son respaldados por partidos políticos individuales.

 

Muestra, variables y especificación del modelo

Para verificar las proposiciones, la muestra está compuesta de las elecciones de gobernador de los estados realizadas en los tres sexenios como unidad de análisis. Más específicamente, el número de estados i es de 32 y cada estado i es observado una vez en cada sexenio t, esto significa que teóricamente obtenemos tres observaciones de cada estado:17 una observación en el sexenio de CSG, otra en el de EZPL y otra en el de VFQ; lo que da como resultado un total de 96 observaciones. De este modo, la información recolectada ofrece evidencia al interior de los estados a lo largo del tiempo (cross–sectional time–series).18

La información recolectada19 respecto de las elecciones se resume en los siguientes indicadores específicos:

Margen de victoria (MV): es igual a la diferencia entre el porcentaje de votos del partido más votado (P1 ) y el porcentaje de votos del partido que le sigue inmediatamente en orden (P2 ), el indicador también es denominado cercanía (closeness) (Gray, 1976). De modo que se puede estimar como MV= P1–P2. La distribución de la variable arroja una media de 46.67 (24.13) para el sexenio de CSG, de 13.52 (9.21) para el sexenio de EZPL, y de 10.54 (8.80) para el de VFQ.20

Volatilidad (vol): por volatilidad se entiende el cambio neto en los porcentajes de escaños (o votos) de todos los partidos de una elección a otra. De modo que podemos obtener un indicador de la volatilidad considerando para un partido Pi la diferencia en el porcentaje de votos entre una elección t respecto del porcentaje de votos en la elección t–1. Una vez imputadas todas las diferencias absolutas de los partidos, las agregamos y las dividimos entre dos para evitar una doble contabilización de ganancias de votos y pérdidas de votos, y obtenemos el porcentaje de votos que fluctuó de una elección a otra. El indicador se mide mediante el Índice de Pedersen (1979), el cual se expresa de la siguiente forma: La distribución de la variable arroja una media de 17.05 (9.38) para el sexenio de CSG, 30.04 (13.14) para el de EZPL y de 24.47 (16.22) para el de VFQ.21

Alianzas: las elecciones en las cuales se presenta una alianza electoral han sido indicadas con 1, mientras que aquellas en las cuales no se ha presentado ninguna alianza figuran con 0. La distribución de esta variable ya ha sido presentada en el apartado "La política de alianzas electorales". Adicionalmente a este indicador, incluimos el número de alianzas electorales que se presentan en una elección.

Fragmentación: la fragmentación remite a la distribución de los votos entre los partidos o candidaturas en competencia. Cuanto más concentrado estén los votos en una sola candidatura o partido, menor será la fragmentación, y viceversa. El indicador estandarizado para medir la fragmentación partidaria es el número efectivo de partidos de Laakso y Taagepera (1979), que aquí hemos traducido como número efectivo de candidaturas (NEC). Cuando no existen alianzas electorales, el número de candidaturas es igual al número de partidos; sin embargo, la alianza de dos o más partidos reduce el número de candidaturas aunque los partidos permanezcan, como ya ha sido desarrollado. El valor del NEC se calcula a partir de la siguiente ecuación: en donde NEC es igual a la razón inversa de la suma de los cuadrados de las proporciones de votos de los candidatos (pi 2). La distribución de la variable presenta una media de 1.88 (0.37) para el sexenio de CSG, 2.54 (0.34) para el de EZPL y de 2.44 (0.35) para el de VFQ.22

Para verificar la hipótesis 1 se estima un modelo logístico longitudinal. Debido a que la presencia de una alianza en una elección es una variable dicotómica que sólo puede asumir dos valores (1= formación de alianza, 0 = no alianza), la estimación de los coeficientes se realiza mediante un modelo logístico o logit. El modelo estimado es el siguiente:

En donde el primer término es el logaritmo natural de la razón entre la probabilidad de que la variable dependiente tenga un valor 1 y la probabilidad de que la variable dependiente tenga un valor 0. Esta razón es conocida en la literatura como odds ratio (Long, 1997; Long y Freese, 2003). En la ecuación a es el valor de la ordenada al origen y las βn son los coeficientes estimados de las n covariables X para cada unidad i en el momento t–1. Los coeficientes estimados deben entenderse como el cambio esperado en el logaritmo de la razón de las probabilidades, por cada unidad de cambio en la variable independiente rezagada (Frees, 2004). La hipótesis supone que la formación de una alianza (alianza) en una elección t depende de las señales que emiten los cambios en la competencia de los partidos en t–1, esto es, en elecciones pasadas. Así esperamos coeficientes negativos cuando los valores de las variables rezagadas indican pocos cambios en la competencia (i.e. porcentaje de votos del partido en el gobierno o margen de victoria). Por el contrario, esperamos coeficientes positivos cuando un aumento en la variable independiente indica un cambio en la competencia partidaria (i.e. volatilidad).

La hipótesis 2, en cambio, supone como variable dependiente al margen de victoria (MV) y como variables independientes las alianzas electorales y la fragmentación del sistema de partidos. Los coeficientes de relación pueden ser estimados en un mismo modelo longitudinal endógeno con efectos fijos:

En donde Yit representa el valor promedio de la variable dependiente (MV) en el estado i en el momento t; α es el valor de la constante de la ordenada al origen; X es un vector de n variables independientes; y las β son los coeficientes estimados de la regresión para cada n variable o regresor. Además el modelo longitudinal incluye un término de residuos (εit) que se asume constante para todos los casos (homoscedasticidad) y un término de residuos (vi) diferente para cada unidad pero constante para las observaciones de la unidades. Los coeficientes estimados deben interpretarse como el cambio esperado en el MV, por cada unidad de cambio en la variable independiente dentro de cada estado (within–effect). La ventaja de este modelo reside en que los efectos de las variables explícitamente estimadas están siendo controlados por todas las diferencias que existen entre los estados pero que no varían en el tiempo (time–invariant differences), de modo que los coeficientes estimados por el modelo de efectos fijos no están sesgados debido a potenciales variables omitidas (Kohler y Kreuter, 2005, p. 240), tales como variables de tipo socioeconómico o geográficas. Por lo tanto, esperamos que el signo del coeficiente estimado para el impacto de la presencia de una alianza electoral sobre el margen de victoria sea negativo y estadísticamente significativo.

 

Evidencia empírica y resultados

En los cuadros 2a y 2b se presentan los resultados de los modelos estimados para verificar las hipótesis 1 y 2, respectivamente. Así se estiman los coeficientes de la relación endógena que hay entre la formación de alianzas y las señales del sistema de partidos, postulada en la hipótesis 1; y los coeficientes de la relación entre las alianzas electorales y la fragmentación respecto de la reducción del MV, sostenida en la hipótesis 2.

El cuadro 2a permite observar que algunos indicadores rezagados tienen un efecto estadísticamente significativo sobre la presencia de una alianza electoral en un estado i en una elección t. Algunas señales parecen provenir de las elecciones de medio término inmediatas (t–1) y otros de las elecciones de gobernador precedentes (t–2). Los coeficientes estimados indican que por un aumento en una unidad en la fragmentación en la elección legislativa de medio término previa (NEPL t–1) las oportunidades de que se presente una alianza electoral aumentan 8.66 veces (factor change) o en 766 por ciento, manteniendo el resto de los factores constantes; por el contrario, un aumento de 0 a 100 en el porcentaje de votos que recibe el partido de gobierno en la elección de medio término (PGOB t–1) reduce las probabilidades de que se presente una alianza electoral en un factor de 0.91 (factor change) o en 9 por ciento, controlando por el resto de las variables; del mismo modo, cuanto mayor sea el margen de victoria en las elecciones de gobernador pasadas (MVt–2) serán menores las probabilidades de que se presente una alianza electoral en un factor de 0.94 (factor change) o en 9.4 por ciento, manteniendo el resto de los factores constantes. La importancia sustantiva de estos resultados puede variar de situación en situación —y de hecho al corregir la especificación del modelo varía—, pero ciertamente sugiere que algunos cambios electorales pueden introducir incentivos que aumenten o reduzcan la probabilidad de que se forme una alianza electoral.

Si los modelos dinámicos con variables rezagadas son controlados por los sexenios de EZPL y VFQ (variables dummy), que ingresan transversalmente con valor constante, la significatividad de algunos indicadores se desvanece.

Ello se debe a la abrumadora presencia de alianzas en el sexenio de VFQ, que impide estimar en forma diferencial si las alianzas han sido una respuesta a los cambios en la competencia en cada estado, o bien si éstas ya son una respuesta a los cambios en general que se han acumulado. En otras palabras, la formación de alianzas en el último sexenio se convierte en una respuesta independiente a los cambios en la competitividad y pasa a ser una estrategia dominante ampliamente extendida: un resultado de equilibrio. Por esa razón, la presencia de alianzas durante el sexenio de VFQ es estadísticamente significativa independientemente de los niveles de competencia experimentados en las elecciones inmediatas pasadas en cada estado.

La información del cuadro 2b representa los resultados de los modelos estimados para verificar la hipótesis de competitividad. En este cuadro se ofrecen cuatro estimaciones: dos en las cuales la única variable incluida es alianza, y dos en las cuales se agrega la fragmentación partidaria asumiendo una relación curvilineal cuadrática. La diferencia en los modelos similares radica en el tamaño de la muestra. Los modelos 1 y 2 incluyen algunas observaciones del sexenio 1982–1988 (Miguel de la Madrid), lo cual aumenta el número de observaciones a 121; mientras que los modelos 1 bis y 2 bis restringen las observaciones a los sexenios 1988–2006.

Como puede apreciarse, todos los coeficientes estimados tienen el signo esperado y son estadísticamente significativos (a un nivel p<.01). En primer lugar, se estima que en las elecciones en las que se presenta una alianza el margen de victoria se reduce en promedio alrededor de 36 puntos porcentuales respecto de las elecciones en las que no participa alianza electoral alguna, para la muestra ampliada, y en unos 23 puntos porcentuales cuando la muestra se restringe a los sexenios (1988–2006).

En los modelos 2 y 2 bis se vuelve a confirmar el impacto de las alianzas sobre el margen de victoria, cuando es controlado por el impacto de NEC. La especificación del impacto de la fragmentación lo supone curvilineal, debido a que a medida que el voto se desconcentra del partido hegemónico y se dispersa en los otros contendientes, el margen de victoria tiende a reducirse. Sin embrago, una vez superado cierto umbral de dispersión, si el voto se sigue dispersando entre un mayor número de alternativas, el margen de victoria entre el ganador y su competidor inmediato tenderá a aumentar nuevamente. En consecuencia, un modelo que tenga en cuenta esta particularidad del proceso de apertura de los sistemas de partidos hegemónicos debe especificar una relación cuadrática en lugar de una relación lineal. Esta situación se representa en la gráfica 1.

Como puede apreciarse en los resultados presentados en el cuadro 2b y en la gráfica 1, el modelo cuadrático es estadísticamente significativo y robusto: todos sus coeficientes estimados tienen el signo esperado y son estadísticamente significativos en un nivel p<.01. El margen de victoria observado en una elección se reduce en presencia de alianzas electorales y tiende a reducirse a medida que el sistema de partidos se vuelve más pluralista, hasta un punto en donde el aumento de la dispersión del voto produce el efecto contrario.23 El modelo 2 explica alrededor de 92 por ciento de la varianza de los valores de mv, y el modelo 2 bis, con una muestra restringida a tres sexenios, explica 84 por ciento. En ambos casos, la hipótesis cuenta con respaldo empírico.

 

Análisis de los partidos aliancistas

Los resultados anteriores pueden dar una impresión demasiado abstracta, si bien correcta y significativa, de los procesos de formación de alianza que subyacen; a la vez que no discrimina entre los diferentes tipos de alianzas que se han formado. Por esa razón, con el objetivo de reforzar estos hallazgos, a continuación presento un análisis más desagregado de las diferentes alianzas y los partidos que las integran.

Los incentivos para coordinar, que enfrenta cada partido en cada estado, pueden desde luego variar y estar sujetos a especificidades territoriales e históricas.24 En ello intervienen las expectativas de corto o largo plazo junto con las metas que los partidos persiguen en cada una de las arenas de competencia y de las preferencias de sus electores, tal y como lo precisa Magaloni (1996). De este modo, es aceptable que los partidos hagan diferentes consideraciones que los posicionen en juegos de coordinación diversos. Para los partidos con mayor éxito individual, como es el caso del PRI, la coordinación con otros partidos no fue una estrategia dominante mientras pudo mantener la hegemonía.25 Por otra parte, siendo que éste era partido en el gobierno y, en consecuencia, el partido a derrotar, las demás agrupaciones no tenían fuertes incentivos para coordinar esfuerzos electorales con él. A la inversa, fue contra el PRI que se formaron las alianzas electorales a nivel estatal en un primer momento. El cuadro 3 permite echar un vistazo a la propensión a formar alianzas de los partidos políticos. En este cuadro se indica el número de alianzas en las que participó cada partido por sexenio presidencial.

Si observamos la serie completa hay tres aspectos que resaltan a primera vista. En primer lugar, los tres partidos que más alianzas han conformado son PRD, PVEM y PT. El PRD es el partido que más alianzas integró a lo largo del periodo (36), y tiene el récord de formar alianzas entre los partidos más grandes: participó en alianza en 23 de las 33 elecciones de gobernador (69%) que se disputaron durante el sexenio de VFQ. El PVEM participó también en alianza en 22 de las 33 elecciones (69%), así como el PT, que también emerge como otro gran partido aliancista (63%) durante el mismo sexenio.

En segundo lugar, se puede distinguir claramente un cambio abrupto en la estrategia del PRI a partir del sexenio de VFQ. La pérdida que para el PRI supuso la derrota en la elección presidencial en el año 2000 provocó un cambio de estrategia en el ámbito local: el Revolucionario Institucional pasó de ser un partido que formaba nulas o esporádicas alianzas en los anteriores sexenios (0 por ciento en el sexenio de CSG y 3 por ciento en el de EZPL) a encabezar 17 alianzas de un total de 33 elecciones (53%) durante el segmento de tiempo que va de 2000 a 2006. Al perder su posición hegemónica, la estrategia de competir solitariamente dejó de ser dominante, ya que ponía en riesgo el éxito electoral, tal y como ha sucedido en muchas elecciones. Del mismo modo, los partidos pequeños vieron en el PRI un nuevo y potencial socio para sus estrategias aliancistas.

En tercer lugar, contrariamente a las imágenes de polarización ideológica que proyectan el PRD y el PAN, y que dominan en las imágenes públicas de la política mexicana, estos partidos han conformado alianzas conjuntas en nueve elecciones. Durante los sexenios priístas (1988–2000) formaron cuatro: el PAN y el PRD presentaron candidaturas comunes en San Luis Potosí (1991), Tamaulipas (1992), Nayarit (1999) y Coahuila (1999). Sin embargo, las que desafían las imágenes públicas de modo más contundente son las cinco alianzas restantes durante el sexenio de VFQ (PAN). Los partidos supuestamente más extremos en el continuo izquierda–derecha y en oposición abierta a nivel nacional desde que el PAN ocupó la presidencia de la república, coordinaron estratégicamente en 5 elecciones de gobernador: Todos Somos Oaxaca (Oaxaca, 2004), Todos somos Chihuahua (Chihuahua, 2004), Todos Somos Colima (Colima, 2003), Candidatura Común (Yucatán, 2001) y la mega Alianza por Chiapas (Chiapas, 2000). En este sentido, la formación de alianzas electorales PRD + PAN no es un dato reciente ni excéntrico en el contexto de la política mexicana.26

De este modo, es posible sostener que la racionalidad de los actores políticos se refleja en su orientación pragmática, por encima de cualquier consideración purista y normativa de la política en un eje unidimensional izquierda–derecha. No obstante, contra la tesis del pragmatismo se ha extendido ampliamente en los círculos académicos y políticos una idea completamente distinta a la evidencia. Se afirma por ejemplo que en el proceso de transición el PAN apostó por una democratización gradual y reformista, mientras que el PRD desplegó una estrategia rupturista, que lo condujo a la imposibilidad de cooperación. Incluso se concluye que "estas diferencias estratégicas ayudan a entender también la casi total ausencia de acuerdos y formas de cooperación entre los partidos de oposición" (Gómez, 2003, p. 246).

La evidencia desafía estas afirmaciones, y en su lugar se puede sostener que la propensión a formar alianzas de los partidos políticos mexicanos puede considerarse, entonces, como un indicador de la proporción de orientación pragmática de éstos en el eje pro sistema–antisistema o autoritarismo–democracia (Moreno, 1999), en contraste a su posición ideológica en el eje izquierda–derecha. Más allá de las imágenes fuertemente ideológicas y polares que, por ejemplo, las élites nacionales del PRD y del PAN se han encargado de proyectar, estos partidos han llegado a acuerdos políticos importantes en materia de candidaturas conjuntas: en efecto, como se mencionó, en nueve elecciones sumaron sus esfuerzos y sus alianzas han seguido en aumento.

La evaluación racional de evitar el peor resultado —i.e. que el partido en el último orden de preferencia resulte ganador— los llevó a una exitosa coordinación estratégica en cuatro de esos nueve casos, en los que lograron derrotar al PRI. El pragmatismo político que induce a la estrategia aliancista competitiva no se agota en los partidos más grandes. Los partidos de tamaño más pequeño han mostrado un pragmatismo aún más estratégico y han sabido ser compañeros de ruta de partidos diferentes en distintas ocasiones y en el mismo sexenio.

Si consideramos los 18 años bajo análisis encontramos que un total de 26 partidos políticos obtuvieron registro electoral. Muchos partidos históricos como el PARM (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana) no lograron sobrevivir. Otros, que emergieron durante los años analizados, como el PLM (Partido Liberal Mexicano), el PCD (Partido de Centro Democrático), el PSN (Partido de la Sociedad Nacionalista), el PAS (Partido Alianza Social), FC (Fuerza Ciudadana), MP (México Posible), tampoco lo consiguieron, ya que no pudieron superar las exigencias institucionales de un contexto electoral fluctuante y competitivo.27

No obstante, otros partidos —además de los tres más grandes— lograron sobrevivir y, de hecho, lo hicieron con relativo éxito. Con una clara orientación pragmática pudieron superar los cambios que se experimentaron en el mercado político electoral, convirtiéndose de este modo en partidos importantes del sistema de partidos mexicano.

Los casos más representativos de esta adaptación pragmática son el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Partido del Trabajo (PT). Como se observa en el cuadro 4, el PVEM y el PT son los únicos dos partidos que conformaron alianzas con cada uno de los tres partidos más grandes, el PRI, el PRD y el PAN.

Partido Verde Ecologista de México. El PVEM integró 29 alianzas, de las cuales siete se realizaron en el sexenio de EZPL y 22 en el de VFQ. Durante el sexenio de EZPL (1994–2000) fue aliado del PRD en Nuevo León (1997) y Tlaxcala (1998), en esta última alianza se sumó el PT. Durante 1998 fue aliado del PT en dos oportunidades más (Veracruz y Aguascalientes). Al año siguiente integró alianza con el PAN en Hidalgo (1999) y el Estado de México (1999). En Coahuila (1999) compartió una alianza con el PAN, el PRD y el PT, que enfrentó al PRI. Al comenzar el sexenio de VFQ (PAN) en 2000, el PVEM integró la mega Alianza por Chiapas. Fue compañero del PAN en el Distrito Federal en 2000. En 2001 volvió a compartir con el PRD una alianza en Michoacán y, el mismo año, con el PAN integró una en Baja California, y otra en Yucatán (junto al PRD), en esta última se integró además el PT.

Las oscilaciones del PVEM integrando alianzas de izquierda junto al PRD y el PT, y de derecha junto al PAN, además de las alianzas integradas por "Todos Juntos" contra el PRI, son un indicador de la adaptación pragmática del Verde Ecologista de México en su estrategia por la autorreproducción y la supervivencia política. Pero lo que al final comprueba lo anterior es lo ocurrido en 2003. Exactamente en las elecciones intermedias del sexenio de VFQ, el PVEM cambió una vez más de aliado. Desde ese año en adelante integró 17 alianzas, todas en compañía del PRI. En seis de ellas los acompañó además el PT. Desde 2003 el opositor PVEM se ha convertido en el compañero inseparable de candidaturas del PRI.

El PVEM presenta una estrategia cambiante a lo largo del tiempo, pero homogénea a lo ancho del territorio. Las alianzas del PVEM parecen oscilar de izquierda a derecha, y de oposición a oficialismo, pero en todos los casos sus acuerdos políticos se ratifican uniformemente en los estados.

Partido del Trabajo. A la izquierda del espectro electoral también se observan esos reacomodos estratégicos. El PT se ha distinguido por ser el otro gran partido pragmático del sistema político. En total integró 30 alianzas: 10 en el sexenio de EZPL y 20 en el de VFQ. En 1998 compartió candidaturas con el Partido de Centro Democrático (PCD) en Chihuahua, y con el PVEM en Aguascalientes y Veracruz. Las tres elecciones tuvieron la peculiaridad de ser alianzas integradas por partidos pequeños en donde ninguno de los partidos grandes participó. Al finalizar 1998 integró junto al PRD una alianza en Tlaxcala. Al año siguiente integró seis alianzas y en todas ellas fue compañero del PRD. De esas alianzas, además del PRD participaron el PAN (Nayarit, 1999), y el PAN y el PVEM (Coahuila, 1999). En 2000 integró la Alianza por Chiapas junto a todos los partidos opositores del PRI, y en el Distrito Federal y Guanajuato acompañó al PRD. En 2001 también fue compañero del PRD en Michoacán (junto al PVEM) y en Tabasco. En ese mismo año, sin embargo, fue aliado del PAN, el PRD y el PVEM en Yucatán. En 2003, el PT se alió con el PRI en la elección de Colima y regresó con el PRD en San Luis Potosí. En 2004 en Aguascalientes, Chihuahua, Oaxaca y Zacatecas fue aliado del PRI y del PVEM, pero paradójicamente ese mismo año fue compañero del PRD en Durango, Veracruz y Tlaxcala. En 2005 formó tres alianzas con el PRD (Quintana Roo, Nayarit y Estado de México), pero en Colima lo hizo como compañero del PRI y del PVEM. Ese mismo año en Coahuila integró una alianza minoritaria con el PC.

Al igual que el PVEM, el PT cambia de posición a lo largo del tiempo, pero a diferencia del primero, es más heterogéneo territorialmente. Sus acuerdos políticos varían de estado a estado, pudiendo al mismo tiempo ser aliado de partidos que son rivales entre sí.

Convergencia Partido Político Nacional: Otro partido emergente que ha logrado sobrevivir gracias a una política de alianzas pragmática ha sido Convergencia Democrática, rebautizado posteriormente, como Convergencia Partido Político Nacional. A diferencia de los anteriores, éste ha demostrado un poco más de estabilidad en las alianzas conformadas. Durante todo el sexenio de VFQ fue compañero del PRD en 14 elecciones, algunas de las cuales compartió también con el PT y el PVEM. Tan sólo en dos oportunidades fue único compañero de alianza del PAN, ya que las otras dos alianzas del PAN y Convergencia que figuran en el cuadro 4 fueron integradas también por otros partidos (Alianza por Chiapas en Chiapas, 2000, y Todos Somos Oaxaca, 2003).

El breve resumen que describe la política de alianzas de los partidos pequeños permite precisar que las historias de las alianzas del PVEM y del PT, por un lado, presentan su gran capacidad de adaptación pragmática y, por el otro, la independencia que existe en los conflictos políticos partidarios de los estados. En un mismo año electoral un solo partido puede aliarse con diferentes partidos en distintos estados. Así lo revelan tanto el PVEM, en sus cambios de orientación a lo largo del tiempo, como el PT, que ha llegado en un mismo año a compartir alianzas con el PRI, el PRD y el PAN. Esta estrategia, que es ampliamente cuestionada en los medios periodísticos y en amplios sectores de la opinión pública, lejos de ser castigada por el electorado, les ha permitido sobrevivir durante ya varios años de un modo en que otros partidos no han podido hacerlo. De esta manera, es evidente que esta estrategia rinde sus frutos, y es entendible que actores racionales que buscan aumentar sus parcelas de poder y sobrevivir en la arena electoral la adopten, más allá de las objeciones ideológicas y normativas que se les puedan imputar.

 

Conclusión

En este trabajo se ha destacado el ascenso de las alianzas electorales como estrategia de competencia dominante adoptada por los partidos mexicanos en general en el ámbito de los estados. La investigación confirma, en primer lugar, que éstas responden a señales cambiantes en el sistema de partidos y en el electorado, mismas que provienen de elecciones previas: ante variaciones en flujo de votos (volatilidad), mayor fragmentación y escenarios con resultados electorales de mayor cercanía (margen de victoria), aumenta la probabilidad de que en una elección se presente una alianza electoral. En segundo lugar, la formación de alianzas electorales produce un efecto reductor de las candidaturas en disputa, lo que favorece la producción de resultados más competitivos, es decir, con márgenes de victorias más estrechos. Si consideramos ambos hallazgos, podemos afirmar que las alianzas son un producto endógeno de los cambios y variaciones en la competencia política, al mismo tiempo que retroalimentan, aumentando y manteniendo, los niveles de competitividad electoral.

Más allá de las conclusiones generales antes resumidas, el trabajo presenta una radiografía de la propensión pragmática de los partidos en la formación de alianzas al describirlas y enumerarlas, con el objetivo de darle identidad a la, a veces, frialdad de los resultados estadísticos. La descripción en profundidad de éstas permite destacar tres aspectos fundamentales. En primer lugar, el aumento en la formación de las alianzas electorales conformadas en torno al PRD y, en menor medida, en torno al PAN, así como, contra todo prejuicio ideológico, alianzas electorales en donde ambos partidos comparten candidaturas. En segundo lugar, el cambio de estrategia del PRI, al imitar a sus oponentes formando alianzas electorales después del año 2000. En tercer lugar, la adaptación pragmática del PVEM y del PT, como partidos aliados a lo largo del tiempo, tanto del PRD como del PAN y del PRI, e incluso en algunos casos en el mismo año en diferentes estados.

El objetivo colateral de esta investigación ha sido demostrar que la generalizada denominación de alianzas antinatura aplicada a las alianzas electorales que no responden a las expectativas ideológicas de ciertos prejuicios normativos es errónea. En este sentido, el artículo pretende dejar en claro, respaldado en la evidencia empírica, que la formación de alianzas electorales responde a incentivos producidos por los cambios en la competencia, en un sentido positivo, y no por la afinidad ideológica, como normativamente se les suele exigir.

Anexo

 

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Notas

*El autor agradece los comentarios de los participantes del Coloquio "Juntos pero no revueltos: las alianzas electorales en los estados mexicanos", realizado el 28 de mayo de 2008 en la UNAM; a Natalia D'angelo, Miriam Rodríguez, Luisa Fernanda Rodríguez, Inés Cruzalegui y Claudia Pérez Fournié, por su asistencia en diferentes etapas de la recolección y reconstrucción de datos de la investigación, y a dos jurados anónimos por sus útiles observaciones, críticas, comentarios y sugerencias.

1 La coordinación estratégica puede presentarse en dos niveles. un nivel es el de la élite, cuando los partidos políticos deciden ir juntos en alianzas electorales o candidaturas comunes; el otro nivel es el de los electores, cuando los candidatos deciden abandonar al partido preferido, si se percibe que éste no tiene mayores oportunidades de ganar la elección, en favor de otro en segundo orden de preferencia pero cuyas probabilidades sean mayores (Cox, 1997). Cuando los partidos consiguen ponerse de acuerdo en cuanto al candidato que apoyarán, y logran coaligarse para obtener un mejor resultado, estamos en presencia de una coordinación estratégica exitosa a nivel de la élite, tema sobre el cual versa este trabajo. Si fracasan en coordinar sus estrategias para apoyar a un candidato común, los electores pueden abandonar a los partidos con menos probabilidades y votar por aquel con probabilidades reales de ganar. A esto último se le denomina "voto estratégico", y consiste en tomar la decisión de no votar por la primera preferencia inmediata (el propio partido), que mayor utilidad le produciría en caso de resultar ganadora, y votar por una segunda preferencia (otro partido) con el fin de evitar el peor de los resultados posibles: que la alternativa que mayor desutilidad le genera gane la elección (el triunfo del partido menos preferido). Sobre este asunto versan los trabajos de Magaloni (1996), Poiré (2000), Magaloni y Poiré (2004), entre otros.

2 En la literatura comparada los trabajos de investigación sobre coaliciones de gobierno dominan en relación con los de alianzas electorales. Al respecto existen diferentes teorías respecto de la formación de las coaliciones: las basadas en el tamaño mínimo ganador (Riker, 1962), en el mínimo de integrantes (Leiserson, 1970) y en el mínimo rango ideológico o de integrantes con cierta afinidad ideológica (Axelrod, 1970).

3 Finalmente, la Alianza por Chiapas obtuvo 52.66 por ciento contra 46.94 por ciento que obtuvo el candidato del Revolucionario Institucional y 0.40 por ciento de los votos para el tercer candidato.

4 Los resultados finales fueron 51.92 por ciento de los votos para la Alianza PRI–PVEWM–PT y 48.07 por ciento para el candidato del PAN–PRD–AC.

5 El sistema de partido hegemónico mexicano se caracterizaba por la ausencia de competencia (Sartori, 1976, pp. 277–289), en donde, si bien existían otros partidos políticos, éstos no suponían alternativas reales con posibilidad de derrotar al PRI en las elecciones.

6 Los cambios en materia electoral fueron los más analizados, aunque las reformas institucionales no se limitaron exclusivamente a este tema. Para una clara comprensión de los cambios políticos anidados consúltese Elizondo (1995).

7 Aquí cabe hacer una distinción entre competencia y competitividad. Por competencia se entiende la estructura o regla del juego que permite y garantiza que los partidos compitan entre sí. En ese sentido, la competencia es la condición característica de un régimen democrático. Por competitividad, en cambio, se entiende un estado concreto del juego (Sartori, 1976, p. 260). De este modo, calificamos una elección como competitiva cuando "dos o más partidos consiguen resultados aproximados y ganan por escasos márgenes" (Sartori, 1976, p. 260). Por ejemplo, en un sistema de partido predominante existe competencia, mientras que un sistema de partido hegemónico se caracteriza por la ausencia de esta condición. No obstante, en ambos casos las elecciones pueden ser de escasa o nula competitividad. La competitividad, entonces, se refiere a cuán reñida es una elección. En otras palabras, a cuán cercanas son las proporciones de votos que obtienen el primer y el segundo contendientes.

8 Conviene acotar que algunos estudios han señalado que la alternancia en México tuvo lugar en muchos casos sin que hubiera cambios en los niveles de competitividad, aseverando así que "alternancia y competencia no siempre van de la mano" (Buendía, 2003).

9 La competitividad electoral per se no repercutió directamente, claro está, en más y mejor control, sino en la medida en que la fragmentación partidaria de la legislatura fue facilitada por las reformas electorales tendientes a producir resultados más proporcionales (Solt, 2004).

10 Al inicio este proceso fue experimentado fundamentalmente por el PAN, en el estado de Baja California en 1989, para luego expandirse a Guanajuato (1991), Chihuahua (1992), Jalisco (1995), Querétaro (1997), hasta la llegada del PRD al gobierno del Distrito Federal en 1997. A este proceso se sumó Nuevo León en 1997 (PAN), Tlaxcala y Zacatecas en 1998 (PRD), Aguascalientes en 1998 (PAN), Nayarit en 1999 (Alianza PAN + PRD), Baja California Sur en 1999 (PRD). En 1998 el estado de Chihuahua regresó a manos del PRI. A partir del año 2000 se siguieron sumando más estados a las filas del PAN y el PRD: Morelos, Chiapas, Michoacán, Yucatán, San Luis Potosí, Tlaxcala y Guerrero. Hubo otras alternancias, esta vez a favor del PRI, en Nuevo León (2003) y Nayarit (2005).

11 Golder (2005) destaca que "a pesar de la vasta literatura sobre coaliciones, las alianzas pre–electorales nunca han estado en el centro de alguna investigación cross–national sistemática". Las cursivas son mías, debido a que en el original el autor las distingue como coaliciones pre–electorales para distinguirlas de las coaliciones de gobierno. De este modo, encara el estudio con una muestra de 22 países industrializados.

12 Sobre este punto en particular hay algunas diferencias. Para Moreno (1999) el PAN ocupa una posición de centro en el espectro político, con el PRI a su derecha y el PRD a su izquierda, de modo que no es, en absoluto, difícil entender las alianzas tanto de la élite como de los electores. Sin embargo, los estudios tradicionales sobre la ubicación de los partidos políticos en el espectro izquierda–derecha coinciden en colocar al PAN a la derecha, al PRI en el centro y al PRD en la izquierda. Por ejemplo, así lo entiende Magaloni (1996), al analizar el reducido margen para el voto estratégico en las elecciones de 1994. Otro estudio sobre la autoubicación ideológica de las élites parlamentarias, realizado por el equipo de Manuel Alcántara de la universidad de Salamanca, coincide en ubicar al PAN a la derecha, al PRI en el centro y al PRD a la izquierda del espectro político, según las propias respuestas de los legisladores nacionales en una escala de 1 a 10 (donde 10 representa el valor máximo de derecha y 1 el valor máximo de izquierda). Las encuestas realizadas en 1994, 1997, 2000 y 2003 arrojan resultados muy similares: los diputados del PAN, en promedio, se autoubicaron entre 8.94 y 9.17 de la escala durante los cuatro años; el PRI entre 6.09 y 6.94, y el PRD entre 2.68 y 2.78. En la misma dirección, el estudio de López Lara y Loza (2003) acerca de las preferencias y opiniones de los legisladores en 12 congresos estatales arrojó la siguiente posición relativa para los partidos mexicanos de izquierda a derecha: 2.8 para el PT, 3.08 para el PRD, 6.0 para el PVEM, el PRI asume un valor de 6.1 y finalmente los legisladores del PAN se autoubicaron en promedio en un 6.8.

13 Los trabajos desarrollados en el programa de la teoría de la elección social han demostrado que si bien el mediano en una distribución unidimensional es el ganador en competencia de pares (Black, 1948), cuando el espacio es de dos o más dimensiones éste sólo prevalece en situaciones extremadamente inusuales, tales como aquellas donde el mediano es el mismo en todas las dimensiones y ocupa un lugar central de "simetría radial" (Plott, 1967). Si bien estas situaciones son posibles teóricamente, su probabilidad de ocurrencia es casi nula. El mediano puede en una dimensión no ser el mediano en todas las otras dimensiones. Por lo tanto, cualquier mediano unidimensional puede ser derrotado por una coalición de actores con posiciones en múltiples dimensiones y, de este modo, cualquier resultado es posible (McKelvey, 1976).

14 El punto de corte donde se inicia la serie de tiempo que observamos se fundamenta en el amplio consenso de la literatura especializada, que coincide en señalar a la elección presidencial de 1988 como el punto de ruptura de la hegemonía del PRI (Peschard, 1993, p. 97; Molinar, 1993, p. 226; Gómez 1991, pp. 229–232; Gómez Tagle, 1990).

15 En la elección presidencial de 2000, el Partido de Acción Nacional (PAN) conformó la Alianza por el Cambio, junto con el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), a la cual además se sumó informalmente el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM); mientras que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) conformó la Alianza por México, junto al Partido del Trabajo (PT), Convergencia Ciudadana (CPN), Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN) y el Partido Alianza Social (PAS). En 2006 nuevamente varios partidos políticos sumaron sus votos: la Alianza por el Bien de Todos estuvo integrada por el PRD, el Partido Convergencia y el PT, mientras que la Alianza por México, a diferencia de 2000, estuvo integrada por el PRI y el PVEM.

16 La formación de alianzas electorales tiene impactos hasta hoy poco explorados en los análisis sobre la política mexicana. uno de estos impactos se presenta en la conformación de los contingentes legislativos. Para una ampliación detallada de la relación entre las alianzas electorales y la merma de los contingentes legislativos de los partidos de gobierno, consúltese Reynoso (2010).

17 El diseño de la investigación permite obtener una muestra completa y balanceada, bajo ciertos supuestos. Un diseño completo es aquel que prevé que cada unidad sea observada en el mismo momento que las demás, en cambio un estudio balanceado es aquel en el que todas las unidades han sido observadas y no existe un dato faltante (missing). Para una ampliación sobre este tema, véase Fitzmaurice et al. (2004, pp. 22–25).

18 Hay diferentes alternativas para modelizar un diseño combinado de unidades y series de tiempo (cross–sectional time–series), que dependen del número de unidades (N) y del número de observaciones de las mismas a lo largo del tiempo (T ). Los modelos tradicionales de mínimos cuadrados ordinarios (OLS) no son apropiados debido a que el tipo de datos viola un supuesto central: la independencia de las observaciones. Una forma común de evitar este problema es optar por un método de regresión OLS con efectos fijos con variables dicotómicas (Least Square with Dummy Variables–lsdv) (Sitmson, 1985). No obstante, éste tiene el inconveniente de inflar el coeficiente de codeterminación (R2) por medio de la adición de N–1 variables dummy. En cambio, los modelos longitudinales pueden construirse sin crear un artificial R2 y corrigiendo los errores estándar de los coeficientes estimados por el control de los efectos fijos o aleatorios de las unidades. Para las muestras longitudinales existen dos estrategias ampliamente utilizadas: los modelos de regresión longitudinal con efectos fijos (también conocido como within effect), y los de efectos aleatorios (between effect). La elección de uno u otro modelo responde a cuatro criterios generales: el tipo de muestreo, los objetivos de la inferencia, el uso de variables constantes para cada unidad a lo largo del tiempo y la robustez del modelo en presencia de variables omitidas. Para una comprensión más acabada de las aplicaciones del análisis longitudinal o panel, véase Frees (2004) y Fitzmaurice et al. (2004). Más adelante, al presentar los modelos de regresión, se especifica qué tipo se utiliza.

19 Los indicadores fueron calculados a partir de la información disponible y recolectada en primer lugar de los institutos y consejos electorales de los estados, en segundo lugar para aquellos datos no disponibles la información se extrajo de la base de datos del Centro de Investigación para el Desarrollo, A.C. (CIDAC).

20 Entre paréntesis se indican los desvíos estándar de las medias reportadas.

21 Entre paréntesis se indican los desvíos estándar de las medias reportadas.

22 Entre paréntesis se indican los desvíos estándar de las medias reportadas.

23 Debido a que la derivada de una relación cuadrática αβ1X+β2X2 se resuelve en x= β1/2β2 el punto de inflexión del impacto estimado es de 2.97 NEC, para un modelo con efectos aleatorios como el de la gráfica; mientras que para un modelo con efectos fijos como el modelo 2 y 2 bis se estima en 3.05 NEC.

24 La presencia de estos factores específicos de cada caso no invalidan la significatividad y robustez de los coeficientes estimados en los modelos de efectos fijos de nuestras variables especificadas, dado que éstos están diseñados para lidiar con las diferencias singulares específicas invariantes a lo largo del tiempo.

25 La afirmación se refiere al tiempo bajo observación, ya que es sabido que los partidos denominados satélites, en periodos previos a 1988, formaban alianzas que impulsaban candidaturas comunes únicas con el partido hegemónico.

26 A propósito de ello, durante el sexenio de Felipe Calderón (2006–2012) las alianzas estaduales del PRD y el PAN siguieron en aumento, a pesar de los conflictos postelectorales que suscitó la elección presidencial de 2006.

27 La supervivencia en la arena electoral está regulada por los requisitos para mantener el registro partidario o personería política que les permite y los habilita para participar en las elecciones. En el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe), en el Libro Segundo, Título Quinto, se establecen las razones por las cuales un partido pierde su registro. Esta regulación estipula para los partidos con registro federal un umbral electoral mínimo de 2 por ciento. Recientemente, en las elecciones de 2006, el umbral fue reducido a 1.5 por ciento. En los estados el umbral es variable y oscila entre 1.5 y 4 por ciento.

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