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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.13  Tijuana ene./dic. 2022  Epub 09-Jun-2023

https://doi.org/10.33679/rmi.v1i1.2729 

Nota Crítica

Estudiar niñas, niños y adolescentes migrantes internacionales es cosa de mujeres

1 Universidad Autónoma de Nuevo León, México, victor.zunigag@uanl.edu.mx


A Norma y Marjorie, de quienes he aprendido tantas cosas

En el marco de la última sesión del Diplomado Niñez y Adolescencia Migrante en las Américas (enero-octubre 2021), organizado por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, el CIDE y el Centro de Estudios Mexicanos de la UNAM-Boston, se gestó de manera espontánea un intercambio rico y emotivo como cierre de los trabajos, mismo que fue una muestra de que los alrededor de 40 participantes más asiduos pertenecíamos ya a una comunidad virtual con intereses comunes. El interés principal que compartimos es justamente el asunto que abordo en esta nota crítica: el estudio de niñas, niños y adolescentes (NNA) migrantes internacionales.

Casi al término de la última sesión del diplomado, una participante tomó la palabra e hizo una observación -que tenía visos de lamento-. Dijo algo así como: en este diplomado sobre la niñez y la migración casi nada más estuvimos participando mujeres; hubiese sido valioso contar con mayor participación de hombres. Este señalamiento perfectamente coincide con un dato que Norma González -admirable antropóloga de la educación y distinguida profesora de la Universidad de Arizona- publicó en su libro sobre el lenguaje y el sentido de pertenencia (González, 2001):

En las discusiones sobre la teoría social, las voces de las mujeres y los niños son frecuentemente silenciadas. En 1998, en un importante congreso académico, se organizó una sesión, por cierto, muy concurrida, en torno a la investigación sobre niños; lo notable ahí fue la ausencia de hombres en la audiencia. Esto es, la tan invocada imagen de la antropóloga Margaret Mead en la que se le ve jugando con niños evoca la certeza de que la investigación sobre niños es un asunto de mujeres y, por consecuencia, es un campo marginalizado (Behar, 1993). En contraparte, temas tan centrales para la antropología como lo son espacio, lugar, transformación e identidad han surgido gracias a la afirmación, la presencia, la resistencia y la oposición de las mujeres y de los niños. Mi investigación no fue planeada para centrar mi atención en las mujeres. Sin embargo, conforme avanzaba la transcripción del discurso y se desarrollaban las entrevistas, fue cada vez más claro que las mujeres -en sus múltiples roles como madres, tías, nanas, comadres y madrinas- son las que portan las llaves que permiten descubrir la vida de los niños (p. 15).1

Estas observaciones plantean un enfoque muy valioso que podría ser objeto de un análisis más detenido y de una discusión especializada pues se trata de una huella de género que está presente en la selección, el tratamiento y la consolidación de los campos de interés científico. Seguramente existen estudios serios sobre el asunto, sin embargo, lo que pretendo compartir, a manera de hipótesis, es la aplicación de esta premisa a un campo en particular -justamente el objeto del diplomado referido al inicio-, el estudio de las y los NNA migrantes internacionales.

Como hipótesis se puede afirmar que hay campos en los estudios migratorios que son propiamente “masculinos”. El más evidente de todos es el campo del trabajo, con estudios sobre el salario, el desempleo, el mercado laboral, la capacitación, las competencias laborales, las remesas, el desarrollo económico vinculado a la migración, el ahorro y la inversión. Si hago un recuento mental de algunos de los principales autores que abordan estos temas en México y en Estados Unidos, descubro que son principalmente hombres (a guisa de ejemplo están Jesús Arroyo, Rodolfo García Zamora, Jean Papail, Philip Martin, Roger Waldinger).

Otro de los campos masculinos es el que estudia las políticas migratorias, los controles fronterizos, los apoyos gubernamentales a los migrantes, las acciones en favor o en contra de la migración indocumentada, el control de fronteras, la policía migratoria, las cárceles, detenciones y las muertes de los migrantes irregulares (Agustín Escobar, Douglas Massey, Jorge Durand, David FitzGerarld, Wayne Cornelius). En el estudio de este campo resalta el componente de la violencia, el riesgo y la muerte (Néstor Rodríguez).

Un tercer campo propiamente masculino es el de los estudios legislativos en materia migratoria, donde se investiga el recuento de ordenanzas federales, estatales y locales para controlar, perseguir, ilegalizar y, de ser posible, deportar a los migrantes. Aunque también hay análisis sofisticados sobre la defensa, los derechos y las oportunidades legales que pueden ser aprovechadas por los migrantes y sus familias. Entre mis lecturas sobre legislación migratoria, recuerdo hombres estudiando las disposiciones jurídicas y políticas que enmarcan e intentan domesticar la migración (por ejemplo Michael Jones-Correa, Fernando Saúl Alanís, Nicholas DeGenova, Alexander Aleinikoff, Hiroshi Motomura). Aunque hay que reconocer las valiosas aportaciones de mujeres en este campo (Velia C. Bobes, Adriana Ortega, por dar solamente dos ejemplos).

En estos tres campos “masculinizados” confluyen tres dimensiones de la vida social consideradas como distintivamente masculinas: el dinero, el poder y la razón. Esta tercera dimensión se justifica porque la aplicación de la ley es un asunto de poder, pero también es un tema de racionalidad porque la ley es, al final de toda discusión, el asiento de la legitimidad y, por ende, de la razón colectiva. Sobre ese argumento se funda el discurso antiinmigrante: hay que deportarlos -se dice- porque son ilegales, y porque son ilegales son indeseables; los que están fuera de la ley, no deben existir (Jones-Correa y Graauw, 2013).

Un cuarto campo que pareciera ser menos predominantemente masculino es el de las industrias de la migración: las bandas de abogados que viven de estar defendiendo migrantes, los dueños de las prisiones, los transportistas de migrantes, los propietarios de los hoteles que les dan albergue, los taxistas usureros que los transportan a precios leoninos, los restauranteros, los coyotes, los operadores de caravanas, en fin, los orquestadores de la migración son estudiados por hombres (a guisa de ejemplo se puede incluir a Rubén Hernández-León y Efrén Sandoval), aunque debo reconocer que destaca la contribución de mujeres como Ninna Nyberg Sorensen y Brenda S. A. Yeoh, por mencionar algunas.

Luego tenemos tres campos en los que la composición de género pareciera estar más equilibrada.2 Uno de ellos es el estudio de las infraestructuras de la migración, que pone atención ya no en los patrones de la migración ni en los migrantes como sujetos, sino en las amplias transformaciones tecnológicas, institucionales y sociales que hacen posible la movilidad. Este campo emergente ya no pone el acento en las políticas estatales, ni en los mercados de trabajo, ni siquiera en las redes de migrantes, sino en los procesos de producción de migrantes regulares e irregulares (Sigona, Kato y Kuznetsova, 2021).

El segundo campo en el que habría un cierto equilibrio es el que estudia el transnacionalismo. En este caso se produjo un fenómeno interesante: empezaron las mujeres (Nina Glick Shiller, Peggy Levitt, Linda Basch, Critina Szanton-Blanc) y luego se subieron al tren los hombres, tanto para defender la perspectiva como para criticarla (Alejandro Portes, Roger Waldinger, Luis E. Guarnizo, Michael Kearney).

Un tercer campo es el de la cuantificación. En este campo de los estudios migratorios las movilidades se estiman a partir de saber cuántos migrantes hay en flujo y cuántos están establecidos. Las categorías vinculadas a esta pulsión demográfica son muchas, como el saldo migratorio neto o el volumen de la migración. Aquí encontramos demógrafas que han hecho aportaciones destacadas: Silvia Giorguli, Claudia Masferrer, Carla Pederzini, Ana González-Barrera, Andrea Bautista, Susan Gonzalez-Baker, por mencionar algunas.

De acuerdo con lo planteado en el título de esta nota crítica, analizo ahora los campos de estudio que no son abordados comúnmente por los hombres. Se trata de fenómenos que suelen ser vistos como secundarios o periféricos a la migración, o que son considerados por algunos como asuntos domésticos. Empiezo con uno que me parece paradigmático de esta división del trabajo académico por género: el de las familias migrantes separadas por la frontera. Unos miembros de la familia permanecen en un país mientras el resto en otro, muchas veces sin poderse frecuentar porque algunos están encarcelados. Por ello, las madres tienen que inventar formas de maternidad inimaginables para mostrar su amor a sus hijos. Eso, en los estudios migratorios, es cosa de mujeres. Los trabajos de Joanna Dreby (Dreby, 2010; Dreby, 2012; Dreby, 2015) son ejemplares en este sentido. Destaco un solo tema que me produjo gran admiración por la maestría como la autora lo trabaja: el papel de las abuelas (the middlewomen) oaxaqueñas en el cuidado y en la educación de las y los NNA cuyos padres trabajan en New Jersey.

Continúo con otro campo que descubrí cuando tuve la fortuna de trabajar con Djaouidah Séhili, socióloga de la migración y del trabajo, y profesora de la Universidad de Reims; descubrí gracias a ella el campo de los motivos profundos de la migración (Séhili, Cossée, Ouali y Miranda, 2012; Séhili, 2014; Séhili y Zúñiga, 2014). En los estudios masculinizados -algunos que leí cuando era muy joven- se asegura que el motor de la migración es el diferencial salarial, la razón económica, la búsqueda de beneficio. El motivo racional es minimizar costos, maximizar beneficios. Pero Djaouidah, conocedora atenta de la migración del Magreb hacia Europa, sabía que, con mucha frecuencia, el motor de la migración son las emociones, y sobre todo la más poderosa de todas, el amor (o el desamor, que para el caso es la otra cara de la misma moneda). Pienso en la historia de desamor que vivió Javier,3 un admirado jalisciense que ha tenido un éxito rotundo en los negocios en una región de Georgia. Cuando Javier tenía 15 años se tomó unos tragos y salió con sus amigos a pasear en la troca de su papá para echar un rol por su pueblo natal. Cuando regresó a casa, el padre lo estaba esperando y le dio una paliza enfrente de sus amigos. Esta humillación fue el hecho que lo condujo a migrar sin documentos a Chicago, donde vivía una de sus hermanas. El resto de la historia es muy interesante, pero solo añadiré un detalle importantísimo: 20 años pasaron cuando Javier recibió la noticia de que su padre había fallecido. Fue algo devastador para él porque no pudo pedirle perdón, o quizás quería que su padre le pidiera perdón. El punto a resaltar en esta historia es que ilustra la atinada perspectiva de la profesora Séhili: Javier migró a Estados Unidos por una implacable e inolvidable emoción, no por un cálculo de costo/beneficio.

Un campo “femenino” muy vinculado con el anterior es una manera singular de estudiar la migración de retorno. Los estudios masculinizados nos dicen que los migrantes afirman que retornan a sus países de origen por motivos familiares, pero luego advierten: lo que pasa es que los migrantes no tienen “clara la historia”, ellos regresan porque hubo “una gran crisis financiera” que hizo que los empleos del sector cayeran estrepitosamente, pero bueno, no lo saben, para eso “estamos los especialistas”, para revelarles el verdadero motivo del retorno a sus países de origen. Los estudios masculinizados tienen la obsesión de hacer una clasificación binaria de la migración de retorno: estuvo o no estuvo planeado. Y descubren verdades de Perogrullo: si está planeado, pues las cosas salen mejor; si no estuvo planeado, entonces no salen tan bien como quisieran. Y luego quieren indagar si los migrantes traen ahorros; si estos ahorros los invierten en un negocio (en lugar de gastarlos en alcohol) o si se hacen de un patrimonio (en lugar de andar de enamoradizos).

En fin, lo que quiero destacar aquí es que no toman en serio la respuesta corta que dan los migrantes:4 son los motivos familiares los motores del regreso al país de origen. Pero sucede que, si se escucha a los retornados en lugar de especular sobre ellos, como lo están haciendo actualmente diversas investigadoras como Betsabé Román González (Román González, Carrillo Cantú y Hernández-León, 2016), se descubre que los migrantes nos hablan de historias en las que el deseo de reunirse y permanecer con la familia o el deseo de ver al padre o a la madre enfermos antes de que fallezcan, es el motor del retorno. También retornan por divorcios, pleitos familiares y por muchas otras historias dolorosas. Algunas mujeres, como las que están presentes en los estudios de María Vivas (Vivas Romero, 2020), regresan de Bélgica a los países andinos para ver a sus hijos, para hacer valer sus derechos de maternidad, para resaltar que el amor es la única y más importante motivación para migrar. Este es justamente el distintivo del estudio de Deborah Boehm (Boehm, 2016) quien hace una etnografía del removal5 y elabora una antropología multifacética del “retorno por deportación” en la que están presentes las dimensiones subjetivas de la movilidad forzada:

La deportación toca muchas vidas e incluye múltiples formas de retorno: ser retornado, estar retornando, retornar por primera vez. El retorno por deportación puede ser eliminación, migración forzada, migración de retorno, exilio, desplazamiento o regreso a casa. A pesar de que los Estados ejecutan las deportaciones como supuestos retornos, el verdadero significado de la noción “retorno” es problemático. ¿Es una revocación, una regresión, una reinvención? Como lo demuestro aquí, la deportación ejecutada por el Estado revierte, deshace diversos procesos. Las remociones y las múltiples formas de retorno que surgen de ahí trastornan el destino geográfico de las migraciones transnacionales, confunden la temporalidad de las narrativas, despojan a las comunidades de la sensación de seguridad y de bienestar, desbaratan familias, separan parejas, desorientan a los jóvenes y problematizan -y al final de cuentas, erosionan- la ciudadanía y la membresía de facto a la nación (p. 2.).6

Termino esta nota crítica con un último campo, el que nos ocupó de enero a octubre de 2021 a los participantes del diplomado: las y los NNA migrantes internacionales. Este sí que es cosa de mujeres. Las pioneras en el estudio de esta población migrante son todas mujeres: Marjorie Faulstich Orellana, Deborah Boehm, Cati Coe, Ní Laoire, Rhacel Parreñas Salazar, y en materia metodológica, la geógrafa Madeleine E. Dobson.

En síntesis, la observación de Norma González no es cosa menor. La ciencia está atravesada por el género. Las y los NNA migran, manque les duela a los investigadores varones. ¿A quién le importa eso? Esta población migrante no está compuesta por obreros, ni por líderes sindicales, ni por empresarios, no se integra al mercado laboral, no forma parte de un partido político; en ella no encontramos legisladores, en pocas palabras, es una población que no tiene poder. ¿Cómo para qué estudiar eso? Importan cuando son víctimas, son vulnerables, cuando van en las caravanas sufriendo frío o hambre. Importan porque son objeto del cuidado y de la custodia de los adultos. También importan porque son fuente de ansiedad para los adultos porque vienen “no acompañados”. Lo que importa aquí es la denuncia de los adultos, no la voz de las y los NNA como lo muestra la tesis de Aída Silva (Silva Hernández, 2014). Esas perspectivas adultocéntricas (las que se interesan por las y los NNA como víctimas o como fuentes de ansiedad para los adultos) debieran de adoptar la propuesta de Marjorie Faulstich Orellana (Orellana, 2016):

Escuchar las perspectivas de los jóvenes es importante no solamente para educar a los niños, socializarlos o prepararlos para el futuro -aunque desde luego esos propósitos son importantes-. También es importante escucharlos para aprender de las personas jóvenes, sobre lo que es posible, y cómo podemos ver las cosas de manera diferente (p. 4).

En fin, el diplomado que terminamos el 11 de octubre fue un llamado a tomar en serio a las y los NNA en la migración, a reconocer su importancia como migrantes, porque lo son exactamente igual que los adultos. Y si estos son temas de mujeres, pues que las antropólogas, las sociólogas, las politólogas, las historiadoras, las psicólogas, las demógrafas, las pedagogas que sí entienden esta problemática, que lo sigan haciendo magistralmente como ya lo hicieron las pioneras.

Referencias

Behar, R. (1993). Introduction. Women writing culture: Another telling of the story of American anthropology. Critique of Anthropology, 13(4), 307-325. [ Links ]

Boehm, D. (2016). Returned: going and coming in an age of deportation. Oakland: University of California Press. [ Links ]

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Román González, B., Carrillo Cantú, E. y Hernández-León, R. (2016). Moving to the ‘Homeland’: Children’s narratives of migration from the United States to Mexico. Mexican Studies, 32(2), 252-275. [ Links ]

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Séhili, D., Cossée, C., Ouali, N. y Miranda, A. (2012). Le genre au cœur des migrations. Paris: Éditions Pétra. [ Links ]

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Silva Hernández, A. (2014). Andares tempranos: estrategias de movilidad de adolescentes “no acompañados” en la frontera México-Estados Unidos [Tesis doctoral, El Colegio de la Frontera Norte]. https://www.colef.mx/posgrado/tesis/2010970/Links ]

Vivas Romero, M. (2020). Beyond the 2008 crisis? Tracing global social protection arrangements amongst onward Andean migrants in Belgium. Ethnic and Racial Studies, 43(14), 2645-2664. [ Links ]

1 Traducción propia.

2 Agradezco a Rubén Hernández-León que me alertara sobre estos tres campos.

3 Seudónimo.

4 Cotéjense todas las encuestas sobre los motivos del retorno.

5 No sé cómo traducir ese horrible término. ¿Cuál elegir? ¿Eliminación, remoción, supresión, extirpación, disipación, destitución?

6 Traducción propia.

Recibido: 08 de Noviembre de 2021; Aprobado: 04 de Marzo de 2022

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