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Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.28 no.99 Ciudad de México oct./dic. 2023  Epub 26-Ene-2024

 

Dossier

30° Aniversario del COMIE: Voces, huellas y perspectivas

30th anniversary of the COMIE: voices, traces, and perspectives

Felipe Martínez Rizo* 

*Investigador honorario en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, jubilado en 2016. Aguascalientes, Aguascalientes, México, email: felipemartinez.rizo@gmail.com


El Consejo Nacional de Investigación Educativa (COMIE) nació en 1993, pero su gestación, a mi juicio, comenzó mucho antes, en 1977, cuando don Pablo Latapí Sarre fue nombrado Vocal Ejecutivo del Programa Nacional Indicativo de Investigación Educativa (PNIIE) del entonces Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

Don Pablo orientó el PNIIE para que no se limitara a financiar proyectos, como otros programas indicativos, sino que fuera un verdadero mecanismo de fomento, cuyas acciones promovieran activamente el desarrollo de investigaciones educativas, buscando fortalecer grupos jóvenes, con poca experiencia, y no solo dar apoyo a proyectos de académicos ya consolidados.

Con ese propósito condujo la elaboración de un Plan Maestro de Investigación Educativa, organizó reuniones de los grupos de investigación que había entonces y de las maestrías en educación que comenzaban a proliferar, continuando el trabajo de Reuniones de Información Educativa A.C. En especial, promovió y apoyó la celebración de lo que fue el Primer Congreso Nacional de Investigación Educativa (CNIE) que tuvo lugar en la Ciudad de México, del 27 al 30 de noviembre de 1981.

El listado de organizaciones convocantes del Primer Congreso dice mucho sobre la situación del campo en aquella fecha: el 0 mismo y la Red de Investigación Educativa A.C. (RIE); la Secretaría de Educación Pública (SEP) y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES); el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); el Departamento de Investigaciones Educativas (DIE) del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN); la naciente Universidad Pedagógica Nacional (UPN); la Fundación Barros Sierra; el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (Crefal); el Centro Interdisciplinario de Investigación y Docencia en Educación Técnica (CIIDET) de Querétaro, y dos instituciones que solo los viejos recordaremos, de los sexenios de Echeverría y López Portillo: el Centro de Estudio de Métodos y Procedimientos Avanzados para la Educación (CEMPAE) y el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo (CEESTEM).

Con el entusiasmo de un sexenio que anunciaba la abundancia petrolera, el evento se concebía como parte de un conjunto más amplio, un congreso-proceso que se esperaba fuera el inicio de otras muchas acciones. Había también otra actitud, sin embargo, propia de la época que siguió al trauma que representó la represión del Movimiento Estudiantil de 1968: la desconfianza de jóvenes e intelectuales respecto del gobierno y, de manera más general, respecto de las instituciones.

Posiblemente por eso cuando, después del Congreso, algunas(os)1 queríamos que se fundara una asociación para dar continuidad a las actividades, la mayoría de los organizadores se opuso a ello, temiendo que solo trajera burocratización. La crisis económica de fin del sexenio, que duró una década, hizo que las posibilidades de continuidad desaparecieran, y que el II CNIE tuviera que esperar 12 años.

Cuando la economía del país se recuperó, en el sexenio de Salinas de Gortari, unos grupos de investigación habían desaparecido, pero otros se habían consolidado y habían surgido algunos más, además de gran número de maestrías, y la SEP tenía el Programa de Modernización Educativa. En este contexto, un amplio grupo de 51 instituciones que realizaban o fomentaban investigación educativa consideraron que el momento era oportuno para sistematizar el estado actual del conocimiento educativo y para reflexionar, a la luz de él, sobre los retos que plantea la realidad tanto a la educación como a la investigación educativa… convocando a la realización del II Congreso Nacional de Investigación Educativa.

La filiación de los integrantes del Comité Organizador es, nuevamente, reveladora de la configuración del campo de la investigación educativa en el país: lo presidía el director del Centro de Investigaciones y Servicios Educativos (CISE) de la UNAM, y el secretario era un investigador del Centro de Estudios Educativos (CEE); los otros miembros eran investigadores adscritos a la Universidad de Guadalajara (UdeG), la Universidad Veracruzana (UV), el Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México (ISCEEM), el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), la ANUIES, la Escuela Superior de Comercio y Administración del IPN, la UPN y el DIE del Cinvestav.

Como ya se había hecho en el I CNIE, y por su importancia dado el tiempo transcurrido, se puso en marcha también la elaboración de un conjunto de documentos que recogieran la producción de investigación educativa en la década anterior, los estados de conocimiento. El coordinador de esta actividad fue Eduardo Weiss (q.e.p.d.), del DIE-Cinvestav, cuyo liderazgo fue decisivo.

El lema del Congreso y los estados de conocimiento era elocuente: La investigación educativa en los ochenta, perspectiva para los noventa. Por otra parte, el Congreso no se concibió como evento único, sino como una serie de seis congresos nacionales temáticos, que tuvieron lugar en septiembre y octubre de 1993 en Toluca, Xalapa, Monterrey, Guadalajara, Pátzcuaro y Guanajuato, y un congreso de síntesis y perspectiva con el que culminaba el conjunto, y en el que, como sugiere la expresión anterior que lo designaba, no deberían presentarse ponencias individuales, para lo que eran los seis congresos temáticos, sino solamente relatorías de los trabajos de esos seis temas y sus respectivos subtemas. El congreso de síntesis se identificó finalmente como el II CNIE, y tuvo lugar en la Ciudad de México, los días 10, 11 y 12 de noviembre de 1993.

Pablo Latapí, que pasó parte de 1991 y 1992 en París, con Miguel León Portilla en la embajada de México ante la Unesco, no tuvo en la organización del II CNIE el papel principal que había tenido en el primero, si bien el apoyo de tan respetado patriarca del campo era siempre garantía de que se trataba de una iniciativa que valía la pena secundar. El principal liderazgo recayó en Eduardo Weiss, reflejando el peso que ya tenía el DIE y el suyo personal, manifiesto por su eficaz coordinación de los estados de conocimiento.

Un elemento no debe pasar desapercibido, pues hace ver que se quería evitar el error de 1981, de no haber organizado la continuidad del esfuerzo: el documento con la propuesta general de organización del Congreso incluía este enunciado: Una finalidad explícita de este Congreso será convocar al siguiente (Tercer Congreso Nacional de Investigación Educativa).

Por eso, como parte de las actividades de organización del congreso de síntesis y perspectiva, desde septiembre de 1993 se planteó la fundación de una organización con carácter de asociación civil, sin fines de lucro, el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), cuyo nacimiento se formalizó legalmente con la firma del acta y la protocolarización respectiva, en septiembre de 1993.

Desde entonces el COMIE es, sin duda alguna, la principal organización profesional de quienes nos dedicamos a la investigación educativa. La generosidad de decenas de colegas que a lo largo de tres décadas han asumido las tareas que ello implica ha hecho posible la organización de los congresos bianuales; la elaboración, cada década, de los estados de conocimiento y la publicación regular, desde 1996, de la principal publicación periódica del campo, la Revista Mexicana de Investigación Educativa, y muchas otras valiosas iniciativas, frecuentemente en colaboración con grupos e instituciones locales de toda la República.

Esos notables logros se han conseguido pese a cierto grado de ineficiencia en la administración del Consejo que, lejos de ver como un defecto grave, considero más bien el reflejo de la inexperiencia en cuestiones administrativas de muchos colegas, que suplen con una entrega que no dejo de admirar.

Personalmente nunca pude ni quise aceptar puestos directivos, que a mi juicio podían desempeñar mejor quienes vivían en la Ciudad de México, pero en los puestos que ocupé en la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAAgs) he tratado de apoyar el desarrollo de la investigación educativa, contando siempre con la cercanía y el acompañamiento del Consejo. En seguida menciono algunas de las iniciativas que impulsé, que considero evidencian, de alguna manera, el impacto del COMIE.

En 1992, reconociendo el trabajo previamente hecho en la Universidad que, entre otras cosas, había llevado a que tuviéramos la que se presumía como la mejor colección de obras de referencia de investigación educativa, y la mejor hemeroteca de Ciencias Sociales y Educación del país, la SEP ofreció a la Universidad Autónoma de Aguascalientes hacerse cargo de un programa de apoyo a la investigación educativa, el Programa Interinstitucional de Investigaciones sobre Educación Superior (PIIES), al que daba un financiamiento modesto, pero que bien empleado podría dar un apoyo estratégico a proyectos de grupos en consolidación. El rector me nombró coordinador del PIIES e invitamos como miembros de un Comité Asesor a reconocidos investigadores, cuyos nombres muestran el apoyo que representó el COMIE para el nuevo programa: Pablo Latapí, Carlos Muñoz Izquierdo, Olac Fuentes Molinar, Rollin Kent Serna, Lorenza Villa Lever y luego Roberto Rodríguez y Mario Rueda.

En 1993 el PIIES lanzó una primera convocatoria para recibir y apoyar proyectos de investigación; el resultado, previsible, fue que la mayoría de las solicitudes recibidas no tenían un mínimo de consistencia; enfrentábamos una difícil disyuntiva: apoyar proyectos muy débiles, que probablemente no llegarían a buen puerto o dejar una parte importante de los recursos sin utilizar. Por ello propusimos a la SEP que, en los siguientes años, dedicaríamos la mayor parte de los recursos a promover la profesionalización de quienes querían dedicarse a la investigación educativa en universidades del país.

Puse en marcha varias estrategias: cursos de formación metodológica en la UAAgs y en Puebla y Guadalajara; becas para viajar a Aguascalientes y consultar las obras de referencia y la hemeroteca; apoyos para que algunas instituciones adquirieran obras de referencia; y la acción más destacada de todas, después de laboriosas negociaciones con rectores y la SEP: un Doctorado Interinstitucional, apoyado por investigadores que casi en su totalidad eran miembros del COMIE y estaban adscritos a la UAAgs y otras 14 instituciones, incluyendo a la UNAM, el Colegio de México y el Cinvestav, la Ibero y el Centro de Estudios Educativos, las universidades de Yucatán, Puebla, Guadalajara, Baja California y varias más. El Doctorado funcionó de 1994 a 2003 y, como se había planeado, en tres generaciones formó más de 50 doctores.

Entre 2002 y 2008 tuve el privilegio de poner en marcha y dirigir el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, que creo que conseguí se constituyera como una institución de investigación educativa muy seria, lo que en sí mismo considero fue una contribución valiosa al campo, y en esa tarea conté también con el apoyo del COMIE como institución, y de no pocos de sus miembros en lo personal.

Para terminar, algunas ideas de lo que creo puede ser una perspectiva para la continuación del trabajo del COMIE. Ahora el país, su sistema educativo, las universidades y los centros de investigación están pasando por épocas difíciles, por el enrarecido ambiente político, que no puede menos que afectar todos los ámbitos, y por la escasez de recursos. En sus inicios, el COMIE contó con el apoyo de la SEP, de universidades que hospedaron su pequeña oficina, y de gobiernos locales que contribuyeron al financiamiento de congresos en su territorio, apoyos plenamente merecidos y legales, por destinarse a actividades de indudable interés público, y siempre sin fines de lucro. Los nuevos tiempos, en cambio, se distinguen por la reducción de presupuestos para el sector educativo y otras áreas, y ninguna instancia puede brindar apoyo al COMIE.

Para resolver este problema, creo que es tiempo de que el Consejo reconsidere la añeja postura de solo aceptar como socios a un número reducido de investigadores que presenten evidencias de producción significativa, para abrirse a un número mucho mayor de personas, incluyendo a maestros de educación básica y alumnos de escuelas normales y de posgrados en educación. Estos asociados adicionales podrían tener un estatus diferente de los ordinarios, que serían los únicos con derecho a voto para escoger directivos y tomar otras decisiones, pero los nuevos se beneficiarían del contacto con investigadores experimentados, y tendrían descuentos en la cuota para los congresos o para adquirir las publicaciones del Consejo. Aun siendo muy moderadas, las cuotas de esos afiliados adicionales podrían significar una aportación relevante para el presupuesto del COMIE. Y lo más importante: todos los investigadores, y particularmente los miembros del Consejo, tenemos una delicada responsabilidad para subir el nivel de la discusión en estos tiempos de polarización, que se extiende obviamente al campo educativo.

Hoy las actividades de investigación se han multiplicado, con proyectos, grupos y programas de posgrado, pero el aumento de cantidad no siempre va acompañado de la mejora de la calidad, que hoy me parece muy desigual. Los estados de conocimiento nos permiten ver que, al lado de una minoría de trabajos excelentes y redes académicas sólidas, hay muchos otros no muy buenos, fruto del esfuerzo de personas aisladas, que no han tenido el apoyo de un investigador experimentado ni el de un grupo sólido de colegas; trabajos con débil sustento teórico, que se deriva de una revisión de literatura muy elemental, con un diseño pobre, con información empírica ausente o escasa y con análisis y conclusiones elementales.

Esto debe preocuparnos, y todos debemos esforzarnos por mejorar la calidad de nuestro trabajo. No son esos los trabajos que aportarán al sistema educativo y a las escuelas los elementos necesarios para mejorar la calidad de su quehacer y, por el contrario, fácilmente contribuyen a la estéril discusión polarizada hoy omnipresente.

Debemos subir sustancialmente la calidad promedio de nuestras investigaciones. Ojalá que el COMIE contribuya a que eso ocurra.

1En adelante, en este trabajo se utilizará el masculino con el único objetivo de hacer más fluida la lectura, sin menoscabo de género.

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