1. Introducción
La globalización origina un panorama incierto para la población, exige dinamismo, transformación, adaptación, intercambio de prácticas y culturas, acceso internacional del tejido empresarial, situación que demanda interacción entre países en aspectos sociales, económicos, tecnológicos, políticos y ambientales. Los pequeños productores rurales no son ajenos a este escenario ni a los cambios que ello implica para el desarrollo agropecuario (Thorne, Chong, Salazar, & Carlos, 2015). América Latina se debe preparar para afrontar los desafíos de trasformaciones gubernamentales, académicas, empresariales y tecnológicas; y por lo tanto exigen la búsqueda de paradigmas innovadores que practiquen la justicia, la equidad, la sostenibilidad y la competitividad (Echeverri & Ribero, 2002).
Para la modernización del sector rural se requiere formular y aplicar procesos, que optimicen el nivel de vida de los productores, en cuanto a la educación, empleo, incorporación de valor a los productos, reconversión productiva y articulación a los mercados nacionales e internacionales. En este argumento, Bertolini (2012) señala que los emprendimientos agropecuarios funcionan con base en la asociación de los actores involucrados en el proceso, y generan beneficios como: disponibilidad de infraestructura, adopción de tecnología, acceso a insumos y a financiación, capacitación y manejo de información y comunicación.
En este sentido, las propuestas se fundamentan en nuevos modelos que integren las unidades de producción agrícola, apoyados en las nuevas tecnologías de información y la comunicación, que subsane el individualismo y atraso en el campo, y se replantee la forma de trabajo rural para lograr altos niveles de rentabilidad, competitividad y sostenibilidad (Sanabria, 2022).
Con este propósito la comunidad académica, empresarial y estatal ha mostrado interés para el estudio de la asociatividad y ha generado publicaciones relacionadas con este tópico. En Brasil, Chile, Perú, Ecuador, Argentina, Colombia, México, Bolivia, Japón, Alemania, Italia, España, Canadá y Estados Unidos, se encontraron investigaciones y experiencias que plantean nuevas tendencias, directrices y modelos, que promueven la integración de los productores y el fortalecimiento de las organizaciones agroempresariales (Serna y Rodriguez, 2016). En este contexto, se realiza una investigación acerca de la producción teórica desarrollada en torno a la asociatividad en el sector rural, que responda a la pregunta de investigación: ¿Cómo ha evolucionado la concepción de asociatividad rural en el contexto global y nacional? Por ello este artículo documenta la relación del ser humano en el desarrollo rural, y analiza diversos referentes teóricos desde el origen, evolución histórica e incidencia en la formación del tejido agroempresarial.
; en la primera se definió que el objetivo del artículo es de carácter exploratorio-descriptivo, orientado por los interrogantes ¿Qué se conoce de la asociatividad agropecuaria en el desarrollo rural?, ¿Cuáles son sus características?;
La metodología involucra una revisión de literatura estructurada y depurada, con enfoque cualitativo de tipo descriptivo y diseño documental que busca, analiza e interpreta datos de fuentes secundarias para entender la temática estudiada, que evite el sesgo del investigador y se priorice la objetividad (Tranfield, Denyer, & Smart, 2003). El documento se organizó en cuatro apartados, en primer lugar, se explora el concepto, por medio de una revisión de literatura; en segundo momento se define la metodología; en tercer acápite se contextualiza la asociatividad agropecuaria en el desarrollo rural y finalmente se presentan las conclusiones.
2. Revisión de literatura
2.1 Génesis del concepto de asociatividad
En este apartado se proyecta la Tabla 1 como línea evolutiva del origen y desarrollo de la asociatividad. En esta delineación se tomaron como referente los aportes de distintos autores (Ardila, 1965; Asociación Colombiana de Cooperativas, 2015; Barreriro, 2014; Battisti et al., 2020; Corragio, 2012; Dávila et al., 2018; FAO, 2004: Holmes, Arango y Pérez, 2022; Kasmir, 1999; Liendo & Martínez, 2001; Mondragon Corporation, 2015; Monje, 2011; Ottaviano et al., 2002; Ramos, 2015; Ramírez, Herrera, & Londoño, 2016; Picketty, 2021; Pineda, 2017; Serna & Rodríguez, 2015; Uribe, 1993; Uribe, 2011)
PERIODO | CRONOLOGÍA | AUTORES | APORTE |
---|---|---|---|
PRIMERAS APROXIMACIONES AL CONCEPTO DE ASOCIATIVIDAD | S V a. C. - S III d C | Uribe | Primeras manifestaciones de agrupación de artesanos y cultivadores de productos agropecuarios, en los inicios de la civilización en Egipto, Atenas y Babilonia |
S XII | Uribe | En China se crearon las primeras cooperativas de ahorro y crédito | |
S XVI 1590 | Asociación Colombiana de Cooperativas ASCOOP | Las tribus precolombinas americanas: incas, mayas y aztecas, se organizaron en mingas, resguardos aborígenes, encomiendas y convites para su colaboración en el trabajo. | |
S XVII | Monje | En respuesta a las desigualdades en Europa se intenta una nueva forma de organización empresarial solidaria e igualitaria (Asociaciones de trabajo) | |
S XVIII 1730 1750 | Ramírez, Herrera y Londoño | Se crearon en Estados Unidos las primeras formas asociativas | |
(1789 - 1792) (1750 - 1850) | Serna y Rodríguez | Revolución Francesa: Declaración de los derechos humanos Revolución Industrial: Avances científicos y tecnológicos Propiedad privada. Capitalismo | |
1830 | Pineda | Robert Owen Padre del socialismo británico y precursor del cooperativismo | |
1844 | Uribe Monje | Nace el cooperativismo en Inglaterra, con la Cooperativa Rochadle, como punto de inflexión (Principios de Cooperativismo) | |
1873 | Aristóteles | Primer contenido que plantea que el hombre es un ser social, proclive a la cooperación e interacción con la comunidad | |
1895 | Ramírez, Herrera y Londoño | Se crea la Alianza Cooperativa Internacional - ACI. Principios cooperativos | |
APORTES AL CONCEPTO EN LOS ULTIMOS SIGLOS | 1911 | Ardila | Se crea la experiencia colectiva denominada Kibutz, como alternativa de protección y colaboración recíproca para los ciudadanos. Durante la revolución rusa se establecieron los koljoses |
1950 | Kasmir | Grupo Cooperativo Mondragón, en Guipuzcoana (Mondragón), localizada en la Comunidad Autónoma del País Vasco | |
1957 1963 | Uribe | Confederación Cooperativa del Caribe Organización de Cooperativas de América | |
Década del 90 | Coraggio | Nace en Brasil la asociatividad Perú, Colombia y Ecuador se realizan experiencias asociativas | |
2015 | Luttuada, Nogueira Urcola | Formas asociativas de la agricultura familiar en desarrollo rural, en Argentina | |
2016 | Arbeláez | Asociatividad para el desarrollo de los territorios rurales | |
2016 | Rodríguez y Ramírez | Aplicación de los procesos de fortalecimiento empresarial a asociaciones de productores, en Colombia | |
2017 | FAO | Asociatividad de agricultores familiares, aplicado a la Red Andina de Productores de Quinua (Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador) | |
2018 | Espinoza Lastra y Gómez L. | Construcción teórica y propuesta metodológica para calcular las capacidades asociativas (Ecuador) | |
2018 | Dávila et al | Impulsa la combinación hibrida de la economía de mercado, con la de no mercado | |
2020 | Battisti et al. | Sustento de la economía social y solidaria en producciones económicas | |
2021 | Picketty, | Disminuir desigualdades estructurales de carácter económico, social y político en la sociedad. | |
2022 | Holmes, Arango y Pérez | Cohesión comunidad beneficiaria y desarrollo del capital y organización social |
Nota: Elaboración propia.
Desde la época primitiva se registra la asociatividad como actividad humana y social, como interacción comunitaria (Aristóteles,1873) y surge la necesidad de asociarse de diversas formas para lograr objetivos y medios de subsistencia, como: alimentación y convivencia social, que individualmente no obtendría. La cooperación se ha desarrollado considerablemente, creando diferentes modelos sociales “desde los inicios de la vida del hombre, donde empiezan a agruparse para protegerse de la naturaleza desconocida para ellos y del ataque de otros hombres que buscaban al igual que ellos, sobrevivir” (Serna y Rodríguez, 2016:3).
Uribe (2011) sugiere la utilidad de la cooperación en la solución de los problemas económicos, desde los estadios iniciales de la civilización, tal como, los artesanos egipcios organizados para el comercio y preservar sus beneficios, en Atenas y Roma durante el siglo V a. C. al siglo lll d. C. se agremiaron los cultivadores y artesanos para defender sus intereses y venerar los muertos, por medio de sociedades funerarias y de seguros, en Babilonia se crearon los Undestabings como agrupaciones para la producción y comercialización de productos agropecuarios, en China hacia el siglo XII nacieron las cooperativas de ahorro y crédito; en los pueblos eslavos y germanos crean congregaciones agrarias y de trabajo, los armenios formaron grupos transformadores de leche (quesos).
Las tribus precolombinas en 1590, (Incas, Mayas y Aztecas), se organizaron en mingas, resguardos aborígenes, encomiendas y convites, sobre la base de la religión católica, dando importancia a la posesión y el trabajo colectivo en el sector rural. De la misma forma, se destacan las experiencias y prácticas organizativas sociales, culturales y económicas de las colectividades indígenas: Chibchas y Muiscas (Asociación Colombiana de Cooperativas, 2015; Ramírez, Herrera, & Londoño, 2016).
En esta línea exploratoria, dos hechos esenciales cimentaron la filosofía cooperativa y asociativa: la Revolución Francesa (1789 - 1792), que exaltó los intereses individuales relacionados con “la política y la sociedad, dando como resultado la declaración de los Derechos Humanos” (Serna & Rodríguez, 2016:4), y la Revolución Industrial (1750- 1850) manifestada en avances científicos y tecnológicos, conformación de la propiedad privada y fundamentos del capitalismo. Esta nueva organización aportó injusticia y caos en el manejo laboral y represión estatal; esta situación promovió la cooperación y asociación de los trabajadores (sindicalismo),(Uribe, 2011). Ante esta crisis, Robert Owen propuso un régimen económico alternativo al capitalismo, basado en el trabajo asociado, como motor de mejoramiento de la calidad de vida de sus participantes (Pineda, 2017).
En esta perspectiva, se identifica la necesidad de construir una sociedad justa, equitativa, y sostenible, que disminuya las profundas discrepancias estructurales económicas y sociales, reflejadas en la distribución de la tierra e ingresos, incursionando en procesos de colaboración, propiedad comunitaria y trabajo cooperado (Picketty, 2021).
En América Latina la asociatividad agropecuaria se ha fortalecido en las últimas décadas, como alternativa de solución a la problemática materializada en bajo nivel de vida de la población rural. Por tanto, se considera como pilar de los esquemas de desarrollo rural. La asociatividad rural se estudia desde dos aristas: una de tipo social, sustentada en la cooperación, la ayuda mutua, la solidaridad y el trabajo en equipo; y otra de carácter económico que priorice proyectos productivos y generación de agroempresas exitosas (Liendo y Martínez, 2011).
En Brasil la asociatividad nace a finales del siglo XX, con el propósito de incrementar los ingresos de la población más vulnerable, que les permitiera mejorar su nivel de vida (Corragio, 2012). Por otro lado, en Perú, Ecuador y Colombia se han desarrollado experiencias asociativas orientadas al cambio de una economía capitalista a una economía social, como elemento dinamizador del desarrollo económico y social de las naciones (Ramos, 2015).
En Colombia, Dávila et al., (2018:89) hallaron en su investigación dos corrientes de pensamiento que han tenido incidencia en la construcción del conocimiento de la asociatividad. La vertiente latinoamericana y la vertiente europea. En este sentido, el enfoque económico asociativo se engendró en el cooperativismo, desde allí se ha desarrollado un cuerpo teórico y legal, como base económica, social, cultural y axiológica para el nacimiento de nuevas figuras asociativas, fundamentadas en principios solidarios, justos, equitativos y democráticos.
En síntesis, la economía social se expresa solidariamente a través de experiencias apoyadas en movimientos y estructuras de tipo socioeconómico y capital social utilizando un modo de producción diferente gestionado colectivamente, con el propósito de conglomerar la comunidad beneficiaria (Battisti et al., 2020; Holmes, Arango y Pérez, 2022)
2.2 Conceptualización
El concepto de Asociatividad tiene origen en la época prehistórica y es de carácter polisémico. Desde que los individuos empezaron a constituirse en grupos y promoviendo el colectivismo en las pequeñas tribus nómadas como un escenario de expresión voluntaria y de ejercicio social (Uribe, 2011).
En un primer momento la noción asociativa se aborda desde la perspectiva del socialismo que parte de la sociología; desde el comienzo de la vida se presentan situaciones antípodas que demandaron de los humanos el unirse para sobrevivir. Sin embargo, se han alterado los fundamentos de la sociedad, desde épocas remotas se quiso imponer el individualismo como modelo de dominación, posteriormente la corriente feudalista sienta las bases que generaría el capitalismo.
No obstante, Entre los siglos XXVIII y XIX, Engels (2009) critica el sistema capitalista tildándolo de depredador de la especie humana, considerándolo únicamente como medio de obtención de ganancia y acumulación de capital; situación que motiva a la rebelión y emancipación de los oprimidos frente a la desigualdad social, dando origen al Socialismo Utópico. En este sentido, Marx (2004) como precursor de la corriente socialista, basada en la crítica a las relaciones de poder, propiedad privada y dominación, características del capitalismo, aunado al liberalismo económico, la plusvalía y la explotación del trabajo, plantea el cómo se origina el capital y las formas en que se reproduce, utilizando la violencia, la crueldad y la inequidad en la distribución, apropiación y control de los recursos económicos, con la anuencia del Estado.
En un segundo momento, se estudia este concepto desde la perspectiva del colectivismo en la que se resalta al hombre sometido a un grupo, con el propósito de lograr el bien común. Esta concepción se materializa en la antigüedad en la disputa cooperada por la subsistencia y se cimienta en la propiedad colectiva; empero, en el periodo feudal y esclavista se sobrepuso la propiedad privada, acentuándose con el capitalismo. En contraposición se origina una nueva manera colectiva a partir del trabajo asalariado, la socialización de la producción y la generación del proletariado; situación que constituyó el colectivismo como un principio del socialismo, que promueve la igualdad de la población, sin explotación laboral, generando así un desarrollo armónico de la sociedad (Rauch, 2005)
Asimismo, se rescatan algunas experiencias colectivas bíblicas en la iglesia primitiva de Jerusalén, donde las personas entregaron sus capitales a los desprovistos para suplir sus necesidades (Hechos 2:44-45), aun cuando no estaban obligados a dar sus ofrendas en favor del colectivo. Igualmente, en 2 Corintios 8:12-14, Pablo estimula a los pobladores de Corinto para ayudar económicamente a la iglesia de Jerusalén a alcanzar la igualdad. De la misma forma, las prácticas religiosas ilustran la asociatividad, por medio de las fundaciones y corporaciones orientadas al bienestar en el orden educativo, social, espiritual, de salud y financiero (Casado, 1999).
Villar (2017) propone una forma de colectivismo en el que la posesión sea comunitaria, el trabajo colectivo y las utilidades repartidas equitativamente, con el fin de acabar con la hegemonía del privilegio de la acumulación y dominio de la tierra, y la explotación de los trabajadores.
En esta línea de pensamiento, Dávila et al (2018) expresan que la asociatividad en Latinoamérica está orientada por un Enfoque Ético-moral, determinado por la articulación de la economía con la ética, promulgado por la iglesia católica, al plantear una sociedad más justa y equitativa, propuesta por Razeto (2009), en su Teoría Económica de la Solidaridad basada en la solidaridad y la cooperación; y Guerra (2002), con su proposición Socio-económica de la Solidaridad, herramienta de análisis de las experiencias económicas realizadas en América Latina. Así desde el enfoque de la Economía Solidaria, la asociatividad rural se conceptúa como una forma de agrupación solidaria de desarrollo, organizada como empresa, con el propósito de satisfacer las necesidades de los asociados y el beneficio colectivo, materializada en asociaciones de productores, para resistir la competencia, mejorar la capacidad de negociación y mejorar la oferta.
Por su parte, Liendo y Martínez (2011) consideran la asociatividad rural como un elemento de participación a través del cual las unidades productivas articulan sus capacidades para enfrentar los desafíos emanados de la globalización, para solucionar la problemática común entre las unidades de producción relacionados con la articulación a mercados nacionales e internacionales, la absorción de nuevas tecnologías de producción e información, y el escaso tamaño de sus fincas.
En esta aproximación conceptual, Dávila et al. (2018) identificaron en su investigación un enfoque económico, constituido por una Economía Popular o Economía del Trabajo distinta a la de capital, que reconozca las necesidades y expectativas de los empleados y su forma de organizarse (Alvarez & Gordo, 2007; Corragio, 2009).
En los últimos tiempos, la asociatividad se dilucida como interventora en los conflictos laborales, sociales, de pobreza y desarrollo entre el Estado y las personas, conformándose así un nuevo orden cooperado, con el propósito de generar entidades asociativas que replanteen la injusticia, la inequidad, la solidaridad, la ayuda mutua y la democracia en las actividades laborales, sociales y económicas que prevalecieron en el cambio cultural y filosófico (Picketty, 2021).
Como corolario de esta revisión, cabe mencionar que en la literatura no existe unidad conceptual alrededor del término asociatividad; sin embargo, Bustamante (2007:9), la define como “una forma de cooperación que involucra a actores de diferente naturaleza en torno a procesos de carácter colectivo, los cuales parten del conocimiento de que “solos no salimos adelante”; de naturaleza social o cultural, permite activar y canalizar fuerzas dispersas y latentes hacia el logro de un fin común”.
En la misma argumentación, Poliak (2001), expresa que la asociatividad es una estrategia de participación colectiva, relacionada con empresas de carácter específico (Agrarias), encauzando esfuerzos cooperados para el logro de objetivos comunes, que facilitan la solución de problemas. Bajo esta mirada, se propone la agrupación, con el propósito de concentrar e incrementar la producción, para disminuir costos fijos por unidad, mejorar capacidad de negociación y optimizar los recursos disponibles, a través de las economías de escala; concepción validada por Ottaviano et al. (2002) al afirmar que este tipo de organizaciones permitirán mejorar los beneficios para los productores agrícolas concernientes a: la incorporación de nuevas tecnologías, la capacitación del talento humano, la incursión y posicionamiento en los mercados, el acceso a la información y mejoramiento de los procesos productivos y la calidad de los productos.
La práctica de la asociatividad se caracteriza por implantar confianza, relación y cohesión entre los productores; seguridad en el proceso cooperado, fijación de metas y objetivos comunes; gestión holística por medio de un enfoque de sistemas, en donde se tengan en cuenta todas los elementos claves de éxito para una buena dirección de los negocios, con la participación de los asociados en las actividades financieras, de marketing, talento humano y producción, como lo expresan (Pérez & Múnera, 2007); ratificado por Déniz, León, & Palazuelos (2008).
De otro lado, Francés (2008) propone algunas características de la asociatividad referidas a la disposición de una idea y un proyecto empresarial por parte del grupo asociado, con el propósito de identificar una oportunidad o solucionar un problema; el sentido de pertenencia y compromiso de todos los integrantes; la fidelidad en cuanto a los valores, principios y objetivos de la comunidad; y la disposición para afrontar en equipo los riesgos que este tipo de figuras empresariales conlleva; también se encarga de empalmar esfuerzos para conquistar la victoria y emprender un proyecto solidario, con objetivos comunes, riesgos compartidos con autonomía de los asociados, ayuda y compromiso recíproco (SEPYME, 2011), ilustrado en la Figura 1.
Nota: Elaboración propia con base en Déniz, De León y Palazuelos (2008); Francés (2008); Pérez y Múnera (2007); SEPYME (2011)
Las formas asociativas basadas en actividades de cooperación, ayuda mutua, colaboración, participación y trabajo en equipo; poseen una denominación y plataforma legal alternativa a la economía de mercado operante en cada nación y presentan diferentes acepciones jurídicas (Dávila et al., 2018), como se muestra en la Figura 2.
3. Metodología
Se llevó a cabo una investigación de enfoque cualitativo, de tipo descriptivo y diseño documental que busca, estudia y descifra datos de origen secundario para entender la temática examinada, que evite el sesgo del investigador y prevalezca la objetividad (Tranfield, Denyer, & Smart, 2003). La revisión se elaboró en tres fases: en la primera etapa se realizó una búsqueda bibliográfica en fuentes registradas en bases de datos científicas Scopus y Web of Science, referidas a artículos científicos, tesis, libros, papeles institucionales y ponencias, complementado con una indagación en el buscador Google académico. Una vez establecidas las bases de datos, se determinaron las condiciones de pesquisa acorde con el objetivo exploratorio-descriptivo de la revisión, orientadas bajo los descriptores de búsqueda “agricultural associativity” and “rural development”.
En la tercera fase, se organizó la información por medio de un guion lógico, secuencial y racional que facilitó la comprensión, bajo los criterios de deslizar, ordenar, rotular, integrar y priorizar (Maeda, 2006), plasmado en el mapa mental mostrado a continuación.
En la etapa final se analizó, combino y discutió la aplicación al sector agropecuario con visión particular en el desarrollo rural, escrito en forma metódica y secuencial, a partir de los antecedentes y las ideas subsecuentes.
4. Contextualización en el sector agropecuario
El sector agropecuario en el mundo afronta diferentes retos dirigidos al ascenso de la competitividad y la productividad, situación que exige su evolución en la implementación de prácticas innovadoras para la organización y creación de agronegocios, capaces de generar empleo y contribuir con el crecimiento económico (Melgarejo, Vera, & Mora, 2013) que permitan disminuir la pobreza, lograr la sostenibilidad, seguridad y soberanía alimentaria de los países (OECD, 2014).
En esta perspectiva, como resultado de la investigación se infiere que la asociatividad agraria emerge como un elemento de contribución al desarrollo rural y la generación de políticas y proyectos para los pequeños y medianos productores que se alían para desafiar los conflictos procedentes del proceso de globalización y se originó en las experiencias ancestrales agrícolas colaborativas universales (González, 2018).
Así pues, la ideología asociativa empresarial agropecuaria se generó en Europa durante el siglo XIX y se materializó en diversas expresiones cooperadas: 1) Alemania impulso el desarrollo agrario, sobre la base de la colaboración solidaria, plasmada en una cooperativa de crédito agrícola, en la que se realizaban operaciones de ahorro y crédito, abastecimiento de insumos y capital común derivado de los excedentes; 2) Roma impulso la explotación comunitaria del terreno ya fuera de carácter agrícola o pecuario; 3) Italia, Francia y Suiza, en la zona del Juna se revelaron algunos rastros de actividad asociativa en el sector lechero y 4) Los países eslavos como Serbia y Rusia, también desarrollaron experiencias colectivas (Zabala, 2016). Igualmente, se introdujeron estas prácticas solidarias a Canadá y al sector rural de Estados Unidos, construyendo un fuerte movimiento en toda la región, llegando a comienzos del siglo XX (1909) a formalizar normatividad propicia para el cooperativismo.
De otra parte, la Organización Internacional del Trabajo-OIT (2001: 53) presentó un informe sobre la contribución de las cooperativas para optimizar las condiciones de vida y trabajo de los productores agrícolas y de los trabajadores agroindustriales; del mismo modo, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2006), Unda (2008); Ibáñez et al. (2015), Contreras, Palma & Reyes (2009) y la SAC (2010), han realizado investigaciones sobre los procesos de asociatividad agropecuaria en las diferentes naciones; situación plasmada en la Tabla 2.
Países | Prácticas |
Bélgica | 75% de su producción y comercialización de leche |
Holanda | 85% de comercialización de frutas y verduras |
Luxemburgo | 95% de la producción de semillas y plantas |
Dinamarca | 90% de la producción de jamón |
Grecia | 50% de alimentos para ganado y producción de vino |
Alemania | 80% de comercialización de leche y cereales |
Italia | 60% de producción y comercialización de grasas y cereales |
Francia | 70% de producción de cereales y 90% de agroindustria de frutas |
España | Comercialización de aceite de oliva |
Polonia | Conformación de granjas agrícolas y círculos agrícolas |
Rusia | Abastecimiento de alimentos, por medio de los koljoz |
Israel | Granjas colectivas. Colectivización de la actividad agropecuaria. Kibutz |
Argelia | Explotación técnica y modernización del país |
Turquía | Uso de tierras productivas y servicios complementarios |
India | Cooperativas agrícolas y sociedades agropecuarias colectivas |
Canadá, Estados Unidos y Brasil | Asociatividad agraria, cooperativas de crédito agrícola, servicios, aprovisionamiento, comercialización y transformación agrícola |
Bolivia | Cooperativas agrícolas, transformación económica del país |
Ecuador | Producción y comercialización agropecuaria. Organizaciones Económicas Campesinas-OEC |
Perú | Asociatividad para la producción agrícola con apoyo estatal, con el propósito de aumentar la competitividad de los pequeños productores. Proyecto PARA |
Argentina | Cooperativas de servicios y comercialización agropecuaria |
México | Crecimiento, rentabilidad y sostenibilidad, como política agraria |
Chile | Introducción de la tecnología informática, desarrollo empresarial asociativa en la comercialización |
Colombia | Estrategias de fomento y fortalecimiento de las empresas asociativas agropecuarias, como elemento integrador de los pequeños y medianos productores para el logro de la competitividad del sector. |
Nota: Elaboración propia, con base en: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2006); Contreras, Palma & Reyes (2009); Ibáñez et al. (2015). OIT (2001);; SAC (2010); Unda (2008).
A partir de estos planteamientos, se enfatiza el interés por impulsar la cultura asociativa en el sector agropecuario, a través de procesos de integración de pequeños y medianos productores que contribuya a la articulación a nuevos mercados; al incremento en la capacidad de negociación con los diferentes grupos de interés (proveedores de insumos y servicios, comercializadores y consumidores); a la formalización del trabajo, al perfeccionamiento de las capacidades humanas y empresariales; y en general al mejoramiento del nivel de vida de la población rural.
Esto significa que las prácticas asociativas se enfocaran en el desarrollo de los seres humanos, como parte activa de la sociedad y sus procesos de crecimiento y desarrollo justo, equitativo, solidario y sostenible. Este argumento es complementado por Ferrando (2015: 184) al considerar que “los factores que favorecen la asociatividad de los pequeños productores se enmarcan en el trabajo en equipo, mayores beneficios económicos, optimización de la calidad, acceso a mercados, captación de recursos financieros y reducción de costos”.
Sobre esta ideología, Moyano (1988) considera que las particularidades del campo exigen la creación de formas asociativas, en razón al modo de producción que emplean, caracterizado por un alto nivel de individualismo y dispersión, cultivo de los mismos productos que genera sobreoferta y por ende baja en los precios; por tanto, la organización campesina favorece la posibilidad de solucionar esta problemática.
Desde esta perspectiva, el sector agropecuario particularmente en países en vía de desarrollo se puede consolidar implementando la asociatividad como elemento integrador de los pequeños y medianos productores, que por su naturaleza demandan el apoyo de diferentes actores que garanticen su competitividad, pues la economía nacional se debe cimentar en el sector rural, adaptándose a los cambios generados por los procesos globales que se han venido dando en el contexto económico, social, político, tecnológico y ambiental, que exige reorganizar los procesos productivos, comerciales, manufactureros y de consumo de productos y servicios, que le otorgan un papel protagónico al desarrollo (Elizondo, 2015).
Siguiendo esta línea de análisis, la asociatividad se puede precisar como un proceso de trabajo en equipo, con el propósito de alcanzar objetivos comunes establecidos por el colectivo, a través de principios y valores de confianza, solidaridad, compromiso, participación y liderazgo, que permitan obtener efectos que en forma particular no sería posible lograr en las áreas de producción, comercialización y gestión (Amezaga, Rodríguez, Núñez, & Herrera, 2013).
Este pensamiento es complementado por Villar (2017) al señalar que la asociatividad es un elemento que coadyuva en la ampliación de las capacidades empresariales de carácter asociativo, estructuradas en dos grupos: socio organizacional (Capital social, planeación organizacional, e integración territorial) y empresarial (Economico, productivo, tecnologico y orientación al mercado), que permitan fortalecer redes de colaboración entre productores.
Concordante con lo citado, (Ibáñez, Cabrera, & Martínez, 2015) expresan la asociatividad depende de dimensiones a saber: valores (Cooperación, reciprocidad, transparencia, apertura y libertad) y principios (Compromiso, participación y logro de objetivos), este argumento es validado por Narváez et al. (2009) al afirmar que los valores para formar una organización de carácter asociativo son: transparencia, reciprocidad, libertad y apertura.
Además, la expresión asociatividad está relacionada en la literatura científica con las nociones de capital social, cultura, trabajo en equipo, en el componente no económico y competitividad y desarrollo económico, en el componente económico (Guerrero & Villamar, 2016) factores considerados como base para el progreso económico y social de los países, motivada en la búsqueda del logro de fines comunes aprovechando la cooperación y la integración de esfuerzos entre los productores, orientados a la inserción de sus productos en los mercados nacionales e internacionales.
Así pues, las asociaciones de productores simbolizan un ejercicio colectivo de los granjeros que poseen objetivos de producción y comercialización homogéneos, rivalizan entre sí, pero simultáneamente cooperan y favorecen la obtención de utilidades sociales y económicas para todos sus integrantes (Brasier et al., 2007).
Además, se constituyen en una herramienta clave para la obtención de información de precios y mercados, permite la absorción e intercambio de conocimiento y al mismo tiempo facilita la formación de vínculos y relaciones sociales con todos los miembros de la organización (Katungi et al., 2008).
Coincidimos con Berdegué (2000) al afirmar que la asociatividad rural se relaciona con un proceso de incorporación voluntaria y de libre adhesión, en la que productores y empresas se agrupan para obtener intereses colectivos, relacionados con su operación productiva (mercadeo, tecnología, emprendimiento y gestión empresarial) y social (cooperación, capital social y confianza); factores necesarios para construir procesos asociativos articulados con instituciones públicas y privadas que generen beneficios individuales y colectivos; concepto que armoniza con Vargas et al. (2019) al aseverar que en el sector rural, la colaboración entre agroempresarios articulan sus capacidades particulares para mejorar sus beneficios, en torno a los mercados y sus avances económicos y sociales.
A continuación, se presentan de forma gráfica las variables implicadas en el proceso de asociatividad rural (Figura 4).
Nota: Elaboración propia con base en Amézaga, Rodríguez, Núñez y Herrera (2013); Berdegué (2000); Ibáñez, Cabrera, Celerina y Martínez (2015) y Villar (2017).
La asociatividad en el sector agropecuario genera un efecto sinergia al maximizar las fortalezas de todos sus participantes y minimizar sus debilidades, por medio de la articulación de los eslabones de la cadena de valor. Es decir, la integración es la clave para obtener rentabilidad, competitividad y sostenibilidad en los productores rurales articulando voluntades para alcanzar metas comunes (Mielgo, 2005).
Particularizando en Colombia, la asociatividad en el sector agrario se ha entendido como una oportunidad para crecer, buscando el fortalecimiento de las relaciones entre los participantes, con objetivos y beneficios comunes en las esferas sociales y económicas; es decir, esta actividad se proyecta como el futuro del desarrollo agropecuario.
La Agencia Presidencial de Cooperación-Colombia (2016) la concibe como “una estrategia clave para el desarrollo rural sostenible”, en la generación de capital social y construcción de región, con el propósito de mejorar la capacidad productiva, comercial y social de los pequeños productores. En este propósito, el país ha contado con algunos aportes y prácticas de cooperación internacional dirigidas a la creación, fortalecimiento, y desarrollo de las capacidades humanas, económicas y ambientales en la población rural menos favorecida, a través de alianzas productivas, integración de actores y mejoramiento de cadenas productivas.
De la misma forma, el Departamento Nacional de planeación-DPN (2014), la considera como un elemento primordial en la generación de escenarios que optimicen el nivel de vida de la comunidad rural, pues facilita la organización, incremento y mejora de la productividad, reducción de costos, distribución de los productos en los mercados, logra economías de escala, eleva el poder de negociación y alcanza la participación de los productores; definición sincrónica con la expresada por el Ministerio de Agricultura (2018:1) instituida para “fortalecer la productividad, competitividad y sostenibilidad para promover el desarrollo social integral del territorio y mejorar las condiciones de vida de los pobladores rurales”.
Un argumento equivalente, señala Estrada (2016) al afirma que la producción y gestión colectiva estimula el desarrollo de las capacidades productivas, sociales y empresariales de la comunidad en los territorios rurales, complementada con el gobierno para contribuir abiertamente con la formulación de políticas expresadas en la organización territorial, la innovación y obtención de productos y mejores ingresos para los pequeños productores. Así pues, en el municipio de Vélez se emprendió una causa de certificación del bocadillo, con el propósito de obtener la “Denominación de Origen Bocadillo Veleño, este proceso es acompañado por el proyecto suizo-colombiano de propiedad intelectual COLIPRI (2013-2016), el cual es una iniciativa de cooperación entre el gobierno colombiano y el gobierno suizo” (p.134).
Otra experiencia de participación cooperada ocasionada en la comunidad, es la relativa “a la pesca artesanal en el Pacífico Norte del Chocó, aportando a través de un proceso participativo y consensuado, al ordenamiento marino y a la pesca sostenible” (Estrada, 2016, p.136), en el que intervienen como actores extrínsecos el Grupo Interinstitucional y Comunitario de Pesca Artesanal (GIC-PA) y la Zona Exclusiva de Pesca Artesanal (ZEPA), como colaboradores gubernamentales y académicos (Estrada, 2016).
En este propósito, se requiere la formulación de modelos asociativos innovadores que respondan a las transformaciones económicas, sociales, tecnológicas y ambientales globales, rebasando la orientación fundada en la maximización de las utilidades económicas, hacia un enfoque integral sostenible y responsable socialmente, con la intención de aprovechar las oportunidades que el sector agrario ofrece a los pequeños productores agrícolas, por medio de la colaboración y la inserción en los mercados nacionales e internacionales.
En esta línea de argumentación, los pequeños productores deben entender y facultarse para asumir el papel que juegan en el desarrollo rural del país, utilizando la estrategia asociativa para generar capital social, como instrumento de progreso territorial por medio de tareas comunitarias, respuesta a la problemática social, económica y ambiental referida principalmente a los cambios climáticos y desigualdades en la colocación de sus productos en el mercados; sumado al reducido tamaño de sus granjas, al trabajo individual y a la desconfianza mutua.
5. Conclusiones
La literatura científica registra variados hallazgos en términos de desarrollo histórico de la asociatividad, particularmente en el sector agropecuario y el análisis de los elementos que inciden en el desarrollo rural. No obstante, persisten brechas en el saber que han obstaculizado la implementación y formulación de políticas que impacten en gran proporción el desarrollo rural de las comunidades agrarias en Colombia y otros países latinoamericanos (Holmes, Arango y Pérez, 2022)
Con el propósito de brindar a la academia y a las personas involucrada en la temática, se realizó una juiciosa revisión bibliográfica que da cuenta de los aspectos que se deben precisar en el abordaje de procesos cooperados de organización comunitaria (Figura 5), durante la formación profesional, la investigación, la creación de conocimiento y en el desempeño laboral.
Ahora bien, para afrontar los retos que exige el mundo globalizado, se debe desarrollar el talento social para la cooperación que poseen los humanos, como condición innata desde las primitivas manifestaciones de organización comunitaria, a través de vínculos familiares, por clanes o tribus para gestionar la búsqueda de alimentos como estrategia de supervivencia y sustento territorial (Poveda, 2019).
Particularmente en el contexto del sector agropecuario, los pequeños productores se agrupen, como respuesta a la problemática generada por la competencia interna y externa, configurándose como estrategia para la minimización de las falencias presentadas en el campo, específicamente en los pequeños productores con áreas minifundistas, puesto que al aglutinar sus pequeñas producciones adquieren dominio en las transacciones frente a los intermediarios, logrando disminuir grandes fluctuaciones de precios, aprehender y articular conocimientos entre los asociados, absorber tecnología e innovación, beneficiarse de las oportunidades mercantiles y desafiar en conjunto las amenazas del entorno (Salas, 2016).
En esta línea de análisis, se infiere la importancia de la asociatividad como respuesta a las insuficiencias sociales y económicas de los pobladores rurales, constituyéndose en agrupaciones comunitarias para la solidaridad, trabajo en equipo, ayuda mutua, colaboración y confianza; además del impulso a proyectos de carácter socioeconómico que promuevan iniciativas de inversión que generen ingresos para los productores en un ambiente competitivo, rentable y sostenible (Giraldo, López y Cardona, 2020)
En este contexto, la asociatividad se concibe como una expresión bastante amplia aplicada a diversos escenarios, erigida desde la época arcaica y desarrollada acorde con los avances en todos los campos de la sociedad, particularmente en el sector rural esta figura empresarial debe gravitar en el diseño de un prototipo agroempresarial que articule los pequeños y medianos productores, con los distribuidores, los transformadores y los consumidores, mediante alianzas público-privadas (Estado-Empresa-Academia), como determinantes de gestión de las organizaciones solidarias agropecuarias, intervenido por tecnologías de información y comunicación, asistencia técnica y de mercadeo (Transferencia e intercambio de conocimientos) y conformación de redes de comercialización, en tanto que en la actualidad es imposible que una sola persona se encargue de realizar todas las actividades del proceso productivo y comercializador.
Así pues, como caso exitoso a nivel Andino se refiere el ejemplo de la “Red Andina de productores de Quinua”, en el que se articularon las asociaciones quinueras pertenecientes a Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Bolivia, constituida con el fin de mejorar su gestión en la producción, procesamiento y comercialización del producto y mejorar las condiciones socioeconómicas (FAO, 2017). En Colombia, Giraldo, Lopera y Cardona (2020) describen las dinámicas de las agremiaciones comunitarias y las políticas de desarrollo rural en Pereira, con el propósito de identificar los impactos positivos generados en tres cooperativas, puesto que, al aplicar las políticas del municipio, se crean nuevas ideas de emprendimiento y se desarrollan proyectos productivos y sociales.
No obstante, debemos preguntarnos ¿cuál es el nuevo rol de la asociatividad? Responder a este interrogante implica identificar los nuevos paradigmas productivos y las oportunidades que subyacen a la globalización, actuando sobre los aspectos claves de la dinámica empresarial: gestión estratégica, monitoreo de los riesgos, modernización tecnológica, establecimiento de un enfoque gerencial, fortalecimiento de capacidades humanas, reconversión tecnológica y administrativa (Gatto, 1999) que apunten al desarrollo regional, institucional y sectorial, en interacción con el Mercado, el Estado y la Academia.