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Revista panamericana de comunicación

versión On-line ISSN 2683-2208

Rev. panam. comun. vol.3 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2021  Epub 17-Ene-2022

https://doi.org/10.21555/rpc.vi2.2432 

Artículos

Lectura en México: Un histórico y breve viaje por los caminos de los lectores, el libro y las bibliotecas

Reading in Mexico: A brief and historical journey through the paths of readers, books and libraries

Dra. Elsa Margarita Ramírez Leyva1 
http://orcid.org/0000-0001-8407-9059

Mtra. Beatriz Alejandra Pimentel Ávila1 
http://orcid.org/0000-0001-6394-2343

1Universidad Nacional Autónoma de México, eramirez@unam.mx, bpimentel@enesmorelia.unam.mx


RESUMEN

La lectura en México, desde la época prehispánica hasta el siglo XXI, ha pasado por diferentes transformaciones en cuanto a concepciones, capacidades, usos sociales, soportes, textos y su materialidad, con los que se han registrado, conservado y difundido los saberes, experiencias e informaciones culturales, religiosos, políticos, económicos, administrativos, costumbristas, arquitectónicos, históricos o científicos, por mencionar solo algunos aspectos de la memoria humana que han formado a millones de comunidades lectoras.vEste artículo tiene el objetivo de analizar e identificar brevemente los factores que propiciaron la formación de las comunidades lectoras mexicanas, en las poblaciones nativas y su diversificación a partir del proceso de occidentalización en las cuales la palabra escrita, la lectura y los libros han transformado a la sociedad mexicana a lo largo de toda su historia.

Palabras clave: México; lectura; libros; bibliotecas; historia

ABSTRACT

Reading in Mexico, from pre-Hispanic times to the 21st. century, has undergone different transformations in terms of conceptions, capacities, social uses, supports, texts and their materiality, with which knowledge and experiences have been recorded, preserved and disseminated cultural, religious, political, economic, administrative, customs, architectural, historical or scientific information, to mention just some aspects of human memory that have formed millions of readers. This article aims to briefly analyze and identify the factors that led to the formation of Mexican reading communities, in native populations and their diversification from the westernization in which the written word, reading and books have transformed Mexican society throughout its entire history.

Keywords: Mexico; reading; books; libraries; history

INTRODUCCIÓN

La palabra tiene un poder oral y escrito. En este último se preservan conocimiento e información registrados en soportes que han tenido diferentes formas y materialidades, y por medio de ellos han perdurado por siglos, traspasado fronteras y se han comunicado de una generación a otra. La humanidad ha accedido a la información y logrado su largo proceso de civilización y transformación. En México comienza desde la época prehispánica y después transita al proceso de occidentalización, la ilustración, la democratización, la globalización y a la era digital.

En México, como en todo el mundo, el acopio de libros dio lugar a los recintos en donde estos se elaboraban: las imprentas y editoriales; donde se les resguardan: las bibliotecas; y las instituciones que los usaban: las escuelas. Los amoxcalli o casas de libros eran un espacio sagrado destinado a la preservación de los códices y en donde se propició el fomento de la lectura, la escritura y la formación de lectores. El libro impreso que llegó del viejo mundo al nuevo, contribuyó a que la lectura fuera fundamental en la occidentalización, formando públicos lectores que se multiplicaron y diversificaron a lo largo de los siglos.

LA LECTURA EN EL MUNDO PREHISPÁNICO

Durante muchos años, los signos contenidos en los códices prehispánicos no se estudiaron como una escritura sino como representaciones pictográficas; sin embargo, estos signos se han reconocido como un sistema complejo de escritura, cuyo ejercicio implicaba prácticas de lectura particulares, cuyos actores, formas y espacios ayudan a comprender los códices desde la perspectiva de la palabra, la interpretación y su posicionamiento en la tradición y cotidianeidad de la sociedad indígena antigua.

LA LECTURA COMO ORALIDAD Y RITUAL

Las culturas prehispánicas desarrollaron sistemas de escritura emparentados con la pintura y su cosmovisión particular que incluía colores, tamaños, la posición en el texto, etc. Al respecto, dice Patrick Johansson:

Para apreciar plenamente hoy en día la literatura náhuatl prehispánica, no basta abrir una antología y recorrer la yuxtaposición lineal de los conjuntos alfabéticos que consignan "palabras". Es preciso además considerar esta literatura en el contexto muy preciso de valores y de mecanismos sociales que componían el mundo prehispánico (Johansson, 1993: 17).

Desde los olmecas, la lectura de glifos calendáricos era un registro fiel de la memoria. Para los mayas, la lectura era el futuro, el tiempo cíclico y la relación con las deidades a través del conteo de sus años. Leer era cantar, dar a la palabra vida y magia con la voz colectiva que revivía a través de rituales. Para los mixtecas y nahuas el acto de leer era la memoria de quienes han tenido el poder para reconstruir la historia de los reyes. Para los zapotecas implicaba revivir a sus héroes y reyes como una legitimación del poder (Urcid, 1997). La lectura se desarrollaba en la élite desde su parte gráfica, y desde el pueblo en la esfera oral, por tanto, la lectura también implicaba una jerarquía.

En la cultura náhuatl, el amoxtli es el libro “compuesto de amox (tli), “libro” y oh-toca, “seguir el camino” (de oh-tli, “camino” y toca “seguir”)” (León-Portilla, 2014: 91). La palabra implica seguir un camino de pinturas y caracteres en el cual los sabios enseñaban a los jóvenes cantos, mitos e historias divinas. La palabra escrita era complemento y fuerza de la palabra oral, sin que una forma traspusiera o desplazara a la otra. Leer era cantar y hablar. P. Johansson (1993) afirma que entre los aztecas la lectura era un proceso multisensorial, casi sinestésico que involucraba al oído y al tacto por medio de la danza. También era una puesta en escena, en donde la palabra era el ingrediente mágico dentro de un proceso colectivo ceremonial.

La escritura de los mayas planteaba una relación con el pasado mucho más compleja que la medición del movimiento de los astros. Mercedes de la Garza apunta que la lectura para los mayas era historia plasmada en memoria, escritura y tradición oral. Todo lo sagrado y merecedor de respeto se condensaba en la palabra escrita, en los códices, que más que ser fuente de sus conocimientos y tradiciones “eran el símbolo de todo lo sagrado y digno de respeto, la clave para comprender el espacio y el tiempo” (De la Garza, 2012: 26).

¿QUÉ FORMAS TOMA EL OBJETO DE LECTURA EN LAS CULTURAS PREHISPÁNICAS?

Los diferentes soportes de lectura implicaron tratamientos y formas distintas. Por ejemplo, el soporte por excelencia de la cultura olmeca fue la piedra. Los zapotecas desarrollaron un sistema de escritura logofonético que se plasmaba en sus monumentos, bloques de piedra o tiras de piel de venado (Urcid, 1997). Los códices mixtecos estaban hechos de una piel larga de venado o de papel de amate de entre 12 y 14 metros, recubierta de estuco que se doblaba en forma de biombo, ilustrada en tinta de colores (Jansen, 1999). La mayoría de los códices mayas y nahuas están hechos con Amate o amatl del que se obtenía “una tira de papel, de varios metros de largo, doblado en forma de biombo y que tenía a guisa de pasta dos láminas de madera, cuero o alguna otra substancia dura” (Brito, 1980). En náhuatl tlatolli quiere decir palabra, de ahí que los distintos tipos de discurso-memoria, oral o escrito, tuvieran el sufijo tlatolli, mientras que los libros físicos tenían el sufijo amatl: libro. La palabra azteca se divide en los tlatolli, la palabra o discurso oral, entre los que encontramos los huehuetlatolli: los testimonios de la antigua palabra; y, por otra parte, los cuicatl, los cantos, más parecidos a nuestra poesía actual por el preciosismo en su lenguaje y la presencia de ritmo y metáforas (Johansson, 1993).

¿CÓMO SE LEE EN EL MUNDO PREHISPÁNICO?

La escritura olmeca se compone de secuencias de glifos logográficos: signos pictográficos que pueden significar el objeto icónico, el simbólico, una palabra compuesta, números o un sonido silábico. Existen glifos que representan sustantivos, verbos o determinadores, que a veces no tienen relación con su representación icónica, pero guardan relación con la oralidad (Terrence Kaufman & Justeson, 2001).

Estela de la Mojarra. Dibujo de George E. Stuart 

En la cultura zapoteca algunos textos se leen con un orden lineal de arriba hacia abajo, pero también existe la lectura de arriba hacia abajo de forma horizontal, aglutinada o en zigzag.

Javier Urcid (1997)  

Alfonso Caso (1979) identificó un sistema de glifos referentes al tiempo, a personas y a lugares, así como a conceptos abstractos. Además de los signos, el sistema incluye elementos adicionales con carga semántica, como la posición y distribución de las imágenes, los colores o el soporte mismo. Por ejemplo, en muchos lienzos mixtecas aparecen huellas de pies para indicar continuidad, un conector discursivo o movimiento. Las huellas conectan a los personajes con lugares, o bien, con otro personaje (León-Portilla, 2014).

Los códices nahuas contienen una escritura pictográfica-logográfica: cada signo representa un objeto definido, un símbolo o una raíz (Rossell, 2006). Los glifos parten de objetos icónicos reales, y su carácter pictográfico y fonético los vincula con la palabra hablada, aunque los glifos no representan la totalidad de los objetos reales. En los códices nahuas y mixtecas las imágenes, el tamaño de ciertos atributos y los colores también son portadores de significado.

Los códices nahuas se leen generalmente de abajo hacia arriba. Pero también hay códices que se leen en zigzag, de derecha a izquierda, del centro hacia afuera o de arriba hacia abajo. Los documentos están rodeados por un margen de glifos calendáricos, cuya lectura es independiente de la distribución del texto central.

Imagen tomada de SaekoYanagisawa (2021)  

Por otra parte, los mayas desarrollaron un sistema de escritura que se acercó mucho al alfabético. Su escritura se sirvió de caracteres logosilábicos que representaban palabras, pensamientos o sonidos silábicos: “combinados éstos integraban la grafía de palabras. […] Las diversas formas de estructuraciones asumían el carácter de ‘cartuchos’, es decir, de elementos compuestos, como había ocurrido también en la escritura egipcia” (León-Portilla, 2014: 48).

A diferencia del sistema mixteco y maya, la escritura maya reproduce cabalmente el habla (Brito Sansores, 1980), pues se puede fragmentar en sus unidades mínimas de significado. Pero, de igual manera que los códices nahuas, el glifo maya puede representar el objeto literal, una metáfora o una marca textual para determinar al glifo siguiente.

Jeroglíficos de logogramas (Martínez de Velasco & Vega, 2011

ESPACIO DE LECTURA EN EL MUNDO PREHISPÁNICO

La mayoría de los espacios para leer se relacionan con la lectura ritual. Por ejemplo, para los mayas la palabra estaba cargada de un valor místico, por lo que las inscripciones se encuentran en objetos, monumentos y edificios, de tal forma que sus tradiciones orales y cosmología se conservaba en sus monumentos, libros, vasos de cerámica y otros objetos (León-Portilla, 2014: 49).

La lectura náhuatl se efectuaba principalmente en centros ceremoniales como una puesta en escena colectiva con los códices como guías. Dicho ritual incluía música, danza, dramatización y cantos. También se leía en las escuelas calmecac y en los cuicacalli se enseñaban los cantos. Los amoxcalli, casas de libros, eran un espacio sagrado donde se preservaban los códices; este podría considerarse como antecedente de las bibliotecas (León Portilla 2014). El cuidado de los libros -y su posible catalogación- estaba destinado a los sabios de la clase sacerdotal.

EL SUJETO LECTOR EN EL MUNDO PREHISPÁNICO

Mercedes de la Garza afirma que la lectura entre los mayas era una actividad monopolizada por un reducido grupo de poder y considerada como una actividad sagrada (2012). Las actividades de leer y de escribir no eran efectuadas por los mismos personajes en la misma intensidad, por ejemplo, la nobleza podía leer documentos, no así escribirlos, ni recitarlos. Los sacerdotes, los ah k’ins, eran los únicos que interpretaban cabalmente los códices. Los escribas, los aj tz’iib’, se dedicaban a la composición compleja de los glifos (Grube, 2011).

En la cultura náhuatl también existía la figura de los sabios o sacerdotes: tlatolmatinime. Estos sacerdotes, poetas y sabios, eran los autores de la mayor parte de los documentos escritos, estaban profundamente instruidos en el uso de la palabra tanto oral como escrita: “Eran, como se lee en un texto indígena, "artistas del labio y la boca, dueños del lenguaje noble y la expresión cuidadosa" (León-Portilla, 1980: 199).

Asimismo, encontramos la figura del tlacuilo: el escriba, el pintor. El tlacuilo era el sacerdote que lograba su máxima expresión como maestro y portador de la palabra, cuya profesión correspondía exclusivamente a la clase noble pipiltin. A ellos se les enseñaba el tecpillatolli: la palabra de sabios y poetas, mientras que el resto de la población se expresaba mediante el macehuallatolli, la palabra común.

Hasta aquí se resalta el carácter ritual y sagrado de la lectura, en el que el códice actúa como soporte “vivo” de la memoria. Leer en el mundo prehispánico es un acto de identidad colectivo, espiritual y multisensorial. Un legado que sobrevivió a través de la escritura alfabética y de la tradición oral en los pueblos indígenas.

LA LECTURA Y EL LIBRO IMPRESO: LOS INICIOS DE LA OCCIDENTALIZACIÓN DE MÉXICO

El libro impreso viaja desde España a México acompañando a los navegantes que emprendieron largos viajes por el Océano Atlántico. Se dice que el primer libro impreso que arribó a América fue Las horas muy viejas, con Jerónimo de Aguilar, quien llegó a Cozumel en 1511 (Osorio, 1987: 12); o bien, el Libro de horas que traían Juan Guerrero y Jerónimo de Aguilar (De la Torre Villar,1990: 37).

Los misioneros religiosos enviados al nuevo continente traían sus libros e incluso colecciones de sus bibliotecas particulares. En las naves se practicaba la lectura en silencio y en voz alta para ofrecer un remedio contra el tedio. Tanto los libros de horas como las novelas de caballería figuraban en los equipajes de los viajeros y con ellos las nuevas ideas de Europa.

Las primeras órdenes religiosas que llegaron a la Nueva España a partir de 1523 con la misión de evangelizar a las comunidades nativas, -los franciscanos encabezan esa labor-aprendieron sus lenguas a fin de conocer, comprender y comunicarse con quienes serían sus discípulos. Fray Pedro de Gante enseñó a los naturales el castellano, el latín, doctrina, canto y música. Además, su Doctrina Christiana en lengua mexicana fue la primera traducida al náhuatl, la cual “desempeñó un papel importantísimo porque fijó la lengua y ello permitió la salvaguardia del náhuatl para la posterioridad.” (Yunes, 2018: 115). Por ello, De Gante se puede considerar el precursor de la occidentalización del continente americano, y el formador de una nueva comunidad de lectores.

LA FORMACIÓN DE LECTORES INDÍGENAS DEL NUEVO MUNDO

La evangelización en la Nueva España impulsó la alfabetización y castellanización de las comunidades nativas, dando lugar al mestizaje cultural y genético. Una vez instalados en México los misioneros, “se puso mayor cuidado en la educación de los niños indígenas y [...] fundaron varios colegios reservados a ellos, donde los formaron con base en el libro y la lectura” (Ramírez, 2001: 37). Entre las primeras está la fundada por fray Pedro de Gante en Texcoco en 1523. El Colegio de San Miguel de los Naturales, destinado a adolescentes indígenas, llegó a reunir a mil alumnos. En 1529 el Colegio de San Juan de Letrán impartía educación básica y después fray Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga fundaron colegios en diferentes lugares del territorio mexicano.

El sistema educativo lo organizaron en dos niveles: uno para la clase plebeya, los macehuales, a la que se le dio una alfabetización básica con el objetivo de que pudieran leer y releer el catecismo que se había transcrito a su lengua; y también por medio de pictogramas que aluden a los preceptos cristianos, con los que practicaban una lectura nemotécnica del catecismo. Asimismo, se practicaba la lectura en voz alta, ya fuera por un nativo o un fraile, para enseñar y practicar la correcta pronunciación e interpretación. El otro nivel se integraba por indígenas de la nobleza, los pipiltzin, quienes también eran preparados en castellano y latín, para las actividades litúrgicas, teología y música. También se crearon colegios de enseñanza superior reservados para una selecta clase de indígenas que eran formados para difundir la fe cristiana, tenían acceso a los libros escritos para ellos y a los que usaban los religiosos, que eran propios de una formación humanista.

Otro gran trabajo fue la elaboración de materiales didácticos, entre ellos el Catecismo en pictogramas (1529), la Cartilla para enseñar a leer (1569) y la Doctrina Christiana en lengua mexicana (Yunes, 2018: 114). Los misioneros sabían del gran poder de la palabra oral y escrita, la lectura y las imágenes, así que, conjugando diferentes lenguajes como códigos textuales, sonoros, icónicos y actos cotidianos emprendieron la conquista espiritual y, con ella, la del ser, el pensar, el sentir y el actuar. Esta conquista espiritual fue el eje de una educación institucionalizada, sostenida en la lectura, el libro y los maestros-misioneros que eran sus mediadores. La formación de lectores indígenas también se basó en diferentes métodos como la mímica, cantos, danzas o recursos pictográficos, con el apoyo de intérpretes.

Catecismo para los indios de fray Pedro de Gante, del siglo XVI. Fuente: Biblioteca Nacional, Madrid. 

Entre 1539 y 1585, se escribieron varios libros, sermones, epístolas, evangelios y partes de la Biblia adaptadas a la cultura indígena y escritas en lenguas nativas e ilustradas con imágenes religiosas. También se popularizaron las estampas sobre los temas de los sermones, cuya lectura gráfica permitía un constante recordatorio de la fe. La lectura en imágenes era una práctica cotidiana, no exclusiva de los misioneros, pues ésta formaba parte de la cultura indígena, como nos dan cuenta sus códices. El primer catecismo, adjudicado al citado fray Pedro de Gante, fue modelo de los catecismos ilustrados y bilingües creados posteriormente, incluso en el primero se usaron jeroglíficos y se recurría al canto para la memorización.

Los indígenas asimilaban la nueva lengua castellana e incluso el latín. Al respecto, Gloria Bravo Ahúja señala que “muy posiblemente existía entre la élite clara conciencia de la importancia de la cultura fonética, lo que pudo haber facilitado su introducción” (1977: 30). Asimismo, misioneros como Gante, Motolinía, Zumárraga y Testera destacaban la facilidad con la que los niños y adultos aprendían a escribir y a leer. I. Leonard, en su obra Los libros del conquistador, cita a Motolinía, quien escribió:

Con mucha brevedad aprendieron a leer así nuestro romance castellano, como el latín, y tirado o letra a mano, empezaron a enseñarse unos a otros en su propia lengua, logrando hacer hablar al papel y enviar mensajes a sus lejanos amigos, lo cual les pareció maravilloso. [...] Todos saben leer, hasta los que ha poco se comenzaron a enseñar (1953: 5).

Entre los misioneros que dominaban las lenguas indígenas había quienes transcribían la memoria de los pueblos. Los nahuatlatos se constituyeron en testigos, informantes e intérpretes. Por ejemplo, fray Bernardino de Sahagún tardó seis años en redactar y tres años en revisar la Historia general de las cosas de la Nueva España con la colaboración de los nativos. Otro ejemplo es la obra de medicina indígena Libellus de medicina libus Indorum herbis, cuya traducción al latín, realizada en 1552, estuvo a cargo del indígena Juan Badiano, alumno del Colegio de Tlatelolco. Estos ejemplos nos dan cuenta del dominio que los nativos y españoles alcanzaron en la lectura y la escritura de las nuevas lenguas (Ramírez, 2001: 50-51).

Estos logros no tardaron en generar alarma entre algunos sectores, quienes promovieron ante el emperador Carlos V que la evangelización se frenara, y, aunque no lo consideró peligroso, sí instruyó impedir la circulación de lecturas profanas, en especial novelas de caballería y románticas entre los naturales. Aun cuando se desconoce si entre ellos había aficionados a esos géneros, éstos sí eran introducidos de manera subrepticia al Nuevo Mundo, incluso eran parte del naciente mercado de libros, también circulaban temas de filosofía, teología y ciencias que salían de imprentas de Paris, Lyon, Venecia, Roma, Amberes, Sevilla y Salamanca.

LA LECTURA EN EL ORIGEN DE LA BIBLIOTECA Y LA IMPRENTA EN LA NUEVA ESPAÑA

La imprenta y las bibliotecas que se establecieron en el Nuevo Mundo fueron factores fundamentales en el desarrollo de los vínculos de la sociedad con la cultura escrita, el cual se inició con los libros que misioneros y conquistadores traían consigo, pero también en la necesidad de continuar alimentando sus saberes.

Las bibliotecas particulares se instalaron en monasterios y escuelas con la urgencia de ampliar la alfabetización de las comunidades nativas y después a las criollas, lo cual favoreció la creación de una imprenta propia, una universidad y el mercado de libros. Por ello, se dice que fray Juan de Zumárraga fue el precursor del desarrollo bibliotecario y editorial en México. A su propia biblioteca le dio distintas funciones, como ofrecer servicios a miembros de la Orden de San Francisco a la que pertenecía, después la transformó en biblioteca académica destinada al préstamo de libros a docentes y alumnos de la Escuela Episcopal. A lo largo del siglo XVI llegó a reunir 20,000 obras manuscritas e impresas. Se dice que los usuarios tardaban en devolver los libros o se los quedaban y, a pesar de que el castigo a quien no los devolviera era la excomunión, pocos se recuperaban (Teixedor, 1931).

Otra importante institución educativa, hacia 1536, fue el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, que tuvo una biblioteca, para la cual fray Juan de Zumárraga logró reunir colecciones de diferentes disciplinas, entre ellas la medicina nativa. Asimismo, la actividad tipográfica fue fundamental en la producción de los materiales de lectura de comunidades indígenas, españolas y/o criollas, lo cual dio lugar a un patrimonio documental nacional.

Como sabemos, la primera imprenta en México se fundó en 1539 y se debe a Zumárraga que se abriera una sucursal del impresor Juan Cromberger, quien asignó a Juan Pablos como su responsable. La primera obra que se imprimió fue la Breve y más compendiosa Doctrina Christiana en lengua mexicana y castellana. Mucho tiempo después, debido al incremento de lectores y al deterioro natural de los libros, se instalaron otros talleres y el mercado de libros empezó a tener más demanda. Los impresores, tipógrafos, libreros y mercaderes formaron un grupo que conocía bien la vida colonial mexicana, en donde el acceso a la lectura y a los libros estaba estratificado, pues no todos podían adquirir o acceder a los libros, ya sea por su analfabetismo, su costo o un uso restringido, como por ejemplo para el círculo femenino (Ramírez, 2001: 78).

Colofón de la Doctrina breve muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica y a nuestra cristiandad en estilo llano para común inteligencia, México, Juan Pablos, 1544. Fuente: Elvia Carreño. 

Además, los libros prohibidos seguían entrando clandestinamente de Europa, se leían en grupos selectos en donde se fueron sembrando las ideas de la Ilustración. A su vez, el periódico fue divagador de ideas políticas, y creó nuevas modalidades de lectura, incluso en lectores analfabetas, ya que era muy común la lectura en voz alta. El decreto de libertad de prensa emitido el 10 de noviembre de 1810 por las Cortes de Cádiz, abrió más la circulación de las ideas ilustradas, que germinaron en las colonias españolas dando lugar a procesos independentistas.

LA LECTURA Y EL LIBRO EN EL CAMINO A LA ILUSTRACIÓN

Años previos a la declaración de Independencia de México, en 1821, empezaron a llegar de Europa las ideas de la Ilustración, movimiento de los intelectuales que buscaban una transformación política y cultural. Su influencia a través de los libros y de sus ideas no tardó en llegar a la Nueva España, donde coexisten nuevas formas de lectura: los periódicos con noticias internacionales y locales, anuncios e informes; y los pronósticos, como predicciones climáticas, astrológicas, sanitarias, educativas y científicas. A la par se seguían publicando libros de religión, gramática, ortografía, moral y urbanidad que cambiaron la forma de ver la lectura; la introducción del periódico promovió la lectura, y tenía otros alcances, ya que una noticia motivaba la charla, intercambio de opiniones o críticas sobre temas políticos, entre otros.

Sin embargo, pocos llegaron a leer y escribir debido a las enormes desigualdades de la sociedad que todavía persistían. La instrucción religiosa a criollos e indígenas seguía basándose en catecismos, aunque circulaban abundantes periódicos, pasquines, panfletos y hojas sueltas con temas políticos, literarios y culturales. La lectura en este periodo era de tipo informativo, moralista casi siempre.

La imprenta hizo emerger la conciencia de un nuevo derecho: el de expresión, por lo que leer y escribir comenzaban a verse también como derechos de la Humanidad. Con las Leyes de Reforma, se promulgó una Ley de Instrucción Pública que cancelaba al clero el monopolio de la educación. Durante el Maximato el analfabetismo seguía imperando, de ahí derivó en 1865 una educación primaria gratuita y obligatoria; se reconoció la diferencia entre escuela urbana y rural; se elaboraron textos en donde se reconocía lo nacional y las lenguas autóctonas. Se pensaba que la lectura sería el motor para que el país saliera adelante. La lectura ahora se dirigía a madres de familia, niñas y niños, señoritas, agricultores, artesanos, religiosos, idólatras, estudiantes, médicos y un corto etcétera que, por supuesto, incluía sólo a los que sabían leer.

LA ALFABETIZACIÓN EN EL SIGLO XX

Durante el Porfiriato un elevado porcentaje de la sociedad seguía analfabeta, pues en 1895 sólo el 14% de la población sabía leer y escribir (para 1910 aumentó solamente al 20%). El analfabetismo del resto de la población que alcanzaba el 77%, no se redujo ni por los esfuerzos para que la educación fuera el unificador nacional.

El triunfo de la Revolución Mexicana en 1917 dio lugar a la transformación política, económica, cultural y educativa que propició una alfabetización más generalizada y un incremento en los niveles de lectura. En 1921, en la recién creada Secretaría de Educación Pública, el Lic. José Vasconcelos impulsó la educación popular, la alfabetización y la lectura, para ello creó tres departamentos: Escolar, Bellas Artes, y Bibliotecas y Archivos con un programa de profesionalización bibliotecaria; y un área de impresión de obras clásicas, por lo que comenzaron a leerse los clásicos grecolatinos, filósofos alemanes y grandes novelistas franceses y españoles en un gran esfuerzo por enseñar a leer al pueblo, lo cual significó un paradigma en el proceso de lectura del país a favor de reducir el analfabetismo, que por ese entonces era del 59%, y de incrementar la lectura popular.

La actividad editorial de la literatura universal y nacional también se impulsa en las décadas de los 40´s a los 60´s; asimismo, el público infantil contaba con varias colecciones; aparecieron varias publicaciones periódicas; y se emprendieron campañas para contrarrestar el analfabetismo, pero durante los 60’s disminuyó significativamente el nivel del sistema educativo (García Ayala, 2016: 50).

EL FOMENTO DE LA LECTURA: UN CAMBIO DE RUMBO

En 1983, la Presidencia fortaleció la lectura y la alfabetización por medio del incremento de las bibliotecas públicas y sus colecciones, y de enriquecer la industria editorial. Se impulsó el Programa Nacional de Bibliotecas Públicas (SEP), para que en igualdad de oportunidades se accediera gratuitamente a la lectura. Al frente de la Dirección de Bibliotecas nombran a una bibliotecóloga, Ana Ma. Magaloni, quien inicia la modernización y multiplicaciones de bibliotecas públicas. De 351 que ya existían, se crearon 5,700 bibliotecas más en quince años. En 1986, la SEP inició un proyecto editorial y de promoción de la lectura. Se creó el Programa de Fortalecimiento de la Lectura y la Escritura (PRONALES)que, junto con “Rincones de lectura”, dieron origen en el 2002 al Programa Nacional de Lectura y la colección “Libros del Rincón”.

Se crearon también proyectos para impulsar la lectura: en el 2000 “Biblioteca de Aula y Biblioteca Escolar” y “Hacia un país de lectores”; en 2008 “México lee: Programa Nacional de Fomento para la Lectura y el Libro”; en 2010 el Programa Nacional de lectura y en 2016-2018 el Programa de Fomento para el libro y la lectura. En 2016 se lanzó un Programa de Fomento para el Libro y la Lectura, que dotó 10 millones de ejemplares a bibliotecas escolares. Cabe advertir que actualmente la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, coordinada por la Dirección General de Bibliotecas de la Secretaría de Cultura, está conformada por 7,413 bibliotecas públicas.

Con el propósito de diseñar políticas públicas orientadas al fomento de la lectura en donde intervengan instituciones educativas, culturales, editoriales y bibliotecas, el actual gobierno presentó la Estrategia Nacional de Lectura, la cual se basa en tres ejes de acción:

  1. Formación: refuerza en la infancia y la adolescencia el hábito de la lectura como una práctica placentera, el conocimiento, la comprensión, la interpretación y la discusión crítica de las ideas.

  2. Disponibilidad: las obras deben estar a la mano, a costos asequibles.

  3. Atracción por la lectura: desterrar la idea de que leer es aburrido y que la biblioteca no se asocie con el aburrimiento.

En los últimos años han surgido diferentes programas de promoción de la lectura, pero una tarea pendiente es fortalecer las bibliotecas públicas para garantizar el acceso a la información, libros y otros recursos, además de la formación de lectores a lo largo de la vida.

CONCLUSIONES: CAMINO AL FUTURO DE LA LECTURA EN MÉXICO. UNA NUEVA HISTORIA

Los factores sociales, políticos, económicos, ideológicos y las nuevas tecnologías desarrollarán en el futuro formas de lectura en las que la libertad de leer requerirá de novedosas capacidades para hacerlo. El libro, la lectura, las bibliotecas y las artes, al concurrir en un solo escenario, aunque en distintas etapas históricas, tenían y tienen los mismos objetivos: la alfabetización y la culturalización de nuestro país.

A lo largo de este recorrido vimos que todavía nos queda mucho por hacer en los procesos de aprendizaje, aceptación, adaptación y asimilación de nuevos alfabetos, maneras de leer y otros métodos para aprender habilidades de información y comunicación, permitiendo que soportes antiguos como las tablillas, los códices, los libros y los periódicos sólo cambien de forma con los soportes de ahora, como las tablets o dispositivos móviles, dejando en su fondo su verdadera esencia, que es la de comunicar, transmitir, enseñar o formar.

Los caminos que han recorrido los libros, las bibliotecas y la lectura en México han sido muy largos, han estado permeados por factores diversos: el educativo, el social, el político, el económico, etc. y en todos esos caminos las transformaciones de concepciones y usos sociales de las bibliotecas y los lectores, así como la actividad lectora, están configuradas en torno a esa capacidad y práctica, que a partir del siglo XX se transfiguró en un derecho de todos los ciudadanos: la educación.

En estos caminos del México prehispánico, las del México novohispano, las del México reformista y luego revolucionario, las del México moderno y las de nuestro México presente, nuestras bibliotecas y nuestros lectores han confluido en objetivos formadores, reformadores y educadores y su futuro está en las manos de las comunidades lectoras.

REFERENCIAS

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Recibido: 05 de Agosto de 2021; Aprobado: 15 de Septiembre de 2021; Publicado: 30 de Noviembre de 2021

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