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Debate feminista

versión On-line ISSN 2594-066Xversión impresa ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.60  Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 27-Nov-2020

https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2020.60.07 

Artículos

Somos guapas, somos listas, somos putas feministas: encarnando prácticas disidentes con las Putas Indignadas de Barcelona

We Are Beautiful, We Are Smart, We Are Feminist Whores: Embodying Dissenting Practices with the Putas Indignadas of Barcelona

Somos prestes e bonitas, somos putas feministas: encarnando práticas dissidentes com as Putas Indignadas de Barcelona

*Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México. Correo electrónico: livia_motterle@cieg.unam.mx.


Resumen

El objetivo principal de este texto es analizar la complejidad del trabajo sexual a partir de prácticas de agencia, protesta y empoderamiento de trabajadoras sexuales de Barcelona, frente a la violencia institucional que dificulta, hasta impedir, su profesión. A partir de mi postura feminista proderechos, nacida gracias a una larga colaboración con el colectivo Prostitutas Indignadas en el Raval de Barcelona, me propongo desmontar ciertos tópicos sobre el trabajo sexual y trazar una resonancia entre cuerpos, calles, feminismos y protesta. Por otro lado, poniendo el énfasis en uno de los debates más candentes del feminismo actual, quiero evidenciar, a partir de mi trabajo de campo y desde una mirada etnográfica, la inconsistencia de ciertos discursos abolicionistas, así como la importancia de poner en el centro de esta disputa las voces y las experiencias encarnadas de cuantas ejercen el trabajo sexual.

Palabras clave: Trabajo sexual; Cuerpo; Etnografía feminista; Agencia; Movimientos sociales

Abstract

The main purpose of this text is to analyze the complexity of sex work based on the practices of agency, protest and empowerment of sex workers in Barcelona, in response to the institutional violence that makes it difficult and sometimes even prevents them from engaging in their profession. From my pro-rights, feminist position, resulting from a lengthy collaboration with the Putas Indignadas collective in El Raval in Barcelona, I attempt to deconstruct certain issues concerning sex work and establish a resonance between bodies, streets, feminisms and protest. On the other hand, emphasizing one of the burning issues in current feminism, I want to show, on the basis of my field work and from an ethnographic point of view, the inconsistency of certain types of abolitionist discourse, as well as the importance of placing the voices and embodied experiences of those who engage in sex work at the center of this debate.

Keywords: Sex work; Body; Feminist ethnography; Agency; Social movements

Resumo

O principal objetivo deste texto é analisar a complexidade do trabalho sexual com base nas práticas de agenciação, protesto e empoderamento das profissionais do sexo em Barcelona, diante da violência institucional que dificulta, até impedir, a sua profissão. Desde a minha posição feminista pró-direitos, nascida graças a uma longa colaboração com o coletivo Prostitutas Indignadas no Raval de Barcelona, proponho desmantelar certos tópicos sobre trabalho sexual e traçar uma ressonância entre corpos, ruas, feminismos e protestos. Por outro lado, enfatizando um dos debates mais acalorados do feminismo atual, tento mostrar, desde meu trabalho de campo e uma perspectiva etnográfica, a inconsistência de certos discursos abolicionistas, bem como a importância de colocar no centro desta disputa as vozes e as experiências encarnadas daquelas que exercem o trabalho sexual.

Palavras-chave: Trabalho sexual; Corpo; Etnografia feminista; Agenciação; Movimentos sociais

Introducción

El término trabajo sexual fue utilizado por primera vez por la trabajadora sexual, feminista y artista Carol Leigh (1997) en defensa de los derechos de las trabajadoras del sexo, la reivindicación de la mejora de sus condiciones de trabajo y su autoorganización en defensa de sus intereses como trabajadoras. Hablar de trabajo sexual en términos de trabajo significa reconocer antes que nada que es un intercambio voluntario de servicios sexuales por dinero. Significa reconocer que la prostitución no es sinónimo de trata. No es un fenómeno unívoco, mucho menos uniforme, y su heterogeneidad se complejiza con las diversas formas que asume, no solo en distintos contextos y mercados, sino también en términos históricos y culturales.

La lucha de las trabajadoras sexuales y de las feministas proderechos de las trabajadoras1 consiste justamente en reconocer el trabajo sexual como trabajo. Ese sería, según quienes así nos posicionamos, el primer paso para destruir el estigma, valorar la capacidad de decisión de las personas que se dedican a este oficio y acabar con la representación totalizante de todas como víctimas: “Las prostitutas plantean las mismas cuestiones que las feministas (y que el conjunto de mujeres): aspiran al derecho al trabajo, a recibir protección contra la violencia, a una vida sexual en la forma en que cada una prefiera, y estas son cuestiones importantes para el feminismo, así que la lucha es la misma” (Osborne, 1991, p. 89).

A pesar de que las trabajadoras sexuales ponen en el centro del debate feminista cuestiones fundamentales, aportando sus sabidurías y experiencias, en el feminismo sigue existiendo e intentando imponerse la postura abolicionista. Como afirma Lamas, “la cruzada abolicionista visualiza el fenómeno del comercio sexual en blanco y negro, sin reconocer sus matices y complejidades” (Lamas, 2016).

Las trabajadoras sexuales han sido representadas por el discurso abolicionista como personas sin agencia, víctimas, pasivas, explotadas, sin capacidad de decisión. Obligadas a prostituirse. Solas e indefensas. Con escasa o nula capacidad intelectual. Peligrosas y delincuentes. Malas (Pateman, 1995; MacKinnon, 1989; Barry, 1987). A la fecha este discurso, alimentado por las lógicas neoliberales, califica toda forma de trabajo sexual como violencia hacia las mujeres.2 La postura abolicionista, empapada por una arcaica moral sexual, se apoya de hecho en la premisa de que la prostitución es incompatible con la dignidad humana, de modo que las trabajadoras sexuales son prostituidas por el sistema machista y capitalista y resulta imposible pensar la prostitución como trabajo sexual.

En este discurso va en aumento una peligrosa criminalización hacia todo el mercado sexual. La postura abolicionista pretende erradicar el trabajo sexual ya que, según su visión, sería una muestra más de la violencia patriarcal que prostituye a las mujeres (Cobo, 2011; de Miguel, 2015). Víctimas y sin capacitad de elección, las mujeres que ejercen el trabajo sexual serían, según esta perspectiva, víctimas sin agencia. Según Bernstein, en la tendencia a reformular discursivamente el comercio sexual como “tráfico de mujeres” se alienta una política punitiva: cada vez más se recurre a medidas judiciales y se exige el castigo no solo de las trabajadoras sexuales, sino también de los clientes (2012). El discurso abolicionista sobre “las víctimas que hay que salvar” habría producido entonces, según la misma autora, lo que Loïc Wacquant (2013) denomina una “remasculinización del Estado” que facilita un control creciente sobre los cuerpos y la vida de las mujeres. El vínculo entre violencia y género en el mercado del sexo está atravesado por la política y operado por la policía (Daich y Sirimaco 2015).

En el estado español, desde el inicio de la década de 1980, Dolores Juliano y Raquel Osborne,3 entre otras, empezaron a cuestionar la postura abolicionista y la tan extendida convicción de que las trabajadoras sexuales son todas obligadas a ejercer esta profesión, la cual no las reconoce como sujetos involucrados en sus decisiones laborales. Es cierto que la trata de mujeres representa una realidad muy compleja y que es tarea del feminismo luchar para que se acabe (Chang, 2013). Es cierto que en el trabajo sexual hay formas que reproducen el sistema capitalista. Pero su reproducción no habita en el trabajo en sí mismo, sino en el mecanismo de explotación en que está incardinado. Además, ¿qué intercambio mercantil no reproduce el modelo explotador del capitalismo?

La intención de este texto es poner en evidencia prácticas encarnadas de reivindicación y protesta del colectivo Putas Indignadas, colectivo de trabajadoras sexuales de Barcelona que, desde el feminismo, lucha por sus derechos. La organización nació a raíz del movimiento 15-m, conocido también como Movimiento de los Indignados.4 Me centraré sobre todo en la marcha del 26 de abril de 2012 en Barcelona, acción que determinó el rumbo de mi investigación doctoral (Motterle, 2018) y mi conciencia feminista.5 Los testimonios de trabajadoras sexuales de este colectivo me permitieron mirar en profundidad el fenómeno y evidenciar prácticas estratégicamente invisibilizadas, propias de las trabajadoras sexuales: la agencia, el empoderamiento, la autoorganización y la alianza con el movimiento feminista.

Después de una nota metodológica y un apartado para contextualizar el papel de las trabajadoras sexuales en el Raval, el texto muestra los dispositivos de vigilancia, control y normativización hacia los cuerpos de las trabajadoras sexuales que se materializan a través de ordenanzas, para luego adentrarme en la marcha de las Putas Indignadas y en los significados que encarna su protesta. La parte final del texto se centra en cómo las trabajadoras sexuales tejen su lucha con la del barrio del Raval y construyen alianzas con otras compañeras feministas. Este texto tiene la intención de enriquecer el debate sobre el comercio sexual al interior de los feminismos, desde una postura que se considera disidente del feminismo hegemónico y reconoce la experiencia de las trabajadoras sexuales como una fuente legítima y válida de producción de conocimiento.

Apuntes metodológicos

Encarnar experiencias y construir narrativas con las trabajadoras sexuales han sido las estrategias metodológicas de esta investigación. He optado por las técnicas cualitativas y he recurrido a la observación participante, a la realización de entrevistas abiertas y en profundidad, y a la elaboración de historias de vida. Las mujeres que me han abierto las puertas de sus casas y permitido entrar en la trama de su cotidianidad han sido siete: Rosa,6 una mujer trans de origen ecuatoriano que ofrece sus servicios en calle d’En Robador;7 María, una mujer marroquí de treinta años que trabaja en la misma calle donde trabaja Rosa; Graciela, una mujer de casi cincuenta años que nació y vivió en Barcelona y que también ejerce trabajo sexual callejero; Janet, portavoz de las Putas Indignadas, una uruguaya de cuarenta años; Montse, española de cuarenta y cinco años que trabaja en su propio domicilio; Kali, cofundadora del sindicato otras,8 de treinta años, webcamer y performer de origen indio; y Verónica, trabajadora sexual transexual de cuarenta y tres años, experta en el arte de la dominación sadomasoquista.9

Ellas me han brindado su tiempo, sus historias, sus luchas y, sobre todo, me han enseñado su feminismo, su alegría, su gozar, su corazón. Un corazón que las impulsa a pasar de la protesta a la propuesta, del estigma al orgullo, del espacio privado al espacio público, de la potencia individual a la conexión de múltiples fuerzas. ¿Cómo construir narrativas con las trabajadoras sexuales sin plastificar sus historias en pegatinas o comprimir sus emociones en metáforas? Apelando a una etnografía feminista que le dé espacio al cuerpo e importancia al proceso. Observar y participar al mismo tiempo ha sido muy intenso y a veces pareciera que no hay un límite entre estas dos acciones. Cuando intentaba observar, ya me encontraba en el acto de participar, muchas veces incluso sin quererlo. Así que, a veces, he tenido que hacer un esfuerzo para incorporar la expresión de Tedlock que sintetiza un cambio en el acercamiento al método antropológico: “De la observación participante a la observación de la participación” (Tedlock, 1991, p. 20). He intentado vivir la experiencia de este “oxímoron en acción”, como lo define Tedlock (ibidem), caminado, perdiéndome, errando, buscando la desorientación, activando todos los sentidos, poniendo como protagonistas el cuerpo y la carne.

Gracias al paradigma del embodiment (Csordas, 1994) y a la etnografía emocional de Esteban (2008) he podido entender y vivir el cuerpo en el campo -y en todo el proceso de la investigación- no tanto como un dispositivo de acceso al conocimiento, sino como un artefacto epistemológico que permite la coproducción de conocimiento.10 Cada relación entre el cuerpo de la etnógrafa y los cuerpos de las colaboradoras es única e irrepetible. La subjetividad, tan subrayada por la antropología feminista, empieza en los cuerpos mismos, y sigue con la participación compartida en el campo para acabar quizás en los sueños (Parrini, 2016). Sin participación compartida no es posible alcanzar la dimensión humana indispensable para que una etnografía no se reduzca a un árido encasillamiento de vivencias en los estrechos cajones de las categorías.

Estudiar el cuerpo a partir del cuerpo es lo que se proponen Yuval Davis (2006) y Crenshaw (1989) con la interseccionalidad: es en los cuerpos donde se entrelazan el género, la etnicidad, la edad, la clase social y otros factores que nos permiten comprender los fenómenos desde una mirada que supera las categorías binarias. Y es también lo que se propone Haraway con lo que ella llama conocimiento situado y encarnado. “Cualquier perspectiva da lugar a una visión infinitamente móvil, que ya no parece mítica en su capacidad divina de ver desde ninguna parte, sino que ha hecho del mito una práctica corriente” (Haraway, 1995, p. 325). Se trata de una perspectiva parcial y encarnada, establecida como forma de conocimiento y situada en una subjetividad y una situación concretas. Vivir las relaciones sociales con “un posicionamiento crítico en el espacio social generalizado no homogéneo” (Haraway, 1995, p. 336) y considerar la subjetividad como algo multidimensional es una estrategia que nos salva de la pretensión de alcanzar la verdad, ilusión peligrosa además de perversa, ya que la verdad no existe sino que se crea, se pone en acción.

Una de las herramientas más adecuadas para comprender la realidad es el diálogo con quien decide, opina y participa en ella. No es posible comunicar(se) sin escuchar(se). La dimensión narrativa ha sido muy importante en mi trabajo como tecnología creativa que permite a ambas partes (investigadora y entrevistadas) participar activamente en la producción de saber y en la construcción de significados (Fabian, 1990). La perspectiva narrativa no solo aporta técnicas de recolección y análisis de datos, sino que también opera como metodología feminista en tanto permite diseñar cómo debe proceder una investigación (Harding, 1987/1998). Es así como “la narración está estrechamente ligada a la acción más que a la elaboración de una historia, un relato o un testimonio” (Cabruja, Íñiguez y Vázquez, 2000, p. 72). Pensar la práctica investigadora como un encuentro entre dos subjetividades, desplazando la concepción tradicional de sujeto-objeto, constituiría asimismo una forma de colaboración (Lather, 1986) para construir juntas significados y reflexionar sobre el papel que la sociedad asigna a las trabajadoras sexuales y los derechos que ellas mismas quieren reivindicar.

El Raval y el papel de las trabajadoras sexuales

La historia del Raval siempre ha estado vinculada a la prostitución y a la estigmatización, humillación y persecución a que “las chicas de la calle” estaban expuestas. Tal y como afirman diversos etnólogos e historiadores de la ciudad de Barcelona (Amades, 1934; Fabre y Huertas Claveria, 1976; Villar, 1996), el Raval, desde su configuración al otro lado de la muralla que se alzaba en lo que ahora es la Rambla, siempre ha sido un barrio al margen y al servicio de la ciudad. Como barrio que había que limpiar, utilizado como chivo expiatorio de todos los males de Barcelona, el Raval tiene en su mismo nombre una historia de escamoteo.

El nombre de Raval es un invento reciente, consecuencia de una decisión política tomada en la década de 1980 para limpiar la imagen del barrio, seguramente como primer paso para ponerlo en venta a inversores y turistas. Antes se le llamó siempre Distrito v, del cual formaba parte el Barrio Chino. Por un lado, el Barrio Chino, desde finales del siglo XVIII, se caracterizó por ser un barrio obrero en el cual residen mayoritariamente clases populares, y por otro, ha estado marcado por su proximidad al puerto, por el mito de la multietnicidad y la idea de que la zona estaba habitada de forma exclusiva por personajes marginales y criminalizados: prostitutas, toxicómanos, ladrones, camellos.11 Un barrio que había que reformar, cambiar, mejorar. Empezando por el mismo nombre: del Chino al Raval.

Estos mitos, que tienen una correspondencia más o menos discutible con la realidad, han logrado que el barrio sea representado como una zona afectada por la “degradación social”:

Las ciudades se llenaban de una variopinta muchedumbre en la que se mezclaban enfermos, tullidos, desheredados y también campesinos empobrecidos o delincuentes, que temporalmente fingían invalidez o locura para recabar alguna limosna o escamotearse […] La perentoria necesidad de poner orden en tal desbarajuste supuso, por un lado, una intensificación del debate sobre la pobreza o el trabajo y, por otro, el recogimiento en instituciones, más o menos especializadas, de una buena parte de estos individuos. En esos lugares se intentaban cosas tan distintas como curar, salvar el alma o crear hábitos de trabajo; precisamente por eso, fueron un laboratorio de incalculable valor para llegar a formulaciones sobre lo espacial o lo disciplinar (Fraile, 2005, p. 15).

A esta concentración de pobres, fugitivas, lisiadas, huérfanas, prostitutas y una innumerable tipología de personas que vivían en la calle, se le intentaba dominar, controlar o sacar provecho productivo mediante instituciones organizadas alrededor de la Casa de la Caridad, que funcionaba como las cárceles (Almeda, 2002). Desde la época medieval hasta hoy, el objetivo de las estrategias institucionales ha sido siempre el mismo: limpiar el barrio de todas aquellas personas que pudieran representar un peligro para la convivencia pública. Las primeras de todas son las trabajadoras sexuales.

El proceso de gentrificación del Raval opera como un eje fundamental para la criminalización y expulsión de las trabajadoras sexuales de su propio barrio. Los recientes intentos de colonización urbana del centro histórico, para lograr su explotación turística, han venido acompañados de varios intentos de expulsión de una población molesta, que debía borrarse del mapa y el escaparate (Fernández, 2014). La violencia urbanística actúa, tanto en las ciudades como en los cuerpos, mediante verbos muy parecidos: se rehabilitan, se reforman, se remodelan los barrios, así como se reinsertan las trabajadoras sexuales. Inhabilitación y reinserción laboral son sinónimos de exclusión del mundo del trabajo.

Una trabajadora sexual del colectivo Putas Indignadas explica esta situación de acoso que sufren periódicamente ella y sus compañeras:

En la calle no puedo hablar con mis amigos ni con los vecinos. Con mujeres sí, pero con hombres no; aunque no esté trabajando. Esto me asusta mucho, es una actitud talibán. Es la primera vez que me prohíben hablar con un ser humano. Cuando la policía está cerca, me siento impotente: vienen, te piden la documentación y te preguntan: “¿Qué haces hablando con hombres?” (Elmainouni, 2012, p. 9).

En palabras de la Dolores Juliano, “ahora lo que produce alarma ciudadana, y que se manifiesta como una de las preocupaciones prioritarias de la población, es la existencia de personas que ocupan un lugar en el espacio diferente del que se les ha asignado” (Juliano, 2006: 35), lo cual implica, por un lado, catalogar a un grupo social como diferente y colocarlo en los márgenes del sistema y, por otro, excluirlo de este. Las políticas que persiguen el orden social inevitablemente guían su intervención en dos sentidos: o bien bajo la lógica del asistencialismo, o bien con medidas represivas.

No encontramos entonces frente una vulneración sistemática de los derechos básicos de las trabajadoras sexuales. No solamente se les prohíbe pactar servicios sexuales en la vía pública, sino también uno de los derechos fundamentales del ser humano: hablar, o simplemente saludar, en el espacio público. Esta estrategia perversa depende de la aplicación de políticas urbanísticas para aislar a las trabajadoras sexuales del resto de la sociedad. Al inyectar en sus cuerpos el miedo de hablar con alguien provocaría en ellas un estado de vulnerabilidad y exclusión social que facilita, en consecuencia, el control externo de sus cuerpos.

La protesta como respuesta a la violencia de las ordenanzas del Civismo

Son las 13:00 horas de un día primaveral de abril. Unas 600 personas estamos reunidas en la calle Sant Ramon en Barcelona antes del inicio de una marcha, que nos llevará hasta la plaza Sant Jaume, para reivindicar los derechos de las trabajadoras sexuales. La mayoría de mujeres presentes son profesionales del sexo que cantan y hacen ruido con ollas y cucharas. Unas llevan máscaras de color verde o amarillo (Imagen 1); otras no. Ríen, gritan, se indignan, enseñan orgullosas sus pancartas coloradas que despliegan frases como: “Me multan por lo que soy, no por lo que hago”; “No limpie mis derechos, la calle también es nuestra”; “¡Queremos trabajar! ¡Queremos trabajar! ¡Queremos trabajar!” (Diario de campo, 26 de abril de 2012).

Fotografía de Livia Motterle.

Imagen 1 Tres trabajadoras sexuales con máscara se manifiestan durante la marcha de las Putas Indignadas en Barcelona.  

El 26 de abril de 2012 las calles del Raval se llenan de protestas. El colectivo de Putas Indignadas, junto con asociaciones como Genera12 y Àmbit Dona,13 entre otras, manifiestan su indignación frente a la modificación aprobada este mismo mes de los artículos 39 (relativo a las normas de conducta en el espacio público) y 40 (relativo al régimen de sanciones por vender y consumir servicios sexuales en la calle) de la “Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia en el espacio público de Barcelona”. Los principales cambios respecto a la ordenanza de 2006 -que ya prohibía la oferta, la demanda y la negociación de servicios sexuales retribuidos en la calle (además de su realización)- son la supresión de la obligación por parte de la Guardia Urbana de avisar previamente a los clientes y a las trabajadoras que serán sujetos a multas, y la introducción de la “posibilidad” para las prostitutas de conmutar la multa si participan en cursos de reinserción laboral en Abits.14

La modificación de la ordenanza multiplicó el número de multas impuestas, lo que agravó las condiciones de trabajo de las prostitutas y aumentó su estrés hasta llevarlas a situaciones insostenibles (Arce, 2018). No es coincidencia que el deterioro de las condiciones de salud de una trabajadora sexual, que la llevó al deceso en septiembre de 2012, fuera atribuido -por entidades de atención a prostitutas como Genera o Àmbit Dona- a la angustia y la precariedad por no tener condiciones dignas de trabajo.

Cabe recordar que en España el estado no persigue, prohíbe ni favorece la prostitución, siempre y cuando sea voluntaria. El estado interviene, en cambio, cuando existen casos de proxenetismo, término que define la explotación económica de un tercero en el intercambio de servicios sexuales a cambio de dinero. El delito de proxenetismo había sido derogado por el Código Penal de 1995, pero volvió a ser tipificado como delito en la reforma de 2003 (art. 188.1) del Código Penal, con la Ley Orgánica 11/2003 de penalización en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros. Con su reintroducción en 2003, pareciera que el bien jurídico que se protege no es ya la libertad sexual, sino una arcaica normatividad que tendría el papel de “moralizador simbólico” (Pons, 2004), ya que el sistema penal no persigue efectivamente este tipo de delito. Sin embargo, existe una regulación que se implementa, sobre todo, a través de intervenciones persecutorias y represivas que se materializan por medio de las ordenanzas y que son efectuadas por los cuerpos policiales y las fuerzas de seguridad. Es así como los poderes públicos se valen de una serie de actuaciones policiales que, legalmente, les permiten perseguir, controlar y reprimir a las trabajadoras sexuales. Un instrumento de esta represión son las leyes policiales gubernamentales que en Barcelona toman el nombre de Ordenanzas del Civismo.

Es en contra de los efectos de estas normativas que las trabajadoras sexuales de Barcelona se manifiestan el 26 de abril de 2012. Levantan sus carteles donde se puede leer: “No es protección, es exclusión” o “No más violencia”.

La marcha de las Putas Indignadas

Voces, gritos, aplausos, silbatos y risas, pancartas, carteles, máscaras y sobre todo los paraguas rojos,15 símbolo del trabajo sexual, son los ingredientes sonoros y visuales de una protesta que se transforma en ritual. Se trata de una ritualización y performativización de la protesta que se manifiesta a través de un desplazamiento multitudinario ruidoso y excéntrico por las calles de la ciudad.

La marcha de las Putas Indignadas empieza de hecho con una canción, una versión de La mauvese réputation del cantante francés Georges Brassens. El canto se transforma en acto reivindicativo y performativo de denuncia contra el “gobierno”16 y las políticas que “sembrando el terror dicen protegerme”. Es evidente la alusión al sistema legislativo que, bajo la excusa de proteger y ofrecer a las trabajadoras sexuales soluciones que solamente benefician a las instituciones, multa a las sex workers y vulnera su derecho a decidir qué hacer con sus propios cuerpos y sus propias vidas. Vuelve también la cuestión de la doble moral: “Todos me apuntan con el dedo, pero me buscan cuando van pedo”. La visibilidad que implica el trabajo sexual callejero al ofrecer servicios en la calle misma, expone a las mujeres que se ocupan de dicho oficio al juicio de toda la sociedad, justamente porque se ven, están allí, en la calle, ante la mirada de cada transeúnte (Pheterson, 1989). Encerrarlas en prostíbulos y zonas de tolerancia, privándolas así de la complicidad que se crea en y gracias al espacio público, es el objetivo de las políticas locales que “de las calles” las “quieren echar”.

Pero las trabajadoras sexuales no se rinden. Resisten o, mejor dicho, protestan. Así me lo dice Lola, la chica rubia que lleva el megáfono en la marcha, con su voz alegre y con su mirada penetrante:

Vamos a protestar porque queremos ser tratadas con respeto. No somos fenómenos, somos personas y solo pedimos trabajar en paz. Cada día es más duro, pero seguimos luchando porque sabemos que las grandes revoluciones empiezan desde abajo, en la calle. Las calles son nuestras y tenemos el derecho de estar aquí y hacer lo que nos da la gana, también ofrecer servicios sexuales, ¿o no? (Lola, 26 de abril de 2012).

La palabra protesta sería la más adecuada para analizar la acción de manifestar(se) en la calle, justamente porque remite al carácter visible de la acción, ya que viene del latino pro (ante) y testari (testificar). Como dice McAdam, “Los movimientos sociales específicos pueden también dar nacimiento a nuevos marcos dominantes de protesta: el conjunto de ideas que la legitiman y que llegan a ser compartidas por una variedad de movimientos sociales” (McAdam, 2001, p. 59). Lo que hacen las trabajadoras sexuales es dar sus testimonios ante la sociedad. Se reúnen en la plaza Pere Coromines y enfilan hacia la calle Sant Pau con el objetivo de seguir por la Rambla de las Flores, tomar la calle Ferran (Imagen 2) y llegar justo enfrente del Ayuntamiento (Imagen 3). Algunas llevan máscaras, otras no.

Fotografía de Livia Motterle.

Imagen 2 Las Prostitutas Indignadas marchan en la calle Ferran de Barcelona.  

Fotografía de Livia Motterle.

Imagen 3 Una vecina del Raval se manifiesta frente al Ayuntamiento por sus derechos y los de sus compañeras trabajadoras sexuales.  

Si mi familia y mi novio saben que soy puta, ¿por qué tengo que ponerme la máscara? Quiero que todos sepan que yo soy una prostituta indignada, madurita e indignada. Nos están haciendo la vida imposible. Dicen que el barrio está enfermo y que nosotras somos la causa. Pero es el gobierno el que nos está enfermando, ¿entiendes? Porque si nos multan por estar en la calle no podemos trabajar y, ¿de qué vamos a vivir? (Rosa, 16 de abril de 2012).

El testimonio de Rosa me hace reflexionar sobre un asunto: ¿qué pasa con los hombres? Pocos de ellos están presentes hoy y en su mayoría llevan máscara. Rosa me explica que los clientes han venido a la marcha, pero a cara cubierta, porque -le han dicho- no quieren ser reconocidos en los medios de comunicación. Han decidido venir porque, con la nueva ordenanza, ahora ellos también son multados por pedir servicios sexuales en la vía pública. Carla Corso, trabajadora sexual italiana y activista pro derechos afirma que los clientes de las trabajadoras sexuales tienen miedo a mostrarse delante de la sociedad: “He pensado en los clientes a quienes se penaliza con un fuerte estigma social precisamente en cuanto tales, en cuanto clientes de prostitutas. Por eso se niegan a ser entrevistados y se esconden” (Corso, 2004, p. 122).

Tan fuerte es el estigma desarrollado por la sociedad sobre el trabajo sexual que todo lo que gira a su alrededor es merecedor de desprecio: los maridos o novios de las trabajadoras sexuales, los amigos o amigas, los clientes y, por supuesto, los hijos y las hijas. De hecho, el insulto más grande que se utiliza todavía en el siglo xxi es “hijo de puta”. Y esto lo saben bien todas las chicas que desfilaron hacia el Ayuntamiento desplegando pancartas con el lema “Las putas insistimos en que los políticos no son hijos nuestros”. Enfrente del Ayuntamiento, una trabajadora sexual, con voz fuerte y la cabeza levantada, lee el manifiesto de las Prostitutas Indignadas donde se resumen de forma muy clara las razones de indignación de las trabajadoras sexuales de Barcelona:17

¡Las prostitutas de Barcelona estamos indignadas!

  • Ya estamos cansadas de ser tratadas como criminales, perseguidas, acosadas, discriminadas. Ya estamos cansadas de no ser protegidas, de no ser respetadas.

  • Ya estamos cansadas de que el Ayuntamiento de Barcelona nos esconda por intereses económicos o morales. Que prefiera a sus turistas, a sus futbolistas, a sus millonarios y a sus inmobiliarias que cambian nuestros barrios, nuestras calles, nuestra forma de relacionarnos.

  • La ordenanza de Barcelona ha significado para nosotras más violencia. No nos protege de la explotación sexual. Toda nuestra solidaridad para aquellas que están en situación de trata, que son y serán doblemente víctimas de la violencia.

  • La ordenanza de Barcelona tampoco mejora la convivencia en la ciudad. Ya estamos cansadas de la hipocresía y de las excusas.

  • Las prostitutas de Barcelona no somos basura que hay que limpiar. Reclamamos nuestros derechos, reclamamos nuestros cuerpos, reclamamos respeto, reclamamos cuidado, reclamamos poder entablar conversaciones, estar presentes y caminar por las calles de nuestra ciudad.

  • ¡Las prostitutas de Barcelona no somos víctimas o criminales, somos ciudadanas y tenemos derechos!

  • Las prostitutas de Barcelona no somos el problema, somos parte de las soluciones que construimos entre todas para un mundo más digno.

Cuidadoras de barrio

La calle d’En Robador, en su parte estrecha, se llena fácilmente de gente. Somos alrededor de quince personas en esta mañana fría y nublada. Fuera de la puerta de la finca está Shahid con su pareja Nadira y sus dos hijas pequeñas, una ni ha aprendido aún a caminar y la otra tendrá máximo cuatro años. Nos cuentan cómo están recibiendo amenazas por parte del dueño del edificio. Tienen que irse, así como muchas más familias en el Raval, porque quieren remodelar la finca y alquilarla al triple del precio. Ha venido mucha gente a dar apoyo a la pareja paquistaní y a denunciar la violencia inmobiliaria y urbanística que afecta a todo el barrio del Raval y toda Barcelona; también las trabajadoras sexuales. “Defendemos nuestra calle”, comenta Rosa, “Hoy les toca a ellos, pero mañana te puede tocar a ti o a mí”. Miro a Graciela. Tiene un cartel que dice: “El barrio unido jamás será vencido” (Diario de campo, 28 de noviembre de 2014).

Al final fue posible parar, por lo menos esta vez, un episodio más de violencia dictado por las políticas gentrificadoras. A través de lo que Harvey llama acumulación por desposesión (2007), de lo que Wacquant llama criminalización de la pobreza (2013) y de lo que Federici llama acumulación originaria (2004), el capital intenta masticar la cotidianidad de aquellas personas que se niegan a convertirse en fuerza de trabajo del sistema. Pero el tejido urbano es demasiado fuerte para dejarse deshacer. El sentimiento de injusticia por parte de una población que ve vulnerados sus derechos, explota. Se articulan formas de reacción colectiva, que tienen como denominador común el reclamo de una restauración de la justicia.

Desfilando por las calles del Raval al lado de sus vecinas musulmanas para denunciar las múltiples formas de violencia que afectan a todo el barrio, las trabajadoras sexuales de la calle d’En Robador se unen a esta lucha. No solamente ponen en marcha prácticas de cuidado con los cuerpos de sus familiares y de sus clientes, sino que también cuidan de su barrio. Participan activamente en la lucha barrial contra cada forma de violencia (inmobiliaria, policial, urbanística, patriarcal, etcétera). Propositivas, combativas, pero sobre todo empoderadas. Presentes en las movilizaciones organizadas para detener las infinitas órdenes de desahucio emitidas para sanear, limpiar o rehabilitar el barrio y que dejan a familias enteras en la calle; presentes en las manifestaciones del 8 de marzo bajo el lema: “Sin putas no hay feminismo”, las trabajadoras sexuales de Barcelona no se cansan de luchar:

Somos muchísimas. Jóvenes, ancianas, heterosexuales, bisexuales, lesbianas, transexuales, de Barcelona o de afuera, ateas o musulmanas, en minifalda o con el velo: todas aliadas, cómplices, hermanas. Sentadas o de pie, llenamos el Ágora Juan Andrés Benítez18 con nuestros cuerpos combativos. Una libreta pasa de mano en mano para apuntar sensaciones, deseos. Feministas de diferentes generaciones se alternan en el escenario en esta tarde soleada de marzo. Hace poco Elsa y otras fundadoras de LaSal recuerdan la lucha feminista de los años setenta y la inauguración, el 6 de julio de 1977, del primer bar biblioteca feminista que estaba justo enfrente del Ágora, en la calle Riereta número 8. El olor a verduras y butifarras asadas que algunas compañeras están cocinando parece capturar a los transeúntes, que se asoman, y algunos participan en el acto. Después de Elsa es el turno de las Putas Feministas. Janet, Rosa, Paula, Tania y Linda, entre otras, comparten su lucha con el lema de: “Somos guapas, somos listas, somos Putas Feministas”. Todas son trabajadoras sexuales, pero no todas trabajan en la calle. Linda recibe a sus clientes en su propio piso, mientras que Paula trabaja en casas de citas. Todas, más allá del tipo de trabajo sexual que ejercen, están hermanadas por el mismo estigma y por la misma discriminación. Suena un gran aplauso para ellas y para todas las compañeras trabajadoras sexuales. Me tomo otra copa de vermut casero. En un rincón está el caballito de niño que Rubén, el dueño de una bodega de la calle d’En Robador, regaló al Ágora. Detrás de este juguete de madera, unas palabras: “Me llaman calle y mi corazón no está en venta” (Imagen 4) (Diario de campo, 8 de marzo de 2015).

Fotografía de Livia Motterle.

Imagen 4 “Me llaman calle y mi corazón no está en venta”: las palabras que las trabajadoras sexuales del Raval dejaron en el Ágora Juan Andrés Benítez.  

La historia convencional sitúa a las mujeres como víctimas y como seres pasivos; lo que no se dice es que las mujeres también fueron decisivas en la incitación a la revuelta y en la lucha en las calles del Raval. Eran las mujeres las que hacían llamamientos espontáneos a la insurrección y fueron ellas las primeras en ser detenidas, especialmente las mujeres anarquistas, como Mercedes Monje Alcázar o Trinidad de la Torre Dehesa, y prostitutas como María Llopis Bergés, La Bilbaína o La Valenciana que, pistola en mano e incitando a sus compañeras, levantaron barricadas y quemaron iglesias en la insurrección de julio de 1909 (Connelly Ullman, 1972).19 En esta la herstoria -la historia que no ha sido escrita por los hombres porque fue protagonizada por mujeres pobres, fuertes e insumisas- han tenido un papel muy significativo, y siguen teniéndolo aún, las trabajadoras sexuales del Raval, conocidas también como “las alegradoras”, “las mujeres de la vida”, “las chicas de calle d’En Robador”.

Alianzas feministas

La indignación de las Putas Indignadas pone en marcha una alianza entre las trabajadoras sexuales, las asociaciones pro derechos (como Genera y Àmbit Dona) y colectivos feministas. La campaña Putas Indignadas nace gracias a una relación de ida y vuelta, pregunta y respuesta, entre trabajadoras del sexo, por un lado, y feministas y mujeres que trabajan en asociaciones pro derechos, por el otro. Una trabajadora sexual envió a Genera una carta en la que expresaba su rabia. Aquí un fragmento:

Soy una indignada más. Y soy puta. Sí, por razones que no vienen al caso, gano dinero follando. Pero no os engañéis, conservo mi dignidad. Yo solamente me prostituyo, hay quien lame culos por dinero a costa del bienestar colectivo. No es mi caso. ¿Hasta aquí todo bien? ¿Nadie se ha ofendido? Me alegro porque no es esa mi intención. Cuando una persona con buena educación, con posibilidades de acceso a otros trabajos, se hace puta, tiene que aprender automáticamente un discurso de coherencia para defenderse de los prejuicios y apartarlos. Bien, supongamos que lo llevo más o menos bien a nivel emocional, que estar mintiendo a toda la familia todavía no me ha matado los nervios y que mantener sexo por dinero no me ha cambiado el carácter; teniendo esta suerte, todavía soy capaz de ver algunas cosas y lo que veo es que este mundo se ha deshumanizado […] Espero que poco a poco vayamos hacia una sociedad donde no te juzguen por lo que tienes, por lo que “eres”, sino por lo que puedes aportar al entorno común (Nuria, julio de 2011).20

Ella, como muchas otras trabajadoras del sexo, había participado de forma más o menos anónima en las diferentes movilizaciones relacionadas con el 15m. Bajo el lema “De la indignación a la acción”, las trabajadoras sexuales encontraron su terreno de alianza. “También es una lucha nuestra, por lo tanto, hay que unirla”, contestó el colectivo de las Feministas Indignadas cuando recibió la invitación a participar en la asamblea que tuvo lugar en Genera en apoyo a las trabajadoras del sexo:21

Desde Genera nos enviaron un mail y tres de nosotras fuimos. Al final todas nos sentimos tocadas porque en la sociedad machista y patriarcal en la que vivimos, los roles de género -femenino y masculino- están muy marcados y atribuidos por formas de ser, de actuar, de pensar, de moverse, de vestirse. Nosotras jugamos con esta antinomia: o eres la mujer esposa buenísima o eres la puta. Entonces ser una puta no es trabajar por dinero, sino que si salimos y expresamos nuestra sexualidad abiertamente tenemos el calificativo de puta, cuando el hombre sería un macho. Hay un estigma de la persona que se sale de estas reglas, que es la irreverente, la descarada, la que es más dueña de su vida y de su cuerpo. Por lo tanto, parece que también es una lucha nuestra; por lo tanto, hay que unirla (Itsasne, 15 de mayo de 2012).

Las trabajadoras sexuales protestan entonces desde su postura feminista. Y, si realmente se las escuchara, podrían aportar mucho al feminismo. Así nos lo cuenta Kali: “Solo queremos, por parte del feminismo y por parte de los gobiernos, que nos reconozcan como sujetas de derechos, que hablen con nosotras y no de nosotras y que el trabajo sexual también venga reconocido como cualquier otro trabajo de cuidado” (Kali, 3 de agosto de 2017).22

Siempre concebí el movimiento feminista como un modo de pensamiento basado en la igualdad de los individuos dentro de su diversidad más allá de los géneros, las razas, las creencias religiosas, socio políticas y los sexos. Desde el respeto a la pluralidad de la diferencia como la suma de un todo. Mi comienzo como activista nace de la necesidad de encontrar grupos que luchen por los derechos sociales basados en la igualdad y el replanteamiento de la estructura social en la que vivimos (Arauzo, 2013, p. 119).

Conclusiones

Los testimonios de las trabajadoras sexuales y el material de campo aquí compartido pretenden no solamente erosionar los imaginarios más difundidos sobre el fenomeno del trabajo sexual, sino revertirlos. Las mujeres que he entrevistado no son obligadas a ejercer su oficio y además lo defienden a toda costa como un trabajo digno. La sumisión se hace a un lado para dar lugar al orgullo, mientras que el victimismo cede el paso a la agencia, entendiendo con este término la reacción dadas unas condiciones determinadas (Ahmed, 2015).

La marcha de las Putas Indignadas constituye entonces solamente la punta del iceberg; debajo hay una discusión en la que es importante profundizar. Si bien es cierto que hay mujeres y niñas explotadas por las redes de trata (Van den Anker y Doomernik, 2006), también es cierto que hay mujeres que luchan y se indignan para que sean respetados sus derechos y que, además, lo hacen desde el feminismo. Primero bajo el nombre de Prostitutas Indignadas y después con el de Putas Libertarias, se organizan, se manifiestan, luchan sin miedo y apoyan a las vecinas víctimas de una violencia oculta que afecta a todo el Raval.

Mi observación participante en la marcha de las Prostitutas Indignadas me permitió comprender que defender los derechos de las trabajadoras sexuales significa defender los derechos de todas las mujeres contra la explotación sexual, patriarcal y capitalista. Cabe señalar que fue en mi trabajo de campo donde brotó mi conciencia feminista. Fue con esas mujeres que me di cuenta de la necesidad de luchar juntas contra el orden heteronormativo que, con sus leyes y ordenanzas, modela las pautas sexuales de quienes le obedecen y de quienes no le obedecen también. Como comenta Dolores Juliano:

Ellas, más que nadie, están sufriendo la vulneración de sus derechos: acoso policial, multas y violencia institucional se han transformado en el pan de cada día para estas mujeres. A ellas se les prohíbe lo que a toda persona se le permite: cerrar tratos en la vía pública, transitar o detenerse donde quieran, trabajar en lo que consiguen. Si la fuerza de una cadena es la de su eslabón más débil, la credibilidad del sistema legal de una sociedad depende del trato que da a sus sectores vulnerables. El ataque a los derechos civiles de las prostitutas es un ataque a los derechos civiles de todos y todas. Apoyar sus reivindicaciones es un acto de ciudadanía responsable.23

Escribo este artículo en octubre de 2019. Ya han pasado unos años desde aquella marcha de las Putas Indignadas, desde aquel 8 de marzo en el solar del Raval y de aquel desahucio en la calle d’En Robador. Xavier Trías dejó de ser alcalde de Barcelona en junio de 2015. En su lugar está Ada Colau, de Barcelona En Comú. La visión de la nueva alcaldesa sobre el trabajo sexual parece ser proderechos y contrasta con la visión abolicionista del psoe (Partido Socialista Obrero Español) y del presidente del gobierno español Pedro Sánchez que se ha opuesto a la constitución del Sindicato de Trabajadoras Sexuales otras, con sede en Barcelona. Ante esa postura punitiva, reaccionaron feministas de todo el mundo (Nancy Fraser, Silvia Federici, Janet Halley, Rita Laura Segato, Marta Lamas, por mencionar solo a algunas), solicitando que se reconociera a otras. Esta disputa vuelve imprescindibles las investigaciones y acciones que ponen en el centro los discursos y testimonios de las trabajadoras sexuales organizadas (Berger y Guidoz 2014). Es tarea de las antropólogas (feministas) documentar para desmitificar. Desmontar mitos e imaginarios, pero también reconocer quién los construye y por qué.

Y también es tarea de las feministas reconocer a las trabajadoras sexuales como sujetos políticos, como aliadas, como cuidadoras. Porque las trabajadoras sexuales -las que ejercen su profesión de forma autónoma- hacen la guerra al patriarcado y combaten la hipocresía de quienes afirman que todas las trabajadoras sexuales son víctimas sumisas. Levantan barricadas construidas con su propia piel, con su propia carne: una carne deseante y deseada, una carne que reconoce la urgencia de luchar contra la trata, pero que sabe muy bien que comparar prostitución y trata implica discriminar aún más la prostitución misma porque niega a todas las trabajadoras sexuales la capacidad de agencia y de libre decisión sobre sus cuerpos. Una carne que reivindica el derecho de hacer con su propio cuerpo lo que más le apetezca. Una carne que se hace trinchera de lucha y que goza, que disfruta, que ama, que apela a las otras carnes a unirse a la cartografía feminista de la disidencia.

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Prostitutas Indignadas <http://prostitutasindignadas>. [ Links ]

1 Un panorama de los argumentos proderechos de las trabajadoras sexuales con una agenda para el cambio se encuentra en Fitzgerald y McGarry, 2018.

2Bajo la convicción de que las mujeres que se dedican a la prostitución son “víctimas que hay que salvar” se ha desarrollado lo que Agustín (2007) califica de “industria del rescate”, desde una lógica que reproduce las dicotomías buena/mala, santa/puta, fuerte/débil, independiente/sumisa.

3Este enfoque tiene sus raíces en la crítica feminista de los modelos familistas y reproductivos de la década de 1970, en la cual el concepto de trabajadora sexual sirve para reivindicar la libertad sexual de las mujeres y poner en discusión las relaciones sexoafectivas dentro del matrimonio heterosexual.

4Movimiento ciudadano formado a raíz del 15 de mayo de 2011 con una serie de protestas pacíficas en España cuya intención es promover una democracia más participativa sintetizada en el lema: “Democracia real ¡ya! No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”.

5El objetivo principal fue comprender, por un lado, los mecanismos de construcción del estigma hacia las trabajadoras sexuales del barrio del Raval de Barcelona y hacia las calles donde ellas ejercen su profesión; y, por el otro, las narrativas de resistencia de ambos. Me centré en la calle d’En Robador y en el colectivo Prostitutas Indignadas.

6Utilizo los pseudónimos de trabajo de mis colaboradoras en lugar de sus nombres para proteger su identidad.

7La calle d’En Robador es uno de los lugares más conocidos en el Raval de Barcelona por constituir su “zona roja”.

8El sindicato de Trabajadoras Sexuales otras, con sede en Barcelona, ha sido ilegalizado por las funcionarias abolicionistas del gobierno español.

9La mayoría de las trabajadoras sexuales del Raval es migrante. Según estudios llevados a cabo por Brussa (2004), en muchos países de Europa occidental las mujeres migrantes llegan a constituir aproximadamente 70% de las trabajadoras del sexo. Del total de usuarias trans, casi 90% son de nacionalidad extranjera: 40.5% brasileñas, 14.5% venezolanas, y 13% colombianas. Estas cifras, aunque no son concluyentes, ayudan a suponer que la población trans trabajadora del sexo es en su mayoría extranjera, sobre todo latinoamericana. Gracias a lo que pude darme cuenta en un año de observación participante en el Raval, las trabajadoras sexuales de calle d’En Robador son la mayoría latinoamericanas (brasileñas, ecuatorianas, uruguayas, mexicanas), seguidas por las procedentes de Rumanía y otros países de Europa del Este. La migración y el viaje es algo intrínseco al trabajo sexual y esta alianza se tiñe a veces de tonos muy oscuros cuando hablamos de la trata. Pero asociar la prostitución con la trata significaría ignorar que existe una migración de trabajadoras sexuales enmarcada fuera de la mafia y de la explotación. El discurso del tráfico utilizado de forma abusiva puede de hecho constituir un arma de doble filo pues, aunque hay mujeres migrantes que han sido traficadas y engañadas en su versión más dura, también las hay que han optado voluntariamente por la migración, a sabiendas de que trabajarían en la industria del sexo.

10Mi trabajo de campo tuvo lugar entre marzo de 2012 y marzo de 2015, y se desarrolló en varias calles (calle d’En Robador, calle Sant Ramon, calle San Pau, plaza Salvador Seguí, calle Riereta), en varios bares (bar Robador 23, bar Andalucía, bar Coyote, bar Filmax), en varios domicilios de trabajadoras sexuales, en varias asociaciones proderechos (Àmbit Dona y la Casa de la Solidaridad). Todas las calles, bares, domicilios y asociaciones mencionadas se encuentran en el barrio del Raval de Barcelona.

11En la jerga callejera se denomina como camellos a los vendedores de drogas.

12Genera es una asociación integrada en la Plataforma Estatal por los Derechos en el Trabajo Sexual y está situada en el barrio del Raval, Barcelona <http://genera.org.es/>.

13Àmbit Dona (Ámbito Mujer) es un centro proderechos de las trabajadoras sexuales situado en la calle Sant Rafael, en el barrio del Raval de Barcelona <http://www.fambitprevencio.org/treball-sexual.php>.

14Abits (Abordaje Integral del Trabajo Sexual) es un servicio municipal de postura abolicionista <http://w110.bcn.cat/portal/site/Dones/>.

15El paraguas rojo fue utilizado por primera vez por trabajadoras sexuales y sus aliadas en Venecia, Italia, el 17 de diciembre de 2001. Durante la Marcha de Paraguas Rojos, las trabajadoras sexuales marcharon por las calles con megáfonos para llamar la atención sobre las malas condiciones de trabajo y los abusos contra los derechos humanos que enfrentan. En 2005, el Comité Internacional para los Derechos de las Trabajadoras Sexuales en Europa (ICRSE) adoptó el paraguas rojo como símbolo de resistencia a la discriminación.

16Se trata del gobierno de Xavier Trias i Vidal de Lobatera, alcalde de Barcelona de 2011 a 2015.

17El manifiesto se puede leer en el blog <http://feministesindignades.blogspot.com> y en la revista Punto G de Genera, núm. 6, 2012, p. 18.

18Se trata de un solar ocupado por algunas vecinas del Raval a raíz del homicidio de Juan Andrés Benítez a manos de la policía el 5 de octubre de 2013.

19Se trata de una inmensa revuelta vecinal, considerada como el primer enfrentamiento serio entre los proyectos urbanos burgueses y el proletariado en la Barcelona del siglo xx. El desencadenante de la insurrección fue el decreto del gobierno de Antonio Maura de enviar tropas de reserva a las posesiones españolas en Marruecos, en ese momento muy inestables; la mayoría de los reservistas eran padres de familia de la clase obrera. Los sindicatos convocaron una huelga general que se transformó pronto de huelga antimilitarista a huelga anticlerical. En esta huelga un papel fundamental lo tuvieron las prostitutas.

20Fragmento de “Carta abierta de una puta indignada”, Punto G de Genera, núm. 5, 2011, p. 10.

21En relación con las actuaciones de los feminismos en el movimiento del 15m véase VV.AA., 2012.

22La cuestión del cuidado representa una razón poderosa para restituir dignidad al trabajo sexual y considerarlo trabajo.

23Fragmento de la carta de Dolores Juliano en apoyo a las trabajadoras sexuales, <http://prostitutasindignadas.wordpress.com>.

Recibido: 21 de Octubre de 2019; Aprobado: 10 de Febrero de 2020; Publicado: 15 de Junio de 2020

Nota

Livia Motterle es becaria del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género. Este trabajo estuvo bajo la asesoría de la doctora Marta Lamas.

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