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Interpretatio. Revista de hermenéutica

versión On-line ISSN 2448-864Xversión impresa ISSN 2683-1406

Interpret. Rev. herméneut vol.7 no.1 Ciudad de México mar. 2022  Epub 03-Mar-2023

https://doi.org/10.19130/irh.2022.1.2701x47 

Artículos

Kierkegaard, sus seudónimos y el personaje conceptual de Deleuze y Guattari

Kierkegaard, His Pseudonyms, and the Conceptual Character of Deleuze and Guattari

José Miguel Ángeles de León*1 
http://orcid.org/0000-0002-1280-4706

1Universidad Iberoamericana, Centro de Investigación Social Avanzada A. C. jose.angeles@cisav.org


Resumen:

La lectura de los seudónimos kierkegaardianos como “personajes conceptuales” es un lugar común en la hermenéutica literaria, a partir de las reflexiones de Deleuze y Guattari. En este ensayo pretendemos hacer una lectura que trascienda sus categorías de interpretación, a partir de las propias pautas de lectura de Kierkegaard, al respecto de sus seudónimos. Pero, a su vez, salvaremos algunos elementos de las reflexiones de Deleuze y Guattari para ver cómo es que puede enriquecer la noción de “personaje conceptual” para los estudios kierkegaardianos.

Palabras clave: personaje conceptual; inmanencia; hermenéutica; liminalidad; autor; Kierkegaard; Deleuze; Guattari

Abstract:

The reading of Kierkegaardian pseudonyms as “conceptual characters” is a common place in literary hermeneutics, based on the reflections of Deleuze and Guattari. In this essay we intend to make a reading that transcends their categories of interpretation, based on the guidelines themselves Kierkegaard’s reading about his pseudonyms, but at the same time, we will save some elements of Deleuze and Guattari’s reflections to see how it can enrich the notion of “conceptual character” for Kierkegaardian studies.

Keywords: conceptual character; immanence; hermeneutics; liminality; author; Kierkegaard; Deleuze; Guattari

Introducción

En este ensayo elaboraremos una lectura de Kierkegaard y sus seudónimos a partir de la noción de “personaje conceptual” creada por Gilles Deleuze y Félix Guattari en su obra conjunta Qué es la filosofía? En el primer punto, “La filosofía y el concepto según Deleuze y Guattari”, presentaremos lo que para estos filósofos franceses es el “concepto”, noción propia desde la que crean un “concepto” de filosofía, así como la categoría de “personaje conceptual” (también un concepto), que consideran la expresión intrínseca (inmanente) de la filosofía, comprendida como creación y acontecimiento.

En el segundo apartado, “La seudonimia y los conceptos kierkegaardianos”, exploraremos la labor creativa de Kierkegaard al escribir con seudónimos, leída desde los criterios conceptuales de Deleuze y Guattari. A partir de este paradigma, daremos algunas claves para leer en “clave conceptual” las categorías que el filósofo danés lanza en sus obras seudónimas. También exploraremos hasta qué punto los seudónimos de Kierkegaard son personajes conceptuales, a su vez “creadores” de personajes conceptuales; lo que hace de Kierkegaard, el filósofo creador de conceptos, un personaje conceptual. Pero, a su vez, cuando creamos conceptos a partir de él, en nuestro plano de inmanencia, creamos nuestro propio “Kierkegaard personaje conceptual”.

1. La filosofía, el concepto y el personaje conceptual según Deleuze y Guattari

Para Deleuze y Guattari la filosofía consiste en la creación de conceptos.2 Por esta razón, para ellos la filosofía es más que una disciplina o una ciencia; es una actividad. Sin embargo, su noción de “concepto” va más allá de las concepciones tradicionales de este, que se consideran, por ejemplo, desde el realismo, como las “abstracciones mentales de lo real”, o desde el idealismo como las “construcciones mentales por las cuales cognitivamente se comprenden las experiencias”. Según Deleuze y Guattari, no hay conceptos simples pues “todo concepto tiene componentes, y se define por ellos”.3 Por ser los conceptos siempre compuestos, no existen los “conceptos primeros”, por lo que los autores de ¿Qué es la filosofía? niegan que la filosofía tenga un inicio. También opinan que los conceptos poseen un perímetro irregular definido por “la cifra de sus componentes”. Por tal razón consideran que, desde Platón a Bergson: “[...] se repite la idea de que el concepto es una cuestión de articulación, de repartición, de intersección. Forma un todo, porque totaliza sus componentes, pero un todo fragmentario. Solo cumpliendo esta condición puede salir del caos mental, que la acecha incesantemente, y se pega a él para reabsorberlo”.4

Por esta causa, a su parecer, todo concepto siempre viene de otro, por lo que todo concepto remite a un problema, que es lo que hace que tengan sentido. Por ello, según Deleuze y Guattari, “los conceptos solo pueden ser despejados o comprendidos a medida que se vayan solucionando”, pero en filosofía “solo se crean conceptos en función de los problemas que se consideran mal vistos o planteados [pedagogía] del concepto”.5 Por esta razón, todo concepto tiene su historia, aunque “esta historia zigzaguee, o incluso llegue a discurrir por otros problemas o por planos diversos”.6 Y por esto, para Deleuze y Guattari no existen los “conceptos puros”, pues los conceptos siempre están compuestos de trozos o “componentes procedentes de otros conceptos, que respondían a otros problemas y suponían otros planos”.7 Estas consideraciones significan un cambio en la forma tradicional de concebir la filosofía, pues esta no se contempla o se descubre, sino que se crea. Por esta razón, consideran que autores como Kierkegaard, Nietzsche, Mallarmé o Kafka son acróbatas entre la filosofía y la literatura. Al parecer de Giofkou, cuando se asume la filosofía desde su aspecto creativo (es decir, como la disciplina que crea conceptos), parece que la naturaleza de la filosofía y la de la literatura se confunden.8

Si bien, desde la lectura de Deleuze y Guattari, la filosofía implica un concepto de sí misma, siempre es, además, una creación conceptual. Sin embargo, igual que todos los conceptos, es “un punto de coincidencia, de condensación o de acumulación de sus propios componentes”.9 Más adelante, Deleuze y Guattari definen la filosofía mostrando la diversidad de los componentes propia de los conceptos, “por la inseparabilidad de un número finito de componentes heterogéneos recorridos por un punto en sobrevuelo absoluto, a velocidad infinita”. Lo que también es un “acto de pensamiento que opera a velocidad infinita”.10 Por ello consideran ellos que el “concepto es absoluto y relativo a la vez” respecto de sus propios componentes, de los demás conceptos, del plano sobre el que se delimitan y de los problemas que “supuestamente debe resolver”; y concluyen que es absoluto como totalidad, pero relativo en tanto que fragmentario, así como “infinito por su sobrevuelo o su velocidad, pero finito por su movimiento que delimita el perímetro de los componentes”.11 Sin embargo, para Deleuze y Guattari todas estas categorías de “delimitación” son también conceptos, y su mutabilidad (y por ende su relatividad) se debe a que un filósofo reajusta sus conceptos, inclusive cambiándolos; pero permanecen absolutos, en tanto al modo en que han sido creados, planteados en sí mismos y con los demás.12 Por esta razón, según Bouaniche,13 Deleuze y Guattari recuperan a Kierkegaard (como creador del personaje concepto filosófico de sí mismo) como el modelo por antonomasia para mostrar el “movimiento” propio que hace el filósofo cuando, a partir del concepto, “salta” o “baila” entre la filosofía y la literatura, pues para Deleuze y Guattari:

la relatividad y la absolutidad del concepto son como su pedagogía y su ontología, su creación y su autoposición, su idealidad y su realidad. Real sin ser actual, ideal sin ser abstracto [...]. El concepto se define por su consistencia, endoconsistencia y exoconsistencia, pero carece de referencia, es autorreferencial, se plantea a sí mismo y plantea su objeto al mismo tiempo que es creado. El constructivismo une lo relativo y lo absoluto.14

También consideran que “el concepto no es discursivo y que la filosofía no es una formación discursiva porque no enlaza proposiciones”,15 por lo que la mayoría de las veces “el concepto filosófico solo se muestra como una proposición carente de sentido”. Para Deleuze y Guattari los conceptos son acontecimientos, no proposiciones, pues no se definen por su referencia sino por su intención. Las proposiciones, dicen, son “observaciones parciales extrínsecas” que ocupan “tales o cuales ejes de referencia”, mientras que los conceptos tratan “personajes conceptuales intrínsecos que ocupan tal o cual plano de consistencia”.16 Por lo tanto, queda distinta la que, a nuestro parecer, es la principal diferencia que Deleuze y Guattari encuentran entre concepto y proposición: las proposiciones son extrínsecas y buscan no ser autorreferenciales, por lo que suponen una referencia; mientras que los conceptos son intrínsecos y se ocupan de planos concretos, no requieren de una referencia ni de una validación extrínseca a sí mismos.

El plano intrínseco de los conceptos son los “personajes conceptuales”, siempre desde un plano de inmanencia. Si seguimos a Bouaniche, tal plano de inmanencia es la existencia del propio filósofo, que es la referencia que es intrínseca a la creación de conceptos. Tal autorreferencialidad creativa denota la principal condición artística de la concepción de la filosofía que proponen Deleuze y Guattari. Según Bouaniche, el proceso creativo de Kierkegaard, no solo al crear sus seudónimos, sino al plantearse como un personaje más dentro de su obra, muestra el plano de inmanencia autorreferencial que es el propio autor.17 Hermenéuticamente, si seguimos a Eco, esto muestra el desafío del lector ideal y de la liminalidad del autor, que se desdibuja en la condición inmanente propia del “plano autorreferencial” de este, que se obvia como la condición necesaria para la aproximación del lector al texto.18

Sin embargo, para Deleuze y Guattari los conceptos filosóficos son fragmentarios, y no se ajustan unos con otros, por lo que es obvio que tales posibilidades de un lector o un autor ideales son imposibles, en tanto que el único plano existente es el inmanente. La filosofía, es decir la creación de conceptos, “presenta siempre un Todo poderoso, no fragmentado, incluso cuando permanece abierta: Uno-Todo ilimitado, Omnitodo, que los incluye a todos en un único y mismo plano”.19 Ese mismo “plano de consistencia” para Deleuze y Guattari es el plano de inmanencia de los conceptos, el “planómeno”. Lo propio del planómeno es la autorreferencialidad del autor donde habita la potencia creativa. Y aclaran que el “plano de consistencia” no es un concepto ni “el concepto de todos los conceptos”; esto para aclarar que “si se los confundiera, nada impediría a los conceptos formar uno único, o convertirse en universales y perder su singularidad, pero también el plano perdería su apertura”.20 La singularidad se da en tanto que tal autorreferencialidad inmanente debe mantenerse en apertura; de no mantenerse tal apertura, se suprimiría la existencia como “lugar particular” del creador de conceptos, es decir, del filósofo.

Deleuze y Guattari definen la filosofía como “un constructivismo” que tiene dos “aspectos complementarios”: crear conceptos y establecer un plano. Tal plano es el plano de inmanencia, que “no es un concepto pensado ni pensable, sino la imagen del pensamiento, la imagen que se da a sí mismo lo que significa pensar, hacer uso del pensamiento, orientarse en el pensamiento...”,21 esto es por lo que, si la filosofía comienza con la creación de los conceptos, el plano de inmanencia es “prefilosófico”.22 Según Giofkou, el plano de inmanencia es la propia existencia del filósofo, que es la condición necesaria para la creación de conceptos.23 Entonces, la filosofía surge cuando el creador de conceptos (el filósofo) encarna los acontecimientos en el plano de inmanencia, creando así un “personaje conceptual”. Sin embargo, Deleuze y Guattari aclaran que

el personaje conceptual no es el representante del filósofo; es incluso su contrario: el filósofo no es más que un envoltorio de su personaje conceptual principal y de todos los demás, que son sus intercesores, los sujetos verdaderos de su filosofía. Los personajes conceptuales son “heterónimos” del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero seudónimo de sus personajes. Yo ya no soy yo, sino una aptitud del pensamiento para contemplarse y desarrollarse a través de un plano que me atraviesa por varios sitios. El personaje conceptual no tiene nada que ver con una personificación abstracta, con un símbolo o una alegoría, pues vive, insiste. El filósofo es la idiosincrasia de sus personajes conceptuales. El destino del filósofo es convertirse en su o sus personajes conceptuales, al mismo tiempo que estos personajes se convierten ellos mismos en algo distinto de lo que son histórica, mitológica o corrientemente.24

Por lo tanto, el personaje conceptual es la creación por antonomasia del filósofo. Y son los personajes conceptuales, que “se encarnan” de y desde los planos de inmanencia, los que constituyen los conceptos de la filosofía. Por esta razón, el filósofo, como creador de conceptos y personajes conceptuales, termina marginado a un segundo plano, haciendo de sus creaciones los sujetos verdaderos de la filosofía. Si los personajes conceptuales son “heterónimos” de los filósofos, entonces ellos son la sustancia de la filosofía. Y por eso termina confundiéndose al autor con la obra y también termina convirtiéndose en un personaje conceptual más, producto del concepto de otro filósofo. Así, por ejemplo, cuando se hace doxografía se crean personajes conceptuales a partir de los conceptos de los filósofos, que se identifican con el propio filósofo que interpreta. Por ejemplo, el Hume, el Spinoza o el Nietzsche de Deleuze, o el Sócrates de Platón. Así, el diálogo filosófico y la historia de la filosofía no son sino un intercambio y enriquecimiento de conceptos, encarnados en personajes conceptuales, creados por filósofos. Por esta razón, parecería que siempre que interpretamos a un filósofo lo que hacemos es crear un personaje conceptual, que es un concepto propio, que se enriquece y se enriquecen en una red de conceptos. Aquí la noción de “lector ideal” de Eco quedaría de nuevo anulada, pues cuando interpretamos a un filósofo lo hacemos desde nuestro propio plano de inmanencia,25 que es la condición necesaria para la interpretación. Nuestras lecturas de los filósofos (creadores conceptuales) son, asimismo, creaciones de conceptos. Por lo tanto, parecería que toda creación conceptual es un obrar artístico.

Sin embargo, ellos distinguen entre personajes conceptuales y figuras estéticas y tal distinción consiste en que los primeros son potencias de conceptos y los segundos potencias de afectos y preceptos. Esto también pinta, a su parecer, la frontera entre el arte y la filosofía, pues si bien, “ambos seccionan el caos y se enfrentan a él”,26 no lo hacen desde el mismo plano. Según Deleuze y Guattari, la filosofía parte desde “complexiones de inmanencia o conceptos”, mientras que el arte piensa por “afectos y preceptos”, aunque no por eso piensa menos. Sin embargo, se pueden crear personajes conceptuales a partir de crear, desde el plano de la inmanencia, personajes que piensan afectos y preceptos; eso es lo que encuentran en sus personajes conceptuales del Don Juan de Kierke­gaard o del Zaratustra de Nietzsche.27 Según Giofkou, tal es la principal distinción entre la filosofía y la literatura, pues el pensar afectos y preceptos implica un movimiento que supera el planómetro propio de la filosofía.28 Entonces, el “acróbata-escritor”, como lo es Kierkegaard, sería aquel que al superar su propio plano autorreferencial y al “darle movimiento” y temporalidad a su propia creación dentro de un plano, supera el plano de la propia existencia del autor. La creación de personajes conceptuales sería lo arquetípico del “acróbata-escritor”. Al parecer de García Pavón, en lo que sigue categorías de Deleuze, en tal relación dinámica del autor con su propia obra reside el aspecto cinemático de la filosofía de Kierkegaard.29 Una filosofía cinemática sería, entonces, aquella que se crea con personajes conceptuales y trasciende el planómetro como mera creación de conceptos. Tal movimiento creativo sería hacia un Todo que trasciende la autorreferencialidad de la filosofía como plano inmanente del filósofo; el personaje conceptual encarnaría tal apertura. Dice García Pavón:

Es esta idea del Todo como abierto, como conjunto de relaciones entre lo determinado e indeterminado de forma dinámica que hace que el movimiento no se relacione con un instante como un ser o forma platónica trascendente o instante privilegiado, sino con un instante cualquiera, que indica la perturbación en un sistema por el que se cualifica de otra manera, es decir, dura, se mueve, cambia, por lo cual el tiempo, como será en Kierkegaard, no es una sucesión de instantes, sino el paso de un estado del Todo a otro estado del Todo, es decir de un estado de relaciones posibles a otro.30

Como ya hemos dicho, los personajes conceptuales, según Deleuze y Guattari, siempre constituyen los puntos de vista según un plano de inmanencia, desde el que se distinguen o se parecen. Sin embargo, esos planos convergen en un Todo abierto dinámico, que se identifica con el instante (lo propio de la inmanencia). A su parecer esto es lo central del constructivismo filosófico. Los conceptos nunca se deducen del plano de inmanencia, sino que surgen desde los personajes conceptuales que crean los conceptos en el plano. Tales posibilidades son infinitas, son ese Todo abierto dinámico. A partir de tal Todo abierto dinámico, consideran que la filosofía siempre procede por etapas: el plano prefilosófico que debe trazar (inmanencia), el o los personajes prefilosóficos que deben inventar y hacer vivir (insistencia) y los conceptos filosóficos que debe crear (consistencia).31 Dicen los autores que “trazar, inventar, crear constituyen la trinidad filosófica”.32 Y la posibilidad para coadaptar las tres etapas, dicen, es el gusto, que consideran que es una facultad filosófica, que regula la creación de los conceptos.33

Se llama gusto a esta facultad filosófica de coadaptación, y que regula la relación de conceptos. Si llamamos Razón al trazado del plano, Imaginación a la invención de los personajes y Entendimiento a la creación de conceptos, el gusto se presenta como la triple facultad del concepto todavía indeterminado, del personaje aún en el limbo, del plano todavía transparente. Por este motivo, hay que crear, inventar, trazar, pero el gusto es como la regla de la correspondencia de las tres instancias que difieren en su propia naturaleza.34

Entonces, para nuestros autores, el gusto es el criterio de y para la creación de conceptos filosóficos. El momento prefilosófico es, por ende, el del gusto y es la inmanencia del sujeto la que crea conceptos en un Todo abierto dinámico. Aunque aclaran que “no sustituye la creación ni la modera, es por el contrario la creación de conceptos la que recurre a un gusto que la modula”, por lo que “la creación libre de conceptos determinados necesita un gusto del concepto indeterminado”.35 La potencia del gusto es la creación de conceptos, pero un concepto no tiene sentido mientras no se enlace con otros conceptos, en el Todo abierto dinámico. El Todo abierto dinámico aparece como el lugar propio del arte, que se vale de los personajes conceptuales. Para García Pavón, el lugar por excelencia del Todo abierto dinámico de Deleuze y Guattari, por la posibilidad del “movimiento abierto”, sería el cine.36

2. La seudonimia y los conceptos kierkegaardianos

Quizás el primer paso para leer a Kierkegaard y sus conceptos, en clave de los conceptos de Deleuze y Guattari, es aceptar la “conceptualidad” del término seudonimia y no perder el “plano de inmanencia” dentro de la propia creación kierkegaardiana. Según Luis Guerrero, la intención de Kierkegaard al utilizar seudónimos no era ocultar su nombre, sino crear personajes al modo de una novela para posibilitar una “comunicación indirecta” desde la cual podría encarnar los problemas filosóficos de su época.37 Hermenéuticamente, la intención autoral de Kierkegaard consistiría en crear nuevos conceptos a partir de los conceptos creados en sus seudónimos para trascender la interpretación a la letra, lo que en el sentido de Guerrero sería el objetivo primario de la comunicación indirecta. Según Guerrero, la distinción respecto a una novela y a las obras kierkegaardianas es que en esta “el personaje asume un papel, pero está enmarcado dentro de una novela; en cambio el seudónimo se presenta como el autor mismo de la obra”; la similitud es que tanto en la novela como en las obras kierkegaardianas los personajes tienen una postura independiente del autor.38

Si la propuesta de Luis Guerrero sobre la intención de Kierkegaard al crear seudónimos la leemos desde Deleuze y Guattari, la seudonimia kierkegaardiana sería una “forma constructivista” de la filosofía; es decir, una creación de conceptos y un “trazado de planos”, desde la inmanencia del hombre Kierkegaard, que es el momento prefilosófico,39 lo que podríamos llamar “lugar autoral”. Por esta razón, si concebimos a la filosofía como mera creación de conceptos en clave de Deleuze y Guattari, daría lo mismo si los seudónimos comunican la intensión liminal de Kierkegaard a título personal (el sentido que busca ser interpretado por un lector modelo, es decir el momento prefilosófico) o si, precisamente, son los conceptos que devienen en personajes conceptuales, desde el plano de inmanencia “inmediato”, lo que invita a la construcción de nuevos conceptos, o por lo menos del enriquecimiento heterogéneo de otros conceptos en un Todo abierto. Esto implicaría la afirmación de la filosofía, en sentido radical, como la creación de conceptos en un Todo abierto. Sin duda, como ya hemos explorado, para nuestros autores la posibilidad del Todo abierto se da más en el arte (en este caso en la literatura), que en los momentos prefilosóficos, que habitualmente tendrían como forma literaria el paper o el ensayo filosófico, donde a su vez, al hacer lecturas de los filósofos, también se crean conceptos, e inclusive personajes conceptuales.

Sin embargo, Kierkegaard no solo crea personajes conceptuales, sino personajes que crean personajes conceptuales. En este sentido, lo que pretende Kierkegaard al crear seudónimos que crean personajes es “encarnar conceptualmente” el acontecimiento, que sucede en su plano de inmanencia, en su propia subjetividad. Si leemos a Kierkegaard desde tal plano, estaría creando de sí mismo un “personaje conceptual” cuya “acrobacia literaria” es la del filósofo/novelista que crea personajes conceptuales. El juego literario consistiría en que el lector creara sus propios conceptos al encontrarse con los personajes conceptuales kierkegaardianos, lo que implica la creación de nuevos conceptos, y también hacer del propio Kierkegaard un personaje conceptual más. Desde esta perspectiva, toda concepción de la filosofía como creación de conceptos parecería ser una propuesta de comunicación indirecta, o por lo menos de ironía. Al respecto dice Luis Guerrero:

Como es obvio, no debe identificarse a Johannes de Silentio con Kierkegaard. Johannes de Silentio es un personaje, al modo de una novela, que bajo su propia personalidad y con sus propias ideas y reflexiones escribe la obra. Esto es lo sorprendente del estilo metodológico de Kierkegaard. Hay obras de él en las que el número de seudónimos se multiplica: en La alternativa -por ejemplo- usa seis distintos, cada uno de ellos con su propio carácter, su estilo personal y bases argumentativas cuyas posiciones en muchos puntos son opuestas. La finalidad de Kierkegaard no era ocultar su nombre; de hecho, en muchas de sus obras se puso como editor, además de que en una ciudad tan pequeña como la Copenhague de mediados del siglo XIX era casi imposible hacerlo si alguien publicaba un libro. Su intención, como se ha visto, era crear una comunicación indirecta con muchos elementos aportados por la ironía, en buena medida para combatir los errores que veía en su época, pero también para mostrar -por medio de la riqueza de su estilo- la irreductibilidad de la existencia humana a una visión exclusivamente racional.40

Si seguimos a Deleuze y Guattari, hermenéuticamente, buscar el sentido unívoco de la “intención liminal” de Kierkegaard al crear seudónimos que crean conceptos no sería una actividad filosófica, pues nos encontraríamos en el plano de la hilación de proposiciones, no en el de la creación de conceptos. Desde el criterio constructivista, cuando se leen personajes conceptuales o se interpretan, más bien se trazan nuevos conceptos a partir de ellos, que nunca se crean desde la nada, sino que, a partir del gusto, en el plano de inmanencia que es el lienzo, se construyen (“los momentos prefilosóficos”). Estos constructos siempre están imbuidos de otros conceptos. La comprensión hermenéutica o el seguimiento de los propios criterios de lectura y de interpretación dados por el autor, como lo hace Kierkegaard en Una y última aclaración,41 no serían relevantes para la filosofía, sino en el sentido en el que la conciben Deleuze y Guattari, para la creación de conceptos. Dice Kierkegaard:

Mi seudonimia o polinimia no ha tenido una causa fortuita en mi persona […] sino un fundamento esencial de la producción misma, la cual por interés de la réplica y de la variedad psicológica de las distintas individualidades, exigía poéticamente una neutralidad con respecto al bien y al mal, frente a la compunción y a la jovialidad, a la desesperación y la presunción, al sufrimiento y al gozo, etc., neutralidad que queda idealmente determinada tan solo a través de la consistencia psicológica, algo que ninguna persona verdaderamente real se atrevería a llevar a cabo o podría permitirse llevar a cabo dentro de las limitaciones morales de la realidad. Esto que ha sido creado, pues, me pertenece, aunque solo en la medida en que he puesto en la boca del personaje poético real y creador, una visión de la vida tal que se perciba por la réplica, pues mi relación es incluso más remota que la del poeta, el cual poetiza personajes, pero en el prefacio se presenta a sí mismo como autor. Es decir, yo soy, impersonal y personalmente, y en tanto que tercero, un souffleur que ha creado poéticamente a los autores, cuyos prefacios son obras suyas, así como también sus nombres. En las obras seudónimas, por tanto, no hay una sola palabra de mi autoría.42

En el caso de la obra de Kierkegaard para pensar la seudonimia en sí misma, desde el paradigma de Deleuze y Guattari, nos percataríamos de que es irrelevante la intención del autor para su lector ideal. Esto sería así porque en dicho paradigma interpretativo lo filosófico sería la creación de nuevos conceptos desde el momento prefilosófico, conceptos que nunca son puros y siempre son construidos a partir de otros conceptos, a propósito de conceptos ajenos que configuran nuevos conceptos. Lo expresan a propósito de Kierkegaard, de quien dicen: “Existen rasgos dinámicos: si adelantar, trepar, bajar son dinamismos de personajes conceptuales, saltar como Kierkegaard, bailar como Nietzsche o bucear como Melville son otros, para atletas irreductibles entre sí”.43

El “salto de Kierkegaard” se refiere al “salto hacia la fe” (troens spring), del que el seudónimo Vigilius Haufniensis habla en el Concepto de angustia.44 Si somos estrictos con los parámetros de lectura dados por el propio Kierkegaard al respecto de la lectura de su obra, Deleuze y Guattari estarían cometiendo un error hermenéutico al adjudicarle al hombre Kierkegaard (el personaje conceptual creado a propósito de las necesidades conceptuales de su plano de inmanencia) un concepto que el filósofo danés creó, a propósito del seudónimo Vigilius Haufniensis, para abordar, desde la creación heterónoma, un concepto que lo “desvinculara” de la obra autógrafa, como lo dice en Una y última explicación.45

Sin embargo, parecería que, en este caso, al hablar del “salto de Kierkegaard”, la intención de Deleuze y Guattari no es sino tomar un lugar común asociado al filósofo danés para crear un personaje conceptual, según su gusto y su imaginación, que sirva de pretexto para la creación de sus conceptos. Desde sus criterios filosóficos, esto tendría mayor relevancia filosófica que un estudio pormenorizado de la relación de Kierkegaard con sus seudónimos a propósito de las “indicaciones hermenéuticas” dadas por el propio autor (lo que idealmente implicaría la hilación de proposiciones), aunque esto, al ser imposible, según sus parámetros, también implica la creación de un personaje conceptual, pues inevitablemente se crearía un concepto, si es que se pretende pensar a través del plano de inmanencia. En este caso, lo filosóficamente relevante no sería lo que Kierkegaard haya querido decir en voz de Vigilius Haufniensis (su creación) con el concepto de “salto de fe”, sino el “uso creativo” del nombre “salto de fe” (no del concepto concebido por Kierkegaard, que no se busca comprender). Lo relevante es el uso del “salto de fe” para concebir nuevos conceptos desde los distintos planos de inmanencia. Mismos conceptos que, al ser utilizados para formar nuevos conceptos, enriquecerían la filosofía. Esto es patente, por ejemplo, cuando nos percatamos de que, fuera de los expertos en Kierkegaard, se asume el concepto “salto de fe” como un concepto “auténticamente kierkegaardiano”, que se lee dentro de una configuración de conceptos construidos desde otros conceptos que son, en un plano de inmanencia, “la filosofía kierkegaardiana”. Sin embargo, para Deleuze y Guattari esto sucedería siempre que se lee a un autor. Por eso es válido que afirmen también que:

Incluso las ilusiones de trascendencia nos sirven, y producen anécdotas vitales. Pues cuando nos vanagloriamos de encontrarnos con lo trascendente en la inmanencia, no hacemos más que volver a cargar de inmanencia misma el plano de inmanencia: Kierkegaard da un salto fuera del plano, pero lo que “vuelve a dársele” en esta suspensión, en esta detención de movimiento, es la novia o el hijo perdidos, es la existencia en el plano de la inmanencia. Kierkegaard no vacila en decirlo: en lo que a la trascendencia se refiere, bastaría con un poco de “resignación”, pero hace falta, además, que la inmanencia vuelva a darse.46

Aquí encontramos un claro ejemplo de cómo según Deleuze y Guattari se crea un concepto a partir de otros conceptos; en este caso desde Temor y temblor (lo sabemos porque la citan a pie de página),47 que atribuyen a su personaje conceptual creado (su Kierkegaard), con un fin claramente utilitario para mostrar la existencia de los planos de inmanencia, inclusive ante las “ilusiones de trascendencia”, conceptos sobre los que versan a lo largo de su obra. Esto a pesar de que, por voz del propio Kierkegaard, sabemos que Temor y temblor es una obra seudónima, escrita por Johannes de Silentio que no debe de ser atribuida a su pensamiento personal. Johannes de Silentio, desde este paradigma, sería entonces un personaje conceptual creado por Kierkegaard (al igual que el resto de los seudónimos), en este caso para pensar los retos de la fe desde la visión de un poeta.48 Sin embargo, si seguimos a Deleuze y Guattari, nosotros estaríamos creando nuestro propio personaje conceptual, a partir de nuestro plano de inmanencia, a propósito de los conceptos que nos sugiere Kierkegaard, por más fieles que los consideremos a la intención manifiesta del filósofo danés, de la que no nos podemos fiar porque también termina construyendo un personaje conceptual.

A nuestro parecer, jugando con este paradigma, la creación kierkegaardiana de seudónimos es un ejercicio más cercano a la narrativa que a la filosofía. La intención de tal ejercicio narrativo tendría la intención artística de crear personajes conceptuales que encarnasen acontecimientos, concebidos como conceptos, partiendo del plano de inmanencia que es la existencia del propio Søren Kierkegaard. Algunas encarnaciones serían, por ejemplo, el Abraham de Temor y temblor, que encarnaría al caballero de la fe, o el Don Juan de los Estadios estéticos inmediatos, que encarnaría al esteta.

Este ejercicio literario quizá, en plano de inmanencia de Kierkegaard, se daba en una suerte de “simulacro filosófico” que pretendía la creación de conceptos más allá de la atribución personal al “pensamiento genuino” de un filósofo, trascendiendo los conceptos que personalmente suscribiría. Sin embargo, parece ser que, para el paradigma filosófico de Deleuze y Guattari, lo relevante de la escritura seudónima de Kierkegaard no sería tal “simulacro” expresado en forma literaria, sino los nuevos conceptos que pudieran ser creados a propósito (es decir, su uso desde “otros planos de inmanencia”, su “potencia conceptual” en el Todo abierto dinámico). Si es filosóficamente irrelevante la intención liminal del autor, entonces el papel hermenéutico de este, así como la comprensión de sus conceptos, es indiferente. Lo importante, para el paradigma de la filosofía de Deleuze y Guattari, como hemos insistido, sería el uso de sus conceptos para la creación de nuevos conceptos, lo que depende del genio creativo de los filósofos (su capacidad de trazo en el plano de inmanencia, que es un momento prefilosófico). Pareciera entonces que para ellos lo filosóficamente relevante no fue lo que dijo Kierkegaard (ni cualquier otro filosófico), ni lo que se haya dicho sobre Kierkegaard, sino los conceptos que se pueden crear y enriquecer a propósito de los “conceptos kierkegaardianos” (la potencia conceptual).

Bibliografía

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1Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía? (Barcelona: Anagrama, 1997).

4 Ibidem.

5 Ibidem.

7 Ibidem.

8Daphne Giofkou, “The Writer as an Acrobat: Deleuze and Guattari on the Relation between Philosophy and Literature (and How Kierkegaard Moves in-between)”, Transnational Literature 7, núm. 2 (2015): 3-4.

9Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 25.

11 Ibidem.

12 Ibidem.

13Arnaud Bouaniche, “‘Faire le mouvement’ Deleuze lecteur de Kierkegaard”, en Kierkegaard et la philosophie française: figures et receptions, J. Hernández-Dispaux, J. Gregori y J. Leclerq (Louvain: Presses Universitaires de Louvain, 2014), 145-146.

14Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 27-28.

18Interprétese “liminalidad” en el sentido que Umberto Eco da al “autor liminal”, aquel autor, entre el empírico y el modelo, que “no es ni persona empírica, ni puro texto” (Umberto Eco, Los límites de la interpretación, 124-128).

19Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 39.

20 Ibidem.

24Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 65-66.

26Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 67.

29Rafael García Pavón, “La relación entre Søren A. Kierkegaard y Gilles Deleuze en construcción de una filosofía cinemática como contemporaneidad ética”, Imagofagia: Revista de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual 12 (2015): 8.

30 Ibidem.

31Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía? 78.

32 Ibidem.

33 Ibidem.

37Luis Guerrero, La verdad subjetiva: Søren Kierkegaard como escritor (Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 2004), 86-87.

39Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, 80.

41Søren Kierkegaard Skrifter 7, 569-573 /PS, 603-607. *Todas las citas de la obra de Søren Kierkegaard serán referidas a partir de la numeración SKS con la traducción utilizada equivalente. Por ejemplo, en SKS 7, 569-573 /AE, 603-607, nos referimos al rango entre el 569 y el 573 del volumen siete de la SKS, correspondiente a Afsluttende uvidenskabelig Efterskrift y a las páginas 603-607 de Post Scriptum no científico y definitivo a “Migajas filosóficas”, ed. Niels Jørgen Cappelørn, Joakim Garff, Jette Knudsen, Johnny Kondrup y Alastair McKinnon, 28 vols., København, Gads Forlag, 1997-2013.

43Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía? 80.

46Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía? 75.

47 Ibidem.

Recibido: 11 de Agosto de 2021; Aprobado: 23 de Noviembre de 2021

Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Querétaro y maestro en la misma disciplina por la Universidad Iberoamericana. Actualmente es profesor-investigador y coordinador de la División de Filosofía del Centro de Investigación Social Avanzada A.C. Es editor asociado de la revista de filosofía Open Insight.

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