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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.65 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2017

 

Reseñas

Bernardo Clariana, Artículos y ensayos

James Valender* 

* El Colegio de México, México, email: avalen@colmex.mx.

Clariana, Bernardo. Artículos y ensayos. Aznar Soler, Manuel. Institució Alfons el Magnànim-Biblioteca d’Autors Valencians, València: 2014. 403p.


En 2005 Manuel Aznar Soler y Victoria María Sueiro Rodríguez publicaron su edición de la Poesía completa de Bernardo Clariana (1912-1962), un poeta español que pasó la mayor parte de su vida exiliado, refugiándose en Francia, la República Dominicana, Cuba y los Estados Unidos. Fue una iniciativa importante que llamó la atención de la crítica hacia una obra poética que, si bien no muy voluminosa -Clariana llegó a editar sólo dos libros de poesía, Ardiente desnacer (1943) y Arco ciego (1952), y dos cuadernos, Ardentissima cura (1944) y Rendezvous with Spain (1946)-, en sus mejores momentos sí está dotada de una intensidad muy notable. Un año antes Manuel Aznar (2004) ya había dado a conocer una importante muestra de la correspondencia del poeta, que dejó ver algo de su lúcida y compleja personalidad. Ahora, unos diez años más tarde y bajo el título de Artículos y ensayos, el mismo Aznar ha reunido toda la obra crítica de Clariana -estudios, reseñas, ensayos, prólogos, greguerías y notas varias- de la que se tiene conocimiento, junto con el texto de la correspondencia inédita de Clariana con otro poeta exiliado, Jorge Guillén. ¿Qué nos enseña este nuevo volumen?

La mayor parte de los cuarenta y dos textos recogidos corresponde a los años de exilio; los trabajos escritos entonces son también los más interesantes. Aquí sólo será posible destacar el perfil de unos cuantos. Antes de la Guerra Civil Clariana colaboró brevemente en el diario El Sol, donde publicó una breve y entusiasta reseña de Trece bandas y cuarenta y ocho estrellas (1936) de Rafael Alberti y un estudio sobre “Albio Tibulo y Garcilaso de la Vega”, producto de su trabajo como latinista adscrito al Centro de Estudios Históricos. También colaboró en la revista Nueva Cultura, de Valencia, con un ensayo político, “Revaloración del Estado y naturaleza óntica del Estado socialista”, en que dio a conocer su postura revolucionaria ante la crisis que ya vivía su país. Durante la Guerra Civil, Clariana fue miembro de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura de Valencia, en la que se responsabilizó de diversas actividades de propaganda a favor de la República. Volvió entonces a colaborar en Nueva Cultura, figuró como reseñista en Hora de España y en Revista de las Españas, y también fue redactor del periódico de guerra Ataque, editado por la Delegación de Milicias Populares Antifascistas. En Hora de España publicó reseñas sobre algunos de los poemarios más importantes surgidos de aquella coyuntura, como De un momento a otro. (Poesía e historia) (1937) de Rafael Alberti, Llanto en la sangre. Romances 1933-1936 (1937) de Emilio Prados y España. Poema en cuatro angustias y una esperanza (1937) de Nicolás Guillén, mientras que en Revista de las Españas comentó otros tres libros muy significativos, todos recién salidos de la editorial de Hora de España: El hombre y el trabajo (1938) de Arturo Serrano Plaja, Son nombres ignorados (1938) de Juan Gil-Albert y Entre dos fuegos (1938) de Antonio Sánchez Barbudo. Pero el trabajo más interesante que publicara entonces, tal vez fuese su ensayo “Humano trance de nuestra poesía”, que apareció en el primer número de Hora de España. Se trataba de una reflexión sobre el dramático cambio que la guerra antifascista había desencadenado en la más reciente poesía española, presionándola a tomar partido. Al querer situar al hombre en su contexto social, argumentaba Clariana, la poesía nueva se había enriquecido notoriamente, y lo había hecho, además, sin descuidar la vida íntima de ese hombre. Y es que, según este planteamiento, “nuestra intimidad se acrecienta, como los ríos con la lluvia, cuanto más social es nuestro existir. Cuanto más colectiva es nuestra existencia” (p. 93). Esta visión humanista del papel del poeta y del intelectual fue la que cobraría mayor fuerza en las páginas de Hora de España. Pero fue una interpretación de la que la guerra misma, poco a poco, iría alejando al propio Clariana.

Después de unos meses pasados en Francia y después de otra breve escala en la República Dominicana, Clariana se refugió en La Habana (1940-1942), donde fue acogido por un grupo de exiliados que incluía a María Zambrano, José Rubia Barcia, Concha Méndez, Manuel Altolaguirre y Ángel Lázaro. Clariana colaboró en algunas de las publicaciones promovidas allí por los españoles, notablemente en las revistas Nuestra España y Mirador Literario. Pero también publicó en la prensa cubana: en el diario El tiempo, en la revista Grafos y en la Revista de la Universidad de La Habana. De estos años datan ensayos suyos sobre Pablo Neruda, Antonio Machado y José Ortega y Gasset, que arrojan mucha luz sobre la formación literaria del propio Clariana, lo mismo que sobre su nueva visión política ahora que la guerra ha terminado. Es notable la atención que presta a tres libros importantes publicados en México por Séneca, la editorial financiada por el Gobierno de la República española en el exilio y dirigida por José Bergamín: las Obras completas (1940) de Machado, Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española (1941) y una nueva edición del Quijote (1941) preparada por Agustín Millares Carlo. Otro texto muy instructivo es el ensayo titulado “Política del escritor y gobierno de la palabra”, en que Clariana hace suya la campaña del escritor francés Denis de Rougemont por restituir al lenguaje su rigor y su precisión expresivos en una época en que el lenguaje ha sido sistemáticamente inflado, falseado y pisoteado por la propaganda política lo mismo que por los intereses comerciales. Pero, para entender cómo sus propias ideas sobre la poesía han ido cambiando con el tiempo, resultan de consulta obligada los comentarios que dedica al libro de ensayos de Enrique Díez-Canedo sobre La nueva poesía (1942). Y es que al reseñar este libro (que recomienda mucho al lector) aprovecha la oportunidad para ofrecernos su propio diagnóstico del panorama poético del momento. Y lo que ve supone un cambio muy dramático frente a lo que era la poesía apenas unos cuatro o cinco años antes. Así, en su ensayo destaca, por un lado, la liquidación de las vanguardias (y muy especialmente de las vanguardias políticas) y, por otro, la reivindicación de una poesía más bien meditativa, entendida como un espacio de recogimiento solitario en que el poeta puede tomar distancia frente a los horrores de la historia inmediata:

El poema no podía seguir convertido en poco más que un cartel de propaganda política, por muchos Mayakowskis que la vocearan, pongo por ejemplo. Hecho el silencio del futurismo, destrozado el verso por todos los nihilismos, desencantado el comunismo poético, vuelto poco menos que academia el surrealismo con secretarios más perpetuos que el mismo señor Cotarelo de la Española, el poeta se vuelve en silencio a su poesía, a su secreto rumor garcilasiano, al son de su palabra, a la magia del verso con la pura piedra de fuego de los nombres (pp. 366-367).

Esta misma actitud de repliegue ante la historia caracteriza, por cierto, a muchos de los escritos de Clariana de estos años y encuentra eco, por otra parte, en varias de las obras que reseña. Nuestro crítico se solidariza, por ejemplo, con la polémica tesis que Ortega y Gasset defendiera en Ensimismamiento y alteración (1939), el primer libro que el filósofo publicase desde que la Guerra Civil estallara. Mientras que Europa se destruye “en la alteración más formidable de su vida”, argumentaba Ortega (citado por Clariana), “sólo América goza de tranquilidad y solamente aquí es posible la retirada estratégica del ensimismamiento” (p. 149). Y los ensayos de María Zambrano le llaman la atención por la misma razón. Así, al reseñar Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor (1940), Clariana resalta la convicción de la filósofa malagueña de que, ante la crisis de aquel momento, “la única actitud realmente posible es la de volverse hacia nuestro interior, ahondar incansablemente en él hasta dar con ese tesoro que el hombre supo hallar en su hora decisiva, a pesar de todos los errores” (p. 346).

En octubre de 1942 Clariana se marchó de Cuba para ocupar un puesto de profesor de literatura española en el Middlebury College, en el estado de Vermont, Nueva Inglaterra. Fue muy bien acogido en el colegio, donde, después de tres años de vida muy precaria, pudo contar por fin con cierta estabilidad económica. Por otra parte, en Nueva Inglaterra se hizo amigo de varios exiliados españoles, entre ellos de Pedro Salinas y Jorge Guillén, que en seguida supieron apreciar su talento, como poeta lo mismo que como traductor. Pero esta situación no duró mucho. Viendo que era difícil que el colegio lo volviese a contratar por otro año, a los seis meses Clariana consiguió el puesto de traductor en la Office of War Information, renunció a Middlebury y fue a vivir a Nueva York, donde había de pasar casi el resto de su vida, trabajando como escritor free-lance en el mundo del cine, la radio y el periodismo. Este cambio parece haber sido un parteaguas en su vida. No es que en adelante diera la espalda a las inquietudes de los exiliados, pero, alojado ahora en el Greenwich Village, sí empezó a mirar más allá de la tragedia nacional, al acercarse a la vida literaria y artística de la ciudad. Fruto de este cambio fueron, entre otros, dos artículos publicados en la revista Norte de Nueva York. El primero, de febrero de 1948, se ocupa de “Novelistas jóvenes de Norteamérica” y ofrece un curioso panorama de los nuevos escritores que empezaban a darse a conocer en Estados Unidos en los primeros años de la posguerra. Como es tal vez natural, muchos de los novelistas mencionados han pasado después al olvido. Pero, con todo, resulta interesante ver el entusiasmo que le despierta el jovencísimo Truman Capote, que a los veintidós años, señala Clariana, “se ha revelado como un maestro en el arte de la novela corta, cultivando una técnica psicológica, esotérica y alucinada. Su novela Otras voces, otras alcobas, habrá aparecido seguramente cuando estas líneas salgan a la luz” (p. 239). Más sugerente aún es el segundo ensayo, de enero de 1949, sobre “Poesía contemporánea al norte del Río Grande”. Porque si bien su conocimiento de la narrativa norteamericana resulta un tanto rudimentario, Clariana demuestra estar muy familiarizado, en cambio, con la obra de los poetas norteamericanos modernos, desde Pound y Eliot hasta E.E. Cummings, Robert Lowell y W.H. Auden. Habla de todos ellos, y sobre todo de los más jóvenes, con un conocimiento que resulta algo insólito entre los poetas españoles de su tiempo. La admiración que siente por la obra de Auden (un escritor nacido en Inglaterra, pero naturalizado norteamericano) se hace evidente cuando coloca unos versos de The age of anxiety (1947) al lado de un breve fragmento de The waste land (1922), de Eliot, con el fin de mostrar cómo el panorama de desolación espiritual no ha cambiado casi nada durante los veinticinco años que separan a las dos obras. De ahí, por cierto, Clariana llega a la sugerente conclusión de que “el hombre abandonado a sus propias fuerzas espirituales en medio de una cultura que no halla su fórmula adecuada de civilización, el hombre religioso en una palabra y no el homo faber, es el tema de la mejor poesía norteamericana de hoy” (p. 248).

Clariana murió en Francia en 1962 en circunstancias que todavía están por esclarecerse. En 1954 el poeta publicó su traducción de Odio y amo. Los poemas a Lesbia y a Juvencio, de Catulo, que fue fruto de unos treinta años de minucioso trabajo y de amorosa devoción. Fue el último libro suyo en editarse. Acerca de sus actividades durante los últimos ocho años de su vida, sabemos muy poco. De 1955 data la última publicación suya recogida en esta recopilación: una larga reflexión sobre “El Cancionero de Miguel de Unamuno”, que apareció en la Revista Hispánica Moderna de Nueva York. En febrero de 1958 mandó una décima a Jorge Guillén con motivo de la aparición de Maremágnum, el nuevo libro del poeta mayor. Luego, en una última carta, de marzo de 1962, anunció a otro exiliado, José Rubia Barcia, que se acababa de hacer ciudadano norteamericano, que en agosto viajaría a Europa y que como escritor aún no había logrado salir “del largo marasmo intelectual en que vivo”. Luego, los documentos se acaban... En fin, aunque muchos aspectos de la vida y obra de Clariana quedan por explorar, merece todo nuestro agradecimiento la valiosísima labor de Manuel Aznar, que al publicar este volumen de Artículos y ensayos, nos permite seguir adentrándonos en el mundo de este autor, que si bien no es una figura de primera línea, sí ocupa un lugar enteramente suyo en la poesía del exilio español.

Referencias

Aznar, Manuel 2004. “Bernardo Clariana : epistolario del exilio (dieciocho cartas de Bernardo Clariana a Rafael Dieste, Juan Gil-Albert, José Lezama Lima, Vicente Llorens, José Rubia Barcia, Pedro Salinas y María Zambrano)”, Laberintos. Anuario de estudios sobre los exilios culturales españoles, 3, pp. 219-238. [ Links ]

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