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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2023  Epub 08-Mayo-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i4.4265 

Reseñas

Sobre Jesús Cosamalón, El juego de las apariencias: la alquimia de los mestizajes y las jerarquías sociales en Lima, siglo XIX

Iñigo Garcia-Bryce1 

1New Mexico State University

Cosamalón, Jesús. El juego de las apariencias: la alquimia de los mestizajes y las jerarquías sociales en Lima, siglo XIX. México: Lima: El Colegio de México, Instituto de Estudios Peruanos, 2017. 430p. ISBN: 978-607-628-170-3.


En este libro esclarecedor de historia social y cultural, Jesús Cosamalón detalla cómo en la Lima decimonónica las jerarquías raciales coloniales se reconfiguran como categorías sociorraciales en una sociedad de clases. Con base en un fino análisis de datos cuantitativos, sobre todo del censo de Lima de 1860, El juego de las apariencias revela cómo la “filiación racial” de los habitantes de la ciudad depende no tanto del color de la piel, sino de una serie de factores entrelazados, como la ubicación de su vivienda, el prestigio de su empleo y el grado de alfabetización. Por ejemplo, una persona que participaba en una profesión prestigiosa vivía en cierto cuartel de la ciudad, y sabía leer y escribir, podía “ser percibida con mayor facilidad como blanca, independientemente de que su color de piel coincidiera o no con esa tonalidad” (p. 222). Paradójicamente, el intenso mestizaje y la movilidad social de la época liberal ocurren en una sociedad donde las categorías raciales heredadas de la colonia se están transformando en rígidas clases sociales.

Con base mayormente en fuentes cuantitativas, y sobre todo en el censo de Lima de 1860, el autor presenta una radiografía de la sociedad limeña del siglo XIX y de sus procesos sociales y culturales. Una de las muchas virtudes de este estudio es que combina el análisis cuantitativo con la descripción cualitativa de casos particulares que humanizan la narrativa. Encontramos a un bordador indígena que vivía en una vivienda de alto nivel, con su esposa también indígena, y cuya hija era clasificada como blanca a raíz de la ubicación de la vivienda. El famoso escritor Ricardo Palma, hijo de padre indio o mestizo, accede a un estatus más elevado al ser clasificado como blanco a causa del oficio de su padre (comerciante), de su propio empleo como trabajador marino y por el hecho de saber leer y escribir.

El autor maneja diestramente sus fuentes, las contextualiza, y transforma los datos estadísticos en una narrativa que expresa el dinamismo del proceso social de mestizaje. Uno de los propósitos del censo de 1860 era proveer datos sobre la posición social que ayudaran a definir quiénes podían ser considerados ciudadanos con derecho de voto. En algunos casos, se combinan numerosas fuentes estadísticas, incluyendo los censos parroquiales. El cuadro sobre la filiación racial en Lima entre 1600 y1908 incluye información de al menos siete distintas fuentes cuantitativas y cualitativas.

Aunque la relación entre clase social y raza es el tema central del libro, el análisis abre un panorama mucho más amplio de temas interrelacionados que permiten comprender la evolución social de la ciudad. Los datos sobre la presencia de inmigrantes y sus lugares de residencia en los distintos cuarteles de la ciudad nos muestran una Lima destino no solamente de inmigrantes extranjeros, sino también de inmigrantes nacionales, cuya llegada generalmente asociamos con el crecimiento explosivo de la ciudad en el siglo XX. Los datos sobre el empleo femenino muestran el prestigio relativo de distintos oficios femeninos (costurera por encima de lavandera) y los procesos de movilidad social a través del matrimonio. Los detalles de algunos casos individuales permiten al lector acercarse a la realidad de la época: las amas de leche, frecuentemente negras, debían presentar certificados de salud; las lavanderas tenían la reputación de demorarse en devolver la ropa que lavaban porque la estaban usando; las mujeres jóvenes o solteras consideraban el empleo doméstico como una actividad transitoria. La inclusión de casos que representan excepciones a los patrones generales ayuda a crear un retrato aún más detallado de la ciudad. Entre los profesionales, mayoritariamente blancos (en parte porque el acceso a una profesión “blanquea”), por ejemplo, nos encontramos también con un profesional afroperuano, cinco mestizos y tres indígenas.

Los datos del censo reflejan la importancia del matrimonio como “alquimia” que contribuía al proceso de ascenso, o en algunos casos descenso, social. Si persistía con fuerza el mestizaje, ¿como se explica que 91% de las uniones fueran endogámicas: parejas que se casan con otras de la misma raza? Esta cifra esconde el número real de matrimonios entre distintos grupos raciales y revela más bien los sesgos de los empadronadores que tendían a atribuir a la esposa la misma raza que el jefe de familia. Las decisiones del empadronador también reflejaban las normas sociales de la época, como cuando, sabiendo que no era bien visto que una mujer blanca estuviera casada con un hombre no blanco, clasificaba al hombre en dicha pareja como blanco. El matrimonio mismo podía contribuir a definir la filiación racial del individuo.

Los pocos casos de exogamia permiten realizar un análisis más profundo de estos mestizajes, que podían resultar en el “blanqueamiento,” o de lo contrario, en el “ennegrecimiento”, dependiendo de una gama de factores. En un caso donde la profesión del padre era considerada “decente”, el nivel de vivienda alta, y los miembros de la familia sabían leer y escribir, los hijos de un indio o mestizo podían ser clasificados como blancos. De lo contrario, cuando una mujer era considerada de inferior categoría racial al marido, los hijos podían terminar “ennegreciéndose”. La ausencia casi total de matrimonios entre blancos y negros afirma cómo estas categorías estaban asociadas a posiciones diametralmente opuestas en el sistema social.

El autor reconoce en el prefacio su conexión personal con el tema del libro. Esta pasión es palpable, desde el análisis de cifras estadísticas para convertirlas en una narrativa dinámica, hasta la creatividad en el título del libro y sus capítulos (“Que cante mi gente”). La clara línea de argumentación no impide que el autor entable un constante diálogo con otros estudiosos que han tratado distintos aspectos del tema. Desde la narración de casos individuales hasta la de grandes patrones sociales, este libro nos ofrece una visión de los cambios por los que pasa Lima en su tránsito de una sociedad colonial del siglo XVIII, a una moderna del siglo XX. Esta Lima decimonónica que se moderniza, cargando el fuerte legado social y racial de la colonia, tiene ecos muy contemporáneos que apuntan a la importancia de esta obra para ayudarnos a reflexionar sobre temas actuales.

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