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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2021  Epub 18-Oct-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i2.3942 

Reseñas

Sobre Umberto Eco (coord.), La Edad Media, III. Castillos, mercaderes y poetas

Carlos Astarita1 

1Universidad de Buenos Aires

Eco, Umberto. La Edad Media, III. Castillos, mercaderes y poetas. Milán, 2011, México: Fondo de Cultura Económica, 2018. 993p. ISBN: 978-607-166-095-4.


Este volumen, dedicado a la Baja Edad Media, participa de los rasgos apuntados en la reseña precedente,1 y la sección de historia es ante todo un racconto de acontecimientos políticos, aunque con desniveles. En algunos capítulos predominan los hechos de manera abrumadora, como si los autores se complacieran en rechazar a las ciencias que annalistes y marxistas unieron a la historia. Por momentos la vieja historia positivista alcanza sus picos, y a las luchas sociales se les llega a asignar la irrazonable explicación de que se desencadenaron (en tiempos de descenso demográfico) por exceso de población. En esa tónica, la herejía de los “Apostólicos” es atribuida a una causa espiritual sin aludir a su relación con el movimiento comunal,2 aunque en otra entrada se indica el carácter de clase de esos sectarios, comentario más que dudoso porque los seguidores de su líder, fray Dulcino, no pertenecían a una clase definida y sus discípulos cercanos eran más bien desclasados (tránsito que se cumplía con la renuncia a la propiedad).

En ese océano fáctico se destacan los remansos reflexivos, algunos breves, como cuando se aventura una relación entre colonización alemana y nacionalismo posterior; otros son más amplios, como los dedicados a las facciones urbanas de Italia y a la transformación de los municipios en señoríos. Sobre la mortalidad (que se intercala más de una vez en los “sucesos”), a la usual tesis maltusiana (apenas insinuada) se le agregan la guerra o el fraccionamiento de posesiones campesinas, y la explicación de las luchas antes mencionada se rectifica cuando se incluyen las relaciones de dependencia, la fiscalidad, las crisis del poder y el anticlericalismo. A diferencia del volumen precedente, se indica la coerción al campesino, así como el surgimiento de asalariados y arrendamientos.

En la actividad económica, enunciar cuestiones diagnostica una situación historiográfica.

Si un braudeliano como Henri Bresc hizo del comercio desigual que padecía Sicilia un leitmotiv de sus pesquisas, ahora esa circunstancia es vista como una mera conexión entre manufacturas y agro, cambio de interpretación en el que subyace el relevo de la teoría crítica de la dependencia por la ortodoxia neoclásica del establishment.3 También se mencionan las quiebras comerciales italianas por préstamos dados al rey de Inglaterra; conocer que el mercader, al conectar monopólicamente productores y consumidores, necesitaba del favor político, hubiera ayudado para interpretar esas bancarrotas. Por otro lado, el autor de este apartado debió haber advertido que pagarés y compensaciones no nacieron solo por el inconveniente de llevar dinero en el desplazamiento comercial, sino por la necesidad de equilibrar una masa monetaria (escasa) y su velocidad de circulación con precios y transacciones en crecimiento (fórmula de Fisher, P.V=P.Q). A estas debilidades suma otras. Alega, por ejemplo, que los historiadores no dudaron que las manufacturas de paños eran capitalistas, desconociendo así la polémica entre Rutenburg y Mellis sobre las artesanías urbanas italianas (para el primero eran capitalistas mientras que para el segundo no lo eran).4 Esto implica no ver que la industria rural de Sicilia, capitalista, se diferenciaba del no capitalismo florentino, en cuya área predominaba la mezzadria.5 A este arrendamiento, que dio lugar a debates sobre su grado de modernidad, no lo considera; tampoco discurre sobre las hilanderas toscanas asalariadas por la manufactura tradicional (una relación de interés para la teoría) e iguala el putting out system con la pañería urbana, error que deriva de creer que el salario indica invariablemente capitalismo. Esta anemia reflexiva vuelve en otra entrada del libro: a los pobres (que pulularon en el periodo) no se los relaciona con la dinámica feudal, la transición y la protoindustria, ni con el asistencialismo que los mantenía en el subconsumo y la subproducción para ser ocupados en labores estacionales.

Cuando se pasa a “lo político”, el enfoque es cambiante. En páginas dedicadas a los reinos no se alude al papel de la burguesía ni se habla de las monarquías feudales, evaporándose en esos silencios las relaciones sociales y los poderes intermedios que convirtieron al declamado absolutismo en ficción. En otros capítulos la descripción se integra a exámenes más complejos en los que desfilan los conceptos de monarquía feudal, de grupos de poder mixtos, de instituciones con policentrismo y de capilaridad fiscal. Esta última noción muestra, sin embargo, el problema irresuelto de ese análisis meritorio, porque el príncipe controlaba burgos y aldeas sin funcionarios suficientes como para vigilar y recaudar, cuestión que sugiere lo que el libro no dice: hubo una estructura social con cometidos burocráticos. Igualmente, el concepto de modo de producción de los nómades hubiera ayudado para entender a los mongoles lanzados sobre Europa o a los tártaros que vivían de incursiones. Esta última mención indica, complementariamente, la amplitud geográfica de la descripción.

En otro plano, al lector de Historia Mexicana le interesarán, además de los adelantos técnicos que habilitaban la navegación en mar abierto, las expediciones de misioneros y mercaderes que anticiparon 1492 preparándolo, así como la creencia de una antigua cristianización en Asia que influyó en la de América. El nuevo catolicismo que se examinó en el volumen previo se vuelve a explorar, sin responderse la pregunta sobre sus causas, más allá de aludirse a su origen urbano y a los estímulos bíblicos. Sobre los cátaros de Francia, y en oposición a lo que se sostiene en el libro, los especialistas afirman ahora que el maniqueísmo no vino de Oriente y que tampoco la cruzada terminó con los disidentes: existía una ancestral y generalizada concepción dualista en los países mediterráneos, y la represión masiva cohesionó a los herejes con el resto de los pobladores mientras que la Inquisición logró separarlos facilitando su exterminio.6 Además, en la religiosidad cismática de las mujeres se hubiera podido mostrar que las sectas representaban un rechazo drástico a la familia patriarcal. Por el contrario, la base material de una actitud se expone acertadamente en el desplazamiento de los judíos del comercio por los cristianos desde el siglo XI, y en la usura a la que fueron relegados se captan raíces sociales del antisemitismo. El autor supera así a colegas que solo ven la represiva mano eclesiástica, sin considerar que la Iglesia siempre condenó al “pueblo deicida” mientras que el antisemitismo creció después del año 1000. Un desfase análogo se dio entre el módico culto a María que la Iglesia promovió en el siglo IV contra los que negaban la divinidad de Cristo, y la difusión del culto mariano en el XII. Una orientación para explicar ese décalage (que en el libro se pasa por alto) puede tantearse en la ya mencionada superioridad social relativa de ciertas mujeres.

Se repiten, con cambios, materias del volumen anterior. Se le otorga más peso a la doctrina que justificaba la subordinación femenina; aflora el nexo entre juegos y política; se enfatiza el mobiliario y el vestido como medios de distinción, aunque no se ahonda en su valor semiótico para marcar el estatus, y se analizan los inventos de los anteojos (era el auge de la óptica), de los relojes urbanos y planetarios, de las manivelas, y las mejoras en telares e hiladoras. Se indica la valoración de las artes mecánicas y del conocimiento experimental, se profundiza sobre el aporte (mediante las traducciones) que la ciencia islámica dio a la europea, y se explica la “doble verdad averroísta”, siempre mal comprendida por el no iniciado, junto con sus efectos, la independencia de la filosofía occidental, mientras que la atención que antes se puso en las escuelas ahora la reclaman las universidades. Con ellas vuelve el ayer que anunció nuestras rutinas. Sin ir más lejos, las dudas (dubia) que en esta reseña se exponen surgen de los pasajes que los conocimientos del glosador, reproduciendo un quehacer medieval, le indican como problemáticos. También la observación naturalista y los debates sobre Aristóteles o Platón tuvieron su proyección actual al posibilitar la ciencia del siglo XVII.

Sobre filósofos se incluyen persistencias y novedades. Guillermo de Occam innovó reduciendo lo complejo a lo simple (método que adoptó Galileo para su nueva física), y se opuso a Bonifacio VIII cuando revivió (hacia 1300) el intento teocrático de sus predecesores. El examen es convincente, pero lo hubiera sido aún más si se ubicara a Occam (y también a Dante con su idea del gobierno) en las embrionarias sociedades política y civil. En el libro esas coordenadas son apenas una referencia a la teoría ascendente del poder y al Aristóteles que dio conceptos para “justificar” mandatos “del pueblo”. Pero debe decirse que la teoría no únicamente justificaba lo hecho sino que se hizo con la práctica, porque las experiencias municipales pacíficas (numerosas) y violentas (minoritarias), a través de muchos mediadores, terminaron cristalizando en Maquiavelo. Inevitablemente, vuelve a echarse en falta lo que llegó desde abajo o desde lugares intermedios a la cumbre del saber. Por ejemplo, para la elaboración de la política no fue desdeñable el aporte de Arnaldo de Brescia (m. 1155) ni tampoco el de uno de sus lugares de acción, la comuna de Roma, que hábilmente se llamó senado para legitimarse. Notemos que hubo muchos agitadores, como Arnaldo o como Wat Tyler (líder de la revolución inglesa de 1381). Esa low intelectual history, que nacía de condicionamientos objetivos, sugiere que no todo se redujo a hechuras doctas.

Otra falta de conexión se observa en la representación artística de los oficios o de la labranza, porque no se la relaciona con que el trabajo concreto, antes concebido como mero castigo por el pecado original, pasó a ser valorado con las manufacturas, y tampoco se menciona la inexistencia de trabajo abstracto. Un olvido análogo se corrige diciendo que esas manufacturas y la actividad de las ciudades fueron la base para que el hombre se separara de la naturaleza y la observara para representarla. También la historia social puede enmendar añadiendo un matiz, porque si bien es cierto que el reloj mecánico cambiaba la idea del tiempo convirtiéndolo en un fluir matemáticamente conmensurable, esa flamante noción fue indisociable de actividades que, como el préstamo, vivían de mediciones (y sobre estas cuestiones, Romero y Le Goff vuelven a marcar la diferencia entre lo que ahora leemos y la historia social clásica).

En literatura, y acentuando el papel de Italia (en parte justificado por constituir el foco del humanismo), se detallan géneros o escritos, y crece en esta sección el lugar de las personalidades (Dante, Petrarca, Boccaccio, Chaucer). Al respecto, en el examen de la Divina Comedia se anota oportunamente su nexo con la ya aludida literatura popular sobre el otro mundo, aunque no se abunda sobre este tema. Al tratar a Petrarca no hubiera estado de más añadir que su poema África contuvo la semilla de un prolongado prejuicio, el de la oscuridad medieval, que entraña una no menos importante concepción dialéctica de la historia.

Con la difusión de textos religiosos, de plegarias en lengua vulgar y de la predicación, reaparece la no explicada irradiación social de la nueva fe, o circunstancialmente explicada de manera impropia por el Cisma de la Iglesia (1378-1417). Los géneros mencionados, al igual que la mística o las universidades, evidencian el peso que tenía la oralidad, cuestión que nos lleva a otra laguna “social” del libro: sus autores no tuvieron en cuenta a los iletrados que escuchaban en las textual communities ni a las audiencias “transnacionales” que, con alto grado de “alfabetismo pasivo”, captaban contenidos en lenguas que no eran las suyas.7

En las artes visuales para que naciera el gótico se armonizan en el relato breves notas sobre la economía, adelantos técnicos que posibilitaron los vitrales y doctrinas metafísicas que justipreciaron la luz. Las personalidades en pintura son, como era de prever, Cimabue y Giotto. En esta sección se justifica el final cronológico de la obra hacia el 1400: de allí en más el perspectivismo y la nueva representación renacentista del espacio quedan fuera de esta Baja Edad Media (a pesar de que se alude, obligadamente, a la perspectiva de los hermanos Lorenzetti). Se reafirma así el perfil cultural de este libro y la atención privilegiada a Italia. También se confirma la solicitud de los autores por los planos elevados, incluso cuando el objeto de examen son las artes menores (orfebrería, tejidos preciosos), consumidas por burgueses, dejando de lado otro movimiento: el de la reproducción en serie de las obras maestras en un registro vulgar. Este fenómeno se debió tanto al mercader que se apoderaba de la producción para obtener con la fabricación en serie ganancias monetarias, como al ya citado cristianismo interiorizado de la sociedad urbana.8 Es lo que se duplicó en la música y en las representaciones.

Este final del análisis concuerda con la conclusión general: la historia son aquí sucesos que enmarcan saberes predominantemente eruditos. En este plano es una contribución valedera. Las debilidades que se marcaron pueden repararse complementando la lectura de este libro con una historia social que no deja de renovarse.9

1En este mismo número: Umberto Eco (coord.), La Edad Media. II. Catedrales, caballeros y ciudades [Milán, 2011], México, Fondo de Cultura Económica, 2018, 794 pp. ISBN 978-607-166-096-1

2Véase J. B. Pierce, “Autonomy, Dissent and the Crusade against Fra Dolcino in Fourteenth-Century Valesia”, en Karen Bollermann et al. (ed.), Religion, Power, and Resistance from the Eleventh to the Sixteenth Centuries: Playing the Heresy Card, Nueva York, Palgrave Macmillan US, 2014, pp. 195-213.

3Henri Bresc, Un monde mediterranéen. Économie et société en Sicile 1300-1450, Roma-Palermo, Bibliothèque des Écoles Françaises d’Athènes et de Rome, 1986, 2 vols.

4Viktor Rutenburg, Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV) [Moscú-Leningrado, 1958], Madrid, Akal, 1985; Federigo Melis, “Il problema Datini. Una necessaria messa a punto”, en Nuova Rivista Storica, l: 5-6 (1966), pp. 682-709.

5Stephan R. Epstein, “Cities, Regions and the Late Medieval Crisis: Sicily and Tuscany Compared”, en Past & Present, 130 (1991), pp. 417-438.

6Jean-Louis Biget, Héresie et inquisition dans le Midi de la France, París, Picard, 2007, pp. 29 y ss.

7Brian Stock, Listening for the Text: On the Uses of the Past, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1990; Robert I. Moore, “La alfabetización y el surgimiento de las herejías, ca. 1000-ca. 1150”, en L. K. Little y B. H. Rosenwein (ed.), La Edad Media a debate [Oxford-Malden, 1998], Madrid, Akal, 2003, pp. 552-570.

8Georges Duby, Le Temps des cathédrales. L’art et la société, 980-1420, París, Gallimard, 1976, pp. 230 y ss.; Peter Burke, El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia [Princeton 1986], Madrid, Alianza, 1993, pp. 115 y ss.

9A Le Goff y Romero pueden agregarse los más nuevos estudios de Jerôme Baschet, La civilización feudal. Europa del año mil a la colonización de América [París, 2004], prólogo de Jacques Le Goff, México, Fondo de Cultura Económica, 2009, y Chris Wickham, Medieval Europe, New Haven y Londres, Yale University Press, 2016.

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