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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2017

https://doi.org/10.24201/hm.v67i1.3457 

Reseñas

Christopher R. Boyer, Political Landscapes. Forest, Conservation, and Community in Mexico

Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell* 

*El Colegio de Michoacán

Boyer, Christopher R.. Political Landscapes. Forest, Conservation, and Community in Mexico. Durham and London: Duke University Press, 2015. 337p. ISBN: 978-0-8223-5832-9.


Political Landscapes. Forest, Conservation, and Community in Mexico es un libro que viene a sumarse a una serie de obras que —desde hace cinco décadas— han centrado su atención en la historia de los recursos forestales y en los problemas que genera su explotación.1 Con argumentos contundentes, este texto analiza la tala progresiva de bosques en México entre 1880 y 1992, prestando atención a la confluencia entre recursos naturales, políticas institucionales, corruptelas burocráticas, procesos de industrialización y prácticas agrícolas ancestrales. A lo largo de sus páginas, Christopher R. Boyer plantea una propuesta novedosa para estudiar el deterioro forestal desde la historia política y ambiental, y bajo la experiencia acaecida en Chihuahua y Michoacán.

Debo señalar que esta investigación permite al lector tener una idea panorámica de las políticas (prerrevolucionarias, revolucionarias y posrevolucionarias) desplegadas para el manejo de la cubierta forestal, en especial en lo que se refiere a su explotación, comercialización y conservación. De igual forma, sirve como un catálogo para entender las diferentes perspectivas que se difundieron sobre los bosques mexicanos. Si bien es cierto que dicha propuesta se sustenta en la experiencia de dos entidades, también es verdad que a lo largo de su desarrollo se plantean visiones de alcance nacional.

Sobre el análisis de Chihuahua y Michoacán, Political Landscapes pone al descubierto un abanico de fuentes resguardadas en acervos nacionales, estatales y municipales, así como en bibliotecas y colecciones particulares de México y Estados Unidos. Gracias a esta información, el autor registra minuciosamente las zonas boscosas de cada estado, los programas para explotarlas, así como los problemas acaecidos por la deforestación. También proporciona información sobre el origen y la evolución de las compañías madereras. No obstante, la instrumentación de los programas y las políticas forestales son los ejes rectores del estudio. Cabe decir que un trabajo de esta naturaleza no sólo permite evidenciar el impacto de las políticas nacionales en el ámbito estatal, sino también contrastar los efectos tan disímiles que suscitaron en cada espacio.

Siguiendo la estructura del libro, puede decirse que la primera parte tiene como propósito examinar la situación de los bosques a través de tres etapas: el porfiriato, la revolución mexicana y la posrevolución. En lo que respecta al porfiriato, el autor pone de relieve cómo este régimen se dio a la tarea de fomentar una política de apropiación, mercantilización y explotación de la cubierta forestal. Cabe decir que esta medida no sólo implicó reformas legales, sino también proyectos económicos que justificaran dichos cambios. Tan sólo el despegue de la minería y la expansión ferroviaria en el país sirvieron de pretexto para impulsar cambios en los códigos que regulaban el acceso, el dominio y la explotación de los bosques. Obviamente, esto propició que algunas zonas de Chihuahua y Michoacán dejaran de ser terrenos comunales y se transformaran en propiedades privadas destinadas al abasto de la naciente industria. Es de advertir que, a la par de promover la privatización de los bosques, el régimen porfirista alentó la creación de dependencias para resguardar y conservar la cubierta forestal. Desde la perspectiva del autor, esta paradoja fue una cortina de humo para ocultar la denominada “federalización de los recursos naturales”; es decir, una medida para que las autoridades controlaran los bosques y los pusieran en manos de particulares.

Un aporte sustancial del libro tiene que ver con el papel que jugaron los recursos forestales durante la revolución mexicana. A juzgar por Boyer, durante el conflicto armado muchos bosques sirvieron como campos de batalla y espacios para extraer insumos que demandaban las hogueras y trincheras, los cuarteles y las viviendas, los puentes y los tendidos ferroviarios, las cercas y las caballerizas, etc. En este sentido, el autor plantea la necesidad de reflexionar sobre el costo ecológico de la guerra y las transformaciones que esto provocó en el paisaje físico. Otro aporte tiene que ver con los procesos de dotación de tierras que se dieron durante la etapa constitucionalista. Si bien es cierto que los ideales revolucionarios planteaban la necesidad de que los individuos poseyeran y explotaran racionalmente sus recursos, también es verdad que estas medidas contribuyeron al proceso de deforestación, pues buena parte de los beneficiados eran campesinos que cultivaban sus tierras bajo el esquema de roza-tumba-quema y —sobre todo — eran hombres dispuestos a negociar sus tierras a cambio de saciar sus necesidades básicas.

En lo que respecta a la etapa posrevolucionaria, Boyer centra su atención en el vínculo entre reconstrucción nacional y recursos forestales. En este orden, examina tres problemas. El primero de ellos tiene que ver con la restauración física del país, situación que desde su perspectiva demandó millones de metros cúbicos de madera. Entre 1920 y 1929, por ejemplo, miles de hectáreas de bosques fueron taladas con el objeto de proveer insumos para reconstruir viviendas, trazar caminos, restablecer vías férreas, instalar tendidos telegráficos, etc. El segundo problema está relacionado con el surgimiento de organizaciones forestales. Es de advertir que aunque estos gremios fueron parte de las políticas que buscaban regular los sectores productivos, lo cierto es que —con el paso del tiempo— se convirtieron en piezas fundamentales del corporativismo estatal, ya sea fomentando los cacicazgos regionales o impulsando la extracción clandestina de recursos naturales. El tercer problema está vinculado con el fin del cardenismo y el inicio de la segunda guerra mundial, dos procesos que cancelaron las vías para preservar las zonas boscosas del país y convirtieron a México en proveedor directo de materias primas, recursos del subsuelo y productos forestales para Estados Unidos y los países aliados.

La segunda parte del libro plantea un análisis de los bosques mexicanos a la luz de tres etapas históricas que son: la posguerra (1946-1958), el “desarrollo estabilizador” (1958-1972) y la época denominada “reforma del Estado” (1976-1992). Sobre la primera etapa, Boyer hace énfasis en las políticas desplegadas por el gobierno mexicano para convertir unas zonas boscosas en espacios protegidos y, otras tantas, en fuentes de abasto para la industria que demandaba maderas, fibras vegetales, resinas, gomas, entre otras. Sin duda, tanto la protección como la tala de bosques trajo consigo numerosos problemas que se materializaron por medio de la deforestación y contaminación de parajes, el despojo y la invasión de tierras, las adecuaciones y contradicciones legales, así como los descontentos y las movilizaciones sociales. En lo que respecta al periodo comprendido entre 1952 y 1972, salta a la vista que las políticas públicas continuaron fomentando la explotación masiva de zonas boscosas. Como era de esperarse, los intereses gubernamentales e industriales estaban detrás de estas medidas. Por si esto no fuera suficiente, el autor pone al descubierto los costos ecológicos del denominado “desarrollo estabilizador”, al evidenciar los múltiples proyectos de infraestructura hidráulica, carretera, aeroportuaria y urbana que se realizaron a lo largo y ancho del país, y que afectaron millones de hectáreas que eran consideradas zonas boscosas. De la misma manera, pone al descubierto el papel que jugaron ciertas instituciones federales en estas acciones, tales como el Instituto Nacional Indigenista, la Comisión Federal de Electricidad, la Secretaría de Obras Públicas y otras. En cuanto al periodo que comprende desde 1972 hasta 1992, Boyer ilustra con mucha claridad una época marcada por los contrastes y las paradojas. Cabe decir que durante estos años, las políticas forestales fueron presa de un revisionismo exhaustivo, el cual se tradujo en reformas legales, creación de instituciones, desarrollo de programas gubernamentales, formación de fideicomisos, etc. Lo más llamativo del asunto estriba en los contrastes generados en tan sólo 20 años. Mientras en los sexenios de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) se experimentó una profunda estatización de los bosques, las organizaciones forestales, las compañías madereras y las industrias vinculadas con el sector forestal, paradójicamente bajo las administraciones de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), este entramado fue desarticulado y reemplazado por un esquema donde la privatización fue el eje rector de las zonas boscosas y las empresas articuladas con este sector.

Debo remarcar que este libro es un estudio detallado sobre las políticas forestales y la explotación de los bosques mexicanos entre 1880 y 1992. Se trata de una propuesta que invita a mirar la historia de la cubierta forestal en una perspectiva donde convergen las agendas políticas, los intereses económicos, las demandas gremiales y las necesidades campesinas. De la misma forma, es una investigación que invita a reflexionar sobre las afectaciones ecológicas que implican los procesos de construcción y consolidación de una nación.

1Me refiero a los textos clásicos de Françoise Chevalier, Moisés González Navarro, Robert C. West, Jorge L. Tamayo, Jan de Vos, Wolfgang Trautmann, Bernardo García Martínez, Alba González Jácome, Justus Fenner, entre otros.

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