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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2017

 

Reseñas

Romana Falcón, El jefe político. Un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911

Leticia Reina1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia, México

Falcón, Romana. El jefe político. Un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911. México: El Colegio México, Centro de Investigaciones y Estudios Sociales en Antropología Social, El Colegio de Michoacán, 2015. 744p. ISBN: 978-607-462-738-1.


El libro de Romana Falcón es grande no sólo porque tiene 744 páginas, sino que es enorme y bello porque es como un teleidoscopio1 observando a los jefes políticos del Estado de México en la segunda mitad del siglo XIX. Es decir, que la autora, por medio de este instrumento óptico captó las imágenes fuera, de su objeto de estudio; lo que estaba más allá del tema central, del tiempo y el espacio designados en el título de la obra.

Falcón nos pasea por los territorios aledaños y por los problemas del país en su conjunto; muestra la diversidad de actores sociales en los diferentes estratos y clases sociales del campo que interactuaron con los jefes políticos tanto de manera vertical hacia arriba, y hacia abajo, como de manera horizontal dentro y fuera de su terruño; y en cuanto al tiempo, nos transporta hasta el periodo Colonial, la transición del Antiguo Régimen al México independiente de la primera mitad de los novecientos o bien, cuando es necesario, nos lleva hasta el México revolucionario de los 1900.

De manera creativa, a lo largo del libro va descomponiendo los elementos históricos en formas caleidoscópicas; girando su visor para disgregar las formas geométricas y obtener diferentes perspectivas de análisis. Pero además se aleja y se acerca a diferentes lugares y actores, con lo que obtiene un abanico de colores diversos que matizan, renuevan y actualizan viejas concepciones sobre la vida cotidiana en el campo mexicano.

Con este teleidoscopio, como instrumento metodológico, la autora muestra un cúmulo de investigaciones propias, producto de muchos años de investigación y que ahora, muchas de ellas se encuentran condensadas en esta obra. Además cobra importancias porque hace confluir o sintetiza muchos tipos de historia que se han venido haciendo desde por lo menos 35 años. Así mismo, hace un compendio de trabajos de colegas que han escrito sobre el Estado de México o que han incursionado en alguno de los muchos temas tratados en la obra.

Empero, el análisis central o eje articulador de los diferentes temas tratados en el libro, son los jefes políticos. Y los devela como una institución del poder ejecutivo fundamental para organizar los territorios y sus sociedades; los visualiza como actores sociales que coadyuvan a explicar los componentes y mecanismos por medio de los cuales se concentró el poder durante el proceso de integración y construcción de la nación mexicana. Así mismo, analiza los regionalismos y las muy diversas acciones que emprendieron los pueblos tendientes a lograr una relativa autonomía.

Desde el inicio Romana Falcón declara que su obra se ubica entre una historia político institucional y la llamada historia desde abajo. En esta confluencia teórica y metodológica, le fue posible investigar los intersticios del poder formal y del poder informal, las tensiones entre gobernantes tratando de instrumentar las políticas modernizantes y los grupos subalternos resistiendo, negociando y reaccionando a ellas con el único fin de sobrevivir en tanto pueblos. De esta manera muestra y desmenuza, como ella misma suscribe: la dialéctica del dominio.

El libro consta de seis grandes capítulos y empieza explicando las colosales atribuciones de las jefaturas políticas y la compleja y contradictoria relación con los grupos populares, en donde el marco de referencia es, por supuesto, el paisaje, las economías locales y regionales, la legislación y los procedimientos institucionales que la autora relaciona con las prácticas jurídicas de la vida cotidiana en los pueblos, barrios y rancherías.

Más adelante, hacia la mitad, analiza la interacción entre los diversos actores de los pueblos y las jefaturas, tanto en el terreno institucional, como en el nebuloso mundo informal, ubicado en el ámbito de los acuerdos y resistencias. Al final, el prisma se invierte y la historia se edifica desde abajo para rescatar las diversas acciones de los pueblos antes de llegar a la rebelión, como fueron las negociaciones, interpelaciones, pérdida de documentos, elaboración de títulos apócrifos hasta llegar a situaciones violentas.

La obra contiene un acucioso estado del arte en cada uno de los apartados del libro, en los cuales discute los conceptos y las teorías, tanto clásicas como contemporáneas; se deslinda de seguir bordando sobre el análisis tan trillado en torno al Estado y prefiere discurrir en torno a otros supuesto como: dominio, hegemonía, infrapolítica o subalternidad por nombrar algunos. Así mismo hace un recuento, dialoga e interpela los aportes historiográficos más recientes sobre la región y los diversos temas que aborda el libro. Con una visión crítica, analiza sus propios materiales y con ellos arriba a nuevos rincones de la historia.

Uno de los principales aportes del libro es la desmitificación de los jefes políticos. Devela y pone en valor el cúmulo de funciones y obligaciones de estos personajes, así como la variedad de acciones e intervenciones, no obligatorias, pero que hizo de ellos un protagonista cardinal en el ejercicio del poder. Algunas décadas atrás, la historiografía había descrito a los jefes políticos como ejecutores de la ley, maléficos y represores de los pueblos, pero Falcón, al estudiar minuciosamente el acontecer cotidiano del ejercicio del poder, formal e informal, muestra otras caras, actitudes y relaciones diversas de estos sujetos con los grupos subalternos.

Estos personajes instrumentaron las políticas modernizantes, amén de haber fungido como los verdaderos articuladores entre los grupos de poder y los pueblos; como hombres actuando hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados. Y lo interesante a destacar es que funcionaron como actores bisagras o como vasos comunicantes entre grupos con devenires históricos distinto. Tendían puentes de acuerdo y conciliación entre diferentes mundos culturales: el de las diferentes colectividades étnicas y el de los diversos grupos de poder, político y económico, urbanos y rurales.

La satanización de los jefes políticos en la historiografía clásica se debió a que sólo se les había analizado como el brazo armado del poder y por tanto como los ejecutores de la represión. Pero el libro muestra un abanico multicolor de acciones; y éste es otro de los aportes principales de la obra. Falcón desmenuza y analiza los pactos con los grupos subalternos, incluso nos muestra cómo estos jefes políticos llegaron a actuar en su favor o cuando participaron en la defensa de los trabajadores a favor de un reglamento laboral de una fábrica para reglamentar las horas de trabajo. Incluso presenta el caso de un jefe político que se incorporó al movimiento antiporfirista.

A pesar de esta nueva cara de la historia que revela Falcón de manera novedosa, junto con el resto de acciones descritas y analizadas en el libro, el balance no sale a favor de este personaje, ya que la mayoría de las veces, actuó como el brazo represor de los gobernantes. Hablando en blanco y negro, las dos posiciones extremas de análisis sobre los jefes políticos se debían en gran parte a que sus funciones las aplicaban de una manera pragmática y en general, así era la cultura política de los gobernantes; un tanto pragmática y coyuntural.

En términos generales, cuando la región o los pueblos tenían recursos en disputa y los jefes políticos tenían amistad con los hacendados y poderosos del entorno, entonces se convertían en personajes verdaderamente malditos y una pesadilla para los grupos subalternos. O bien podían ser magnánimos con los pueblos cuando los propietarios eran de poca monta o la coyuntura política les permitía operar como defensores de los derechos sociales.

Pero sobre todo, sus acciones pasaban por una diversidad de situaciones intermedias entre ser un personaje malo o bueno en la vida de los pueblos.

Los puentes que tendían los jefes políticos los construyeron con base en las redes clientelares, por medio de lealtades y servicios prestados tanto a la oligarquía política como recompensas de guerra a los grupos subalternos, los cuales fueron la base social de apoyo en luchas intestinas del país con uno u otro grupo en las luchas por el poder, definición y control de la nueva nación, contra el extranjero invasor y en la definición de las fronteras de las entidades federativas.

El análisis de los diferentes problemas que trata el libro están ricamente fundamentados en evidencias documentales de la época. Romana Falcón consultó muchos archivos y bibliotecas nacionales y estatales, así como varios archivos municipales. Y a pesar de su búsqueda acuciosa durante años por todos los repositorios posibles, aún nos faltan, a ella y a otros investigadores, fuentes de información semejantes a los archivos personales de personajes poderosos y que le permitieron a la autora acercarse a ciertas negociaciones entre las élites.

Desgraciadamente y a pesar de que la autora enfocó y dio el mayor acercamiento hacia los estratos bajos de la sociedad, me parece que los historiadores estamos lejanos a conocer a detalle las negociaciones y acuerdos entre los jefes políticos o grupos de poder medio o intermedios y los mayordomos o tata mandones (los viejos y altos jerarcas de los pueblos) o con los líderes de las comunidades agrarias. Así mismo, podemos suponer pero no se han encontrado evidencias, como aquellas que puede rescatar una entrevista realizada hoy en día un antropólogo y que rindan cuenta de estos fenómenos que no dejan huella escrita. Los historiadores tampoco llegaremos a conocer, por mucho que enfoquemos las capas más bajas de la sociedad como lo hizo la autora, cómo funcionaba el honor, el prestigio, las lealtades y los regalos entre autoridades comunitarias y representantes de los pueblos. Me temo que esa historia de los pueblos indígenas, en su mayoría no fue escrita y por lo tanto nunca la podremos recuperar, aunque la podemos suponer o imaginar.

No obstante, después de muchos años de trabajo archivístico y de reflexión, Romana Falcón acerca su teleidoscopio dialéctico y dinámico de manera adecuada y desentraña la justicia pueblerina, y muchas otras formas novedosas del actuar de los grupos subalternos. Muestra que ellos no sólo se rebelan y resisten, sino que sobre todo concilian, conciertan y llegan a acuerdos con diversos actores y grupos sociales que están por arriba de ellos en la estratificación social de la localidad y/o de la región. En fin, Falcón propone que existe un dominio negociado, tal como señala en el subtítulo del libro.

Este dominio negociado también lo podemos analizar desde los conceptos de la concertación y del conflicto, porque si bien no todo era coerción en el ejercicio del poder, al tiempo que los pueblos aceptaban la negociación y las alianzas, tampoco en todas las ocasiones se podía llegar a la concertación, por lo tanto, en determinadas situaciones se llegaba al conflicto. Lo interesante sería saber en qué situaciones, cuándo y cómo se llegaba a uno u otro. Entonces nos moveríamos en el terreno de la concertación-conflicto. El decir, las estrategias del concerflicto del poder en el México liberal decimonónico, lo cual nos daría otro matiz más de colores en movimiento.

Esto es producto de lo que en términos generales Falcón muestra como una sociedad decimonónica en transición que desea modernizarse pero no lo logra y que trata que romper con grupos e instituciones del antiguo régimen pero tampoco lo logra. Por ello, tanto gobernantes como grupos subalternos crearon una cultura política pragmática que fluctuaba entre la tensión y la flexibilidad.

Me parece que esta cultura pragmática entre los pueblos indígenas tenía un sentido híbrido. Éstos practicaban una cultura híbrida, que se movía entre las nuevas instituciones modernas y las instituciones propias de la organización social, propia de sus grupos étnicos. Esta hibridación no actuaba en la acepción biológica del concepto, como un producto del mestizaje institucional, sino en su acepción mecánica ya que aprendieron a moverse y proceder, a veces como ciudadanos y ejercer sus derechos como tales o bien funcionar y organizar sus colectividades locales en tanto sociedades corporativas. Y no por ello eran ciudadanos o indígenas, eran y son las dos cosas; tienen dos identidades no excluyentes.

Esta cultura híbrida también nos permite analizar de qué manera actuó la población indígena frente a la inclusión y exclusión del Estado en la construcción de la nueva nación imaginada del siglo XIX. Con este otro enfoque, también dialéctico, podemos analizar que el gobierno en su andar, instrumentaba políticas de exclusión y negación de la población indígena, pero que, ante el irremediable conflicto y la violencia con la que respondieron los pueblos, porque no querían desaparecer como grupo social, las oligarquías estuvieron obligadas, hacia el porfiriato, a tener políticas de inclusión. Entonces incluyeron a la población la educación, la salud pública, la participación electoral entre otras cosas, para dar elementos o bases para ciudadanizar a la población indígena.

Así, habría que discutir de qué manera los grupos de poder asimilaron a la población indígena. La pregunta es, ¿en esta modernización no acabada, de la que habla Falcón, los grupos subalternos estaban marginados y excluidos de los supuestos beneficios del progreso? Por los resultados de esta obra y de otras más, parece que se trata, a veces, de una inclusión subordinada y a veces de una subordinación jerárquica. Lo cual provoca una nueva discusión y podría ser motivo de otro libro.

Otro asunto de no poca importancia es que el libro, además de estar claramente en diálogo con los investigadores especialistas en el tema, está escrito en lenguaje claro y sencillo, lo cual permite ser leído por un público culto aunque no sea experto en el contenido. Sobre todo, puede y debe ser leído por estudiantes del área de ciencias sociales y en especial aquellos interesados en llegar a ser historiadores. En ese libro encontrarán un fabuloso estado del arte sobre las teorías, los temas, los debates historiográficos, y una buena guía metodológica para aprender a investigar y a convertir un tópico en una historia social total, como Marc Block la entendería: la conjunción e interrelación de la historia social, económica, política y cultural.

En fin, leer esta obra es como ir al cine. Romana Falcón nos presenta la construcción del México rural en movimiento y desde todos sus ángulos y colores. Se le agradece y felicita por esta linda película de gran producción.

1A diferencia del caleidoscopio clásico, el teleidoscopio capta las imágenes del exterior y las descompone en formas caleidoscópicas, de modo que el aparato se puede dirigir a modo de visor donde se desee: acercarse, alejarse o hacerlo girar... y la imagen se descompone en formas geométricas y de colores diversos.

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