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Ciencia ergo sum

versión On-line ISSN 2395-8782versión impresa ISSN 1405-0269

Cienc. ergo-sum vol.29 no.2 Toluca jul. 2022  Epub 20-Oct-2023

https://doi.org/10.30878/ces.v29n2a1 

Ciencias Sociales

La corrupción globalizada en América Latina: una mirada a través de la analogía del juego

Global Corruption in Latin America: A look through the analogy of game

Gustavo A. Segura Lazcano1 
http://orcid.org/0000-0002-1038-7806

1Universidad Autónoma del Estado de México, México


Resumen

A partir de la hermenéutica analógica de Mauricio Beuchot (2005) y de la noción de juego en Homo ludens de J. Huizinga (2016), se someten a interpretación las dinámicas inicuas que propician la globalización capitalista sobre las estructuras sociales de América Latina. Los actos de corrupción constituyen el fenómeno social que coimplica a las inteligencias políticas y empresariales con las delictivas en su afán de obtener, por medio de prácticas deshonestas, mayores beneficios y poder en la región. Los avances democráticos topan con la trasgresión sistémica de grupos criminales evidenciando su “juego sucio”. La analogía del juego permite identificar los elementos ocultos que subyacen en las interacciones sociales. La aparente ficción del juego limpio del capitalismo, bajo el modelo de interpretación propuesto, se diluye y el sistema económico muestra su crueldad.

Palabras clave Latinoamérica; corrupción; globalización; hermenéutica analógica; juego sucio

Abstract

The analogical hermeneutics of Mauricio Beuchot (2005) and the vision of game in the “Homo Ludens” of J. Huizinga (2006) help us to interpret the effects of capitalist globalization on the social structures of Latin America. Corruption cases in this region involve political, business and criminal intelligence. The democratic advance faces dirty game from criminal groups. The game analogy shows some hidden factors in social interactions. The fair play of capitalism is a fiction and the proposed model of interpretation exhibits the cruelty of the economic system.

Keywords Latin America; corruption; globalization; analogical hermeneutics; dirty game

Introducción

Considerando los fenómenos sociales que suscita el mundo actual y partiendo de la teoría de las inteligencias sociales (Segura y Sánchez, 2017) que esboza la lógica asociativa de diversas formas de racionalidad imperantes en el contexto global, este artículo tiene como propósito central examinar los avances de la inteligencia delictiva en América Latina y sus nexos con las inteligencias empresariales y políticas. Para tal efecto la analogía del juego ayudará a comprender las situaciones de complicidad y los motivos de trasgresión que suscita el libre mercado entre los actores y grupos sociales debido a su ambición de poder, lucro y exigua moralidad. La premisa que subyace en nuestra interpretación afirma que en las condiciones actuales del capitalismo los jugadores que de manera sagaz y perversa vulneran las reglas del juego económico obtienen beneficios extraordinarios; por tanto, la corrupción global opera como un juego sucio entre los grupos y actores coludidos.

Para dar inicio a nuestro planteamiento resulta ineludible considerar la manera en que el capitalismo global, en los albores del siglo XXI, aspira a tutelar las actividades y relaciones humanas involucradas con alguna forma de rentabilidad o riqueza material. Como resultado de ese contexto, el libre mercado se ha convertido en el símbolo rector de las actividades cotidianas que definen los medios y fines asequibles a la humanidad. En la economía global se ha impuesto el juego de intereses propios del sistema y por tal motivo su estudio resulta fundamental para teorizar el acontecer social.

A partir de imperativos económicos es posible examinar algunas conductas inmundas, señaladas como corruptas y suscitadas en América Latina que involucran un juego de ganancias ilícitas en favor de múltiples inteligencias. Para una lectura adecuada de los hechos el artículo se apoya en la hermenéutica analógica propuesta por Mauricio Beuchot (2005) y emplea la noción de juego sugerida en el Homo ludens de Johan Huizinga, texto notable escrito en 1938. Cabe advertir que la hermenéutica analógica constituye una perspectiva filosófica y gnoseológica emplazada a evitar las interpretaciones unívocas y equívocas que dogmatizan o relativizan en extremo el conocimiento del mundo fáctico.

Más que un método, la hermenéutica analógica constituye una teoría de la interpretación (Beuchot, 2015) cuya dialéctica involucra tanto la apertura creativa como la rigurosidad crítica, tareas cognitivas que posibilitan la comprensión y legibilidad a los hechos humanos, siempre inmersos en mundos simbólicos, donde los sujetos ensayan diversos sentidos de vida.

Desde la antigüedad y a lo largo de la historia del pensamiento, las analogías constituyen el medio por el cual, con base en las semejanzas y paralelismos de formas, propiedades y relaciones entre los fenómenos, es posible develar aspectos cruciales de la realidad y recuperar la verdad, entendida como esclarecimiento de lo que acontece a partir de la autocomprensión del sujeto.

1. Imputaciones a la globalización

En el ámbito mundial los casos recientes de corrupción, vinculados con la función pública en diversos países de América Latina y sus esfuerzos por prevenirla con ayuda de políticas y sanciones considerando los contextos (Casas y Carter, 2017), ofrecen material suficiente para cuestionar el funcionamiento y la capacidad autorregulativa de las instituciones. Sin embargo, cualquier análisis crítico en torno al fenómeno que implica vulnerar responsabilidades y abusar del poder encomendado para consumar fines privados, no estaría completo sin examinar las dinámicas e implicaciones de la globalización sobre las organizaciones sociales (TI, 2020).

Sin duda los controversiales Papeles de Panamá (2016) representan el ejemplo fehaciente de complicidad global que, como resultado de las investigaciones periodísticas llevadas a efecto en colaboración internacional (ICIJ, 2016), muestran la confabulación de individuos y grupos, con geografías distantes, dispuestos a realizar grandes depósitos y manejos ilícitos de capitales para evadir sus pagos fiscales. La denuncia de hechos desdibuja el paraíso para grandes capitalistas radicados incluso en países desarrollados. Numerosos artistas, jefes de estado, empresarios y funcionarios públicos, señalados por las indagaciones judiciales como responsables de llevar a cabo transacciones bancarias encubiertas, lograron enriquecerse a través de la industria secreta del offshore (CESOP, 2017).

Más allá del hecho noticioso y sus consecuencias punitivas, casos similares han puesto de manifiesto los intereses velados y el comportamiento económico de algunas capas sociales globales, bien informadas, organizadas y dispuestas a trasgredir, de forma deliberada y coordinada, las normas que rigen en los entornos locales e internacionales (Ferguson, 2017). En aras de incrementar sus capitales, los grupos más ambiciosos participan en una mezcla de inteligencias políticas, empresariales y delictivas involucradas con negocios opacos que les permiten obtener premios adicionales.

Otro ejemplo notable de complicidad financiera a nivel global se atribuye a la constructora Odebrecht. La empresa brasileña, de manera orgánica y por medio de acuerdos privados, desde 2010 logró corromper, en diversas naciones, a los más altos sectores políticos responsables de adjudicar obras y servicios públicos (Dell, 2018). Gracias a la creación de la Caja B, Odebrecht financió campañas electorales de mandatarios que terminarían siendo socios de sus negocios más prósperos. La lista de gobiernos involucrados es amplia e incluye a Angola, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Mozambique, República Dominicana, Panamá, Perú y Venezuela. Tal manera de proceder revela que la inteligencia empresarial, al corromper y subordinar las inteligencias políticas, incrementa sus dividendos en el mediano plazo.

Las condiciones de libre comercio han permitido a organizaciones financieras y empresariales, como Odebrecht, operar velada y simultáneamente en varios países. Los grupos empoderados y en ascenso están siendo atraídos por las oportunidades de alta y pronta rentabilidad que ofrece el escenario global, y cualquier ardid administrativo que favorezca sus intereses es puesto a prueba. El avance de los sistemas y redes de comunicación global han estimulado las denuncias e indagaciones judiciales de actos corruptos, originando escándalos mediáticos internacionales que han obligado a los actores involucrados a rendir cuentas en diversos tribunales.

Ante la descomposición de las instituciones y los constantes abusos de poder que desvirtuan las funciones públicas, “el desarrollo de la democracia en América Latina se ha visto reducido por el efecto que la corrupción ejerce al limitar la consecusión de una democracia real y completa” (Pastrana, 2019: 36) (cuadro 1).

Cuadro 1 Casos señalados de corrupción internacional en América Latina 

Denominación Delito Periodo Origen Impacto
Partida secreta Desvío presupuestal 1992 Gobierno de Venezuela Nicaragua
Enron Fraude y crisis hipotecaria 2001 Banca en EE. UU. Mundial
Parmalat Bonos con déficit 2003 Empresa italiana Caribe y Sudamérica
Lava Jato Autolavado de activos 2004-2012 Empresa Petrobras de Brasil Latinoamérica
Los Soles Comercio ilícito 2015 Cárteles, guerrilla y fuerza armada de Venezuela y Bolivia Europa y EE. UU.
Papeles de Panamá Evasión fiscal 2016 Instituciones financieras de Panamá y el Caribe Mundial
Odebrecht Sobornos y cohecho 2001-2016 Empresa brasileña Latinoamérica

Fuente: elaboración propia basada en fuentes noticiosas nacionales e internacionales.[1]

En América Latina el avance democrático y la alternancia de partidos han avivado procesos en contra de funcionarios y directivos corruptos. En los últimos años un número amplio de servidores públicos y empresarios, de alto y medio nivel, han enfrentado demandas penales debido a sus prácticas ilícitas, no pocas de ellas implicadas con la delincuencia organizada. En las imputaciones judiciales los medios de comunicación han jugado un papel relevante desacreditando, la mayor de las veces, las labores públicas y la presunta moralidad de los partidos políticos por sus conductas violatorias del estado de derecho (Castillana et al., 2017).

Respecto a lo anterior, inmersos en una dinámica global, que acrecienta la rivalidad entre los grupos hegemónicos por obtener mayores réditos económicos, los funcionarios públicos y directivos de mediano y alto nivel recurren a prácticas delictivas, es decir, incurren en un juego sucio a partir del cual el orden legal establecido es vulnerado hasta el momento en que sus escabrosos negocios terminan siendo exhibidos y alguna autoridad superior procede a sancionarlos.

2. El juego como ingrediente de la vida social

En su extraordinario texto, Homo ludens, Johan Huizinga (2016) asevera que el juego es factor imprescindible en todas las culturas. Diversos estudios (Piaget, 1946; Smilansky, 1968; Eifferman, 1971; Feitelson, 1978; Vygotski; 1979; Elkonin, 1980) confirman que los juegos activan las relaciones humanas y confieren sentido a los actos sociales que en apariencia no expresan algún sentido lúdico. El juego, más que un componente adicional e inofensivo, debe apreciarse como una dimensión de la conciencia que anima todas las dinámicas sociales. Ante esto, la esencia del juego, las emociones que despierta y la imaginación se incluyen en la vida social haciéndose manifiestas en unas actividades más que otras.

Detrás de la aparente ficción que despliegan los seres humanos en el juego operan singulares fuerzas creadoras que resultan modeladoras tanto del comportamiento individual, como del modo de vida gregario. Por este motivo, Huitzinga (2016: 18) afirma que “el juego es una actividad llena de sentido social”, y nuestras interacciones, en el fondo, son guiadas y estimuladas por ingredientes lúdicos.

Si bien todo juego propicia situaciones simuladas, también ofrece, a los participantes, la oportunidad de exponer capacidades y destrezas a otros. Jugar, en consecuencia, configura el modo particular en que cada jugador opera y ensaya sus estrategias para dominar la escena y obtener los resultados deseados.

El juego acompaña la existencia humana en tanto estimula la interacción social. Piaget (2016) fue uno de los primeros científicos en estudiar la manera como el juego involucra la imaginación simbólica del niño y favorece el desarrollo del ser humano desde sus etapas tempranas. Las investigaciones sobre el origen del comportamiento lúdico en el ser humano han revelado, desde la fisiología, que el jugueteo aparece en la vida intrauterina como intercambio de estímulos. El feto humano, al contar con un sistema nervioso bien conformado, siete meses después de habitar el útero, comienza a moverse en él, al tiempo que recibe respuestas provenientes de las capas celulares uterinas (Cabanyes, 2014). De esta forma nace la relación interactiva de contacto entre el nuevo ser y su entorno involucrando otro ser humano.

De acuerdo con Roger Caillois: “el juego es por sobre todo; una actividad libre, incierta, separada, improductiva y ficticia” (citado en Unesco, 1980: 6) a través de la cual el individuo descubre de manera gradual sus posibilidades de actuar sobre algo distinto a sí mismo. Los seres humanos se desarrollan dando muestras de su voluntad y paulatino empoderamiento (Nietzsche, 2006).

El juego como intercambio de estímulos, evidente en la etapa infantil, se hace presente en la vida adulta adquiriendo formas más elaboradas y diversas. Los ingredientes lúdicos se incluyen explicita o veladamente en los eventos de convivencia y competencia social, alternando ingredientes tácticos, liberadores y especulativos. Por medio de la imaginación, los seres humanos instauran ficciones intersubjetivas que inducen a los colectivos hacia formas de colaboración flexible (Harari, 2018). En condiciones de juego, y por ensayo y error, los actores involucrados adquieren nuevos dominios a la vez que muestran sus capacidades y destrezas. Jugar implica recrear y “como tal el juego –incluso con lo imprevisto de la improvisación– se hace en principio repetible y por tanto permanente. Le confiere el carácter de obra, de ergon, no sólo de enérgeia” (Gadamer, 2012: 154).

El juego, sea como realización de actos en solitario o en compañía de otros seres, modifica el acontecer social. Jugar activa a los sujetos y su medio, el mundo cambia y se desequilibra debido a que las acciones y reacciones que desafían el orden establecido. Cada nueva situación origina oposiciones y forcejeos entre los jugadores. Mediante el juego los sujetos involucrados desafían las capacidades de sus adversarios. Jugar agita las energías humanas y las emplaza hacia una realización circunstancial con propósitos diversos y variados grados de intensidad. Aquellos que juegan verdaderamente se dejan llevar por el juego y al hacerlo se identifican con la actividad que realizan. Por esta razón Gadamer (2012: 147) advierte: “el verdadero sujeto del juego no es con toda evidencia la subjetividad del que, entre otras actividades, desempeña también la de jugar, sino que el sujeto es más bien el juego mismo”.

La mayoría de la gente piensa, erróneamente, que jugar es exclusivo de niños y, por ello, en una sociedad como la nuestra, sólo a los más pequeños se les autoriza a ensayar mundos imaginarios. Sin embargo, al observar con mayor detalle el fenómeno del juego, se descubre que los infantes, la mayoría de las veces, remedan la conducta de los adultos. Los pequeños hacen parodias de lo que han visto hacer a sus mayores, reproducen situaciones ajenas, especulan, se retan y divierten. Jugar les permite interactuar, relacionarse y adaptarse al mundo sin apego a formalismos (Jover et al., 2018).

A diferencia de la perspectiva infantil del juego, los adultos no deben perder el tiempo, dado que su contribución social exige, por sobre cualquier motivación personal, acciones productivas que resulten benéficas a la sociedad. En el mundo laboral de los adultos el tiempo apremia, por lo que el deseo de jugar debe ceñirse a los deportes y entretenimientos que ofrezca el tiempo libre y que fortalezcan la parte física y anímica del trabajador; de no ser así, la inclinación por jugar, en horas hábiles, suele considerarse acción maniaca e inútil.

En contextos instituidos se acepta, sin reproche, que determinados lapsos y circunstancias sean propicios para jugar. Tal visión, en el fondo, no concede suficiente importancia a las fuerzas liberadoras y creativas del juego, mismas que se encuentran asociadas con las capacidades humanas que expanden los horizontes de realización de la vida humana.

Al observar con mayor detalle el juego infantil, se descubre que los niños suelen abandonar la ficción al experimentar aburrimiento. En ocasiones, la sensación de fastidio los motiva a cambiar de actividad por un lapso breve, cambiar de estímulos y retornar al mismo con nuevos bríos. Dicha conducta hace suponer que su juego no termina por completo, o bien que permanece latente, sin afectar otras actividades.

Desde la antigüedad, las artes escénicas nos han mostrado que la representación teatral despliega juegos y para tal finalidad crean ambientes propicios; “escenario donde cada uno desempeña su papel” (Huizinga, 2016: 20). Cada uno de los actores, al asumir su papel, participan de la trama que lo involucra. En su actuación desempeñan tantos roles como de juegos son necesarios para fortalecer su personaje y cometido.

Así, la perspectiva de juego, como ingrediente constitutivo de las actividades humanas, permite explorar las motivaciones y conductas que determinan las interacciones sociales. Al asumir la premisa del juego implícito en la vida social se advierten los mecanismos por medio de los cuales los actores asumen tareas y actitudes específicas de acuerdo con las circunstancias que se les presentan.

Los ciudadanos en su vida cotidiana, afirmamos, juegan, a veces solos y otras acompañados. Juegan en la escuela, en el trabajo, en el espacio público, en los rituales religiosos o en sus asuntos amorosos; en todo lugar accionan y reaccionan con ingredientes de ficción a las situaciones que presuponen formales. Gracias a esta capacidad liberan sus energías y asumen el desafío de lidiar con sus adversarios. Aunque los juegos resultan sencillos e inocentes en sus albores, conforme pasa el tiempo se encubren y complican requiriendo de los participantes mayores destrezas y formalidad.

Debido a los múltiples juegos implicados con la vida social, se requieren habilidades diversas que pocos lograrán desarrollar a buen nivel, motivo por el cual los resultados obtenidos, por la mayoría, serán disímiles. Luego entonces el principal desafío impuesto por la vida social contemporánea radica en lidiar con juegos simultáneos y salir victorioso de todos los escenarios lúdicos que acompañan la agenda cotidiana. Al concebir la sociedad como arena de juegos, ámbito donde los individuos y grupos compiten y despliegan sus tácticas, podríamos clasificar las operaciones lúdicas en tres vertientes principales.

La primera variante está asociada a los juegos informales o especulativos cuyas principales finalidades se reducen a consumir el tiempo, divertirse, especular, socializarse y distraerse. Aquí corresponden los entretenimientos, que no pretenden más que desplegar movimientos propios o rozar las fuerzas con otros sin nada que ganar o perder.

La segunda variante corresponde a los juegos competitivos que demandan preparación y suficiente dominio según las exigencias de cada justa, sean de categoría amateur o profesional. Cabe advertir que los juegos de competencia imponen mayores desafíos motivo por el cual, en el plano social, fomentan una rivalidad creciente, así como el desarrollo de nuevas capacidades y mejores estrategias. El juego competitivo, hoy en día asociado al deporte de alto rendimiento, involucra ajustarse también a las reglas impuestas por sus promotores. De ahí que, con o sin arbitraje de por medio, los individuos se encuentren obligados a reconocer los límites del juego que legitiman la victoria de los ganadores. Por esta razón, la ética del juego competitivo confiere honorabilidad a los jugadores que participan de la contienda.

Al tercer modo de interacción lúdica le hemos denominado juego sucio y corresponde a las acciones que, de manera deliberada, violentan las reglas establecidas del juego y exhiben sinfín de conductas deshonestas. Tales conductas resultan perjudiciales y nocivas para las relaciones humanas; su práctica reiterada origina daños severos al tejido social, destruye vínculos interpersonales y pervierte las energías involucradas. Bajo el axioma de “todo vale”, lo que al inicio aparenta ser un jugueteo se transforma en una campal de agresiones y perjuicios. La frase de que “el fin justifica los medios” guía las acciones nefastas encaminadas a ganar a cualquier precio, incluso a pesar de que todos los jugadores resulten perjudicados.

Desde nuestra perspectiva las tres variantes del juego se encuentran presentes en la vida social manifestándose con mayor o menor intensidad en diversos ámbitos. Los propósitos y actividades imperantes en la escena social favorecen el establecimiento de múltiples juegos que involucran, consciente o inconscientemente, a todos los ciudadanos. De esta forma, los factores de tiempo y espacio inciden en sobre la dinámica cultural y modelan el sentido lúdico del grupo.

En las sociedades preindustriales, donde la vida se encontraba atada a las actividades de subsistencia, los individuos mantenían fijos sus roles (Kautsky, 2015), los juegos resultaban reiterativos, escasos y simples. Contrario a esto, la sociedad urbana, industrial y global (Giddens, 2000) multiplica las actividades sociales, fragmenta y dispersa la vida humana e instaura, en el ámbito interpersonal, un amplio espectro de roles asociados a juegos inciertos e incompatibles. Por cada actividad emprendida, los sujetos ingresan a un tipo de juego que habrá de requerirles mejores actuaciones y desempeños en donde pronto descubrirán la presencia y tácticas de jugadores que pueden o no conceder mayores o menores oportunidades de éxito a sus adversarios.

En la actualidad, las dinámicas sociales fragmentan y subyugan buena parte de las expectativas ciudadanas. Las agendas, según el estrato social al que se pertenece, se saturan de quehaceres y juegos que reclamarán de suficiente energía personal. De este modo, la extensa gama de asuntos domésticos, culturales, políticos y económicos ciñe la voluntad y vitalidad de los jugadores a tal grado que a mayor número de roles adquiridos se incrementa la complejidad de los juegos y disminuye la posibilidad de tener éxito en su mayoría.

El juego social emerge de la suma de voluntades orientadas al intercambio de estímulos y obtención de beneficios materiales y anímicos; las expectativas declinan justo cuando los motivos que incitaron a la acción son, por efecto de algún actor o circunstancia, anulados y los esfuerzos resultan infructuosos. Jugar sin posibilidad alguna de triunfo tarde o temprano provocara frustración y hastío, más aún cuando el poderío de algunos jugadores aparta el interés propio de continuar jugando.

3. La importancia de las reglas y componentes del juego

Como bien sabemos todo juego colectivo implica actividades ceñidas a reglas. Las reglas conocidas por los jugadores establecen límites a sus decisiones y conductas. El juego puede desarrollarse con normalidad y en el lapso de tiempo convenido, siempre que las acciones producidas no contravengan las expectativas del conjunto de jugadores o se violen deliberadamente las reglas acordadas con antelación.

La partida demanda configurar el mejor escenario de contienda posible, dado que al hacerlo se establece el “campo donde rigen determinadas reglas que propician un orden” (Huizinga, 2016: 28) y garantizan la interacción. El valor de las reglas radica en garantizar las condiciones sociales que permitan consumar los propósitos del encuentro. Sin reglas claras que orienten las acciones de los participantes, tarde que temprano el juego derivará en caos.

Las reglas no sólo estructuran las conductas, sino que también fortalecen la voluntad y las expectativas de los sujetos involucrados. Los estatutos vigentes implantan los modelos de socialización que configuran la mentalidad de los individuos, su manera de operar y de relacionarse con otros. En virtud de esto, las reglas determinan las posibilidades de acción individual frente al conjunto y los fines reconocidos por los participantes. Las disposiciones instituidas confieren significados y sentidos a las iniciativas tanto individuales como grupales. Al acatar las reglas los jugadores realizan su ficción y salvaguardan sus intereses.

En algunos juegos, en especial los que suscitan acciones expeditas y polémicas, las normas ameritan arbitrajes externos. La figura del árbitro emerge como el invitado que puede hacer valer las reglas durante el juego. Con sólido criterio y pericia el árbitro resuelve las principales controversias que suscita la dinámica lúdica. Los árbitros, en tanto guardianes del juego, requieren mostrar a los presentes objetividad, honestidad y prudencia en sus veredictos. Del correcto y eficiente arbitraje pende, en todo momento, el orden y los resultados de la contienda y por ello son requisitos codiciados por los jugadores (Prat et al., 2013).

Las reglas inciden sobre los formatos de avenencia social que enlazan voluntades y propician acciones de colaboración, oposición o rivalidad. La normatividad induce a los participantes a esforzarse durante el juego y conferir significado al encuentro hasta su desenlace. El juego, en este sentido, opera como vía de encuentro entre intenciones, sentidos, capacidades y posibilidades de elección.

Desde la analogía del juego, las experiencias sociales son impactadas por el conjunto de reglas que son asumidas por los participantes y que inciden en los formatos de acompañamiento. A partir del conjunto de normas asentidas, el juego exhibe la empatía y tolerancia que priva entre los participantes. La conformidad con las reglas confiere reconocimiento a los adversarios, hecho que alienta el interés de todos por continuar inmersos en la misma actividad. Es así como jugar constituye el hecho social que propicia la convergencia de fuerzas y proyectos que hacen posible el acontecer en comunidad (Rossi, 2014).

Bajo el principio de equidad, el propósito de las reglas reside en garantizar igualdad de condiciones a los jugadores haciéndolos suponer una contienda justa, con amplias oportunidades de triunfo y con suficiente sentido para la vida social. En este punto, la analogía del juego nos lleva a señalar la crudeza del capitalismo global como escenario en el cual se acepta y justifica la competencia desigual, excluyendo a muchos jugadores de los beneficios del sistema. En el juego de la globalización “la realidad es que la desigualdad de capital es mucho más doméstica que internacional: enfrenta más a los ricos y a los pobres en el seno de cada país que a los países entre sí” (Piketty, 2014: 59).

4. Juegos limpios e indecorosos

Sin duda, la perspectiva del juego aplica en ámbitos de la vida social donde la competencia entre actores provoca irremediablemente ganadores y perdedores. La analogía lúdica resulta útil para comprender la coexistencia de juegos simultáneos en donde los participantes deben optar por concentrar sus esfuerzos en algunos eventos y rivalizar con vigorosos antagonistas.

Las situaciones de competencia, sea en categoría individual o grupal, se concretan en las circunstancias que permiten a los competidores obtener mayores ventajas y conquistar aquello que socialmente se considera valioso. Mientras la acción se mantiene inscrita en el orden dispuesto, los participantes pueden llevar sus habilidades al límite en favor de su cometido, que en la mayoría de las veces consiste en derrotar a los mejores adversarios.

Una intensa preparación y el esbozo de estrategias de acción representan los recursos lícitos de los buenos jugadores. Sin embargo, durante el juego también resulta válida la estrategia de confundir la percepción de los contrincantes al hacerlos suponer jugadas que a la postre no serán llevadas a cabo como presuponían. Ser diestro en el juego involucra sin duda alguna la posibilidad de engañar al adversario con maniobras y reglas no escritas.

Por lo regular, las acciones que contravienen las reglas traducen el juego en un acto vulnerable. Al imperar los actos deshonestos que exhiben conductas lesivas, los atractivos del juego se desvanecen y el ánimo colectivo decae. Por tal motivo, los analistas aseguran que la línea entre el engaño táctico y la violación de las normas resulta por demás difusa.

La historia de los deportes, así como de los juegos de azar, está llena de ejemplos obscenos. El desacato deliberado a las normas es cuestionado por las mayorías, aunque algunas veces, por motivos debatibles, el abuso y la acción fraudulenta se han validado e incluso exaltado en un clima de publicidad y fanatismos. Al respecto, cabe recordar el gol anotado con la mano de Diego Armando Maradona en el mundial de 1986 que, más allá de la maniobra anecdótica y el simbolismo de revancha por el agravio militar en las Malvinas (1982), permitió a la selección de Argentina aventajar a Inglaterra en un partido de cuartos de final. Un suceso contrario a las reglas en un deporte que no permite el uso de las manos, y efectuado por una de las figuras más destacada del futbol mundial, pasaría a la historia del deporte bajo el irreverente eufemismo de la mano de Dios.

En los hechos, cada juego desafía las capacidades y destrezas de los jugadores, como las virtudes éticas que involucran su integridad. La ética lúdica implica respeto hacia los oponentes, actitud que enaltece su esfuerzo e interés por llevar a efecto la contienda. En el juego se expresan los valores y sentidos sociales que sustentan toda convivencia social. De acuerdo con esto, la violación accidental de las reglas, que acontece en momentos de ofuscación, puede tolerarse mientras tal irregularidad difiera del acto mal intencionado orientado a dañar al oponente en turno.

El juego limpio reafirma la creencia del grupo en el valor social de los encuentros que presuponen competencias justas, incluso más allá de los resultados obtenidos (Torregrosa, 2004). El juego sucio, por el contrario, amenaza la razón de ser de las contiendas que atentan contra la dignidad de los participantes y destruye la confianza de los colectivos de participar en tales eventos.

Las acciones deshonestas invalidan el triunfo obtenido por dicha vía. El juego sucio, utilizado por personajes funestos, perturba el orden social y extingue el deseo de continuar involucrando en dicha escena. La inteligencia delictiva o trasgresora de las normas requiere, no pocas veces, de cómplices que posibiliten consumar su ardid; por tal motivo, el juego sucio también corrompe a las autoridades e incluso a los adversarios. En 1919, varios jugadores del equipo de los Medias Blancas de Chicago durante la serie mundial de béisbol, con antelación al partido, pactaron, en secreto, su derrota a cambio de altas sumas de dinero. Las prácticas funestas propician reproches entre quienes valoran el talento, la integridad y destreza de los jugadores dentro, y no fuera, de las normas establecidas.

En los tiempos actuales la presencia del juego sucio se ha convertido en una tarea propia de analistas interesados en mantener la credibilidad de las masas en el arte del bien jugar. Las confesiones de algunos infractores, como Lance Armstrong, en el Tour de Francia, rescatan la confianza de los públicos críticos y los buenos competidores en la neutralidad de las contiendas.

Jugar y triunfar pulcramente demanda habilidades y estrategias adecuadas. Poseer tales recursos en el mundo deportivo constituye la mayor virtud de los jugadores prestigiados. Las mejores capacidades físicas, anímicas e intelectuales distinguen a los triunfadores, quienes al desempeñarse de forma magistral en su campo inspiran la vida de muchos seguidores.

En efecto, los mejores jugadores de la historia contemporánea recibieron el legado de figuras extraordinarias en su disciplina y existen linajes fundados en el talento de los agrupamientos que cultivan de manera impecable los mejores valores y tácticas del juego por generaciones. Sin embargo, las cualidades superiores no resultan comunes a todos los individuos y los máximos logros resultan inalcanzables para la mayoría a pesar de los esfuerzos invertidos en tal empresa.

Ante la falta de talento y derivado de la presión social que provoca el triunfo de los más habilidosos, los jugadores menos aptos y tolerantes a la frustración se ven tentados a emplear tácticas funestas, que los sitúan en la frontera de las reglas con miras a transgredirlas en el momento que les resulte oportuno. Dichas prácticas representan una opción compensatoria mediante la cual el jugador puede suplir la carencia de virtudes por medio de actos de fuerza y astucia que le permitan aventajar al resto de los contrincantes. Lo anterior no significa que los jugadores más habilidosos eviten hacer trampa en el juego, sino que tales casos supondrían un abuso desmedido. Jugar sucio en todo caso anuncia la predisposición a violentar el juego, malversar el triunfo y arruinar la escena social. Huizinga (2016: 30) señala “el jugador que infringe las reglas o se sustrae a ellas es un aguafiestas […] deshace el mundo mágico y por eso es un cobarde”.

5. La economía de libre mercado y la noción de juego

La era global ceñida a la libre competencia ha convertido las relaciones humanas en un menú de transacciones. Bauman (2004: 106) considera que “la formación que brinda la sociedad contemporánea a sus miembros está dictada, ante todo, por el deber de cumplir la función de consumidor”. En tal sentido, los sujetos supeditan continuamente sus decisiones tanto laborales como cotidianas al juego económico que más favorezca la rentabilidad de sus capitales.

Aunque parezca extraño afirmar que el libre mercado despliega el gran juego en el que todas las sociedades se ven involucradas, la analogía esgrimida permite dar cuenta del estado de competencia existente entre los principales actores (players). Los jugadores al encontrarse inmersos en condiciones de libre mercado se ven obligados a sobrevivir y para tal efecto operan tácticamente en sus entornos inmediatos, deseosos de obtener los mayores premios que el sistema económico pueda otorgarles (winner players).

En realidad, el juego capitalista no resulta simple, menos aún opcional y divertido. Participar en el mercado global requiere suficientes recursos y talentos que no son accesibles para la mayoría (O’Hara, 2007). Hasta el momento la globalización capitalista avanza en el planeta como la única alternativa de desarrollo económico posible. Ella expande sus dominios en todas direcciones y subordina las más disímiles tareas al mandato de obtener la mayor rentabilidad posible. La lógica capitalista copta todos los espacios de actuación imponiendo a la vida cotidiana sus reglas fundamentales; el mejor negocio no puede ser otro que el más redituable y el consumo ilimitado confirma el éxito social.

Ante la hegemonía que en el mundo actual ejerce el capitalismo, la gente ajusta apaciblemente sus actividades a los dictados del sistema económico. Sin percatarse de lo que sucede en realidad, los individuos y grupos imprimen el sello del negocio redituable a sus actos, no hacerlo resultaría irracional y riesgoso. De esta manera, la mayoría de los inversionistas reconocen que los juegos capitalistas ofrecen amplios dividendos, más aún cuando se juega sagazmente y se logra despojar a otros de sus riquezas.

El capitalismo promete los máximos peculios a los jugadores más hábiles. Por tal efecto, los tableros de negocio motivan a los más activos a incrementar sus patrimonios. El juego capitalista desplaza a los competidores que resultan débiles o que se rezagan en sus estrategias. Al final de la partida sólo algunos podrán obtener beneficios perdurables, mientras que la mayoría terminará siendo excluida del juego (Brabois, 2013).

La aparente ficción del juego limpio dentro del capitalismo, al paso del tiempo se diluye y el sistema económico exhibe su acritud. Los jugadores perjudicados son obligados a cambiar de juego y algunos dejarán de jugar definitivamente. El juego capitalista, aun siendo sádico, resulta placentero para los ganadores. Los sectores afectados, por el contrario, lamentarán por siempre su fracaso. El libre mercado enseña a los jugadores que no todos están capacitados para ganar, al tiempo que encubre las evidencias del triunfo de quienes provocan la amargura de muchos.

El libre mercado expande el juego capitalista en un mundo que precisa de empresas, sectores y países ganadores. Las alianzas transterritoriales de grupos hegemónicos y afines se fortalecen, en la medida que las negociaciones garantizan mayores dividendos a los inversores. Pata tal efecto las corporaciones impulsan audaces planes de negocio encaminados a obtener amplios márgenes de ganancia en periodos breves, circunstancia que garantiza su victoria sobre los competidores cercanos.

6. El juego sucio asedia

Aunque todo juego suponga actividades sujetas a reglas, es común que en su desarrollo ocurran situaciones anómalas e inéditas, algunas incluso violentas y confusas incluso para los jugadores más experimentados.

Si bien la historia universal da cuenta de juegos extremos y mortales, contiendas donde incluso la vida constituye la principal apuesta –como la llamada “ruleta rusa” que involucra un arma de fuego, azar y tentativa de suicidio– la mayoría de los jugadores renuncian a participar en ese tipo de experiencias. Ante el cuestionamiento de si los juegos sangrientos forman parte de la realidad que alimenta la vida social en América Latina, es posible señalar eventos coligados con el pavor que produce la delincuencia organizada. De acuerdo con Huizinga (2016: 315), el juego también “puede ser cruel y sangriento por lo que a menudo se juega con trampa”.

En las últimas décadas la globalización ha modificado en un modo drástico las perspectivas de desarrollo en sociedades como las de América Latina. En la actualidad la región se ubica entre las más desiguales del mundo (Amarante et al., 2016). A pesar de los esfuerzos encaminados a favorecer la integración mundial, los países de centro y sudamérica continúan desempeñando un papel secundario en la economía global sea como maquiladores y/o proveedores de materias primas.

Por tanto las actividades laborales preponderantes en buena parte de América Latina se mantienen dependientes de los grandes centros financieros y tecno-polos mundiales, ámbitos donde se definen las directrices del mercado global y la participación de las naciones desarrolladas, sectores y segmentos sociales dominantes en el gran juego capitalista.

Aunque el libre mercado sea considerado como el encuentro de oferentes y demandantes que dan lugar a escenarios de intercambio bajo reglas que protegen los intereses de la mayoría (Paz, 2005), en condiciones globales, poco reguladas, los intercambios se realizan de manera inequitativa, implicando desigualdades entre los actores sociales (Kristjanpoller y Contreras, 2017).

Las medidas establecidas por organismos supranacionales, como la OCDE y la OMC, pretenderían que los jugadores participaran del libre mercado con reglas claras; sin embargo, en el mundo de los negocios no existe moral que valga ante el imperio de los intereses monetarios. El capitalismo global incentiva la lucha salarial entre empresarios y trabajadores, la arena mundial permanece colmada de apuestas y tácticas sorpresivas. En condiciones de libre competencia no únicamente los capitales se encuentran en riesgo, sino también los empleos y las posibilidades de sobrevivir en un campo atestado de antagonistas. Inmersos en peligrosos juegos habrá pocos ganadores dada la excesiva concentración de riquezas que prevalece en la región (Rohner, 2018).

Debido al rigor del libre mercado la tensión entre sectores sociales nunca cesa, por el contrario, se incrementa propiciando daños colaterales a los jugadores más débiles o menos capacitados para enfrentar la situación económica global. La penosa escena se disfraza con medios publicitarios dedicados a enaltecer las fantasías del triunfo posible y el afán de consumo desmedido entre los jugadores convocados.

En los hechos el mercado capitalista forja egos exaltados, orientados a privilegiar el beneficio particular sobre el bienestar general. Los juegos lucrativos e inmediatistas obligan a los jugadores a rivalizar y buscar ventajas económicas sobre sus oponentes a cualquier precio, sin importar los riesgos implícitos en sus movimientos. Como consecuencia, las relaciones sociales se impregnan de intereses excluyentes que cosifican a las personas y deterioran las relaciones humanas, al grado de preferir un sistema mercantil que extender los vínculos solidarios.

América Latina, desde finales del siglo XX, ha sido sacudida por oleadas globales encaminadas a privatizar funciones y servicios públicos rentables. La apertura de fronteras y la exigencia de facilidades para los capitales extranjeros continúan expandiendo el juego capitalista en las entrañas de los viejos regímenes. Los embates capitalistas foráneos, al someter las organizaciones y actores locales, acentúan las diferencias sociales y debilitan las identidades gregarias.

Entre las naciones que abrazaron con vehemencia a finales del siglo XX la globalización en América Latina destacan Chile y México. Algunas muestras de resistencia interna como el movimiento estudiantil opositor a la privatización de la educación en Santiago de Chile y el levantamiento del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) en Chiapas, los gobiernos lograron ajustar las estructuras políticas, económicas y culturales al formato de globalidad impuesto por la OMC y la OCDE (Duque, 2007; Terrones, 2011).

Del juego económico liberal impuesto deriva también el juego político contra-capitalista latinoamericano que ha venido reagrupado los sectores de la izquierda en una versión populista que se hace notar en países como El Salvador, Nicaragua, Bolivia, Cuba, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Argentina y México (Stoessel, 2014). Con diversas orientaciones se cuestiona y contrataca la globalización capitalista impulsando modelos socializantes y estatistas que, a través de planteamientos ideológicos, programas asistenciales y reformas jurídicas, pretenden condicionar la actuación de los capitalistas locales y extranjeros (Zanatta, 2008).

En realidad el fenómeno de la globalización impulsa la fusión de capitales nacionales e internacionales que generan juegos desfavorables para los gobiernos centrales y los sectores populares. En respuesta, los grupos políticos de izquierda contra atacan impulsando esquemas proteccionistas o bien que amparan a pequeñas unidades productivas. Líderes políticos como Hugo Chávez, Evo Morales, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, José Mujica y el matrimonio Kirchner, en su momento, ensayaron fórmulas económicas contestatarias a la globalización que, debido a las grandes presiones financieras, errores administrativos y difusión de falsas expectativas anularon los mejores proyectos y las perspectivas de igualdad social que decían impulsar (Beverley, 2019).

El intento por introducir juegos alternos a la globalización, desde las instancias gubernamentales, ha terminado por pauperizar amplias capas sociales y acrecentar las medidas de resarcimiento de las fracciones liberales, como lo muestra el caso brasileño. En territorio carioca altos funcionarios y grandes empresarios fueron señalados como actores responsables de la malversación de fondos públicos y del manejo de negocios turbios envueltos en redes de corrupción, como lo demuestra el reporte final de la operación Lava Jato (2014-2016), en donde resultaron implicados tanto grandes empresarios como altos funcionarios, diputados, senadores y magistrados. Bajo las reglas impuestas por la economía liberal, irónicamente los esquemas alternos también son catalogados de juego sucio al rebelarse contra la supremacía del libre mercado.

Prospectiva en torno al juego sucio

En los últimos años, y de acuerdo con diversos informes elaborados por agencias internacionales especializadas en la materia, como Transparencia Internacional, Alianza Anticorrupción de la UNCAC y la GOPAC (2016), las naciones latinoamericanas (cuadro 2), pese a las reformas legislativas, políticas asistenciales, denuncias y procesos legales emprendidos, continúan siendo clasificadas como altamente corruptas y desiguales (Pring, 2017).

Debido al deterioro de su imagen y baja credibilidad social, algunos gobiernos han impulsado acciones diversas para contener la corrupción y evitar la impunidad de los infractores. Desde la analogía propuesta, urge a las naciones desarrolladas prohibir el juego sucio en el mundo a fin de garantizar el adecuado funcionamiento de la economía global. En consonancia con la legalidad requerida han surgido contralorías, fiscalías, observatorios e instancias de inspección para mantener la credibilidad en las gerencias públicas. Como resultado de ello numerosos y connotados personajes políticos han sido consignados o inhabilitados de sus funciones administrativas.

A pesar de que América Latina avanza lentamente en materia de transparencia y rendición de cuentas, la dinámica del libre mercado continúa concentrando las riquezas y patrimonios en pocas manos al mismo tiempo que los grandes capitales incrementan sus dominios, provocando despojos y rivalidad entre los jugadores. Ante la inclemente realidad que configura el libre mercado, el juego sucio representa la alternativa de los individuos y grupos que se niegan a resultar perdedores en la contienda y buscarán aliarse con intereses afines (cuadro 2).

Cuadro 2 Corrupción y desigualdad en América Latina Continental 

País Índice de corrupción Índice de GINI PIB2017 per cápita
Puesto 2018 2017 2016 2015 2015-2018
Uruguay 23 70 70 71 74 -4 0.39 16 245.6
Chile 27 67 67 66 70 -3 0.454 15 346.4
Costa Rica 49 56 59 58 55 1 0.496 11 630.7
Argentina 84 40 39 36 32 8 0.388 14 402.0
Panamá 93 37 37 38 39 -2 0.508 15 087.7
Colombia 100 36 37 37 37 -1 0.511 6 301.6
Perú 102 35 37 35 36 -1 0.488 6 571.9
Brasil 103 35 37 40 38 -3 0.539 9 821.4
El Salvador 104 35 33 36 39 -4 0.399 3 889.3
Ecuador 112 34 32 31 32 2 0.441 6 198.9
Bolivia 128 29 33 33 34 -5 SA/0.453 3 394.0
Honduras 129 29 29 30 31 -2 0.482 2 480.1
Paraguay 131 29 29 30 27 2 0.503 4 365.5
México 134 28 29 30 35 -7 0.504 8 902.8
Guatemala 140 27 28 28 28 -1 SA/0.535 4 471.0
Nicaragua 149 25 26 26 27 -2 SA/0.495 2 221.8
Venezuela 163 18 18 17 17 1 SA/0.378 N/D

Nota:SA = sin actualización. N/D = no existe dato.

Fuente: Global Corruption Report: 2015-2018. Transparencia Internacional ONG. Alemania. Panorama social de America Latina 2018 CEPAL. America Latina en cifras: 2018. / FAES/ España.

Los escándalos mediáticos en torno a los actos y redes de corrupción globales, más que inhibir el juego sucio, previenen a los jugadores más audaces en sus estrategias y operaciones. Por ello, las nuevas formas de perpetrar los delitos y extender la corrupción, en particular vinculada con temas de narcotráfico, continúan despertando entre la población curiosidad y morbo.

Para muchos analistas “los efectos dañinos de la globalización sin control” (Flores, 2016: 40) perjudican amplios sectores sociales. Crece entonces el estado de frustración y deseo de venganza en contra del modelo liberal capitalizado por los líderes populistas. Los entornos económicos en disputa elevan la tensión social, corrompen a las autoridades y debilitan las reglas institucionales. Contrario a esta visión que los jugadores y sectores triunfantes exaltan las bondades del modelo económico global, el caso chileno da muestras sobradas de su dualidad (Rehbein, 2019).

Erradicar las prácticas corruptas que hace posible el libre mercado no parece factible para nación alguna, más aún cuando la lógica de rentabilidad del sistema capitalista incita, permanentemente, a la competencia y acumulación de mayores capitales. La oportunidad de apropiarse de las riquezas globales continúa siendo atractiva para aquellos jugadores deseosos de arruinar a sus competidores más cercanos. El juego sucio, cabe decirlo, no es privativo de los actores económicos y políticos latinoamericanos que con mayor frecuencia emergen, en diversas latitudes, personajes y grupos deshonestos deseosos de incrementar su patrimonio.

Es difícil asumir que leyes y penas más severas puedan desalentar el juego sucio a nivel global, más aún tomando en cuenta la cantidad de individuos que resultan excluidos de los beneficios del sistema económico imperante. La ambición que generan las estructuras sociales ligadas al libre mercado induce al juego sucio y la articulación de comportamientos inicuos.

Eliminar el juego sucio en América Latina obliga a replantear el papel del libre mercado en el desarrollo regional, como aconteció en algunos países de la Unión Europea. Hasta que no logremos moderar los efectos perniciosos del sistema económico sobre el tejido social será posible fortalecer los vínculos y valores gregarios en el ámbito local contribuyendo a la conformación de ciudadanías empáticas y gobiernos íntegros, factores indefectibles de la conciencia solidaria.

Muchos segmentos sociales se encuentran hoy cegados por los extraordinarios caudales que les proporciona el juego sucio, sea a nivel local o global, individuos que no advierten que jugando de manera deshonesta todos terminan perdiendo. La violencia que impera en el juego inicuo deshumaniza a los jugadores hasta hacerles perder el sentido del juego. El incremento desmedido de jugadores perversos destruye el tejido social y su naturaleza humana; por ello, más valdría renunciar al deseo de jugar o bien hacerlo bajo otras circunstancias.

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Recibido: 15 de Enero de 2020; Aprobado: 04 de Marzo de 2021

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