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Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades

versión On-line ISSN 2007-9176versión impresa ISSN 0185-4259

Iztapalapa. Rev. cienc. soc. humanid. vol.44 no.94 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 17-Mar-2023

https://doi.org/10.28928/ri/942023/rl2/zapataaburtoh 

Reseñas de libros

Frida Gorbach, 2020, Histeria e historia. Un relato sobre el siglo XIX mexicano. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 237 págs. ISBN: 978-607-28-1831-6

Héctor Zapata Aburto1 
http://orcid.org/0000-0003-1036-3705

1Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, Ciudad de México rzapata@correo.xoc.uam.mx, arrerges@gmail.com

Gorbach, Frida. 2020. Histeria e historia. Un relato sobre el siglo XIX mexicano. ., México: Universidad Autónoma Metropolitana, 237p. ISBN: 978-607-28-1831-6.


Si hubiera que elegir un significante que por sí mismo fuera capaz de evocar la idea de una “anomalía” en el comportamiento humano, que trazara una línea continua, aunque llena de mutaciones, en los parajes epocales de la locura, ese significante sería la histeria. Su persistencia en el tiempo no deja lugar a dudas al respecto. Desde las primeras formulaciones elaboradas por Hipócrates y Galeno como mal ubicada en el útero, hasta su consumación como padecimiento psíquico a través del psicoanálisis, la histeria ha representado una continuidad como significante que ha sido capaz de fraguar innumerables paisajes de sentido. En este marco, la vastedad a propósito de lo que se ha escrito y dicho sobre la histeria se antoja abrumadora, y la posibilidad de enunciar algo absolutamente inédito, inalcanzable. Es así como el desafío que implica escribir sobre la histeria no resulta menor. El libro de Frida Gorbach Histeria e historia tiene que ver con tal desafío. Para ello, la autora elige como trinchera analítica a los médicos mexicanos que escribieron sobre la histeria durante finales del siglo XIX.

A través de los siete capítulos de los que consta el libro, Gorbach renuncia al deslumbramiento de una originalidad que la propia temática elegida torna imposible en pos del rigor teórico e interpretativo. Asume y reconoce parte de aquello que antecede a su objeto de escritura, para después reformularlo, cuestionarlo o utilizarlo en razón del escrutinio analítico que lleva a cabo. Transita críticamente por certezas historiográficas y de método bajo la marca de una mirada atenta que toma como bandera de batalla el “pretexto” llamado histeria (como ella misma lo llama en un momento dado), todo ello para constituir a la par un relato sobre el siglo XIX mexicano y sobre la histeria que sea capaz de no perder de vista los contornos dentro de los cuales la propia inteligibilidad de la autora se desliza.

La intención de Gorbach es de suma instancia, es elaborar un relato histórico que en su propio desarrollo lleve inscrita la posibilidad de reflexionar sobre el lugar desde el cual se han escrito y se siguen escribiendo ciertas historias sobre la histeria. Ella misma lo pone en los siguientes términos: “sigo los mecanismos de la memoria y recupero el pasado en función de las preguntas teóricas que me hago en el presente” (p. 19).

Lo primero que encuentra Gorbach, y que resalta en el capítulo I, titulado “El lugar de esta historia”, es un archivo sobre la histeria que destaca por su pequeñez, sobre todo cuando se compara con la producción de la psiquiatría europea. Los médicos mexicanos de aquella época no parecen haber estado muy interesados en escribir sobre la histeria. Por otro lado, lo que llegaron a escribir se erige bajo un halo de retraso al compararlo con las formulaciones de los médicos europeos, sobre todo de los franceses. De este modo, la histeria como objeto de saber aparece desdibujada y se vuelve casi espectral en la distancia que separa la modernidad europea de la mexicana.

Con este telón de fondo, la autora comienza a hacerse preguntas sobre cómo se configura la geopolítica del conocimiento y desde qué parámetros puede pensarse la particularidad de un saber (la medicina) y de un objeto de estudio (la histeria) que se asumen como universales. ¿Existe una histeria mexicana? ¿Hubo una originalidad en razón de las escrituras de esos médicos mexicanos? ¿O todo lo que pudieron formular sobre la histeria no fue más que una réplica desfasada de aquello que ya se había dicho en el centro europeo? Frente a estas preguntas irrumpen dos posibles campos de respuesta, o se asume un difusionismo epistémico que hace entender que hay un centro que tarde o temprano termina contaminando a las periferias, o se opta por un autoctonismo que decide encerrar la mirada en los párpados de una identidad que se basta a sí misma (en este caso la de la medicina mexicana). Ante estas dos visiones opuestas, Gorbach propone una suplementaria que no se limite a pensar todo desde la idea de una subordinación frente al gran centro europeo, pero que tampoco aprisione la mirada en un localismo a ultranza que provoque que “se pierdan de vista las jerarquías, desigualdades y la violencia epistémica que genera el marco global” (p. 49).

Pero entre las escrituras sentenciosas de los médicos y las voces disolutas de las histéricas, ¿por qué tomar como objeto de estudio a los primeros antes que a las segundas? La autora aclara y problematiza esta decisión en el segundo capítulo,“La histérica y el archivo”. Gorbach reconoce haber tenido en una primera instancia la intención de rescatar las voces de las histéricas. Sin embargo, con lo que se encuentra es con una imposibilidad que la propia naturaleza del archivo le impuso, a saber, la que tiene que ver con el desvanecimiento de esas voces en las escrituras médicas. A partir de este lugar, la autora cuestiona a todos aquellos historiadores mexicanos que en un momento determinado tuvieron la certeza de haber recuperado las voces y los gestos indómitos de sujetos que habitaron lugares como La Castañeda. Según Gorbach, tal certeza lleva la marca de un “olvido epistemológico”, el que tiene que ver con recordar que “el archivo está ligado a una muerte insuperable, a otro periodo, a una experiencia inefable, lo que hace imposible que el conocimiento histórico capte una voz que se perdió en la inmensidad de un pasado por naturaleza ausente” (p. 55).

Pero no solo se trata de la ausencia inherente a cualquier archivo, sino que en este caso también debe tenerse en cuenta la ausencia auspiciada por un saber. Las voces de esas histéricas aparecen entonces transfiguradas en la fría precisión de algún diagnóstico, o en cierto estudio meticuloso destinado a confirmar o corregir alguna etiología. Esto lleva a pensar en la diferencia entre unas escrituras que lograron sostenerse materialmente en el tiempo, y las voces que estas mismas escrituras poseyeron y depuraron, convirtiéndolas así en ecos espectrales de un saber.

En el capítulo III, “Recortes de objeto”, Gorbach reconoce tres tipos de relatos erigidos en razón de la histeria. El primero hace alusión a la antigüedad y está ligado a la histeria como mal femenino ubicado en el útero. El segundo relato corresponde a la Edad Media y tiene que ver con la histeria como posesión demoníaca o mal espiritual. En el tercer relato encontramos la captura que la medicina moderna hace de la histeria como enfermedad nerviosa. Por supuesto, es en el tercero de estos relatos donde se ubican los médicos mexicanos que hablaron de la histeria en el siglo XIX.

Es así como estos médicos voltean a ver el pasado de la histeria bajo la marca de una ingenuidad ya superada. “Si recuperan el pasado es con el propósito de clarificarlo, de re-significarlo en función del presente y de ese modo desvalorizarlo” (p. 81). Los antecedentes que delinean el discurso de un mal como la histeria aparecen cubiertos por la nubosidad propia de un tiempo que fue incapaz de contar con la claridad del presente científico abrazado y ponderado por los médicos mexicanos. Pero en este mismo movimiento ese presente se torna discontinuo y se devela agrietado por un saber médico que jamás se ha definido por una convención y consistencia absolutas. Es ahí donde Gorbach encuentra una particularidad de estos médicos mexicanos, en el momento en el que se resisten a abandonar del todo el marco de inteligibilidad anatómico-fisiológico a razón del cambio de paradigma que ya era un hecho en el centro europeo, y que tendía a borrar las explicaciones organicistas sobre la histeria en pos de la idea de un exterior que enferma los nervios y la mente. La histeria, para estos médicos mexicanos, no debía dejar de tener una ubicación en el cuerpo, su razón de ser obligadamente tendría que llevar una marca orgánica. En el contexto de esta resistencia, ellos no parecieron más que constituir su propia ingenuidad temporal, ligada a un inconsciente histórico prescrito por el lugar que les asignó la geopolítica del conocimiento.

En el capítulo IV,“La distorsión de la imagen”, la autora aborda la relación que la histeria mantiene con la imagen, al menos desde que la primera se consolidó como un objeto de saber, y la segunda asumió la primacía del testimonio a partir de la fotografía. Así pues, la histeria y la fotografía parecieron estar destinadas a habitarse mutuamente “en el momento en el que la observación clínica ya no consigue transfigurar la visibilidad en explicación, cuando el concepto no alcanza y el objeto cae fuera de los marcos categoriales” (p. 96). Gorbach destaca entonces el recurso tan importante que significó para la psiquiatría europea el uso de la fotografía a propósito de las histéricas, y que a la postre generó un banquete icónico en razón de estas mismas (las fotografías de las sesiones de Charcot son un ejemplo notable a este respecto).

En el caso de los médicos mexicanos decimonónicos, lo que Gorbach encuentra es un aparente desdén relacionado con el uso de las imágenes que parece ir en consonancia con el carácter reducido del archivo del que se habla en el capítulo I. En el terreno de esa ausencia, la autora se interesa y retoma a Enrique Aragón, médico mexicano que realizó una tesis para optar por una vacante en psiquiatría y neurología, donde propone una serie de esquemas que definen la “esencia” de los tipos de locura. Se trata de cuadros donde se observan líneas que recorren pequeñas cuadrículas de acuerdo con categorías que habitan los contornos y que intentan medir las características de cada enfermedad mental, las cuales incluyen, entre otras, la manía, la melancolía, la idiotez, la demencia y, por supuesto, la histeria. El esquema de la histeria muestra entonces los trazos más discontinuos si los comparamos con el resto de los esquemas, como si el desorden de estos mismos trazos fuera la traducción, en un lenguaje de líneas, del desconcierto provocado por una enfermedad mental como la histeria; pero también, como si la ambición de esos esquemas intentara, por medio de su abstracción intrínseca, llenar en alguna forma la ausencia de imágenes propia de ese archivo decimonónico y mexicano sobre la histeria.

Si en el capítulo III habla de esta resistencia que mostraron los médicos mexicanos a abandonar el paradigma anatómico-fisiológico, en el capítulo V, “El sujeto y el tiempo”, muestra cómo fue abriéndose camino una nueva forma de comprender la histeria que ya no habitaba más las profundidades del cuerpo, sino que se había diseminado hacia las circunstancias exteriores. Esta nueva forma fue llamada “influencia moral”. Se trataba de: “un enorme recipiente que recoge todos los trastornos sin referencia orgánica, sin materia, todos los síntomas o conductas que no remiten directamente a una lesión material apreciable por los medios conocidos de exploración” (p. 128). Esta explicación, tan novedosa como ambigua, atrae para sí todas aquellas causas que forman parte del exterior inmediato de quienes padecen la histeria, y que puede llegar a incluir casi cualquier experiencia que conlleve algún tipo de intensidad capaz de aprisionar y “enfermar” el mundo de vida, lo cual hace de este último “un mundo distinto al físico, intangible” (p. 129).

La“influencia moral” que los médicos mexicanos asumen para entender la histeria logra constituir la idea de un interior en el sujeto que ya no tiene que ver con la presencia y funciones de los órganos, sino que más bien se aboca a examinar las marcas de vida que proyectan a un sujeto que resulta extraño para sí mismo. La historia personal de este último se vuelve entonces fundamental para entender aquello que lo aqueja a partir del hallazgo del evento, el hábito o la situación que determinó la “desviación mental”. En este marco, surge la figura del médico como aquel que es capaz de reconducir al enfermo nervioso o mental hacia las sendas de la normalidad que abandonó. Para hacer esto, el médico se convierte en una especie de guía o tutor cuya intervención terapéutica consistirá en imponer su voluntad y su palabra sobre el enfermo, de tal modo que este recupere la salud extraviada.

Con todo lo anterior, Gorbach reconoce el alma hegemónica-europea que su relato sobre la histeria ha asumido, y que tiene que ver con el camino que fue de la medicina a la psiquiatría, y posteriormente culminó con el psicoanálisis, en el momento en el que termina por triunfar la idea de un mal mental que es explicado por causas no orgánicas. Por otro lado está el hecho de haber tomado la subjetividad bajo la idea de una interioridad conflictuada, como foco de su análisis, ya que no se debe olvidar que esta idea de subjetividad fue precisamente introducida y diseminada desde el centro europeo. Es así como la autora se pregunta sobre la imposibilidad de construir un pensamiento desde México que lleve la marca de una singularidad absoluta, negando cualquier influencia epistémica exterior. Ante esto, Gorbach opta por colocarse en el lugar de una tensión analítica que permita reconocer los callejones sin salida implicados en su relato, no para iluminar impedimentos que paralicen el análisis, sino más bien para potenciar este mismo reconociendo los perímetros que delimitan sus condiciones de posibilidad.

En el capítulo VI, “La mujer. Cuatro preguntas en torno a la identidad”, se aborda una relación que ha persistido en el tiempo entre la mujer y la histeria, y que por momentos parece tener que ver con una esencia compartida: la histeria porta el secreto del ser mujer, y la mujer, a su vez, otorga las latitudes en razón de las cuales la histeria puede ser comprendida. Es así como Gorbach afirma que un análisis de las escrituras médicas sobre la histeria no puede estar separado de la concepción que los autores de esas escrituras tenían sobre la mujer en general. Bajo esta premisa, Gorbach pasa revisión a algunos de los planteamientos más importantes que se han hecho en torno a la histeria relacionados con esta visión culturalista, para después volver a su objeto de análisis, que son las escrituras de los médicos mexicanos de finales del siglo XIX.

El primer rasgo que resalta, en estas escrituras, es el que tiene que ver con la figura de la mujer caprichosa, la cual estaría ligada a las “mujeres dominadas de repente por un antojo, un deseo vehemente sin fundamento” (p. 169). La figura de estas mujeres representaría entonces un enigma para el saber médico, el cual a su vez estaría en posibilidad de otorgar el permiso para dar cuenta de esa veleidad que define el ser de la mujer, a partir de una pregunta por una feminidad histérica excesiva, desatada.

Desde este ángulo, los médicos vislumbran diferentes modos de ser mujer, ya que dar rienda suelta a la veleidad femenina no es algo que esté al alcance de cualquier circunstancia de vida. En este sentido, estarían por un lado las mujeres adictas al ocio y a la frivolidad, a partir de un estatus social que les permite llevar una vida sin mayores preocupaciones, y por el otro estarían las mujeres cuya forma de vida precaria, propia de un estatus social bajo, las salvaguarda del ocio y la frivolidad, y entonces también de la histeria. Sin embargo, lo que Gorbach nota es que, de cualquier modo, lo que persiste a través de estos dos tipos de mujeres es la idea de una “animalidad” asociada a lo femenino, donde en uno de los terrenos se encuentran las mujeres que devienen excesivas por efecto del capricho, “porque sienten demasiado y actúan por impulso, empujadas a buscar el placer”, y en el segundo terreno estarían las mujeres “que no sienten ni saben y se mantienen imperturbables, como los animales” (p. 173).

En el último capítulo,“La raza”, la autora examina la “locura moral”, tipo de enfermedad que tuvo gran relevancia para los médicos decimonónicos mexicanos, la cual resultaba muy similar a la histeria, tanto que no se sabía bien a bien si esta última era un tipo de locura moral o viceversa. En ambos casos se trataba de “enfermedades polimorfas, caprichosas, extravagantes, imprecisas, capaces de desbordar todos los casos singulares” (p. 175). Según Gorbach, aquello que se llamó locura moral resultaba paradigmático para entender una transformación importante dentro de los marcos referenciales de la psiquiatría, transformación que tenía que ver con una inteligibilidad compartida por lo cultural y lo biológico.

En lo que se refería al estatuto biológico de la locura moral, la idea de herencia irrumpió como un modo de comprensión que hacía entender que las desviaciones mentales constituían un destino determinado por un lazo filogenético, mientras que, por el lado de lo social, apareció el concepto de “degeneración”, el cual se refería a un tipo de causalidad proyectado en los males que el pueblo, la nación y la raza producían. Es en este último marco donde Gorbach descubre la raza como un signo que aparece disuelto y casi desdibujado en las formulaciones médicas. Este signo racial, aunque subrepticio, se torna capaz de develar la ideología racista y moral que estuvo presente en este discurso médico, lo cual lleva a entender que, pese a que este pretendió presentarse bajo las vestiduras de la objetividad y la universalidad, inevitablemente portaba las raigambres históricas, sociales y políticas de su época.

En un breve epílogo, Frida Gorbach define su libro bajo la idea de un vacío, el mismo que dejan las histéricas, y reconoce un fracaso en este sentido cuando falla la intención de recuperar algo de la presencia de estas. El fracaso de la autora, entonces, no es otro que el de todo archivo, ello si se abandona la idea de que este último representa un sepulcro donde el tiempo pasado duerme esperando ser despertado por la verdad de un presente que todo lo llena. La virtud del libro Historia e histeria, de acuerdo con lo anterior, tiene que ver con llevarnos a tantear la profundidad de ese vacío dejado por las histéricas, de tal modo que a la par sea posible fraguar un paseo por los contornos de su ausencia.

Recibido: 10 de Junio de 2022; Aprobado: 15 de Septiembre de 2022; Publicado: 30 de Diciembre de 2022

Héctor Zapata Aburto

Profesor temporal tipo “C” en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. Cuenta con dos licenciaturas, una en Comunicación y otra en Psicología, ambas cursadas en esta última universidad. En 2014 obtuvo el grado de maestro en Psicología Social de Grupos e Instituciones en la misma Universidad Autónoma Metropolitana. Posteriormente cursó el Doctorado en Ciencias Sociales, con especialidad en Psicología Social de Grupos e Instituciones, y en enero de 2020 obtuvo el grado de doctor en Ciencias Sociales, en la Ciudad de México. Su tesis titulada Aquí de que sanamos, sanamos: malestar, creencia y psicoespiritualidad se encuentra en proceso de revisión para ser publicada. Durante su carrera académica ha organizado seminarios y ha participado en múltiples coloquios tanto internacionales como nacionales, brindando ponencias en temas especializados. Asimismo, cuenta con publicaciones en revistas científicas tanto mexicanas como extranjeras.

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