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Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.23 Zapopan mar. 2022  Epub 04-Abr-2022

https://doi.org/10.55555/is.23.438 

Sección general

Llegar a ser buen padre: trabajo y paternidad en hombres tutunakú de la Sierra Norte de Puebla

Becoming a Good Father: Work and Fatherhood in Tutunakú Men from the Sierra Norte de Puebla

Abraham Ernesto Rendón Salazar* 
http://orcid.org/0000-0001-9948-9800

María Alejandra Salguero Velázquez** 
http://orcid.org/0000-0002-8610-3726

* Universidad Nacional Autónoma de México, México. resa85mc@gmail.com

** Universidad Nacional Autónoma de México, SNI II, México. alevs@unam.mx


Resumen

Esta investigación forma parte de los estudios de género de los hombres indígenas, el objetivo es analizar el trabajo, la paternidad y prácticas de crianza de hombres tutunakú de la Sierra Norte de Puebla en dos generaciones. Investigaciones previas han documentado que la función principal de los padres indígenas es proveer y mantener la subsistencia familiar. No obstante, se debe reflexionar si a su vez, durante sus actividades cotidianas o espacios de trabajo como padres incorporan la relación con sus hijos e hijas. Para lograr lo anterior, se recurrió a la metodología cualitativa priorizando en el análisis de sentido y los significados mediante entrevistas a profundidad para conocer las trayectorias de vida. Los resultados muestran que la paternidad va más allá de la proveeduría, el trabajo permite cubrir la subsistencia familiar, pero es en las prácticas de crianza donde los hombres incorporan los cuidados, brindan enseñanzas y promueven la independencia en hijos e hijas. Cumplir con estas premisas permitirá ser valorados por la comunidad como hombres y padres responsables.

Palabras clave: masculinidad; género; padres indígenas; tutunakú; prácticas de crianza

Abstract

This study is part of a larger research project on gender and indigenous men. The objective is to analyze the work activities, paternity, and fathering practices of two generations of Tutunakú men from the Sierra Norte in the state of Puebla, Mexico. Previous research has documented that the primary function of fathers in this indigenous society is to provide for, and maintain, family subsistence. However, it is necessary to reflect on whether they configure and establish relations with their sons and daughters during their daily activities as parents, or in their workspaces. To explore this, we adopted a qualitative methodology that prioritizes the analysis of meanings and significance through in-depth interviews to become familiar with their life trajectories. Results show that fatherhood goes beyond simply providing for the family. Men’s work allows them to meet their families’ subsistence needs, but it is in their parenting practices that men incorporate caring activities and foment independence in their sons and daughters. Complying with these premises allows them to be valued by the community as responsible men and fathers.

Keywords: masculinity; gender; indigenous parents; Totonac; parenting practices

Introducción1

En México, la reflexión sobre los hombres y la paternidad se puede ubicar desde los estudios de género de los hombres y las masculinidades a partir de los años noventa, abarcando temáticas relacionadas con la reproducción, salud y derechos reproductivos, familia, pareja, deseo de la paternidad, ejercicio de la paternidad en diferentes generaciones entre otros.2 Se ha encontrado una estrecha relación entre la manera de ser padre y ser hombre, esto debido en gran parte a los procesos de socialización familiar.3 No obstante, muchos hombres han reconocido que la manera como su padre se relacionó con ellos no fue la mejor y se plantean no repetir la misma historia, de manera que cuando acceden a la paternidad se involucran en una búsqueda de formas alternativas al relacionarse con su hijo o hija. Figueroa describe que la paternidad puede verse como un conjunto de relaciones posibles que pueden existir entre un padre y sus hijos, mismas que pueden implicar la provisión de afecto, cuidado y orientación; sin embargo, a su vez menciona que varios de los estudios se han enfocado más en describir las relaciones negativas de la paternidad como las relaciones autoritarias, la violencia y la falta de afecto.4

Este tipo de estudios pocas veces considera que los varones forman parte de una entramado social más amplio, donde los discursos y prácticas sociales del ser hombre desde una visión hegemónica tienen un impacto en la concepción, actitudes, experiencias y expectativas de lo que es el ejercicio de la paternidad, mismas que se encuentran condicionadas por las representaciones históricas-sociales y culturales de lo que significa ser hombre y ser padre, de las características, posiciones, lugares y poderes asignados en los diversos contextos de interacción en los que se encuentren, por lo que la paternidad muchas veces estará centrada en el “deber ser y poder hacer”, lo que implica que ocasionalmente no solo sea suficiente autodenominarse padre, sino que deberá demostrar que es un “buen padre” sin tener claridad de lo que esto signifique para él y las demás personas con las que se relaciona.5

Paternidad en población indígena

Son varias las investigaciones que buscan describir el ejercicio de la paternidad en zonas urbanas con población de clase media y baja, las cuales muestran que no existe una sola forma de ser padre, donde el estereotipo de hombre proveedor y figura de autoridad se encuentra en tensión y transición a partir de la necesidad de incorporar relaciones igualitarias en los arreglos familiares contemporáneos.6 Cambios que son promovidos por diversas instituciones, como las de salud y educación, en los diferentes espacios de socialización.7

De manera particular, las investigaciones sobre los hombres rurales, la masculinidad y la paternidad son escasas en la literatura a nivel internacional, lo que en México es notorio cuando involucramos la etnicidad como característica de estudio.8 Los pocos trabajos realizados con población indígena describen que la procreación representa una autentificación masculina que permite a los varones legitimarse como hombres que pueden acceder a otros espacios de autoridad y representación, espacios de prestigio, pues se puede ser adulto por edad pero no tener voz y voto frente a su comunidad;9 mientras que el significado de ser padre se relaciona estrechamente con la idea generalizada de la proveeduría, lo que en la práctica se traduce en la “demostración del ser buen hombre-padre”, convirtiéndose el trabajo en una rutina cotidiana de actividades que lo alejan del hogar por cumplir con las exigencias a partir de los estereotipos que lo validen como hombre y padre.10

Los estudios realizados con población indígena en torno a la paternidad han documentado que los hombres indígenas tienen un tiempo limitado para interactuar con sus hijos e hijas, pues sin importar si aún viven en sus comunidades de origen o radican en algún contexto urbano, la principal función que ellos observan como padres es la de proveer y mantener la subsistencia familiar.11 12 No obstante, se debe reflexionar que los hombres indígenas en espacios rurales pueden interactuar en mayor medida con las y los infantes durante sus actividades cotidianas, tiempo en el que pueden transmitir sus saberes como campesinos transfiriendo un modo de vida, algunos límites sociales, las creencias y premisas necesarias para mantener la estabilidad familiar, situarse frente a la comunidad y la sociedad en general, por lo que ahí, durante el trabajo en el campo podrían ejercer diversos elementos de su paternidad, y al igual que los hombres indígenas en el entorno urbano siempre habrá una preocupación por brindar las herramientas para que sus hijos e hijas tengan una mejor vida adulta que la que ellos tuvieron.13

Específicamente para el grupo indígena tutunakú, las formas en que se ejerce su paternidad se han documentado desde los años ochenta, dónde se observaba sin extrañeza que los padres estuvieran a cargo de sus hijos en diferentes etapas de la vida, que incluso cargaran y mimaran a sus infantes como lo muestra el trabajo fotográfico de Pablo Ortiz Monasterio;14 sin embargo, las pocas investigaciones contemporáneas presentan un ejercicio de paternidad estereotipada, donde los hombres solamente llegan a ser percibidos como procreadores, proveedores y cuidadores transitorios, componentes que en interacción con otros elementos constitutivos de prestigio, y a valoración de la comunidad, les permitirán ser considerados hombres de honor y prestigio, es decir, verdaderos hombres.15

Como ejemplo de lo anterior, Hernández describe que una gran mayoría de los hombres totonacos de Zihuateutla, Puebla:

[…] no cargan en brazos ni con rebozo a sus hijos. Sólo algunos varones llegan a asumir responsabilidades en el cuidado y enseñanza de los hijos cuando sus esposas se encuentran realizando actividades fuera del hogar… en [este] ejercicio del paternaje se encuentra la reproducción del honor y la adquisición del prestigio cuando los padres encauzan y proyectan la masculinidad de los niños varones para tratar de garantizar su éxito como varones. Lo que no solo otorga una distinción al padre como buen educador, sino que también orienta la masculinidad de los hijos varones bajo criterios que social y localmente se han establecido sobre lo que es ser un hombre verdadero.16

En relación con lo anterior, Rodríguez señala que no es de extrañar este estereotipo si se considera que los tutunakú son un pueblo indígena que están en constante interacción con el pueblo mestizo, por lo que estos comportamientos podrían ser el reflejo de la interiorización de las normas de género imperantes para los hombres mexicanos en general; sin embargo, ella no es tajante en tal aseveración, pues también menciona que son escasos los estudios de género con este grupo indígena que permitan evidenciar los cambios o transiciones referentes a las prácticas de paternidad en los hombres tutunakú.17

Con base en lo anterior, el objetivo del presente artículo es analizar el trabajo, la paternidad y las prácticas de crianza de hombres tutunakú en dos generaciones.

Abordaje metodológico

Este trabajo se desprende de la investigación de Doctorado en Psicología Social y Ambiental “Trayectorias de vida de hombres Tutunakú de la Sierra Norte de Puebla”, la cual es de carácter exploratorio, cuya intención es documentar y comprender las actitudes, los comportamientos y la manera en que los hombres tutunakú han vivenciado sus experiencias y decisiones sobre el ser hombre, padre, pareja; por ende, no busca establecer generalización alguna pero sí documentar dichas prácticas pues, como menciona Berger y Luckmann, la realidad se construye socialmente, en lo cotidiano, en esa vida diaria que permite reconocer las pautas de comportamiento, los actores y los agentes de la dinámica social; por lo tanto “las maneras de ser y de llegar a ser hombre son tan numerosas como las culturas del hombre”.18 Para lograr lo anterior, la propuesta metodológica que se emplea es de corte cualitativo, pues se busca priorizar el análisis del sentido y los significados que los sujetos atribuyen a sus actos y a su entorno.

Como técnica de recolección de datos se utilizó la entrevista a profundidad para conocer las trayectorias de vida de estos hombres, recuperar sus pensamientos y explorar su realidad, así como conocer lo que ellos perciben y consideran relevante de su mundo, escuchar sus puntos de vista y opiniones, aprender acerca de sus apreciaciones en los diversos entornos sociales en los que interactúan y reconocer sus sueños y deseos; en las entrevistas más que recibir una respuesta a un cuestionamiento específico, se obtiene una elaboración de la experiencia de la persona entrevistada.19

Los entrevistados fueron cuatro hombres indígenas originarios de San Miguel Atlequizayán, municipio Tutunakú de la Sierra Norte de Puebla, su participación fue voluntaria, a todos se les garantizó la confidencialidad y anonimato, por lo que sus identidades se encuentran resguardadas mediante seudónimos. Para acceder a los participantes fue el primer autor como investigador, quien estableció el contacto y negoció la participación con los entrevistados en sus contextos de residencia. Cada entrevista fue audiograbada y posteriormente transcrita para identificar los significados y categorías de análisis de la información. Los hombres que participaron en la investigación pertenecen a dos generaciones que nacieron y vivieron su infancia y juventud en el municipio de origen, y cuya principal diferencia es su lugar de residencia actual y su actividad de trabajo.

Hombres jóvenes

Juan y Pedro, son dos hombres de 28 y 29 años, ambos los primeros hijos varones de sus padres, al momento de las entrevistas vivían en concubinato con sus respectivas parejas originarias de la región, habían procreado niños y niñas de edades similares entre las y los infantes (2 y 6 años). Los dos estudiaron y concluyeron la escuela secundaria, al finalizar sus estudios iniciaron sus experiencias migratorias a las mismas ciudades: Cuernavaca, Puebla y México. Pedro decidió vivir como campesino en la región, mientras que Juan decidió radicar en la Ciudad de México y laborar como panadero, oficio común entre los paisanos radicados en esta ciudad.

Hombres mayores: “Tatas”

Los entrevistados mayores son hombres de entre 50 y 60 años, casados con mujeres originarias de la región, actualmente ya son abuelos y sus hijos e hijas han establecido su vida familiar separada a ellos. Estudiaron la primaria completa y cuando en la región hubo la necesidad de migrar, ambos salieron en busca de ingresos para sostener a su familia de origen y a la comunidad en general. A estos hombres, por respeto a su trayectoria de vida y reconocimiento social en sus contextos de residencia, los identificamos como Tatas, término que se utiliza en el municipio para referirse con respeto a los hombres con más experiencia y sabiduría, el primero será Tata Pablo, quien radica al Oriente de la Ciudad de México y actualmente es comerciante, el segundo lo nombraremos Tata Pimpiri, quien se autodenomina campesino.

Los cuatro hombres se auto adscriben como indígenas, hablan tutunakú cuando hay con quien hablarlo. Solo los jóvenes cuentan con un uso del idioma español más fluido. Todos conocen y han trabajado los principales ciclos agrícolas de la región y de igual forma han sido partícipes de las diversas celebraciones denominadas “mayordomías”.

La comunidad de origen

San Miguel Atlequizayán es un municipio ubicado en la Sierra Norte de Puebla, región en la que predominan el uso de dos lenguas indígenas además del español: nahua y tutunakú. Al igual que en varios municipios vecinos, en Atlequizayán la principal actividad es la agricultura de subsistencia, por lo que es común encontrar un paisaje con terrenos de cultivos anuales (maíz, frijol, chile y tomate) que se intercalan con espacios destinados a la siembra de café. El municipio se constituye por una cabecera municipal y una localidad, la cual está separada por aproximadamente dos kilómetros en carretera y menos de uno caminando “por el camino corto”; en ambos contextos la mayoría de las casas están construidas con losas de concreto, muy pocas casas están construidas en su totalidad con láminas de cartón, paredes con tablas y pisos de tierra, aunque es común que las cocinas de las viviendas aun cuenten con paredes y techos con dichos materiales.

Dentro del municipio las actividades cotidianas aún se distribuyen de manera tradicional, las mujeres son las responsables de los espacios reproductivos, mientras que los hombres fueron socializados para estar en los espacios productivos, en especial el agrícola. No obstante, la población de Atlequizayán reconoce que esto se modifica cuando las jóvenes radican en contextos urbanos, pues muchas hijas, hermanas o nietas también se han insertado al espacio laboral. Uno de los principales elementos que permiten observar el cambio en las relaciones de género dentro del municipio se relaciona con que las últimas personas gobernantes municipales han sido mujeres, situación que no se observa en otros municipios de la región.

Resultados

Comenzando la madurez: ser un hombre trabajador y formalizar la vida en pareja

De acuerdo con los testimonios derivados de las entrevistas, para los entrevistados ser hombre tutunakú desde su propia concepción es “madurar como persona” lo cual se evalúa a partir de conseguir tres elementos importantes: formalizar la vida en pareja, procrear un hijo, y cuidar por el bienestar del nuevo grupo familiar. Como amablemente recuerda Tata Pimpirí, quien se casó hasta los 28 años “se puede ser un hombre mayor, pero eso no te hace maduro”.

Para la generación de los Tatas, lograr ser considerado maduro implicaba mostrarse frente a la comunidad como una persona trabajadora, pues como señala Tata Pablo “cuando uno mostraba que era trabajador, luego luego te ofrecían a la hija, les decían ‘mira, él es trabajador, ahí no te va a faltar que comer’, así les decían, ‘aunque sea vas a tener que comer chile o algo, hierbas, maíz’”.

Mostrarse como un hombre trabajador fue lo que le permitió a Tata Pimpirí hacerse de varias novias y así poder elegir con cuál mujer casarse:

[…] yo tenía muchas propuestas en ese tiempo, como yo ya empecé a trabajar, desde que empecé a trabajar las familias de las muchachas veían que era trabajador, que le echaba ganas, tenía entonces dos en mi pueblo, una en Ixtepec, una en Caxhuacán y una en San Juan, pero no, no pensaba todavía en casarme, porque tener una esposa es tener un compromiso […] entonces cuando yo me decidí por mi mujer, le pedí a mi papá que fuera a platicar con su familia […].

Tata Pimpirí ejemplifica como “los hombres trabajadores de su tiempo” podían escoger a la mujer con la cual querían casarse, no obstante, esto solo se vivía dentro del pueblo, pues como describe Tata Pablo, las mujeres que habían ido a la ciudad a trabajar tenían la posibilidad de aceptar o no la propuesta de noviazgo y matrimonio:

[…] yo me encontré a mi mujer acá en la ciudad, ahí nos encontramos y empezamos a hacernos la plática, ya cuando me hizo caso nos tratamos un tiempo, después nos fuimos al pueblo a avisar que éramos novios […] ya después nos casamos […].

A la generación de los hombres jóvenes también se les transmitió la idea que los hombres deben ser trabajadores, Juan recuerda que a él le mencionaron que “un buen hombre es el que es trabajador, un mal hombre es aquel que es flojo”, pero para ellos el demostrar ser o no trabajador ya no era relevante para conseguir pareja, pues a diferencia de las generaciones anteriores, en el pueblo ahora se permite a las mujeres tener novio y conocer el amor romántico, amor que pueden mantener inclusive a distancia a partir de las nuevas tecnologías, según relata Juan:

[…] conocí a mi novia en el pueblo, íbamos en la misma escuela en la primaria, ahí nos conocimos, y nos seguimos tratando después, después hubo más que una amistad, cuando me fui a la secundaria nos comunicábamos por el internet, por correo me comunicaba con ella, le mandaba un correo o un mensaje, ella me decía todo lo que hacía, cómo se sentía, lo que había en mi pueblo, me contaba todo. Ya después nos empezamos a tratar, nos veíamos en las vacaciones, regresaba sólo en vacaciones, pero sus papás no sabían […] ya después de unos años nos fugamos… pero por eso hubo muchos problemas […].

El relato de Pedro, el otro joven, es similar, no obstante, él fue quien tuvo que esperar a su pareja que trabajaba en la ciudad, ir a buscarla sin todavía estar seguro de que eran novios y después convencerla de que se quedara con él:

[…] a ella la conocí acá, era mi compañera de la secundaria, pero ella se había ido a trabajar a la ciudad con sus hermanos, entonces ella venía a ver a su mamá y yo le hacía la plática, una vez estaba yo trabajando acá en el pueblo cuando la convencí de hacerme caso, terminé ese trabajo y que me voy a Cuernavaca. Estando allá, todavía nomás medio que platicábamos, no andaba yo con ella, no éramos más que amigos, entonces un día fui a visitarla a su trabajo y me dice ‘¿me acompañas a comprar ropa?’, y le dije que sí, entonces empecé a platicar bien con ella, nos hicimos novios. No le pedimos permiso a su mamá, entonces un día venimos al pueblo y la traje a la casa, es cuando le digo ‘ya no te vayas, ¿a qué te vas?, te quedas acá conmigo’, ella dijo que sí, ella también quiso quedarse […].

Iniciar la vida en pareja para estos hombres fue diferente en cuanto al modo y forma, inclusive entre los hombres de la misma generación hubo cambios sustanciales, pero los cuatro describen la necesidad de que la familia de su pareja debía avalar dicha relación, para así formalizar su vida en pareja, situación que inicialmente solo sucedió con los Tatas, pues ellos siguieron todos los formalismos comunitarios para hacerse de una esposa.

En el caso de los jóvenes, iniciar su vida en pareja a partir de una “fuga” promovió situaciones de vergüenza y tristeza a sus familias, pues no casarse se consideró una ofensa hacía la familia y, sobre todo, a sus tradiciones. Por ello, después de un tiempo en la ciudad, estas parejas realizaron un ritual de “disculpa” en el que los muchachos ofrecieron sus excusas por las que decidieron no seguir la tradición y solicitaron el perdón y bendición de los padres para acceder a una vida en pareja, estable y sin dificultades. Así, lograron que en la comunidad fueran considerados esposos; aunque el tema del casamiento no dejará de estar presente en la cotidianeidad de los jóvenes, pues como describe Pedro, siempre les darán argumentos para presionar: “mucha gente dice: ‘te debes de casar para que no le quites luz a tus hijos’, nunca les he entendido el por qué, ni les he preguntado, entonces les digo ‘ya después me casaré’”.

Construyendo una familia

Para los hombres entrevistados, vivir en pareja y ser una familia no son lo mismo, para ellos la familia se construye y la figura de hijo o hija es necesaria. La diferencia intergeneracional no se sitúa en los tiempos de espera para la procreación, sino en la percepción de esta.

Los dos Tatas se casaron después de los 25 años, para ellos el nacimiento de sus hijas era algo natural que tenía que suceder después de casarse, y aunque ellos no recibieron pláticas o clases de planificación familiar, los dos decidieron junto con sus esposas cuántos hijos tener.

En comparación, en la generación de los jóvenes el primer embarazo es considerado un accidente por no utilizar algún método anticonceptivo de los mencionados en la escuela, sobre todo porque para sus familias el embarazo implicó truncar un desarrollo esperado para ellos. Juan lo sintetiza de la siguiente manera:

[…] desilusioné a mis papás, porque ellos confiaban en mí, ellos querían que saliera adelante, tuviera estudios, y por llevarme a la muchacha ya no pude estudiar, porque tuve a mi hijo… su familia y la mía estaban enojadas porque ¡cómo era eso de que no nos cuidamos!, pero ellos no nos hablaron de esas cosas, sólo en la escuela […].

Con el primer nacimiento del hijo o hija, aunque no planeado fue bien recibido, se confirmaba que ya tenían una familia, y para ellos eso solo significaba una cosa: se habían convertido en padres.

Paternidad y prácticas de crianza: proveeduría, cuidado y alimentación

Todos los participantes mencionaron que: el cuidado de un hijo o una hija comienza con el cuidado de la señora cuando esta “panzona”, su responsabilidad como padres inicia cuando la madre y las otras mujeres [suegra, abuela, vecina] que apoyan en los primeros meses le permiten como hombre cuidar a su hijo o hija, pues su presencia era menospreciada, por lo que ellos argumentando que debían cumplir con su rol de proveedor solían alejarse durante los primeros meses después del nacimiento de las y los hijos.

Para los hombres radicados en la ciudad, por la inseguridad y distancia geográfica entre su trabajo y el hogar, la ausencia se prolongó por años, no teniendo la posibilidad de interactuar en los primeros años de vida con sus hijos e hijas. Tata Pablo señala que intentaba llevar a sus hijas e hijo cuando comerciaba en las calles, pero el miedo a que les sucediese algo, y la entrada a la escuela por parte de los infantes promovió que su presencia se limitara a los días de descanso donde coincidían padre, madre, hijas e hijo. Juan narra una situación similar pues no puede llevar a su hija e hijo a la panadería, y como su hija ya estudia, los únicos días que tienen para interactuar como familia son los fines de semana. En ambos casos, los cuidados los ejecutaban las mamás y ellos solo les cargaban, arrullaban y mimaban de vez en cuando.

En cambio, los hombres que viven en la comunidad tienen mayor posibilidad de interactuar con sus hijas e hijos en los primeros años de vida, aunque son las mujeres quienes principalmente se dedican al cuidado, ellos al no disponer de horarios fijos pasaban más tiempo con sus hijos e hijas, los veían, cargaban, jugaban, platicaban y empezaban a transmitirles conocimientos básicos de lo que es vivir en la comunidad. No obstante, al igual que sus paisanos, su interacción era mediada por las actividades cotidianas que debían realizar principalmente en el campo, y aunque ellos sí pueden llevar a sus hijos e hijas al trabajo agrícola, tienen en consideración que los pequeños no deben estar tanto tiempo en las inclemencias del clima, además que hay animales que les pueden morder, de igual forma consideran que cargar a sus hijos e hijas implicaría no poder trasladar la leña, la fruta o el insumo necesario que permita subsistir al grupo familiar.

Bajo la lógica de buenos proveedores, estos hombres se han esforzado para tener lo necesario en casa para que sus hijos crezcan físicamente lo más sano posible de acuerdo con las posibilidades del contexto en el que se sitúan. Tata Pablo y Juan, los hombres radicados en la ciudad, han cumplido con tener una despensa completa en casa a partir de lo que ahora se conoce como el “plato del bien comer”, así como procurar que sus hijas e hijos tengan por lo menos tres comidas al día. Por su parte, Tata Pimpirí y Pedro, los hombres radicados en la Sierra, concuerdan que se deben esforzar mucho para que los hijos e hijas tengan una buena alimentación, pues no siempre se tiene la posibilidad de comer proteínas de origen animal, variar la alimentación y dar más de dos comidas al día, para ellos, la prioridad es que “en casa no debe faltar manteca, sal, azúcar, maíz y leña”, así como “café, tomate y chile”, con esos elementos y alguno otro más de temporada, las mujeres prepararán diversas comidas para el grupo familiar.

Si bien es cierto que en los primeros años de vida de las y los hijos, el papel de estos hombres fue la proveeduría, la paternidad no solo se reduce a proveer los insumos básicos para alimentar a la familia, para ellos ser padre implica brindar cariño a las y los hijos, enviarles a la escuela para que estén preparados para su futuro, y de ser posible, inculcarles un oficio que les permita subsistir en otros contextos ajenos al suyo. Ideas que retoman de sus experiencias como hijos.

Ser padre como fue mi padre: el trabajo y el afecto

Estos cuatro hombres entrevistados reconocen que sus padres tuvieron muestras de cariño hacía sus personas cuando eran niños y les enseñaban a trabajar el campo, de manera básica Juan señala que su papá le explicaba con paciencia cuando aprendió a pizcar café o sembrar maíz, a desyerbar el terreno o a cargar con mecapal,20 pero es Pedro quien aún recuerda detalles de su relación con su padre:

[…] la primera vez que cargué con mecapal tenía siete años… un día fui a ver qué es lo que hacía mí papá, en ese entonces estaba cortando café, mientras yo estaba jugando, me trepaba yo en los árboles, no le ponía yo atención a lo que hacía; entonces vi yo la penquita de plátanos y le pregunté a mi papá si ya estaba macizo,21 ya para traerlo, me dice ‘sí, pero ahorita no lo voy a poder llevar porque voy a llevar el café’, entonces le dije ‘entonces mañana venimos y yo me lo llevo’. Al otro día nos fuimos a las seis de la mañana y de ahí llegamos como cuarto para las siete, en lo que cortó dieron las siete, lo amarró mi papá, me dijo ‘esto se amarra así para que no se lastime y así para que no te lastime también a ti porque la penca de plátano, como siempre esta picudita te lastima la espalda’. A las siete y media salimos del terreno. Pesaba como 15 kilos, se me hizo fácil decir ‘sí, yo me la llevo’, me lo traje, ya a medio camino ya no aguantaba, porque pues era mi primera vez cargando con mecapal, ya no aguantaba y mi mamá ya fue a buscarnos porque ya nos habíamos tardado ya eran como las ocho y media de la mañana que ya veníamos, ahora sí que, a medio camino, entonces le dijo a mi papá ‘no se lo hubieras dejado que lo trajera’ porque todavía estaba pesado, entonces dijo mi papá, ‘no, es que él es el que lo quiso traer’, entonces ya le contesté a mi mamá ‘es que me gustó y lo quería’; y ya, en el transcurso ya veníamos despacio hasta que lo traje hasta la casa, mientras mi papá traía leña […].

Asimismo, señalan que sus padres siempre cuidaron de su integridad mientras les enseñaban a trabajar, situación que no solo vivieron los hombres jóvenes, los hombres mayores también relatan situaciones similares, ejemplo de ello lo narra Tata Pablo con una sonrisa en la boca cuando recuerda su relación con su padre.

[…] yo trabajé desde chavito, aprendí desde chavo ahí con mi papá, no me daba flojera por ejemplo cuándo iba a limpiar un surco, yo no lo terminaba, en medio día apenas llevaba un cachito, tendría seis o siete años, como íbamos también con mi tío, cuando mi tío me veía cansado me decía ‘ve a traer agua mijo’, y ya me descansaba ahí, ya me iba yo bien a toda madre así, y ya venía uno y le daba un trago, y así, y otra vez a seguirle ahí al surco, y te digo que yo no terminaba pero no me regañaba […].

Los Tatas señalan que también tuvieron todo el apoyo de sus padres para que estudiaran, pero en su municipio solo existía hasta el cuarto de primaria, por lo que si un padre tenía el interés de que su hijo aprendiera un poco más, debía enviarlo al municipio vecino donde existía la primaria completa y un internado que les permitía afianzar los aprendizajes que habían obtenido de sus padres sobre el campo y adquirir nuevos conocimientos para ponerlos en práctica en su pueblo. Ambos hombres salieron del municipio para concluir sus estudios. Tata Pimpirí relata esta etapa de su vida de la siguiente manera:

A los 12 me fui al internado, ahí estuve tres años, ese internado era bueno, nos daban de comer tres veces al día, y nomás traíamos un viaje de leña para que nos dieran de comer, para estudiar teníamos beca completa. Teníamos talleres, a veces trabajábamos agricultura, ahí aprendí a sembrar café, a podar, aprendí muchas cosas ahí, lo que me gustó fue el campo, tuve un maestro de Xochiapulco que nos enseñó como batallar con la plaga del plátano, del mango, del aguacate, aprendí muchas cosas.

Enviar a los hijos al internado no solo permitió darles educación sino que también aprendieran un oficio, ya sea panadería en el caso de Tata Pimpirí, o como comerciante en el caso de Tata Pablo.

Los hombres jóvenes ya no tuvieron la necesidad de viajar para concluir sus estudios básicos, pero el padre de Juan tenía la idea de que las mejores escuelas se encontraban fuera del municipio, por lo que mandó a sus hijos a estudiar a ciudades cercanas a su pueblo. Ambos recuerdan que sus papás hicieron diversos esfuerzos para que estudiaran, por ejemplo, Juan señala que su papá para poder pagar los diversos gastos de la escuela “se iba al campo, se iba a pizcar café y a sembrar maíz; también se iba a la ciudad a trabajar, trabajaba de albañil”, situación que también es descrita por Pedro. A diferencia de los Tatas, las escuelas ya no dan oficios, estos se deben aprender con su padre, con otros hombres del mismo pueblo o viajando a alguna ciudad donde existan redes de apoyo para los jóvenes.

Estas experiencias como hijos permearon muchas de sus formas de actuar como padres. Todos los hombres, a su manera han buscado que sus hijos e hijas tengan estudios, buena salud y alimentación. Los dos Tatas se esforzaron para que sus hijos estudiaran más allá de las posibilidades que el pueblo ofrecía, las hijas de ambos tienen estudios universitarios, el hijo de Tata Pablo es abogado y los hijos de Tata Pimpirí tuvieron la posibilidad de estudiar el bachillerato. En el caso de la generación de los jóvenes entrevistados, se esfuerzan para que sus hijas e hijos asistan regularmente a la escuela primaria y no les falte algún material.

Los cuatro entrevistados independientemente de la generación de pertenencia, basan su paternidad en la idea de cariño, educación, formación y proveeduría. En relación con las enseñanzas del campo, dependerá principalmente del contexto social en el que se ubiquen para llevarlas a cabo, y las opiniones están divididas, para Juan y Tata Pablo describen que no les son útiles al llegar a la ciudad y por lo tanto no serán transmitidos a sus hijas e hijos, priorizando la educación académica más que la formación del campo como subsistencia en la vida adulta.

En tanto que, hay quienes sí la consideran importante, pues un buen padre no solo manda a los hijos a estudiar, les enseña a trabajar, Tata Pablo lo describe de esta manera:

Un hombre que quiere a sus hijos les enseña el campo, les busca un oficio, los manda a la escuela, porque debemos estar preparados para el futuro… un papá debe enseñar a los hijos a trabajar para sobrevivir, por si te quedas pues puedas hacer lo del campo, pero si no le enseñas eso y no salieron buenos para la escuela van a estar batallando en todas partes […].

De igual forma, Pedro sostiene que enseñar a trabajar a los hijos es una manera de mostrarles cariño, por lo que se da el espacio de irles enseñando a veces de manera lúdica las actividades que él desempeña en su vida cotidiana:

Yo creo que eso es mostrar cariño a mi hijo, estar con él conviviendo, enseñarle qué es lo que yo hago en el campo, a veces estoy con él, a veces juego y me pregunta ‘¿qué fuiste a hacer?’, ‘no pus… fui a cortar leña’ o… ‘fui a limpiar’; a veces se para temprano y dice ‘vamos’, le digo ‘no hijo porque tienes que ir a la escuela, cuando tengas la edad suficiente y puedas ir, pues ya con gusto te llevo y ves lo que yo hago’ […] una vez le enseñé aquí atrás en la casa, teníamos un espacio en donde todavía podíamos sembrar, yo limpié la primera vez y él me estaba viendo, me preguntó que por qué estaba yo limpiando, le digo ‘voy a sembrar unos granitos de maíz para que tengamos elotes acá en la casa’; ya terminé de limpiar y él estaba a un lado, y él se paró enfrente de mí y vio cómo le clavé yo mi clavo, abrí la tierra y eché cinco granitos de maíz y vio cómo lo tapé; me dice ‘¿a poco así se hace?’, le digo ‘si hijo, y verás, vamos a ver, tú me vas a seguir viendo cómo va a crecer, no va a crecer mañana luego luego, ni pasado’ le digo ‘va a tardar 15 días en brotar’ es lo que le fui diciendo. Y ahorita lo que hizo él, él sembró este… dos granitos de maíz de cierta distancia, como de 50 centímetros, pero se salieron las gallinas, y las gallinas se comieron su trabajo […].

Tata Pimpirí narra situaciones similares, pero él lo aborda desde su postura de hombre mayor que sigue formando a sus hijos en las actividades del campo, pues la formación de un padre a un hijo no concluye cuando ellos se han casado:

[…] ese señor [refiriéndose a su hijo] nunca me puso atención, él no aprendió desde chico porque se escapaba y llegaba muy tarde -sí le gustaba el campo, sólo que tenía muchos amigos y mejor se iba con ellos-, a este señor no sabía qué decirle, no nos hacía caso, pero ya está aprendiendo. A veces yo pienso que nomás lo obligo para hacer, yo pienso así porque a veces nada más me ve mal cuando le digo hazte esto y me contesta ‘orita’, no lo estás haciendo muy bien le digo, ‘así está bien’ me dice, y yo veo que no está bien, todavía le falta mucho por aprender, por eso yo lo sigo apoyando […].

Pedro, confirma esta idea del acompañamiento de un padre a su hijo, aunque este ya sea mayor:

Mi papá me sigue acompañando, todavía me sigue explicando cómo le voy a hacer, cómo voy a cortar los árboles que necesitamos cortar para la limpieza, me enseña a ver el terreno, qué tiempo ha descansado la tierra y si ya es posible sembrar.

Estos hombres comparten la idea de que un padre no deja de ser padre cuando los hijos se han casado, pues como señala Pedro, cuando se tiene un problema se le habla para buscar apoyo moral o, en su defecto, apoyo económico “cuando tengo un problema de dinero, lo primero que hago es preguntarle a mi papá si tiene algo de dinero que me pueda prestar” describe Pedro. Y en el caso de los hombres mayores, ellos están al pendiente de la vida de sus hijas casadas, pues “uno no sabe lo que pueda necesitar, en lo que uno le pueda ayudar” diría Tata Pablo.

Aunque pareciese que ser padre solo se aprende y se ejecuta con los hijos varones, esto no es así, la paternidad se construye día a día en la relación con los hijos y las hijas, no es propia de un género. Tata Pablo, priorizando que sus hijas debían estudiar, en sus primeros años escolares se sentaba a revisar lo que ellas aprendían “cuando le entendía”, conforme los años pasaron se iniciaron las conversaciones de las expectativas para después, en la carrera, solo dar palabras de aliento y pagar los gastos escolares que requerían “mientras más estudian más piden y mientras más piden uno debe trabajar más y eso hace que uno los vea menos”. Para Juan, ahora que su hija estudia, su principal interacción es mediante las actividades escolares. En cambio, Tata Pimpirí, junto con su esposa, les enseñó a sus hijas todo lo necesario para seleccionar semillas, desgranar el maíz, secar el café, pizcar, limpiar el chile y diversas actividades relacionadas con el trabajo agrícola; se quedaba con ellas en la noche hasta concluir las tareas escolares, y cuando la cosecha era buena él y su esposa les enseñaron a ser comerciantes. Como sus hijas ya no viven en el pueblo, “sólo los hijos se quedaron”, su relación ahora solo se basa en las llamadas de teléfono que ellas hacen esporádicamente, siempre preocupado porque la vida las trate bien ahora que están casadas.

Llegando a ser buen padre

Tata Pablo valora que su padre le enseñó a trabajar y a ser perseverante, y aunque en su pueblo y su esposa le señalan que él fue buen padre por lograr darle estudios a sus hijos e hijas, él mismo se cuestiona si fue buen padre porque para lograr lo anterior estuvo ausente y en la lejanía durante mucho tiempo.

A Tata Pimpirí le han dicho que él es un buen padre porque sus hijas tienen estudios y sus hijos saben trabajar el campo y tienen sus oficios, él mismo valora a su padre como buen padre al sacrificar la convivencia cotidiana por enviarlo a estudiar fuera del municipio con la expectativa de que fuera mejor persona.

Juan de la generación de los jóvenes es considerado buen padre por su familia de origen porque le está dando estudios a su hija e hijo y les provee de los insumos básicos para subsistir de buena manera en su lugar de residencia; a la vez, él valora que su padre fue buen padre porque le enseñó el valor del trabajo, le enseñó a trabajar y buscó la forma de enviarlo a la escuela.

Y Pedro también de la generación de los jóvenes, considera que su padre fue un buen padre, pero él no puede hacer una valoración de si también él es buen padre, puesto que considera que eso solo lo podrán decir sus hijos cuando sean grandes, así como él ahora, o por la gente del pueblo quien muchas veces es la que evalúa el desempeño de cada persona.

En general, todos concuerdan que la valoración de su desempeño como padre la harán otras personas del contexto familiar o de la comunidad, y cada persona valorará algún aspecto diferente a partir de sus expectativas de lo que significa ser padre, y no necesariamente lo que ellos consideran acciones de un buen padre: proveer, brindar cariño, enviar a la escuela y enseñar a trabajar, todo ello encaminado a que sus hijos e hijas puedan volverse personas independientes, personas maduras como ellos señalaron en un principio.

Discusión

A partir del objetivo del presente escrito que contempla: analizar el trabajo, la paternidad y las prácticas de crianza de hombres tutunakú en dos generaciones, concordamos con Figueroa cuando señala que la paternidad no solo implica la proveeduría y mantenimiento, sino que incluyen cuidado, cariño y orientación;22 lo que en estos hombres tutunakú se traduce en tres premisas que les permiten tener un parámetro de cómo deben actuar como padres: 1) la paternidad debe ser con sentido de responsabilidad hacía los hijos; 2) la educación escolar y la formación en el trabajo son estrategias que permitirán a los hijos e hijas llegar a ser personas maduras, y 3) un padre estará atento de sus hijos e hijas aun después de que ellos y ellas hayan construido su familia. Esta definición amplia de paternidad incorpora para estos varones indígenas una serie de actividades denominadas responsabilidades paternales, como son la proveeduría, rol de educador y modelo de referencia, así como estrategias lúdicas para lograr una compañía y acompañamiento mutuo, con presencia de afecto y diversión en los intercambios entre los padres sus hijos e hijas.

Estas prácticas de paternidad han sido reportadas en otros contextos sociales, por ejemplo, Jiménez señala que algunos hombres de sectores medios y altos de la sociedad mexicana fueron socializados con este tipo de valores donde se incluye el respeto a la familia y los hijos e hijas, ver por su cuidado y educación.23

Coincidimos con la reflexión de Rodríguez al señalar que los tutunakú han interiorizado las premisas de género que imperan en el contexto nacional.24 Nosotras a su vez, enfatizamos que no son en sentido negativo como el uso del poder y la autoridad de manera indiscriminada o la desvalorización de lo femenino, por el contrario, lo datos muestran a hombres donde el sentido de lo familiar, la relación de pareja, los hijos e hijas representan un papel central en sus vidas, y su trabajo va dirigido a lograr el bienestar familiar. Con ello no buscamos negar la existencia de violencia hacia las mujeres que se ha documentado en la Sierra Norte de Puebla, así como el consumo de alcohol prevaleciente en la región,25 solo presentamos una situación particular que se origina dentro de una estructura definida de relaciones sociales: relaciones padres e hijos hijas en una comunidad tutunakú. Puesto que, como menciona Connell,26 el ejercicio de la masculinidad, como práctica social es internamente compleja, dónde se superponen diferentes lógicas, por lo que analizar el ejercicio de violencia y consumo de alcohol en esta comunidad y grupo indígena, supondrá profundizar en los elementos constitutivos del ser hombre tutunakú, mismos que siempre estarán sujetos a contradicciones internas y rupturas históricas.

En este sentido, Rojas señala que si bien en un mismo contexto sociocultural pueden confluir diversas expresiones de paternidad, y por ende de masculinidad, también se encuentran coincidencias.27 Consideramos que en la región Totonaca que abarca municipios de Veracruz y Puebla, si bien se encuentran formas distintas de ser hombre y ser padre, también encontramos elementos que dan cuenta de procesos del ser hombre y ser padre a través de las prácticas de paternidad donde se encuentran coincidencias como es la responsabilidad por la familia, los hijos e hijas, la proveeduría, la educación no solo académica sino a través de un oficio, pero sobre todo del conocimiento y saberes del campo como forma de vida independientemente del género de sus hijos/as.

El presente estudio constituye un acercamiento a la noción de paternidad y las prácticas de crianza en este grupo indígena en específico, pues si bien existe literatura que nos acerca al proceso de construcción del ser hombre en diversos espacios del Totonacapan, son pocos los estudios que abordan el tema de paternidad en específico, por lo que es necesario realizar más investigaciones que permitan profundizar sobre la paternidad indígena tutunakú.28 Reflexionar que la paternidad de estos hombres es solo un elemento de varios que configuran la masculinidad de este grupo, la cual se construye a partir de un proceso relacional donde se aprende y se enseña el ejercicio de poder entre las y los sujetos, mismo que no es estático y que se configurará de acuerdo con los cambios y continuidades sociales que sucedan en esta región indígena y su interacción con otros contextos socioculturales, encontrando reconfiguraciones en la forma en que se definan y pongan en práctica los conocimientos que socialmente permitirán ser validados como hombres y padres.

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1Este trabajo forma parte del proyecto de investigación doctoral: “Wa xla’ tlawatlh wa tu wanika: trayectorias de vida de hombres Tutunakú de la Sierra Norte de Puebla”, que se realiza dentro del Programa de Maestría y Doctorado en Psicología de la UNAM-FESI con apoyo del CONACyT y la UNAM.

2 Juan Guillermo Figueroa, Políticas públicas y la experiencia de ser hombre. Paternidad, espacios laborales, salud y educación (Ciudad de México: Colmex, 2014);Guillermo Núñez, Abriendo brecha: 25 años de estudios de género de los hombres y las masculinidades en México (1990-2014) (Hermosillo: CIAD, 2017); Rebeca Rodríguez, Gilberto Pérez y Alejandra Salguero, “El deseo de la paternidad en los hombres”, Avances en Psicología Latinoamericana 28 (2010): 113-123, disponible en https://revistas.urosario.edu.co/index.php/apl/article/view/1341 (fecha de acceso: 1 de junio del 2020); Olga Rojas, Paternidad y vida familiar en la Ciudad de México. Un estudio del desempeño masculino en los procesos reproductivos y en la vida doméstica (Ciudad de México: Colmex, 2008).

3 Alejandra Salguero, “Preguntarse cómo ser padres es también preguntarse cómo ser hombre: reflexiones sobre algunos varones”. En Sucede que me canso de ser hombre… Relatos y reflexiones sobre hombres y masculinidades en México, coordinado por Ana Amuchástegui e Ivón Szasz (Ciudad de México: Colmex, 2007), 563-599.

4 Juan Guillermo Figueroa, “Algunas reflexiones metodológicas al abordar experiencias reproductivas de los varones desde las políticas públicas”, Masculinities and Social Change 5 (2016): 134-155.

5 Lucero Jiménez, Dando voz a los varones. Sexualidad, reproducción y paternidad de algunos mexicanos (Cuernavaca: Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, 2003); Alejandra Salguero y Gilberto Pérez, “La paternidad en el cruce de perspectivas: El discurso reflexivo de padres y madres en México”, GénEros. Revista de investigación y divulgación sobre los estudios de género 9 (2011): 35-56, disponible en http://revistasacademicas.ucol.mx/index.php/generos/article/view/609 (fecha de acceso: 1 de junio del 2020); Alejandra Salguero, Diana Córdoba y Salvador Sapién, “Masculinidad y paternidad: los riesgos en la salud a partir de los aprendizajes de género”, Psicología y Salud 28 (2018): 37-44, disponible en http://psicologiaysalud.uv.mx/index.php/psicysalud/article/view/2546 (fecha de acceso: 1 de junio del 2020).

6 Aurelia Flores y Eduardo Galindo, “Significados de paternidad y maternidad en parejas en transición en Tlaxcala, México”, Rumbos TS 18 (2018): 67-93, disponible en http://revistafacso.ucentral.cl/index.php/rumbos/article/view/7 (fecha de acceso: 1 de junio de 2020); Núñez, Abriendo brecha; Rojas, Paternidad y vida.

7Figueroa, “Algunas reflexiones…”; Alejandra Salguero, “Fathering in México”. En Fathers across Cultures. The Importance, Roles, and Diverse Practices of Dads, editado por Jaipaul L. Roopnarine (California: PRAEGER, 2015), 63-87.

8 Berit Brandth, “Rural masculinities and fathering practices”, Gender, Place and Culture 23 (2016): 435-450.

9Martín López, “Hacerse hombres cabales. Masculinidad entre tojolabales” (Tuxtla Gutiérrez: UNICACH—Ciesas, 2010); Elia Pérez, “Dificultades y contradicciones en la configuración de las identidades masculinas nahuas de tres generaciones de hombres de la Sierra Norte de Puebla” (Tesis de doctorado, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2010).

10Carolina Rosas, “Varones al son de la migración. Migración internacional y masculinidades de Veracruz a Chicago” (Ciudad de México: Colmex, 2008).

11 Jesús Santiz, “Prácticas y estilos de crianza en una zona rural indígena tseltal en los Altos de Chiapas” (Tesis de licenciatura, Sinaloa, Universidad Autónoma Indígena de México, 2012).

12 Regina Martínez, Vivir invisibles. La resignificación cultural entre los otomíes urbanos de Guadalajara (Ciudad de México: Ciesas, 2007).

13 Alfonso Hernández, “Aprender a ser hombre. Honor y prestigio entre los totonacos de Zihuateutla, Puebla”. En Educación intercultural a nivel superior: reflexiones desde diversas realidades latinoamericanas, coordinado por Sergio Hernández, María Ramírez, Yunuen Manjarrez y Aarón Flores (Ciudad de México: UIEP-UCIRED-UPEL, 2013), 133-154; Martínez, Vivir invisibles.

14 Elio Masferrer, Totonacos (Ciudad de México: CDI, 2004).

15 Ma. Rodríguez Aragón, El proceso de construcción de masculinidades indígenas totonacas en Veracruz (Veracruz: Universidad Veracruzana-Instituto Veracruzano de las Mujeres, 2013); Alfonso Hernández, “Aprendiendo a ser hombre entre los totonacos de Zihuateutla”, Revista nuestrAmérica 4 (2016): 46-60.

16Hernández, “Aprendiendo a ser hombre…”, 57.

17Rodríguez, El proceso de construcción.

18 Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad (Argentina: Amorrortu editores, 1968), 67.

19 Roberto Castro y Mario Bronfman, “Problemas no resueltos en la integración de métodos cualitativos y cuantitativos en la investigación social en salud”. En Salud, cambio social y política. Perspectivas desde América Latina, coordinado por Mario Bronfman y Roberto Castro (Ciudad de México: EDAMEX, 1999), 49-64.

20El mecapal o mecapalli consiste en una banda de algodón o de ixtle -fibra del maguey-, sujeta por sus extremos a dos cuerdas que sirven para sostener la carga. La banda protege la cabeza y el cuello, y al mismo tiempo hace que la carga se equilibre y que el peso de esta se distribuya por todos los músculos del cuerpo del cargador. Rubén Morante, “El mecapal. Genial invento prehispánico”, Arqueología Mexicana 17 (2009): 70-75.

21Si la fruta tenía la fortaleza de ser cargada y que no se lastime durante el trayecto.

22Figueroa, “Algunas reflexiones…”.

23Jiménez, Dando voz a los varones.

24Rodríguez, El proceso de construcción.

25 Abraham Rendón, “Prevención del VIH en comunidades indígenas de la sierra norte de Puebla” (Tesis de licenciatura, México, UNAM, 2013), 59-75.

26 Raewyn Connell, Masculinidades (Ciudad de México: PUEG, 2015), 101-122.

27Rojas, Paternidad y vida.

28 Alma Vallejo, Javier Aguilar y Alejandra Valencia, “Estilos de paternidad en padres totonacas y promoción de autonomía psicológica hacia los hijos adolescentes”, Psicología y Salud 12 (2002): 101-108.

Recibido: 18 de Junio de 2020; Aprobado: 14 de Septiembre de 2020

Licenciado en Psicología, UNAM, México.

Doctora en Sociología, UNAM, México.

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