Por muchas vueltas que le demos, el olor de este
dinero no delatará que se trata de plusvalía. El
carácter de plusvalía de un valor indica cómo se
ha apropiado su poseedor, pero en nada altera la
naturaleza del valor o del dinero.
Karl Marx
I
En la actualidad, el discurso sobre el capital y el capitalismo ha registrado una nueva variante de inmensa claridad, gran poder y, desde mi punto de vista, capacidades heurísticas y epistémicas no alcanzadas en todo el siglo XX. ¿Cuál es esta variante? Dicho, in nuce, pensar al capital de forma nuclear desde los modos de intercambio mercantil y no desde los modos de producción. Esencialmente, se trata de entender que la generación social, económica y cultural de la vida en el capitalismo está anclada al comercio y a la circulación mercantil, no al hecho del consumo, no al acto de producción. En este sentido, sus elementos centrales serían el dinero y el crédito… no la mercancía fuerza de trabajo ni los modos de producción, que generan valor y riqueza a partir de sus relaciones entre la naturaleza y los seres humanos, y las relaciones de explotación directa entre los mismos seres humanos.
Este planteamiento remite necesariamente a una de las preguntas clave de la constitución del cuerpo social en el capitalismo: ¿qué es y de dónde se extrae el plusvalor? Remite a esta pregunta, porque la socialización en la estructura capitalista que nos gobierna -y constituye- depende, de forma estructural, de la constante formación de plusvalor. Pensemos, pues, en primer lugar, en el papel de las estructuras de valorización en la esfera circulatoria de la mercancía y del capital.
Bolívar Echeverría señala en “Valor y plusvalor”, un texto fechado en 1978, lo siguiente:
En la época moderna capitalista, los objetos producidos y consumidos por la sociedad sólo pueden existir como objetos efectivamente sociales -producidos por unos, consumidos por todos-, es decir, sólo pueden circular entre los individuos que componen el sujeto social en la medida en que tienen un valor y se intercambian así unos por otros en calidad de mercancía. Hay algo, sin embargo, que distingue a los objetos mercantiles propiamente capitalistas de otros objetos mercantiles que ha conocido la historia. La peculiar constitución de su valor, el hecho de que ella incluye como parte necesaria de sí misma una fracción especial de valor, el plusvalor (Echeverría, 2017: 123).
Es importante en esta cita destacar lo siguiente: por un lado, que la circulación mercantil está supeditada al hecho de valorizar. Si no se da una equivalencia abstracta -a partir de un trabajo ya no concretizado sino abstraído en un equivalente general, por ejemplo, el dinero- parecería no poder desatarse el proceso de circulación. Por otro lado, el hecho de que, en el capitalismo, esa circulación incluiría un elemento determinante: la plusvalorización del propio capital.
Este primer enfoque no niega el hecho de que la constitución del capital, y especialmente del plusvalor, está ligada a las fases de producción, circulación-distribución y consumo. Sin embargo, sí apunta hacia una parte central del debate actual en la teoría crítica, que podemos resumir de la siguiente forma: el marxismo ha intentado referir, una y otra vez, el hecho nuclear de la constitución y generación de plusvalor al proceso de producción. Quiero señalar, en cambio, que un nuevo marxismo insiste en señalar que la fuerza del capital, sus procesos de identidad y diferencia en la constitución de diversas socialidades-que han dominado y derruido al mundo- se basa en que su núcleo se encuentra en el proceso de circulación de capitales, lo cual no implica -sería absurdo pensarlo- que se eliminan las otras fases de plusvalorización del capital: el consumo y la producción.
Empecemos por trabajar algunos conceptos centrales del marxismo y la teoría crítica. En primer lugar, qué entendemos por valor. Desde la perspectiva abierta por Marx, se trata de un hecho que sólo se puede descifrar en el despliegue de las mercancías o en la llamada forma mercantil, nunca hay que olvidar, en este sentido, que la “fuerza de trabajo” es una mercancía más, no una entidad independiente de la forma mercantil. Así, pues, en ese almacén de mercancías que es el mundo, podemos deconstruir la forma valor en los siguientes términos: la sustancia del valor -el trabajo privado necesario- se traduce en el trabajo socialmente necesario, esto se logra y expresa siempre en una forma mercantil concreta -un objeto, un bien, un salario, un pago, una renta. Cuando sucede esto, se adquiere y consolida un valor de cambio, propiamente se concreta un despliegue semiótico-comunicativo que permite establecer parámetros de intercambio, ya sea por trueque, dinero o crédito.
El error común de gran parte del marxismo fue pensar este sistema desde la substancia de valor, el trabajo propiamente referido a un individuo o grupo social, lo que se ha llamado, por ejemplo, trabajo vivo o el trabajo creativo y artístico. De esta forma, al apuntalar esa substancia se podía construir una metafísica moral, teológica o técnica, que presuponía que esa substancia humana podía reconducir, progresivamente y hacia “el bien”, las formas estructurales del capitalismo.
Bolívar Echeverría se da cuenta, muy pronto, cómo la idea marxiana de valor está muy lejos de esa construcción metafísica clásica de la filosofía occidental:
Ni “fenomenista” (“valor es valor de cambio) ni inmanentista (“valor es substancia valiosa”), el discurso crítico de Marx trasciende esta contraposición y descubre el carácter biplanar y procesual de la constitución de valor. La culminación del argumento crítico de El capital (en el libro III) descansa sobre este descubrimiento. En la parte central de su obra habla simplemente en términos de “valor” porque supone metódicamente que, puesto que se trata de la totalidad abstracta del capital en general, toda la substancia del valor está expresada directa o inmediatamente en el precio total de la mercancía. La relación compleja que media entre los componentes de la substancia valiosa y los del precio sólo aparece como problemática específica en la parte final (libro III) de la obra. Allí la totalidad concreta del conjunto de “los muchos capitales” es presentada justamente como constituida en torno a la conversión, “transfiguración” (Verwandlung) o expresión, combinadas, 1) de la substancia del plusvalor en ganancias de los capitales, 2) de la substancia del valor en la fuerza de trabajo en salarios de los trabajadores y 3) de la substancia del plusvalor extraordinario en rentas de los propietarios monopolizadores de la tecnología y de la tierra (Echeverría, 2017: 131-132).
Esta sola reflexión ya nos muestra lo complicado que es pensar el plusvalor en términos de explotación pura de la mercancía fuerza de trabajo, pero hagamos el camino inverso y veamos por qué tiene tanta fuerza la idea nuclear de encontrar, en la forma de producción capitalista, el centro de generación de plusvalor.
Marx señala en El capital que la “producción capitalista no es solamente producción de mercancías, sino esencialmente producción de plusvalía” (Marx, 2014: 454). Si recordamos, muy brevemente, su obra principal, ésta comienza con un estudio de la forma mercantil, los procesos de cambio, el dinero o la circulación de mercancías y la transformación del dinero en capital. Después de estos cuatro capítulos, comienza el estudio del plusvalor, las formas y transformaciones del capital, el proceso de constitución de la fuerza productiva de trabajo y el salario. Hacia el final, aparecen los trascendentales estudios sobre la acumulación de capital, la ley general de la acumulación capitalista, la acumulación originaria y los esbozos de una teoría de la colonización. Visto en perspectiva, podríamos decir que el estudio se centra en un trabajo de investigación sobre la circulación mercantil, que continúa con el estudio de la mercancía fuerza de trabajo y regresa al estudio de formas de intercambio precapitalistas, como los procesos de colonización y acumulación originaria, que siguen operando en la constitución del hecho capitalista.
Toda esta estructura ha sido soslayada en gran medida por el marxismo del siglo XX. Repito, lo que se ha hecho es substanciar el capitalismo industrial a partir de su reificación hacia lo humano, que es entendido como trabajo vivo, trabajo creativo o substancia de valor. Esto sucede, en gran medida, porque la mercancía fuerza de trabajo es la única que produce, en sí misma, plusvalor. Esto lo acentuó Echeverría hace más de cuatro décadas:
La característica o determinación específica de la esfera de la circulación mercantil capitalista es la presencia de un conjunto peculiar de relaciones de intercambio en torno al cual se organiza la dinámica del mundo de las mercancías en su totalidad. Se trata del conjunto de relaciones de intercambio entre las mercancías fuerza de trabajo y la mercancía capital. Si la necesidad de estas relaciones resulta evidente desde la perspectiva de la mercancía fuerza de trabajo -pues sin la forma dinero de la mercancía capital no podría cumplir el itinerario de su metamorfosis-, más evidente aún resulta desde la perspectiva de la mercancía capital. Ésta necesita encontrar en el mercado una mercancía tan “milagrosa” que el sólo cambiarse por ella durante un tiempo le signifique un engrosamiento de su valor; sólo así podrá cumplir su itinerario especial que le lleva de ser dinero (Dq) a ser dinero incrementado (Dq+i). Lo característico de la esfera de la circulación mercantil capitalista se concentra, así, en el hecho de que ese “objeto milagroso” existe -es la mercancía fuerza de trabajo- y pasa a formar parte de la mercancía capital, convirtiéndola en una mercancía cuyo valor incluye necesariamente un plusvalor (Echeverría, 2017: 142-143).
Hay en la cita varias ideas nodales. En primer lugar, que la “milagrosa” mercancía fuerza de trabajo está constantemente en un proceso de circulación, en el que indefectiblemente pasa a ser mercancía capital. En segundo lugar, que esta mercancía no necesita la producción mediada de otra mercancía para producir plusvalor, esto es, en su operación y ejecución ya cumple la función utópica del capital: generar plusvalor de forma crediticia, esto es, bajo la fórmula Dinero-Dinero incrementado (D-D’). Paradójicamente, aquí lo que da crédito es la fuerza o el cuerpo subsumido en el proceso laboral, no el financiamiento diferido que implica la deuda acreditada, aunque, la función de la deuda sí está presente en el atrofiamiento del propio cuerpo.2 Finalmente, la idea de que el proceso de conversión del ser humano en mercancía ya implica “necesariamente” un proceso de plusvalorización.3
¿Por qué el ser humano, al adquirir identidad como fuerza de trabajo, produce inmediatamente plusvalor? Esto se debe a que constitutivamente él o ella desarrollan formas gregarias particulares y diferenciadas, a partir de las formas naturales y materiales con las que convive, así, cuando se le ata a una forma de producción planificada -que consiste en producir mercancías- continúa generando, sobre todo, procesos de circulación y consumo o uso que tratan de acentuar las identidades diferenciadas y alternativas. Cuando esto sucede, el excedente, lo desechado individual, cultural, comunitaria y socialmente es canalizado como plusvalor en el sistema de capitales. Por esto las formas de explotación más radicales, incluso feudales o esclavistas, tienen un correlato con formas de vida que no han sido subsumidas por el capital. A mayor distancia del proyecto del capital, mayor radicalización del plusvalor absoluto, esto es, el plusvalor que se obtiene a través de la explotación criminal del trabajador y la trabajadora. Por el contrario, cuando el organismo del capital subsume gran parte del proceso de socialización, el mismo trabajador, la misma trabajadora colaboran en la circulación de plusvalor. Marx, inmediatamente después de señalar la esencialidad de la producción de plusvalía en el capitalismo, indica la desgracia del trabajador dentro del sistema, pues su identidad depende, precisamente, de generar, una y otra vez, plusvalor:
El obrero no produce para sí, sino para el capital. Por tanto, ya no basta con que produzca sin más. Tiene que producir plusvalía. Sólo es productivo el trabajo que produce plusvalía para el capitalista o que sirve para que el capital se valorice a sí mismo. Si vale poner un ejemplo fuera de la esfera de la producción material, tenemos que un maestro de escuela es más productivo si, además de ahormar la cabeza de los niños de su escuela, ahorma su propia mentalidad para enriquecer al empresario. Y la cosa no cambia en lo más mínimo por el hecho de que este invierta su capital en una fábrica de enseñar, en vez de ponerlo en una fábrica de salchichas. Por eso el concepto del trabajo productivo no entraña simplemente, ni mucho menos, una relación entre la actividad y el efecto útil perseguido, sino que implica también una relación de producción específicamente social, históricamente determinada, que hace del trabajador un medio directo para la valorización del capital. Ser trabajador productivo no es, por tanto, una suerte, sino una desgracia (Marx, 2014: 454).
Sumado al hecho de que la fuerza de trabajo es realmente una mercancía paradigmática en la utopía capitalista, hay dos hechos más que podemos mencionar, para intentar comprender la defensa de los modos de producción como el centro inamovible de gestación del plusvalor. Por un lado, se ha pasado constantemente por alto, quizá con las excepciones del psicoanálisis de corte marxista y del feminismo, las indicaciones de Marx sobre el proceso pasivo y activo en el intercambio de equivalencias. Él señala que la forma valor tiene una expresión que es simple, singular e incluso fortuita. Básicamente, se expresa en dos polos, como forma relativa y como forma equivalente. Una es activa y la otra pasiva. Polos que pueden cambiar constantemente en su forma simple. Cito a Marx:
Dos mercancías distintas, A y B, en nuestro ejemplo lienzo y chaqueta, desempeñan aquí manifiestamente dos papeles distintos. El lienzo expresa su valor en la chaqueta, la chaqueta sirve de material para expresar este valor. La primera mercancía desempeña un papel activo, la segunda un papel pasivo. El valor de la primera se representa como valor relativo o adopta la forma relativa de valor. La segunda funciona como equivalente o adopta la forma equivalente de valor (Marx, 2014: 52).
Es muy importante que, a partir de este núcleo básico, Marx alcance y postule un equivalente general, el dinero, un bien pasivo que logra equiparar todas las mercancías activas y relativas, esto es, todas las mercancías que contienen substancia de valor, trabajo vivo, como se ha indicado. Ese trabajo queda eliminado en el proceso de circulación. Se trata de una paradoja interesantísima, es siempre un bien pasivo, es la mercancía B, (la chaqueta, el dinero que, por ejemplo, no tiene valor fuera de un determinado territorio nacional) el que, sin embargo, en el momento de la circulación se concreta como el regulador de la valorización del intercambio mercantil. La atención a este hecho implicaría la atención radical a la subsunción dineraria y crediticia -el proceso de fetichización capitalista- que dirige, desde las formas circulatorias, el proceso de producción.
El segundo elemento descuidado es la diferencia planteada por Marx entre plusvalor relativo y plusvalor absoluto. En efecto, como ya lo señalaba el autor de El manifiesto comunista, todo plusvalor relativo regresa a proyectarse en la obtención de plusvalor absoluto, aquel que se imbrica con la explotación de la fuerza de trabajo. Sin embargo, Marx también indicaba que era necesaria su diferenciación y, con el establecimiento del capitalismo en el siglo XX, la obtención de plusvalor relativo, expresada en una infinidad de formas de explotación de segundo grado, se ha distorsionado radicalmente el regreso al hecho productivo, aquel referido al plustrabajo o excedente que se obtiene directamente de la jornada laborar. Escribe Marx:
La producción de la plusvalía absoluta consiste en alargar la jornada de trabajo más allá del punto en que el trabajador se limita a producir un equivalente del valor de su fuerza de trabajo y la apropiación de este plustrabajo por el capital. Ésta constituye el fundamento del sistema capitalista y el punto de partida para la producción de plusvalía relativa. En ésta, la jornada de trabajo se desdobla de antemano en dos partes: trabajo necesario y plustrabajo. Para alargar el plustrabajo, se acorta el trabajo necesario mediante métodos que permiten producir en menos tiempo el equivalente del salario. La producción de la plusvalía absoluta gira solamente en torno a la duración de la jornada de trabajo; en cambio, la plusvalía relativa viene a revolucionar totalmente los procesos técnicos del trabajo y las agrupaciones sociales (Marx, 2014: 454).
Y continúa Marx sobre la importancia de este campo de valorización del capital:
La plusvalía relativa presupone, por tanto, un modo de producción específicamente capitalista, en el cual, sólo puede surgir y desarrollarse naturalmente con sus métodos, medios y condiciones específicos, partiendo de la supeditación formal del trabajo al capital. La supeditación formal del trabajo al capital es sustituida ahora por la supeditación real (Marx, 2014: 454).
En cierto sentido, Marx está formulando, desde otra perspectiva, su teoría sobre la subsunción formal y la subsunción real. Y esta teoría es fundamental para la crítica del propio marxismo, pues tiende a la hipótesis de que los procesos de producción ya están determinados por todo el movimiento del capital, de forma que no hay una substancia -humana, teológica, sacra, quizá incluso natural- que no haya sido afectada por el modo semiótico del capital. Esta teoría se alcanza en los Manuscritos de 1861-1863, Echeverría la sintetizaba y presentaba con las siguientes palabras:
Cabe indicar además, en lo que respecta al núcleo del contenido específico del discurso crítico de Marx -es decir, a la teoría de la contradicción entre el proceso social-natural de producción/consumo y el proceso social-capitalista de valorización del valor-, que el concepto de subsunción tiene una especial importancia. Es el intento más avanzado hecho por Marx de mostrar en términos teóricos generales la manera en que se articulan esos dos procesos contradictorios. Si todavía en los Lineamientos… de 1857 veía al proceso de trabajo “incorporado” en tanto “materia” a la “forma” capital, en el Manuscrito de 1861-1863 intentará verlo no como una realidad intocada en sí misma por un modo de funcionamiento (capitalista), sino como una “sustancia” afectada esencialmente por la “forma” capitalista que se encuentra mediando o posibilitando su existencia -sea sólo desde fuera de él o ya desde su mismo interior (Echeverría, 2005: 13).
No es ajena esta idea de la afectación total del capital sobre el proceso de trabajo, a lo dicho por Marx en referencia a las formas del plusvalor:
Considerado desde cierto punto de vista, la diferencia entre la plusvalía absoluta y la relativa aparece puramente ilusoria. La plusvalía relativa es absoluta, pues se haya condicionada por la prolongación absoluta de la jornada de trabajo más allá del tiempo necesario para la existencia del obrero mismo. Y, a su vez, la plusvalía absoluta es relativa, ya que supone un desarrollo de la productividad del trabajo que permite limitar el tiempo de trabajo necesario a una parte de la jornada solamente. Pero esta apariencia de unicidad desaparece, si nos fijamos en el movimiento de la plusvalía. Tan pronto como el capitalismo se instaura y se convierte en modo general de producción, se deja sentir la diferencia entre plusvalía absoluta y relativa, a partir del momento en que se trata de elevar la tasa de plusvalía (Marx, 2014: 455).
En efecto, lo que vemos en los tiempos que corren, donde el capitalismo se ha convertido en el modo planetario de producción, intercambio y consumo, es que los procesos de subsunción real y de plusvalorización relativa regresan a configurar el espacio social y público. Todo se vuelve un bien capitalizado: desde los proyectos de mercantificación del cuerpo social y natural, hasta el regreso de los monopolios de las tecnologías, los territorios y la posesión de materias primas y naturales. Un espectro de capitalización que acontece, por ejemplo, en la salud, la educación, los sistemas de pensiones, el agua, los modos y medios de transporte o los sistemas bancarios y crediticios. En este contexto, el trabajo necesario -convertido, por ejemplo, en una fábrica serial de empleos temporales- tiene un rol social muy importante, en algunos espacios incluso llega a desplazar el paradigma capitalista de la jornada laboral industrial. Esta es una de las indicaciones más claras de la crisis terminal del capitalismo, la ruptura del esquema de plusvalorización absoluta y relativa. En este sentido, la tasa de plusvalía, pese a necesitar de una reificación en el consumo y la producción de mercancías, se codifica cada vez de manera más radical en el proceso pasivo y activo de intercambio, que se encuentra en una permanente confrontación a través de la circulación de bienes mercantiles.4
III
En este contexto, el marxismo contemporáneo parece regresar al estudio central de las formas de circulación de la mercancía y del plusvalor. No se trata de un momento prerricardiano, en el que se regrese a Adam Smith para acentuar las formas de circulación y distribución de la riqueza sino que, por el contrario, se trata de recalcar cómo en esas formas de circulación se alcanza el proceso de explotación de la riqueza humana y la riqueza natural al metamorfosearla en capital. Karatani ha estudiado con detenimiento este proceso respecto a la economía clásica. Por ejemplo, el seguir pensado el dinero y el crédito sólo como una medida o un medio de pago y compra, se pierde su papel dentro del sistema de explotación. Señala respecto a Ricardo y Smith:
Adam Smith y David Ricardo pretendían elucidar el mecanismo que equilibraba y ajustaba la división del trabajo y el intercambio. Esta inclinación teórica fue compartida tanto por los economistas clásicos como por los neoclásicos. Lo que omitieron fue el hecho de que la expansión de la división del trabajo y del intercambio sólo ocurre como un movimiento autorreproductivo del capital/dinero. Los economistas, ya sean clásicos o neoclásicos, tienden a darle primacía a la producción de la riqueza por medio de la división del trabajo y del intercambio de riqueza -aquellas cosas que no son más que el final del movimiento del capital-. Para Adam Smith, el que los individuos persigan sus propios beneficios es, en consecuencia, ventajoso para todos; lo atribuyó al mecanismo de ajuste automático -“la mano invisible (de Dios)”- del mercado (Karatani, 2019: 203).
Desde el punto de vista de Karatani, lo que está ausente en los esquemas clásicos de la economía política es el equivalente general, el dinero, que acontece precisamente cuando se dan los movimientos de circulación fetichista de plusvalía y capital. El dinero, señala,
estuvo completamente ausente desde la perspectiva de la economía clásica. Adam Smith era bastante consciente de que el desarrollo del intercambio mercantil y de la división del trabajo transformó a la sociedad, pero pasó por alto el hecho de que los dos fueron provistos sólo por el dinero y, además, sólo como un movimiento del capital. Smith erróneamente creía que la división del trabajo mundial -constantemente siendo organizada y reorganizada por el capital mercantil- había existido desde el comienzo mismo de la historia económica y, por lo tanto, el dinero fue considerado por él como un simple barómetro o un medio. La teoría del valor-trabajo de los economistas clásicos negó la dimensión propia del intercambio mercantil y redujo conceptualmente el origen del valor a la producción en general. Lanzó la perspectiva con la cual se ve a las sociedades capitalistas desde la posición de ventaja de la producción y de las relaciones de producción, principalmente, desde la posición de ventaja del materialismo histórico, dejando de lado, por lo tanto, la dimensión propia de la economía capitalista (Karatani, 2019: 201).
La radical postura de Karatani, respecto a los modos de intercambio, como el centro de la historia mundial es quizá la teoría más desarrollada, en la actualidad, sobre la prelación del intercambio sobre la producción para comprender el decurso del capital.5 No haremos referencia aquí a esta teoría, sino que expondremos algunos de sus argumentos para esta nueva lectura de El capital.
En primer lugar, Karatani, como señalamos al principio de este artículo, provoca y hace saltar a la tradición marxista al insistir en que las mercancías centrales para comprender el proceso de capitalización son el crédito y el dinero. Al respecto indica que
El crédito y la especulación parecen ser frívolas, secundarias. Sin embargo, estos son los que, en realidad, regulan el proceso de producción. Las ocasiones para una crisis lo revelan. Pero los economistas clásicos y sus seguidores ignoraron (se hicieron de la vista gorda) la paralaje que la crisis entregó. Fue Marx el que intervino para afrontar la verdad del capitalismo frente a la paralaje. Sin embargo, me parece que la “verdad” es muy diferente a los así llamados males (la explotación y la alienación) del capitalismo, los cuales ya habían sido señalados mucho tiempo antes que Marx. Adam Smith sabía perfectamente que la economía capitalista provoca una división de clase entre los que tienen medios y los que no los tienen. Por lo tanto, propuso una suerte de economía del bienestar basada en la compasión (los sentimientos morales), afirmando, a la vez, el inevitable egoísmo individual. Hegel, también, señaló los efectos negativos de la sociedad civil (basado en una economía de mercado) e insistió que podría solucionarse gracias al poder del estado. Mientras tanto, los socialistas como Roberto Owen y Pierre Joseph Proudhon indicaron, de una forma más radical, que la economía capitalista puede existir gracias a la explotación del plustrabajo (robo); sin embargo, su reconocimiento de la economía capitalista no estaba alejada de la economía clásica a la que atacaban (Karatani, 2019: 204-205).6
Esta lectura holística de Karatani, que le permite una reconstrucción de la historia de la economía, en referencia al trabajo de El capital, se basa en que él piensa al capitalismo como un proyecto civilizatorio estructural, no simplemente como un despliegue económico. En este sentido, hace eco del primer capítulo de la obra de Marx. El proyecto mercantil, donde se despliega la forma valor, es una encriptación semiótica del propio capital. El capitalismo es un proyecto de comunicación monádico, que cifra su intercambio semiótico en las mercancías y su circulación. Una “pulsión” (Trieb) que sólo puede ser intervenida prácticamente dentro del sistema monádico mercantil.7
En este contexto, es que se alcanza la idea de que, al igual que en el intercambio semiótico, entre el emisor y el receptor, en el intercambio mercantil lo fundamental no es el intercambio inequitativo, que, en efecto, está grabado en la obtención de plusvalor absoluto; por el contrario, para Karatani:
La afirmación, de los economistas políticos, de que el capital mercantil (o mercantilismo) realiza intercambios inequitativos, pierde de vista lo fundamental. El hecho es que cuando el capitalismo mercantil obtiene plusvalor del intercambio entre diferentes sistemas de valor, cada cambio -ya sea D-M o M-D- está estrictamente basado en un intercambio equitativo. El capital mercantil obtiene plusvalor a partir de la diferencia espacial. Mientras que el capital industrial obtiene plusvalor produciendo incesantemente nuevos sistemas de valores temporales -es decir, con innovaciones tecnológicas-. Esta división categórica no impide que el capital industrial alcance el plusvalor de la actividad del capital mercantil. Sea como fuere el capital no es selectivo respecto al modo en que realiza el plusvalor; siempre realiza el plusvalor a partir de la diferencia entre los sistemas de valores gracias a un intercambio equitativo en cada transacción. Pero uno de los puntos que quiero plantear es que el modo en que se adquiere el plusvalor es estrictamente invisible -en contraste con la manera en que la ganancia es adquirida- y, por así decirlo, el mecanismo entero permanece en un hoyo negro. Por lo tanto, la invisibilidad es también una condición para la lucha en el proceso de circulación (Karatani, 2019: 25-26).
Es muy importante y sutil lo que señala aquí Karatani. En cierto sentido, está indicando que los capitales mercantiles, aquellos que se basan en un esquema elemental Mercancía-Dinero-Mercancía (M-D-M), que realmente se expresan en la vida real de esta forma M-D-D-M, generan plusvalor por una diferencia espacial. Es la idea de Marx de abolir permanente al dinero en este tipo de intercambio. Yo tengo una mercancía o me identifico como una mercancía (fuerza de trabajo) para obtener un equivalente -en este caso el dinero- que quiero intercambiar por otra mercancía. El dinero es sólo un medio que no deseo, sino como intermediario para poseer una mercancía.
El plusvalor se encuentra, entonces, en la diferencia espacial de un intercambio a otro. Ese dinero no queda borrado, sino que se capitaliza en el poseedor de los medios de producción, de la fuerza de trabajo, de las rentas o de los sistemas crediticios. Es un plusvalor relativo y débil, que no puede sedimentarse como estructura civilizatoria de largo alcance, sólo subsume formamente la realidad. Central es, en ese movimiento, la permanente concretización de una mercancía y su uso, su consumo y aniquilamiento.
El asunto puede ser un poco más claro si pensamos en los sistemas semiótico-comunicativos. Cuando uno habla, conversa o traduce, el equivalente general es la lengua o las lenguas usadas, pero su engrosamiento como capital epistémico es lento, se da en un sistema de larga duración. Al tener que concretizar y dramatizar permanentemente al acto del habla, el diálogo y la nominación, los canales de acumulación son pocos. Antes que la acumulación, opera el tráfico de las palabras. Por eso en una comunicación simple, no industrializada, como la que sí opera en los sistemas de redes, se genera eso que Karatani llama un intercambio estrictamente equitativo. Uno ofrece su mercancía o su mensaje y recibe, a través del dinero o de la lengua del hablante, un elemento equitativo que le permite funcionar en el sistema comunicativo o en el sistema de intercambios mercantiles simples. Estos son los famosos ejemplos de Marx en el primer capítulo de El capital: 20 varas de lienzo son igual a una chaqueta y una chaqueta es igual a veinte varas de lienzo.
Por el contrario, cuando todo esto se industrializa, el plusvalor -relativo- se adquiere por diferencia temporal y tiende a exacerbar el plusvalor absoluto, el que se adquiere por la extensión y explotación del y la trabajadora en la jornada laboral.
Como indica Karatani, el plusvalor que se opera en la fase industrial, donde la figura que rige al capital es Dinero-Mercancía-Dinero incrementado (D-M-D’), realmente D-M-M-D’, ya implica un circuito donde el plusvalor está dado por una diferenciación de tiempos y no de espacios, y esa diferencia se establece, de forma ejemplar, en los modos y tecnologías de producción y en las formas de explotación de la jornada laboral. Esto no elimina la obtención de plusvalor relativo, sino que lo exacerba. Por un lado, permanece el intercambio mercantil, es el y la trabajadora los que se constituyen siempre como consumidores de las mercancías y, por el otro, las formas de plusvalorización absoluta se extienden a las tecnologías del intercambio, distribución y circulación de mercancías. Sucede entonces que los medios de transporte, la renta, los medios de subsistencia, los dispositivos de comunicación y todas las formas de encriptación de la mercancía se industrializan y reproducen, en diversos grados, la forma de plusvalor absoluto en la esfera de circulación.8
A partir de esta diferencia entre el capitalismo que opera en las esferas temporales y espaciales del intercambio, es que Karatani puede señalar que
Es inquietante que muchos marxistas sostengan que el plusvalor sólo se obtiene por la “explotación” dentro del proceso de producción, en lugar de que sostengan que se obtiene gracias a las diferencias entre los sistemas de valores. Estos marxistas ven la relación entre capitalistas y trabajadores asalariados como una extensión (disfrazada) de la relación entre el señor feudal y el siervo, y ellos creen que esta era la idea de Marx. Pero se originó en los socialistas ricardianos, quienes formularon, a partir de la teoría ricardiana de la ganancia, la idea de que hacer ganancias es equivalente a la explotación por medio del plustrabajo. Esta se convirtió en la teoría central de los movimientos obreros ingleses, a principios del siglo XIX. Aunque es cierto que Marx mismo dijo algo similar una y otra vez, y podrá entretener a un oído vulgar, debería distinguirse el aspecto de la teoría de Marx en el que realmente esclarece el enigma del plusvalor. A lo sumo, funciona para explicar el plusvalor absoluto (realizado por la prolongación de la jornada de trabajo), pero no el plusvalor relativo (realizado por el mejoramiento de la productividad del trabajo) -la característica particular del capitalismo industrial. Y lo que es más, considerar la relación entre el capitalista y el trabajador asalariado en comparación con la relación entre el señor feudal y el siervo es en verdad engañoso: en primer lugar, su resultado es visualizar el derrocamiento de la economía capitalista desde el punto de vista de la dialéctica amo/esclavo; en segundo lugar, lleva a centrar la lucha en la producción e ignorar el proceso de circulación (Karatani, 2019: 26).
Karatani es un pensador que ha creado, al seguir a Kant, un método poderoso y fascinante: la transcrítica.9 Consiste en un movimiento crítico de observación y profundización. Si bien lo asocia epistemológicamente con una visión de paralaje, una noción astronómica que indica la aparente posición de los astros según los puntos de observación, él lo ejemplifica con el paralaje auditivo que percibimos al oír nuestra voz grabada o, se podría también indicar, con la experiencia que tenemos al observar nuestro reflejo en un espejo. La reacción frente a la voz grabada es negar que somos nosotros, y esto se debe al paralaje que experimentamos como emisores y receptores. Aunque se trate de nuestra propia voz, al igual que al ver, en formas tan distintas según nuestro punto de observación los astros reales o extintos, tendemos a negar esa apertura objetiva de perspectivas críticas. Karatani indica que hay que entender que siempre estamos en un punto paraláctico y que en lugar de buscar una síntesis del mismo, hay que profundizarlo, justo para encontrar nuevos paralajes.
Así, encuentra en Marx, quien se dedicó a abrir y profundizar paralajes incesantemente, al pensador transcrítico por excelencia dentro de la filosofía (yo pensaría también en Platón y su sorprendente despliegue dramático-paraláctico).
El filósofo japonés, por su parte, lo que está realizando, en este caso, es una profundización y acentuación del paralaje entre los modos de producción y los modos de circulación. Por esta razón advierte, que el error es quedarse con el punto fijo en el modo de producción y llevar la figura del obrero y el capitalista a un símil entre el amo y el esclavo. Al contrario, mantiene el paralaje y lo profundiza, tratando de encontrar nuevas aperturas paralácticas y críticas, al concentrar su mirada en los medios de circulación de capitales. Se trata de un movimiento trans-crítico: opera como movimiento de crítica, pero lleva esa criticidad al centro de la misma crítica y la desplaza en aperturas y no en síntesis. Uno bien puede decir, ante el fracaso del marxismo como filosofía práctica frente al capital, que bien vale la pena proponer y desarrollar otras interpretaciones del corpus marxiano.
Concluye así Karatani esta idea transcrítica y paraláctica sobre la prelación de los modos de circulación:
El Marx de El Capital, por el contrario, subraya la prioridad del proceso de circulación. A la manera de Kant, Marx señala una antinomia: por un lado, dice que el plusvalor (para el capital industrial) no puede alcanzarse en el proceso de producción por sí mismo, y por otro lado, tampoco puede alcanzarse en el proceso de circulación por sí mismo. Por lo tanto, “Hic Rhodus, hic salta!”. Sin embargo, esta antinomia puede anularse sólo si se propone que el plusvalor (para el capital industrial) surge de la diferencia entre los sistemas de valores en el proceso de circulación (como en el capitalismo mercantil), y que, sin embargo, la diferencia es creada por la innovación tecnológica en el proceso de producción. El capital debe descubrir y crear la diferencia incesantemente. Esta es la fuerza motora de la incesante innovación tecnológica del capitalismo industrial; no es que el produccionismo venga de la esperanza de la gente en el progreso de la civilización como tal. Se cree ampliamente que la causa del desarrollo del capitalismo son nuestros deseos materiales y nuestra fe en el progreso; de manera que siempre parecería posible cambiar nuestra mentalidad y comenzar a controlar racionalmente el imprudente desarrollo; y además, parecería posible abolir el capitalismo mismo cuando queramos. La pulsión del capitalismo, sin embargo, está profundamente inscrita en nuestra sociedad y en nuestra cultura; siendo más puntuales, nuestra cultura y nuestra sociedad han sido creadas por ella; nunca cesará por sí misma. No cesará por un control racional o por la intervención del Estado (Karatani, 2019: 27).
IV
Quisiera continuar este trabajo con una serie de anotaciones seminales sobre las huellas de un marxismo que fue atento a los modos de circulación de mercancías en el capitalismo y, posteriormente, proponer algunas hipótesis de trabajo.
Pienso en que, desde la perspectiva que busca una apertura y profundización en el estudio de la circulación del capital, podemos referir notables excepciones que, sin embargo, no alcanzaron a fundar una tendencia definitiva en todo el siglo XX; por ejemplo, los trabajos de Rosa Luxemburgo, los ensayos de José Carlos Mariátegui, las primeras teorías de Georg Lukács, los cuadernos de Antonio Gramsci y la fragmentada obra de uno de los pensadores más influyentes en el siglo XXI, Walter Benjamin. El pensador alemán ya escribía, en 1928 cuando se publica Dirección única, reflexiones sobre el desplazamiento de la crítica por el discurso mediático, circulatorio y perversamente distributivo que genera la publicidad.
La mirada hoy por hoy más esencial, la mirada mercantil, que llega al corazón de las cosas, se llama publicidad. [Y señala más adelante] ¿Qué es, en definitiva, lo que sitúa a la publicidad tan por encima de la crítica? No lo que dicen los huidizos caracteres rojos del letrero luminoso, sino el charco de fuego que los refleja en el asfalto (Benjamin, 1987: 77).
El autor de La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica se da cuenta que la publicidad alcanzaba, y alcanza, un reflejo en la crisis incendiaria del capitalismo, la crítica no. Y esto se debe, en gran medida, a poner atención en las formas de circulación del capital y las mercancías, y no solamente en los aspectos de la producción en el capitalismo.
Caso aparte, es el trabajo de las historiadores e historiadoras marxistas, quienes, justo por su atención a los modos de intercambio y comercio en la configuración de sentido dentro del capitalismo, ahora inciden de un modo fundamental en la reconfiguración del marxismo contemporáneo. Por sólo llamar la atención sobre cuatro casos relevantes en la configuración de las teorías críticas actuales, menciono a Fernand Braudel, Antonio García de León, Eric Hobsbawm y Ellen Meiksins Wood. También es imprescindible, para comprender la dimensión de esta tendencia, una gama de trabajos económicos atentos al marxismo, dos autores me parecen notables en este momento: David Graeber y Wolfgang Streeck.10
El texto de Streeck se centra, fundamentalmente, en un estudio de los datos de la prolongada crisis del capitalismo y del impacto social que esto tiene, sobre todo, en Europa, A su juicio, se ha roto el pacto posterior a la segunda Guerra Mundial entre democracia y capitalismo. Respecto a nuestro enfoque, muchos de los datos de la crisis actual y de las posibilidades del fin del capitalismo están conectadas con los sistemas culturales y sociales de circulación del capital y sus ideogramas. Así se muestra cuando dice, por ejemplo, que
It is only when the manufacturing of ideological enthusiasm for a neoliberal everybody-for-themselves existence will no longer work, perhaps in the course of a mayor crisis in middle class employment, as predicted by Collins, or generally when the prevailing disorder will begin on a large scale and seriously to frustrate individual projects an ambitions, that the post-capitalist interregnum may come to an end and a new order may emerge (Streek, 2016: 43).11
Hay atisbos, como he indicado, del estudio radical del comercio mercantil y la formación de identidades nacionales, que se independizan relativamente del núcleo productivo-consuntivo, en los trabajos de Luxemburgo sobre territorio y capital;12 en los estudios del primer Lukács sobre las formas de identidad novelada y ficcional; en los análisis de la configuración de lo popular en Gramsci; en los trabajos sobre el indio y la tierra que realiza Mariátegui; y especialmente en los trabajos sobre el flujo lingüístico, el modo de reproductibilidad neo-aurático capitalista y el tiempo histórico evanescente en Benjamin; pero, insisto, ninguna de estas tendencias pudo establecer un modelo de interpretación del capital.
Podemos decir, que esta tendencia se empieza a instaurar con el declive de las mercancías duraderas (bienes anclados a la idea utópica del hogar familiar-patriarcal, que van desde el auto, pasando por la cafetera, la lavadora o el refrigerador, hasta la máquina de escribir); bienes que paulatinamente serán sustituidas por la mercancía eje de formación de plusvalor en los años noventa del siglo XX: la información y todos los procesos virtuales que implica el transporte del mensaje, hasta llegar a los actuales tiempos reticulares, fractales y rizomáticos en que se ha fragmentado y distribuido el sentido individual, grupal o comunitario de lo humano, ejemplificadas de forma supina en las apoteóticas redes sociales.
Karatani ha esquematizado estos tránsitos mercantiles del capital de esta forma (2011: 45):
-1810 | 1810-1870 | 1870-1930 | 1930-1990 | 1990- | |
Tipo de capitalismo mundial |
Mercantilismo | Liberalismo | Imperialismo | Capitalismo tardío |
Neoliberalismo |
Capital | Capital mercantil (manufactura) |
Capital industrial |
Capital financiero |
Capital monopólico estatal |
Capital multinacional |
Tipo de mercancía mundial |
Textiles de lana | Textiles | Industria pesada |
Mercancías duraderas |
Información |
Estado | Absolutismo | Estado nación |
Imperialismo | Estado de bienestar |
Regionalismo |
El otro momento decisivo de esta tendencia mundial aconteció en los años 70 del siglo XX, cuando el declive del dinero, por su separación a una materia prima -el oro-, dio paso a que se empezara a consolidar definitivamente el sistema crediticio, que ahora, casi 50 años después, es el sistema especulativo que rige al capital y que nos deja ver con toda claridad la importancia, y en algunos casos prelación, del sistema de intercambio comercial crediticio sobre el modo de producción y el sistema de consumo.13
No son pocos los teóricos y las teóricas que trabajan, de una u otra forma sobre los sistemas de circulación de capital, con relación a la dinámica del capitalismo realmente existente. Vienen a mi mente Mariflor Aguilar, Benedict Anderson, Luiz Costa Lima, Bolívar Echeverría, Jun FujitaHirose, John Kraniauskas o Carlos Monsiváis. Algunos lo hacen de forma explícita, otros simplemente enfocando sus estudios en los campos de la circulación; algunos y algunas claramente desarrollan teorías que se enmarcan en los estudios de flujo y circulación de capital, no de producción y consumo.14
Pero como hemos indicado en el parágrafo anterior, el autor que de forma más precisa y clara marca este viraje es Kojin Karatani. En un ensayo que vuelve a sintetizar e introducir The Structure of World History (La estructura de la historia mundial) indica:
La economía capitalista constituye […] un sistema gigantesco que se basa en el dinero y el crédito. Para explicarlo, Marx, en El capital, comenzó su estudio no por el modo de producción, sino por el campo de intercambio de mercancías. El modo de producción capitalista, es decir, la relación entre el capital y el obrero se organiza a través de la relación entre el dinero y la mercancía (un modo de intercambio). Pero los marxistas que propusieron el materialismo histórico, sin leer bien el capital, sólo han seguido dogmáticamente el concepto de “modos de producción” (Karatani, 2020: 27).
Las implicaciones de este viraje son inmensas y es casi imposible que puedan sistematizarse en una obra. Si bien una idea del marxismo, presente en los años noventa, y pensada en el campo de rebeldía ilustrada del consumo o bajo el intento de encontrar al sujeto revolucionario que rompa su proceso “ideológico” de enajenación, pudo alcanzar obras con pretensiones holísticas, por ejemplo en el trabajo que va de la reconstrucción de Lenin a Zizek o en el trabajo de los milenarios movimientos pacifistas, hasta Negri y Hardt, lo cierto es que pensar al capital desde los modos de intercambio sólo puede traducirse, teóricamente, en estudios de los propios flujos fragmentados, dispersos y particulares o rizomáticos y seriales que el capital produce. Dicho en otros términos: no hay indicaciones precisas de que la crisis actual del capital y sus modos de distribución y circulación de la riqueza propiciarán una teoría holística y absoluta, como pretendían las teorías revolucionarias surgidas del estudio de los modos de producción y su esquema binario de explotado y explotador.
Esto, por supuesto, no descarta que la teoría anti y postcapitalista parezca necesitar producir una alternativa total a la diversidad, complejamente diferenciada, de crisis que desata el capital actual.
V
Con el fin de contribuir al estudio del capital y el capitalismo desde la perspectiva de las formas y modos de intercambio, quiero señalar tres elementos que surgen al pensar al capital, estructuralmente, desde el intercambio mercantil y no, esencialmente, (sin que esto elimine ese hecho criminal del capitalismo), como forma de explotación:
A)
Al poner atención a los modos de circulación de capitales, observamos que el capital se constituye una y otra vez como un espacio diferenciado, no sólo como una temporalidad de explotación y enajenación. Es, precisamente, en el espacio donde se da el proceso de intercambio. Si bien podemos ver la línea del tiempo capitalista en el hecho bárbaro o ilustrado del consumo y en la explotación o en la supuesta “justicia” contractual del proceso de producción, en rigor, estos hechos son periféricos en la praxis espacial del capitalismo. Están elididos, como se explica en el primer capítulo de El capital, del acto fáctico de la vida social capitalista: el intercambio de mercancías. “En la relación de cambio de las propias mercancías, su valor de cambio se nos aparece como algo completamente independiente de sus valores de uso” (Marx, 2014: 44). A partir de esta idea se puede pensar que, en efecto, lo único que queda en la relación fáctica del intercambio es el flujo de dinero o del crédito.
Recordemos que el capital mercantil opera desde la forma mercancía-mercancía (M-M). Ya aquí hay un proceso de abstracción y creación de trabajo socialmente útil, que se refleja en que el bien se mercantiliza; sin embargo, se encuentra tan atenuado ese trabajo abstracto que presuponemos que no hay obtención de plusvalor en el intercambio de mercancías o trueque. Pero, por el contrario, ese momento larvario del capital es el que tiende a reproducir y magnificar un mediador universal, el dinero y el crédito, que ya está contenido en el mínimo proceso de abstracción. Una mercancía siempre es, a la vez, dinero y crédito. Si yo no intercambio el bien, si yo la uso para mí o para mi comunidad, no es una mercancía, es un bien (o un mal). Esto implicará, además, que debe intercambiarse por un don, un regalo o un presente que generará un contradon, esto es, un sistema de intercambios recíprocos, infinitos, sacros y rituales, pero no mercantiles (Karatani, 2014).
Marx dice entonces que en el momento de intercambio de mercancías el valor de cambio se independiza de su valor de uso. Ese instante es recodificado por el dinero y el crédito o sus formas más mundanas: la renta, el salario y la deuda. Así, la forma simple M-M, da paso a una forma estable y utópica del capital: Mercancía-Dinero-Mercancía (M-D-M). Sin embargo, la propia velocidad y vertiginosidad de esa mercancía mágica, el dinero, crea una recodificación espacial de las relaciones. Las identidades se generan por la posesión y el deseo de esa mercancía universal, el dinero, y es entonces cuando entramos al pleno sistema del capital: el intercambio codificado de la siguiente forma Dinero-Mercancía-Dinero aumentado o plusvalor (D-M-D’).
Este momento, en efecto, es el pico de lo que se llama capitalismo industrial. Ahí, lo importante ya no es la mercancía ligada a su función como útil o bien, sino la producción de una mercancía que tenga como fin engrosar el sistema mundial y universal del dinero, lo que se llama la autovalorización del valor o, propiamente, reificar y fetichizar el núcleo del sistema capitalista.
¿Qué sucede aquí? No propiamente una historia revolucionaria que intente abolir ese sistema, sino el engrosamiento, en el espacio fáctico y pragmático, de la forma mercantil que queda atrapada entre el dinero generador y el dinero plusvalorizado. La creación del sentido industrial del mundo.
La época de la industria implica y genera, entre otras cosas, la identidad urbana, el engrosamiento de la fuerza laboral y corporal, la formación de circuitos materiales para mover mercancías, transportar y resguardar dinero: bancos, sindicatos, asociaciones, clubs, bandas, trenes, autos, barcos, vías de comunicación del propio capital; y la creación de mecanismos que redistribuyan parte de ese dinero plusvalorizado, que lo reconviertan en capital. Por esta razón, en el esquema del capital industrial es central la función de la nación y del estado, como instrumentos para redistribuir y hacer circular el dinero de forma controlada.
Sin embargo, lo central es que en todos los intercambios mercantiles y propiamente mercantiles capitalistas e industriales (M-M, M-D-M y D-M-D’) por un momento evanescente se concreta la forma más violenta del capital, el intercambio de dinero por puro dinero acumulado, (D-D’). Así, desde un primer momento, el hecho del intercambio mercantil crea un espacio dinerario y crediticio que desfonda toda materialidad y todo valor de uso de la propia mercancía. Ese momento nuclear, inserto en el corazón de cada mercancía, redunda en una acumulación especular, sin mediación de un elemento concreto. Es el mundo del dinero puro o, como en el mundo actual, la cotidianidad del crédito y la deuda. En efecto, uno tiene que restituir alguna materialidad a ese flujo enloquecido, por lo que usa, de cualquier forma, la mercancía y así la restituye a su bifacidad como valor y útil, como valor de cambio y valor de uso. El acontecimiento central, sin embargo, que no debemos perder de vista, es que ahí se constituye paradigmáticamente la socialidad del capital, en la evanescencia del uso y no en la restitución de la mercancía al uso.
Si yo regreso del intercambio dinerario o crediticio a la figura violenta y clásica del capital, D-M-D’, cuando ese intercambio lo materializo en el uso de la mercancía para entrar en el proceso de circulación yo mismo, ya sea como fuerza de trabajo o como consumidor, esto no implica que pueda configurar una socialidad diferente. Lo social se vuelve a encabalgar en el momento del intercambio dinerario, donde hay independencia y evanescencia del uso.15
Es pertinente aún la pregunta, ¿cómo acontece el dinero o el crédito? Si cuando yo compro una mercancía no estoy cambiando dinero por dinero, como en los francos intercambios dinerarios y crediticios de los bancos. Más aún, si cuando yo hago un intercambio simple de una mercancía por otra mercancía tampoco media el dinero. La respuesta no es transparente socialmente, como nada lo es en el capital. Se trata, como decía Marx, de toda una configuración jeroglífica.
Cuando yo intercambio mercancías por mercancías, doy crédito al trabajo abstracto y social que generó esa mercancía y que no se puede generar en mi comunidad. Necesito exteriorizar esa necesidad, esto es, volverla ex-territorial y ex-presa, transformarla en un hecho social y comunicativo. Esto sólo se puede hacer con un complejo procedimiento crediticio: doy crédito al trabajo de otra comunidad y acredito mi necesidad -realmente la de mi comunidad- de ese bien. Este solo hecho transforma ontológicamente al bien en una mercancía. Ya no es un bien silente y territorial, como en la forma animal y natural; ahora es una mercancía que demanda la formación de lo social y el despliegue de un campo comunicativo: el precio, el des-precio y el lenguaje que lo exprese.
Este esquema está, repito, en el corazón de toda la composición orgánica y el despliegue del capital. Crea y repite un constructo incesante de espacios que, en esa praxis enajenada, luchan permanente, y ciegamente, contra la forma última y primera del capital: el crédito que termina por funcionar automáticamente como dinero que genera, por sí mismo, más dinero.
B)
La dimensión de esta acción crediticia o dineraria, que se encuentra en la piel que habita el capitalismo, es lo que fragua la socialidad espectral o de segundo orden del capital. En la tesis central del parágrafo sobre la mercancía escribe Marx:
Detengámonos a considerar el residuo de los productos de trabajo. Sólo queda de ellos una misma espectral objetividad, una simple condensación de trabajo humano indistinto, es decir, una condensación de la inversión de fuerza de trabajo humano, sin consideración en la forma en que se ha invertido. Estos objetos sólo representan el hecho de que en su producción se ha invertido fuerza de trabajo humano, se ha acumulado trabajo humano. Como cristalización de esta sustancia social común a ellos, son valores, son los valores de las mercancías (Marx, 2014: 44).
Es interesante la redundancia de la cita, Marx parece querer dejar del todo claro que el trabajo humano pierde identidad en la mercancía, desaparece, es indistinto, espectral, condensado y acumulativo, no singular, particular o específico; sin embargo, a la vez, es nuestra objetividad social y la forma concreta o cristalizada de la sustancia social.
Todo esto se materializa, de forma virtual, en el espacio de flujo del capital, concretamente en su despliegue en los proyectos urbanos, citadinos, artísticos y políticos. Ahí es donde debe estudiarse la espectralidad social del capitalismo. La historia, a la vez, queda concretada como un hecho espacial. Por ejemplo, el canon, y su transmisión pedagógica, política, estética, nacional o hermenéutica es una forma histórica constituida en una diversidad serial de espacios de poder. La duración en el tiempo, decía Adorno en sus ataques contra la estética hegeliana, es una categoría económica embozada, es la propiedad privada y heredada que detenta el capitalista.
C)
Pensar el capitalismo como modo de intercambio implica pensarlo también como ficción, como una realidad de segundo orden que descansa centralmente en elementos fantásticos, espectrales y virtuales, posados sobre su sedimento material. En este caso, una ficción desatada por la forma de valorización estructural del capital y concretada por el movimiento dinerario de un valor de cambio que siempre ficciona, al presuponer que alcanza un equi-valente entre una mercancía y otra, hasta el frenesí de pensar que la “fuerza de trabajo”, constituyente central de la humanidad capitalista, puede tener su equivalente dinerario, salarial o crediticio.
Aquello que Marx llamaba nuestro conocimiento pericial de las mercancías, es el conocimiento gratuito que nos da el tener algunas monedas o algún crédito para desatar la ficción jurídica, social y lúdica del capital.
¿Qué implicaciones tiene vivir al capital como ficción, como realidad de segundo orden? En primer lugar, entender, como lo hicieron por ejemplo las y los barrocos, que la realidad configurada desde el modo de intercambio mercantil es monódica y, por lo tanto, espectral. El centro de la aparición del mundo, la mercancía, en muy similar a una mónada: cerrada, clausa, sin ventanas. Sólo la conocemos en el uso privativo que damos a ésta, jamás en el proceso de intercambio. Por esto, querer desprender de la socialidad material una narrativa histórica o racional -como la discursividad revolucionaria- conlleva a otorgarle potencia a la misma realidad del capital, pues establece una metaficción moral o social ajena al hecho real de intercambio y socialidad que impone la economía mercantil del capitalismo.
En segundo lugar, hace comprensible que la narrativa ficcional de aterramiento y exilio permanente que se vive en capitalismo no puede generar un polo material dentro del sistema del capital. Esto nos lleva, necesariamente, a entender las rupturas sociales, ya sea como formas de resistencia, enfrentamiento violento o participación ilustrada con las políticas del capital, como formas también ficcionadas. Pensar esto implica reelaborar una política, ética y moral muy diferente a aquella de los procesos ilustrados y revolucionarios que ha guiado el discurso de izquierda en los últimos 150 años.
Finalmente, entender que el capitalismo aparece como una realidad netamente espectral, y que por lo tanto genera una forma social de segundo orden o ficcional (una representación desplazada de la misma representación), quizá abrirá nuestros ojos para ver, entender, comprender y aprender de las formas más potentes y a la vez modestas y sabias de la resistencia frente al capital. Me refiero a las formas de los pueblos originarios que con componentes míticos, religiosos y fundamentalmente ficcionales han elaborado no sólo narrativas de resistencia, sino esencialmente formas alternas ya postcapitalistas, en medio del despliegue enfermo y dañado del capital.