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El periplo sustentable

versión On-line ISSN 1870-9036

El periplo sustentable  no.36 Toluca ene./jun. 2019

 

Artículos

El enfoque de las capacidades socio-territoriales en la gestión del turismo sustentable

The Socio-Territorial Capacities´ Approach in Management of Sustainable Tourism

Edel J. Fresneda* 

*Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México. Correo electrónico: edel.fresneda@gmail.com


Resumen

En el presente artículo se examina la definición de turismo sustentable y los criterios relevantes que se incluyen en el debate sobre este concepto. Se aborda la necesidad de incorporar otras variables para analizar la sustentabilidad de forma sistémica en un destino turístico. La discusión, por tanto, gira en torno a la privación conceptual que ha existido, evaluando cuatro factores principales que determinan la sustentabilidad en un destino según la literatura; y haciendo hincapié en la satisfacción de las necesidades de la comunidad local como un indicador relevante para la evaluación. Con ese propósito, se presenta el concepto de capacidades socio-territoriales, que es una herramienta para la gestión de la sustentabilidad en los destinos turísticos.

Palabras clave: Capacidades socio-territoriales; turismo sustentable; vulnerabilidad; intensidad en el uso de recursos

Abstract

This article examines both the sustainable tourism ‘definition and pertinent criteria included in the debate surrounding this concept. It addresses the need to incorporate other analysis variables to consider sustainability as a system in a tourism destination. The discussion, therefore, revolves around the conceptual inadequacy that has existed evaluating the four main factors that define sustainability in a destiny according to the literature; with an emphasis on meeting the needs of the local community as a relevant indicator for evaluation. With this purpose, the concept of Socio-Territorial Capacities is presented; it is understood as a tool for sustainability management in tourist destinations.

Keywords: Socio-Territorial ‘Capacities; Sustainable Tourism; Vulnerability; Resources ‘Use Intensity

Introducción

Teóricamente, la degradación de los ecosistemas está vinculada a un crecimiento económico que ha tenido lugar en la etapa moderna.1 Este es un problema para la reproducción social y humana por la afectación paulatina de bienes tangibles e intangibles que son, al mismo tiempo, medios para la subsistencia. Esta afectación ocurre -mayormente- a través de una producción intensiva para un consumo masivo; factores que condescienden una oferta y una demanda respectivamente, centradas más en satisfacer necesidades creadas y asimiladas socialmente y menos en integrar necesidades humanas -axiológicas y existenciales- (Max-Sneef, 1993). Desde esa relación, que está en la base del capitalismo moderno, se ha ido construyendo una representación social del bienestar a nivel global que involucra no sólo objetos materiales y relaciones sociales que consienten la oferta y la demanda; sino también una relativa falta de conciencia sobre las consecuencias ambientales y ecológicas de la acción social. Sobre todo cuando ésta se basa en esos principios de oferta y demanda. La intensidad en el uso de los recursos para satisfacer esas necesidades sociales es creciente, generándose así límites reales en términos de la existencia.2

De acuerdo con esta última idea, se podría inferir que socialmente aquella cultura que reproduce un uso intensivo y no racional de los recursos es en sí misma un riesgo y plantea diferentes grados de vulnerabilidad para distintos grupos sociales. Ello porque los límites del crecimiento se hacen perceptibles local y globalmente. La creciente intensidad en el uso de recursos para el consumo genera una alta demanda del factor trabajo. Sin embargo, al no estar directamente relacionada esa demanda con la satisfacción de necesidades humanas sino con el consumo, el factor trabajo en sí mismo pierde su capacidad para ampliar los límites de reproducción social (Meadows et al., 1972). Esto es, existe un desequilibrio latente entre los factores tangibles e intangibles y se reducen o afectan los medios de reproducción social poniéndose así en riesgo la subsistencia humana. Una alternativa de crecimiento que sortea ese desequilibrio consiste en determinar en los territorios cuáles factores tangibles e intangibles coexisten y cómo el correcto equilibrio entre ellos constituye una capacidad para satisfacer necesidades y permitir una gestión eficiente del desarrollo con un uso racional de los recursos. Con este principio, el significado de la cualidad de resiliencia contenida en conceptos generales de desarrollo (el Sostenible y el Humano), se traduce en el conocimiento de cuáles son los déficit o incoherencias entre los factores tangibles e intangibles de un territorio -y en diferentes escalas-. Así, también es posible conocer acerca de las consecuencias de las acciones socioeconómicas tanto al nivel local como global.

Académicamente, estas ideas no son tan explícitas cuando los autores discuten sobre el desarrollo sustentable. Las relaciones sociales y dimensiones culturales tienden a ser pasadas por alto con frecuencia (Garmestani et al., 2014, Reyers et al., 2013, Chan et al., 2012, Tuvendal y Elmqvist, 2011, Foladori et al., 2005). En otros casos, algunos enfoques: a) tienen una falta de perspectiva integral; b) son ineficientes para asesorar una gestión sostenible en los territorios; c) están sesgados al describir la sostenibilidad o crear soluciones económicas dentro de una lógica que en efecto engloba la visión sistémica. Este problema se vuelve más complejo cuando las acciones humanas actuales no se elucidan como una derivación de una cultura que globalmente está determinando una percepción del bienestar sobre un uso ineficiente de los recursos del ecosistema.

En este tenor, la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (Millennium Ecosystem Assessment, 2004) identificó como un problema relevante la falta de conocimiento sobre la influencia de las actividades socioeconómicas en los ecosistemas. Aspecto que necesariamente interviene en las estrategias de gestión de los recursos, las mismas que resultan incapaces de evitar el extenuación de los mismos cuando no se reconocen: a) las causas y consecuencias de las contracciones de los servicios eco-sistémicos; b) la extensión de esos ecosistemas; c) los cambios no lineales que tuvieron lugar como resultado de acciones humanas en un territorio concreto o; d) cómo una población puede afrontar estos riesgos adaptándose a través de una gestión sostenible.

En el caso del turismo como actividad económica, también es una demanda actual lograr un crecimiento sistémico entre factores tangibles y no tangibles (OMT, 2015). Sin embargo, es fácil comprobar que en muchos casos las prácticas y la gestión no se centran en este crecimiento bien ajustado sino en todo lo contrario. La creciente intensidad en el uso de los recursos demandados por esta industria, se oculta detrás de comprensiones suaves y conceptos no tan claros que, en casos limitados, están bien evidenciados. Esta intensidad es transmitida por los principios de la oferta y la demanda; y por lo tanto, los recursos naturales o eco-sistémicos se miden -en muchas ocasiones-, como factores tangibles para lograr un mayor valor de ingresos.

No obstante a la evolución y extensos debates en torno a conceptos como: turismo sustentable, ecoturismo y turismo rural; estos no resultan competentes para vincular las nociones y fórmulas que proponen con las demandas de desarrollo sustentable a nivel global y local. Hunter (1997: 850)-citando a Lane 1994-, evidenció esta contradicción afirmando “que esta desconexión se debe a que el enfoque de turismo sustentable que ha predominado, contiene una serie de principios, prescripciones de política y métodos de gestión, que buscan mayormente conservar a futuro la base de recursos ambientales en las zonas turísticas (incluyendo características naturales, estructurales y culturales”. Esta forma tradicional y conservadora de ver el turismo sustentable (pariochally) se sigue reproduciendo cuando las percepciones basadas en este paradigma continúan ampliando una “brecha tal que los principios y políticas de turismo sustentable no contribuyen necesariamente a los del desarrollo sostenible” (Hunter, 1997: 851). En este sentido, Gyou (2005) y Sheng-Hshiung (2006) señalan que el desarrollo del turismo sustentable ha sido presentado más en un nivel teórico que práctico.

Aunque parece haber un consenso en la literatura sobre lo que se necesita para la estabilidad entre: a) la utilización de los recursos; b) satisfacer las necesidades humanas y c) respetar la integridad ecológica; dicha representación conservadora de la sostenibilidad no elabora soluciones eficaces en un sentido de desarrollo, aunque sí más en un sentido de crecimiento. Es decir, más a favor de la reproducción de las conexiones establecidas por la oferta y la demanda en el mercado global. O dicho de otra manera, su alcance o escalabilidad muchas veces están reducidos a una visión local que pondera la lógica de oferta-demanda global atendiendo superficialmente el problema ecológico o ambiental.

Por un lado, es conocimiento común que la cualidad sustentable requiere de un equilibrio sistémico entre diferentes factores. Incluso, ese equilibro puede ser explicado por aportes teóricos -no necesariamente teoría en el ámbito turístico-, como lo es el caso de la definición de “racionalidad del espacio” (Santos, 1996). Esta significa una respuesta correcta a la lógica y necesidades de los agentes en un territorio específico (Mill y Morrinson, 1985; Hunter, 1997; Frunza y Pascariu, 2009). Así, una respuesta sistémica, desde el punto de vista del desarrollo, “es cuando el encuentro entre la pretendida acción -resistencia- y los objetivos disponibles se lleva a cabo con la mejor eficacia” (Santos, 1996: 254). Sin embargo, aun cuando revela un amplio uso, el alcance de la visión limitada de sustentabilidad en el turismo -que resulta en el uso indiscriminado de lexemas y palabras compuestas sin una explicación teórica integral como por ejemplo eco-turismo-, es limitado en muchas ocasiones en las que se interpreta y en cuanto a proponer un modelo de gestión que en efecto signifique una disminución en la intensidad del uso de recursos al mismo tiempo que se satisfacen equilibradamente necesidades de varios agentes involucrados en una actividad económica.

Irónicamente, existe ya una discusión teórica con respecto a lo anterior, pero que muchas veces no es asimilada por algunos de los profesionales del turismo. Como se menciona en la literatura, hay al menos cuatro factores principales a considerar en el intento de lograr la cualidad sustentable -también un equilibrio entre factores tangibles e intangibles-. Estos son: 1) la demanda (satisfacer las necesidades y deseos del turista); 2) oferta (acciones y necesidades del operador público y privado); 3) las necesidades de la comunidad local de acogida; y 4) recursos naturales, construidos y culturales (Hunter, 1997). Cada uno de ellos abarca procesos, procedimientos y acciones que necesariamente deberían estar interrelacionados. El examen de la vinculación eficiente entre ellos es un factor clave para determinar cuáles son los indicadores relevantes que en efecto pueden ser usados para medir esos procesos.

Así, para definir la sostenibilidad en un destino, es relevante observar qué procesos, procedimientos y acciones se desarrollan con respecto a los cuatro componentes principales y qué relación particular existe entre ellos. O dicho de otro modo, evaluar la sostenibilidad en un destino turístico implica valorar cómo en la gestión se manifiesta la cualidad de interrelación entre los componentes o factores mencionados. Esta hipótesis es descrita por Hunter (1997): si un singular o conjunto de procesos, procedimientos o acciones que corresponden a uno o más de los cuatro componentes principales es determinante, no asiste, u oblitera otro de los componentes principales o su funcionamiento, entonces no se puede hablar de sostenibilidad en un destino. Autores como Gössling et al. (2002) han llevado esta perspectiva más allá de los límites geográficos de un destino turístico para considerar así la intensidad del uso de recursos y consecuencias de las acciones económicas que emanan de las conexiones globales asociadas a un enclave turístico. Estos autores introducen el análisis de “la huella ecológica” (Gössling et al., 2002) de un destino para considerar su sustentabilidad.

En este tenor, no es ocioso volver sobre la idea de que en la consideración de los factores que deben integrarse en una estrategia turística parece existir un consenso, pero de discurso. En la práctica, prevalece una visión donde se le otorga al mercado la capacidad de reordenar y promover el desarrollo por sí solo, con la transferencia de tecnología y la integración de encadenamientos productivos con otros sectores. Esta visión comparte el paradigma neoliberal de desarrollo, y aún para argumentos relativos a la satisfacción de los clientes o los oferentes dentro de la actividad económica turística (Calderón y Ruggeri, 2016). La misma percepción soslaya la importante contradicción que conlleva el crecimiento económico desintegrado y la satisfacción de necesidades de distintos grupos, cuando sus análisis hacia el resto de los factores son: a) descriptivos; b) mecánicos en incorporar actividades menos “perjudiciales” hacia el medio ambiente; o c) instintivos al promover acciones que complementen cadenas productivas o de suministros con agentes de los territorios donde existe un enclave turístico.

La interrelación eficiente -sustentable-, entre los diferentes factores que localmente caracterizan a una oferta turística, enfrenta el obstáculo de la “funcionalidad” del proceso económico, la cual es medida en rendimientos o retornos de la inversión. Esto quiere decir que, esta “funcionalidad” consiente en ocasiones “riesgos necesarios” en relación con, por ejemplo: a) al uso de recursos medioambientales; b) la satisfacción de necesidades de otros actores que participan sin capacidad de inversión. Ello significa que en la gestión de un destino y respecto a las demandas de crecimiento, los niveles de organización y puesta en práctica de la actividad económica -en no pocas ocasiones-, requieren de etapas en las que se incide negativamente en: a) la capacidad de restauración de los recursos necesarios para que el sistema ecológico se mantenga saludable; b) en la satisfacción de necesidades axiológicas y existenciales de comunidades cercanas a un enclave turístico. Sin embargo, cuando se plantea la gestión de un destino turístico bajo un enfoque sistémico -que no es reducir a cero el uso de recursos-, yendo más allá de consentir actividades que de manera circunstancial disminuyen la incidencia negativa en la conservación ecológica, resultaría relevante la pregunta ¿cuáles son los riesgos plausibles y cómo estos influyen en la renovación y conservación de los recursos disponibles?

Como afirma Hunter (1997: 858-859), “fuera de la “perspectiva del equilibrio”, las respuestas incorrectas a esta pregunta provocan interpretaciones más débiles rodeadas de soluciones “oscuras” y que abordan los riesgos de forma tibia al elaborar acciones que tienen un sesgo de administración ambiental. Esta visión orientada al crecimiento (más débil) a menudo utiliza evaluaciones de impacto ambiental para tener más en cuenta la base de recursos ecológicos”. Una de las consecuencias de esa “obscuridad” en términos conceptuales, es que a pesar de existir un discurso de equilibrio -donde muchas veces se hace alusión a una integración de turistas, medio ambiente, residentes, gerentes; y, donde además se sugiere, en no pocas ocasiones, que las áreas naturales y las poblaciones locales están unidas en una relación simbiótica-, se elaboran estrategias peligrosas y autodestructivas para el ecosistema (Sheng-Hshiung, 2006: 640).

Esto puede deberse, según Gyou (2005), al problema de que algunos juicios académicos sobre la cualidad sustentable del turismo se elaboran por medio de criterios subjetivos con estándares o normas de medición inadecuados. A modo de ejemplo, el problema de la intensidad negativa en el uso de recursos (oferta) causado por el crecimiento poblacional circunstancial (demanda) no se mitiga con actividades “alternativas” desde el punto de vista turístico. También Gyou (2005: 431) afirma que algunos académicos del turismo (por ejemplo, Middleton y Hawkins, 1998: 247, citados por Gyou, 2005) incluso están convencidos de que “la sostenibilidad en el turismo es generalmente una aspiración o meta, más que un objetivo mensurable o alcanzable”.

Otro de los problemas en los estándares de medición, es que en ocasiones se elaboran evaluaciones sobre los recursos y acciones locales sin considerar las conexiones globales. En las últimas décadas el impulso al turismo ha estado marcado por la IED con un resultado parecido al que describe Hirchman (1958) como “efecto goteo”. Un elemento que ilustra esas conexiones globales, “es que un destino turístico puede provocar impactos indirectos en los ecosistemas globales cuando se ignoran las consecuencias ecológicas de su dinámica operacional” (Gössling et al., 2002: 200). Algunos ejemplos sobre esto último: un destino que vierte parte de sus desechos a los océanos, cambia la superficie arbórea aledaña con nuevos desarrollos, o que está basado en el transporte aéreo como fuente de acceso de sus clientes; tiene un impacto global que no necesariamente se mide a través de análisis de big data, inventarios ambientales, descripciones sobre el rendimiento o derramas económicas; o encuestas de satisfacción de los clientes.

Entonces, en consideración a los argumentos primeramente expuestos, aquí se presenta una propuesta para analizar a un nivel local las formas de integración de los factores que se tienen en cuenta al considerar la cualidad sustentable en un destino (Hunter, 1997). En este sentido, se introduce el concepto de capacidades socio-territoriales (CST) que es útil para determinar cuáles son las capacidades físicas de un territorio para solidar la oferta de un destino y por esa vía incidir en la demanda. Empero, el mismo también es conveniente para considerar las relaciones sociales, el capital de conocimiento y el patrimonio cultural como ventajas comparativas en un destino turístico.

Esta propuesta da cuenta de algunas de las discusiones sobre desarrollo sustentable presentadas anteriormente. En primer lugar, argumenta la disminución en la intensidad en el uso de los recursos con una gestión eficiente de patrimonios intangibles y tangibles. Un tipo de gestión que incide en la satisfacción de diferentes actores que participan en la oferta turística. En segundo lugar, con esta proposición se construye una respuesta que, en el ámbito local, permite una forma de gestión útil para superar la contradicción teórica del desarrollo que está asociada a la validación de acciones “negativas pero necesarias” (por ejemplo, contaminación y exclusión) para promover el crecimiento económico. Esto último lo hace incorporando la dimensión cultural. En tercer lugar, en este artículo se da cuenta de una demanda de conocimiento global: lograr un crecimiento sistémico en el turismo con la utilización de factores tangibles y no tangibles. Crecimiento que va más allá de las lógicas de oferta y demanda basados en los recursos ambientales. Se propone así, un esquema para medir la sustentabilidad en el turismo a partir de los factores que le son inherentes a esta última cualidad.

Discusión: las CSt en el análisis de la sustentabilidad de un destino turístico

Entender que el turismo es una actividad económica dentro de un esquema más amplio de desarrollo -que sí diversifica la capacidad exportadora de las economías-, implica reconocer que su puesta en práctica requiere de conexiones con otros sectores de la economía y sociedad a escala local y global. Contradictoriamente, esa propia capacidad que tiene el turismo para articular transferencias desde el mercado global al local e inversamente, se basa más en los patrimonios tangibles del territorio y menos en los patrimonios intangibles presentes en el mismo espacio. Este hecho en sí mismo plantea una desarticulación del desenvolvimiento en la actividad económica, dado que esos patrimonios intangibles en muchos casos coexisten y dependen de los patrimonios tangibles, tanto naturales como estructurales. En sí misma, esa desarticulación es negativa cuando repercute en el ámbito socio-cultural. Es decir, cuando la actividad económica interfiere capitalizando los recursos tangibles y; con ello, incidiendo negativamente en la reproducción social de diferentes agentes de un espacio físico. Una expresión de esa capitalización es una mayor demanda del factor trabajo con una especialización asociada al servicio turístico; proceso de transformación que incide en formas de reproducción tradicionales inherentes a un territorio, al mismo tiempo que intensifica el uso de recursos naturales. Una pregunta relevante en ese sentido es: ¿cómo una población puede reproducirse afrontando riesgos y adaptándose a través de una gestión sustentable de los recursos tangibles e intangibles de un territorio cuando la actividad económica principal es el turismo?

Esta pregunta conlleva abrir el espectro de atención de los estudiosos del turismo desde una posición centrada en las lógicas de oferta y demanda hacia una en la que se evalúan también los factores intangibles como características que elevan la competitividad del destino dentro de una gestión del desarrollo sustentable. Dicho de otro modo, sigue siendo una necesidad conocer cómo el turismo puede en efecto contribuir a la satisfacción de las necesidades de las comunidades locales y las que demandan los recursos bióticos y abióticos. En términos de competitividad, atender a los recursos de conocimiento y al patrimonio cultural permite métodos innovadores para gestionar la calidad y la internacionalización del servicio sobre la base de aspectos como la productividad, el crecimiento y la rentabilidad.

Aunque esa perspectiva no oblitera el principio de la economía moderna de laissez faire; sí cuestiona la orientación hacia el exterior de los servicios turísticos en busca de derramas económicas a todo costo; también, el supuesto de que el mercado adquiere el rol de distribución -y en ese sentido de uso de recursos- de una manera equilibrada. El hecho de que el turismo haya sido considerado en las últimas décadas como una actividad económica relacionada con los Programas de Ajuste Estructural, y que buscaron la IED y la ampliación del sector exportador como parte de una fórmula replicable en diferentes lugares del mundo (Muñoz et al., 2012); dio pie a interpretaciones acríticas y ajustadas a esas lógicas que -como se explicó-, carecen de una visión sistémica.

Entendiendo un sistema como un conjunto estructurado de procesos que están interrelacionados, es posible determinar cómo una oferta turística existe de manera equilibrada con la integración de sus componentes; o por el contrario, cómo un singular o conjunto de procesos determina a otros dentro de la misma estructura. Se ha corroborado que los enclaves turísticos no contienen un sistema económico inherente, endógeno o propio, sino que su propia dinámica operacional extiende su alcance hacia otras regiones (Kremer et al., 2016), soslayando las capacidades del territorio en el cual están enclavados y que son útiles para ofrecer un producto turístico de calidad.

Esta última característica puede llegar a convertirse en un obstáculo para la meta de que el turismo sea una actividad económica responsable, que coadyuva a la integración de los sectores públicos y privados para promover la sustentabilidad (UNWTO, 2013). Es un potencial obstáculo porque al no funcionar en términos de integración de los diferentes agentes y estructuras que le son inherentes y sí en función de procesos de oferta y demanda, atracción de la IED, e intereses de los oferentes; se hace más difícil la incorporación de otros intereses públicos o privados que no necesariamente estén relacionados de manera directa con los anteriores.

Esa es una contradicción que no objeta las proyecciones de los organismos internacionales. Estos cada vez más ganan en claridad sobre cuáles son los procesos necesarios para implementar una estrategia turística sustentable, aunque en muchas ocasiones carecen de formulaciones precisas que impliquen la puesta en práctica de las mismas. Por ejemplo, la UNWTO (2013) define metas de desarrollo sustentable, entre ellas: a) promover el trabajo decente y el crecimiento económico; b) promover la producción y consumo responsables; c) salvaguardar la fauna marina. Desde éstas, -según la misma organización-, también se incide en la reducción de la pobreza, la inequidad y se contribuye a la conservación medioambiental. Precisamente, en relación con las metas que remarca la UNWTO, las dos primeras: promover el trabajo decente y el crecimiento económico; y la de suscitar la producción y el consumo responsables; implican reconocer y desarrollar el conocimiento sobre los territorios y las peculiaridades que tienen en cuanto a las estructuras y recursos que componen el espacio físico; y también, los recursos o el capital que están contenidos en los actores que conviven en ese espacio. Butller (1974, 1978); Pearce (1988) e Inskeep (1994) insisten en la necesidad de inclusión de los agentes en la integración de los factores básicos de producción.

Lo anterior se traduce en que los territorios pueden ser atractivos para una estrategia turística a partir de las características naturales, accesos, nivel de organización administrativa y social que existen. Sin embargo, los territorios también son particulares en cuanto al tipo de patrimonio intangible que posee, su historia, y los mecanismos de adaptación de las poblaciones que han sobrevivido en el tiempo. La atención a estos factores puede influir en la disminución de los costos, tanto económicos como ambientales, en la producción de un producto turístico, lo cual puede convertirse en una ventaja comparativa internacionalmente.

La contradicción que se expresa en la aplicación de estrategias económicas sin atender a las particularidades, necesidades sociales, económicas y ambientales de un territorio, es la base de la preocupación internacional por promover un desarrollo sustentable e inclusivo. Sobre esta cuestión, se ha hecho énfasis en la necesidad de promover un crecimiento económico que genere empleos para todos, ofreciendo oportunidades para tener una vida decente (Sen, 1998). Oportunidades que están en estrecho vínculo con el mejoramiento de las habilidades y competencias para el trabajo y el desarrollo profesional. De acuerdo con ello, en el caso del turismo, existe la potencialidad de crear nuevos empleos y promover la cultura local y sus productos, aunque no existe un método que permita vincular la eficiencia y la calidad del producto turístico basadas en las características socio-territoriales.

En tal sentido, el análisis de las CST permite la selección los métodos, mejores prácticas y estrategias que son aplicables, en relación con las características de un territorio dado; para el manejo eficiente de los recursos, para incluir a distintos actores y para salvaguardar el medio ambiente de acuerdo con sus características. O dicho de otro modo, este método suma la variable social al proceso de “sistematización del desarrollo en el espacio geográfico” (Estaba, 1999) entendiendo que las habilidades y capacidades existentes o creadas son ventajas competitivas que pueden incidir en las ventajas comparativas de la estrategia turística.

En sí, este concepto profundiza sobre la discusión del Ordenamiento Territorial como herramienta de planificación o política pública (da Silva y Correia, 2015). Esto es, la puesta en práctica de estrategias económicas al nivel local y regional que potencian la resiliencia. Ésta se entiende como las capacidades en términos de recursos, estructuras, patrimonios e integración de los agentes y tecnologías disponibles en los espacios y en cuanto a la racionalidad que prevalece en la integración eficiente de los mismos.

Estaba (1999) y da Silva y Correia (2015) explican que el desarrollo sustentable puede lograrse mediante aquellas dinámicas de ordenamiento territorial que hacen un énfasis en la integración en el espacio de: agentes, estructuras, patrimonios y recursos. Estos se traducen en capacidades que permiten una capitalización global; la misma que resulta necesaria para dinámicas más amplias de crecimiento. En tal sentido, se hace indispensable medir con qué recursos cuenta el territorio, o en su defecto, cuáles serían los recursos necesarios para promover esa integración.

Dicho de manera simple, preguntas como: a) ¿con qué cuenta el territorio?; b) ¿qué se necesita en el territorio para lograr el cumplimiento eficiente de las metas u objetivos?; c) ¿qué tipo de racionalidad predomina en cuanto a la integración de los actores o agentes?; resultan necesarias para una estrategia de desarrollo sustentable. Dieckow (2007) refiere cómo la ausencia de este tipo de planificación incidió en el fracaso del agroturismo en algunas regiones de Argentina. Una de las conclusiones de esta autora es que este tipo de planificación incide en el modelo de negocio o tipo de oferta que se puede establecer, siendo que las características del territorio, o sus capacidades, tipifican o diversifican el tipo de oferta, la cual puede estar dirigida a una variedad de clientes diversos.

Un asunto no menos importante lo constituye el hecho de que la permanencia o sostenimiento de las actividades en el turismo bajo esta lógica de planificación, podrían estar determinadas más por una racionalidad del espacio -que sería la integración de los intereses de distintos agentes-, y menos por la lógica de sobreexplotación de los recursos naturales con la exclusión relativa de otro tipo de patrimonios, actores, redes o ventajas competitivas.

La oferta y la demanda orientadas por las CST, supone un tipo de turismo que puede ser diversificado, más dinámico y menos agresivo con los espacios naturales. La correcta selección de oferentes o productos de acuerdo con las características del espacio, necesariamente influirá en un proceso de diversificación económica y en la sustentabilidad bajo una lógica adaptativa (Hunter, 1997). Ello, además, no excluye la posibilidad de que para mejorar las ventajas comparativas en una oferta turística, resulte necesario mejorar esas capacidades mediante un proceso de transferencia, recuperación o introducción de nuevos conocimientos, tecnologías o procedimientos.

En tal sentido, la reciente tendencia de turismo alternativo como opción al turismo de masas se enriquece al valorar las CST, en tanto los servicios que se ofrecen y la organización e inclusión de las características del espacio, influyen en la calidad y autenticidad de la experiencia de los clientes.

El factor de integración de la gestión empresarial con el entorno, es una discusión teórica que se ha manifestado en el ámbito de la Responsabilidad Social y el Desempeño Empresarial, así como en la evaluación de las normas de calidad internacionales sobre la gestión ambiental. En el caso del turismo, esta discusión prosperó en el análisis sobre sus impactos y la necesidad de hacerlo sostenible con una planificación que incide en el aumento de las ventajas comparativas y competitivas en la gestión. Al respecto, Calderón (2008: 4) “establece que la sostenibilidad en el ámbito turístico requiere de un proceso acumulativo, en el cual la planificación es central. La planificación, el mismo autor, la entiende como un tipo de organización sobre los recursos endógenos más importantes de un territorio y su explotación en el marco de una cooperación público-privada para evitar factores de riesgo como el uso del suelo, la contaminación por emisiones y el establecimiento de estructuras”.

Metodológicamente, la aplicación del concepto CST contiene dos fases principales: una que es descriptiva y que puede ser útil para la evaluación, diseño o certificación de destinos turísticos -que analiza las ventajas comparativas y competitivas de un destino o estrategia turística-; y otra, que es propositiva y que se basa en la elaboración de mejoras sobre aquellas deficiencias que son detectadas en la evaluación o diagnóstico inicial -que propone ventajas competitivas sobre la dotación de factores de un territorio a partir de la integración de agentes e incidencia en el factor trabajo-. La novedad en este caso radica en la interrelación que existe entre la fase descriptiva y la propositiva; la cual permitiría la planificación con una integración de agentes y factores de producción en el espacio o territorio.

La fase descriptiva puede detallarse como un proceso de evaluación o diagnóstico en el cual se manejan las variables ambientales y económicas que tradicionalmente se han utilizado para medir el desempeño turístico. Sin embargo, en términos de capacidades se introducen variables sociales en la medición, que hacen referencia a los agentes, pero también a los actores y redes (capital humano), y sus recursos (patrimonios culturales y de conocimiento).

Los instrumentos de recolección de datos en esta fase involucran técnicas cualitativas y cuantitativas. Se dividen en relación con los factores utilizados por la estrategia turística. A modo de ejemplo, podrían dividirse en dimensiones, ambiental, social y económica. En el caso ambiental no se trata sólo de describir los recursos con los que cuenta el territorio, sino cuál es el estado de esos recursos en cuanto a su recuperación y sostenibilidad (ej. ¿Es el aire limpio una variable que puede influir en la ventaja competitiva de un destino?).

En el ámbito social, resulta necesario observar cómo los actores se organizan, cómo se integran, cuál es su patrimonio cultural y educativo; y cómo participan en la elaboración de soluciones para problemas de diversa índole (ej. ¿Son estos elementos capaces de influir en las ventajas competitivas del destino y en las comparativas al disminuir los costos?).

En otro sentido, si hablamos de desarrollo sustentable se han de tener en cuenta cuáles son las necesidades que han de satisfacerse sin comprometer las futuras. Ellas, hacen referencia a: quiénes habitan el territorio, qué poseen en términos de recursos, qué hacen para lograr su propio bienestar, cómo se reproducen, en qué sentido la identidad con el territorio es un capital que puede utilizarse en la innovación para la promoción de productos turísticos.

Es en el ámbito económico donde más experiencia se tiene en términos de evaluación de las estrategias turísticas. Sin embargo, una ausencia importante en esas evaluaciones es el análisis de las actividades y/o agentes económicos que pueden estructurar una cadena de suministros en el territorio o una cadena de valor eficiente, así como el grado de innovación y emprendimiento existente lo cual incide directamente en el factor trabajo -integrándolos en el proceso de producción del servicio turístico se contribuye a su reproducción social-.

El levantamiento de la información en esta primera etapa, como es tradicional, se define con la aplicación de distintas herramientas, aunque mayormente: análisis técnicos, análisis de documentos, entrevistas en profundidad a diferentes actores -consumidores, clientes, productores, habitantes, líderes comunitarios y empresariales, etc.), historias de vida, perfiles productivos, medición de la calidad de vida y del bienestar, observación participante y no participante, encuestas, entre otras.

En el caso de la segunda de las etapas que propone el modelo CST, se parte del criterio de que a partir del diagnóstico o estudio realizado, se elaboran planes de solidificación de las características positivas o de superación de las deficiencias, límites o incapacidades de acuerdo con cada dimensión y potenciando la integración entre ellas. A modo de ejemplo, si en el estudio de la dimensión ambiental, el conjunto de indicadores demuestran que en efecto existe un uso irracional de los recursos naturales que afectan su renovación; la segunda fase plantea evaluar cuáles son las capacidades de los agentes y del espacio para potenciar un cambio en el curso de acción de ese uso irracional. En otro sentido, si en el territorio se corrobora un alto grado de solidaridad en términos de reproducción social, cabría preguntarse cómo esa característica puede potenciar un tipo de turismo alternativo -ej. La experiencia de vida en una comunidad o la distribución de tareas relativas al cuidado al medio ambiente-. Otro ejemplo, habiendo detectado que un territorio tiene un bajo grado de innovación resultaría necesario evaluar cómo la estrategia turística podrá influir en ese rezago a través de la incorporación de distintos actores y la promoción del crecimiento económico.

Tomando el ejemplo anterior, y suponiendo que en efecto estamos analizando un territorio con una estrategia turística que plantea un uso irracional de los recursos, pero que al mismo tiempo tiene un alto grado de solidaridad conjugado con un bajo desempeño en términos de innovación y productividad; resultaría necesario evaluar cuáles son las capacidades que potencialmente pueden ayudar a promover la sostenibilidad de la oferta turística aumentando sus ventajas comparativas y competitivas.

En este caso, el grado de solidaridad puede articular procesos de inclusión e integración de diversos actores en tareas de conservación o renovación, que también se plantean como necesidad. En la misma medida que se involucran los individuos, pueden utilizarse estrategias de financiamiento endógenas para alternativas productivas y empresariales que contribuyan al mismo fin (producción de alimentos saludables, renovación de la flora, conservación de la fauna, uso de tecnologías alternativas, limpieza y cuidado de las áreas turísticas, control de plagas, culinarios, etc.). Con ello, se puede incidir en la capacidad de innovación y de productividad del territorio. En este argumento, la ventaja comparativa sobre los factores básicos de producción es una característica del sistema de relaciones que predomina en el territorio, desde el cual se pueden elaborar propuestas turísticas alternativas para clientes cognitivos.

El modelo CST también resulta relevante para analizar la dotación de factores básicos de producción de un territorio: tierra, trabajo y capital. Asimismo, para valorar aquellos factores que inciden en las ventajas competitivas: inclusión de la tecnología, capital humano y social, logística e infraestructura especializada para el ofrecimiento de servicios de apoyo, patrimonio cultural, prácticas económicas históricas, entre otras.

Esta es una aproximación que toma en cuenta las consideraciones de Mill y Morrinson (1985), quienes proponen posibles vías para aumentar los impactos positivos sobre el contexto socioeconómico de un destino. Además, contribuye a la discusión sobre turismo y sustentabilidad, en tanto supera las ópticas simplificadas de lo sustentable interpretado como: a) desarrollo económico sustentable o, b) desarrollo ecológico sustentable (Hunter, 1997). Precisamente, Hunter (1997) ha definido que la medición de la sustentabilidad requiere de un paradigma adaptativo capaz de captar diferentes situaciones y peculiaridades, para articular metas «equilibradas» en términos de uso de recursos naturales.

También, esta propuesta refuerza la visión de Frunza y Pascariu (2009), quienes en contraposición con la visión predominante sobre turismo sustentable -que enfatiza las nociones de estrategias y planificación orientadas a las necesidades de los clientes y operadores-, refuerzan la idea de que es necesaria una concepción en la cual se vigorice un tipo de estrategia que retiene las características del desarrollo turístico tradicionales (neoteneous); para incentivar una planificación «limitada» o racional en el sector que potencia: a) el acceso a datos sobre los impactos del turismo en un territorio: b) construcción de fuentes de recreación y de entretenimiento más efectivas en la conservación ambiental; c) establecer ofertas para una diversidad de clientes más amplia; d) asegurar un desarrollo infraestructural y recursos humanos de acuerdo con la demanda; e) preservación del medio ambiente.

Turismo sustentable y vulnerabilidad bajo el prisma de las CSt

En este apartado no se profundiza en la relación turismo sustentable-vulnerabilidad, sino que se argumenta -adhiriendo una visión sistémica-, sobre la propuesta de evaluación que el método de CST propone para considerar, incorporar y transformar factores no tangibles; los mismos que son relevantes para la medición de la sustentabilidad en un destino turístico y para atender condiciones de vulnerabilidad. Ello, haciendo hincapié en la satisfacción de necesidades sociales como un factor específico que ha sido menos trabajado en las aproximaciones y análisis sobre la sustentabilidad del turismo. En un sentido práctico, esta propuesta aborda la cuestión de cómo las capacidades de los territorios y de los agentes que se relacionan espacialmente con una estrategia turística, son útiles para aumentar las ventajas comparativas, la calidad en la oferta, la demanda y la atención sobre los problemas ecológicos o ambientales. No obstante a esa utilidad, la tesis que aquí se defiende es que: la gestión de un destino turístico sustentable conlleva objetivos que no pueden circunscribirse únicamente a la eficiencia de un crecimiento económico -que se observa a través de las derramas y por medio de la disminución en el uso de recursos eco-sistémicos-; sino que también se extienden a la eficacia en la satisfacción de necesidades de varios agentes que coparticipan directa o indirectamente.

De acuerdo con ello, resulta necesario observar cómo los procesos asociados a la búsqueda de la eficiencia económica, vulneran o no las formas de reproducción social de actores en el territorio. Un destino es sustentable al permitir la reproducción social (satisfacción de necesidades) estabilizada al mismo tiempo que hace uso de recursos eco-sistémicos (ambientales). La reproducción social de los agentes económicos (oferta y demanda), pero también de la población relacionada espacialmente con esa estrategia turística (comunidades locales). Bajo este prisma, una forma de integración entre los factores que simbolizan la sustentabilidad en un destino, se traduce en la incorporación y supervivencia de los patrimonios intangibles que interactúan o hacen uso de los bienes tangibles que coexisten y que son la base de la oferta turística. Bienes intangibles que, siendo utilizados a favor de crear procesos de integración intersectorial tanto en el ámbito económico como social, permitirían adaptar la oferta turística a características inherentes al territorio; evitando así las fórmulas preestablecidas y adaptando los principios pre-elaborados para promover la sustentabilidad en el turismo. Esto último refrenda la tesis contenida en los análisis sobre sustentabilidad: la reducción de la pobreza y de la inequidad contribuyen a la conservación ambiental.

La idea sustantiva es que: si el desenvolvimiento económico de un destino genera algún tipo de vulnerabilidad (ambiental, cultural, social, económica e inclusive política) entonces éste no será un destino sustentable. En un sentido contrario, si con la incorporación a la oferta turística de experiencias, patrimonios culturales, prácticas cotidianas, acervos, costumbres y conocimiento autóctono -bienes intangibles todos ellos-se está desarrollando un proceso de integración paulatino, entonces este destino es más sustentable. Aquí el grado de sustentabilidad es medible por medio del conocimiento que se posee sobre: a) las consecuencias de las acciones socioeconómicas que desde el destino inciden en la existencia de limitaciones materiales significativas -lo cual es una expresión de vulnerabilidad social según Pizarro (2001) -; b) en el conocimiento de los impactos medioambientales y ecológicos resultantes de la oferta y del consumo del producto turístico; pero también, c) en cuanto a los tipos de oportunidades de reproducción social que permite la estrategia económica que a su vez posibilitan superar esos grados de indefensión y de inestabilidad que presentan los grupos que conviven con la estrategia.

Esto implicaría un examen sobre cuáles podrían ser las estructuras que determinan experiencias de exclusión relativas o directas -por ejemplo, el acceso a patrimonios naturales, la correlación de precios de los bienes y servicios de la oferta, entre otros-. También implicaría un examen sobre cuán eficientes son las capacidades y recursos de los actores que conviven en un territorio para enfrentar riesgos. En caso contrario, la existencia en un destino turístico de estructuras de exclusión resultantes de su propia dinámica operacional, tiende a perpetuar condiciones de vida para agentes en el mismo territorio en las que no se satisfacen sus necesidades y se aumenta su grado de vulnerabilidad. Bajo esas condiciones también se pone en entredicho la cualidad sustentable del destino. Incluso, sería relevante reflexionar si la disminución en la intensidad en el uso de recursos ecológicos o ambientales refrenda la cualidad sustentable cuando no se han considerado otros tipos de vulnerabilidad generados por el propio funcionamiento del destino.

Esto quiere decir que: si la actividad económica turística no ofrece oportunidades para incluir demandas o atender necesidades de grupos vulnerables que conviven en comunidades aledañas y de manera eficiente, al mismo tiempo que esos grupos no poseen capacidades para influir en la creación de tales oportunidades; las carencias presentes en un territorio no encontrarán satisfactores endógenos que las erradiquen o solucionen de una manera eficaz. Así, se aumenta el riesgo de exposición, se incrementa la sensibilidad y disminuye la capacidad de adaptación de los grupos vulnerables a factores externos -como lo son las transferencias culturales que promueve el turismo desde el mercado global-. Un destino puede ser eficiente en cuanto a los retornos económicos que genera, pero no sustentable si su funcionamiento está provocando una adaptación forzada de formas de reproducción de las comunidades limítrofes o una exclusión relativa.

La promoción de la participación en las dinámicas operacionales de un destino turístico es en sí misma una capacidad para cerrar las brechas que existen entre las estructuras que determinan las experiencias de exclusión y la ausencia de capacidades o recursos suficientes en los actores de un territorio. Esto es, atención a demandas y elaboración de soluciones con un principio de co-creación para la atención a problemas relacionados con el desenvolvimiento económico y con el desempeño social y ambiental.

En el caso de la vulnerabilidad ambiental, en la literatura se han referido cómo los problemas ambientales y físicos (como la degradación de los suelos, agotamiento de los recursos naturales disponibles) influyen en estructuras sociales y económicas (ej. pobreza y marginación) y cómo a la vez son resultado de ellas. Los límites en la capacidad de los grupos vulnerables de decidir, participar y crear, están atañidos en no pocos casos al mantenimiento de estructuras económicas o políticas, cuyas premisas sostienen la relativa exclusión de las demandas más relevantes para los seres humanos que conviven en un territorio determinado.

En relación al carácter de esas estructuras e instituciones económico-sociales y las consecuencias de su desenvolvimiento en las dimensiones de la vida social, es preciso considerar también que la vulnerabilidad no sólo radica en la ausencia de oportunidades de trabajo, ingresos o la disminución de las redes de protección social o de acceso a servicios públicos o educativos. También, esas estructuras inciden en las condiciones ecológicas y ambientales, añadiendo nuevas dimensiones que paralelamente aumentan el grado de vulnerabilidad de los habitantes de un territorio. Lo anterior puede traducirse en que: aumenta el grado de vulnerabilidad en un territorio cuando existe una tasa de incidencia negativa sostenida desde el punto de vista ecológico y ambiental, que es resultado del desenvolvimiento que tienen las estructuras políticas y económicas. En tanto esas estructuras no proporcionan oportunidades de participación para atender las necesidades o demandas de un territorio, ni atienden a las capacidades que están presentes en su entorno, el impacto de ellas sobre comunidades, familias y personas en distintas dimensiones de la vida social, podría ser comparable a la de un desastre natural (Moser, 1998; Pizarro, 2001). De ahí que resulte necesario valorar cuáles son las capacidades que tienen el desenvolvimiento basado en la oferta y la demanda del destino turístico para promover nuevas oportunidades de participación. Esto incluso puede significar la creación de nuevas capacidades en los territorios (Ibarra y Velarde, 2016).

Para disminuir la vulnerabilidad, autores como Sen (1998) y Gómez (2001), ahondan en la hipótesis de que es necesario aprovechar las iniciativas y recursos humanos presentes en un territorio. No obstante, ese aprovechamiento no supone una descarga en las capacidades inherentes a las comunidades para enfrentar los riesgos de exposición, disminuir la sensibilidad o aumentar la capacidad de adaptación o resiliencia (Moser, 1998). Por el contrario, el aprovechamiento de esas iniciativas requiere de la organización del consenso plural y responsable; y de una co-gobernanza en la que por medio de la participación y la toma de decisiones se disminuyan los efectos de las estructuras económicas y sociales.

En este sentido, Pizarro (2001) afirma que la garantía de la seguridad mínima para todas las personas y el acceso simultáneo a oportunidades es un camino para enfrentar la vulnerabilidad que ha de basarse en la “convergencia entre los recursos y estrategias existentes en las comunidades y familias y las iniciativas y recursos del Estado”. Esa convergencia supone un equilibrio de oportunidades que disminuye los riesgos relacionados con las dimensiones de la vulnerabilidad: trabajo, recursos humanos, recursos físicos y las relaciones sociales. En este sentido, la observación sobre las CST en un territorio supone la creación de nuevas oportunidades que permiten la reproducción social.

En cuanto a la dimensión trabajo, en la actualidad se extiende una tendencia que se fundamenta en la movilidad del capital y en la existencia de economías duales (Lewis, 1954). El ordenamiento económico descentralizado y la inversión internacional indicen en la relatividad de los precios y de los ingresos. A ello ha coadyuvado la distensión del factor político; la cual ha supuesto la eliminación de barreras para la integración y ha traído aparejada la expansión de externalidades negativas del crecimiento3 por la ausencia relativa de servicios y de políticas públicas.

En ese contexto -de apertura al mercado internacional que hizo perder el desarrollo del sector industrial basado en la demanda interna-, la vulnerabilidad se traduce en carencias y déficits de ingresos provocados por el mercado laboral desregulado, que tiene como característica la demanda de empleos calificados y la exclusión de franjas poblacionales por la misma causa. Ésta en sí es una causalidad que incide en la reproducción de la pobreza en tanto se mantienen las condiciones de vulnerabilidad para los habitantes de una región expuesta a la competencia internacional, por la disminución de aranceles y mengua de la protección a la industria interna. Winchester (2008) define que eso puede verificarse con la existencia de bajos ingresos vinculados a empleos precarios, con la falta de capital educativo y activos patrimoniales y con las inequidades de género. Factores que, según Pizarro (2001), han incidido en el debilitamiento de las organizaciones sindicales y de las capacidades de negociación o participación. Por esos factores, además, Busso (2001) afirma que es posible constatar, entonces, un estrecho vínculo entre vulnerabilidad social y empleo. Cabría preguntarse cómo una estrategia turística es efectiva en -es capaz de- crear una variedad de empleos de calidad en los cuales los ingresos permiten la reproducción social de diferentes agentes, al mismo tiempo que se utilizan los recursos de los ecosistemas en el mismo territorio.

En la dimensión de los recursos humanos, la vulnerabilidad se manifiesta en la baja planificación para el diseño de programas educativos que respondan a las necesidades y demandas de un territorio. El debilitamiento de los programas públicos de educación y el crecimiento de la educación privada han incidido en este aspecto. También en este ámbito son exiguos los incentivos para desarrollar una formación que se corresponda con esas necesidades y demandas. En relación con los servicios que se ofrecen en un destino turístico, por ejemplo, resultaría apropiado valorar cuáles son las capacidades en términos de conocimiento, experiencias y vivencias que poseen los agentes de un territorio que implica la renovación, instauración o generación de nuevos oficios y puestos de trabajos (orfebres, artesanos, carpinteros, cocineros, producción de bienes de consumo diversos, entre otros).

Dentro de la misma dimensión, sucede algo similar con el acceso a la salud. La vulnerabilidad se manifiesta por la inequidad de accesos públicos a la protección de salud. Incluso, la desatención a los ritmos de crecimiento y sobre las normas de trabajo de las organizaciones ha influido en la ampliación de problemas que afectan directamente la salud humana, tales como la contaminación y la pérdida de recursos ecológicos y ambientales. Con respecto a este tema en particular, la evaluación de las condiciones laborales y el acceso de los trabajadores de un destino turístico a seguros médicos y de salud son indicadores relevantes. También son aquellos indicadores que reflejen la correlación contaminación-enfermedades crónicas o transmisibles y que sean resultantes de la dinámica operacional de un destino.

En cuanto a la dimensión de activos físicos, la vulnerabilidad se materializa en que las oportunidades para la reanimación económica de los territorios son escasas o, dirigidas a la complementación con el sector más dinámico de la economía y menos en lograr una heterogeneidad y auto-dependencia productiva. Los programas públicos de crédito, de capacitación y de apoyo a pequeños empresarios no logran capitalizar los sectores más vulnerables de la economía en tanto no coaptan las estrategias de desarrollo que son relevantes para un territorio dado.

Aquí cabría preguntarse, cuáles son las capacidades organizativas y de financiamiento de una estrategia turística para promover procesos de reanimación económica en los territorios donde se desempeña el enclave. De hecho, esta es una de las problemáticas que más se ha soslayado a la hora de analizar la sustentabilidad en un destino. Ello, porque los distintos bienes y servicios que se ofrecen tienen proveedores muchas veces lejanos al enclave y ello implica uso de energía en términos de transportación y conservación de los bienes. Por otra parte, un problema asociado a la instauración de una estrategia turística en un territorio dado es la concentración del trabajo y los ingresos alrededor de la actividad económica turística, siendo que se limita el grado de diversificación de la economía en el territorio.

Busso (2001) define niveles de integración de los grupos poblacionales y los territorios, al analizar la articulación entre pobreza, marginación y vulnerabilidad. La integración puede caracterizarse predominantemente por la inserción laboral en el sector formal, acceso a redes de protección social, alta y diversificada dotación de activos, derechos plenos de ciudadanía e ingresos que permiten cubrir necesidades materiales. Características que se van degradando en la medida que se acercan a la esfera de la exclusión. Sin embargo, esos niveles de integración refieren normas de inserción en formas tradicionales de organización social, pero no mecanismos de participación en la que la toma de decisiones y la co-gobernanza, enraízan una interdependencia asentada en la distribución de actividades y roles de acuerdo con las necesidades de un territorio. Tampoco materializan una incorporación del espacio, sino que legitiman procesos simultáneos asociados a las estructuras económicas y políticas que caracterizan el mundo moderno. En tal sentido, los cambios coyunturales en esas estructuras pueden incidir en el tipo de integración predominante en un territorio, cuando no están determinadas por un principio de colaboración y asimilación de necesidades propias. De acuerdo con ello, es necesario que en la medición de la sustentabilidad de una estrategia económica turística se evalúen los mecanismos de integración y cómo ocurren: por medio del factor trabajo, por medio de la creación de incentivos económicos que diversifican la economía, entre otros. La delimitación de esos mecanismos denota la capacidad que tiene el destino para promover la integración.

Con la participación, la integración se define atendiendo necesidades vinculadas a las dimensiones que caracterizan la vulnerabilidad. Por medio de este mecanismo, es posible reconocer cuáles son las principales variables que afectan un sistema definido en un territorio y el tipo de redes causales que lo conforman. Así entendida, la participación refiere a un compromiso que se materializa al incorporar las demandas de actores múltiples, pero también objetivos comunes. Tanto de aquellos que están integrados al sector trabajo, las redes de protección social, con activos y recursos; como de aquellos que están en condiciones de mayor vulnerabilidad. Ello, porque aun cuando la integración es medible a través de los componentes arriba apuntados, los sectores más integrados no necesariamente dejan de ser vulnerables ante situaciones provocadas por las propias estructuras económicas y políticas. A modo de ejemplo, un conjunto poblacional puede estar integrado al empleo formal, a accesos de protección social, con activos y recursos, aunque estar expuesto a una vulnerabilidad latente a partir de que las estructuras económicas y sociales inciden negativamente en dimensiones ecológicas y ambientales.

Conclusiones

Sin la posibilidad de espacio para abarcar todos los argumentos y la discusión existente en la literatura sobre el turismo sustentable y su análisis; en este artículo se hace énfasis en el concepto de CST como uno que incorpora nuevas dimensiones de análisis en la planificación, diagnóstico y evaluación de la sustentabilidad en las estrategias turísticas.

Esta nueva propuesta coincide con la necesidad de gestionar los impactos del funcionamiento socioeconómico de un destino turístico, en tanto supera las ópticas que están constreñidas a entender lo sustentable referido sólo a lo económico o a lo ecológico. La visión sistémica aquí reflejada busca profundizar en el análisis sobre las capacidades en el territorio; de modo que esas capacidades pueden ser contenidas, ampliadas o desarrolladas, para aumentar las ventajas competitivas y comparativas de los diferentes espacios que componen la oferta turística.

Con este concepto, se amplía la concepción de turismo sustentable en términos de planificación y medición; ello, haciendo énfasis en cómo promover el trabajo decente y el crecimiento económico, así como la producción y el consumo responsable con la protección ecológica y ambiental con un sentido inclusivo. En sí, esta es una aproximación que refrenda el paradigma adaptativo defendido por Hunter (1997) al mismo tiempo que hace referencia a las controversias y desacuerdos que aún existen en la literatura sobre ese término. Así, el concepto de CS T cobra fuerza al referir la posibilidad de integración entre las oportunidades que proporcionan los espacios físicos (recursos naturales, estructuras urbanas y rurales, administración de los territorios, entre otros), con las habilidades y capacidades que en el espacio social existen o que son potencialmente posibles de desarrollar. Este enfoque teórico hace hincapié en el desarrollo de las capacidades y la relación que éstas tienen con las oportunidades para acceder a medios que contribuyan a la reproducción social y económica. La hipótesis principal que se defiende es que el desarrollo de esas CST permite vínculos eficientes entre el espacio físico y el espacio social. Así, se alude a cómo se desarrollan esos vínculos a partir de: a) las habilidades y competencias presentes en el espacio social de un territorio; b) la diminución de las experiencias de exclusión, la vulnerabilidad y la pobreza cuando las personas participan en las estructuras o el espacio físico; c) el desarrollo de la resiliencia en un territorio.

Los vínculos eficientes aquí se traducen en la participación, que es en sí misma una capacidad para cerrar las brechas que existen entre: a) las estructuras que determinan las experiencias de exclusión; b) la ausencia de capacidades y c) los recursos de los actores de un territorio. Esto es, atención a demandas y elaboración de soluciones para la atención a problemas relacionados con el desenvolvimiento económico y con el desempeño social y ambiental. Aunque esta perspectiva puede ser interpretada como una posición políticamente correcta, resulta encomiable apuntar que la participación es un principio básico de la democracia moderna; el cual también abarca el ámbito productivo.

La variable ambiental se observa en relación al tipo de vulnerabilidad que existe como resultado de funcionamiento de un destino turístico. En la literatura se han referido cómo los problemas ambientales y físicos (como la degradación de los suelos, agotamiento de los recursos naturales disponibles) se relacionan con las estructuras sociales y económicas (ej. pobreza y marginación) y cómo a la vez son resultado a la vez de ellas. Los límites en la capacidad de los grupos de decidir, participar y crear, están atañidos en no pocos casos al mantenimiento de estructuras económicas o políticas, cuyas premisas sostienen la relativa exclusión de las demandas más relevantes para los seres humanos que conviven en un territorio determinado. Esa exclusión resulta relativa en tanto los grupos tienen garantizados de manera formal sus derechos (ej. derecho a respirar un aire de calidad y libre de contaminación).

En relación al carácter de esas estructuras e instituciones económico-sociales y las consecuencias de su desenvolvimiento en las dimensiones de la vida social, es preciso considerar también que la vulnerabilidad no sólo radica en la ausencia de oportunidades de trabajo, ingresos o la disminución de las redes de protección social o de acceso a servicios públicos o educativos. También, esas estructuras inciden en las condiciones ecológicas y ambientales, añadiendo nuevas dimensiones que paralelamente aumentan el grado de vulnerabilidad de los habitantes de un territorio. Lo anterior puede traducirse en que aumenta el grado de vulnerabilidad en un territorio cuando existe una tasa de incidencia negativa sostenida desde el punto de vista ecológico y ambiental, la cual es resultado del desenvolvimiento que tienen las estructuras políticas y económicas. La cualidad sustentable de un destino se pone en entredicho cuando esas estructuras no proporcionan oportunidades de participación para atender las necesidades o demandas de un territorio, ni atienden a las capacidades que están presentes en su entorno. Para disminuir esa vulnerabilidad, es necesario aprovechar las iniciativas y recursos humanos presentes.

Con estos argumentos, esta propuesta enfatiza la necesidad de aproximaciones teóricas y epistemológicas que trasciendan el pensamiento tradicional dentro de la producción científica dedicada al análisis del turismo. Ese pensamiento tradicional que sigue reproduciendo una interpretación laxa sobre lo que significa el turismo sustentable; ponderando al mismo tiempo la correlación oferta-demanda a través de clasificaciones o conceptos que no reflejan el sentido más amplio de la sustentabilidad y en detrimento de otros factores como la satisfacción de las demandas en las comunidades y sus necesidades o el factor ecológico propiamente. El examen de los aspectos aquí referidos determina la posibilidad de medir la sustentabilidad en el turismo, abreviando así la relevancia de los acercamientos abstractos sobre este tema en particular.

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1 Meadows et al. (1972: 193) señaló tempranamente que “los límites de crecimiento se establecen en dos categorías principales: las necesidades físicas y sociales. Ambas constituyen un sistema complejo en donde factores tangibles y no tangibles están interrelacionados. Por lo tanto, el crecimiento equilibrado sólo puede lograrse con una relación ajustada entre estos factores. El mismo autor estaba convencido en 1972 que se necesitaba una empresa humana sin precedentes para redirigir a la sociedad hacia metas de equilibrio más que de crecimiento”. Sin embargo, sigue siendo una discusión soslayada en el ámbito empresarial e incluso académico.

2Smith, A. (1776) introdujo la idea de cómo la producción se relaciona con los límites de la subsistencia y la reproducción humana. “Every species of animals naturally multiplies in proportion to the means of their subsistence (…)”. Esos medios son un límite a la reproducción social, lo cual en una sociedad civilizada se traduce en una demanda de trabajo que tiende a ampliar esos límites cuando está aumentando continuamente. Así, el crecimiento de la población se relaciona en la edad moderna con la necesidad de oferta de trabajadores. “If the (liberal) reward should at any time be less than what was requisite for this purpose, the deficiency of hands would soon raise it; and if it should at any time be more, their excessive multiplication would soon lower it to this necessary rate” (1776: 71). En la actualidad, la amplitud de esos límites se basa en una creciente demanda de mano de obra que, al mismo tiempo, se basa en un uso extensivo de los recursos. Eso debería significar que una disminución en los recursos del ecosistema podría forzar un crecimiento estacionario de la población y una reducción total de los límites de subsistencia.

3Entre las externalidades negativas del crecimiento perceptibles en la actualidad, se encuentran: a escasez de trabajo, la distribución desigual del ingreso, el no acceso a las políticas públicas, el empobrecimiento, el costo de la vida, la contaminación, el crimen y la violencia, la ausencia de espacios públicos, la corrupción, exclusión de recursos naturales, alimentación no saludable, la segregación urbana, entre otras.

Recibido: 06 de Noviembre de 2017; Aprobado: 01 de Junio de 2018

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