La presente colaboración tiene por objetivo el rescate y divulgación de una fuente documental hasta ahora desconocida en español y cuyo contenido resulta de interés para investigaciones relacionadas con temas como el bandolerismo durante la Revolución Mexicana, las actividades empresariales de extranjeros en México y la inmigración italiana en México. El documento que a continuación se presenta corresponde a una crónica titulada Spaventosa odissea del bresciano Dante Cusi e di altri italiani al Messico, publicada el viernes 26 de junio de 1914 en La Sentinella Bresciana, un diario de la provincia italiana de Brescia, localizada en la región de Lombardía, al norte de ese país. Un ejemplar del mencionado diario se encontró entre las pertenencias de Guido Sizzo, italiano emigrado a México a principios del siglo pasado, quien durante aproximadamente treinta y cinco años fuera administrador de las haciendas Lombardía y Nueva Italia —dedicadas a la producción de arroz y añil, principalmente—, ambas propiedades de la familia Cusi, en la región conocida como Tierra Caliente en Michoacán. 1
Puesto que los hechos relatados en la crónica tienen como escenario la hoy extinta hacienda de Lombardía y describen la situación de esta región hace un siglo, resulta hoy interesante reproducir su contenido, traducido del italiano al español.
La traducción y análisis del documento en cuestión cobran pertinencia a partir de tres consideraciones. En primer lugar, a través de una historia de vida se exponen las vicisitudes de personajes clave en la Tierra Caliente michoacana, en el contexto regionalizado de la Revolución Mexicana. En segundo lugar, es un relato cargado de apreciaciones y percepciones personales de un extranjero radicado en el occidente mexicano, sobre su cotidianeidad y experiencias, que pueden ser susceptibles de analizarse desde diferentes enfoques historiográficos o discursivos. El protagonista realiza una descripción de lo mexicano apegado a lugares comunes y experiencias desafortunadas, que lo llevan a construir o repetir imágenes y arquetipos superficiales o exóticos desde el punto de vista del extranjero; es decir, adjetivaciones desde un “nosotros” italiano de frente al “otro”, mexicano. Como señala Pierre Bourdieu, estas formas de testimoniar conducen a tratar las actividades o preferencias de ciertos grupos, de una cierta sociedad, en un cierto momento histórico, como propiedades inscriptas en una suerte de esencia, que conduce las interpretaciones o construcciones de estereotipos desafortunados, no sólo para el periodo, sino entre periodos sucesivos de las mismas sociedades comparadas. 2 En tercer lugar, brinda información sobre un lugar clave en la historia regional: desde las primeras inversiones agrícolas de Cusi, en 1889 3 y durante varias décadas, la hacienda Lombardía fue un nodo de estructuración territorial, de fomento económico y de conformación social. Su ocaso se presentará hasta la década de los treinta cuando junto con la hacienda de Nueva Italia sean la punta de lanza del proyecto cardenista de reparto ejidal en el estado de Michoacán. Es de resaltar también que los hechos de violencia e inestabilidad ahí señalados no distan mucho de lo que actualmente sucede en la misma región.
Para precisar las circunstancias históricas y sociales que rodean a los acontecimientos narrados en la “Espantosa Odisea”, empezaremos por explicar la relación entre dos lugares tan distantes como lo son Brescia en Italia y la Tierra Caliente de Michoacán. En seguida, analizaremos los acontecimientos consecuentes del estallido de la Revolución mexicana en la región. Finalmente, presentamos la traducción de la crónica con un breve análisis de la misma como documento histórico. Al final, acompañamos la traducción de imágenes referentes a los lugares descritos en la crónica, localizadas en el Archivo Privado de la Familia Sizzo.
De Brescia a Tierra Caliente: la agroindustria Cusi en el Valle del Marqués
En 1914, el punto de contacto entre un diario del norte de la península itálica y una localidad en la entonces inhóspita Tierra Caliente de Michoacán, era un hombre: Dante Cusi, dueño —junto con sus dos hijos varones, Eugenio y Ezio— de una extensa propiedad en el Valle del Marqués, de cerca de 64 000 hectáreas donde se localizaban las haciendas agrícolas llamadas Lombardía y Nueva Italia.
Dante Cusi nació en el año de 1848 en Gambara, provincia de Brescia, en la región de Lombardía. Su padre era agricultor y dueño de tierras, por lo que Cusi creció acostumbrado a las labores agrícolas. En el norte de Italia, los cereales son el principal cultivo, ello explica el conocimiento que tenía en la preparación del terreno para la siembra y cosecha del arroz. De acuerdo con su propio testimonio, inició la carrera de medicina en Milán, pero tuvo que abandonar los estudios debido a los “reveses de fortuna en los negocios de su padre”. 4 Sin perder tiempo, cursó una carrera corta de Comercio y Contabilidad y comenzó a trabajar en la Banca Comercial de Milán. Después de alcanzar una posición importante como empleado del banco y acumular un pequeño capital, contrajo nupcias con Teresa Armella. En 1884, junto con su esposa y tres pequeños hijos, embarcó hacia América en busca de una mejor vida para él y su familia. 5
La familia Cusi llegó a Nueva Orleans, donde Dante consideró la posibilidad de comprar una propiedad y comerciar exportando algodón a Italia. Por alguna cuestión, no pudo realizar ese plan, por lo que se trasladó a Jacksonville, Florida. Los terrenos pantanosos y la malaria de la península le hicieron buscar un nuevo lugar y así llegó a Victoria, Texas. Ahí compró algunos terrenos; sin embargo, nuevamente las condiciones climáticas extremas de Texas le llevaron a emigrar, esta vez hacia México, aprovechando una invitación de un grupo de compatriotas suyos que arrendaban una propiedad en las cercanías de Apatzingán, Michoacán. Se trataba de las haciendas de añil La Huerta y Españita, arrendadas por los italianos Strazza y Agnellini a quienes Cusi se unió en 1885. 6
Después de trabajar un par de años con sus compatriotas, Cusi decidió emprender labores por cuenta propia. Junto con otro italiano, Luis Brioschi, arrendaron en 1888 el rancho de Úspero, regado por los manantiales de Parácuaro, también en las proximidades de Apatzingán. En ese lugar, los campos de labor estaban prácticamente vírgenes y fue necesario habilitar canales para lograr la irrigación necesaria para cultivos de añil y arroz. 7
En 1889, el tren llegó hasta la ciudad de Uruapan; esta facilidad, aunada a un incremento en el precio del arroz, permitió a los incipientes empresarios reunir ganancias suficientes para alquilar una mayor cantidad de terreno –en total llegaron a tener 8 000 hectáreas bajo riego–, así como las instalaciones del rudimentario molino de arroz El Cangrejo, a unos kilómetros del poblado de Parácuaro. En un corto periodo, la maquinaria fue reemplazada por otra más moderna, que unos años después se cambió por un flamante molino importado de Europa y el antiguo molino recibió un nuevo nombre, La Perla. 8 Incluso hoy en día es posible encontrar las instalaciones en desuso en las cercanías de Parácuaro.
En 1889, la cosecha de arroz del rancho de Úsperofue próspera, lo que convirtió a la hacienda en una de las principales productoras de este cereal en Michoacán. La producción total de ese año sumó un poco más de 2 600 toneladas. Las ganancias obtenidas con el comercio del producto permitieron a la Sociedad Cusi y Brioschi realizar la compra de propiedades en los alrededores de Páracuaro y Uruapan. 9 Aunque dicha sociedad se disolvió en 1900, el éxito y las ganancias obtenidas permitieron al lombardo reunir el capital suficiente para pensar en expandir sus propiedades y sus planes, ahora como un negocio familiar.
Los dos hijos varones de Dante Cusi, Eugenio y Ezio, habían pasado algunos años en Europa y Estados Unidos estudiando y preparándose para ingresar en la vida laboral al lado de su padre, lo cual hicieron inmediatamente después de su regreso, hacia 1897. La bonanza económica, la independencia de su ex socio y el hecho de contar con sus dos vástagos como apoyo, motivaron a Cusi a plantear un proyecto mayor: en 1903 adquirió, por la cantidad de 140 000 pesos, una extensa propiedad de 28 000 hectáreas llamada hacienda de La Zanja, situada unos 20 kilómetros al sur del rancho Matanguarán, en el llano de Tamácuaro, entre los ríos Parota-Cajones y Cupatitzio.
En esa época, las condiciones políticas eran completamente favorables a los planes de expansión de Cusi. El gobierno de Porfirio Díaz otorgó grandes facilidades: generosas concesiones de tierras para el aprovechamiento de agua de riego, mediante la intervención de las compañías deslindadoras 10 y el respaldo institucional para que los empresarios rurales consiguieran facilidades crediticias en las cajas de préstamo del Banco Agrícola.
Cuando los Cusi compraron la hacienda La Zanja, ésta era una propiedad en abandono donde vivían menos de 200 personas distribuidas en familias aisladas o pequeños caseríos. Los escasos habitantes pagaban a los propietarios unos pesos anuales por el pastoreo de las pocas cabezas de ganado que poseían. 11 Debido a la escasez de agua de riego, la producción agrícola se limitaba a cultivos para la subsistencia de los habitantes y algunas pocas hectáreas de caña de azúcar.
Antes de realizar la compra, los Cusi habían adquirido la factibilidad de llevar agua desde el Cupatitzio-Marqués, que corría a más de 100 metros por debajo del nivel del suelo, hasta las llanuras de la nueva propiedad, rebautizada entonces como Lombardía, en honor al terruño de los nuevos propietarios. Los trabajos para habilitar las tierras para el cultivo, comenzaron inmediatamente después de formalizar la adquisición. El proyecto requirió de ingenio tecnológico para sortear las dificultades que presentaba la geomorfología, hoy en día interpretables en el paisaje. La imposibilidad de usar agua del río por la profundidad del cañón a lo largo del cual corría, implicó tomar el agua a la altura del rancho de Charapendo, parte de la hacienda, que se localizaba 25 kilómetros más arriba de la llanura donde pensaban establecer los cultivos de arroz. El canal principal debía correr a lo largo del cañón e irse separando a medida que el caudal del río se iba sumergiendo; a causa de lo accidentado del terreno debieron construirse una serie de sofisticados puentes, túneles y sifones.
Lo más complicado en ese proyecto era lograr el paso del canal a través de la Barranca Honda, que separaba Charapendo del resto de la propiedad de Lombardía. Considerando la amplitud de la barranca, se desechó la opción de construir puentes y se optó por colocar un sifón construido con tubos de hierro que importaron de Estados Unidos. 12 De esa manera, el agua llegaría a la hacienda a través de un canal, hasta un punto superior al casco, desde donde caería entubada y podría aprovecharse como fuerza motriz para el molino y la maquinaria. Además, serviría para generar energía eléctrica. Desde el casco de la hacienda, el agua se enviaba a los campos de cultivo a través de una red de canales primarios y secundarios. 13
Todo el proyecto, desde sus inicios, marcó de inmediato la transformación y revitalización del territorio, generando una dinámica nunca antes vista en la región: movilidad de población, de mercancías y adecuación de transportes y vías de comunicación. Estos cambios incidieron en diversos ámbitos. En primer lugar, las obras requerían de una gran cantidad de jornaleros y trabajadores especializados, que no era posible reclutar en la región de Tierra Caliente, así que fueron incorporados de otras latitudes de Michoacán y de otros estados como Jalisco, México y Guerrero. Además, el entonces gobernador Aristeo Mercado envió 300 reclusos que llegaron a la hacienda acompañados de sus familias a cumplir ahí el resto de su condena, pero recibiendo el mismo pago que el resto de los jornaleros. 14 Cuando se trataba de tareas más especializadas, se recurrió a personal extranjero, principalmente italianos. Estos inmigrantes ocuparon puestos como administradores, contadores, abogados, ingenieros y técnicos operarios de equipos y maquinaria. 15
La otrora desértica llanura se colmó de casas habitación para los peones y sus familias. “No menos de 500 viviendas había en el casco”. 16 Al aumentar el número de habitantes, el poblado en torno a la hacienda requirió de servicios básicos por lo que se instalaron, como era costumbre en los latifundios porfirianos, una tienda de raya, una panadería, un matadero con venta de carnes de res, cerdo y carnero y un consultorio médico.
En cuanto a la cuestión agrícola, una fracción de los terrenos de la hacienda de Lombardía se convirtió en fértiles sembradíos de arroz. También se destinaron pastizales para las cerca de 11 000 cabezas de ganado. En un breve lapso,las bodegas se ampliaron para dar cabida hasta 60 000 sacos de arroz, al tiempo que almacenaban maíz, cascalote —árbol empleado para curtir pieles— y una buena cantidad de queso, producto de las varias ordeñas existentes en la propiedad. 17 Los arrieros se encargaban de movilizar las cargas de arroz hacia Uruapan, donde se encontraba la estación de ferrocarril. La arriería generó entonces una actividad e intercambio comercial que antes no existía en la región.
Una parte esencial en el crecimiento de la empresa de los Cusi fue la importación de innovaciones tecnológicas de Europa y Estados Unidos. En la hacienda Lombardía, además de las obras de irrigación, también se contaba con otros adelantos tecnológicos como turbinas que movilizaban el molino de arroz, la dinamo que proporcionaba luz al casco hacendario, las maquinarias del aserradero, la desgranadora de maíz, el frigorífico de carnes o los secadores de arroz, entre otros. 18 En síntesis, para 1909, Lombardía era una próspera finca. El extenso territorio proyectaba un dinamismo inédito y se había convertido en tierra de oportunidades para cientos de trabajadores que vivían del campo, así como técnicos, en su mayoría extranjeros.
El proyecto de expansión de Cusi e hijos se dirigió a la región de los Llanos de Antúnez, concretamente a la hacienda El Capirio, una propiedad situada aproximadamente a 20 kilómetros al sur de Lombardía. A petición de su padre, Eugenio y Ezio Cusi valoraron los terrenos para estudiar la fertilidad de los suelos y las posibilidades de irrigación siguiendo métodos similares a los empleados en su natal Lombardía. Después de la inspección, determinaron que las llanuras ofrecían características adecuadas para el cultivo de arroz y que el acarreo de agua desde el Cupatizio-Marqués era un proyecto costoso pero factible. Decididos a comprar y explotar esos terrenos, padre e hijos integraron legalmente, el 26 de junio de 1909, la Sociedad Dante Cusi e Hijos, con el único objetivo de adquirir y explotar en común la propiedad en cuestión. 19
Dicha propiedad se componía de 35 000 hectáreas en los Llanos de Antúnez, inmensa y árida planicie llamada así desde la época virreinal, localizada entre los ríos Marqués y Tepalcatepec. Desde 1897, esa propiedad pertenecía a la familia Velasco, originaria de La Piedad, Michoacán. En 1910, la Sociedad Dante Cusi e Hijos tomaron posesión de los terrenos —aunque los aprovechaba desde 1909—, mediante un contrato de compra-venta que estipulaba el pago de 275 000 pesos diferidos. La propiedad fue bautizada con el nombre de Nueva Italia, en remembranza al país de origen de los nuevos propietarios.
Las prestaciones otorgadas por el Estado mexicano facilitaron el éxito en los proyectos de los italianos. En 1908, se creó la Caja de Préstamos para obras de Irrigación y Fomento a la Agricultura, S.A., que otorgó a la Sociedad Dante Cusi e hijos los recursos necesarios para adquirir los terrenos y financiar las obras de irrigación. En ese mismo año, el gobierno renovó y amplió a los Cusi la concesión de uso de las aguas del Cupatitzio, con lo que estaba asegurado el suministro del líquido para los cultivos. 20 En cuanto tomaron posesión de los terrenos, los Cusi procedieron a la inmediata habilitación para el riego. Al igual que en el caso de Lombardía, la hacienda de Nueva Italia requería de grandes obras de ingeniería hidráulica para llevar el agua del río Cupatitzio-Marqués hasta la superficie del inmenso llano. Con esa finalidad, se construyó un nuevo canal que iniciaba a la altura de la localidad La Gallina, unos 10 kilómetros más al sur de donde iniciaba el canal de Lombardía. En ese punto se construyó una pequeña represa con una profundidad no mayor a los dos metros, que contaba con compuertas para controlar la entrada de agua al canal previniendo las crecidas del río, que son frecuentes en temporada de lluvias. 21
El nuevo canal atravesaba toda la llanura de Lombardía y para librar la barranca del Marqués —que separaba los terrenos de esta hacienda de los de la Nueva Italia con una profundidad de 150 metros— se instaló un sifón de 600 metros de longitud construido con tubería de hierro de 1.25 metros de diámetro. En total, el canal medía cerca de 40 kilómetros de longitud, con una anchura de tres metros por 2.25 metros de alto. Fue construido con cal y canto y en algunos puntos se labró su curso sobre la propia pared rocosa del barranco. Guiados por su afán de innovación, los Cusi adquirieron en Europa la tubería para el sifón construido en el Marqués. Al tiempo que se edificaba el canal, se iniciaron también las obras para los ductos secundarios que habían de llevar el agua a la superficie destinada para el cultivo. La idea de los colonos era hacer la primera siembra de arroz lo antes posible. Se reconstruyó así el casco, se levantaron los edificios para el molino de arroz —que se había pedido a Italia—, se instalaron almacenes, habitaciones para los peones, tienda y trastienda, panadería, rastro y caballerizas. Se ubicó también una línea telefónica que comunicaba a la hacienda de Nueva Italia con la de Úspero, con el molino de Parácuaro y con la hacienda de Lombardía. El uso del teléfono tuvo gran utilidad para comunicar emergencias, como las crecidas del agua que podían afectar los canales de riego o avisar sobre la presencia de partidas de revolucionarios, federales o bandoleros. 22 Esto último se aprecia en la crónica publicada en La Sentinella.
En 1911 se recogió la primera cosecha de arroz en Nueva Italia, con un rendimiento de 2 500 toneladas. Esta cantidad resulta significativa considerando que antes de ese año en la propiedad ese cultivo era inexistente. Los años siguientes fueron un período de crecimiento constante en las haciendas Cusi: se habilitaron más tierras para el cultivo, lo que repercutió en una mayor producción y en un aumento en la demanda de mano de obra. Este auge, no fue interrumpido ni siquiera por el estallido la Revolución Mexicana y el siguiente período de incertidumbre que ralentizó el progreso del país. En años subsecuentes, la producción de arroz de ambas haciendas llegó a alcanzar las 6 000 toneladas. 23
A causa del volumen de producción y la necesidad constante de mover la carga de arroz, los hacendados italianos consideraron la construcción de una línea de ferrocarril que uniera sus haciendas con Uruapan, ya que el transporte del producto por medio de hatajos de arrieros resultaba largo y costoso: desde Nueva Italia eran cuatro días de camino y dos desde Lombardía. Las obras de la ferrovía entre las dos haciendas iniciaron así en 1912. En 1914, año de la publicación de la nota La Sentinella, el tendido llegaba de Lombardía a Nueva Italia cruzando el barranco del Marqués por medio de un cable vía. 24 Fue muy breve el tiempo que estuvo en funcionamiento el ferrocarril entre ambas haciendas. El proyecto, que contemplaba la construcción de la ferrovía hasta Uruapan, tuvo que ser interrumpido a causa de la incursión de partidas revolucionarias que varias veces destruyeron las torres del cable. Por algunos años, sólo funcionó el tramo del Marqués a Lombardía, brindando servicio en el transporte de semillas y el intercambio de mercancías y materiales entre ambas haciendas.
El estallido de la Revolución Mexicana
El repaso de estos datos permite comprender el panorama que existía en las propiedades de Cusi en el Valle del Marqués por la época en que la crónica de la “Espantosa odisea” fue publicada en La Sentinella Bresciana en junio de 1914. Ambas haciendas, Lombardía y Nueva Italia, gozaban de prosperidad y abundancia lo que, aunado a su localización en terrenos aislados y de difícil acceso en la Tierra Caliente michoacana, las convertía en un refugio atractivo para las partidas de revolucionarios que huían del ejército federal.
Mientras la agroindustria de los Cusi se consolidaba, el país había entrado en una profunda crisis social y económica consecuencia del estallido revolucionario de 1910. Ciertamente, en Michoacán el conflicto se manifestó de forma distinta al resto del país. En 1911, los grupos progresistas se levantaron a favor del maderismo, cuando en el resto del país, el zapatismo había cobrado fuerza como corriente antagónica a Madero. En la región oriente del estado Pascual Ortiz Rubio se levantó en armas; en el centro, Salvador Escalante; en Ario, Martín Castrejón; en Pátzcuaro, Tena; Madrigal, en Puruándiro. 25
Con el asesinato de Francisco I. Madero, en 1913, se reavivó el escenario bélico en el país. Los grupos en pugna estaban dirigidos por Victoriano Huerta, quien estaba a favor de la vuelta a la dictadura porfiriana, y Venustiano Carranza, a cargo del sector que apoyaba la restauración del orden constitucional violentado por el golpe militar de Huerta. Esa división fracturó también a la clase política, al ejército y a la población en general. Durante cuatro años, se propagaron los conflictos localizados entre las fracciones revolucionarias. En Michoacán, el movimiento carrancista estuvo dirigido por los generales Gertrudis Sánchez, Joaquín Amaro, Alfredo Elizondo y José Rentería Luviano. Algunos de ellos llegaron a gobernar el estado durante ese complicado periodo. 26
A finales de abril de 1913, en los alrededores del latifundio Cusi, un grupo de carrancistas, entre ellos Cenobio Moreno Bucio y Daniel Pacheco, 27 firmaron un documento de adhesión al Plan de Guadalupe carrancista, al que denominaron el Plan de Parácuaro. En ese documento, los firmantes se manifestaban en contra de Victoriano Huerta e incitaban a los habitantes de la región a levantarse en armas contra el régimen huertista. Es justo a partir de ese momento cuando las haciendas de los Cusi comienzan a sufrir asedios; entre abril y mayo de 1913, las fuerzas comandadas por Cenobio Moreno intentaron asaltar las dos haciendas, pero fueron rechazados por las defensas que los hacendados habían organizado armando a sus propios trabajadores. 28
El panorama que enfrentaron en los años subsiguientes fue crítico, ya que el arribo de partidas de gente armada se volvió una constante. Los robos sufridos no se limitaban a los productos y ganado de las haciendas, sino que alcanzaban también a los peones, cuyas casas se encontraban fuera del casco de la hacienda y eran de fácil acceso para los saqueadores, quienes les robaban objetos cotidianos como cobijas, ropa o alimentos. Los hacendados italianos optaron por entregar frecuentes partidas de dinero para congraciarse con los cabecillas revolucionarios y mantenerlos alejados de sus propiedades. Al mismo tiempo, los Cusi contaban con el favor del gobernador del estado quien en caso necesario enviaba contingentes de guardias armados. A pesar de que los propietarios y los administradores vivían en estado de alerta para evitar ser sorprendidos por alguna de las gavillas, los efectos del movimiento revolucionario no fueron tan graves como para detener las actividades productivas, pero sí se reportó una disminución en los volúmenes de producción y se elevaron los costos de mantenimiento en las dos haciendas. Esto último a consecuencia de los gastos derivados de la defensa de las propiedades y de la custodia de la carga en el trayecto de las haciendas hasta la estación de ferrocarril de Uruapan, que se realizaba por medio de hatajos de arrieros. Además, también hay registro de que en ocasiones los hacendados debían pagar a los peones para evitar que se unieran a “la bola”. 29
En las Memorias de un colono de Ezio Cusi, obra de referencia en los estudios sobre las haciendas de Lombardía y Nueva Italia, relata algunos episodios sobre la llegada de grupos armados a las haciendas. Aunque no da fechas concretas, todas las incursiones ocurrieron luego de la primavera de 1913; es decir, posteriormente al asesinato del presidente Madero. Para Michoacán se trató de la etapa más complicada del periodo armado, pues se formaron múltiples guerrillas que, a su vez, provocaron constantes vejaciones y saqueos entre 1913 y 1918. 30 En sus memorias, Cusi describe, por ejemplo, la llegada del famoso revolucionario Inés Chávez a la hacienda de Nueva Italia y otro episodio donde llegó a Lombardía. De este suceso, hace un recuento de los daños dejados por la visita del ladrón: “Como amo y señor ocupó la hacienda con todas sus dependencias, teniendo los empleados que dormir en el suelo o en los asoleaderos. Los tres mil caballos que traía de remuda, los mandó a pastar en las siembras de arroz más cercanas al caso, causando con esto grave prejuicio”. 31 Las pérdidas para las propiedades italianas tan sólo en el año de 1918 superaban la cifra del millón de pesos. 32
Sobre el documento
Varios elementos llaman fuertemente la atención después de una primera lectura de la “Espantosa Odisea” en su versión original. Lo primero, es el marcado estilo romántico que prevalece en la narración, el cual se ha respetado en la traducción al español: descripciones detalladas y un tanto exageradas, exaltación de la naturaleza y personajes estereotipados: los valientes italianos, los malvados guerrilleros, el virtuoso sacerdote, los anodinos indígenas. El extranjero –europeo–, personificando al bien, mientras que el local es un ser negativo. El cronista italiano se plasma a sí mismo como libre de faltas; el revolucionario mexicano, en cambio, es un personaje irracional y salvaje.
Es un documento cargado de frases grandilocuentes y rebuscadas. En el fondo, la crónica muestra un exaltado nacionalismo italiano, sin contar la percepción polarizada de México y los mexicanos. Muchos italianos, como Dante Cusi, salieron de su lugar de origen cuando todavía no se consolidaba la unidad italiana. No obstante, al ritmo de sus vivencias y aventuras en el continente americano se fueron adquiriendo la identidad nacionalista justo al mismo tiempo que en Europa se forjaba la construcción de la nación; primero con el Reino y luego con la República. Los emigrantes de la península itálica adquirieron pronto un referente de identitario idealizado, al cual se aferraron ante los contextos de vulnerabilidad e incertidumbre. La Revolución Mexicana quizá los confundía en cuanto a tomar partido por alguna de las fracciones; sin embargo, a la distancia, podían asirse a su patria lejana, tanto para buscar referentes socioculturales como para eventuales apoyos diplomáticos al momento de reclamar daños y perjuicios ocasionados por la propia revuelta.
El ambiente natural y la riqueza de recursos aparecen descritos de forma positiva. De la Tierra Caliente se muestra una imagen donde prevalece una naturaleza exótica y pródiga aunque un tanto selvática: “entre mil lianas que con elegancia se abrazan a los vetustos troncos de gigantescas plantas”, descripción que igualmente podría aplicar para un paisaje de África, Asia o Sudamérica. Sobre la abundancia de recursos y la riqueza de la tierra también se habla con benevolencia, lo cual es lógico considerando que Dante Cusi hizo en pocas décadas fortuna con base en la explotación de “las fertilísimas tierras del estado de Michoacán”.
No obstante la belleza natural y abundancia de recursos del país en general, y de Michoacán en particular, la imagen del ambiente social y el carácter de los mexicanos son totalmente negativos. Ya en este relato de hace un siglo, México aparece relacionado con la delincuencia y la corrupción de las autoridades, percepción que curiosamente nos evoca momentos más cercanos que lejanos en el tiempo. Una frase resume la percepción sobre el carácter de los mexicanos: “Este sacerdote, aunque mexicano, era un buen hombre”. Es decir, las condiciones geográficas de la región son, desde la percepción de Cusi, más que apropiadas, dignas, fértiles y exuberantes; no así sus pobladores locales; el italiano es un dechado de virtudes, libre de faltas éticas y morales; el mexicano es violento y ladrón.
Más allá de las exaltaciones nacionalistas y los estereotipos, la crónica muestra el panorama que vivía la población en la época de la Revolución Mexicana, a merced tanto de los federales como de los rebeldes, sin poder confiar en ningún bando. En esa dinámica, tanto los hacendados como los trabajadores eran víctimas de los abusos de los grupos armados. En esta narración, tanto los propietarios como los empleados de alto nivel son víctimas de los atropellos: los primeros sujetos de extorsiones y saqueos; los segundos, en constante amenaza de muerte, sin otra cosa que ofrecer más que sus cuerpos, sufrían violaciones y asesinatos por parte de los invasores.
Dejando de lado la parcialidad del relato aparecida en La Sentinella, es sorprendente, al mismo tiempo preocupante, descubrir que transcurrido un siglo exactamente desde esos eventos, el ambiente no deja de ser hostil en los pueblos de la Tierra Caliente de Michoacán. Ya no es el ejército contra los rebeldes constitucionalistas lo que ahora se contempla, sino una pretendida lucha por recuperar la seguridad en la región, en la que de manera muy semejante a lo que ocurrió en 1914 la población civil quedó en medio de la zozobra, siendo objeto de abusos, amenazas y extorsiones de parte de los actores que ahí intervinieron. Han cambiado las circunstancias, pero tristemente los conflictos persisten.
Como señalábamos al inicio del presente manuscrito, el objetivo es el rescate de una fuente documental que puede ser de gran valía para otras investigaciones. En las páginas anteriores se han contextualizado el entorno histórico y social en el que se produjo el documento original, pero la intención no es otra que introducir la fuente documental traducida del italiano al español, misma que inicia a continuación. Advertimos que la narración se corta abruptamente y no hay un desenlace o explicación final, lo cual entendemos como un recurso narrativo del cronista.
Espantosa odisea del bresciano Dante Cusi y de otros italianos en México
Del bresciano Dante Cusi La Sentinella ha narrado en otras ocasiones las grandes y afortunadas hazañas realizadas en México y cómo, en recuerdo de su amada patria, ha llamado Nueva Italia y Lombardía a sus inmensas propiedades. Pero el nombre de Dante Cusi es también cariñosamente recordado en la Patria porque cada año él envía a su tierra natal, en la llanura de la Baja Brescia, generosas cantidades para destinarlas a obras filantrópicas y civiles. Ahora, desde México, envían a la Gazzetta del popolo la narración de la espantosa odisea ocurrida a Dante Cusi y sus compañeros durante la Revolución. Narración que pensamos interesante reproducir.
Ciudad de México, junio
El señor Dante Cusi, hijo bueno y trabajador de Brescia, hizo su fortuna en México. Desgraciadamente, en América muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Uno de los pocos elegidos, y de los más dignos, es seguramente este compatriota. Cusi es el dueño de una rica y enorme propiedad cuyo valor —después de 30 años de inteligente y afortunado trabajo— puede calcularse en 15 millones de liras italianas.
Ciertamente, al encontrarse México en la actualidad en el más horrible estado de absoluta anarquía y al estar las propiedades de Cusi alejadas de toda población, no sería posible disponer inmediatamente del valor de la propiedad, pero eso no impide que se trate de un capital considerable.
La “Lombardía” y la “Nueva Italia”
El incansable bresciano compró los terrenos vírgenes y estableció en ellos cultivos de arroz, en el fertilísimo estado de Michoacán. Sería hermoso —si no fuera más urgente la narración de los hechos dramáticos— describir dignamente las inmensas propiedades de Dante Cusi. Y los lectores seguramente disfrutarían hacer el recorrido mental durante un cuarto de hora por las frondosas selvas tropicales de aquellos lugares, en medio de árboles majestuosos y seculares, entre mil lianas que con elegancia se abrazan a los vetustos troncos de gigantescas plantas, rodeados por el esplendor y la fragancia de maravillosas orquídeas. En ese sitio, la naturaleza ofrece imponentes espectáculos: llanuras sin fin; parvadas de pájaros que por instantes oscurecen el cielo; arroyos impetuosos habitados por numerosos caimanes, cocodrilos americanos que esperan perezosamente a una presa fácil; venaditos, jabalíes y tímidas gacelas las cuales huyen ligeras al ser perseguidas por un puma o una colosal serpiente. Por eso, quien tenga curiosidad de conocer los emocionantes espectáculos que la naturaleza ofrece en México, sólo debe salir de Italia para visitar al muy hospitalario señor Cusi en sus propiedades de Lombardía y Nueva Italia. Verdaderamente, en esas tierras tropicales de Michoacán, en especial ahora que son asoladas por temibles grupos de guerrilleros, federales y rebeldes, las sorpresas son tantas que podrían llenar las expectativas del más ávido aventurero. Y justo por eso, no es el momento de descripciones geórgicas; por el contrario, es el momento de narrar la angustiosa crónica. Mucho más que las atrocidades y fraudes, con que generalmente se asocia a México, amerita ser conocida en Italia la impresionante odisea de algunos de nuestros valientes paisanos empleados en las haciendas del señor Cusi.
Entre dos fuegos
La hacienda Lombardía abarca, además de una enorme superficie de terrenos montañosos actualmente sin cultivar, una extensión de más de 15 000 hectáreas plena e intensamente cultivadas. Esta hacienda se encuentra a siete horas a caballo de Uruapan, el único centro poblacional relativamente cercano a las propiedades de Cusi. A Lombardía le sigue otra propiedad mucho más importante llamada La Nueva Italia que tiene más de 30 000 hectáreas de terreno espléndidamente cultivado. Numerosos empleados están a cargo de la administración de estas haciendas, entre ellos doce italianos, un francés y varios mexicanos. Las haciendas se comunican con Uruapan a través de una línea telefónica y en las propiedades se cuenta con escuela, farmacia, médico, iglesias y todo lo que hace falta para la vida en una población rural. Uruapan se localiza a 510 kilómetros de la Ciudad de México y 130 de Morelia, capital del estado de Michoacán.
Desde 1911, la época en que la revolución comenzó a poner a México de cabeza, todos los hacendados (los ricos propietarios agrícolas) estaban, y aún están, obligados a someterse a la prepotencia de innumerables huestes de insurgentes que, a punta de pistola y amenazando con la destrucción de las propiedades, exigen sumas más o menos cuantiosas. Inclusive el señor Cusi debió someterse a tales fuerzas y pagar una especie de impuesto mensual a los grupos “constitucionalistas” que, como ustedes saben, son los rebeldes que pelean contra los “federales”, es decir, las tropas del gobierno. Por su parte, y como es lógico, el gobierno no quería que los propietarios, aunque fuese en contra de su voluntad, ayudasen a los rebeldes. Y por eso, obligaba a los ricos a mantener en sus propiedades cierto número de hombres armados capaces de enfrentar y rechazar a los rebeldes, combatiendo violencia con violencia.
Verdaderamente, el refrán según el cual cuando dos pelean, hay un tercero que gana, no habría encontrado mejor aplicación. Es decir, en la batalla entre federales y constitucionales, correspondía y aún corresponde, a los extraños pagar la cuenta de los unos y los otros. En este país, incluso sin buscar favorecer a los unos o a los otros, el rico debe dar dinero tanto a los federales como a los constitucionalistas; mientras que el pobre sirve de carne de cañón tanto a los representantes del gobierno como a los revolucionarios, quien no paga de su bolsa, paga con la vida, y viceversa. Sin contar aquellos que han de pagar con ambas monedas.
Una traición
Así, también Dante Cusi tuvo que armar, por su cuenta y corriendo él con los gastos, a cincuenta hombres entre sus “jornaleros”; el gobierno le envió 150 federales para que los mantuviera. Por ello, las propiedades de Cusi estaban resguardadas por una fuerza de doscientos hombres comandados por oficiales del gobierno. El señor Cusi había comprado cincuenta fusiles Mauser con una dotación de 15 000 cartuchos, además de otras armas, pistolas, municiones varias, etc. Por su parte, los federales tenían sus propios Mausers.
Así estaban las cosas en la hacienda de Lombardía el día 15 de mayo de 1913. En una pequeña localidad de la propiedad, llamada Santa Casilda, se encontraban algunos trabajadores. Uno de ellos se dejó corromper por un grupo de rebeldes, mejor dicho, un grupo de ladrones, y accedió a llevar a cabo una traición. Los empleados y los oficiales encargados de Lombardía vieron llegar al hombre, jadeante y gritando: “Me agredieron —dijo el traidor— y he sido desarmado. Tuve que ceder porque estaba solo. Pero será fácil castigarlos. Se han ido a la montaña pero podemos alcanzarlos. No van muy bien armados”.
Sin dudarlo, los doscientos hombres armados montaron a caballo y se lanzaron a todo galope para dar caza a los supuestos cinco o seis ladrones mal armados. Tres valientes italianos al servicio de la hacienda, los señores Marco Armella, Carlo Alberici y Nello Frezza, quisieron seguir, también armados y a caballo, a aquella tropa que parecía tan valiente y resuelta. Pero al llegar a cierta desembocadura, los jinetes fueron recibidos por una furiosa descarga de fusiles. No se trataba de los seis o siete delincuentes denunciados por el traidor, sino de un gran número de hombres maravillosamente armados que acechaban entre las rocas.
Espantados por el imprevisto recibimiento, oficiales y soldados sólo atinaron a huir a toda velocidad. Los tres italianos se quedaron en el lugar, bajaron del caballo, se lanzaron al suelo y respondieron con algunos tiros a los fusiles enemigos, hasta que —aprovechando el momento oportuno— lograron correr ellos también hacia la hacienda. Allí, ya se habían refugiado algunos de los federales que habían logrado huir. Otros, que se habían extraviado, fueron volviendo a lo largo de la tarde. Éstos habían encontrado en el campo a un pobre e indefenso trabajador y lo habían asesinado, tal y como acostumbran los federales, quienes matan a los más inofensivos transeúntes y después se jactan de haber hecho un gran exterminio de enemigos en la guerra. Así, el infortunado hombre había sido colgado de un árbol y después había servido de blanco a los famosos tiradores federales los cuales habían huido valientemente ante los primeros disparos enemigos.
Llegan los rebeldes
Mientras la revolución estaba en su apogeo. Los federales, derrotados en todas partes, se concentraban en las grandes ciudades. Los 150 soldados encargados de las haciendas Cusi fueron enviados a Uruapan. El médico de la propiedad, un mexicano, presa del pánico, un día llamó aparte al señor Frezza y le dijo: “Yo me marcho porque los revolucionarios se acercan. Le doy un consejo: váyase usted también. Pero si quiere quedarse, no confíe ni en lo más mínimo en los cincuenta mexicanos armados de aquí dentro. Los pocos italianos no podrán con sus propias tropas”. De hecho, los cincuenta indígenas armados habían declarado que si el enemigo se hubiera acercado, ellos se habrían dado a la fuga porque no querían jugarse el pellejo. Los italianos sólo eran doce y con ellos estaba el único empleado francés.
Un día el teléfono de Lombardía sonó escandalosamente. Respondió a la llamada el administrador de la hacienda, el conde milanés Guido Sizzo, una excelente persona. Quien telefoneaba era un comandante revolucionario, un verdadero lobo con piel de oveja.
—Señores, nosotros hemos vencido a los federales, somos los dueños de la ciudad de Uruapan y para mayor seguridad enviaremos un destacamento para ocupar La Lombardía. No se resistan, sería inútil.
Escuchando eso, el conde Sizzo pidió que se le perdonase la vida a los doce italianos y al francés que formaban parte del personal, siendo que todos los empleados mexicanos ya habían huido, incluyendo al médico. El administrador también se hizo prometer que les dejarían conservar al personal una pequeña escolta formada por los pocos mexicanos armados que no habían huido.
—¡Ya vienen! ¡Ya vienen! — se gritó en un momento dado, lo que quería decir que habían llegado los anunciados revolucionarios. Pero todo lo contrario, se trataba de tropas federales huidas de Uruapan que pedían hospedaje, mismo que les fue brindado. Pero cuando los federales supieron que estaba prevista la llegada de los rebeldes, sólo pensaron en huir. Los oficiales únicamente pidieron ropa para sustituir los uniformes. Enseguida, salieron corriendo, dejando solos a los doce italianos y al francés para lidiar con los vencedores.
El dominio de los ladrones
Y allí tenemos al conde Guido Sizzo quien, montado en su caballo, va a encontrarse con los invasores. Lo acompaña una escolta armada a la cual los revolucionarios ya habían prometido respetar. El grupo revolucionario era de 500 hombres al mando de Isiquio Sánchez 33 quien gozaba de una merecida fama de sanguinario. Se hicieron las presentaciones correspondientes y se dirigieron a las oficinas administrativas de la hacienda. Los empleados recibieron cortésmente a los invasores mientras los 500 bandidos se acomodaron en doble fila alrededor de la casa sin permitir que nadie saliera.
El comandante, siempre acompañado por tres horribles hombres de aspecto patibulario, entró en la bodega con los italianos y se mostró complacido por la actitud amistosa. Tanto así que poco después de haber tomado la administración, Isiquio Sánchez hizo abrir la caja y se adueñó de todo el dinero. Después, pasó revista a los caballos y las mulas de la hacienda y se adueñó de seiscientos animales.
—Y ahora —agregó— entrégueme armas y municiones.
—Pero me había usted dicho que nuestra escolta podía permanecer armada —protestó el conde Sizzo.
—No importa; tienen que darme todo lo que quiera y puedo tomarlo aún en contra de su voluntad.
No hubo más opción que ceder: la escolta fue desarmada al igual que los doce italianos y el francés. Además, debieron entregar la reserva de armas y municiones; más de cien fusiles y pistolas así como más de 15 000 cartuchos para Máuser.
La cena de la muerte
Terminado el saqueo, se preparó la cena, en la cual los italianos tuvieron la compañía de Isiquio Sánchez. Éste, siempre estaba con tres guardaespaldas que nunca se apartaban ni un sólo paso de él. Sánchez no bebía y no comía si ellos no probaban antes cada cosa. Esta gente, acostumbrada a la traición, desconfía siempre de todo y de todos…
La cena, se entiende, no se desarrollaba precisamente en un ambiente alegre. Y el conde Sizzo, en un intento por romper el hielo, le dijo al prepotente jefe de los guerrilleros que después de haber entregado todo, él y los otros empleados se retiraban y dejaban a los revolucionarios la administración de la hacienda.Y lo malo, se puede decir, comenzó en ese momento.
—¡Ni de broma! —respondió con firmeza Isiquio Sánchez. —Nadie saldrá de aquí sin antes saldar unas cuentas pendientes.
Siguió un breve momento de trágico silencio. Y allí tenemos al bandido que saca un papel del bolsillo y comienza a leer una terrible lista:
—Guido Sizzo, Raffaele Lang, Francesco Gibellini, Marco Armella, Carlo Alberici, Nello Frezza…
A lo que cada uno de los mencionados respondió:
—Soy yo.
—¡Ah, son ustedes! — replicó satánicamente Sánchez–. Escuchen entonces de que me tienen que rendir cuentas.
En resumen, Armella, Alberici, Frezza y Lang estaban acusados de haber tomado parte en el combate de Santa Casilda. A Lang, además le achacaban el asesinato del infeliz que los federales habían colgado y acribillado durante la fuga. Fue imposible hacer que Sánchez entrara en razón. Todo lo contrario, al terminar la cena, a manera de brindis, pronunció sentencia de muerte para todos los extranjeros residentes en la hacienda.
La orden de fusilamiento
Los trece desdichados europeos, indefensos, rodeados por 500 bandoleros, fueron reunidos en el patio como un rebaño de ovejas en espera de la ejecución. Al sacerdote de la hacienda le fue encargado que confesara a nuestros paisanos. Este sacerdote, aunque mexicano, era un buen hombre y trató de interceder a favor de los condenados.
—Todo ruego es inútil —contestó Sánchez—. Tengo órdenes concretas. Todos ellos deben ser fusilados inmediatamente y sus cadáveres colgados de los árboles le servirán de lección a los otros extranjeros para que aprendan que no deben —ni siquiera si son obligados— ayudar a los constitucionalistas.
El cura insistió en vano. Luego, temblando de la angustia, pálido y lloroso, tanto que él parecía el condenado, bajó al patio con los prisioneros y bastó ver su aspecto para que los desdichados comprendieran su suerte, es decir, que el fusilamiento era inminente.
—Sánchez —dijo el sacerdote— me ha enviado con ustedes a prepararlos para el gran viaje.
Los condenados, relativamente tranquilos, con la resignación de quien no tiene escapatoria, respondieron que no tenían nada sobre su conciencia y rechazaron la confesión.
—Nos dejamos asesinar resignadamente –dijeron- porque no tenemos ninguna posibilidad de rebelarnos.
Enseguida, los condenados se quedaron mudos, esperando estoicamente el epílogo de lo que parecía un horrible sueño. Pero el sacerdote no se resignaba a dejar morir a aquellos hombres de bien y temblaba buscando una manera de salvarles. De golpe, corre a la iglesia, se pone sus sagrados hábitos, toma el Sacramento, y vuelve con los presos frente a la multitud de bandoleros que debían, en cualquier momento, masacrar a los italianos.
“!No dispararán!”
El sacerdote se pone frente a los condenados, levanta el Sacramento y con lágrimas en los ojos grita a los malhechores:
—Estos italianos son inocentes. Nunca han cometido ninguno de los crímenes de los de que se les acusa. Su fusilamiento será un delito. Nunca ha sido cometido un pecado tan atroz. Así que, antes de que ustedes los asesinen manchando a México con tanta maldad, antes de que sus balas toquen a estos inocentes, tendrán que dispararme a mí, ¡tendrán que disparar a nuestro Señor y a la hostia consagrada!
Un escalofrío recorrió a aquella ruda gente. Los malhechores no se atrevieron a disparar. Sánchez tuvo que darles a los trece europeos un salvoconducto para que pudieran viajar libremente en Michoacán. Los italianos y el francés como muertos resucitados, apenas se recuperaron de la emoción, saltaron a sus caballos antes de que Sánchez cambiara de parecer. Sin embargo, el sacerdote logró darles una advertencia que equivalía a una segunda salvación:
—Sánchez hará que en breve los persigan 50 hombres armados con la orden de asesinarlos. El salvoconducto para Michoacán es una trampa. Así que tomen de inmediato otra dirección. Sólo así podrán escapar de la trampa.
En efecto, a escasos 50 pasos, los fugitivos dejaron el camino de Michoacán adentrándose en terrenos montuosos poco conocidos por los invasores. No obstante, Sánchez había previsto también esa posibilidad. Por ello, llamó por teléfono a Uruapan pidiendo que se movieran tropas hacia Lombardía: en cuanto encontraran a unos extranjeros que llevaran un salvoconducto los fusilaran en el acto ya que dicho salvoconducto era nulo. La desesperada huida de los italianos y del francés estuvo llena de angustias. En cierto punto, se encontraron con un peón de la hacienda quien les advirtió que poco antes habían pasado ochocientos rebeldes, buscando a los escasos europeos indefensos, y que se dirigían hacia la hacienda. Una vez más, los nuestros habían escapado de la muerte.
La difícil salvación
Finalmente, después de innumerables peripecias, los desdichados pudieron llegar a Uruapan donde para su fortuna ya no había rebeldes: todos habían partido hacia las propiedades italianas después de haber escuchado sobre el rico botín que aún quedaba por saquear. De esa manera, los federales pudieron ocupar Uruapan temporalmente. Después de nuevas y terribles aventuras, los italianos pudieron ponerse a salvo en Morelia.
Entretanto, en la hacienda, el sacerdote seguía predicando un poco de civilidad. Y ya que después de haber saqueado todo, los invasores comenzaron a raptar mujeres, el cura intentó salvar a una joven madre la cual, después de haberle sido arrancado su pequeño hijo que gritaba desesperadamente, había sido atada al lomo de un caballo y sujetada con fuerza por su raptor. El sacerdote tiró del vestido de la joven mujer intentando arrancar a la víctima de manos del agresor. La lucha es encarnizada pero es una pelea desigual.
El jinete amenaza y el sacerdote resiste. El malhechor levanta el látigo y lo deja caer violentamente en la cabeza de su adversario. El grito del hombre se mezcla a los gritos de la mujer raptada y a los lamentos de la criatura privada de su madre. El caballo se va corriendo y desaparece con la presa. En el suelo, inconsciente, queda tendido el sacerdote.