1. Introducción
El envejecimiento poblacional -resultado de la baja en las tasas de mortalidad y en las tasas de fecundidad- ha adquirido velocidad en nuestro país. “De acuerdo con las proyecciones que estima el Consejo Nacional de Población (Conapo), en 2017 habitan en el país casi 13 millones de personas de 60 y más años”.1 Se espera que para el año 2050, “las mujeres de 60 años y más representen 23.3% de la población femenina y los hombres constituyan 19.5% de la masculina”.2
Este proceso puede caracterizarse como un fenómeno dinámico y multidimensional, en el cual los estilos de vida y los ambientes -tanto sociales como físicos- a los que están expuestas las personas en sus cursos de vida tienen efectos en su estado al llegar a una edad avanzada. En algunos casos, se observa un deterioro asociado con aspectos laborales, económicos y familiares que influyen en el bienestar de la población.3
Si bien se reconoce que las necesidades de cuidado son una constante durante el curso de vida de todas las personas, su intensidad varía a partir de la edad, el género, las condiciones físicas y las redes de apoyo social. Laslett señala que con el envejecimiento se incrementan los riesgos de pérdidas en las capacidades físicas y mentales, así como una reducción de la autonomía. Por tanto, la vejez implica una fuerte demanda de atención y cuidado.4
El envejecimiento está acompañado de otros procesos demográficos relacionados con las familias. Por ejemplo, las transiciones en su estructura, en los roles tradicionales, así como en los patrones de empleo, además del alargamiento de la esperanza de vida de la población, la reducción del tamaño promedio de los hogares, la convivencia intergeneracional y la diversificación de los arreglos familiares. Estos elementos deben ser analizados desde la diversidad cultural para abordar el cuidado y su relación con el envejecimiento en las sociedades contemporáneas. El cuidado de los otros, y particularmente de los otros mayores, ha estado vinculado con la esfera de lo privado, pues se ha establecido socialmente que el mejor sistema para llevarlo a cabo es el familiar.
Gutiérrez y Vega señalan la importancia de analizar el cuidado desde otras realidades diversas, para situar los aportes y propiciar diálogos multicentrados, que permitan rebasar el análisis del patrón dominante, que en sus inicios refería al estudio de países industrializados de occidente. En estos últimos, “el modelo de familia nuclear heterosexual con una clara división sexual de trabajos y, posteriormente, con un modelo de doble salario desigual se conformó como el patrón de reproducción dominante”.5 Estas autoras consideran necesario integrar los sectores ‘atípicos’, tanto en el empleo como en la composición familiar, para ampliar la mirada a otras formas de organización del sostenimiento de la vida que manifiestan configuraciones diversas. Dado que en nuestro país el cuidado sigue siendo familiar, interesa analizar su organización, las experiencias y significados que de ella emanan en contextos de diversidad cultural.
En la parte centro y sur de México, específicamente en regiones con un fuerte componente indígena, existe un modelo cultural de organización doméstica que ha sido denominado “sistema familiar mesoamericano” (SFM).6 Entre otras características, este sistema permite la reproducción social de las familias y de las comunidades a través de la permanencia del ultimogénito en el hogar paterno, quien hereda la casa y las tierras, en compensación por cuidar a sus padres en la vejez. Este sistema está representado en una figura masculina: el xocoyote. Si bien este sistema de cuidado se fundamenta en dicha figura masculina, la responsabilidad del cuidado de los padres, específicamente en su vejez, recae generalmente en la esposa del xocoyote o en alguna otra figura femenina, una figura invisibilizada tanto a nivel comunitario como social. Lo anterior perpetúa la tendencia a la feminización del cuidado para la resolución de la reproducción social de las comunidades.
En este trabajo planteamos como objetivos analizar esta organización tradicional de cuidado no remunerado y su relación con la feminización/ familiarización del cuidado, envejecimiento poblacional y los usos y costumbres familiares dentro del SFM en dos comunidades en Tlaxcala. El desarrollo metodológico que se llevó a cabo fue el siguiente. En una primera fase de la investigación analizamos, a través de un enfoque cualitativo, ocho casos a través de entrevistas a profundidad, genealogías y observación directa con informantes en el período que comprende del mes de abril al mes de junio del 2015 en la localidad de San Miguel Contla, Tlaxcala. La segunda fase se realizó entre los meses de mayo y julio del 2016, en San Cosme Xaloztoc; se recabó la información de seis casos.
El artículo se compone de cuatro secciones. En la primera se busca enmarcar el estudio del xocoyote y las características del SFM en su contexto local. En la segunda se analiza la relación entre familia, cuidado y las desigualdades de género y generación en estas comunidades y cómo la organización social del cuidado en la vejez es problemática por las desigualdades. En la tercera se presenta el análisis de los casos de dos comunidades de Tlaxcala y en la última sección se brindan las conclusiones.
2. Sobre la herencia y la reproducción social en Tlaxcala
Tlaxcala se encuentra ubicado en el centro-oriente de México, en la zona conocida como Altiplano Central. Con 4060 km², es el estado más pequeño del país; 80% de su población se clasifica como urbana y el resto como rural. Tiene una escolaridad de 8.8 años en promedio (tercer año de secundaria) y dos de cada 100 personas son hablantes de lengua indígena. El sector de actividad que más aporta al PIB estatal son las industrias manufactureras. Esta investigación se realizó primero en la localidad de San Miguel Contla, que pertenece al municipio de Santa Cruz Tlaxcala, ubicado en las faldas del volcán La Malinche. Esta localidad cuenta con 5761 habitantes, 51% mujeres y 49% hombres. Después, la investigación se llevó a cabo en San Cosme Xaloztoc, que se localiza en la parte central de la entidad tlaxcalteca, a 10.3 kilómetros de la ciudad de Apizaco. Según el INEGI, esta comunidad cuenta con 21 769 habitantes: 10 847 hombres y 10 922 mujeres.7
El estado de Tlaxcala ha sido caracterizado como una periferia de industrialización reciente. Al igual que estados como Hidalgo, Morelos, Puebla y Querétaro, representa un área que de manera consistente ha incrementado su participación en el total manufacturero a partir de 1960, a diferencia de otros cuya industria se consolida bajo el modelo de sustitución de importaciones, que concentraron el patrón de crecimiento territorial y la actividad manufacturera. Así, también se diferencia de la región de la frontera norte, cuya manufactura recibió un fuerte impulso desde los años setenta.8
Hasta la década de 1960, Tlaxcala tuvo una economía centrada en actividades agropecuarias de muy baja productividad. A partir de esta fecha, la entidad experimentó un complejo proceso caracterizado por la concatenación entre la transición demográfica, una creciente centralidad de la estructura urbana, la renovación de las ramas industriales y la decreciente importancia del sector agrícola en la vida económica y social, así como del aumento de la población.9 Para 1976, se crearon nuevos corredores industriales: San Martín Texmelucan-Tlaxcala, Apizaco-Huamantla, Tlaxcala-Puebla y Tlaxcala-Puebla-Apetatitlán. Al mismo tiempo, emergieron lugares con carácter netamente industrial como Calpulalpan, Apizaco y Chiautempan.
Este proceso de “modernización” de la entidad trajo algunas modificaciones en la vida social de la población, como el aumento del trabajo asalariado, la modificación en la organización doméstica, el aumento de la escolaridad. Esto se debe en parte al hecho que en el siglo XX las regiones tradicionalmente rurales se han transformado articulando una combinación de agricultura, manufactura y actividades de servicio, y también se han incorporado al contexto de una región marcada por la creciente integración de la esfera económica.10
En Tlaxcala se observa que, si bien han ocurrido procesos de modernización productiva, la población, específicamente la de origen semirural, ha mantenido la reproducción de sus costumbres locales. Los pobladores “no han descuidado sus obligaciones rituales y mantienen una organización social basada en el intercambio y la yuxtaposición de las relaciones parentales con las que se generan en otros ámbitos de la vida social”. En el caso de las mujeres tlaxcaltecas, se observa que ha habido un aumento de su escolaridad, de su inserción al mercado de trabajo, así como una intensificación y diversificación de sus obligaciones domésticas, laborales y comunitarias.11
El SFM es un modelo cultural de familia dentro del área cultural denominada Mesoamérica.12 Esta propuesta implica analizar el sistema de parentesco a partir de un sistema de valores que proporciona las pautas para el comportamiento. Los antecedentes del análisis de este modelo se remontan al trabajo de Hugo Nutini de 1976, quien afirmó que en ciertos pueblos de Tlaxcala se observa un sistema de parentesco bilateral, pero que en ellos existe una predominancia patrilineal en los sistemas de herencia, residencia y autoridad.13
Posteriormente, David Robichaux señala que este modelo constituye el sustento de un régimen demográfico específico entre los grupos indígenas y sectores rurales de la población mexicana y centroamericana de la tradición cultural mesoamericana. Esta propuesta conceptual sobre la explicación de este arreglo familiar se originó en los estudios de Robichaux realizados en el estado de Tlaxcala, particularmente en localidades rurales como Tepeyanco, Acxotla del Monte y Belén Atzizimititlán. En las zonas rurales -incluso en las urbanas- de Tlaxcala, existen prácticas en la organización social que reflejan un fuerte componente étnico, aun cuando la población no se adscriba como indígena y no tenga una lengua vernácula como materna.
Este sistema se distingue por la patrilinealidad, la virilocalidad y un ciclo de desarrollo del grupo doméstico específico. Dicho ciclo inicia con la virilocalidad temporal de los hijos varones mayores y la salida de las hijas para ir a vivir a la casa de sus suegros. Después de cierto lapso, se establecen nuevas unidades de residencia de los hijos varones en los alrededores de la casa paterna, frecuentemente en el mismo patio. Los bienes de la familia, sobre todo la tierra, se reparten de manera equitativa a todos los varones. Por su parte, las mujeres sólo heredan cuando no tienen hermanos varones; cuando sí los tienen, reciben siempre la herencia en extensiones menores.14
El matrimonio se caracteriza por ser a temprana edad. La formación de la pareja puede ser vía rito religioso o civil o por unión libre; suele iniciarse con una serie de ritos dentro del hogar que incluyen regalos y discursos formales de pedimento y arreglos matrimoniales. En estos lugares aún puede observarse el “robo de la novia”.15 Posteriormente se da la cohabitación, regularmente en la casa de los padres del esposo (antes o después de los ritos); en la mayoría de las ocasiones, la vida en pareja comienza en familia extensa.
Cuando las hijas se han ido a casa de sus suegros y los hijos varones han establecido sus unidades de residencia cerca del hogar paterno, permanece en la casa de sus padres el xocoyote: “siendo el menor de los hijos, es el que más años de vida tiene por delante y el que mejor les puede brindar ayuda a sus padres”.16 Sin embargo, en la práctica, los varones se dedican a actividades remuneradas y delegan la responsabilidad del cuidado directo e indirecto a sus esposas o alguna otra mujer con vínculo familiar, ya sea una hermana no casada, hija o ahijada.
Las interrogantes que se ponen de manifiesto al pensar la continuidad del sistema familiar mesoamericano (en particular, la existencia del xocoyote) tienen que ver con los cambios y persistencias de este arreglo familiar, principalmente lo que tiene que ver con las formas virilocales y patrilineales de repartición de herencia. La herencia queda principalmente en manos de los varones, mientras que las mujeres, aún en el siglo XXI, son excluidas o en su defecto relegadas a una repartición de herencia de la tierra residual. Es decir, “las mujeres obtienen menor superficie, menor número de parcelas que sus hermanos varones”.17
Así pues, tanto la división sexual del trabajo como el sistema de parentesco en regiones del altiplano central mexicano continúan siendo elementos significativos para la subordinación de las mujeres. Asimismo, al naturalizarlo, contribuye a reproducir situaciones violentas o desventajosas para éstas, como puede ser el robo de la novia.
María Eugenia D’Aubeterre afirma que el término “robo de la novia” muchas veces es polisémico; refiere a una multiplicidad de prácticas que van desde lo consensual, hasta la violencia más pronunciada.18 Lo cierto es que actualmente, en algunas comunidades de Tlaxcala, se atienen a los mandatos más tradicionales de género, y el robo es un problema que trasciende el debate sobre los usos y costumbres y se centra en las desigualdades de género estructurales e históricas.
Los estudios sobre parentesco han analizado la cuestión de la herencia. Se destaca la existencia de un sistema normativo bajo el que se rige la transmisión de bienes, derechos y obligaciones. El sistema normativo del xocoyote se fundamenta en el intercambio de bienes y de cuidado a los adultos mayores. Algunos autores han señalado que este mecanismo funciona bajo el principio de reciprocidad retomada de Marcel Mauss: dar, recibir, devolver.19 El cuidado (en condiciones de dependencia) representa una obligación moral. En este trabajo, interesa analizar las contradicciones de género presentes en este sistema normativo.
3. Trabajo del cuidado y arreglos familiares
En América Latina, las tareas de reproducción no han sido asumidas de manera colectiva, los regímenes de bienestar se pueden caracterizar más bien como una combinación de estratificaciones. El trabajo reproductivo constituye una relación social en la que se observa una imbricación de desigualdades, antagonismos de clase, género, raza o pertenencia étnica. Por lo tanto, resulta importante señalar que se inserta en el liberalismo económico. En este modelo, regido por la competitividad y el individualismo, el trabajo reproductivo es considerado un asunto privado y resultado de decisiones individuales.20
México se ubica entre los regímenes de Estado de bienestar insertos en modelo neoliberal y basados en el modelo de proveedor único. El mercado ha sustituido de manera acelerada al Estado en la resolución de salud, educación y pensiones. Paralelamente, se mantiene un régimen familista, es decir, la familia se hace cargo de la mayoría de las funciones relacionadas con el bienestar,21 pues el costo del trabajo reproductivo -dentro del que se ubican tanto el trabajo doméstico como el trabajo de cuidados- ha sido absorbido por las familias y los miembros de los hogares, específicamente por las mujeres. El término familista o familismo implica también una serie de representaciones sociales respecto al cuidado y al trabajo doméstico, en las cuales se valora positivamente que el trabajo reproductivo lo asuman personas relacionadas a través del parentesco.22
Conceptos como familia y parentesco son históricos y, por ende, dinámicos. Para esta investigación, reflexionamos sobre la familia “no como una cosa que tiene que llenar necesidades concretas, sino un constructor ideológico con implicaciones morales”.23 A pesar de que la noción de familia en la actualidad, en algunos ámbitos, ha transitado de una concepción tradicional a una más flexible o democrática, aún existen formas de organización familiar con procesos desiguales. Tal es el caso de la persistencia de la división sexual del trabajo tradicional y la delegación del cuidado en particular a mujeres. Estas cuestiones sostienen un “orden de género”, que se expresa no sólo en:
La división del trabajo concreto entre hombres y mujeres -productivo y reproductivo- sino también en las normas que regulan sus trabajos, las representaciones de lo femenino y lo masculino, el reconocimiento social y el poder para expresar sus opiniones y desarrollar sus proyectos personales y colectivos. Incide también en la identidad de los géneros, es decir en las pautas socialmente esperadas de las conductas, valores y expectativas de las personas según su sexo, y que son asumidas como naturales.24
En las encuestas de uso de tiempo en México se ha verificado que las mujeres realizan tareas del cuidado mucho más tiempo que los varones. Las implicaciones de este exceso de trabajo, como lo señala Mercedes Pedrero Nieto, “contribuye a perpetuar algunas de las condiciones de su segregación, como las limitaciones para tener mejor formación técnica. Por otra parte, el trabajo doméstico tiene otro efecto en las trayectorias laborales femeninas, como la discontiunidad, el trabajo a tiempo parcial y ciertas modalidades desventajosas de inserción, como el trabajo a domicilio o el negocio familiar sin percibir remuneración”.25
En México, las mujeres generalmente dedican más horas al cuidado y a las labores domésticas no remuneradas y participan de una forma contundente en la reproducción social. Según Sònia Parella, la reproducción comprende tres niveles: “la reproducción biológica, la reproducción de la fuerza de trabajo y la reproducción social”. A pesar de que la maternidad se asocie con el ámbito natural de la reproducción, las tareas de cuidado han sido, de igual forma, biologizadas y asignadas a las mujeres por una lógica patriarcal. Además del cuidado de los hijos, las mujeres han cubierto “las actividades asociadas con el mantenimiento diario de la fuerza de trabajo pasada, presente y futura”.26
Este debate sobre el trabajo reproductivo ha generado también otras miradas pertinentes, como la “economía del cuidado” que da “cuenta del espacio de bienes, servicios, actividades, relaciones y valores relativos a las necesidades más básicas y necesarias para la existencia y reproducción de las personas”.27 El cuidado como concepto incluye un elemento relacional y afectivo que complejiza las jerarquías y estereotipos que se han naturalizado en la asignación de tareas diferenciadas a varones y mujeres.
Reflexionar sobre el trabajo del cuidado implica considerar a los sujetos que lo necesitan y aquellos quienes lo proveen. Según Valeria Esquivel, aunque “el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado es, de una parte, proveedor de bienestar […] es también un “costo” para quienes lo proveen (de tiempo, energía, e incluso de ingresos no percibidos). Esta tensión subsiste […] y tiene un fuerte contenido distributivo de género, clase y generación”.28
Es una tarea académica y política interrogarnos sobre la importancia de reflexionar en torno a la naturalización o arbitrariedad de la asignación de las tareas del cuidado. La división sexual del trabajo y la lógica inequitativa del cuidado que ha configurado una organización social del cuidado familiarizada y mercantilizada han contribuido a que sean mujeres quienes asignan tareas domésticas y del cuidado a otras mujeres.
Pensar la categoría de organización social del cuidado en México, nos permite visualizar cómo se organizan la economía política del cuidado, en la que participan varios actores que brindan servicios para satisfacer las necesidades de cuidados en una sociedad. Para sintetizar la actuación de actores estratégicos que intervienen en la organización social del cuidado, Shahra Razavi planteó la metáfora del diamante del cuidado. Con ella, identifica instituciones involucradas, como “las familias/tareas de mantenimiento de los hogares, los mercados, el sector público (el Estado) y el sector no gubernamental, que incluye el servicio comunitario y el voluntariado”.29
Existe una tendencia, en varios países, respecto a la transformación de la organización social de los cuidados. Consiste en un cierto paso del familismo servilista al profesionalismo neoservilista (profesionalismo mercantilizado), sobre todo en lo relativo al cuidado de personas con diversidad funcional y de menores, así como al mantenimiento y gestión del hogar.30
El cuidado de los adultos mayores en México está familiarizado en el ámbito urbano y, en mayor medida, en el rural. A pesar de la existencia de asilos y estancias dedicadas a los adultos mayores, el cuidado se mercantiliza en proporción a las diferencias de clase. Cuando la familia cuenta con recursos, puede delegar la atención a otros; en cambio, si no hay recursos, el cuidado es no remunerado y queda delegado mayoritariamente a las mujeres.
La participación femenina en el mercado laboral, aunada a la división sexual del trabajo, resulta ser determinantes de las desigualdades que se pudieran generar dentro de los hogares. En este sentido, Ariza y Oliveria (2007) mencionan que el incremento de la participación economica de las mujeres no ha sido acompañado de una reasignación de roles dentro del hogar. De una forma heterónoma, a la mujer le corresponde ser responsable de las actividades domésticas, mientras que para los hombres se sigue dejando sólo el trabajo remunerado. Son ellas quienes tienen una sobrecarga de trabajo al realizar dos tareas: lo doméstico y lo remunerado.31
El cuidado feminizado y familiarizado sin conciliación, como el que se da mayoritariamente en México, exige mirar el sistema del xocoyote repensando las relaciones tradicionales, los estereotipos y las estructuras de género predominantes en el altiplano central mexicano. La familia como receptáculo del cuidado exime a otros actores como el Estado, quien a la larga se debe involucrar para ponen en práctica políticas públicas dirigidas a atender problemas que serán prioritarios en un futuro no lejano. Tal es el caso del envejecimiento poblacional.
La continuidad de los arreglos familiares expuestos por Robichaux han sufrido modificaciones, por ejemplo, en la transición que implica el aumento de la doble proveeduría en los hogares resultado de la inserción de la mujer al mercado de trabajo. Sin embargo, existen pautas en los arreglos descritos por Robichaux que se mantienen: en Tlaxcala, si bien existe una reducción en el porcentaje de parejas casadas, las uniones libres se mantienen como una forma de dar origen a un nuevo hogar. (En el año 2000, el número de parejas casadas representaba 45.1% y pasó a 38.1% para el año 2015. Las uniones libres se incrementaron considerablemente en ocho puntos porcentuales al pasar de 10.1% a 18.0%).32 También se mantienen usos y costumbres que impactan en los arreglos familiares, como el pedimento, que muestran que al menos en las zonas rurales como las estudiadas, la familia no representa un espacio “privado”; al contrario, resulta en una continuidad de los arreglos sociales y comunitarios.33
4. El xocoyote en dos comunidades de Tlaxcala
Se observó que tanto en San Miguel Contla como en San Cosme Xaloztoc prevalece la existencia del xocoyote. Mientras que en el primer sitio existe una apertura a la transmisión de la herencia a las mujeres y aceptan la figura de la “xocoyota”, en el segundo existe aún mucha reticencia a modificar tal aspecto. En ambos casos, al llegarse el momento, es decir, cuando los hijos se han vuelto adultos, se inicia el reparto de los bienes de la familia de origen. Se les da prioridad a los hijos varones en el reparto de la tierra. A las mujeres les toca menos, pues ellas compartirán los bienes con sus maridos. Al hijo menor le corresponde el hogar, tal como lo menciona Gabriel, a quien lo correspondía ser el xocoyote al ser el menor de diez hermanos: “[A mí me tocó] la mayoría de la casa, pero en cuestión de terreno o de herencia, pues a todos mis hermanos [mi papá] les dio también, no nada más a mí, pero en cuestión de la casa donde ellos vivieron o donde pasaron toda o prácticamente toda su vida, pues si estoy aquí en la casa donde ellos están”.34
La familia de origen y la familia extensa le refieren al hijo menor, a lo largo de toda su vida, su rol: “Yo soy el último de los hijos y mis abuelitos me decían, pues tu como xocoyote, o mis papas decían, platicando con los tíos, los primos, incluso con los mismos hermanos, pues decían, tú como xocoyote”.
En nuestra investigación observamos que, en ciertas ocasiones, se admite que las hijas hereden la casa y el rol de xocoyote, fundamentalmente cuando no hay hermanos varones o si el varón menor rechaza este rol. Así lo señala Martha: “Le tocaba a mi hermano, pero cuando se casó, cambió mucho por su mujer, hay esposas que no están dispuestos a cuidar a sus suegros, así que no le dejaron la casa […] me tocó a mí”.35 En este testimonio, se observa que las mujeres que se casan con un xocoyote reconocen que deben asumir obligaciones adicionales. Por ejemplo, no tienen la expectativa de hacer su casa aparte (es decir, formar un grupo familiar separado), pues la casa de sus suegros será la suya cuando ellos fallezcan. Antes de que eso ocurra, la esposa del xocoyote les debe respeto, servicios, cuidados, pues estará a cargo de la vejez y del orden y control del hogar a medida que su suegra envejezca, se enferme y fallezca.36
María, quien es la hija menor y es xocoyota, menciona que aunque heredó la casa, son demasiadas tareas y no siente que la herencia sea suficiente. “Es que por ser mujer siempre es la que te toca menos herencia, menos apoyo, menos tierra”.37 Felicia enuncia: “¿quién batalla con los padres? Pues uno como mujer, y ¿por qué las herencias se le quedan a los hombres?”38
En cambio, los varones tienen la posibilidad de alejarse de las tareas no remuneradas, delegar el trabajo del cuidado y dedicarse a un trabajo asalariado, como es el caso de Lucio: “En este caso, mi pareja es la que se encargaba de la alimentación y de la asepsia [de mi mamá] y yo en el caso de que faltaran medicamentos o que la llevaran al médico, porque había que salir a trabajar”.39 Cuando Lucio y su esposa no pudieron encargarse de sus padres, por un cambio de residencia, se contrató a una mujer que realizara las actividades, aunque él sigue atento de los cuidados de manera indirecta:
Se llegó a un acuerdo que se buscara una persona que lo cuidara, porque él no se quiere salir de su casa. En este caso se buscó una persona que lo cuidara y le preparaban los alimentos, le aseaban la casa y lo aseaban a él. Lo tenía bien y se le pagaba un salario. Ella se encargaba de todo. En mi caso tenía que ver cómo estaba, qué le hacía falta y acompañarlo en ocasiones al médico, y en su caso, como tiene el apoyo de “65 y más” pues yo soy el responsable de ese pago […] yo simplemente pido la constancia, la doctora me lo da, yo voy y lo cobro y le llevo su dinero a la casa.40
Para las mujeres, el cuidado de los padres es de tiempo completo e implica una readaptación a las costumbres y hábitos cotidianos, sobre todo cuando los padres envejecen y desarrollan alguna discapacidad.
Cuando te quedas con los papás hasta el carácter cambia, porque es mucho, te tragas la saliva cuando estás curando ya a tus papás, sacándole la pus [de las heridas], que quiere comer cosas que no puede y te dicen “sácate de aquí, vete para allá”, no te quiere […] es muy difícil hacerte cargo de personas ya mayores, de tus papás ya mayores. Te vas a llorar a un rincón, te desahogas y es lo que no ven los otros hijos. Son cosas muy duras, no es fácil verlos acabar, verlos sufriendo, y pues los que bien afuera no se dan cuenta […] les duele, pero no es lo mismo, como los que viven con ellos. Es muy desgastante todo eso.41
Las tareas más íntimas son generalmente asignadas a las mujeres. Implican una gran proximidad y el afecto y el desafecto están presentes cotidianamente.
Ni modo, ya me la dejaron [la casa], ahora me aguanto. Que hay que cambiarle el pañal, que hay que bañarla, luego a veces se hace del baño y pues ya mejor la lavamos […] a veces no se quiere cambiar, es un olor tremendo. Lo que tengo que hacer es tener cloro y aromatizante de por vida, mientras esté viva. Esa es la situación de mi mamá, lo más difícil es aguantar estar cambiando su pañal.42
Por otra parte, cuando los varones ejercen tareas remuneradas pueden disponer con mayor facilidad de recursos; de otro modo, las mujeres deben negociar constantemente los recursos destinados a la higiene o alimentación de los padres, como en el caso de los pañales para adulto, como lo menciona Felicia.
Es muy caro [le decía a su hermana] bueno, sobre tu consciencia si no quieres ayudarla, le digo a mi hermana y me dice es que es muy caro. ¿Cómo voy a comprar tanto pañal para adultos para mi mamá? Mejor ponle de trapo y yo le digo, bueno, se los pongo y te los guardó para que los laves, ya sabes que es mucho quehacer y ya me dijo bueno, está bien, voy a comprarlos […] No puedo decir que me quitó tiempo, no, hice esto por mis papás […] yo lo hacía con gusto. Como dice el padrecito, lo que se siembra se cosecha. Era difícil, había momentos que sí me desesperaba, hasta lloraba […] pues tenía que cuidar a mis hijos, a mis papás. Pero cuidar a una persona grande y discapacitada es mucho trabajo […] no todos los hijos le entran, pero hay que cuidarlos hasta que Dios se los lleve.43
Muchas de estas mujeres aceptan las tareas del cuidado como una cuestión de reciprocidad, como parte del compromiso del cuidado que sus padres proveyeron cuando fueron niños: “Yo cumplí con lo que tenía que cumplir con ellos, yo tengo la conciencia tranquila”.44 Si bien, el cuidado se plantea como una cuestión de reciprocidad, éste queda circunscrito al ámbito privado, sigue familiarizado y feminizado.
El xocoyote o la xocoyota asume la tutela de los padres, lo cual implica la responsabilidad en la toma de decisiones. Esto implica también conflictos emocionales y económicos, pues se debe asumir el costo de la alimentación y medicinas de los padres. Como menciona Claudia, cuando en su casa faltaba dinero y la madre empezó a pedir cooperación, uno de los hijos contestó que no era su responsabilidad:
Dicen que hay que sembrar para cosechar, hay que echarle las ganas y sí, hay conflicto entre los hermanos. La otra vez, mi mamá les dijo a mis hermanos: “denle a su hermana diez pesos, los puros hombres”, para ayudarme. Mi hermano G. dijo, “nada”, yo pregunté ¿por qué?, él dijo “es su obligación, a ella le dejaste la casa, a ella le toca mantenerla a usted, es la única”. Y yo les digo, es mi obligación porque me dio, pero no me dejo una mansión, con lo que ya sufrí con ella, creo que la casa ya se pagó dos o tres veces.45
Coincidimos con Ana Rapoport en que el envejecimiento y, agregaríamos, el cuidado, no “pueden seguir siendo un tema secundario, ni en la agenda política ni en la sociedad en general […] Es por ello que tampoco puede seguir considerándose un tema que debe ‘resolverse en el ámbito familiar’ […] y por el contrario debe haber un reconocimiento ‘y un respaldo público’ (atención domiciliaria y más recursos sociales)”.46
5. Conclusiones
En este primer acercamiento al análisis del sistema del xocoyote desde el cuidado, tenemos las siguientes conclusiones preliminares. En primera instancia, es importante señalar que, pese a que el sistema del xocoyote recae principalmente en la figura masculina, existen xocoyotas, es decir, hijas menores que asumen el cuidado total de sus padres envejecidos. Esto representa una de las transiciones de este sistema. Consideramos que dicha transición se relaciona con los cambios en los roles y la integración de las mujeres al mercado de trabajo. Las mujeres también pueden ser xocoyotas, siempre y cuando cumplan con las funciones de proveeduría y cuidado, mientras que al hombre solamente se le exige ser proveedor. Esto reproduce la desigualdad en la asignación de las cargas de trabajo y responsabilidades.
Muchas veces el único beneficio de las xocoyotas es la herencia de la casa; en cambio, los varones heredan también el estatus de la familia de origen en su comunidad. Por ejemplo, mantienen las funciones dentro de la organización ritual como en las mayordomías o los cargos cívico-religiosos. En todo caso, las entrevistadas coinciden en que el cuidado de una sola persona no basta, a decir de Claudia: “Para mi el xocoyote no, no es justo, tiene que ser compartido”.47 Esto representa la reproducción de la inequidad de género en los espacios íntimos y comunitarios.
La agenda de investigación sobre envejecimiento y cuidado, sea remunerado o no, ocupará un espacio central en los debates políticos y académicos en México y en América Latina, como menciona Rocío Enríquez Rosas.
Las cargas […] crecerán exponencialmente en las próximas décadas de acuerdo a las proyecciones demográficas para la región. Simultáneamente, los procesos de precarización del cuidado y de la existencia confrontan las posibilidades reales que tienen los sujetos, principalmente las familias y sobre todo las mujeres, para hacer frente a un problema social que les rebasa y que deslinda a las instituciones, al mercado y a la sociedad en general de una responsabilidad que compete a todos.48
La asignación del cuidado en las familias es regularmente dispar, como lo indica la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo 2014. En México, según dicha encuesta, “respecto a las actividades de cuidado, en promedio las mujeres dedican 28.8 horas a las semana, mientras que los hombres sólo le dedican 12.4 horas a la semana”. Además, “respecto a las actividades domésticas, las mujeres dedican en promedio 29.8 horas a las semana, mientras que los hombres sólo le dedican 9.7 horas a la semana”.49
Para la reflexión sobre la injusticia en la repartición del tiempo y los recursos, debe integrarse el género y la generación como categorías centrales. Para las participantes se observaban de dos formas: con resignación/obligación o como una tarea en la que intervienen o deben intervenir todos los hijos de la familia. Estas diferencias en las respuestas se pudieron observar por la edad de las participantes: entre más jóvenes, existe una tendencia a la negociación en las tareas y una discrepancia ante la ausencia de cooperación de los otros hermanos; en cambio, entre aquellas que han pasado ya décadas ejecutando el cuidado, existe una resignación muy marcada hacia sus tareas.
Debe destacarse que esta investigación será de largo aliento. En esta primera fase se nos han planteado nuevas rutas de la investigación, tales como las especificidades del caso tlaxcalteca, para la comparación con otras comunidades donde se observa el SFM; las diferencias en las prácticas y significados del xocoyote por cohortes generacionales y las implicaciones en la organización comunitaria de la presencia de xocoyotas.
Si bien se reconoce que existen pautas de reciprocidad en este sistema, resulta necesario pensar críticamente la cuestión de la asignación de cuidados, la naturalización de la obligatoriedad a través del afecto y ciertas desventajas en las relaciones de género tradicionales. Como Encarnación Gutiérrez-Rodríguez y Cristina Vega señalan, “al desnaturalizar el trabajo del cuidado se hacen visibles los procesos de producción de la vida y se abre un cuestionamiento tanto de la organización social […] como de las condiciones sociales, éticas y políticas que hacen que una vida sea digna de ser vivida”.50