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Norteamérica

versión On-line ISSN 2448-7228versión impresa ISSN 1870-3550

Norteamérica vol.18 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 12-Ene-2024

https://doi.org/10.22201/cisan.24487228e.2023.1.593 

Ensayos

Panafricanismo, marxismo e internacionalismo en el movimiento de liberación negra en Estados Unidos

Pan-Africanism, Marxism, and Internationalism in the U.S. Black Liberation Movement

Juan Vicente Iborra-Mallent* 
http://orcid.org/0000-0002-0336-3128

* Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); México. Correo electrónico: <juan.v.iborra@gmail.com>.


Resumen

En las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX se desarrollaron en el movimiento de liberación negra en Estados Unidos, posiciones que situaron horizontes de transformación social inspiradas por las luchas anticoloniales que se daban en los países del tercer mundo y mantuvieron un diálogo crítico pero fructífero con el marxismo. Así, surgieron distintos planteamientos políticos que vincularon de diferentes maneras el análisis de clase y de raza, lo que se expresó en diversas estrategias organizativas. En este artículo propongo dar cuenta del desarrollo histórico de estas tendencias políticas, ofreciendo un panorama general de estos movimientos y de los aportes teóricos que se desprenden de sus análisis, al cuestionar de diferentes formas el imperialismo, el racismo y el capitalismo. El reciente surgimiento de Black Lives Matter demuestra el enorme legado que dejó dicho periodo, así como la necesidad de hacer una genealogía de las ideas y prácticas de la tradición radical negra.

Palabras clave: marxismo; internacionalismo; panafricanismo; racismo institucional; movimiento de liberación negra

Abstract

In the 1960s and 1970s the U.S. black liberation movement developed positions that established horizons of social transformation inspired by the anticolonial struggles happening in the Third World and carried on a critical, but fruitful, dialogue with Marxism. Thus, political positions emerged that linked the analysis of class and race in different ways and were expressed in multiple organizational strategies. This article relates the historic development of these political tendencies, offering a general panorama of these movements and the theoretical contributions stemming from their analyses as they questioned imperialism, racism, and capitalism in different ways. The recent emergence of Black Lives Matter shows the enormous legacy that this period left to those who followed, as well as the need to develop a genealogy of the ideas and practices of the black radical tradition.

Key words: Marxism; internationalism; Pan-Africanism; institutional racism; black liberation movement

Introducción

En el presente artículo abordo cómo en el seno del movimiento de liberación negra a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta se dieron diversos planteamientos entre teóricos y militantes respecto a la articulación entre la raza y la clase, que tuvieron como resultado diferentes posicionamientos. Éstos nutrieron tanto las estrategias de movimientos sociales y políticos como la reflexión teórica, al proponerse formas de categorizar la opresión racial y colonial, de establecer alianzas internacionales con movimientos revolucionarios tanto de África como del resto del tercer mundo o de proponer agendas respecto a la cuestión nacional o de trabajo comunitario de base que mantienen su vigencia hasta nuestros días, tal y como han puesto de manifiesto intelectuales y activistas del movimiento Black Lives Matter, que lo sitúan como un antecedente fundamental de las actuales protestas.

El movimiento de liberación negra tiene su génesis en las movilizaciones de bolcheviques negros de principios del siglo XX, y su apogeo a finales de la década de los sesenta, su declive comenzó a principios de los setenta con la persecución policial y el giro electoral de la política negra (Taylor, 2017). Es durante ese periodo cuando en el espectro de la política radical se conjugan distintas propuestas que oscilan entre el nacionalismo cultural y el internacionalismo revolucionario, entre el trabajo político y electoral y la lucha armada. Si algo tuvo en común todo el espectro de organizaciones que surgen en ese tiempo es la forma en que analizaron y conceptualizaron el papel histórico de los negros en la lucha de clases. Esto los llevó a distintas lecturas tanto de la obra de Marx como de la tradición marxista, que se reflejaron en la adopción de una multiplicidad de estrategias políticas.

En su obra Marxismo negro, Cedric Robinson (2020) señaló las limitaciones eurocéntricas tanto de la obra de Marx como del socialismo europeo, y demostró el papel decisivo que tuvieron el racismo y la lucha negra tanto en el desarrollo del capitalismo como en las luchas de clase. Frente a ello, historizó el surgimiento de una tradición radical que se origina con las rebeliones de esclavos y que tiene continuidad con los movimientos revolucionarios negros en el siglo XX, muchos de ellos influidos al mismo tiempo por el marxismo, ahondando en la influencia de éste en los aportes de intelectuales negros como W.E.B. Du Bois, C.L.R. James o Richard Wright.

A pesar de que desde inicios del siglo XX se inician dichos cruces e intersecciones y se podrían abordar desde marcos temporales más amplios, he decidido ceñirme al periodo posterior al agotamiento del movimiento de los derechos civiles y la desarticulación de la militancia negra por medio de la represión estatal, para incidir en la riqueza de posiciones que se dieron en aquel momento, y que reflejaron una diversidad de posturas respecto al colonialismo, el racismo, la lucha de clases o la cuestión nacional. Además, se desplegó una serie de alianzas estratégicas en el plano internacional en el campo de la lucha política antiimperialista y antirracista que no estuvieron necesariamente desvinculadas del trabajo comunitario de base, el cual cristalizó en propuestas como la del intercomunalismo, que mantienen una enorme vigencia en la actualidad.

Los antecedentes del movimiento de liberación negra

El historiador afroamericano Robin D.G. Kelley (2022) distingue dos tendencias que se dieron en el seno del movimiento negro en Estados Unidos: una emigracionista, anclada en el deseo de fundar una nueva tierra, y que llevó a la fuga de los esclavos y la conformación de comunidades cimarronas, pero que también conformó el movimiento de Retorno a África, que se origina a principios del siglo XIX con la creación de Liberia por medio de la American Colonization Society (ACS) y tiene continuidad hasta el siglo XX con Marcus Garvey, y la Universal Negro Improvement Association (UNIA). Por otra parte se situaría la lucha de los negros en Estados Unidos, que se origina con la reclamación histórica de tierras por parte de los esclavos liberados (“Cuarenta acres y una mula”), y tiene continuidad en los años veinte con la “cuestión negra”, es decir, el derecho a la autodeterminación de una nación negra en el sur.

Aunque anteriormente socialistas como Hubert Harrison habían popularizado las ideas de Marx en los barrios negros de Nueva York, fue una generación de militantes cercanos a la African Blood Brotherhood (1919-1924) como Cyril Briggs o Harry Haywood, además de otras personalidades como los escritores Claude McKay y Langston Hughes o posteriormente el actor Paul Robeson, quienes encontraron en la Revolución bolchevique un referente fundamental desde el cual analizar la situación de la población negra en Estados Unidos. La participación de delegaciones afroamericanas en los primeros congresos de la Comintern (Communist International) llevó a la aprobación en el VI congreso celebrado en 1928 de la tesis de la Franja Negra (Black Belt), es decir, el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de aquellos estados y distritos del sur del país con mayoría de población negra, misma que fue adoptada por el Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA) (Iborra y Montañez, 2020: 99).

A pesar de la centralidad de la cuestión nacional, esta generación situó el internacionalismo como una herramienta imprescindible para su lucha, algo que significaba promover una estrategia alternativa a la del panafricanismo que habían auspiciado personalidades como W.E.B. Du Bois o Marcus Garvey, al integrarla en el movimiento comunista internacional.1 Estos esfuerzos organizativos, que llevaron a la lucha de los trabajadores del campo y la ciudad, fueron asediados después de la segunda guerra mundial, con el macartismo y la persecución política posterior a la aprobación de la Ley de Seguridad Interna (Internal Security Act) de 1950 que llevó a la persecución y remoción de sujetos peligrosos. Activistas originarios de las Indias Occidentales como Claudia Jones o C.L.R. James fueron deportados, lo que significó “una forma única de sujeción destinada a socavar, marginar y neutralizar las luchas nacionalistas e internacionalistas de izquierdas, así como las luchas interraciales y antirracistas que desafiaban la acumulación estadounidense, así como formas de movilización que enfrentaron el imperialismo estadunidense” (Burden-Stelly, 2017: 353).

Paralelamente, el movimiento de los derechos civiles alcanzó un techo de cristal con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 que impedía la discriminación en la vivienda, el empleo, el transporte y otros ámbitos hacia la población negra. Una década antes, la decisión de la Suprema Corte en el caso Brown contra el Consejo de Educación de Topeka (1954) dictaminó por medio de leyes estatales la prohibición del sistema de segregación racial que prevalecía en las escuelas, considerando las instalaciones educativas separadas como “inherentemente desiguales”. Aun cuando estos fallos fueron ampliamente celebrados, las revueltas raciales incendiaron la ilusión de un horizonte próximo de consenso social. Harlem (Nueva York), Watts (Los Ángeles), Detroit o Cincinnati fueron la expresión más vívida de una realidad latente atravesada por la explotación y el racismo. Y es que las victorias legales posteriores a la segunda guerra mundial no podían ocultar la dura realidad de millones de negros estadounidenses, marcada tanto por la segregación como por la marginación económica.

En la década de los sesenta emergió el poder negro, un movimiento que reclamó una mayor determinación política y defendió el derecho a la autodefensa armada frente a la violencia racista, al mismo tiempo que señaló los límites de la tendencia asimilacionista que se dio durante el periodo de los derechos civiles. Esto condujo a un diálogo con el marxismo-leninismo y otras corrientes teóricas revolucionarias que situaron la necesidad de emprender un proceso de transformación urgente de las condiciones políticas, económicas y sociales. De esta manera, surgieron distintas propuestas que caracterizaron la situación de subordinación de la población negra en el país, al mismo tiempo que nutrieron el debate de las organizaciones e impulsaron el nacimiento de una nueva generación de militantes que buscaron la transformación de sus sociedades.

El racismo institucional y el poder negro

Stokely Carmichael se había formado en el movimiento de los derechos civiles, y llegó a liderar el Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC), una de las principales organizaciones estudiantiles en el país que impulsaron la lucha en favor de los derechos de la población afroamericana. Como muchos otros jóvenes, se mostró desilusionado cuando la Convención Nacional Democrática de 1964 fracasó en reconocer al Partido Demócrata por la Libertad, fundado en Mississippi, que nació con el objetivo de nivelar la balanza de un partido cuyos líderes eran blancos en un estado mayoritariamente negro; era necesario que condados con una mayoría de población negra, como Lowndes, tuviesen representantes negros. Esto implicaba una continuación de la lucha que habían emprendido los negros sureños en la primera mitad de la década de los sesenta y que condujo a la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho al Voto de 1965. Sin embargo, el problema de por quién votar persistía; por ello, las organizaciones por la libertad presentaron candidatos a los cargos de alguacil, asesores fiscales y miembros de las juntas escolares. El objetivo era aumentar la representación y el control en las comunidades, penetrando en esferas que posibilitaran transformaciones de mayor magnitud. La pantera negra emergió como símbolo en las contiendas electorales y pronto el llamado a la autodeterminación y la autodefensa se extendió a lo largo y ancho del país. Inspirados en Malcolm X, quien había sido asesinado en 1965, cientos de militantes negros articularon una filosofía en torno al poder negro, que se vio materializada con el surgimiento del Black Panther Party (BPP), que nació del fermento de la agitación y la actividad organizativa de décadas de lucha.

Estas ideas fueron sintetizadas en la obra clásica Black Power: The Politics of Liberation, escrita por Stokely Carmichael junto con Charles V. Hamilton, publicada en 1967 y traducida al español por la editorial Siglo XXI como Poder negro ese mismo año. En un epígrafe del primer capítulo, los autores retomaban una cita de la obra Dark Guetto del sociólogo afroamericano Kenneth B. Clark en la que caracterizaba la situación de la población negra en Estados Unidos como una forma de colonialismo: “Los guetos son colonias sociales, políticas, educativas y -sobre todo- económicas. Sus habitantes son gentes sojuzgadas, víctimas de la codicia, la crueldad, la insensibilidad, la culpabilidad y el miedo de sus amos” (Carmichael y Hamilton, 1967: 9).

Aunque autores como Harry Haywood o Harold Cruse ya habían señalado la condición colonial de la población negra en el país previamente (Iborra-Mallent y Montañez-Pico, 2020) Carmichael y Hamilton pusieron énfasis en los efectos psicológicos del colonialismo, retomando además de las ideas de Clark, los aportes del revolucionario martiniqués Frantz Fanon (1963), quien aparece citado en el prólogo de la obra.2

El análisis de Clark3 se nutría de testimonios recopilados en la fase de planeación del programa Harlem Youth Opportunities Unlimited (Haryou), el cual buscaba enfrentar el problema de la delincuencia juvenil en el barrio de Harlem promoviendo mayores oportunidades. Sin embargo, este esfuerzo, en tanto que “observador interesado” (1968: 12), lo llevó a analizar los problemas de todas las comunidades del gueto, entendiendo éste como una prisión, de la que él mismo formaba parte.

El gueto era concebido como una “patología convertida en institución” (Clark, 1968: 108) y en ese sentido, era necesario para Clark emprender reformas que no reprodujeran una visión balanceada o una falsa objetividad sino buscar soluciones desde las problemáticas cotidianas, “las verdades del gueto”. Sus aportaciones contrastaban con los informes de expertos que pretendían resolver el “dilema americano” (Myrdal, 1944) que suponía la presencia de la población negra en el país. Entre ellos destacó el Informe Moynihan, que pretendía culpabilizar a los negros de su situación de pobreza, señalando la configuración de la familia afroamericana y la comunidad como una de las principales causas de la desigualdad.

Frente a estos reportes, surgió una sociología negra que situó el racismo como un punto central de análisis, lo que abonó en la conceptualización del mismo como histórico y a la vez sistémico y estructural.4 Así, frente a un formalismo legal que situaba la centralidad en el individuo dejando de lado aspectos más fundamentales de estratificación social y geográfica (Estévez, 2021: 21), Clark intentó develar cómo el sentimiento de inferioridad de la población negra se insertaba en un contexto tangible de desigualdad material. Al mismo tiempo, se preguntaba cómo una autoimagen negativa podía conducir a una situación de desarticulación comunitaria y una violencia encauzada de manera destructiva en el seno del gueto conllevaba a “la perpetuación y explotación del statu quo” (Clark, 1968: 176).

Como alternativa, Clark pensaba en las posibilidades presentes en la acción social colectiva. El racismo y la explotación podían ser transformados por medio de un mayor poder y resiliencia de la población negra. Esto exigía mantener una mirada crítica sobre “la estructura del poder” en el gueto, que permitiera al mismo tiempo visualizar estrategias concretas que impulsaran transformaciones sociales con el propósito de desmantelar los privilegios y las fronteras raciales existentes.

Este trabajo, publicado un año antes de la obra de Carmichael y Hamilton (1967), constituye un antecedente fundamental y nutre el análisis de ambos autores en torno a lo que conceptualizaron como “racismo institucional”. Más allá de la violencia directa cotidiana existente en el país, era imprescindible mirar hacia “la estructura de poder blanco” (1967: 13), expresada en la normalización de unos privilegios distribuidos de manera desigual en función de la adscripción racial. El diferenciado acceso al mundo laboral, la educación o la sanidad, la disparidad en el salario, las exorbitantes rentas, eran sólo algunas muestras de la permanencia de un poder colonial que encontraba paralelismos en la forma de gobierno indirecto que caracterizó la dominación imperial británica.

Para los autores, “Históricamente, las colonias han existido con el único objeto de enriquecer, en una forma u otra, al ‘colonizador’: la consecuencia es mantener la dependencia económica del colonizado” (1967: 23). Esta dependencia, además de económica, construía un orden simbólico, social, político, económico y psicológico, que definía la situación subordinada de la población negra en el país. Así, la condición de colonialismo interno, que había sido empleada por militantes como Harry Haywood para caracterizar la situación de la población negra del sur, era extendida para designar la condición de colonialismo internalizado, que abarcaba también el plano de la psique.

De igual modo, el papel de instituciones públicas o privadas encargadas de un “mejoramiento” dirigido a atender la situación de la población afroamericana mantenía, para Carmichael y Hamilton, un paralelismo con la actitud paternalista de los misioneros en África (1967: 22-24). Aun considerando los ingentes esfuerzos de la administración estadounidense por promover la movilidad social y el progreso económico, así como establecer mecanismos de “cooperación” y “colaboración” por medio de la asimilación, la barrera racial y de clase definía estructuralmente la distribución entre unos privilegios y una situación de inferioridad subordinada.

Para desarticular el racismo institucional latente y terminar con la dependencia desde las causas estructurales, era necesario que emergieran otros valores, creencias e instituciones que cristalizaran a su vez en una “conciencia nueva” (1967: 4), lo que suponía emprender un proceso de autodefinición, retomando la propia historia e identidad. Esto significaba separarse tanto de las instituciones blancas como de aquellas propias de las clases medias que podían conducir al integracionismo, al mismo tiempo que crear instituciones paralelas en las comunidades por medio de la participación activa en la vida política y la emergencia de organizaciones políticas negras.

Un año antes de la publicación de la obra de Hamilton y Carmichael, se fundó el BPP, originalmente Black Panther Party for Self Defense. Esta organización, ideada en sus inicios por Huey P. Newton y Bobby Seale,5 y que surge en Oakland (California), estuvo activa desde 1966 hasta la década de los ochenta y bebió de distintas corrientes ideológicas. En el próximo apartado ahondo en algunos de los aspectos que marcaron el surgimiento y desarrollo del BPP y que fueron centrales en la discusión política del momento respecto a distintas temáticas como el nacionalismo negro, el anticolonialismo, el marxismo-leninismo y el antiimperialismo.

Internacionalismo y horizontes anticoloniales

El internacionalismo fue desde inicios del siglo XX una parte fundamental del movimiento negro, con la participación afroamericana en la Comintern, el envío de brigadas internacionales para luchar en favor de la II República durante la guerra civil española o la oposición a las campañas coloniales de la Italia fascista en Etiopía (Featherstone, 2013; Makalani, 2011). Tras la segunda guerra mundial el activismo internacional fue esencial en el Movimiento de los Derechos Civiles. Esto quedó expresado con la presentación a principios de la década de los cincuenta de la histórica petición We Charge Genocide frente a Naciones Unidos, por medio de la cual se buscó visibilizar el genocidio contra la población negra en el país.

Uno de sus firmantes fue W.E.B. Du Bois quien, a pesar del macartismo, logró viajar nuevamente a China (tras haberlo hecho por primera vez en 1936 antes de la Revolución) junto a su esposa Shirley Graham entre 1959 y 1963 durante el Gran Salto Adelante. Aunque años antes se le había impedido la participación en la Conferencia de Bandung, Du Bois pudo recuperar su pasaporte y atender a la invitación, abriendo el camino a una nueva oleada de revolucionarios negros que pudieron viajar a otros países para conocer proyectos y experiencias políticas, influyendo tanto en las estrategias políticas como en la reflexión teórica que se estaba dando dentro del movimiento. Como afirman Robin Kelly y Betsy Esch: “los radicales negros llegaron a ver a China como el faro de la revolución del tercer mundo y a Mao Tse-Tung como su guía” (1999: 8).

Otro de los activistas clave en este periodo fue Robert F. Williams, originario de Monroe (Carolina del Norte), quien se mostró en desacuerdo con las tácticas de la no violencia impulsadas durante el periodo de los derechos civiles. Aunque Robert F. Williams fue uno de los pioneros defensores del derecho a la resistencia armada, ya con anterioridad se habían registrado tentativas por conformar grupos de autodefensa armada, por ejemplo, con la African Blood Brotherhood y con organizaciones en el sur que emergieron tras el asesinato de Emmet Till en 1955 (Haywood, 2012: 22). Akinjele Umoja (2013b) relata cómo veteranos negros que participaron en la segunda guerra mundial y que sufrieron la segregación a su llegada, fueron vitales en la conformación de grupos armados en Mississippi que estuvieron vinculados con los procesos organizativos que se estaban dando en un nivel comunitario y local.

Siendo miembro de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), Williams conformó un capítulo de la National Rifle Association en Monroe, como una forma de autodefensa frente al Ku Klux Klan; de aquél nació la “Guardia Negra”. Fue firme partidario de la resistencia armada, coincidiendo desde 1959 con Malcolm X y la Nación del Islam en la necesidad de una violencia retributiva que pusiera fin a la violencia blanca (Rucker, 2006). Su filosofía quedó plasmada en Negroes with Guns (Williams, 1962), un texto clave en el nacimiento de una nueva generación de jóvenes afroamericanos que defendieron el derecho a la autodefensa. La persecución policial lo llevó a exiliarse a principios de la década de los sesenta primero a Cuba, desde donde dirigió el programa Radio Free Dixie y publicó de manera mensual The Crusader, y más adelante a China, donde permaneció hasta mediados de la década de los setenta, y finalmente a Tanzania. De hecho, Mao Tse-Tung (1969) emitió un comunicado en apoyo a la lucha de la población afroamericana en contra de la violencia policial fuertemente influenciado por Williams.

Durante su exilio, su concepción de autosuficiencia armada fue evolucionando hacia una perspectiva revolucionaria (Rucker, 2006: 26). Sus ideas influyeron notablemente en grupos como Core (Congress of Racial Equality), Revolutionary Action Movement (RAM), organización a la que fue invitado a liderar (Haywood, 2012: 22), The Deacons for Defense and Justice, así como en uno de los principales ideólogos e impulsores del BPP, Huey P. Newton (Tyson, 1999: 289-291). El RAM fue una organización que surgió de las luchas estudiantiles en Ohio en 1962 (Umoja, 2013a: 224); fue la primera organización en el periodo de la posguerra que intentó vincular el marxismo, el nacionalismo negro y el internacionalismo del tercer mundo en un programa revolucionario y coherente (Kelley y Esch, 1999: 14). Entre los principales integrantes del grupo se encontraban Max Stanford (Ahmad Muhammad) y Donald Freeman, quienes buscaron iniciar una Revolución Negra Mundial con el apoyo de los movimientos revolucionarios y anticoloniales de África, Asia y Sur, Afro y Centroamérica (RAM, 1966; Stanford, 1986). La organización fue finalmente disuelta en 1969 por la fuerte represión policial.

Para los nacionalistas revolucionarios, la liberación negra no era posible sin la caída del orden político constitucional y el sistema económico capitalista (Umoja, 2013a: 224). Esto, además de alentar la conformación de organizaciones militantes negras, llevó a un impulso por presentar una agenda negra dentro del movimiento, que suponía alejarse de los límites del marxismo ortodoxo y la izquierda blanca. El texto de Harold Cruse de 1962 “Revolutionary Nationalism and the Afro-American” fue muy influyente en este sentido para el surgimiento del RAM o el BPP y marcó la pauta para la conformación de una lucha de liberación análoga a la que se estaba dando en Asia, África o América Latina. Cruse afirmaba: “El negro tiene una relación con la cultura dominante de Estados Unidos similar a la de las colonias y semidependencias con sus particulares supervisores extranjeros: el negro es el problema americano del subdesarrollo” (Cruse y Johnson, 2009: 74). El autor hacía un llamado a enfrentar tanto el paternalismo de la izquierda estadounidense como las tendencias asimilacionistas, situando la necesidad de la centralidad de una política revolucionaria alineada con los movimientos de descolonización.

En un plano organizativo, dicha tentativa por vincular el movimiento de liberación negra con las luchas anticoloniales y por el socialismo a nivel mundial contribuyó a la conformación de una diplomacia afroamericana que contrastaba tanto con el transnacionalismo panafricanista de la primera mitad del siglo XX como con anteriores esfuerzos del movimiento de derechos civiles por encontrar apoyos internacionales (Malloy, 2017: 28). Además de Williams, un pionero de esta nueva diplomacia fue Malcolm X, quien tras ser apartado de Nation of Islam fundó en 1964 The Organization of Afro-American Unity (OUAA), por medio de la cual aspiraba a inscribir la política de las organizaciones de los guetos en una acción internacional conjunta con otras luchas anticoloniales, evidenciando de esta manera los límites del nacionalismo negro. Esta propuesta, conceptualizada por Sadri Khiari (2015) como una suerte de “internacionalismo descolonial”, recogía el testimonio de la Conferencia Afroasiática de Bandung en 1955 y el Movimiento de Países No Alineados y aspiraba a unir las luchas en las metrópolis imperialistas con los procesos revolucionarios que se estaban dando en los países colonizados y oprimidos, situando la cuestión racial como central.

Tras el asesinato de Malcolm X en 1965, este impulso internacionalista cobró forma con la participación de militantes afroamericanos en la Primera Conferencia Tricontinental en La Habana que se celebró entre el 3 y el 15 de enero de 1966, en la que también participaron líderes revolucionarios africanos como Amílcar Cabral o Julius Nyerere. De esta cumbre nació una nueva organización llamada Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL).

Así, los militantes negros de Estados Unidos se articularon en redes de solidaridad entre países y movimientos revolucionarios de liberación de los tres continentes del tercer mundo bajo la bandera del internacionalismo. El BPP conformó alianzas con grupos de varios países, siendo especialmente activa su relación con los gobiernos de Corea del Norte, China, Vietnam, así como el Frente de Liberación en Palestina y la Facción del Ejército Rojo (raf, Rote Armee Fraktion) en Alemania (Malloy, 2017: 2).

Esto llevó a la conformación de capítulos y comités de apoyo en otras partes del mundo, lo que dio fuerza a la lucha por la liberación de los presos. Al mismo tiempo que se cuestionó la guerra de Vietnam, se señaló el crecimiento de los departamentos de policía y la brutalización de los negros en los guetos (Bloom y Martin, 2016: 310). La analogía entre la situación de ocupación en los guetos y Vietnam expresaba un llamado a la organización y a la insurrección, desde una oposición militante frente al imperialismo.

De esta forma, las revueltas raciales en Estados Unidos se convirtieron en un frente de guerra más por la liberación de los pueblos oprimidos, y Chicago o Detroit fueron escenarios alternos del conflicto en Vietnam o los levantamientos en Bolivia, Venezuela, Perú, Colombia o Guatemala (Carbone, 2017: 58). Carmichael, quien en su visita a la isla aseguró la necesidad de aprender y seguir el ejemplo de los líderes de la Revolución cubana, señaló la importancia de que la comunidad negra adoptara las mismas tácticas: la lucha armada y la guerra de guerrillas urbana (Carbone, 2017: 57). Los apoyos internacionales al BPP se expresaron en condenas puntuales en contra de la represión policial y carcelaria, así como en ayuda logística, estratégica e incluso militar. Por ejemplo, en Argelia llegó a conformarse un capítulo internacional dirigido por Kathleen y Eldridge Cleaver; gracias a la intermediación de Stokely Carmichael se celebraron eventos en favor de la liberación de Huey P. Newton en países como Tanzania, y Kwame Nkrumah y Sekou Touré emitieron comunicados exigiendo su puesta en libertad (Pacifica Radio Archives, 1968).

Tras ser liberado de la cárcel, Huey P. Newton viajó en 1971 y 1972 a África y Asia donde se reunió con el presidente de Mozambique, Samora Moisés Machel, y el premier chino Zhou Enlai, lo que influyó en su filosofía del intercomunalismo. A pesar de las redes de solidaridad internacional que conformaron, y que incluyeron delegaciones en África y Asia durante los años de mayor fuerza del movimiento, se dieron tensiones internas respecto a la divergencia de posicionamientos respecto a las problemáticas domésticas e internacionales que cristalizaron en la conformación en 1971 de tres diferentes facciones, lo que aceleró el proceso de desmembramiento de la organización BPP.

Por un lado, se situaron los seguidores de Huey P. Newton, quienes tras los cambios adversos para el movimiento que se dieron en el escenario internacional, consideraron la pertinencia de incidir en la política local y en los diez puntos del partido como “programa de supervivencia”, que incluían la exigencia de educación, salud, empleo, vivienda digna, entre otros, y que se pusieron en práctica en el capítulo de Oakland. Esta facción tuvo un peso fundamental en el desarrollo del partido e incidió en la importancia de la acción local, dejando en un segundo plano la lucha armada, al considerar que no podía ser iniciada sin el apoyo de la comunidad.

Por otra parte, se situaban las tesis de Eldridge y Kathleen Cleaver, quienes defendieron tácticas de guerrilla y alianzas inspiradas en la guerra fría. Fueron expulsados del BPP y formaron en Argelia la Revolutionary People’s Communication Network (RPCN). Además, cuestionaron el autoritarismo de miembros de la dirigencia del BPP como Huey P. Newton o David Hilliard, quienes condenaron públicamente y reprimieron las acciones clandestinas (Tyson, 1999: 142). Sin embargo, se enfrentaron a una situación internacional adversa: con la visita de Henry Kissinger a China se dio un vuelco en la política internacional de este país, lo que supuso la pérdida de un aliado estratégico. Esto los forzó a realinearse con otros movimientos socialistas revolucionarios en un contexto de división interna de la organización que les impedía constituirse simultáneamente en interlocutores válidos del movimiento.

Por último, hay que situar la emergencia del Black Liberation Army (BLA), que se convirtió en la vanguardia armada del partido, pues apoyó las acciones de guerrilla y el nacionalismo revolucionario. Se opusieron a las prácticas autoritarias de Newton, que condujeron a la expulsión del BPP de algunos de sus miembros por su defensa de las acciones armadas; esto los orilló a señalar un “estancamiento dogmático” (Shakur, 2013: 318) que había llevado a la polarización de las posiciones. A esto habría de sumarse una tensión que era resultado del Counter Intelligence Program (Cointelpro), en sus intentos por generar discordias y divisiones internas en el seno de las organizaciones. Por otra parte, la representación institucional fue gradualmente transformando el horizonte revolucionario por medio de una fuerte ampliación de la presencia negra en las instituciones gubernamentales (Taylor, 2017). Esta deriva profundizó la distancia entre el aparato político del partido y el aparato militar, hasta el punto en que se generaron rupturas que expresaban una divergencia de puntos de vista en el plano de la acción política. En ese sentido, aunque la construcción y la organización eran más importantes que las acciones armadas, que no se consideraban como disociadas, sino como parte integral de la lucha política, la división interna azuzó esta divergencia entre las posiciones.

El BLA se situó igual que el RAM en la clandestinidad, defendiendo la conformación de bases guerrilleras. No obstante, esta facción no pudo aprovechar y sacar rédito de las acciones armadas por la progresiva desarticulación y fragmentación del aparato político del BPP, así como tampoco pudieron propiciar un debate significativo en torno al estatus colonial de los negros estadounidenses. El BLA no era un grupo centralizado y unificado, sino un conglomerado de diferentes grupos y colectivos que habían sido forzados a la clandestinidad como resultado de la persecución policial del FBI y otros cuerpos policiales (Shakur, 2013: 331; Tyson, 1999: 136).

Militantes como Assata Shakur se vieron forzados a exiliarse en Cuba. Geronimo Pratt (Ji Jaga), Dhoruba al-Mujahid bin Wahad y Sekou Odinga, entre otros, pasaron largos periodos en la cárcel y algunos como Sundiata Acoli, Mutulu Shakur, Jalil Muntaqim, Russel “Maroon” Shoatz o Mumia Abu Jamal todavía siguen presos o han sido liberados muy recientemente. Algunos de ellos formaron parte del grupo de las 21 Panteras de Nueva York, acusados de organizar ataques contra escuelas, oficinas de policía, centros comerciales, entre otros establecimientos (Odinga et al., 2017). Uno de los acusados, Kuwasi Balagoon, vinculó el anarquismo con el nacionalismo negro y falleció en 1986 en prisión (Balagoon, 2019). Otro caso relevante fue el del grupo Move, una comuna fundada por John Africa y cuyos miembros en Filadelfia fueron tiroteados durante un desalojo y nueve fueron sentenciados por el homicidio de un policía que cayó víctima de fuego amigo tras un intento de arresto. Posteriormente, una segunda agrupación perteneciente a Move fue bombardeada durante un intento de desalojo y en el incendio consecuente murieron once integrantes. Eddie Goodman, Janet Holloway, Janine Phillips y Delbert Orr Africa fueron liberados en los últimos años. Muchos de los revolucionarios negros de ese periodo han permanecido décadas en la cárcel, lo que demuestra la brutal represión policial y judicial dirigida a socavar el movimiento. Hasta la fecha se encuentra vigente el movimiento Agosto Negro, que tiene sus orígenes en la demanda de liberación de los Soledad Brothers y que lidera la demanda de liberación de presos como el emblemático periodista y activista Mumia Abu Jamal (Saldaña, 2016).

A pesar de las distintas tendencias, el horizonte de lucha anticolonial formó parte integral de la agenda del partido, así como de la retórica de sus miembros más prominentes. Esto suponía de alguna manera retomar y reactualizar la hipótesis colonial enunciada a finales de la década de los veinte por activistas como Harry Haywood y que tuvo vigencia durante décadas en el seno del CPUSA, así como los aportes de autores como Harold Cruse respecto al colonialismo doméstico. En los escritos y discursos de Huey P. Newton, Fred Hampton, Amiri Baraka (Leroi Jones) y Stokely Carmichael se encuentran constantes alusiones a la situación colonial del negro en América. Es importante entender las continuidades y rupturas que se dieron con planteamientos anteriores, y que estuvieron influidas por las cambiantes coyunturas; por ello, es necesario tener un panorama amplio de las tensiones que se dieron entre planteamientos que primaron el trabajo de base sobre la diplomacia internacional, o aquellos enfoques que concibieron la necesidad de articularse políticamente y establecer alianzas con otros grupos racializados y de trabajadores blancos frente a aquellos que primaron la cuestión racial o nacional sobre la cuestión de clase, lo que suponía no alinearse con el marxismo y trabajar con las clases medias negras.

Las propuestas atravesaron distintas líneas de articulación, reflejando la heterogeneidad de posiciones existentes en el movimiento político negro y, por tanto, las diferentes estrategias tanto en un plano local, como nacional e internacional, para responder a retos compartidos. Por todo ello, en el Movimiento de Liberación Negra y en los contornos de lo que fue el BPP emergieron varios grupos y posiciones que problematizaron desde diversos ángulos la clase y la raza y, por tanto, la relación entre el racismo y el marxismo, la cuestión nacional, tanto desde un plano anticolonial y antiimperialista, como desde un ámbito nacional.

Conceptualizaciones como la de Huey P. Newton del intercomunalismo consideraban rebasada la cuestión nacional en las luchas antiimperialistas, en una realidad crecientemente globalizada. Esto exigía rearticular alianzas locales/transnacionales, algo que encuentra eco en recientes propuestas como la del movimiento Black Lives Matter, que hermanó las luchas de Ferguson y Gaza, y que ha llevado a la participación de activistas negros en la plataforma Boycott, Divestment and Sanctions (BDS), que busca denunciar y enfrentar la ocupación israelí en Palestina. En un imperialismo en el que una nación controla todos los territorios y pueblos del mundo ya no tendría sentido para Newton hablar de colonias o naciones, por lo que consideraba que era necesario proponer nuevas categorías. En ese sentido afirmaba Newton:

Creemos que no hay más colonias o neocolonias. Si un pueblo está colonizado, debe ser posible para ellos descolonizar y convertirse en lo que antes eran. Pero ¿qué pasa cuando las materias primas se extraen y se explota la mano de obra dentro de un territorio disperso por todo el globo? ¿Cuando las riquezas de toda la tierra se agoten empleadas únicamente para alimentar una gigantesca máquina industrial en la casa de los imperialistas? Entonces las personas y la economía están tan integradas en el imperio que es imposible “descolonizar”, volver a las antiguas condiciones de existencia. Si las colonias no pueden “descolonizarse” y regresar a su existencia original como naciones, entonces las naciones ya no existen. Tampoco, creemos, volverán a existir de nuevo. Y como debe haber naciones para que el nacionalismo revolucionario o el internacionalismo tengan sentido, decidimos que tendríamos que llamarlo nosotros mismos algo nuevo (Newton, 2002: 187).

A principios de la década de los setenta, Huey P. Newton consideraba como impracticable la posibilidad de una nación negra en suelo estadounidense, y encontraba un mayor paralelismo con la situación de una colonia dispersa, por carecer de la suficiente concentración geográfica que otras colonias tenían. Para alcanzar una nacionalidad era requisito constituirse en una fuerza dominante, pero para convertirse en una fuerza dominante necesitaban ser una nación. Esto suponía conseguir los medios de producción y las instituciones sociales para transformar la sociedad y resolver las contradicciones existentes en el seno del capitalismo. La propuesta del intercomunalismo, además de expresar las nuevas formas de dominación económica y social del imperialismo, promovía una agenda de acción política para las siguientes décadas (Vasquez, 2018: 3). Esto demandaba enfrentar el intercomunalismo reaccionario por medio de un intercomunalismo revolucionario que respondiera a las nuevas realidades sociales, estableciendo marcos cooperativos e interconexiones que permitieran consolidar estructuras materiales que impulsaran la apropiación de la producción, la tecnología y los medios de información en territorios autónomos y liberados (Vasquez, 2018: 5).

Esto requería, al mismo tiempo, superar tanto el nacionalismo cultural como el nacionalismo revolucionario, así como las estrategias internacionalistas que se habían esbozado con anterioridad, para impulsar nuevas formas de organización política ancladas en un plano comunitario. Sus pioneras propuestas, precursoras de recientes conceptualizaciones de la autonomía y el imperialismo, contrastaban con los principales debates en el seno del movimiento de liberación negra y que se centraron en el vínculo con África, las alianzas en términos de raza y clase y el horizonte de conformación nacional.

El panafricanismo, el nacionalismo negro y su relación con el marxismo

Carmichael inició un vuelco en su pensamiento que lo llevó a instalarse en África, por lo que se convirtió en alumno del filósofo panafricanista, presidente y líder de la independencia de Ghana, Kwame Nkrumah, y en asesor del presidente de Guinea-Conakry, Ahmed Sekou Toré; el militante afroamericano adoptó el nombre de Kwame Touré. Ya en Poder negroCarmichael (1969) había considerado el poder negro en el contexto de una Revolución Africana que abarcaría desde Watts hasta Soweto. Sin embargo, para muchos activistas instalarse en África de manera definitiva en 1969 señalaba una compleja y contradictoria relación con la lucha política en Estados Unidos, aun cuando Carmichael había militado más de una década en organizaciones negras tanto durante el periodo de los derechos civiles como en los primeros años del movimiento de liberación negra. Siguiendo los postulados separatistas de Malcolm X, se oponía a trabajar con grupos de blancos e insistía en la centralidad de la participación negra. Algunos lo calificaron despectivamente como burgués y Huey P. Newton lo llegó a tachar de “agente de la CIA” (Newton, 2002a). Al parecer, el programa Cointelpro fue el responsable de crear dichas sospechas, generando fricciones entre activistas como Carmichael y Rap Brown, en búsqueda de rivalidades internas que pudieran llevar incluso hasta la confrontación violenta entre los mismos (Churchill y Vander Wall, 1990: 49-50). Así, Carmichael fue apartado tanto del liderazgo del Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC) como del BPP, lo que estuvo detrás de su decisión definitiva de abandonar Estados Unidos e instalarse en África. Por ello, se situó en un espectro del movimiento negro a menudo descalificado como de “nacionalismo de chuleta de cerdo”, integrado por los nacionalistas culturales que reclamaban su herencia ancestral africana. Aunque los militantes críticos reconocían el origen africano como importante para estos posicionamientos, lo era más aún identificarse con los procesos de liberación en África, y las luchas contra la opresión.

Uno de los principales críticos de dichas tendencias fue Fred Hampton, vicepresidente del BPP, presidente del capítulo en Illinois y fundador de la Rainbow Coalition, coalición de pandillas de distinto origen, entre las que destacaron los Young Patriots (blancos pobres de origen sureño) y los Young Lords (puertorriqueños), que permitió la articulación de barrios y comunidades de Chicago. Para Hampton era imprescindible anteponer la lucha de clases a otro tipo de discursos y estrategias políticas; de esa manera, se mostraba crítico con un nacionalismo cultural como el de Papa Doc en Haití o Maulana Karenga en Estados Unidos, que no anulaban las contradicciones de una sociedad de clases. Así, Hampton se oponía a un internacionalismo que no estuviera anclado en la realidad material; para él, la validez del marxismo en la lucha de liberación negra residía en la importancia dada a la lucha de clases, que no podía ser desprendida de la cuestión racial. Esto implicaba una concepción del racismo como un producto específico del capitalismo, siendo ambos indisociables. En un discurso que pronunció un mes antes de su asesinato por parte del FBI y la policía de Chicago, Hampton afirmaba:

En primer lugar, decimos principalmente que la prioridad de esta lucha es la clase. Que Marx, Lenin y el Che Guevara, terminando con Mao Tse-Tung y cualquier otra persona que haya dicho, sabido o practicado algo sobre la revolución, siempre dijo que la revolución es una lucha de clases. Era una clase, los oprimidos, y esa otra clase, los opresores. Y tiene que ser un hecho universal. Aquellos que no admiten eso son aquellos que no quieren involucrarse en una revolución, porque saben que mientras estén lidiando con una cuestión racial, nunca estarán involucrados en una revolución. Pueden hablar sobre números; pueden colgarte de muchas, muchas maneras, pero tan pronto como comiences a hablar sobre la clase, entonces debes comenzar a hablar sobre algunas armas. Y eso es lo que tenía que hacer el Partido. Cuando el Partido comenzó a hablar sobre la lucha de clases, descubrimos que teníamos que comenzar a hablar sobre algunas armas. Si nunca negamos el hecho de que hubo racismo en Estados Unidos, pero dijimos que cuando usted, el subproducto, lo que resulta del racismo, ese capitalismo es lo primero y lo siguiente es el racismo. Que cuando trajeron esclavos por aquí, fue para tomar dinero. Así que primero surgió la idea de que queremos ganar dinero, luego vinieron los esclavos para ganar ese dinero. Eso significa que el capitalismo tenía que, a través de hechos históricos, el racismo tenía que venir del capitalismo. Primero tenía que ser el capitalismo y el racismo era un subproducto de eso (Hampton, 1969).

Hampton se mostraba crítico con aquellos que, como Carmichael habían insinuado que al establecer vínculos con grupos de blancos organizados los BPP estaban siendo cooptados por “jóvenes blancos”. Esto indicaba una tensión entre estrategias que optaban por extender su vínculo en la lucha de clases con grupos no negros a través de la Rainbow Coalition, o un separatismo presente en el nacionalismo negro que reflejara la centralidad de la lucha política negra. Este último planteamiento podía conllevar ciertas contradicciones al no situar necesariamente la cuestión de clase en un primer plano si establecía vínculos con la burguesía negra o la llamada “burguesía del gueto”, sectores asimilacionistas o la parte reformista del movimiento de los derechos civiles.

Aunque para muchos militantes la reivindicación de la herencia africana era fundamental para mostrar el violento origen de la esclavización del hombre negro en América, estas perspectivas se alejaban de las estrategias políticas concretas, romantizando el vínculo con África por medio del vestuario o la adopción de nombres africanos (Onaci, 2015). Esto suponía diluir las prácticas revolucionarias y alejarse de las discusiones propias del marxismo para dar prioridad a visiones estetizadas y mercantilizables de dicha herencia compartida, que se anteponían a las luchas anti-imperialistas. De este modo, las tesis en torno a la cuestión nacional se traducían en una suerte de “esencialismo cultural”, desdibujando el horizonte revolucionario que exigía una posición no interclasista sino proletaria. Estas tendencias, que hoy podrían ser enmarcadas dentro de lo que se conoce de manera a menudo despectiva como “afrocentrismo”, encontraban un mayor eco en aquellos miembros del movimiento de liberación negra escasamente interesados por el marxismo y que orbitaron alrededor de Maulana Karenga y su filosofía comunitaria africana del “Kwanzaa”. También destacó Amiri Baraka (Leroi Jones), quien llegó a convertirse en uno de los principales representantes del Black Arts Movement y que fue líder de la organización Kawaida (Woodard, 1999). Sin embargo, la relación del nacionalismo negro con el marxismo fue compleja, y se articuló de diferentes maneras.

Amiri Baraka, además de artista, combinó en su militancia el marxismo, el panafricanismo y el nacionalismo negro de manera ambigua. Fundó el Congress of African People (CAP), formó parte del activismo local en Newark por medio de la organización Committee For Unified Newark (CFUN) y posteriormente ingresó en la Revolutionary Communist League, organización afroamericana que confluyó en 1980 con la League of Revolutionary Struggle, organización marxista-leninista-maoísta en que militaban otros movimientos chicanos y asiaticoamericanos, además de blancos progresistas. También fue relevante su trabajo cultural en un nivel comunitario, pues formó parte de grupos como la Anti-Imperialist Cultural Union, desde donde defendió la revolución proletaria, la autodeterminación negra y criticó el capitalismo (Kelley y Esch, 1999: 38). Esto lo llevó a defender el nacionalismo cultural como una forma de consolidar la identidad negra y el proceso de construcción nacional en un contexto marcado por los conflictos raciales, lo que necesariamente se debía traducir en un fortalecimiento de un liderazgo negro, legitimado por medio de convenciones y asambleas, y no por el dictamen de los medios de comunicación (Woodard, 1999: 92).

En los mismos términos, Muhammad Ahmad (1974) defendía el proceso de construcción nacional como parte de la liberación panafricana, que resultaba indispensable para vincular las luchas negras de distintos continentes, asumiendo el carácter internacional de la presión. El énfasis en la autodeterminación nacional de los negros en Estados Unidos estuvo presente en otros grupos, como la League of Revolutionary Black Workers (LRBW) o el Dodge Revolutionary Union Movement (DRUM) en Detroit (Georgakas y Surkin, 1998). Éstos defendieron el papel de vanguardia del proletariado negro en la lucha de liberación, considerando que el lumpenproletariado debía ocupar un lugar secundario (Ahmad, 2008). Aunque entre los textos que influyeron al movimiento se encontraban obras que enfatizaban la importancia del proceso de construcción nacional, era finalmente el conflicto capital-trabajo el que determinaba las formas de incidencia y lucha de estas organizaciones.

La hipótesis nacional fue defendida también en el movimiento Republic of New Afrika, una organización nacionalista negra liderada primero por Robert F. Williams y posteriormente por Imari Obadele, y que reclamó la secesión de diferentes estados del sureste del país para conformar una nación negra independiente como parte de un programa de reparaciones históricas y que coincidía con el territorio de la Black Belt reivindicado por el CPUSA durante años. Esto los forzó a acudir a instancias internacionales dentro y fuera de las Naciones Unidas para ampliar dicha demanda (Obadele, 1972: 26). Esta nación africana en Estados Unidos incluiría Louisiana, Mississippi, Alabama, Georgia y Carolina del Sur, así como condados de mayoría negra de Arkansas, Texas, Carolina del Norte y Tennessee. Defendían la economía social por medio de la constitución de cooperativas, retomando el concepto de “Ujamaa” promovido por el político tanzano Julius Nyerere e impulsaron la formación de milicias negras que garantizaran la autodefensa. Su énfasis en la cuestión territorial fue concretado por medio del lema: “La lucha es por la tierra” (Obadele, 1972; 1974), que inspiró a una generación de activistas, influida por el maoísmo y el socialismo africano, que situaron el problema de la tierra como parte central de la lucha revolucionaria negra. Sus miembros mantuvieron en ocasiones doble filiación, pues eran miembros del BPP y de Republic of New Afrika, por lo que se consideraban ciudadanos de este nuevo Estado, al mismo tiempo que participaron en los procesos organizativos en barrios y comunidades (Odinga, 2018). Al igual que los activistas del BPP, sufrieron una atroz persecución por parte de la operación Cointelpro.

Por su parte, Amiri Baraka (1971) consideró la importancia de un movimiento político que conciliara el nacionalismo y el panafricanismo, y asumió la necesidad de la canalización de las fuerzas y energías revolucionarias existentes en un ámbito institucional. Esto suponía la conformación de un partido, el World African Party, capaz de instituirse en la manifestación orgánica de la forma de vida de los pueblos de África. De ese modo, Baraka trazaba líneas de encuentro entre una política local que garantizara la provisión de servicios básicos (empleo, sanidad, educación, etc.) y una solidaridad entre los pueblos negros, que partiera de un poder unificado con base en la demanda de respeto por la dignidad negra y que se expresaría en la autodeterminación, la autodefensa, la autosuficiencia, y el autorrespeto. Para Baraka tanto la repatriación, como el separatismo y la revolución instantánea, formaban parte de una misma lucha de liberación, común a la de otros pueblos en contra de la dominación colonial y que requería necesariamente de la consideración de un sujeto colectivo: el pueblo. En ese sentido, la revolución no era contra “nuestra propia gente” (Baraka, 1971: 27), sino parte de una lucha de liberación contra los colonizadores y esclavistas de diferentes partes del mundo. Ahí es donde encontraba eco la lucha del pueblo negro, no como una materialización de las tesis maoístas, sino como parte de la transformación de la conciencia negra. En lugar de una repatriación a la Black Belt que incluyera reparaciones territoriales o un retorno al continente africano impulsado por el movimiento de regreso a África y las tesis garveyistas, reactualizadas por simpatizantes panafricanistas de los movimientos de liberación en África, Baraka insistía, influido por la Revolución cubana -que tuvo oportunidad de conocer como parte de una delegación en 1959 de la que formaron parte también Robert F. Williams, Julian Mayfield y John Henrik Clarke (Young, 2001: 13)-, en una revolución cultural negra que incluyera un proceso de construcción nacional con incidencia en el ámbito institucional, con objeto de reconocer la existencia de “una nación dentro de una nación”. Esto exigía situar el nacionalismo radical negro en la órbita de la esfera electoral, un giro que para muchos terminó marcando el final de una época de militancia radical.

Por otro lado, a lo largo de los años encontramos en el pensamiento de Carmichael un giro desde el poder negro hacia el panafricanismo, sin que por ello abandonara el marxismo-leninismo (Carmichael, 1969; 1970; 1973). Esta postura ya había sido esbozada en Poder negro, pero se intensificó tras su viaje a Ghana y posterior mudanza definitiva en 1969 a Guinea-Conakry. A pesar de que para sus críticos esto expresaba un paulatino desinterés por la situación del negro en Estados Unidos, para Carmichael era necesario “girar la mirada hacia los problemas en África” (Power, 1971), pues concebía la división existente como resultado de la diáspora forzada. Además, consideraba que ante la dificultad de obtener tierras en Estados Unidos y la inviabilidad de una nación africana en dicho país, era necesario concretar la lucha negra desde el arraigo territorial africano, un continente lleno de recursos y que pertenecía a todos los pueblos africanos (Carmichael, 2007). Esto no implicaba necesariamente regresar a África, sino apoyar los Estados revolucionarios de dicho continente, que a su vez apoyarían la lucha de liberación negra en América.

La lucha anticolonial que promovía Carmichael pasaba por una unificación de la nación africana, lo que también lo vinculaba con las tesis del socialismo africano y el panafricanismo, sin por ello renunciar al marxismo-leninismo en términos de organización política. Esto exigía romper la brecha existente entre las estrategias de las organizaciones políticas africanas y las de las organizaciones afroamericanas. Sin embargo, esta tendencia difícilmente se pudo concretar en una mayor efervescencia y colaboración entre los pueblos negros que condujera a su “unificación” y, por tanto, a la constitución de un sujeto colectivo que por medio de un partido fuera capaz de articular una nación o colectividad. Éste fue precisamente el gran freno a las aspiraciones de aquellos nacionalistas culturales que buscaron estrechar lazos con el panafricanismo en el terreno de la práctica política.

La vigencia del movimiento y apuntes conclusivos

En este artículo he tratado de dar cuenta de los diversos posicionamientos que los movimientos revolucionarios negros adoptaron durante las décadas de los sesenta y setenta respecto a distintos aspectos como el internacionalismo antiimperialista y panafricanista, la cuestión “nacional”, la lucha de clases, el colonialismo, el racismo institucional y la autodefensa armada. El marxismo ocupó un lugar central en la conformación de una tradición radical negra, expresada tanto en aportes intelectuales de sus miembros, como en los programas de las organizaciones. Y es que los teóricos negros que surgieron en este periodo fueron al mismo tiempo militantes, en tanto que aspiraron a transformar de manera situada su propia realidad.

Pueden darse muchas lecturas respecto al fin de los movimientos radicales de este periodo; la represión policial o el impacto de la guerra contra las drogas en los guetos fueron las más recurrentes. El trabajo de Keeanga-Yamahtta Taylor (2017) es muy sugerente, en tanto que sitúa en el giro electoral de la política negra una de las claves para entender la desactivación del ciclo revolucionario en la década de los setenta. Quizás, detrás de un liderazgo carismático con una fuerte presencia mediática se escondía una realidad material atravesada por la supremacía blanca, la desigualdad social y la brutalidad policial. También la coyuntura fue haciéndose desfavorable para aquellas tentativas guerrilleras y foquistas, que no sólo recibieron la oposición estadounidense, sino también la equidistancia de la Unión Soviética, que planteó como alternativa en países de América Latina la conformación de frentes populares. De este modo, las alianzas y vínculos entre distintos grupos armados y militantes se fue resquebrajando, tanto por la falta de apoyos como por la imposibilidad de consolidar redes de colaboración productivas, y que habilitaran estrategias políticas viables en los distintos escenarios de conflicto.

Con el paso de las décadas, el movimiento Black Lives Matter parece articular de nuevas formas esa conciencia negra a la que aspiraba Carmichael, respecto a que las vidas negras importan. Frente al racismo institucional, nuevas formas de organización política han emergido, en un contexto cambiante en el que los niveles de desigualdad económica y disparidad racial se han ido ensanchando. La lucha por la abolición de las prisiones y por desfinanciar la policía tras la muerte de George Floyd demuestran que los engranajes del sistema político y económico del mundo que vivieron los militantes de aquellas décadas, todavía están bien engrasados.

Sin embargo, como afirma Akinyele Umoja, “la represión engendra resistencia” (1999), y es el legado radical del movimiento revolucionario negro el que se halla nuevamente activado por esta nueva generación de jóvenes afroamericanos que aspiran a transformar su realidad más inmediata desde otras coordenadas. En este aspecto, cumplen un papel muy relevante en el liderazgo actual del movimiento Black Lives Matter las mujeres y disidencias sexogenéricas, lo que se ha reflejado en la producción teórica. A nivel historiográfico, es fundamental revisitar desde el feminismo negro la tradición radical negra, tal y como señala Charle Carruthers (2018). Esto abre nuevos campos de indagación, que suponen recuperar la memoria de aquellas militantes que muchas veces fueron opacadas por sus compañeros varones. Un ejemplo es el intento de Charisse Burden-Stelly y Jodi Dean (2022) por visibilizar el papel de mujeres negras comunistas como Grace Campbell, Willana Burroughs, Esther V. Cooper, Thelma Dale, Lorraine Hanserry, Claudia Jones o Vicki Garvin en la lucha por las condiciones laborales de las trabajadoras negras en las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos.

A éstos se suman esfuerzos como el de Robyn C. Spencer (2016), quien ha puesto énfasis en el papel de las mujeres y la cuestión de género en el capítulo del BPP de Oakland, pues ha revelado la compleja relación en el seno del movimiento con el patriarcado, el machismo y la masculinidad heterosexual. Trayectorias como la de la militante del BLA Assata Shakur, exiliada por más de treinta años en Cuba, nos muestran el importante y disruptivo papel que las mujeres tuvieron en el movimiento de liberación negra, pues han asumido desde su militancia y compromiso de vida la necesidad de la revolución, al mismo tiempo que analizan su realidad desde una perspectiva de clase, género y raza.

Además, la negativa del gobierno cubano por extraditar a Shakur expresa la permanencia de algunos de aquellos vínculos y alianzas que se establecieron en las décadas de los sesenta y setenta entre la lucha anticolonial, antirracista, anticapitalista y antiimperialista en el norte y el sur global. El legado de la represión y de la militancia de generaciones de activistas negros es retomado por un nuevo ciclo de movilización que, lejos de olvidar el legado de sus antepasados, lo reformula por medio de nuevos cauces de acción política. En ese sentido, como para Assata Shakur décadas atrás, la lucha revolucionaria negra sigue siendo contra el racismo, el capitalismo, el imperialismo y el sexismo. Eso supone, todavía hoy, seguir una tradición fuerte, orgullosa, una tradición negra (Shakur, 2013: 362).

Agradecimiento

Este artículo se elaboró en el marco del proyecto “Laboratorios de historia indígena contemporánea” (PAPIIT IN404220), coordinado por María Isabel Martínez Ramírez.

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1 El caso de Du Bois es particular puesto que con el paso de los años se fue acercando cada vez más al marxismo. No obstante, durante las décadas de los veinte y los treinta se opuso al “comunismo extremista” de la Unión Soviética y el CPUSA, pues se consideró más partidario de un desarrollo económico cooperativo y autónomo que de la revolución violenta (Burden-Stelly, 2018: 188-189). Con respecto al garveyismo, aunque muchos militantes bolcheviques habían formado parte de éste y reconocían su carácter de masas, eran profundamente críticos con su trasfondo ideológico que consideraban parte del nacionalismo de la burguesía negra.

2Obras de Fanon como Los condenados de la tierra influyeron a toda una generación de revolucionarios del llamado tercer mundo, y sus perspectivas respecto a la violencia parecían explicar y justificar la violencia espontánea que se estaba dando en los guetos negros a lo largo del país, lo que vinculaba las insurrecciones con el surgimiento de un movimiento revolucionario organizado (Abu-Jamal, 2019: 8).

3Clark fue en 1940 el primer afroamericano en obtener un doctorado de psicología en la Universidad de Columbia.

4Además de los trabajos de Clark, es importante mencionar los aportes de otros teóricos que fueron pioneros en el desarrollo de la sociología afroamericana, como fueron W.E.B. Du Bois, Edward Franklin Frazier, Oliver Cromwell Cox o Charles S. Johnson (Bhambra, 2014).

5Seale y Newton se conocieron en el Merritt College (Oakland) a principios de la década de los sesenta y formaron parte de la Afro-American Association (AAA), un grupo de lectura orientado al estudio de la historia africana y afroamericana. Influidos por las ideas de Malcolm X fundaron el BPP después de su asesinato.

Recibido: 03 de Agosto de 2022; Aprobado: 25 de Noviembre de 2022

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