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Polis
versión On-line ISSN 2594-0686versión impresa ISSN 1870-2333
Polis vol.4 no.1 México ene./jun. 2008
Homenaje
Un Maestro*
Juan Villoro
La UAMIztapalapa acaba de rendir homenaje a uno de sus fundadores, el profesor Ángel Federico Nebbia, que a los 86 años sigue vinculado al Departamento de Sociología que contribuyó a perfilar.
No nos veíamos desde que egresé de esa Universidad, hace cerca de 30 años, pero su presencia se mantenía constante en mis recuerdos. Como a los maestros les gusta corregir, me dijo después del acto: "Usted casi nunca habla de la UAM". Tiene razón. Quienes salimos de una carrera que no ejercemos, nos ocupamos tan poco de nuestra alma mater como ella de nosotros. Ingresé a la UAMIztapalapa en 1976. Los edificios estaban a medio construir, en un yermo interrumpido por plantíos. No había tiendas ni fondas en las inmediaciones. Si uno buscaba café, grano esencial para la vida académica, tenía que ir hasta la siguiente delegación política.
Temeroso de que la carrera de Letras convirtiera una pasión en un matrimonio por conveniencia, entré a Sociología, disciplina ideal para los indecisos.
La vida en ese campus, donde los alumnos plantábamos los primeros árboles, era menos tumultuosa e intensa que la de la UNAM; sin embargo, la lejanía de las zonas concurridas de la ciudad la sensación de estar en la orilla de la nada permitía una excepcional convivencia con los maestros. "Somos pocos pero sectarios", decía un compañero.
El profesorado venía de lugares muy disímbolos, empujado por la causa común del exilio. Se trataba de inconformes que habían perdido su guerra en otro sitio, pero no deponían sus ideas ni se resignaban a bajar la temperatura de sus exposiciones. El brasileño Ruy Mauro Marini impartió un seminario sobre Teoría de la Dependencia, tema en el que era célebre; el argentino Jorge Padua nos adentró en los laberintos de la metodología; el uruguayo Juan Odone, que había padecido la tortura, nos demostró la importancia histórica del azúcar.
La expresión decisiva de aquellos años era "marco teórico" y el dominante era el marxista, en sus dos versiones básicas: la ortodoxa, que exigía comenzar la lectura de El capital por el capítulo de la acumulación originaria, y la gramsciana, que ponía el acento en el Capítulo VI (inédito) sobre la división entre trabajo manual y trabajo intelectual.
En esa abigarrada colmena se hablaba con el fin de tener razón. No estudiábamos Sociología para pasar un examen, sino para cambiar el mundo. El marco teórico era la antesala de la aurora socialista.
Este clima de exaltado proselitismo era observado a prudente distancia por un argentino de esmerada educación y humor agudo, un hombre de traje verde claro, que prefería el ejercicio de la duda al rápido privilegio de imponer su opinión. Se trataba de Ángel Federico Nebbia. Había estudiado en Nueva York y Harvard, y conocía como nadie la obra de Talcot Parsons, que entre nosotros tenía una condición legendaria gracias a que el marxismo lo criticaba mucho.
Nebbia cuestionaba la realidad en forma crítica, pero se oponía a las conclusiones fáciles y celebraba la complejidad y el matiz. En un tiempo en que la cátedra pactaba con la militancia, él volvía a Durkheim, exponía el funcionalismo sin ánimos proselitistas, se adentraba con soltura en Max Weber y la Escuela de Frankfurt. Su talante universalista desconcertaba a alumnos habituados a que el profesor tomara partido y dictara instrucciones exprés para cambiar la realidad.
Su método de exposición también era distinto: siempre escribía su clase. Lo recuerdo de pie, pasando los papeles de una mano a otra, leyendo una caligrafía de trazos amplios en la que casi no había tachaduras. El esmero con que preparaba sus exposiciones no parecía provenir del esfuerzo, sino del refinado placer de la precisión. Cuando tratábamos de sacarle una respuesta esquemática, su rostro mostraba la sonrisa diagonal de los escépticos y nos invitaba a desconfiar de las prenociones y los dogmatismos. La frente despejada y la expresión irónica hacían pensar en un politólogo renacentista.
El modo incluyente en que Nebbia exponía ideas propias y ajenas fue una lección moral en una época con tendencia a las simplificaciones efectistas. "No es la conciencia la que determina al ser sino el ser social el que determina la conciencia", recitábamos esta frase de Marx como un coro adiestrado en una penitenciaria. Nebbia respondía con suavidad, invitándonos a salir del pensamiento único y la cárcel del determinismo.
Como el resto de mis compañeros, al entrar a la carrera hice del marxismo un artículo de fe. Poco después, encontré en el heterodoxo Nebbia una forma más estimulante y menos beata de leer el pensamiento de la izquierda. Él dirigió mi trabajo final sobre el concepto de enajenación y me animó a frecuentar a István Metzaros, Jürgen Habermas, Anthony Giddens y otros prolongados críticos de Marx.
Su cubículo siempre estaba abierto para hablar del tema que fuera. Recuerdo su entusiasmo por la novela Lolita, de Vladimir Nabokov. Para Nebbia, la ironía era un elevado atributo intelectual. Nada más lógico que se interesara por el prestidigitador con el que además compartía un parecido facial y rasgos biográficos como el exilio y la prolongada estancia en universidades norteamericanas.
Borges celebró que entre las aportaciones de Grecia a la cultura se encontraba una rareza que no siempre interesó a los hombres: el diálogo. Gracias a esos precursores, los argumentos se convirtieron en algo capaz de ser matizado, pospuesto, refutado. La conversación reveló la utilidad ética de la discrepancia.
Para los alumnos de Teoría Sociológica, Nebbia fue el profesor dialogante. Su enseñanza rebasó con mucho el campo de sus estudios. En tiempos donde oír ideas enemigas (o simplemente ajenas) era visto como una claudicación, propuso un atrevimiento: aplazar el juicio, tener curiosidad por lo que piensan los demás, respetar los derechos de los argumentos que no compartimos. Agudo y tolerante, fue un maestro para siempre.
Es posible salir de la Universidad, pero es imposible dejar de ser su alumno.
* Intervención del escritor Juan Villoro en el homenaje en vida al doctor Ángel Federico Nebbia Diesing el 29 de enero de 2008 y publicada en Cemanáhuac, Boletín informativo quincenal de la UAM Iztapalapa, núm. 61, primera quincena de abril de 2008, pp. 45. [ Links ]