Introducción
Hace más de una década, Robert Darton analizó un documento anónimo, de 426 páginas, publicado en 1768, que describía la ciudad francesa de Montpellier. El texto estaba ordenado siguiendo la estructura de una procesión, dada la importancia que los desfiles o procesiones tenían en Europa durante el siglo XVIII. La descripción reconstruía la manera en la que se ordenaba la procesión, permitiendo al lector experimentarla como si estuviese en la calle observándola. Uno tras otro, los grupos avanzaban de acuerdo con la jerarquía social. En primer término iban el obispo y los hombres de la Iglesia; en segundo lugar, aparecían las autoridades civiles, y en tercer lugar, avanzaban los trabajadores. Para Darton, "la procesión servía como un idioma tradicional de la sociedad urbana.1
En las páginas que siguen "leeré" -siguiendo a Darton- la procesión que tuvo lugar en la Ciudad de México el domingo 11 de enero de 1914 para consagrar a México al Sagrado Corazón de Jesús, la cual fue dirigida por el arzobispo de México José Mora y del Río.2 Luego leeré la procesión que tuvo lugar, en esa misma fecha, en Guadalajara. Destaco las implicaciones políticas que, para el gobernador de Jalisco y el arzobispo en turno, acarreó en Guadalajara la consagración-coronación del Sagrado Corazón de Jesús. Cabe aclarar que, en este artículo, utilizo el término marcha como sinónimo de procesión.
Una lectura política
En 1860, en México aumentó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Ello obedeció a que varios sacerdotes la impulsaron al regreso de su exilio en Europa, a donde se habían trasladado durante el periodo de la Reforma.3 Nos dice José Alberto Moreno Chávez que, "a lo largo del Porfiriato, el Sagrado Corazón se consolidó como una de las devociones más veneradas",4 pues su imagen de dulzura se transfiguró, durante el siglo XIX y principios del XX, en una imagen de dolor, especialmente en varios países de Europa. En México, a dicha devoción, al igual que a la de la Virgen de Guadalupe, se le añadió "un discurso sumamente crítico de la modernidad liberal".5 El culto se convirtió así en un "estandarte político reaccionario"; se le consideraba "exclusivamente [para] procurar los últimos sacramentos para [los] fieles antes de su muerte", y un alivio "en contra de las vicisitudes de la vida cotidiana".6
En 1908, el arzobispo de México, Próspero María Alarcón, consagró a México al Sagrado Corazón. Esta primera consagración fue "un acto eclesiástico más que una celebración popular".7 Durante los años convulsos de la década de 1910 a 1920, la Iglesia católica, ante el anticlericalismo que se desató, radicalizó "el discurso en torno a la devoción". De esta forma, "la apacible imagen del Sagrado Corazón como el Buen Pastor en el Señor" se transformó en el "[Señor] de los Ejércitos". A finales de 1913 -cuando las relaciones entre México y Estados Unidos se habían vuelto más tensas-, los obispos mexicanos promovieron un "recurso sobrenatural de auxilio" para México, y solicitaron al papa Pío X que consagrara la república a Cristo Rey. Pío X aprobó la petición -programada para el martes 6 de enero de 1914- con el propósito de que con ese acto México obtuviera "la salvación eterna y la paz".8 Los católicos juzgaron que "la consagración y coronación nacional al Sagrado Corazón" era una especie de "conjura para exorcizar la violencia"; sin embargo, según Jean Meyer, los carrancistas recibieron la noticia como una afrenta política.9
La imagen que se había popularizado en la consagración de 1908 "fue la del Sagrado Corazón de Jesús tradicional". En 1914, en cambio, fue la de Cristo Rey: "Jesucristo con los mismos atributos del Sagrado Corazón, pero con una corona y un cetro a sus pies, símbolos de su majestad sobre el universo y los hombres".10 Para celebrar la consagración que incluía la bendición papal, el Centro Católico de Estudiantes organizó una manifestación para el domingo 11 de enero de 1914, la cual tendría lugar en todo México.
La consagración buscaba que "Dios principiara a derramar sus infinitas misericordias sobre nuestro país para devolver la tranquilidad apetecida y el bienestar de otros tiempos": así lo explicó el sacerdote Eduardo Peza en la Catedral, durante la ceremonia de la Ciudad de México. La finalidad de los católicos -según Peza- era: "que la ansiada paz renazca en nuestro suelo y que cese ya la lucha fratricida que ensangrienta nuestros campos que son más del agricultor que de los combatientes".11 En las palabras de Peza se escondía un discurso más allá de la protección que imploraba al Corazón de Jesús, el cual incluía la defensa ante el enemigo estadounidense: "jamás el extranjero podrá quitarnos el más pequeño girón de nuestro amado suelo, porque al pelear como buenos mexicanos, lo haremos también como buenos católicos y nuestro Rey estará con nosotros".12
Simbolismo de una procesión
La marcha en la Ciudad de México la autorizó el entonces presidente interino Victoriano Huerta. Los carrancistas la utilizaron, a su vez, para enfatizar que la Iglesia colaboraba con el gobierno "usurpador" del general.13 Además, según Meyer, "la proclamación del reinado de Cristo en México era ya una respuesta a una persecución [constitucionalista] bien declarada en 1913, y no se puede ver en ella la causa del anticlericalismo carrancista".14 Esto es, los carrancistas eran anticatólicos antes de esta demostración y, si en algún momento Carranza o sus seguidores la utilizaron, fue como excusa para justificar sus acciones en contra de la Iglesia católica.15
La procesión en la Ciudad de México transcurrió dentro de los límites de lo previsto. Al calificarla de cívica, los periódicos católicos cortaron cualquier lazo para que se le tildara de religiosa, lo que podía infringir, en principio, las leyes. Además, "varios escuadrones de gendarmes de a pie" acompañaron "a los manifestantes durante su recorrido".16 Lo anterior sugiere que el gobierno de Huerta, si bien permitió la demostración, no estaba dispuesto a consentir que los católicos sobrepasaran el espacio que tenían autorizado recorrer.
Si analizamos el trayecto de los participantes, entendemos parte del simbolismo detrás de los monumentos o espacios que los católicos eligieron para coronar al Sagrado Corazón de Jesús. A las ocho de la mañana, más de diez mil católicos se reunieron en la Plaza de Carlos IV; a las diez, "la impotente columna de manifestantes se encontraba perfectamente organizada esperando únicamente la señal de marcha, que las personas que abrían la comitiva habían de dar a los jefes y ayudantes de las secciones y grupos".17 La enorme columna avanzó con lentitud. Los gendarmes de a pie, vestidos de "rigurosa gala", se pusieron al frente; al ir ataviados para la ocasión, se convirtieron en parte activa de la procesión, pero, más allá de esto, su presencia representó a un gobierno abiertamente conciliado con los católicos.
A los gendarmes le siguió la banda de los colegios salesianos, conformada por 40 alumnos dirigidos por el señor Luis Franché: "la banda salesiana ejecutó durante el recorrido de las avenidas varias marchas religiosas, compuestas por su director, especialmente para la manifestación".18 Dos católicos marcharon en primera fila, tras la banda de música: el ingeniero Rafael de la Mora, del Partido Católico y diputado ante el Congreso de la Unión, y el señor Pedro Durán, presidente del Centro Católico de Estudiantes Mexicanos. Enseguida apareció un "grupo de distinguidos caballeros católicos", como Eduardo Tamariz, el doctor Eduardo Limón, el licenciado Ramón Rivero, Manuel Amor, el licenciado Francisco Elguero, José Ortiz Monasterio, Estanislao Suárez, Manuel de la Peza, Rafael Manterola, José Watson, Emmanuel Amor, Ángel Sandoval, Francisco Manzano, Alejandro Traslosheros, Benjamín Angulario y Francisco Arce.19
En cuarto lugar se ubicaron las asociaciones, los gremios y los obreros católicos: el Centro Católico de Estudiantes Mexicanos; las Congregaciones Marianas, acompañadas por su director, el licenciado N. Ortiz y Córdoba; un grupo de jóvenes católicos, presidido por Luis de María Campos; asociaciones piadosas de varones, dirigidas por Arturo García Vega; los Caballeros de Colón, con su director, el ingeniero Jesús Galindo y Villa. Siguieron a éstos los abogados y notarios, presididos por Agustín de la Llera. Enseguida vinieron los médicos y farmacéuticos, con su director Manuel Meixuiero a la cabeza; los ingenieros y arquitectos, presididos por Rafael Quintanilla, y al final caminaron profesionistas diversos, dirigidos por Manuel Sámano.20
Lo primero que puede apreciarse es que los primeros grupos de la manifestación los integraron los estudiantes católicos, como miembros de la banda de música o del Centro de Estudios. En tiempos en los que públicamente se encontraban distanciados Iglesia y Estado, tenía sentido que la procesión representara a los jóvenes y no al clero, y que dicho clero utilizara a los jóvenes como metáfora del futuro y la continuación -o el mantenimiento- de un catolicismo consolidado.
Participaron en la marcha católicos prominentes, en apoyo a los jóvenes, pero también como una forma de representar al Partido Católico, es decir, a todos aquellos católicos organizados en torno a cuestiones políticas. El orden en el que desfilaron los profesionistas obedeció también al prestigio que ostentaba su oficio. En primera línea aparecieron los abogados y los notarios; después vinieron los médicos y los farmacéuticos; enseguida, los arquitectos y los ingenieros, y, al final, representantes de las demás profesiones, que ni siquiera merecieron mención.
Un grupo importante dentro de la procesión fue el de la prensa católica, representada por publicaciones de Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Zacatecas, Oaxaca, Puebla, Territorio de Tepic, Veracruz, Yucatán y Distrito Federal.21 Detrás de la prensa asomaron los industriales, comerciantes, propietarios y agricultores. Después de ellos venían los católicos extranjeros: españoles, alemanes, franceses e italianos. A continuación, los empleados. Desfilaron luego las agrupaciones obreras católicas, que fueron las que más personas reunieron. Y cerró la columna un grupo de individuos anónimos, quienes, envalentonados, "a última hora se agruparon a la comitiva".22 Las fuentes de la época no señalan dónde, dentro de la marcha, iban las mujeres y los niños.
Diez mil cuerpos formaron una columna que los periodistas calificaron de poderosa e imponente. Ordenada y compacta, ésta avanzó pausadamente. Como enorme serpiente, se desplazó por la avenida Juárez y, a su paso, los asistentes la homenajearon con ramos de flores. Aquí, la procesión provee un nuevo elemento: los "espectadores", que desde los balcones arrojaron flores a los participantes, eran en realidad damas católicas que observaban cómo la columna abarrotaba la avenida de San Francisco.
Esto nos habla de que ciertas mujeres -como observadoras- formaron parte pasiva de la marcha, y de cómo ellas pertenecían a las clases media o alta, puesto que tuvieron acceso a los balcones y regaron con flores la elegante avenida de San Francisco. La columna se desplazó hasta el templo de La Profesa, donde los badajos estallaron en repiques que acallaron a la banda salesiana, la cual ejecutaba la nueva marcha religiosa.23
Ya en la Plaza de la Constitución y justo a las puertas aún cerradas de la Catedral, apareció otro tipo de espectador, el curioso que se arremolinó para ver la avanzada de la poderosa columna, la cual para entonces ya era una marcha "monstruo", según las notas periodísticas. En contraste con esta imagen de los curiosos del pueblo, el periódico El País, mediante una rebuscada metáfora, destacó una vez más a los católicos distinguidos que formaban parte de la procesión:
Al principio del desfile, el cielo se mostraba arrebujado entre amplias sábanas de nubes blancas, sin permitir la salida del sol pero al llegar la imponente manifestación a la plaza de la Constitución, el astro rey, queriendo ser testigo del acto tan grandioso, lanzó sobre las multitudes sus rayos de oro, alumbrando con el esplendor de su luz la escena que en esos momentos se desarrollaba en el centro de la ciudad, de la cual eran personajes los católicos más distinguidos de nuestras clases sociales.24
Hora y media después de que iniciara la marcha, conforme la columna se aproximaba a la Catedral, las puertas se abrieron para permitir el ingreso de la avanzada. En este punto de la procesión, como "documento", se incorporó otro elemento: las comisiones de recepción, que esperaban dentro de la Catedral a los participantes, formadas por "miembros de las Congregaciones Marianas y una comisión del Centro Católico de Estudiantes Mexicanos": quienes formaban la cabeza visible de la procesión en el exterior, estaban representados a su vez en el interior de Catedral. Únicamente los "caballeros que formaban la vanguardia" entraron al recinto. Hasta aquí, nos enteramos de que sólo los católicos laicos compusieron la marcha, mientras que la curia diocesana -encabezada por el arzobispo de México, José Mora y del Río- aguardó su arribo al seno de la Catedral. La prudencia que caracterizó al Arzobispo se palpó en la ceremonia, pues "algunos vivas en la Catedral fueron reprimidos unánimemente".25 Mora y del Río reportó más tarde que, en la peregrinación "monstruo", "no hubo en la calle nota alguna discordante y todo lo hecho causó honda impresión muy grata".26
La procesión en Guadalajara
Las lecturas de la procesión en la Ciudad de México me permiten contextualizar la de los católicos en Guadalajara, Jalisco. En dicha ciudad, el jueves 8 de enero se celebró la ceremonia religiosa de la consagración. El discurso del chantre, el doctor don Luis Silva, fue categórico al señalar que el "ateísmo oficial [era] causa eficiente de todas nuestras grandes desdichas". Por ello, imploró al Sagrado Corazón que terminara "la terrible lucha fratricida, que está desgarrando en estos momentos las entrañas de nuestra amada patria".27 En esa ceremonia -y de manera simbólica-, se consagró a los niños y jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús.
En Guadalajara, como en todas las diócesis de México, ese domingo 11 de enero de 1914, los católicos celebraron con una marcha,28 la cual fue organizada por la arquidiócesis. El arzobispo Francisco Orozco y Jiménez invitó al clero y a los feligreses a participar en una manifestación "pública de alabanza y honor del pueblo católico, al Corazón Deífico".29 Según anunció el Arzobispo, la procesión contaba con la debida autorización del gobierno civil, encabezado por José López Portillo y Rojas.30 Esta fiesta de los católicos se replicó en las poblaciones foráneas en distintos horarios. Para examinar como texto o documento esta procesión (o marcha) de los católicos de Jalisco, situémonos en 1914: estaban prohibidas las manifestaciones religiosas en la vía pública. La Ley del 14 de diciembre de 1874, en su artículo quinto, establecía: "Ningún acto religioso podrá verificarse públicamente si no es en el interior de los templos".31 Por esa razón, el Arzobispo señaló que la marcha contaba con el permiso del gobierno civil y se le calificó -al igual que la de la Ciudad de México- de "desfile cívico".32
Ahora, más allá de leer los significados, propongo ver los colores y escuchar los sonidos de la manifestación. Si interpretamos el esqueleto de la procesión, veremos que lo conformaron 81 contingentes, entre niños, mujeres y hombres: seminaristas, asociaciones femeninas y de caballeros, empleados, profesionistas y obreros. La abultada columna vertebral de la procesión refleja la vigorosa organización de la Iglesia católica en Jalisco. A partir de 1910, señala Ramón Jrade, la arquidiócesis de Guadalajara se reorganizó administrativamente hasta antes del inicio del movimiento cristero. Este impulso "coincidió con el patrocinio por parte de la Iglesia de programas de Acción Católica Social y con las efímeras actividades políticas del Partido Católico Nacional".33 A su arribo a la arquidiócesis, Orozco y Jiménez reorganizó las asociaciones católicas y creó vicarías foráneas. Este empuje lo heredó de su antecesor, el arzobispo José de Jesús Ortiz. La estructura de la procesión de 1914 comprueba lo que afirma Jrade: "la reorganización interna de la arquidiócesis no cesó con la Revolución Mexicana".34
Ese domingo 11 de enero, los católicos se reunieron a las tres de la tarde en diferentes puntos de las calles del centro de la ciudad, conforme a lo que la Comisión del Homenaje Nacional acordó por adelantado. A las cuatro, según lo previsto, la columna habría de desplazarse. Un impedimento inesperado se presentó antes de que los católicos avanzaran: el Gobernador retiró su permiso a la marcha por considerar que el "acto que iban a realizar los católicos" era de carácter netamente religioso.35 López Portillo explicó así la naturaleza de su disconformidad: "se me pidió permiso para organizar una manifestación en pro de la paz, y yo lo concedí, pero con la expresa condición de que no tuviera caracteres políticos o religiosos, y que no se anunciara en los periódicos".36 El permiso que el Gobernador había concedido era para una manifestación cívica. Por su cuenta y rompiendo con lo acordado, los católicos distribuyeron una circular y publicaron el orden de la procesión en el periódico El Regional, anunciando cuáles cofradías religiosas y obispos tomarían parte en ella.37
El conflicto había detonado. En tiempos del régimen de Victoriano Huerta, los católicos de Jalisco, de "carácter vehemente y nervioso", según el periódico El Imparcial, organizaron una procesión en la que las razones religiosas eran evidentes, al contrario de la que tuvo lugar en la Ciudad de México, la cual, hasta el último momento, mantuvo la característica de marcha cívica. Cuando López Portillo revocó su permiso, los católicos de Guadalajara ya se apretujaban en las calles: eran las 3:30 de la tarde y "las calles designadas de antemano se veían pletóricas de gente".38 Entonces, el rumor sacudió estrepitosamente a los contingentes ahí reunidos: "palabras de extrañamiento se escucharon en todos los labios", reportó El Regional. "Y aquello ¡no podía ser, no podía ser!".
En abierta rebeldía, el Arzobispo contestó al Gobernador -carta mediante- que no suspendería la procesión. Otra versión de la prensa señala que el Procurador de Justicia notificó a Orozco y Jiménez, en el Palacio Arzobispal, que no se llevaría a cabo la marcha. En protesta, el Arzobispo redactó un acta, "que firman el arzobispo y el cura [Antonio] Correa, el procurador y dos testigos".39 Una comisión de caballeros católicos intentó -sin conseguirlo- entrevistarse con el Gobernador; luego, un grupo de damas católicas -de las familias "más distinguidas de la población", según El País- se propuso el mismo objetivo. López Portillo escuchó a las damas y consintió la marcha: el primer mandatario de Jalisco convino "en que los niños y las damas recorrieran las calles, pero que los hombres se abstuvieran de toda manifestación".40 Este triunfo de las prominentes damas católicas lo festejó la multitud con, escuchemos la metáfora, "una tempestad de aplausos".
Aquí, tenemos tres actores o participantes en la procesión: los niños, las damas y los caballeros, que nos remiten a la composición de la columna que habría de marchar por las calles de Guadalajara. En la capital de Jalisco, los niños conformaban un elemento importante: recordemos que, en la Ciudad de México, los actores principales fueron los jóvenes. Mientras que los niños, al parecer, estuvieron ausentes de los contingentes militantes en la capital de México, en Guadalajara ocuparon un lugar protagónico porque días antes habían sido consagrados al Corazón de Jesús. De ahí el numeroso grupo de ellos que acudió a la procesión. Además, puesto que éstos no participaban en política, el Gobernador les permitió desfilar. Por su parte, los caballeros y las damas católicas hicieron valer su posición social para acercarse al Gobernador -conocido por su anterior filiación católica- y conseguir que autorizara la procesión.
El análisis de la marcha de Guadalajara, como documento, promete resultados distintos a los derivados del estudio de la que tuvo lugar en la Ciudad de México. La procesión se diseñó para que funcionara con exactitud milimétrica. Según se aprecia en el croquis que publicó El Regional un día antes, se compuso de tres secciones: en la primera, abriendo la marcha, desfilaron 25 contingentes: los "pajecitos", "encantadores en su juvenil apostura y en sus trajes gallardos"; les siguieron Francisco Orozco y Jiménez, ataviado con sus solemnes trajes arzobispales, y los obispos Jesús María Echavarría, de Saltillo, y Francisco Uranga y Sáinz, de Sinaloa. Después avanzó el cabildo y el clero secular; el clero regular, e inmediatamente después los profesores y alumnos del Seminario Conciliar.
A continuación desfilaron las damas de la corte de honor, para abrir paso a las integrantes de la mesa directiva de las Damas Católicas. Circularon luego: el Ropero de los Pobres, la Liga Patriótica Femenina, las distinguidas damas de la sociedad, los caballeros de la corte de honor, la junta Guadalupana del Comercio, la banca, los propietarios, los industriales, los farmacéuticos, los agricultores, los empleados, el consejo y conferencias de San Vicente de Paul de señores, la sociedad católica de señores y profesores de instrucción. Cerró este bloque la mesa directiva del Partido Católico Nacional.
La presencia del jerarca de la Iglesia tapatía, acompañado de dos obispos, representaba el papel prominente que Orozco y Jiménez buscaba transmitir a sus fieles, es decir, que se alzaba por encima del predominio del gobierno local y sus interdicciones. Recuérdese que, en la Ciudad de México, la curia eclesiástica estaba expresamente ausente en las calles y que aguardó al seno de la Catedral el arribo de los católicos. En Guadalajara, la cabeza de la procesión la conformaron las clases prominentes de la sociedad católica tapatía. En ellas, destacaron las asociaciones católicas femeninas más prestigiosas. La segunda sección, la conformaron 27 contingentes, que agrupaban a los institutos y escuelas católicos, los orfanatorios, hermandades, apostolados, dependientes, filarmónicos, peluqueros, sastres, comerciantes de mercados, pintores, sociedades de obreros católicos, socios del Partido Católico Nacional, abastecedores y operarios del rastro, carpinteros, zapateros, herreros, impresores y litógrafos, comerciantes en pequeño, albañiles y canteros, cargadores, papeleros y boleros.41
Al analizar la procesión, se observa que su parte media se articuló con todos aquellos que ejercían oficios y profesiones masculinas, así como sus asociaciones y cofradías. La tercera sección la compusieron 29 contingentes; ésta se constituyó con mujeres: niñas y adultas. La integraron tanto asilos como colegios y escuelas parroquiales de niñas; la escuela normal católica; apostolados y órdenes de señoras; hijas de María; profesoras, empleadas, socias de las Damas Católicas Mexicanas; la sociedad de obreras católicas. Considérese que niñas y mujeres ocuparon el último sitio en la procesión.42
Los "pajecitos", el Arzobispo, los obispos, el cabildo, el clero regular y secular se reunieron en el Palacio Arzobispal; los profesores y alumnos del Seminario Conciliar, en el atrio de la Catedral. Así, a la vez que los contingentes se alejaban de la cabeza de la procesión, permanecían distanciados del centro del poder celestial. Por ejemplo, el último contingente de la procesión lo constituyeron las obreras católicas, y ellas se reunieron en la calle de San Francisco, pero entre Prisciliano Sánchez y Pedro Moreno.43 Los participantes en la procesión se distribuyeron por la avenida Alcalde, a lo largo de 16 calles: desde Juan Álvarez hasta Prisciliano Sánchez. Si bien la mayor parte del recorrido lo hicieron a lo ancho de las avenidas Colón y Alcalde, en algunos tramos la procesión se ensanchó hasta llenar seis calles: de San Francisco a Parroquia.
Los participantes se dividieron "en doble columna de dos en fondo, colocándolos al pie de cada acera". Después, emprendieron
[...] la marcha hacia la catedral pero en sentido inverso, es decir, los de la avenida Alcalde convergirán de cuatro en fondo tras las agrupaciones del clero, para formar la gran columna que irá siendo encontrada por la doble que marchará toda ella en sentido contrario. Por consiguiente la retaguardia que quedará instalada en la calle de San Francisco, para llegar a la catedral, tendrá que seguir el movimiento de sus grupos anteriores, recorriendo las calles de San Francisco, Prisciliano Sánchez, Av. Colón, Placeres, Parroquia, Pedro Moreno, Av. Colón, Santuario, Juan Álvarez y Avenida Alcalde, hasta llegar a Palacio Arzobispal cruzamiento con Hidalgo en donde convergiendo de cuatro en fondo volverá a hacer todo el recorrido que antes hizo dividida, pero ya formando la gran columna de honor.44
Los católicos que coronaban la cabeza de la procesión escuchaban la banda de la Escuela Salesiana, que "alegraba la marcha con sus notas de brava melodía", mientras que "los Ilmos. Pastores iban en medio de un núcleo de gente que parecía una ola arrolladora". Tal vez por esa razón el reportero de El Regional, emocionado, atinó a informar que al coincidir con esa manifestación, "era el momento de sentir y de vivir con la mirada solamente".
Vivas y aplausos fueron los sonidos que acompañaron el desfile; de vez en cuando, los repiques de las campanas de los templos amplificaban la sinfonía de aquella procesión. Cuando ésta se acercó al jardín de San Francisco -contó después un testigo- "se levantó espontáneo y vibrante un intenso clamor". El aire trasladó a todos los contingentes un melodioso "¡Corazón santo, corazón santo... ! ¡tú reinarás!". Ese canto "iba batiendo los vientos, iba siendo aplaudido y sentido por innumerables personas que de balcones y casas no dejaron de aplaudir a la manifestación por las calles que pasaba".45 El recorrido finalizó a la entrada de la Catedral. Los primeros contingentes ocuparon la nave central; los siguientes se instalaron en la de la derecha, "o sea la de Santa Rosa", y los últimos se colocaron en la izquierda, "o sea [la] de San Pedro".
En la Ciudad de México, la banda de música ejecutó piezas compuestas para la ocasión: temas que, por ser inéditos, carecían de una carga simbólica; carga con la que contaba el himno al Sagrado Corazón. Algunos periódicos reportaron que los católicos entonaron el himno al Sagrado Corazón de Jesús, ante la mofa de los "liberales", a quienes, por cierto, las mujeres aporrearon con sus rebozos.46 La imagen de un rebozo de bolitas, usado a manera de arma para defenderse de las burlas de "los liberales", muestra a mujeres de otra clase social que también terciaron en la procesión, pero que no aparecen mencionadas entre los miembros oficiales del contingente.
La marcha redundó en un proceso contra Orozco y Jiménez, el presbítero Antonio Correa y los diputados católicos: todos ellos, acusados de violar las Leyes de Reforma mediante la procesión. Sobre la cabeza de Orozco y Jiménez cayó una multa de 500 pesos.47 Ese mismo 11 de enero, por la noche, los "liberales" prepararon una contramanifestación, anticipando la venia del gobierno estatal, para protestar contra los católicos.48 "Dos numerosos grupos de liberales recorrieron las principales calles de la ciudad en contramanifestación", lanzando "gritos ¡de Viva Juárez y nuestras leyes!". Un grupo pidió a la banda de música, situada en la Plaza de la Constitución, que tocara "el Himno a Juárez, lo que se hizo inmediatamente".49 El Himno a Juárez lo había compuesto Miguel Meneses en 1866.50 Católicos y liberales tapatíos pelearon con los himnos de sus credos. Por la noche del domingo 11 de enero, se escuchó: "¡Viva Juárez! Mil ecos repitan, / porque Juárez la patria nos dio. / Y ya rotas las férreas cadenas / impotente el tirano partió".
El arzobispo de México, José Mora y del Río, intentó que Orozco y Jiménez se "entendiera" con el Gobernador. Con su metáfora, el de México recomendaba al de Guadalajara que se disculpara con el gobernador López Portillo: "Cuanto me alegraría que, haciendo a un lado toda consideración, se entendiera con el señor Gobernador, le diera ocasión de salir del paso y terminara todo en santa paz".51 El arzobispo de México y los católicos tapatíos tuvieron oportunidad de constatar el carácter vehemente de Orozco y Jiménez: no se entendió con el señor Gobernador. Por su parte, los liberales tapatíos admitieron que a López Portillo y Rojas le escaseaban "las aptitudes necesarias para ser el jefe de un Estado, porque carece de las energías necesarias, pues si las tuviera no se atreverían a mofarse de él descaradamente los eternos enemigos de nuestras instituciones".52
Segundo análisis
Más allá del propósito expiatorio y reparador del culto que la procesión pudo tener en su origen, es evidente que, en Guadalajara, los católicos la organizaron para pedir por la paz. Petición que resultó -de manera no anticipada- en su opuesto. El incidente despertó el interés de la prensa de la Ciudad de México,53 y su difusión contribuyó a que el tema se mantuviera vigente de enero a marzo de 1914. Según reportó el periódico El Abogado Cristiano, órgano oficial de la Iglesia metodista episcopal en México, en Guadalajara se "salieron de tono los católicos y no guardaron las apariencias, aquello fue lo que en México se ocultó con más maña: una manifestación política y religiosa".54
Durante esos tres meses, los rumores acerca del cambio obligado de Orozco y Jiménez de sede arzobispal crecieron al día. Orozco y Jiménez viajó a la Ciudad de México y permaneció allí durante enero y parte de febrero. Mientras se entrevistaba con "el delegado apostólico y con el señor Mora y del Río",55 la prensa hablaba de un supuesto proceso eclesiástico. Por su parte, el jueves 12 de febrero, López Portillo y Rojas pidió licencia del cargo de gobernador para desempeñarse, días después, en la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de Victoriano Huerta.
La imagen que de Orozco y Jiménez construyeron los periódicos, entre enero y febrero, fue la de un procesado eclesiástico. Y para que esa imagen correspondiera con la dimensión de los actos juzgados, se presentó a Orozco y Jiménez como autor de un "grave delito, por haber infringido una ley civil establecida y sancionada por los poderes legales, y que prohíbe el culto externo".56 Así, El Imparcial rescató para sus lectores la breve historia de Orozco y Jiménez: señaló el descontento que su nombramiento como arzobispo de Guadalajara despertó entre los eclesiásticos, y cómo sus "influencias en el Vaticano" le valieron para obtener la arquidiócesis.
En resumen, durante el breve periodo que llevaba al frente de la arquidiócesis de Guadalajara, Orozco y Jiménez se caracterizó, según El Imparcial, "por frecuentes conflictos con la prensa tapatía y con las autoridades, conflictos que culminaron en la manifestación [del 11 de enero], a la que [el Arzobispo] quiso dar el carácter de un triunfo religioso".57 Otro retratista mostró a Orozco y Jiménez al frente de los participantes de la marcha, "en abierta rebeldía", y cómo había salido "a las calles, acaudillando una procesión, para insultar a nuestros héroes y a las leyes del país".58 Nótese el peso que la palabra acaudillar otorga a la procesión. Al Arzobispo se le pintó aquí como a un cabecilla al frente de un contingente de sublevados.
Los rumores en torno a la separación de Orozco y Jiménez de la arquidiócesis de Guadalajara permitieron a los periódicos asentar versiones que tenían que ver más con la personalidad arrebatada del Arzobispo que con informes verídicos sobre sus andanzas. Se aseguró entonces que no regresaría más a Guadalajara; que, con su alta investidura, pasaría a ocupar otra diócesis, la que determinara Pío X. Otra historia se tejió a la par del conflicto entre el Gobernador y el Arzobispo: una de supuestas intrigas contra Orozco y Jiménez al interior de la arquidiócesis tapatía.
En distintos momentos de crisis, las fracturas de la Iglesia católica en México han sido evidentes, lo que recuerda que ella no es monolítica como se ha sostenido. James W. Wilkie sugiere que ni Iglesia ni Estado son monolíticos, a diferencia de lo que muchos autores opinan.59 En 1914, los capitulares usufructuaron el conflicto de la coronación del Sagrado Corazón de Jesús para manifestar su descontento contra Orozco y Jiménez. Una vez que el Arzobispo salió de Guadalajara, a los pocos días de la procesión, y se instaló en la Ciudad de México, se enteró de que ciertos capitulares estaban en su contra y sospechó el Arzobispo que del interior de la arquidiócesis brotaban informes que alimentaban a la prensa de esos días.
En el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara se encuentran las cartas que varios personajes de la Iglesia contestaron al Arzobispo; en éstas, se entrevé el desasosiego de Orozco y Jiménez por conocer quién o quiénes urdían la trama de esta segunda historia política que había provocado la procesión. Una de las cartas, signada por Francisco Quintero, oficial de la secretaría de la Sagrada Mitra, le remitió informes acerca de la animadversión de ciertos sacerdotes. También le envío cartas familiares y la correspondencia que el Arzobispo cruzó en su momento con el Gobernador, además de los objetos catedralicios para oficiar. Quintero observó que el asunto de la procesión descubrió los verdaderos sentimientos de un grupo en contra de su arzobispo: uno reticente a compartir la decisión del Vaticano de que Orozco y Jiménez condujera el arzobispado de Guadalajara.60
Por su parte, el prebendado Arcadio Medrano, quien era parte del Cabildo Catedralicio, ante la carta inquisitiva del Arzobispo, contestó que carecía de datos precisos acerca de una "conspiración". Tan sólo había escuchado rumores. Esos cuchicheos parecían confirmar que del seno de la curia tapatía brotaba información para la prensa: "teniendo en cuenta muchas razones, me parece enteramente fuera de duda, que hay manos clericales que mueven activamente a los periódicos malos contra V.S., sin embargo, con certeza no sé de nadie absolutamente y sólo rumores me han llegado".61 Medrano corroboró la sospecha del Arzobispo: varios capitulares estaban en desacuerdo con que se llevara a cabo la procesión una vez que el Gobernador la prohibió. Aún más, dentro de la arquidiócesis, un grupo rechazaba al Arzobispo y anhelaba que el asunto de marras fuera el motivo para que Orozco y Jiménez dejara la arquidiócesis.
Reflexiones
La primera conclusión que nos provee la manifestación en Guadalajara es cómo un conflicto local traspasa las fronteras municipales para convertirse en uno de alcance nacional. Coincidentemente, en febrero de 1914, días después de la procesión, el gobernador José López Portillo y Rojas y el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez estaban separados o alejados de sus cargos.62 Si atendemos a las declaraciones de la prensa, "la separación del señor López Portillo se debe a gestiones hechas en la capital de la República por el arzobispo Orozco y Jiménez".63 Sin embargo, el cambio del gobernador de Jalisco lo decidió Huerta, quien resolvió que López Portillo dejara de ser el gobernador, pero "no para complacer a los revoltosos, sino todo lo contrario [...] porque no se atrevió a imponerles su autoridad con el rigor debido".64
La segunda conclusión que arroja la manifestación es que en épocas de crisis se muestran las fracturas de la, en apariencia compacta, Iglesia católica en México. El lunes 16 de febrero de 1914, Orozco y Jiménez bajó pausadamente los escalones metálicos del vagón de pasajeros, después de que su tren se detuviera y se llenara de humo la estación de Guadalajara. Tan sorpresivo y asombroso fue su regreso que "encontró la estación desierta".65 La silenciosa llegada de Orozco y Jiménez a su arquidiócesis contrastó con la euforia que los lectores del periódico católico El Regional advirtieron: en varias páginas consecutivas, ojearon el voto de adhesión de diferentes hombres de la Iglesia al Arzobispo. Durante semanas continuas, El Regional imprimió los nombres de quienes temían que su arzobispo los tildara de traidores.
En cambio, el Cabildo Catedralicio imprimió en un oficio su lealtad al Arzobispo. En ese voto, los capitulares señalaron que se les acusaba de intrigar contra el Arzobispo; para demostrar su fidelidad, estamparon su nombre y rasgaron el papel con su rúbrica: "publicamos esta manifestación para cerrar, de una vez, la puerta a las escandalosas murmuraciones que se han venido haciendo, en estos días, de esta [venerable] Corporación".66 Una vez Orozco y Jiménez en su arquidiócesis, el clero, además de atrancar de golpe la puerta a los rumores, cerró filas en falso ante el Arzobispo. El eco de la procesión para consagrar a México al Sagrado Corazón de Jesús, en la arquidiócesis de Guadalajara, chocó con obstáculos políticos y eclesiásticos. Ese eco le regresó al Arzobispo las voces multiplicadas de sus detractores. La resonancia regresó "hasta el lugar donde se había emitido": la arquidiócesis tapatía, y la escuchamos también quienes "leemos", décadas después, la procesión.