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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.60 México ene./jun. 2023  Epub 13-Feb-2023

https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.444 

Ensayos

¿E. P. Thompson althusseriano? Elementos para radicalizar la tesis Sewell en torno a las contradicciones entre teoría y práctica historiográfica en la obra del historiador británico

E. P. Thompson Althusserian? Elements to Radicalize the Sewell Thesis Around the Contradictions between Historiographical Theory and Practice In the Work of the British Historian

Nicolás Cosic* 

*Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) Argentina. Correo: n.cosic04@gmail.com


Resumen

En el presente artículo buscamos demostrar que la hipótesis de William H. Sewell Jr., según la cual en la obra de Edward P. Thompson se encuentra una clara contradicción entre su teoría de la historia y su práctica historiográfica, puede extenderse hacia diferentes dimensiones no indagadas por el autor, particularmente en los niveles epistemológico y metodológico. Nuestra propuesta consiste, entonces, en “radicalizar” la tesis Sewell, al punto de preguntarnos si la contradicción hallada podría implicar una confluencia entre Thompson y su contrincante teórico y político, Louis Althusser, incluso en sus respectivas nociones de sujeto.

Palabras clave: teoría de la historia; práctica historiográfica; E. P. Thompson; Louis Althusser

Abstract

This paper aims to show that William H. Skewell Jr.’s hypothesis, according to which in the work of Edward P. Thompson there is to be found a glaring contradiction between theory of history and historiographical practice, can be extended to different dimensions of inquiry not taken into account by the author, particularly on the epistemological and methodological levels. Hence, our approach consists of “radicalizing” Sewell’s thesis, to the point of asking ourselves whether the contradiction found implies the existence of a confluence between Thompson and his theoretical and political opponent, Louis Althusser, which would even extend into their respective notions of the subject.

Key words: theory of history; historiographic practice; E. P. Thompson; Louis Althusser

Proponemos a continuación algunos elementos para comenzar a indagar las zonas de clivaje entre la teoría de la historia y la práctica historiográfica en la obra de Edward Palmer Thompson (EPT en adelante). En primer lugar, realizaremos una muy breve reposición histórica de la aparición de los textos más estrictamente reflexivos del corpus thompsoniano y justificaremos la selección y análisis de un artículo escrito por William H. Sewell Jr., hace ya tres décadas, que todavía sigue siendo muy fructífero en lo que respecta a nuestro objeto de estudio, ya que permite, además, sintetizar gran parte de los análisis que se realizaron sobre esta temática específica. En segundo lugar, formularemos e intentaremos demostrar nuestra primera hipótesis, consistente en afirmar que el análisis de Sewell puede ser “radicalizado”, en tanto posibilita la detección de ciertas características contradictorias recurrentes en la intersección de reflexividad y práctica empírica de nuestro historiador. Mientras Sewell señala que la ya clásica polémica de EPT con Louis Althusser oculta algunas importantes confluencias entre ambos autores en lo que respecta a ciertos postulados teóricos ontológicos, lo que daría por resultado una tensión manifiesta en la intersección señalada, nosotros sostenemos que dicha tensión también se presenta, de forma homóloga, en los niveles estrictamente epistemológico y metodológico. Por último, mencionaremos algunos indicios que podrían justificar la formulación de una segunda hipótesis, poniendo en cuestión incluso la demarcación del límite que efectúa Sewell entre la teoría “implícita” de Thompson y las formulaciones althusserianas, esto es, la frontera que el autor remarca en lo que respecta a las nociones de sujeto subyacentes en ambos corpus.

1. Algunos textos fundamentales

En 1978, EPT publicó Miseria de la teoría,1 ensayo que puede considerarse como una síntesis teórica o reflexiva de su propio derrotero, fundamentalmente en torno a sus debates con el supuesto “teoricismo ahístórico” de la “segunda” nueva izquierda británica, representada por la New Left Review (NLR). En esta obra -como diría José Sazbón: un verdadero discurso del método historiográfico-2 EPT desarrollará teóricamente tanto su concepción de la disciplina histórica y el marxismo en general, como sus observaciones y posiciones respecto de la militancia socialista. Todo esto sería desplegado estratégicamente a través de la crítica hacia quien consideraba como el artífice principal de aquel teoricismo idealista: Louis Althusser. La recepción de la teoría del filósofo francés por parte de la NLR era, para Thompson, todo un símbolo de la deriva estalinista de esta segunda nueva izquierda: desvío teórico, por un lado, en tanto profesaba un estructuralismo determinista alejado, además, del trabajo con datos empíricos; desvío práctico, por el otro, en tanto rechazaba el humanismo y la dimensión moral de la práctica socialista. Ambos desvíos, según EPT, confluían necesariamente en la negación de la human agency: todo el curso histórico aparecía, así, determinado de antemano.

Thompson intentará encontrar una explicación tanto histórica como sociológica de la emergencia del estructuralismo marxista como corriente teórica,3 y terminará su ensayo declarándole una guerra total a este marxismo “mecanicista”. Ante este llamado beligerante, Perry Anderson responderá con la publicación de Teoría, política e historia.4 Pero este cruce no fue más que el clímax de un debate que se iniciaría casi dos décadas atrás, con la aparición en la NLR de una serie ensayos del mismo Anderson y su colega Tom Nairn, que intentaban analizar las raíces histórico-estructurales de la nueva coyuntura económica y socio-política británica de la primera mitad de los años 1960.5 EPT, por su parte, había elaborado ya en 1965 una respuesta feroz (“The Peculiarities of the English”) ante lo que él concebía como una simplificación de la historia inglesa, producto del “ansia de un platonismo puro”.6

“Las peculiaridades de lo Inglés” constituye uno de los textos fundamentales para comenzar a analizar el despliegue de una reflexividad teórica en torno a los presupuestos ontológicos, epistémicos y metodológicos sobre los cuales EPT dice proceder en su práctica historiográfica. No se trata, por cierto, del primer texto autorreflexivo de Thompson en tanto historiador. Pero hay que remarcar que hasta 1963, antes de publicar su obra maestra, La formación de la clase obrera en Inglaterra,7 EPT había publicado una sola obra historiográfica, su William Morris,8 y ni siquiera había proyectado dedicarse profesionalmente a la historia:9 su escritura era fundamentalmente política.10 Pero sería luego de publicar La formación -obra que lo llevaría de un salto al mundo de las referencias historiográficas internacionales- que su reflexividad teórica en torno a la práctica historiográfica se haría permanente y más explícita en diferentes artículos y ensayos, e incluso al interior de la misma obra historiográfica.

Resulta imprescindible señalar, igualmente, que la mayoría de los textos explícitamente reflexivos de nuestro historiador se enmarca en su polémica con Anderson y Althusser. Y lo señalamos porque, lejos de quedar reducida a estos nombres, a lo largo de dos décadas (y más también) fueron muchos los autores que intervinieron en lo que podemos denominar el “debate Thompson”. Y fue esta misma polémica la que, en gran medida, hizo correr ríos de tinta en torno a su obra, aun hasta el día de hoy. Más allá de las confrontaciones y defensas acríticas de la perspectiva thompsoniana (Keith McClelland, Gavin Williams,11 Josep Fontana,12 etc.), hubo varios intelectuales -incluso “thompsonianos”- que destacaron con sutileza argumentativa ciertas contradicciones insalvables tanto en las formulaciones teóricas de Thompson como en su práctica historiográfica, pero también -y esto es lo que más nos interesa-, ciertas incompatibilidades o incongruencias muy llamativas entre dicha práctica empírica y sus formulaciones teóricas.13

Nos interesa detenernos, en esta instancia, especialmente en un artículo del historiador estadounidense William H. Sewell Jr., “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a la teoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera”.14 Aquí el autor realiza una muy sugerente interpretación respecto de lo que nosotros entendemos por “zona de clivajes” entre teoría y práctica historiográfica, detectando algunos desfases importantes entre ambos polos de la producción thompsoniana. Además, al ser un artículo publicado en 1990, permite sintetizar ciertas observaciones críticas elaboradas previamente por otros autores, e inclusive, como veremos, ciertos lineamientos analíticos que se profundizarán en los siguientes años en diversas obras y artículos en torno a estas contradicciones.

Empecemos, entonces, por reponer las observaciones de Sewell.

2. ¿El althusserismo de Thompson?

Sewell señala algo muy importante a tener en cuenta a la hora de analizar La formación. En primer lugar, en este texto:

Thompson evita hacer explícita su teoría acerca de la constitución de la clase. Era un momento en el que se hallaba en plena escapada del formalismo estalinista y no quería que sus lectores pudiesen reducir su libro a un conjunto de propuestas abstractas.15

A su vez, paradójicamente, “su única declaración teórica explícita en el libro -su prefacio- ha tenido una enorme influencia”.16 Sin embargo, para Sewell, lo más relevante de esta observación es que entre el prefacio (y las reformulaciones o reajustes teóricos subsiguientes, sobre todo en Miseria), por un lado, y la escritura de La formación y otras obras historiográficas en general, por el otro, existen claras incompatibilidades. Para el autor, EPT, a la hora de poner en marcha su práctica empírica, despliega una gran cantidad de nociones y presupuestos implícitos que se contradicen con sus declaraciones teóricas.

En lo que respecta, entonces, a la dimensión teórica de la obra de EPT -en este caso, en términos de Chris Lorenz, a aquella dimensión de la teoría de la historia que refiere a cuestiones ontológicas-,17 Sewell destaca las cuatro formulaciones esenciales presentes en el famoso prefacio:

  • 1) La clase obrera es un fenómeno histórico: “Para Thompson la clase existe solamente en el tiempo y, en consecuencia, sólo puede conocerse históricamente. Los enfoques de la clase no históricos distorsionan de manera irremediable, quizás incluso borran por completo, su objeto de estudio”.

  • 2) La clase es el resultado de la experiencia.

  • 3) Los trabajadores participan activa y conscientemente en la formación de la clase. Esto está ligado, obviamente, a una de las nociones centrales de EPT: la agency.

  • 4) La clase se define por la conciencia. Es decir: “No es la identidad ‘objetiva’ de intereses lo que conforma una clase sino más bien el hecho de percibir y articular tal identidad. Si no hay conciencia, no hay clase”.18

Una vez expuestas las cuatro coordenadas fundamentales de la teoría de la historia thompsoniana (al menos en lo que respecta a su principal objeto de investigación, es decir, al fenómeno de aparición histórica de la clase obrera), Sewell intenta señalar las inconsistencias de estas formulaciones y pretende demostrar que están muy lejos de constituir las herramientas teóricas de su propia práctica historiográfica. En primer lugar, en el plano teórico, EPT “afloja” las determinaciones jerárquicas del marxismo clásico, poniendo a la “experiencia” como categoría mediadora entre el ser social (base) y la conciencia social (superestructura);19 asume que la experiencia está determinada20 pero no completamente por las relaciones de producción, y que la conciencia de clase, al estar mediada por la experiencia, ya queda en un plano indeterminado.21 “Su argumento deja un amplio espacio, dentro de unos límites extensamente definidos, para el ejercicio de la acción y los caprichos de la experiencia humana”.22 Aquí topamos, entonces, con los clásicos (y problemáticos) tópicos thompsonianos: las nociones de “experiencia” y “acción”, ya previamente discutidos con minuciosidad por otros autores. Sewell condensa en gran medida las críticas previas:

El significado del término “experiencia” es en sí mismo tan amorfo que resulta difícil asignarle un papel delimitado en la teoría de la formación de la clase, y Thompson todavía lo complica más al utilizarlo de una manera inconsistente y confusa. (…) en el mencionado prefacio, nos la presenta como el factor mediador entre las relaciones de producción y la conciencia de clase, o entre ‘el ser social’ y ‘la conciencia social’. El problema de esta formulación es que la experiencia parece abarcar los dos términos entre los cuales se supone que actúa como mediadora. ¿Existen las “relaciones de producción” o el “ser social” o la “conciencia” fuera de la experiencia? Cualquier “ser social” que exista fuera de ella habría de ser uno de esos tipos de estructura sincrónica que Thompson niega de un modo expreso.23

Por lo tanto, si Thompson aceptara que la experiencia de clase (esencialmente histórica) es algo distinto de, y determinado por, la estructura económica, debería admitir que la clase existe, al menos en parte, bajo una modalidad sincrónica. Pero eso es justamente lo que Thompson pretende, en teoría, negar: “Si detenemos la historia en un punto determinado, entonces no hay clases”.24 Por el contrario, si la experiencia de clase formase parte de la estructura económica, entonces EPT debería admitir que la clase existe antes de la conciencia de clase. Su formulación teórica, o bien no puede dar cuenta de la emergencia estructurada de la conciencia de clase, o bien deriva en la posibilidad de que la conciencia de clase pueda no “acaecer”, algo que el mismo Thompson niega rotundamente: “La conciencia de clase surge del mismo modo en distintos momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma”.25 Esta teorización, por tanto, carece en gran medida de rigurosidad y consistencia.

Con la noción de agency, a su vez, se presenta ya no sólo un problema de coherencia conceptual, sino, además, una falta total de historicidad del término. Como ya había señalado Anderson, con la profundidad analítica que lo caracteriza:

El error conceptual aquí implícito es unir bajo el rótulo único de “acción” aquellas acciones que son de hecho voliciones conscientes a nivel personal o local, pero cuya incidencia social es profundamente involuntaria (…) con aquellas acciones que son voliciones conscientes a nivel de su propia incidencia social.26

Thompson terminaba, así, homologando las características del tipo de acción consciente a “nivel personal” o “local” con las propiedades de aquellas acciones colectivas provistas de “un programa encaminado a crear o a remodelar las estructuras sociales en su totalidad”. De esta forma, terminaba cayendo en un anacronismo, ya que a nivel histórico, este último “tipo de acción es muy reciente”.27 Es por ello que Anderson reclamaba “un acercamiento histórico y no axiomático”28 al problema de la agencia.

Pero volviendo a Sewell, el problema no es que Thompson quiera dar cuenta de la existencia de sujetos activos en la historia, ni que utilice el concepto de “experiencia”, sino que, en términos teóricos, no sea capaz de dar cuenta de que se trata de fenómenos estructurados. Por lo tanto, a partir de los conceptos de experiencia y agencia, tal cual están formulados a nivel teórico, EPT no puede dar cuenta de la pura historicidad de la clase, ni de la clase como resultado consciente de la experiencia y la agencia de los trabajadores. Los cuatro ejes fundamentales de su formulación teórica resultarían ser completamente insostenibles.

Hasta aquí, Sewell comparte una serie de críticas que ya se le venían haciendo a las formulaciones teóricas thompsonianas. Pero la observación novedosa que hace el autor, como dijimos, es que dichas formulaciones se contradicen absolutamente con su explicación histórica. Es decir, nuevamente: en la práctica empírica, Thompson pondría en juego una serie de nociones que permanecen implícitas y que son incompatibles con sus intentos de síntesis teórica. En primer lugar, EPT, en su escritura histórica, demostraría que la clase está

presente en la estructura económica, independientemente de la conciencia o la falta de conciencia de clase de los trabajadores. Si las experiencias de los trabajadores producen conciencia de clase, más que cualquier otro tipo de conciencia, ello es debido a que sus experiencias son experiencias de clase. Y si éstas están determinadas, como dice Thompson, por las relaciones de producción, entonces quiere esto decir que tales relaciones de producción deben ser relaciones de producción de clase, anteriores, naturalmente, a las experiencias de clase que generan.29

La queja teórica de Thompson contra las “cripto-estructuras” althusserianas se ve refutada en su propia práctica:

En sus obras, las diversas cripto-estructuras adquieren un aspecto que es todo menos inerte, con dinámicas propias que es posible definir y con sus influencias particulares e inconfundibles. Esto se pone quizá más de manifiesto en Whigs and Hunters, donde la elocuencia con que Thompson encomia el “imperio de la ley” viene justamente a confirmar que la ley tiene su propio peso causal en la historia.30

Sewell señala que la misma observación es válida para La formación: tanto la tradición de Tom Paine, el metodismo, las instituciones de solidaridad de oficio, etc., son todas fuerzas causales, “sistemas” con eficacia propia. Por el contrario, al catalogar todos estos niveles como

“experiencia”, se está ocultando a sí mismo hasta qué punto su obra asume implícitamente no sólo que la base de las relaciones de producción es determinante en último caso, sino también que toda una serie de sistemas culturales, institucionales y políticos relativamente autónomos son sobredeterminantes (…) Su modelo tácito social se halla en realidad muy cercano al de Althusser.31

En definitiva, para el autor, EPT no hace más que replicar, en la práctica, el modelo marxista clásico de estructura y superestructura y de tránsito de la clase en-sí a clase para-sí,32 incluso compatibilizando con los desarrollos conceptuales posteriores del estructuralismo althusseriano (con sus categorías de “autonomía relativa”, “sobredeterminación”, determinación en “última instancia”, “índice de eficacia”, etc.). Sewell, sin embargo, no rechaza el concepto de experiencia, pero propone una reformulación, acercando esta noción a la teoría social de Anthony Giddens.33 No es este el lugar para examinar dicha reformulación. Nos interesa retener el núcleo fundamental del análisis de Sewell, que consiste en remarcar que Thompson

nos cuenta de dónde proceden las personas; nos presenta invariablemente su experiencia (es decir, su respuesta mental y emocional a lo que sucede) como algo estructurado, por las relaciones de producción, por las instituciones políticas, por las costumbres, las tradiciones y los valores. Lo que le da a su retrato de la experiencia tanta fuerza persuasiva es que parte de una idea estructurada y explicable de la acción, no meramente voluntarista y misteriosa.34

En síntesis, por decirlo rápido y de manera muy esquemática: EPT sería agencialista o voluntarista en la teoría, pero estructuralista en la práctica. Y contra aquellos marxistas estructuralistas que leyeron a EPT en los propios términos teóricos explícitos de EPT, es decir, contra aquellos que sostienen que la obra de historiador británico da cuenta nula o escasamente de las determinaciones estructurales, Sewell arremete:

Cuando los críticos marxistas han acusado a Thompson de prestar insuficiente atención a los determinantes estructurales, han tenido casi siempre en mente los “económicos”. Aunque no de una forma explícita, la mayoría de los marxistas equiparan la estructura a las explicaciones económicas y la acción a las ideológicas o culturales.35

Ahora bien: ¿esto significa que Thompson, en la práctica, era althusseriano? Para Sewell, de ninguna manera. Y la diferencia, que es sustancial, reside en su teoría (otra vez, implícita) sobre el sujeto: mientras que para Althusser los sujetos son meros vectores de determinación, sometidos absolutamente a los diversos mecanismos estructurales, para EPT los sujetos poseen efectivamente capacidad de acción, en tanto son sujetos “entendidos” (fórmula que Sewell, nuevamente, toma de Giddens). Pero el problema es que la formulación teórica explícita de Thompson lo único que hace es oscurecer su concepción subyacente de sujeto, y se esmera tanto por “inflar” las nociones de experiencia y acción que termina presentando la imagen de sujetos cuasi indeterminados.36

3. Límites y potencias de la “tesis Sewell”

Si bien acabamos de hacer un resumen muy acotado de lo que ahora en más llamaremos “tesis Sewell”, el esquematismo le pertenece al historiador estadounidense: su análisis, efectivamente, es dicotómico. Por un lado, tenemos a un EPT que, en su afán de rescatar la agencia de los sujetos históricos, en el plano teórico sería incoherente, conceptualmente poco riguroso y autocontradictorio; por el otro, a un Thompson que en la práctica logra dar cuenta de las determinaciones históricas objetivas, estructurales. Nosotros compartimos, hasta el momento y en gran medida, dicha lectura, aunque podemos observar ya que esta contradicción entre teoría y práctica sólo se hace patente tras una mirada panorámica. En cuanto uno observa con más detenimiento, como veremos, se trata de una frontera que, aun siendo identificable, parece relativamente permeable. Pero lo sustancial de esta tesis queda en pie, tanto que incluso nos proponemos “radicalizarla”, partiendo de la hipótesis de que dichos desfases señalados por Sewell se replican, de manera homóloga, en muchas otras dimensiones de la obra de EPT, y que su raíz es muchísimo más profunda de lo que el mismo autor cree.

Pero antes de detenernos en los principales aspectos de nuestra propuesta “radical”, quisiéramos focalizar en el punto más oscuro de esta tesis. Se trata de su explicación o, mejor dicho, su falta de explicación. ¿Por qué Thompson cae en esta contradicción? ¿Por qué es posible advertir con cierta nitidez esa frontera contradictoria entre su práctica empírica y su reflexividad teórica? Para Sewell no pareciera ser un problema. De hecho, su respuesta es mencionada al pasar. Para él, lo único que, a nivel reflexivo, EPT “nos ofrece es, más que una alternativa teórica sistemática, un conjunto de admoniciones cuyo valor está en gran medida determinado por hallarse dentro de una polémica concreta”.37 Es decir: lo único que explica esta contradicción es la polémica política con Althusser. Es, en definitiva, una explicación coyuntural. Pareciera como si, en el caso de que EPT no hubiese tenido que discutir con Althusser, por su fuerte influencia en la “segunda” nueva izquierda británica, y si, sobre todo, no se hubiese obsesionado tanto con el filósofo francés, el historiador británico podría haber formulado su perspectiva teórica con mayor precisión, incluso, en parte, utilizando terminología althusseriana.

Sin embargo, no es extraño que Sewell asuma esta interpretación, casi como si fuese de sentido común, porque aquellos autores que previamente habían observado muchas de las contradicciones expuestas por Sewell, venían desplegando una interpretación similar, consistente en señalar la posibilidad de acercar posiciones en tanto las diferencias estaban más ligadas al “tono polémico” exagerado de Thompson que a cuestiones de fondo.38

Creemos que aquí ya hay un terreno que debe ser indagado, no darlo por cubierto de antemano. ¿Todo se reduce a una polémica política coyuntural? ¿No hay razones metodológicas en juego? ¿No había elementos contradictorios en el plano teórico y práctico más amplio del marxismo occidental? ¿Y en el marxismo a nivel global? ¿Y en la tradición de los historiadores marxistas británicos en particular? Como intentaremos comenzar a demostrar en el último apartado de este artículo, difícilmente puede reducirse esta contradicción descubierta por Sewell al mero carácter polémico de EPT.

Pero pasemos primero a indicar aquellos otros aspectos en los que podemos, de manera exploratoria, ir divisando la extensión de esta contradicción fundamental. Sewell, como dijimos, se concentra fundamentalmente en el plano ontológico de la teoría de EPT. Concentrémonos ahora en el terreno estrictamente epistemológico, donde encontramos ya una tensión bastante manifiesta. Por un lado, a nivel teórico, veremos presentarse aquello que podemos caracterizar de varias maneras como: “anti-cientificismo”, “anti-teoricismo”, “empirismo ingenuo” o, incluso, si se nos permite este término a modo de síntesis: reflexividad poética. Por otra parte, en términos prácticos, encontramos una historiografía teóricamente informada, que procede sujeta a los controles científico-académicos y que se inserta, de lleno, en el terreno de las ciencias sociales.

En primer lugar, en lo que respecta al debate epistemológico al interior del marxismo, Thompson comenzará a desplegar algunas de sus críticas fundamentales en “Las peculiaridades…”:

Los problemas más importantes que hemos encontrado tienen relación con el modelo del proceso histórico que, sin duda, deriva de Marx. [...] 1) la cuestión relativa a la utilización adecuada de cualquier modelo; 2) la metáfora de la base y la superestructura; 3) cierta dificultad en la descripción tradicional de un proceso “económico”; 4) el concepto de clase; 5) los problemas derivados de un modelo teleológico que se preocupa por las cuestiones del poder.39

EPT comienza, ya a mediados de los años 1960, a marcar cada vez mayor distancia de una cantidad creciente de elementos epistémicos, metodológicos y ontológicos propios de la obra de Marx y la tradición marxista. Si bien todavía en su Carta abierta a Leszek Kolakowski resalta su acuerdo general con la tradición, en Miseria y otros textos posteriores ya aboga por una pluralización y un rechazo casi completo de la obra madura de Marx,40 sobre todo de su primacía heurística otorgada a la base económica.41

Es sabido que Thompson estaba lejos de haber hecho una lectura sistemática de la obra de Marx (incluso de cualquier otro autor marxista).42 Hasta la misma Ellen Meiksins Wood, defensora acérrima de Thompson y su obra, señalaría que en él se presentaba una incomprensión muy dañina respecto de la crítica de la economía política, en tanto es allí, sobre su base, que se desarrollaron los marcos generales del materialismo histórico.43

Como señala César Rendueles, la condena de EPT caerá, finalmente, sobre toda la teoría social contemporánea.44 En palabras de Thompson:

Toda esa “mierda” (Geschichtenschesissenschlopff) en la que se hunden hasta el cuello tanto la sociología burguesa como el estructuralismo marxista (Dahrendorf junto a Poulantzas, la teoría de la modernización junto a la práctica teórica), ha sido defecada sobre nosotros por la parálisis conceptual, por la deshistorización del proceso y por la reducción de las clases, las ideologías, la formaciones sociales y casi todo lo demás a un inmovilismo categorial.45

Alejándose, en sus declaraciones, de cualquier teoría social con pretensiones científicas, Thompson terminará por sostener que

el conocimiento histórico puede distanciarse de otros paradigmas del conocimiento cuando se le somete a investigación epistemológica. En este sentido, estoy dispuesto a admitir que la tentativa de designar la historia como “ciencia” ha sido siempre poco provechosa y fuente de confusiones. Si Marx, y más aún, Engels cayeron a veces en este error, entonces podemos disculparnos.46

Y luego:

La noción más antigua de la historia como una de las “humanidades”, sometida a disciplina, fue siempre más exacta.47

Tras la crítica a la historia como ciencia, EPT va a sostener que la especificidad de las “nociones históricas” consiste en que “muestran una gran elasticidad y admiten muchas irregularidades”.48

Pero hay otro elemento en EPT que resulta imprescindible señalar ahora, como constitutivo de lo que denominamos reflexividad poética. A la demanda de excepción disciplinar, de una historia no sometida a reglas científicas, que pueda operar con conceptos o nociones poco rigurosas, “elásticas”, etc., Thompson le suma su obsesión con la rectificación de las metáforas. El problema central, como ya lo mencionamos, era el clásico modelo de base y superestructura. EPT señalará esta insatisfacción mucho antes de la publicación de su Magnum opus:

Éste resulta ser un modelo malo y peligroso, ya que Stalin lo usó no como una imagen de los hombres cambiando en la sociedad, sino como un modelo mecánico, operando semiautomáticamente, independientemente de la acción humana consciente.49

En diversos textos, Thompson buscará otras metáforas más “adecuadas”, como la metáfora lumínica de Marx en los Grundrisse o la de corteza/núcleo (aunque le parecía demasiado “vegetativa”), para, luego, darse por vencido: “Todas las metáforas que se nos ofrecen habitualmente tienden a conducir el entendimiento hacia formas esquemáticas y lejanas a la interacción entre ser y conciencia”.50

Entonces, ¿cómo acceder al conocimiento histórico sin una serie de categorías heurísticas rigurosamente formuladas y sistemáticamente interconectadas? Si ni siquiera hay claridad en torno a la forma en que EPT adscribe a las formulaciones teóricas de los padres fundadores del materialismo histórico,51 y es más, denuncia el “error” de haber intentado erigir una ciencia; si ni siquiera las metáforas de Marx son pertinentes; si, además, la disciplina histórica no puede construir ni operar con teorías científicas o, al menos, con categorías rigurosas... ¿Qué les queda a los historiadores? Ser “oyentes atentos y observadores minuciosos, guiados por una simpatía imaginativa hacia el pasado” como señalaría, irónicamente, Raphael Samuel.52 Sobre todo: ser “oyente”, “escuchar”, ya que, como diría nuestro historiador,

Este o aquel texto muerto, inerte, de un determinado documento no es en absoluto “inaudible”; tiene por sí mismo una ensordecedora vitalidad; se trata de voces que irrumpen clamorosas desde el pasado, afirmando sus propios mensajes, exponiendo a la luz su propio autoconocimiento como conocimiento.53

Aquí podemos detenernos, por ahora, y contrastar estos elementos teóricos con su proceder historiográfico, práctico. En primer lugar, hay que tener en cuenta que, a pesar de su relación conflictiva con el “academicismo” universitario, EPT “respeta -más allá del tono apasionado de muchos de sus escritos- las convenciones formales requeridas para su reconocimiento académico”.54 Por otra parte, sus reconstrucciones históricas, si bien están claramente marcadas por una impronta narrativista, podemos sostener que no presentan inhibiciones a la hora de habilitar análisis sincrónicos, sociológicos. El mismo Sewell, para reforzar su tesis, señala un ejemplo muy concreto de La formación: cuando EPT analiza a los artesanos londinenses de la primera y segunda década del siglo XIX. Pero se podrían citar muchísimos otros ejemplos en todos sus trabajos propiamente históricos: una clara radiografía sociológica de William Morris al comienzo de su primer obra historiográfica; la aplicación de su noción de “campo de fuerza social” en sus estudios sobre el siglo XVIII, o, más particularmente, su descripción de las determinaciones económico-estructurales que afectaron a la disciplina del trabajo -y a la percepción del tiempo de la clase trabajadora- en su magnífico ensayo “Tiempo, disciplina y capitalismo industrial”,55 etc. Y difícilmente aquellos análisis sociológicos podrían realizarse sin la puesta en práctica de un acervo teórico y conceptual proveniente no sólo del marxismo (relaciones de producción, explotación, lucha de clases, hegemonía, etc.) sino de las ciencias sociales en general: el rechazo agresivo de la sociología a nivel teórico explícito nunca podría explicar su utilización, por poner sólo un ejemplo, del concepto bourdiano de habitus.56

Por otra parte, puntualizando en la permeabilidad de esta frontera entre lo teórico y lo práctico, también podemos demostrar que en el mismo EPT, aunque de manera menos clara, su reflexividad epistemológica no es pura jerga anti-teoricista. En “Las peculiaridades…” Thompson sostendrá:

La Historia no se convierte en historia hasta que hay un modelo: en el momento en que se introduce la noción más elemental de causalidad, proceso o establecimiento de pautas culturales, se asume algún tipo de modelo [...] ¿Podemos [por tanto] precindir de todo modelo? Si lo hiciéramos, dejaríamos de ser historiadores, o nos convertiríamos en esclavos de algún modelo apenas conocido por nosotros, situado en alguna área inaccesible del prejuicio. La cuestión es, más bien, ¿cómo se puede utilizar correctamente un modelo?57

El problema es que, como sabemos, EPT estaría lejos de formular un modelo teórico coherente, sistemático. Pero, a su vez, no siempre formularía puras reflexiones apologéticas del empirismo ingenuo:

El que los hechos estén ahí, inscritos en el registro histórico, con unas propiedades determinadas, no supone, naturalmente, que estos hechos revelen sus significados y sus relaciones (el conocimiento histórico) por sí mismos, e independientes de todo tratamiento teorético. Pocos empiristas sostendrían este punto de vista.58

La paradoja, en este caso, es que esta observación tan sencilla se acerca mucho (aunque utilizando terminología técnica mucho más robusta) a las formulaciones epistémicas althusserianas.

Creemos que hasta aquí ya tenemos algunos cuantos elementos interesantes sobre los cuales seguir indagando, pero que hasta el momento demuestran que la contradicción fundamental descubierta por Sewell se replica también con fuerza en el nivel estrictamente epistemológico. Nos resulta sumamente sugerente remarcar, en esta instancia, la sutil observación que hace Francisco Sebares respecto de que EPT, al interior de la tradición marxista, aplica una “estrategia centrifugadora” a nivel teórico que contrapesa con una “fuerza centrípeta” patente en su práctica historiográfica.59 Lo interesante sería poder estipular, en próximos avances de nuestra investigación, cuál de las dos fuerzas -la explícita o la implícita, la (anti)teórica o la científica, la poética o la estructural, etc.- terminó pesando más tanto en su propia obra como en relación al marxismo y las diversas apropiaciones historiográficas, sin dejar de contemplar sus ecos en otras ciencias sociales.60

Concentrémonos ahora en el plano más estrictamente metodológico.

4. El historiador y el filósofo frente al método dialéctico: una clave

Nos preguntábamos anteriormente si una de las razones de esta contradicción thompsoniana que estamos estudiando (consistente en divergir en forma -a nivel teórico- pero coincidir en contenido -a nivel práctico- con algunas de las formulaciones althusserianas), no debía buscarse también en el terreno específicamente metodológico. Demostraremos, al menos, que aquí se encuentra una nueva coincidencia entre el historiador británico y el filósofo francés, lo que refuerza nuestra hipótesis en torno a la tesis Sewell. Sin rodeos: se trata del rechazo de la conexión Marx-Hegel, fundamentalmente en lo que respecta al método dialéctico.

En primer lugar, cabe remarcar lo llamativa que resulta la forma en que el historiador británico intentó identificar a Althusser con una suerte de marxismo hegeliano irreconocible. En Miseria sostendrá: “‘El Marx de los Grundrisse, la noción de ‘inmanencia’ del capital, contienen una premonición de Althusser”.61 ¿En qué sentido esta noción anticiparía las fórmulas althusserianas? Para Thompson resulta evidente: esta noción implica “reducir todos los fenómenos sociales e intelectuales a ‘efectos’ de un ‘modo de producción’ esencialista y metafísico”.62 En su crítica al sociólogo Simon Clarke, por ejemplo, EPT va a afirmar que “la noción esencialista de ‘inmanencia’” consiste en suponer que las formas ideológicas, culturales, políticas, jurídicas, etc., son siempre “formas desarrolladas” de las relaciones de producción de una sociedad.63 Esto, para nuestro autor, no es otra cosa que reducir toda la historia al factor económico, y en el caso del estudio de la sociedad contemporánea, implica reducir el capitalismo al modo de producción capitalista. De esta forma, “con la substitución de un par de letras pasamos de un adjetivo caracterizador de un modo de producción (…) a un substantivo que describe una formación social en la totalidad de sus relaciones”.64 En síntesis, la operación “metafísica” al- thusseriana consistiría en convertir a la estructura del capital en una especie de “Dios”,65 y es por eso que EPT sostiene que se trata de un sistema teórico de “clausura”, “inexorable”, que postula “un proceso programado dentro de una estructura, un planetario que gira por obra de una mano oculta”.66

No es que EPT no haya estado al tanto de la profesión de fe anti-hegeliana de Althusser. Lo que queda claro, sin embargo, es que nunca le creyó, fundamentalmente en lo que respecta al denunciado pre-determinismo de su teoría. Thompson fue intransigente: “Tampoco es una garantía contra la teleología -como parece suponer Althusser- reducir el proceso a la inmovilidad”.67 Pero no se trata, en este caso, de lo que nuestro historiador haya sospechado, sino de las pruebas de esa sospecha, es decir, lo que Althusser efectivamente formuló en términos teórico-metodológicos y si, en definitiva, fue coherente con sus objetivos o no. En este sentido, seguimos los señalamientos de Anderson en Teoría, política e historia. Primero, en lo que respecta a la denuncia de la mutilación del objeto histórico por el “inmovilismo” estructural,

su aversión [la de EPT] al lenguaje de Althusser es tal que aquí realmente malinterpreta lo que de hecho se dice. Althusser intenta una definición más sustantiva del objeto de la historia: un hecho histórico es ‘el que produce una mutación en las relaciones estructurales existentes’ (…) En su ira hacia la expresión ‘relaciones estructurales’, Thompson pasa por alto lo que constituye la clave de la definición a la que está atacando: el término ‘mutación’. La fórmula de Althusser hace correctamente hincapié en el cambio, y no en la estabilidad, tal y como imagina Thompson.68

En segundo lugar -y esto fortalece la tesis Sewell-, con respecto a la supuesta reducción del capitalismo al capital, o, en términos más generales, de la formación social a la estructura de un modo de producción determinado, Anderson es aún más incisivo:

Debe decirse que de toda la extensa lista de acusaciones de la que es objeto Althusser en The poverty of theory, ésta, en particular, es una de las más sorprendentes. Pues fueron Althusser y Balibar quienes precisamente inventaron la distinción entre modo de producción y formación social que Thompson emplea ahora en contra suya. La noción de formación social era de uso poco o nada corriente en el marxismo antes de Althusser. ¿Por qué comenzó a introducirla en Pour Marx en vez de ‘sociedad’? Porque el término habitual sugería una simplicidad y una unidad engañosa, que él intentaba recusar (la noción hegeliana de una totalidad circular y expresiva).69

En definitiva, las nociones que EPT le imputa a la teoría althusseriana de la historia (inmovilismo, inmanencia, teleología, economicismo, etc.), o bien son completamente injustificadas y caricaturescas, o bien le pertenecen a un marxismo de corte hegeliano que reside en las antípodas de las formulaciones de Althusser, quien desarrolló todo su arsenal teórico para intentar separar a Marx de cualquier resabio de la dialéctica de Hegel. Incluso un historiador relativamente cercano a Thompson como lo fue Hobsbawm, lo pudo reconocer muy claramente. Para él, Althusser realizó

una crítica brillante de las vulgares concepciones marxistas sobre la ‘base’ y la ‘superestructura’, y una formulación satisfactoria de su interacción […] la obra de Althusser pone de manifiesto, si es que aún hacía falta, la notable potencia teorética de Marx como pensador, su estatus y originalidad como ‘filósofo’ en el sentido técnico de la palabra, y expone de manera persuasiva que está lejos de ser un mero Hegel traspuesto del idealismo al materialismo”.70

En la crítica del determinismo, del economicismo, del esencialismo, de la causalidad entendida en términos de “expresión”, o en el rechazo de conceptos tales como “necesidad”71 o “esencia”, etc., Althusser y Thompson comparten más de lo que se podría sospechar a primera vista. A su vez, el imperativo de un método científico, sistemático, omnicomprensivo, que para Thompson era una “herejía”, estaba lejos de pertenecer a Althusser. Como señala Benítez, resulta bastante difícil de demostrar que

esta idea pertenezca en exclusiva, dentro de la tradición marxista, al marxismo de los años sesenta que se desarrollaba en Francia (Althusser), sino que es la idea que dirige todo el proyecto teórico de Marx, heredero indiscutible de Hegel, contra la que reaccionó muy violentamente Althusser al final de su vida.72

Para aclarar algo de esta confusión teórico-metodológica, concentrémonos puntualmente en el término “inmanencia”. Dicho término, en Althusser, refiere a una causalidad de corte spinozista, una causalidad estructural no expresiva. En palabras de Althusser:

La estructura no es una esencia exterior a los fenómenos económicos que vendría a modificar su aspecto, sus formas y sus relaciones y que sería eficaz sobre ellos como causa ausente, ausente ya que exterior a ellos (…) Esto implica, entonces, que los efectos no sean exteriores a la estructura, no sean un objeto, un elemento, o un espacio preexistentes sobre los cuales vendría a imprimir su marca; por el contrario, esto implica que la estructura sea inmanente a sus efectos, causa inmanente a sus efectos en el sentido spinozista del término, de que toda la existencia de la estructura consista en sus efectos, en una palabra, que la estructura no sea sino una combinación específica de sus propios elementos, no sea nada más allá de sus efectos.73

Como señala Rodrigo Steinmberg, esta noción de inmanencia reside en la base del concepto althusseriano de sobredeterminación del todo social, el cual, a su vez, “supone que cada una de las instancias que en ella se relacionan tiene su propia consistencia, su propia densidad (y por eso no pueden ser tratadas, ninguna de ellas, como fenómeno de otra)”.74 De esta forma, la apropiación de Spinoza “tuvo por norte producir una dialéctica que no sufra de la teleología que según Althusser aqueja a la filosofía hegeliana”.75 El punto nodular de la crítica de Althusser al método dialéctico de Hegel es la crítica de la “negación de la negación», es decir, el rechazo de la posibilidad de concebir un principio o contradicción simple que, guiándonos en su autodesarrollo, vuelva a sí misma de manera más enriquecida, sintetizando sus contradicciones. Así lo aclara en “Contradicción y sobredeterminación”:

las “diferencias” que constituyen cada una de las instancias en juego (…) al fundirse en una unidad real, no se “disipan” como un puro fenómeno en la unidad interior de una contradicción simple.76

Y en “Sobre la dialéctica materialista”:

la “diferencia” de las contradicciones (que exista una contradicción principal, etc.; y que cada contradicción tenga un aspecto principal) es la condición misma de existencia del todo complejo. Más claro, esta proposición implica que las contradicciones “secundarias” no son simplemente un fenómeno de la contradicción “principal”, que la principal no es la esencia y las secundarias unos de sus tantos fenómenos (…) Las “relaciones de producción” no son un simple fenómeno de las fuerzas de producción: son al mismo tiempo su condición de existencia; la superestructura no es un mero fenómeno de la estructura, es al mismo tiempo su condición de existencia.77

Estos son, en definitiva, si bien de forma muy resumida, los principales aspectos de la reflexividad althusseriana en lo que respecta a la dialéctica hegeliana y su intento de demarcación de la dialéctica marxista. Y cabe aclarar que la crítica de la Aufhebung hegeliana será, además, una constante en toda su obra, desde los textos clásicos hasta los escritos tardíos.78 Pero, ¿qué nos dice Thompson respecto del método de Marx, es decir, respecto de la dialéctica? Para empezar, admite no tener las suficientes competencias para hablar del asunto, aunque, inmediatamente después de sincerarse, sostiene: “Soy de la opinión de que sólo puede avanzarse en la comprensión de la dialéctica si se prohíbe de un modo absoluto la mención del nombre de Hegel”.79 Luego, al desdén manifiesto sobre los estudios positivos en torno a la relación Marx-Hegel, EPT le suma definiciones que nuevamente recaen en el marco general de lo que denominamos reflexividad poética. La dialéctica sería “el modo de aprehensión de un acaecer fluyente y contradictorio”,80 un “modo de aprehensión de un proceso ‘de dos filos, de dos caras’”.81 Y no sólo eso, sino que resultaría beneficioso olvidarse de Hegel y poner en su lugar a… ¡William Blake!:

la dialéctica no fue una propiedad particular de Hegel. Blake nos da testimonio de una tradición hermética muy vieja, a veces respetable, a veces arcana -que a menudo fue una tradición de poetas- que trataba de articular modos de aprehensión apropiados para una realidad que siempre estaba fluyendo, en conflicto, en declive y en devenir. (…) Hay que admitir que Hegel fue el vector a través del cual esta tradición fue transmitida a Marx, y podemos admitir que esta transmisión fue una herencia ambigua y que el intento de Hegel de objetivar un modo de aprehensión en leyes no era válido. (…) Estoy sugiriendo que Hegel enturbia nuestra visión. Se coloca entre nosotros y la luz. Si lo dejamos de lado, podremos con mayor facilidad mirar directamente la dialéctica. No estoy seguro de lo que vamos a ver, salvo que no será ciertamente la contradicción tomada en una posición estacionaria.82

En manos de Thompson, el método dialéctico pasa de ser un método científico a convertirse más bien en una intuición (¿poética?), un modo de aprehensión declarado impotente, a priori, para el descubrimiento de leyes históricas. Si a esto le sumamos su reclamo de contrastación empírica, podemos coincidir con Sazbón en que la vía metodológica thompsoniana conduce directamente a “identificar el materialismo histórico con una autocorrectiva práctica historiográfica”.83

Recapitulemos, entonces, los pasos de la crítica teórico-metodológica de EPT a Althusser: 1) Denuncia (injustificada) de la existencia de una continuidad entre la teoría althusserianas y varias de las nociones centrales del corpus hegeliano. 2) Un rechazo de la herencia hegeliana para la comprensión del método de Marx; y 3) una propuesta de clarificación de la dialéctica a partir de una tradición (“a menudo de poetas”) encarnada por Blake. Hasta aquí, tanto el primer punto como el tercero, ocultan el núcleo central de la confluencia: el rechazo de la conexión Marx-Hegel y la inclinación, en consecuencia, por una dialéctica sobredeterminista (sea como “diálogo” de base y superestructura o de ser social y conciencia social). Y esto nos dirige hacia un nuevo punto de confluencia, quizás más sutil y prácticamente ausente en los críticos de Thompson (generalmente cercanos a los desarrollos de Althusser), y se trata de la omisión, ocultamiento o rechazo explícito de uno de los aspectos centrales de la crítica de la economía política: el descubrimiento del fetichismo de la mercancía.

En Althusser, el rechazo de la teoría del fetichismo es explícito, en tanto dicha teoría traería nuevamente resonancias de la dialéctica hegeliana:

Cuando aparece el libro I de El capital (1867) aún quedan huellas de la influencia hegeliana. (…) Última huella de la influencia hegeliana, y esta vez flagrante y extremadamente dañosa (ya que todos los teóricos de la ‘reificación’ y la ‘alienación’ han encontrado en ella con qué ‘fundar’ sus interpretaciones idealistas del pensamiento de Marx): la teoría del fetichismo.84

En Marx dentro de sus límites85 será contundente: en El capital, el “error” metodológico de Marx, “como buen ‘semihegeliano’, es decir, como el hegeliano ‘invertido’ en materialista que era”,86 fue “comenzar por lo más simple, el elemento primero, a saber, la mercancía o el valor” y así intentar explicar -fetichismo mediante- la emergencia y desarrollo de la formación social capitalista, esto es, “la historia concreta de las condiciones de la lucha de clases que han precipitado a la burguesía occidental al capitalismo”.87 Althusser se pregunta: “¿por qué saltar de ese modo de la teoría a la historia, de la abstracción a lo concreto, y ello sin ninguna justificación?”.88 Si tuviésemos que traducir esta pregunta al idioma thompsoniano, podríamos decir: ¿dónde se encuentran, en El capital, los “conceptos de empalme”89 mediante los cuales la estructura se transforma en proceso? EPT encontró los suyos: “experiencia”, “agencia”, “cultura”. Althusser también: “índice de eficacia”, “sobredeterminación”, “aparatos ideológicos”, etc. Ahora podemos entender por qué para Althusser, entonces, la sección I de El capital podía ser caracterizada como “terrible”.90

Por su parte, EPT no tuvo mucho que decir sobre el problema de la alienación o el fetichismo. Tan sólo unas líneas:

Aunque los historiadores puedan encontrar esas nociones sugerentes en ciertos campos (como en el estudio de las ideologías), podrían argüir -yo, por mi parte, lo arguyo- que, en su aplicación más general, son el producto de una mente excesivamente racional.91

Se podría conectar este desinterés sobre la problemática del fetichismo con su rechazo explícito de la obra madura de Marx, sobre todo, en este punto, El capital -obra caracterizada como “una monumental incoherencia”-,92 donde el problema aparece especificado con precisión.93 Sabemos que, para EPT, el materialismo histórico y la crítica de la economía política constituían desarrollos sustancialmente diferenciables. Como bien resume Sazbón, Thompson “invierte el guion althusseriano de la odisea de Marx: cuanto más lejos de las obras de ‘ruptura’, más próximo al universo de su rival ideológico”.94 Marx habría formulado las principales hipótesis del materialismo histórico entre 1845 y 1848, en tres obras fundamentales: La ideología alemana, Miseria de la filosofía y el Manifiesto Comunista.95 Luego, el mismo padre fundador del materialismo histórico se habría alejado de la línea fundamental de sus investigaciones para enredarse y quedar “atrapado” en la “trampa” de la economía política, es decir, en “los circuitos del capital -inmanencia que se manifiesta en ‘formas’”.96 Sin embargo, esta separación, además de ser sumamente cuestionable, está muy lejos de justificar la omisión del problema del fetichismo, ya que se trata de un tópico que conecta ineludiblemente con el problema de la enajenación, problemática claramente presente en las obras destacadas por Thompson, y no sólo eso, sino que, además, la “inmanencia que se manifiesta en ‘formas’” aparece allí con la misma contundencia que en las obras supuestamente atrapadas en el terreno ideológico de la economía política. Por poner sólo algunos ejemplos clásicos, en La ideología alemana podemos leer:

La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.97

Y sobre la alienación:

El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino natural, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos.98

Marx llama a este proceso por su nombre: “enajenación”.99

A su vez, difícilmente podría explicarse el señalamiento que Marx le hace a Proudhon en Miseria de la filosofía de que “el dinero no es un objeto, es una relación social”,100 si se borra del mapa la inmanencia hegeliana y el problema de la alienación. Además, si no perdemos de vista, como señala Benitez, que también “Thompson encontró como aliado al ‘Marx moralista’ de 1844”,101 difícilmente allí se pueda ocultar la legalidad inmanente: “Religión, familia, Estado, derecho, moral, ciencia, arte, etc., son sólo modos particulares de producción, y se someten a la ley general de esta”.102

En definitiva: hasta aquí no sólo hemos verificado las contradicciones de EPT a nivel ontológico, tal como las encuentra Sewell; además, podemos decir que hallamos varias evidencias de que dichas contradicciones se manifiestan también, de manera homóloga, en los planos epistemológico y metodológico, lo que nos lleva a sospechar que se trata de contradicciones más “sistémicas” que “coyunturales”. Y como indicamos al comienzo de este artículo, creemos que en este punto se puede comenzar a formular una segunda hipótesis, consistente en advertir la posibilidad de radicalizar la tesis Sewell por completo, es decir, la posibilidad de divisar una nueva coincidencia allí donde el historiador estadounidense encuentra el criterio fundamental de demarcación entre ambos autores, esto es: las subyacentes “teorías del sujeto”. Remarcamos nuevamente que no es nuestro objetivo demostrar aquí esta segunda hipótesis, sino únicamente justificar su pertinencia. Volvamos brevemente, entonces, a la noción de inmanencia.

Como señalamos, en Althusser el concepto de inmanencia opera en sentido diametralmente opuesto al sugerido por Thompson: en lugar de habilitar la comprensión de las instancias políticas, jurídicas, ideológicas, etc., como “formas desarrolladas” de las relaciones sociales de producción, lo que implica es justamente la negación de ese tipo de relaciones (de esencia y manifestación, de contenido y forma, etc.) para asumir la “densidad” o “peso específico” de los diversos elementos de la totalidad social, su “autonomía relativa” y, por ende, sus relaciones sobredeterminadas. Esto le permite al filósofo francés, en el plano teórico-metodológico, deshacerse del sentido teleológico a la hora de tratar las determinaciones histórico-sociales. De allí su fórmula fundamental: toda la historia es un proceso “sin Sujeto ni Fin(es)”.103

Por su parte, como demuestran muchos estudiosos sobre el tema,104 en Marx se puede encontrar claramente una noción de sujeto social, es decir, que no existe el individuo abstracto, sino que el individuo es siempre una forma concreta de la sociedad, o, en otras palabras, que el atributo subjetivo de todo individuo brota de su carácter social.105 Pero además de esta concepción general -y esto es lo que intentamos demostrar que tanto Althusser como Thompson niegan-, Marx encuentra que en el modo de producción capitalista, esta subjetividad social se encuentra enajenada en el producto de su trabajo, lo que implica que el capital se constituye en el sujeto de la producción y consumo sociales,106 y, por tanto, todo individuo es una personificación de una clase y, a su vez, toda clase es un atributo del automovimiento del capital.107 En este sentido, lejos de ser sujetos libres coaccionados por el capital, los seres humanos son individuos libres justamente en tanto productos del capital.108 En otras palabras: el sujeto libre es un producto histórico, un producto de la sociedad capitalista.

Por último, en EPT encontramos, como señala Sewell, una noción de sujeto con capacidad de agencia;109 mientras a nivel teórico termina siempre exagerando esta capacidad, al nivel del análisis empírico logra dar cuenta de que se trata de un margen de libertad limitado y a su vez posibilitado por las estructuras sociales. Pero aquí es justamente donde debemos preguntar: si es ésta la diferencia sustancial de EPT respecto de Althusser, ¿cómo conectarla, entonces, con todas las confluencias (ontológicas, epistémicas y metodológicas) encontradas? ¿Por qué tanto uno como otro coinciden en la negación del capital como sujeto de la producción y reproducción social? ¿Por qué ambos hacen a un lado la problemática de la enajenación? ¿Por qué ambos descartan la dialéctica hegeliana como punto de partida metodológico de Marx? ¿Por qué ambos asumen la autonomía relativa y sobredeterminación de las dimensiones sociales? Si la razón no reside en la mera polémica política coyuntural, la misma debe buscarse en otro sitio. Creemos, en este sentido, hallar algunas pistas.

En primer lugar, en “Las peculiaridades…”, EPT sostendrá que “reducir una clase a una identidad es olvidar dónde reside exactamente la facultad de actuar, no en la clase sino en los hombres”.110 Es decir: la agencia no reside en algún sujeto social en singular (en este caso, en la clase), sino en los diversos sujetos, en plural (los hombres, es decir, los individuos). A su vez, arremetiendo furiosamente contra las tesis “lukacsianas” de Anderson y Nairn, EPT dirá lo siguiente:

En su presentación de la historia, extraordinariamente intelectualizada, la clase se reviste con una metáfora antropomórfica. Las clases tienen atributos de identidad personal, con voluntad, objetivos conscientes y cualidades morales. Incluso cuando un conflicto abierto está inactivo se nos hace suponer que la clase tiene una identidad ideal intacta, que está profundamente dormida o tiene instintos y demás.

En parte, se trata de una metáfora; que -como vemos en manos de Marx- a veces permite una magnífica y rápida comprensión de algún modelo histórico. Pero no debemos olvidar nunca que sigue siendo una descripción metafórica de un proceso más complejo que acontece sin volición o identidad.111

Si las últimas líneas parecen iniciar, aunque con otras palabras, la fórmula althusseriana (la historia como proceso “sin Sujeto…”), en Miseria la misma parece completarse: “la sociedad no tiene metas” (“…ni Fines”). Si Thompson hubiese escrito esto cien años antes, lejos de ser “El Marx de los Grundrisse…”, el historiador británico habría sido, sin dudas, una clara premonición de Althusser.

5. Conclusiones

En este artículo nos propusimos los siguientes objetivos: en primer lugar, demostrar que la tesis Sewell, consistente en señalar la contradicción entre teoría y práctica historiográfica en la obra de EPT, no sólo era válida, sino que además se podía radicalizar y extender a otras dimensiones no indagadas por el autor. Mientras Sewell se concentró particularmente en los aspectos ontológicos de las formulaciones teóricas thompsonianas y su contradicción con respecto a las nociones implícitas de sus trabajos empíricos (nociones cercanas a los conceptos althusserianos), nosotros encontramos varias evidencias de esa misma contradicción, primero, en el plano estrictamente epistemológico: por un lado, al nivel de la reflexión teórica, un declarado “anti-cientificismo” o “anti-teoricismo”, ligado a lo que muchos de sus críticos caracterizaron como “empirismo ingenuo”, todos aspectos que nosotros sintetizamos con el término de reflexividad poética (caracterizada específicamente por diversos aspectos, como el reclamo de una flexibilización de las categorías históricas, una preocupación obsesiva por las metáforas, etc.). Por su parte, al nivel de su práctica historiográfica, encontramos un proceder teóricamente informado, sujeto al control científico-académico e inserto claramente en el marco general de las ciencias sociales, habilitando siempre un enfoque estructural, no meramente historicista.

Luego, al enfrentarnos a la dimensión metodológica, volvimos a encontrar una réplica de esta contradicción. Hallamos que EPT, a nivel teórico, confundió -consciente o inconscientemente- los desarrollos althusserianos con una suerte de marxismo hegeliano, economicista y teleológico. Demostramos, a su vez, que esta confusión ocultaba una nueva coincidencia con el filósofo francés: el rechazo o descarte de la conexión Marx-Hegel en lo que refiere al método dialéctico, y, con él, la impugnación de algunos tópicos importantes de la obra de Marx: el fetichismo de la mercancía, la determinación inmanente de todas las esferas de la vida social por su contenido económico y, finalmente, el descubrimiento del capital como sujeto enajenado de la vida social contemporánea.

Por último, sugerimos la posibilidad de radicalizar la tesis Sewell por completo, señalando algunos elementos que podrían indicar una coincidencia incluso en la concepción subyacente de sujeto en las obras de Thompson y Althusser. Sin dar el paso hacia la demostración de esta hipótesis, dejamos abierta ahora la siguiente incógnita: cómo es posible que, siendo el objetivo primordial de Thompson retener el “margen de libertad” que le corresponde a los individuos en la historia, al mismo tiempo coincida con tantos puntos nodulares de la teoría de Althusser, incluso acercándose, por momentos, a su fórmula más temeraria: la historia como “proceso sin Sujeto ni Fin(es)”. ¿Acaso podríamos hablar de un thompsonismo de Althusser? ¿Es posible que, detrás de las formulaciones teóricas explícitas del filósofo francés, encontremos al mismo sujeto que halló Thompson, con sus “experiencias” y su “agencia” incluidas? Éstas serán algunas de las principales preguntas que nos guiarán en los futuros avances de nuestra investigación.

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1 Edward Palmer Thompson, Miseria de la teoría, trad. Joaquim Sempere (Barcelona: Crítica, 1981). Su publicación original (The Poverty of Theory and other essays, Merlin Press, Londres, 1978) recopila varios ensayos previos: “Outside the Whale” (1960), “The Peculiarities of the English” (1965) y “An Open Letter to Leszek Kolakowski” (1973).

2 José Sazbón, “Dos caras del marxismo inglés. El intercambio Thompson-Anderson”, Punto de Vista, nº 29, (abril-julio 1987): 12.

3 Thompson, Miseria de la teoría, 118-139 y 279-288.

4 Perry Anderson [1980], Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, trad. Eduardo Terrén (Madrid: Siglo XXI, 1985).

5 Gregory Elliott [1998], Perry Anderson. El laboratorio implacable de la historia, trad. Gustau Muñoz (Valencia, Universidad de Valencia, 2004), 43-81.

6 Edward Palmer Thompson [1965], “Las peculiaridades de lo inglés”, Historia Social, n° 18, (invierno 1994): 22.

7 Edward Palmer Thompson [1963], La formación de la clase obrera en Inglaterra, trad. Elena Grau (Barcelona, Crítica, 1989).

8 Edward Palmer Thompson [1955, ed. rev, 1977], William Morris. De romántico a revolucionario, trad. Manuel Lloris Valdés (Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1988).

9 Edward Palmer Thompson [1976], “Una entrevista con E.P. Thompson”, trad. Eva Rodríguez, en Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial (Crítica, Barcelona, 1984), 305-307.

10Principalmente en The New Reasoner y The New Left Review.

11Véase, respectivamente, “Algunos comentarios sobre “‘Edward Thompson, Eugene Genovese y la historia socialista-humanista’ de Richard Johnson” y “En defensa de la historia”, en Richard Johnson et al., Hacia una historia socialista, trad. Rafael Aracil y Mario García Bonafé (Barcelona: Serbal, 1983), 87-108 y 109-123.

12 Josep Fontana, “Thompson, hoy y mañana”, Historia Social, Nº 18 (invierno 1994): 3-7.

13Ver, entre otros: Richard Johnson, “Edward Thompson, Eugene Genovese y la historia socialista-humanista” y Simon Clarke, “El humanismo socialista y la crítica del economicismo”, en Richard Johnson et al., Hacia una historia socialista, trad. Aracil y M. García Bonafe (Barcelona, Serbal, 1983), 52-85 y 135-161; Stuart Hall, “En defensa de la teoría”, trad. Jordi Beltran, en Historia popular y teoría socialista, edición de Raphael Samuel (Barcelona: Crítica, 1984), 277-286; Anderson., op. cit.; Miguel Ángel Caínzos López, “Clase, acción y estructura: de E.P. Thompson al posmarxismo”, Zona Abierta, n° 50 (enero-marzo, 1989): 1-69; Pedro Benítez Martín, E. P. Thompson y la historia. Un compromiso ético y político (Madrid: Talasa, 1996); Ellen Meiksins Wood, “Entre las fisuras teóricas: E. P. Thompson y el debate sobre la base y la superestructura”, Historia Social, nº 18 (invierno 1994): 103-123; Alejandro Estrella González., Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E.P. Thompson (Cádiz: Universidad de Cádiz, 2011).

14 William H. Sewell Jr. [1990]: “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a la teoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera”, Historia Social, nº 18, (invierno 1994): 77-100.

15Ibid., p. 78.

16Idem.

17 Chris Lorenz [2013], Entre la filosofía y la historia I. Exploraciones en filosofía de la historia trad. Omar Acha et al. (Buenos Aires: Prometeo, 2015), 49.

18Sewell, op. cit., 79-81.

19Thompson va a rechazar enfáticamente el modelo marxista clásico de base y superestructura, proponiendo, en su lugar, la otra dupla clásica de Marx: ser social / conciencia social. Sin embargo, para Sewell, como veremos, esta distinción oculta más de lo que revela.

20EPT va a adscribir a la definición williamsiana de “determinación”, entendida bajo la doble modalidad de “límites” y “presiones”. Ver Raymond Williams, Marxismo y literatura, trad. Pablo di Masso (Barcelona: Península, 2001), 102- 108.

21Sewell, op. cit., 82.

22Ibid., 83.

23Ibid., 85-87.

24Thompson, La formación, 14.

25Idem.

26Anderson, op. cit., 22-23.

27Ibid., 21.

28Ibid., 23.

29Sewell, op. cit., 83.

30Ibid., 90.

31Idem. El énfasis nos pertenece.

32Ibid., 84.

33Ibid., 91-92.

34Idem.

35Ibid., 93.

36Ibid., 91-92.

37Ibid., 81. El énfasis es nuestro.

38Véase, particularmente, Johnson, op. cit., Anderson, op. cit. y Hall. op. cit. Esta interpretación se seguiría replicando más adelante en el tiempo. Valga de ejemplo: “Este rasgo polémico, que caracteriza toda la producción de Thompson, es esencial para comprender su obra, incluidas algunas de sus más radicales y desafortunadas formulaciones” en Benítez Martín, op. cit, 107.

39 Thompson, “Las peculiaridades”, 50-51.

40 Bryan Palmer [1994], E. P. Thompson: Objeciones y oposiciones, trad. Pilar Salomón Chéliz (Valencia: Universitat de València, 2004).

41 Edward Palmer Thompson, “La política de la teoría”, trad. Jordi Beltran, en Historia popular y teoría socialista, edición de Raphael Samuel (Barcelona: Crítica, 1984), 312-313.

42 Francisco Erice Sebares, “Thompson y Hobsbawm frente a los dilemas del marxismo historiográfico: concepción de la historia, estrategia teórica y propuesta política”, Sociología Histórica, (marzo, 2013): 214.

43Wood, op. cit., 112.

44 César Rendueles, “Teoría social y experiencia histórica. La polémica entre E. P. Thompson y Louis Althusser”, Sociología Histórica (marzo, 2013): 189.

45 Thompson, Miseria, 168.

46Ibid., 68

47Idem.

48Ibid., 78. El énfasis es nuestro.

49 Edward Palmer Thompson [1957], “El humanismo socialista. Una epístola a los filisteos”, trad. América Bustamante Piedragil, en Democracia y socialismo (México: UAM, Unidad Cuajimalpa, 2017), 156.

50 Thompson, “Las peculiaridades”, 52. Anderson, en consonancia con la crítica de Gerald A. Cohen a Thompson, le replicará que ninguna otra metáfora da cuenta del peso claro otorgado por Marx al modo de producción (op. cit, 80). Y como señala Erice Sebares: “En todo caso, se prefiera la metáfora de la sustentación (base) o de la impregnación (iluminación o éter), Marx habla de formas de producción”, op. cit, 227-228.

51“Thompson no presenta en ninguna de las numerosas páginas que Miseria de la Teoría consagra al materialismo histórico, ‘terreno del cual brota toda la teoría marxista’, una enumeración y definición más o menos ordenada de esa disciplina teórica a la que se adhiere”. Benítez Martín, op. cit., 121-122.

52 Samuel, R., “Historia y teoría”, trad. Jordi Beltran, en Historia popular y teoría socialista, edición de Raphael Samuel (Barcelona: Crítica, 1984), 48.

53 Thompson, Miseria, 37.

54Sebares, op. cit., 206. Como señala Estrella González (op. cit., 233-234) la escritura de La formación “para Thompson significó el comienzo de su consagración como historiador internacionalmente reconocido y una reorientación de su trayectoria hacia la investigación académica. Para la historiografía británica fue una de las obras que simbolizó el ascenso de la historia social a una posición de dominio”. Por otra parte, como indica Palmer, op. cit., 118, su ingreso en 1965 como Director del Centro de Estudios de Historia Social en la Universidad de Warwick implicó un nuevo ritmo de trabajo: funciones administrativas, docencia sedentaria, dirección de tesis doctorales, conferencias y dictado de seminarios en el extranjero, etc.

55Thompson, Tradición, 40 y 239-293. Es muy interesante, en este sentido, la observación de Estrella González en lo que respecta a una de las tantas estrategias analíticas de EPT: “los equilibrios de fuerza vienen definidos [en las obras históricas de EPT] por dos variables fundamentales: el reparto de los recursos en juego y las normas que, precisamente, regulan el juego. Cuando Thompson analiza un determinado conflicto social, presenta los diferentes recursos que los agentes en pugna se encontraban en disposición de movilizar (…) En líneas generales, a lo largo de su obra pueden distinguirse varios tipos [de recursos]: materiales, sociales, intelectuales y emocionales”. Estrella González, op. cit., 268.

56Para EPT, la mejor forma de comprender la costumbre agraria del siglo XVIII era “utilizando el concepto de ‘habitus’ de Bourdieu: un entorno vivido que comprende prácticas, expectativas heredadas, reglas que determinan los límites de los usos a la vez que revelan posibilidades, normas y sanciones tanto de la ley como de las presiones del vecindario”. Edward Palmer Thompson [1991], Costumbre en común, trad. Jordi Beltran y Eva Rodríguez (Barcelona: Crítica, 1995), 122.

57 Thompson, “Las peculiaridades”, 51.

58 Thompson, Miseria, p. 51.

59Sebares, op. cit., 201.

60Apuntamos aquí el reconocimiento que hacía Giddens a fines de la década de 1980: “E. P. Thompson podría ser descrito como el historiador de los sociólogos. Hay pocos historiadores a los que los sociólogos les guste citar especialmente, y es probablemente cierto que la obra de Thompson goza de mayor estima entre los sociólogos que entre, al menos, ciertos grupos de profesionales de la historia”. Anthony Giddens. [1987], “Fuera del mecanicismo: E.P. Thompson sobre conciencia e historia’’, Historia Social, nº 18 (invierno 1994): 153; el énfasis es nuestro.

61 Thompson, Miseria, 259. El énfasis es nuestro.

62Ibid., 240.

63Ibid., 241. Si bien EPT va a reconocer en Clarke a un aliado, no dejará de señalar su supuesta impotencia para escapar de la “reserva” althusseriana.

64Ibid., 237. El énfasis es nuestro.

65Ibid., 236.

66Ibid., 160-161.

67Ibid., 148.

68 Anderson., Teoría, 15.

69Ibid., 74. El énfasis final nos pertenece.

70 Eric John Hobsbawm, “La estructura del Capital”, en Revolucionarios, trad. Joaquim Sempere (Crítica: Barcelona, 2010), 208 y 213-214. El énfasis nos pertenece.

71 Louis Althusser y Étienne Balibar [1965], Para leer el capital, trad. Marta Harnecker (México: Siglo XXI, 2015), 175-177.

72Benítez Martín, op. cit., 122-123. El énfasis es nuestro.

73Althusser y Balibar, op. cit., 204.

74 Rodrigo Steimberg., “Hacia un estructuralismo Spinozista”, Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, Vol. XXV, Núm. 53 (2018): 94.

75Ibid., p. 92.

76 Louis Althusser [1965], La revolución teórica de Marx, trad. Marta Harnecker (México D. F., Siglo XXI, 2011), 81.

77Ibid., 170

78 Rodrigo Steimberg, “Un recorrido por la producción de Louis Althusser: el estructuralismo aleatorio”, Izquierdas, Nro 40 (junio 2018): 101-119.

79 Thompson, Miseria, 175.

80Ibid., 176.

81Ibid., 177.

82Ibid., 176-177.

83Sazbón, op. cit., 18.

84Louis Althusser [1969] “Guía para leer El capital (Prefacio a la edición francesa del libro I de El capital)”, Dialéktica. Revista de filosofía y teoría social, Año I, Núm. 2 (octubre de 1992): 31-32.

85 Louis Althusser [1978], Marx dentro de sus límites, trad. Beñat Baltza Álvarez et al. (Madrid: Akal, 2003).

86Ibid., p. 55.

87Ibid., p. 57.

88Ibid., pp. 56-57.

89 Thompson, Miseria, 262.

90Althusser. “Guía para leer El capital”, 29.

91Thompson, op. cit., 253-254.

92El capital es una monumental incoherencia. Como economía política pura, se le puede reprochar que introduzca categorías externas; sus leyes no pueden verificarse, y sus predicciones han resultado falsas. Como ‘historia’ o como ‘sociología’, se reduce a un ‘modelo’ abstracto, con valor heurístico pero que sigue demasiado obsequiosamente unas leyes económicas ahistóricas”. Thompson, op. cit., 110.

93 Karl Marx [1967], El capital. Crítica de la economía política, trad. Pedro Scaron (México: Siglo XXI, 2003), 87-102.

94Sazbón, ob. cit., 18.

95Thompson, op. cit., 250.

96Ibid., 251.

97 Karl Marx y Friedrich Engels [1845-1846], La ideología alemana, trad. Wenceslao Roces (Madrid: Akal, 2014), 21. Los énfasis nos pertenecen

98Marx y Engels, op. cit., 28.

99Idem.

100 Karl Marx [1847], Miseria de la filosofía. Respuesta a la Filosofía de la miseria del señor Proudhon, trad. Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú (Buenos Aires: Signos, 1970), 61.

101Benitez Martin, op. cit., 55.

102 Karl Marx [1844], Manuscritos económico-filosóficos de 1844, trad. Fernanda Aren et al. (Buenos Aires, Colihue, 2006), 142-143. Los énfasis nos pertenecen.

103 Louis Althusser [1973], Para una crítica de la práctica teórica. Respuesta a John Lewis, trad. Santiago Funes (Madrid, Siglo XX, 1974), 42.

104Seguimos aquí, particularmente, los estudios que se vienen desarrollando en las últimas décadas en torno al aspecto metodológico de la crítica de la economía política. Dichos estudios hacen hincapié en la dialéctica sistemática desplegada por Marx en El capital en una clara conexión con la Ciencia de la lógica de Hegel. Para una introducción a la problemática, véase: Mario Robles Báez et al, Dialéctica y capital. Elementos para la reconstrucción de la crítica de la economía política (México: Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2005) y Guido Starosta y Gastón Caligaris, Trabajo, valor y capital. De la crítica marxiana de la economía política al capitalismo contemporáneo (Quilmes: Universidad Nacional de Quilmes, 2017), 25-53.

105“Hay que evitar, ante todo, que se vuelva a fijar la ‘sociedad’ como abstracción contrapuesta al individuo. Este último es el ser social. Su expresión vital —aun cuando no aparezca bajo la forma inmediata de una expresión vital comunitaria, realizada simultáneamente con otros— es por ello una expresión y confirmación de la vida social”. Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 145.

106“Si fijamos las formas particulares de manifestación adoptadas alternativamente en su ciclo vital por el valor que se valoriza llegaremos a las siguientes afirmaciones: el capital es dinero, el capital es mercancía. Pero, en realidad, el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual (…) se autovaloriza. El movimiento en el que agrega plusvalor es, en efecto, su propio movimiento, y su valorización, por tanto, autovalorización”. Marx, op. cit., 188. “El capital es la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa. Debe constituir el punto de partida y el punto de llegada”. Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858, Tomo I, trad. José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron (México: Siglo XXI, 2016), 28. El énfasis es nuestro.

107“En su condición de vehículo consciente de ese movimiento, el poseedor de dinero se transforma en capitalista”. Marx, El capital, 186. Ser capitalista no es otra cosa que ser “capital personificado” (187). Con respecto a las determinaciones sistemáticas de la clase obrera, Marx nos dice: “para extraer el valor del consumo de una mercancía, nuestro poseedor de dinero tendría que ser tan afortunado como para descubrir dentro de la esfera de la circulación, en el mercado, una mercancía cuyo valor de uso poseyera la peculiar propiedad de ser fuente de valor cuyo consumo efectivo mismo, pues, fuera objetivación de trabajo, y por tanto creación de valor. Y el poseedor de dinero encuentra en el mercado esa mercancía específica: la capacidad de trabajo o fuerza de trabajo”. Ibid., 203. Sabemos, entonces, que la determinación más simple del obrero es ser la personificación de esa mercancía específica, y esa es la base material de su libertad: “Para la transformación del dinero en capital el poseedor de dinero, pues, tiene que encontrar en el mercado de mercancías al obrero libre; libre en el doble sentido de que por un aparte dispone, en cuanto hombre libre, de su fuerza de trabajo en cuanto mercancía suya, y de que, por otra parte, carece de otras mercancías para vender, está exento y desprovisto, desembarazado de todas las cosas necesarias para la puesta en actividad de su fuerza de trabajo”. Ibid., 205.

108“La igualdad y la libertad no sólo son respetadas de este modo en el intercambio basado en valores de cambio, sino que el intercambio de valores de cambio es la base productiva, real, de toda igualdad y libertad. Como ideas puras, igualdad y libertad son meras expresiones idealizadas de esa base; desarrolladas en relaciones jurídicas, políticas, sociales, son sólo esa base elevada a otra potencia”. Marx, Elementos, 156. Utilizamos aquí la traducción de Juan Iñigo Carrera, Conocer el capital hoy. Usar críticamente El Capital (Buenos Aires: Imago Mundi, 2007), 66.

109Sewell, op. cit., 92.

110 Thompson, “Las peculiaridades”, 58.

111Ibid., 42. Los énfasis nos pertenecen.

Recibido: 17 de Marzo de 2022; Aprobado: 06 de Junio de 2022

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