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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.56 Ciudad de México abr. 2005

 

Reseñas

 

Moncada Maya, J. O. (2004), El nacimiento de una disciplina: la Geografía en México. Siglos XVI a XIX

 

Jorge A. Pickenhayn*

 

Presentación de Héctor Mendoza Vargas, (Colección Temas Selectos de Geografía de México, Serie Textos Monográficos. Historia y Geografía, I.1.6), Instituto de Geografía, UNAM, México, 131 págs. ISBN 970 32 1327 8

 

* Universidad Nacional de San Juan Argentina

 

Parte de una colección organizada en secciones sobre temas de geografía mexicana que coordinan los doctores José Luis Palacio Prieto y María Teresa Sánchez Salazar, esta obra aborda, con enfoque introspectivo, la historia de la Geografía en México, tomando en cuenta, en particular dos facetas fundamentales para su origen: la que corresponde a los antecedentes coloniales, que tiene sus raíces en las primeras Relaciones y se proyecta hasta la época de la visita de Alexander von Humboldt, y la de institucionalización de los saberes geográficos que cristalizan en la formación de una disciplina científica.

Ambas etapas representan un proceso total de cuatro siglos, lo que impone a José Omar Moncada Maya, catedrático de la UNAM, un doble desafío, consistente en la presentación de una síntesis precisa que, a la vez, mantenga el interés propio de un estudio integrado.

Esta condición se logra mediante la estrategia de retomar ideas centrales en capítulos sucesivos, para lograr así el interés recurrente de estudiosos del tema y lectores en general. Entre estos planteamientos transversales que reaparecen, puede mencionarse la preocupación por la redacción de informes, la consolidación de una cartografía sincrética, la influencia de los profesionales en el vínculo entre ingeniería, minería y geografía, el impacto de la ciencia europea y sus adelantos, la formación y proyección de nuevos talentos, la incidencia militar y sus efectos en la configuración del territorio.

El libro contiene también una estructura cronológica marcada por hechos sucesivos que comienzan en las crónicas colombinas y continúa con los primeros estudios astronómicos, botánicos y zoológicos post renacentistas para ingresar a los siglos XVII y XVIII con la lenta difusión de la geografía moderna al estilo de Varenio, muy influenciada por las necesidades de la marinería en materia de matemática y astronomía. Con los avances cartográficos se ingresa en la Ilustración, marcada por el interés de las élites por expediciones científicas así como por los problemas climáticos, hídricos y médicos y de la agricultura, que comenzaron a tener respuesta en la inspiración de los geógrafos.

La labor de los sabios en México, temprana y prolífica, fue considerada positivamente por Humboldt, cuyo paso por la Nueva España generó un crecimiento singular en la ciencia. En este momento el autor marca los aciertos del barón alemán, quien revolucionó los métodos de su tiempo aplicando los resultados de sus precisos instrumentos de medición, o técnicas como la elaboración de perfiles o la elaboración de atlas. Pero también destaca sus falencias, algunas de las cuales, como el dibujo erróneo de una sola cordillera, de norte a sur, en el centro del territorio mexicano, son frecuentemente "olvidadas" por los exegetas.

Con el siglo XIX llega también la institucionalización de la geografía, saber ahora respaldado por los foros académicos. Aquí se entrelaza su historia con las guerras de la independencia y procesos de gran peso histórico como las épocas imperial y republicana. Es aquí donde se destaca la valiosa influencia, a través de un largo periplo, del que fuera primero Real Seminario de Minería, para pasar a integrar con posterioridad el Colegio de Minería y la Escuela Nacional de Ingenieros. Fue éste un mortero generador, no sólo de grandes hombres, alguno de los cuales tuvieron protagonismo como militares y políticos, sino también de proyectos innovadores que fueron marcando el crecimiento de un país al ritmo del progreso.

La tradición de los ingenieros geógrafos fue de un fuerte pragmatismo. Hechos para medir, para cartografiar, para realizar obras en el paisaje, para obtener el máximo rendimiento de los yacimientos mexicanos, estos profesionales no se detuvieron a teorizar... y menos aún a revisar su propia historia. A causa de su gran influencia (porque era el estado quien los demandaba y porque resultaron excelentes en el análisis y el diagnóstico), estos protogeógrafos dejaron una huella trascendente a su paso. Pocos en número si se considera su alcance, atravesaron distintos momentos de la historia dejando una obra duradera. Es el caso, entre otros, de Francisco Jiménez, Francisco Díaz Covarrubias, Isidro Díaz Lombardo, Valentín Gama, Guillermo Beltrán y Puga, Joaquín Gallo Monterrubio y Francisco Díaz Rivero. Dos de ellos –José Salazar Ilarregui y Leandro Fernández– situados en polos ideológicos opuestos, ocuparon en distintos momentos la Secretaría de Estado mexicana.

Publicaciones analizadas por Moncada Maya, tales como los Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México, los Anales de la Sociedad Humboldt, el Anuario del Colegio Nacional de Minería, el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística o la revista El Mexicano, fueron órganos y tribuna de esta ciencia en gestación. Una tarea minuciosa de registro le permite analizar los contenidos de esta geografía primigenia –estudios sobre flora y fauna local, memorias aplicadas a distritos o ciudades, apuntes sobre emplazamientos arqueológicos o monumentos–, así como las estrategias usadas en el pasado para enseñar geografía a técnicos y profesionales. Al respecto, cabe señalar que tras los conocimientos de matemática y astronomía, considerados centrales en la formación de los especialistas de la época, las disciplinas más importantes (con altibajos, ocasionados por los vaivenes de la política) fueron la cartografía y la geografía.

Se cierra así un periplo interesante, signado por motivaciones cambiantes que marcaron el desarrollo del conocimiento geográfico en una época previa a la formación de geógrafos universitarios actuales. Estos últimos, dotados de aptitudes diferentes y un perfil orientado hacia la búsqueda de otro tipo de respuestas a los interrogantes del medio, no pueden desprenderse, sin embargo, de estos rasgos de trazo fuerte que la historia les asigna. En todo geógrafo actual –dedicado, ya sea a la ordenación territorial, a la solución de problemas de contaminación, a los estudios sobre la pobreza y la desigualdad o al análisis espacial en ámbitos urbanos o rurales– hay un factor residual que no puede desconocerse.

Allí están los primitivos cronistas con su necesidad de ser convincentes en el relato, como fray Diego de Landa; también están los compiladores de informes y cuestionarios del rey, maestros de la descripción, como Juan López de Velasco; los tratadistas cosmógrafos, como Carlos de Sigüenza y Góngora, que impusieron un estilo físico–matemático a la geografía a la luz de las nuevas revelaciones newtonianas; los topógrafos de la Ilustración, como el padre José Antonio de Alzate, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París; los agentes castrenses destinados a Nueva España para efectuar expediciones y reconocimientos precisos, como el ingeniero Miguel Constanzó; los colaboradores de Humboldt, como Juan José de Oteyza; los primeros profesores del Colegio de Minería, como Blas Balcárcel; los geodestas de formación astronómica, como Ángel Anguiano; los hombres del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, como el abogado Joaquín Velázquez Cárdenas y León; los esforzados geógrafos de la Comisión Mexicana de Límites con los Estados Unidos, como Pedro García Conde; los escritores prolíficos, como Agustín Aragón; o los primeros especialistas del siglo XX como Isidro Rojas.

Según el concepto del autor, el siglo XIX, signado por conflictos bélicos y gran inestabilidad política, tuvo especial significado en la gestación de la geografía mexicana. Liberales y conservadores, republicanos y monárquicos, apoyaron con energía, cada uno a su manera, el crecimiento de las instituciones académicas, porque veían en la educación un camino para construir el país. "Ello nos ayuda a entender por qué –dice Moncada– a finales de siglo se alcanza la profesionalización del científico en México, a través de importantes instituciones. Ello –agrega– nos lleva a considerar la existencia de una comunidad científica mexicana, con diferencias significativas, en las que se podrían señalar unos límites disciplinarios poco precisos, más herederos de la ciencia ilustrada del siglo previo que de la ciencia positivista en boga en Europa" (p. 108).

Los geógrafos, como observa Horacio Capel en un artículo referido a la historia de la ciencia (Geocrítica. Cuadernos críticos de Geografía Humana, Universidad de Barcelona, núm. 84, 1989), se insertaron con eficacia en estas comunidades de científicos aportando en simultaneidad al proceso de profesionalización de su especialidad mientras cultivaban diferentes campos del saber. Es en la Universidad, fruto tardío de este proceso, en que la geografía adquiere su última pátina, ya en el presente, consolidando un proyecto científico que sólo puede entenderse a la luz de los acontecimientos pretéritos.

José Omar Moncada Maya, académico de esta última etapa enfrentado a la tarea de historiar la geografía, reúne en su trabajo las claves de un pasado esclarecedor que permite comprender la geografía mexicana del presente. Su relato logra el objetivo de interpretar este nacimiento: el nacimiento de una disciplina destinada a crecer al lado de la epopeya de su pueblo.

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