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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.55 Ciudad de México dic. 2004

 

Reseñas

 

García Martínez, B. (2004), El desarrollo regional y la organización del espacio, siglos XVI al XX

 

Héctor Mendoza Vargas*

 

UNAM-Coordinación de Difusión Cultural/ Editorial Océano, México, núm. 8, 109 p. [ISBN 970-651-836-3]

 

* Instituto de Geografía, UNAM

 

Incorporada a la serie Historia Económica de México, coordinada por Enrique Semo, esta obra propone una nueva visión y lectura del territorio mexicano desde la privilegiada plataforma de la larga duración. En poco más de un centenar de páginas, se presenta "una explicación geográfica e histórica" de la organización espacial, es decir de sus habitantes, de sus regiones y de sus relaciones. Lo anterior indica un complejo proceso de síntesis de ideas e interpretaciones, producto de una larga reflexión sobre el espacio mexicano que su autor ha llevado a cabo durante más de tres decenios.

La obra se divide en cuatro capítulos. En el primero denominado "Los cimientos del espacio mexicano", se incluye la propuesta metodológica principal que relaciona a la Geografía y la Historia. De manera breve, lo esencial es la consideración de la Ciudad de México como punto de partida para el estudio del amplio y complejo espacio mexicano. Esta novedad no ha sido examinada todavía por parte de las autoridades educativas para su consideración en la enseñanza y menos aún discutida y consensuada entre los especialistas. Esta situación no impide al autor aplicar su propuesta a lo largo del espacio y tiempo mexicano como se presenta a continuación (p. 11-14).

El autor llama la atención de la supremacía de la topografía particular de "los valles centrales del altiplano sobre las áreas vecinas" (p. 14). Esto le permite señalar que la principal ciudad, México-Tenochtitlán, no hizo más que aprovechar una vieja estructura territorial que se remonta por lo menos al siglo II de nuestra era. Al autor le parece que desde esa época hasta la actual, hay una continuidad de la cuenca de México como área o "punto central de un amplio sistema espacial" (p. 16). Hay dos elementos que introduce el autor en esta parte de su análisis y que conviene mencionar. Lo primero, que las tierras altas dependieron de las costas y las partes bajas o serranas y, el segundo, que las vertientes influyeron para construir un poderoso sistema radial de relaciones que se extendieron ampliamente hacia el Pacífico y hacia el Golfo de México. En ese espacio surgió Teotihuacan y México-Tenochtitlán que, en su momento, "intentaron formar un nuevo mapa regional", de acuerdo con sus intereses militares (p. 18).

Además de la región central, el estudio reflexiona sobre otras áreas. Resalta la influencia del altiplano hacia el oriente, con las áreas yucatecas, los valles centrales de Oaxaca, la porción de Tehuantepec y más allá del Soconusco hasta Panamá. Hacia el sur y el oeste también hay influencias de las tierras altas, en Michoacán y en las de occidente. En cambio, no sucede lo mismo hacia el norte donde había "formaciones políticas incipientes o de carácter tribal" (p. 20). Las transformaciones importantes comenzaron con el "contacto indoeuropeo" y la conquista entendida como el control no sólo de la principal ciudad, México-Tenochtitlán, sino de las vertientes y las áreas adyacentes, entre otras, Michoacán, el Pánuco o la Nueva Galicia. El autor indica que la Nueva España, "fue un heredero directo del imperio mexica y conservó, reconstruida pero sin solución de continuidad, su misma capital" (p. 21). Se concluye que, entre 1519 y 1535, "la ciudad conquistada había retomado su tradición de ciudad conquistadora. La geografía mexica aún era reconocida tras la geografía de Nueva España" (p. 25).

No falta, antes de concluir esta parte, el concepto nahua de altepetl con el que se reconoce una unidad política que tiene control sobre un territorio. En el análisis de las geografías, la prehispánica y la española, este concepto ha sido clave para su estudio pues permite vincular una colectividad a un espacio físico con características especiales o topografía privilegiada sobre la que reclama su soberanía (p. 30). Este es un punto de partida que ha llamado la atención de la Geografía histórica. En este enfoque hay una complejidad que exige nuevas técnicas, miradas no europeas y recursos, pero también promete una renovada perspectiva interpretativa hacia la documentación sobreviviente de la época y al trabajo de campo del geógrafo y del historiador. Por lo que hemos visto y hecho, todavía hay mucho camino que andar para descifrar y entender la geografía prehispánica enfrentada a la modernidad que borra o devora sus vestigios.

La percepción del espacio es un enfoque que el autor emplea para introducir el concepto de paisaje, por el que se entiende "la expresión visible de un sistema de organización espacial" (p. 35). En el capítulo segundo sobre "Paisajes, regiones y un nuevo mundo en la geografía colonial" el autor adelanta su estudio en el tiempo. La Nueva España del siglo XVI es un ejemplo de las continuidades y las transformaciones rápidas que siguieron a la conquista militar. El nuevo sistema espacial de la plaza, la iglesia y algunas calles se reprodujo desde los grandes centros hasta los pueblos pequeños y alejados. La Ciudad de México, por ejemplo, "fue el paradigma de la revolución urbana" (p. 36). Es importante observar, como indica el autor, la difusa separación entre el mundo urbano y rural para esa época, así como un proceso de jerarquización que, con los años, hicieron que las ciudades dejaran su "marca" en los paisajes. Las nuevas ciudades y la arquitectura, por tanto, hicieron el paisaje irreconocible en poco tiempo.

Una reflexión del autor distingue el concepto de región. Una palabra clave para la geografía, sin duda. Mientras el paisaje es una expresión visible de un sistema espacial, la región es una "manifestación funcional de ese sistema y no se hace necesariamente visible" (p. 41). La región implica los "flujos de gente, productos, información, decisiones", también un sistema "jerarquizado [que actúa] dentro de un área definible". En resumen, las regiones:

surgen de la existencia de condiciones que les dan individualidad y les permiten funcionar; tienen una etapa de plenitud y suelen desarticularse si las condiciones se modifican. Son espacios cambiantes y determinados por la cultura, y por lo mismo históricos, ligados desde luego al medio físico pero no definidos por él (p. 42).

La región posee una "profunda diversidad" y, en el México colonial, la interacción de los espacios ha permitido identificar la posición de dominio que algunas ciudades ejercieron sobre los sistemas productivos, las relaciones de intercambio y de movimientos que, en conjunto, otorgaron "los rasgos de una geografía regional" (p. 43). Para el caso novohispano, el autor presenta a Sultepec o Taxco y el valle de Puebla como ejemplos de una creación regional con sus características particulares. El breve examen del funcionamiento del México central se complementa, páginas adelante, con la descripción general del norte, donde la magnitud de los espacios "apenas comenzaban a concebir" los españoles (p. 48). Más que conquista, para el autor, hubo "sólo apropiación del territorio". En esas grandes esténsiones, los españoles construyeron una nueva geografía, "libre de herencias" de los nativos con sus centros ceremoniales, rutas e interacciones entre el mar y la montaña. En su lugar, los centros mineros inventaron nuevas regiones y, lo más importante a destacar fue "su orientación hacia la Ciudad de México" (p. 50). Efectivamente, la nueva geografía norteña quedó enlazada por una red de caminos principales a la capital del virreinato. En esas grandes extensiones, tanto las misiones como los presidios fueron "centros de población y de servicios, así como núcleos regionales" (p. 53). Sin embargo, el control y el gobierno de esas regiones fue complicado (Nuevo México se hallaba a tres mil kilómetros de distancia) y motivo de debate acerca de su mantenimiento (p. 55).

La geografía colonial, sin duda, mantuvo "los grandes componentes del espacio prehis-pánico", objeto del capítulo tercero llamado "Continuidad, transformaciones y más continuidad". El autor examina la situación de la Nueva España. Las tierras del altiplano siguieron su predominio reforzado por las ciudades españolas y por la red de caminos principales hacia el oriente, el occidente y el norte. Un rasgo importante fue que los españoles "temían la insalubridad de las tierras bajas" y el clima asociado. Por eso, Veracruz por mucho tiempo sólo fue un lugar de paso (p. 58). La Ciudad de México acentuó su carácter rector y elemento vertebrador de la geografía colonial. El autor destaca el interés norteño colonial, por encima del interés del sur y oriente prehispánico (p. 61). Aún así había elementos de continuidad en el espacio colonial, visibles en el siglo XVII, como el dominio del México central y el valor de las vertientes para extender el control sobre las tierras alejadas. A la escala de las ciudades y pueblos de indios cambió el uso del suelo con la ganadería y la explotación de la madera (con fines mineros) y, en el caso de las haciendas del mismo siglo, su presencia anunció una gran transformación en los espacios rurales cuando la economía colonial despegaba y se diversificaba (p. 63). Las particularidades en cada lugar, dieron origen a una "diferenciación regional por toda Nueva España" (p. 65).

Los altepeme transformados en pueblos de indios "carecían de títulos escritos" sobre sus tierras. La legislación intervino con la demarcación de linderos y no pocos litigios se crearon, aún en nuestros días. La propiedad de la tierra es un tema espinoso del México colonial y, al mismo tiempo, uno de los más atractivos para la Geografía histórica. En el siglo XVIII, se inició un proceso de expansión hacia el norte, región vista como poseedora de una gran riqueza y de recursos que había que conocer por parte del Estado. Aunque las misiones habían conseguido avances notables para descubrir los remotos parajes de Tamauli-pas, Nuevo Santander o Texas, los ingenieros militares hicieron otra parte del reconocimiento por Nuevo México y la Alta California. Esto fue importante para construir una nueva geografía y un nuevo mapa político a través de "sistemas racionales y ordenados en toda las esferas de la administración" (p. 69).

La continuidad queda identificada porque "la geografía colonial se mantuvo vigente en lo esencial" con la llegada del México independiente. Este parecer le sirve al autor para resaltar la "preeminencia de la Ciudad de México" y la imposición de su nombre al país (p. 74). Entre los cambios importantes, se encuentra el surgimiento de los ayuntamientos, las aduanas o el sistema federal. Los cambios continuaron en el norte, más que en el sur, en correspondencia con el crecimiento de los Estados Unidos en dirección este-oeste, hasta "la meta fijada: el litoral del Pacífico. Texas, Nuevo México y California estaban en el camino" (p.79). El énfasis del autor en esa ruta se debe a la rápida consolidación de un sistema de comunicaciones de costa a costa por medio del telégrafo y ferrocarril, lo que permitió a los Estados Unidos el establecimiento de una nueva geografía centrada en California (p. 80). La nueva frontera internacional entre los dos países, a mediados del siglo XIX, dio origen a nuevos mapas y nuevas regiones, como Te-huantepec, llamaron la atención por su posición en la ruta de los intercambios provenientes de Asia, pero también de las comunicaciones entre la costa oeste de los Estados Unidos, rica en materias primas y el este con el puerto de Nuevo Orleáns y la ciudades de Washington y Filadelfia.

El autor examina "la geografía del presente" en el cuarto y último capítulo (p. 83). Una serie de temas sugerentes de investigación como los bosques, la industria, las comunicaciones con el ferrocarril como poderoso agente transformador, los caminos, las obras públicas, el campo, el crecimiento demográfico y la urbanización, entre los principales. Cada uno de esos fenómenos ha marcado el territorio de una forma particular y su análisis requiere de la combinación de escalas. En el caso de las ciudades, por ejemplo, el autor señala las transformaciones que han sufrido las más antiguas "con la presencia de arrabales hacinados e insalubres" que han modificado el paisaje urbano y que también forma parte del interés de las perspectivas que puede dirigir la Geografía histórica para examinar el ruido, la tensión y la violencia (p. 96)

De especial interés es la segunda mitad del siglo XX, por las transformaciones del espacio mexicano. Tanto el paisaje urbano como el rural mantienen elementos de continuidad como de profundo cambio, a veces irreconocible. Sin embargo, elementos articuladores como una carretera, las tierras bajas o una cuenca permiten examinar los procesos que actúan en una escala y que forman parte de un análisis territorial mayor, por ejemplo, de las vertientes del Golfo de México o la del Pacífico y, más allá, la Caribeña y Centroamericana. A finales del siglo, la serie de "espacios inconexos" característicos de la geografía mexicana han dejado de existir con las acciones de la modernidad. En su lugar, surgen múltiples enlaces, mecanismos de intercambios y mayor crecimiento demográfico concentrado en espacios anteriormente ocupados por bosques húmedos. El autor termina su obra con la preocupación sobre la acelerada pérdida de los espacios naturales mexicanos y la incertidumbre sobre su futuro.

Me parece que esta obra merece atención, como hemos indicado, por la reflexión que encierra sobre el territorio mexicano. Su autor, profesor de El Colegio de México, ha incorporado en su obra las nuevas tendencias internacionales que han otorgado en los últimos años a la Geografía histórica un mayor atractivo e interés académico. Es, por tanto, una renovada propuesta especialmente para todos aquellos interesados en el cambio geográfico, en lo característico de los lugares, en el empleo de varias escalas espaciales y temporales, en el diálogo entre el pasado y el presente del territorio mexicano y sus múltiples y complejos problemas vistos con una decidida orientación interdisciplinaria y una profunda raíz histórica, social, económica y cultural.

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