Valencia, 1937
Durante el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, la fotógrafa Gerda Taro retrató a dos de las participantes, congelando para la posteridad una conversación entre dos escritoras judías: la alemana Anna Seghers (1900-1983) y la española Margarita Nelken (1894-1968).1
El encuentro entre las dos escritoras no sorprende: ambas estaban afiliadas al Partido Comunista, y además Nelken era de las poquísimas participantes españolas en dicho congreso que hablaba alemán, además de otros idiomas. En la imagen ambas aparecen serias y concentradas en la conversación; posiblemente compartieran sus impresiones sobre la guerra, sobre las vidas de las mujeres, sobre la literatura. También es posible que estuvieran hablando de dónde se podía conseguir un café. O quizá las miradas de las dos sólo parecen ser tan intensas en la foto porque ambas eran miopes y no les gustaba llevar gafas. Es fácil proyectar una cordialidad y una franqueza en esta imagen, pero lo cierto es que la relación entre Nelken y Seghers, más que por cordialidad y franqueza, acabó marcada por la desconfianza y el recelo. Ambas fueron autoras muy prolíficas y su obra escrita ha sido fuente de un importante número de estudios críticos.2 El presente artículo, sin embargo, se centra en un complicado vínculo entre las dos autoras, vínculo que refleja algunos de los prejuicios que tuvieron que desafiar las mujeres judías exiliadas en América Latina durante los años treinta y cuarenta.
Después de tener que abandonar la Europa ocupada por el fascismo, Nelken y Seghers se volvieron a encontrar en México, y así sus historias quedaron entrelazadas. Nelken permaneció en el país por el resto de su vida; falleció en 1968, antes del fin de la dictadura franquista, y después de sobrevivir a sus dos hijos, Santiago y Magda. Seghers regresó a Alemania en 1947, comprometida a participar en la construcción del país que se convertiría en la República Democrática de Alemania (RDA). Fue en los años cuarenta, en plena segunda guerra mundial, cuando tanto Nelken como Seghers acabaron envueltas en telarañas de intriga y espionaje.
Seghers en la mira del FBI3 estadounidense desde antes de llegar al continente americano, ya que el ser alemana y comunista le convertía en una posible enemiga de Estados Unidos, donde ya desde los años veinte se forjaba una ofensiva en contra del comunismo, que posteriormente desembocaría en la guerra fría. Seghers, su esposo Lázló Radványi, y sus hijos Peter y Ruth huyeron del fascismo en 1940, y al llegar a Estados Unidos se les negó el permiso de entrada al país. El FBI mantuvo vigilada tanto a esta escritora, como a los otros miembros de la comunidad de refugiados antifascistas de habla alemana, incluso cuando se habían establecido en México u otros países de América Latina.
Como exiliada en México, Nelken siguió afiliada al Partido Comunista de España (PCE), pero por motivos que se explicarán más adelante, eventualmente fue expulsada del partido. Esto desembocó en una situación extraordinariamente precaria para Nelken, ya que la exclusión significaría el veto en muchas de las publicaciones con las que había colaborado hasta la fecha; también fue en este momento cuando Nelken posiblemente entrara en contacto con el FBI. En varios documentos aparece su nombre en relación con la vigilancia a los intelectuales alemanes refugiados en México, comunidad a la que Seghers pertenecía y dentro de la cual era una de las voces más fuertes. Es factible, por lo tanto, que Nelken haya colaborado con la agencia estadounidense y espiado a Seghers, la mujer con la que aparece retratada en la fotografía de Taro. Sin embargo, es muy difícil comprobar con certeza si Nelken realmente proporcionó información a los estadounidenses. Sí es indudable que una serie de circunstancias históricas y sociales llevaron a que una mujer como Nelken -políglota, prolífica, inagotable, intrépida, y con amplio capital cultural y político- se acabara convirtiendo en un sujeto incómodo para voces que venían tanto de la derecha, como de la izquierda, tanto en España, como en México, y tanto en la Unión Soviética, como en Estados Unidos. Y de ahí, el camino a la acusación de ser espía o incluso agente doble es muy corto.
Nelken siempre fue sospechosa de algo: la primogénita de una familia alemana y judía nunca fue lo suficientemente española, pero a la vez Nelken, que nació en Madrid, era demasiado castiza para poder ser extranjera.4 Nelken, cuyos hijos nacieron en 1915 (Magda) y 1920 (Santiago), fue una madre soltera que defendía un feminismo que para la España de principios del siglo veinte era auténticamente revolucionario, pero que a la vez en gran parte se basaba en la exaltación de la maternidad.5 A la vez, con sus orígenes burgueses, nunca llegó a encajar en el partido comunista al que se había afiliado al estallar la guerra civil.
La mera posibilidad de que Nelken colaborara con el FBI y espiara a la misma mujer con la que pudo compartir confidencias o incluso secretos durante el Congreso en Valencia hace fácil caer en la tentación de convertir a Nelken en una heroína (o anti-heroína) de una novela de espías. La figura de la espía -inteligente, inescrutable, camaleónica, y, sobre todo, indigna de confianza- aparece una y otra vez en el discurso sobre mujeres que cruzaron fronteras literales (entre países) y metafóricas, es decir, entre lo que se suponía que una mujer podía y no podía hacer en la época. Tina Modotti, por ejemplo, no sólo fue acusada de asesinar al activista cubano Julio Antonio Mella en 1929, sino también de ser una agente doble (fascista y comunista), quizá de manera más evidente en la autobiografía del poeta estadounidense Kenneth Rexroth. Éste la describe como una “modelo, cortesana de alto coturno y Mata Hari de la Komintern”. A la vez, lo único que para algunos explica que la antifascista suiza Gertrude Duby, también exiliada en México, se mudara a Chiapas en los años cuarenta era que esta supuesta agente de la Komintern ayudaba a pasar agentes soviéticos a México a través de la frontera sur (Reinhardt: 91). Dichas conjeturas poco tienen que ver con la verdadera historia de Duby, una figura intrínsicamente asociada con la historia de San Cristóbal de Las Casas, donde todavía se puede visitar la Casa Na Bolom, la casa que ella y su pareja, el antropólogo Frans Blom compraron y reformaron en 1950. Hoy en día, Na Bolom es una asociación cultural, biblioteca, hemeroteca, y archivo que mantiene viva la memoria de esta antifascista suiza que se reinventó como fotógrafa, etnógrafa y luchadora por los derechos de los lacandones, pero no como espía o agente doble.
La crítica literaria Phyllis Lassner propone que existe una relación entre género, exilio y espionaje, apuntando que la condición de exiliada es endémica a los mundos secretos del espionaje y las características de los espías (3). Esto implica que mujeres exiliadas como Nelken, que desafiaron todo tipo de cánones, frecuentemente fueron acusadas de ser espías o agentes dobles, incluso si nunca tuvieron relación alguna con las respectivas agencias gubernamentales que habrían sido las responsables de contratarlas para dichas actividades. La figura de una mujer a la que se facilita la mentira y la intriga era una constante en la época. Por lo tanto, el hecho de que en una serie de documentos se nombre a Nelken como informante no significa necesariamente que ella haya llevado a cabo este tipo de tareas, más bien, indica que la acusación de espionaje a mujeres que se solían saltar las normas y expectativas de género era una solución fácil y frecuente.
Si bien una narrativa sobre conspiración, traición e intriga puede ser emocionante, la experiencia de Nelken en México refleja una historia muy diferente, la de una mujer que pasó por lo que Edward Said llama la “soledad del exilio” y que fue repetidamente expulsada de las diferentes comunidades a las que creía pertenecer (140). En Reflections on Exile, Said cuestiona si es posible sobreponerse a la “soledad del exilio” sin caer en las trampas de “el lenguaje envolvente y contundente del orgullo nacional, los sentimientos colectivos, las pasiones grupales” (140).6 Dicho de otra manera, es muy difícil, incluso imposible sobreponerse a la soledad del exilio sin buscar ansiosamente nuevos modos de pertenencia. El hecho de que Nelken haya sido expulsada no sólo del país en el que nació y creció, sino también del partido al que escogió afiliarse, sugiere lo intensa que fue esta soledad para ella, incluso, tal como comenta Francisca Montiel Rayo, llegó a considerar abandonar el país que le había dado asilo político (276). Cabe destacar aquí también que la hermana de Nelken, Carmen Eva Nelken, más conocida como Magda Donato, también se exilió en México, pero la relación entre las hermanas siempre fue fría y distante. Y así, Seghers y Nelken, que bajo otras circunstancias podrían haber sido amigas y colaboradoras, acabaron en una telaraña de espionaje e intriga, una telaraña relacionada con las circunstancias que marcaron sus vidas como exiliadas judías y comunistas.
En el contexto estadounidense, el historiador Nick Fisher usa la metáfora de la telaraña para mostrar cómo la supuesta amenaza internacional del comunismo consistía de diferentes corrientes entrelazadas que incluían anarquistas, socialistas, bolcheviques, sindicatos, grupos pacifistas o que defendían libertades civiles, feministas, liberales, extranjeros y judíos. Pero todas llevaban a una única a fuente: la Internacional Comunista en Rusia (Fisher: xiv).
Más allá del contexto que describe Fisher, las telarañas de intriga que atraparon a Nelken, a Seghers y a muchas otras, son un producto de reglas y expectativas de género que estas mujeres desafiaron antes y también durante los años de su exilio. En las narrativas más convencionales sobre mujeres espías que aparecen en el ámbito político, en la prensa y también en la ficción durante los años treinta y cuarenta, emergen una serie de estereotipos contradictorios. Por un lado, las espías son bellas, exóticas y seductoras, una imagen que en parte se debe a la historia y también al mito de otra mujer llamada Margarita: Margaretha Geertruida MacLeod, más conocida como Mata-Hari. Por otro lado, se les representa como lo opuesto de lo convencionalmente asociado con lo femenino: son mujeres masculinizadas, monstruosas y llenas de odio. Esto último es particularmente visible tanto cuando se trata de mujeres provenientes de la Unión Soviética y de mujeres comunistas: al mismo tiempo son híper-femeninas y a la vez en absoluto femeninas, sienten gran deseo sexual (sobre todo por las víctimas de sus labores de espionaje), pero a la vez son frígidas y, casi siempre, son monstruosas y aberrantes.7
En el contexto de la España de la primera parte del siglo pasado, es decir, cuando Nelken comenzó a tener una importante presencia pública, destaca la influencia del psiquiatra y franquista Antonio Vallejo Nájera, responsable de un discurso seudocientífico en el que no sólo las mujeres, sino también todos los partidarios de la República se convierten en figuras menos que humanas, en los portadores de un ‘gen rojo’ y también en descendientes de Caín. Según las teorías eugenésicas de Vallejo Nájera, la decadente sociedad española de la época sólo se podría regenerar a través de purgas, exclusiones y procesos de reeducación católica.8 Aunque no todos los que temían y odiaban a las mujeres de izquierda hacían uso de la seudociencia, su discurso sobre las mismas no varía demasiado. Para el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela, por ejemplo, las “rojas” simplemente son “feas, contrahechas, patizambas, bizcas o amargadas de la vida” (Poncela: 36-37, citado en Rodríguez López: 143).
Lo que se decía sobre Nelken -acusada, entre otros crímenes, de ser responsable de varias matanzas extrajudiciales y de haber dinamitado el Alcázar de Toledo- encaja dentro de estos parámetros, pero destaca la visceralidad de lo que se escribe sobre ella (Martínez 2008: 234; Preston: 310-311). El hecho de que Nelken haya llegado a ser “la más vilipendiada” de las mujeres republicanas no es casualidad, ya que también hay que tener en cuenta aquí su origen judío y los estereotipos antisemitas que circulaban entonces (Rodríguez López: 143). Como si se tratara de un diagrama de Venn, en Nelken se plasman los miedos y prejuicios sobre las mujeres y sobre los judíos de la época. Es más, el resentimiento hacia ella no viene sólo desde la derecha.
Repárese en cómo, en diferentes contextos, la imagen de Nelken parece ser siempre percibida en función de una serie de ‘excesos’: demasiado intelectual, demasiado atractiva, demasiado extranjera, demasiado radical. En cuanto a las razones políticas concretas que tendieron a oscurecer su figura, si para los republicanos podía ser una incendiaria, para los socialistas fue una excamarada pasada a los comunistas a comienzos de 1937 (Ianes: 516).
Los detractores de Nelken provenían de diferentes esferas de la vida política, pero fue durante la guerra civil, y desde la ultraderecha, que se le vilificó de manera más intensa y visceral. El poeta nacionalista José María Pemán la llama “la hebrea; la del hijo sin padre: ¡Margarita! / ¡nombre de flor y espíritu de hiena!” en su Poema de la bestia y el ángel (1938). En “La virgen loca del comunismo”, un artículo publicado en el ABC en 1937, el periodista Juan Pujol la describe como una “serpiente con faldas”, un “ser venenoso que ni siquiera es de nuestra sangre ni de nuestra raza” o, una figura que no podía ser una mujer y, en todo caso, un “diputado, agitador comunista, agente a sueldo de Moscú, […] un hombre público” (3). Sólo hay una cosa en la que el periodista acierta, y es que Nelken, la única mujer que fue diputada durante las tres legislaturas de la Segunda República, sí se había unido al Partido Comunista al estallar la guerra civil. En este sentido, un artículo del cineasta Edgar Neville, que no es demasiado original, muestra el mismo tipo de rencor y misoginia ya expresado por los otros dos autores. En “Margarita Nelken o la maldad” (el título ya lo dice casi todo), Neville la describe así:
Mujer encorsetada y burriciega, pedante y sin encanto, de carne colorada, había arrastrado una triste vida sentimental. Los hombres que se habían acercado eran como ella, de oficinas oscuras, de plataforma de tranvía de las afueras; sin la gracia paleta de los hombres del pueblo y sin el estilo de los hombres de raza (12).
Al igual que para Pemán y Pujol, para Neville, Nelken es una figura aberrante, como lo son todas las “rojas”, sólo que peor. Según Neville, en Nelken, “todo es repulsión” y su artículo termina con la siguiente afirmación: “Margarita Nelken es un tipo representativo, azuzadora del odio, promotora de la Muerte, merece nuestro encono eterno, nuestro castigo inexorable” (12). Cabe mencionar también que hasta la fecha siguen surgiendo polémicas en torno a la figura y la memoria de Margarita Nelken. En 2009, la calle Margarita Nelken perdió su nombre en Badajoz (ciudad a la que representó como diputada durante la Segunda República). Usando la Ley de Memoria Histórica como justificación, el gobierno local, con mayoría del Partido Popular, argumentó que el nombre de Nelken no debería figurar en el callejero de la ciudad porque ella, en su momento, había defendido la pena de muerte y se había declarado en contra del voto femenino. Ambos señalamientos son técnicamente ciertos, pero aquí aparecen fuera de todo contexto. En 2021 la ultraderecha española, ahora representada por Vox, intentó hacer desparecer el nombre de Margarita Nelken del callejero de Zaragoza, esta vez sin éxito.
Regresando a los años treinta, lo que se decía sobre Nelken era la versión más extrema de las muchas injurias que circulaban sobre las mujeres republicanas. Dolores Ibárruri, por ejemplo, fue descrita como una especie de vampiresa sedienta de sangre de religiosos, tal como la misma Pasionaria anota en sus memorias.9 Pero también es importante recordar que Nelken e Ibárruri, a diferencia de muchas otras mujeres republicanas, pudieron salir de España al terminar la guerra y exiliarse en México y en la Unión Soviética respectivamente. Ellas no tuvieron que sentir en su propia carne y piel lo que pasaba cuando el discurso violento y misógino sobre las mujeres de la izquierda se convertía en violencia física, tal como ocurrió en las cárceles franquistas.
Ciudad de México, 1939
Nelken se instaló en la capital mexicana con su madre, su hija Magda y su nieta Margarita Salas, “Cuqui”. El primer exilio de Nelken después de la derrota de la República fue en Francia, donde a diferencia de muchos otros que huían del franquismo, ella no tuvo que pasar por los campos de refugiados. Su hijo, Santiago de Paul, sí estuvo internado en Saint Cyprien, pero su madre logró sacarlo del campo a los pocos días. Tarde o temprano, Margarita Nelken pudo llegar a México, acompañada de su familia.10 Cabe mencionar aquí que a lo largo de su ruta al país latinoamericano, Nelken pudo contar con mucha más libertad de movimiento que Seghers, cuya ruta de Europa a América fue más larga y laberíntica.
El hijo de Nelken, Santiago de Paul, Taguín, permaneció en Europa, donde posteriormente se unió al Ejército Rojo. Santiago cayó en Ucrania en 1944, pero la notificación oficial no llegaría a su madre hasta 1946, a través de la embajada de la Unión Soviética en México. Aunque tanto la pareja de Margarita (Martín De Paul) y el marido de Magda (Adalberto Salas) finalmente llegaron a México, no convivieron con Margarita, Magda y “Cuqui” en el hogar en la Calle Ezequiel Montes, que así se convirtió en un espacio femenino, en el que Nelken era la “cabeza de familia” (Martínez 2008: 236). Nelken continuó escribiendo y publicando, en parte porque seguía plenamente comprometida con el antifascismo, y en parte porque necesitaba ganarse la vida, y de ahí que entre su extensa obra escrita también se encuentren “textos que fueron escritos con una finalidad pragmática y utilitaria como un recurso para conseguir ingresos (colaboraciones en prensa, guiones de televisión y radio)” (Houvenaghel: 8).
Desde muy joven, Nelken estaba acostumbrada a una autonomía intelectual y económica y en ese sentido posiblemente llegará mejor preparada a su condición de exiliada. En La condición social de la mujer española, un ensayo que Nelken publicó 1919, y que se ha convertido en un clásico del pensamiento feminista español, se hace una dura crítica al matrimonio burgués de la clase media española: “En ninguna parte, ni en ninguna condición, la vida amorosa de la mujer es más ruin ni más lamentablemente baja y ‘animal’ que en los matrimonios de nuestra clase media” (30-31). No es de extrañar, por lo tanto, que Nelken, siempre en desacuerdo con un sistema con el que “se ha llegado, no sólo a hacer de la mujer un ser perfectamente inútil para sí mismo y para los demás, sino que se ha anulado en ella hasta las más elementales nociones de dignidad personal” (30-31), viviera una vida muy poco convencional para su época. Y así es cómo la también exiliada y jurista Aurora Arnaiz, recuerda a Nelken en su casa de la calle de Ezequiel Montes:
sentada en su pequeña azotea cuyo barandal de cemento era una esquina que daba sobre la calle y sobre el alargado patio de la entrada, pletórica de fe y esperanza en un próximo regreso a España, criticando, con fina ironía, a cuanto nombre se pronunciaba en su pequeña tertulia, aunque si la persona en cuestión no era santo de su devoción afilaba las tijeras de sus palabras irónicas, pero entonces todavía no hirientes (305).
Las palabras un tanto nostálgicas de Arnaiz, provenientes de Retrato hablado de Luisa Julián (1996), indican el optimismo que marcó los primeros años de exilio de Nelken, optimismo que posteriormente, poco a poco, se irá desvaneciendo. A pesar de que a la autora exiliada y a Arnaiz las separe una generación, tenían muchos puntos en común, entre ellos, el hecho de que ninguna de las dos, tal como apunta Josebe Martínez, realmente encajaba en el PCE:
Tanto por su formación cultural, como por su origen de clase privilegiada, no “eran” miembros de la masa obrera, y comunicar o entenderse con ellos les era en definitiva dificultoso. En contraposición, Dolores Ibárruri era de la base y comunicaba con el pueblo, asegura Arnaiz, con su sola presencia. Frente a lo abstracto e intelectualizante de los discursos de Nelken, aunque fueran vivos, se presentaba la palabra del obrero en boca de Pasionaria. Nelken, por su inteligencia y formación estaba muy por encima de la mayoría de la militancia comunista, y no admitía de muy buen grado, reconociendo su superioridad, órdenes o consignas que consideraba inapropiadas. Jefecillos del partido recelaban de esa señorita que podía contradecir órdenes con toda autoridad. Se comenta que Nelken llegó a insultarlos, a llamarlos analfabetos, y que estaba lejos de acatar la autocrítica que como miembro debía imponerse (Martínez 2000: 42).
La pertenencia de la infatigable y brillante Nelken a las más variadas comunidades siempre fue cuestionada. Y esto a la larga la llevó a la ya mencionada expulsión del PCE, y de allí la posibilidad de que estuviera involucrada en la vigilancia de Seghers y de otros intelectuales antifascistas.
Nueva York, 1941
Anna Seghers y su familia llegaron a Ellis Island después de un largo periplo por el Atlántico, un viaje “más largo que el de Colón”, como recordaría la autora años más tarde (Zehl Romero: 372). Pero en Estados Unidos las autoridades locales no le permitieron desplazarse más allá de la famosa isla que en vez de “puerta de oro” resultó ser una “prisión de oro”. Parece que Seghers se había interesado por permanecer en el país en el que pronto se publicará la traducción al inglés de una de sus novelas más conocidas, La séptima cruz y de cuyos beneficios (incluyendo su adaptación cinematográfica) la escritora pudo vivir y mantener a su familia durante su exilio mexicano.
Pero mientras que la obra de Seghers se convirtió en un éxito de ventas en Estados Unidos, ni la autora ni su familia pudieron entrar al país, oficialmente a causa de un motivo de salud: un médico en Ellis Island diagnosticó a Ruth, la hija adolescente de Seghers, un supuesto “trastorno del sistema nervioso”, después de observarla por tan sólo unos minutos. La joven estaba bien, sólo era igual de miope que su madre y el largo y peligroso viaje a través del Atlántico había dejado sus secuelas en la joven (Zehl Romero: 372-373).
El motivo real por el cual Seghers no pudo emigrar a Estados Unidos era otro: la afiliación al Partido Comunista y el hecho de que la escritora judía provenía de un país enemigo, lo que hacía de ella una “communazi”, es decir, un sujeto procedente de un mismo “imperio del mal” y que consecuentemente se convertiría en el objetivo de vigilancia por parte de varias agencias gubernamentales estadounidenses, tanto en Estados Unidos, como más allá de sus fronteras.11 El objetivo de tanta vigilancia era “prevenir actividades subversivas” (Stephan 2000: xi).
Los ires y venires, los contactos y la correspondencia de escritores exiliados como Thomas Mann o Lion Feuchtwanger, con residencia en Estados Unidos, o Anna Seghers, Egon Erwin Kisch o Bodo Uhse, en México, acabarían en dosieres larguísimos, el de Seghers cuenta con más de mil páginas (Stephan 2000). Para los exiliados que se habían establecido en América Latina se formó el “Servicio de Inteligencia Especial” (Special Intelligence Service, SIS) en 1940, y que durante los próximos siete años llevó a cabo todo tipo de actividades de vigilancia en el continente. Los encargados de este tipo de actividad eran agentes que trabajaban en la clandestinidad y que a veces fingían ser empleados consulares (Stephan 2000: 8). El sis solía subcontratar a informantes locales que se reclutaban entre la comunidad de refugiados antifascistas. Y de ahí surge la pregunta de qué motivaría a los miembros de una comunidad de exilados (los republicanos españoles) espiar a los miembros de otra comunidad de exiliados (los refugiados judíos y antifascistas germanoparlantes que habían acabado en México), teniendo en cuenta que ambos grupos tenían mucho en común. La historia de Margarita Nelken ofrece una posible respuesta.
Ciudad de México, 1942
Nelken militó en el PCE, delegación mexicana, hasta octubre de 1942, cuando se le expulsa del partido, acusada de “sabotaje y descrédito de la política de la Unión Nacional” (Martínez 2008: 238).12 Se le culpó a Nelken de lo siguiente:
Demostrando su insensibilidad para los sufrimientos de la clase obrera y el pueblo español, y para los peligros que amenazan a nuestra patria, Margarita Nelken trata de influir contra el Partido y su línea política, a ciertos militantes de nuestro Partido, mediante una labor de tipo fraccional, utilizando los métodos clásicos de los enemigos del pueblo (Martínez 2008: 238).
Las acusaciones de sabotaje, injuria e intriga marcaron profundamente tanto la vida personal, como la vida profesional de Nelken. Dos de sus artículos estaban por salir en México en la Cultura, suplemento cultural del periódico Novedades, pero nunca fueron publicados. Nelken acabó dirigiéndose a Fernando Benítez, director de la publicación e inquirió si un oficial del Partido Comunista había sido responsable de vetarla como autora. Benítez le respondió que había una consigna en contra de su trabajo: “Nosotros no teníamos nada contra usted fuera de una legítima prevención acerca de esa sobresaliente capacidad para la intriga, sobre la cual ha logrado usted el milagro de unificar el criterio de la emigración española” (Martínez 2008: 241).
El militante Antonio Mije la tachó de “elemento intrigante y enemigo que no tiene nada de común con nuestra ideología y nuestra clase”, y que sólo siente “odio por la clase obrera” (Preston: 331). Mije estaba en las antípodas, ideológicamente hablando, de Neville, Pujol o Pemán, pero su discurso no parece diferir demasiado del de los tres adeptos al régimen franquista. Según Gregorio Morán, autor de la Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, los líderes acusan a Nelken de ser una persona amargada, no confiable, de conspirar dentro del partido y de ser un elemento “intrigante y enemigo” (Morán: 67, citado en Martínez 2008: 240).
Incluso artistas como Diego Rivera, al que Nelken admiraba y con quién había coincidido en una academia de arte en París en los años veinte, cortó todo contacto con ella. Y esto llevó a que Nelken tarde o temprano solicitara apoyo del gobierno mexicano, dirigiéndose primero a Ávila Camacho, poco después de ser expulsada del partido y, años después, a Miguel Alemán (Martínez 2008: 241). Una década más tarde, Nelken reanudó su relación con el PCE, pero ya nunca más será militante del mismo
La pregunta que entonces surge es si Nelken realmente llegó a colaborar con el Servicio de Inteligencia Especial estadounidense, y si es posible que le hayan asignado vigilar a la escritora alemana con la que coincidió en Valencia en 1937. Algunas fuentes indican que fue el caso. En la Enciclopedia del FBI se nombra a Nelken directamente como informante en relación con Anna Seghers (Newton: 309). La información que se proporciona en dicha enciclopedia, sin embargo, no es del todo fiable, ya que en el mismo texto también se indica que Nelken fue expulsada del Partido Comunista Alemán -al que nunca perteneció.
Es importante destacar que Nelken no sólo parece estar relacionada con el FBI, sino también con el bando enemigo, la KGB (Preston: 333). Julián Gorkin (alias de Julián Gómez García-Ribera), un agente trotskista español y eventual colaborador con la cia, la acusó de estar involucrada en el asesinato de Leon Trotsky en México (Preston: 333).13 No es la única vez que se menciona a Nelken en relación con dicho asesinato y con el autor material del crimen. En un reporte del “Special Investigation Section of the FBI”, Nelken aparece en la sección “The ‘Alto Case’ and the Communist Underground in Mexico”. También conocido como el caso “Lydia Altschuler”, se trata de una investigación sobre la figura de Jacques Mornard, es decir Ramón Mercader, el responsable de asesinar a Trotsky en su domicilio de la capital mexicana en 1940. Las actas del caso Alto (o Altschuler) consisten en una veintena de comunicaciones interceptadas entre noviembre de 1941 y noviembre de 1943. En el reporte se indica lo siguiente sobre Nelken:
Margarita Nelken Mansberger de Paul fue la destinataria de una de las comunicaciones de los escritos secretos y posiblemente la destinataria de otras cuatro comunicaciones. Es una reconocida escritora, conferenciante y política española. Se unió al Partido Comunista de España en 1935 y después de la guerra civil española se exilió, llegando a México en noviembre de 1939 como refugiada. En México fue muy activa en los asuntos comunistas españoles y en los arreglos para la inmigración de otros comunistas españoles. En noviembre de 1942, fue expulsada del Partido Comunista de España, según se informa, debido a un desacuerdo que tuvo con los líderes comunistas españoles. La investigación reveló que esta expulsión aparentemente no cambió sus creencias en la doctrina comunista. La investigación también mostró que Nelken estaba en contacto con varios comunistas importantes, incluido José García (Reyes), otro sujeto en este caso.14
Es posible que se mencione a Nelken en dicho reporte porque, tal como sugiere Preston, muchos comunistas, y entre ellos Nelken, solían ir a ver a Mercader en la cárcel, para llevarle libros y regalos (Preston: 333). Según Arnaiz, la prensa mexicana de la época había diseminado la noticia de que Nelken frecuentemente visitaba a Mercader “enviándole a la prisión alimentos, ropa, prensa y libros y proporcionándole compañía femenina” (Arnaiz: 305). Estos hechos difieren bastante de ser la responsable de la correspondencia secreta con agentes subversivos en Estados Unidos, interesados en colaborar en una posible fuga de Mercader de su prisión mexicana.
Lo curioso aquí es que otra persona involucrada en esta misma investigación es Anna Seghers. Supuestamente, desde un apartamento en el número 338 de la Avenida de los Insurgentes, alquilado en nombre del esposo de Seghers, se enviaron cartas cifradas y escritas con tinta invisible, firmadas por una tal Anne Sayer, un nombre muy parecido al de Anna Seghers. Agentes locales, convencidos de que la clave para descifrar las cartas se ocultaba en la ya mencionada novela La séptima cruz, intentaron localizar copias de la novela con la supuesta clave en los domicilios de varios exiliados pertenecientes a la comunidad antifascista germanoparlante (Stephan 2000: 257). Nunca nadie encontró dicha clave, pero así La séptima cruz por lo menos llegó a tener más lectores.
En lo que se refiere a la posibilidad de que Nelken haya colaborado en el FBI, la posible evidencia se encuentra en un informe de William K. Ailshie, vicecónsul y agregado laboral de la embajada de Estados Unidos en México. Según el informe de Ailshie, Nelken fue la responsable de redactar un reporte sobre Paul Merker, un comunista alemán exiliado en México.15 No se ha podido localizar el reporte sobre Merker, pero sí se sabe que Nelken acusó a Seghers y a otros exiliados prominentes de ser “oportunistas y debiluchos” (Stephan 2000: 235). Ailshie escribe lo siguiente en su reporte:
Margarita Nelken, la conocida escritora y comunista española, se ha vuelto fuertemente antisoviética [...] El problema aparentemente surgió del hecho de que tiene un hijo de dieciocho años, Santiago Nelken, que está sirviendo en el Ejército Rojo [...] Hasta ahora, ella no ha logrado obtener su liberación (Stephan 1995: 421).16
Ailshie no es el único que sospechó que el destino de Santiago de Paul estuviera relacionado con las acciones de Nelken dentro del partido. Pero Nelken nunca fue anti-soviética; según Preston, Nelken siempre agradeció la ayuda que la Unión Soviética prestó a la República Española. A la vez, dos obras que Nelken publicó en 1942 y 1943, respectivamente, En el frente y Las torres del Kremlin, tienen un fuerte contenido ideológico y siempre a favor de la Unión Soviética.
Esto no implica, sin embargo, que Nelken haya sido una agente de la KGB, que es justamente lo que afirma el periodista y ocasional colaborador con el FBI Güenther Reinhardt. El estadounidense de origen alemán, ya anteriormente mencionado en relación con Gertrude Duby, describe a Nelken (a quién nunca conoció) como una mujer que podría enseñar a otras espías, o a aspirantes a espías, tales destrezas femeninas como ocultar un cuchillo o un documento en la ropa interior. Para Reinhardt, Nelken es:
una mujer escalofriante y astuta que dejó su Rusia natal cuando era niña, se convirtió en agente de espionaje alemana en España durante la primera guerra mundial y posteriormente se fue a trabajar a Alemania como agente de la policía secreta bolchevique original, la Cheka. En la guerra civil española había estado entre los líderes de la delegación rusa que controlaba a los leales (91).17
Evidentemente, el texto de Reinhardt está plagado de errores; el autor incluso llega a responsabilizar a Nelken de haber asesinado a la ya mencionada Tina Modotti. Sin embargo, es importante tomar en serio este tipo de acusaciones, no porque reflejen una verdad histórica, sino porque revelan percepciones sobre mujeres como Nelken, percepciones que circulaban en la época y que muy pocos llegaron a cuestionar.
Todo esto lleva a varias posibles explicaciones de qué causó el incómodo vínculo entre Seghers y Nelken. Es posible que una Margarita Nelken desencantada y cada vez más aislada haya accedido a trabajar para el gobierno estadounidense, pero la información que acabó proporcionando es relativamente banal, simplemente porque no había mucho que contar. Las múltiples conspiraciones que el gobierno estadounidense se había empeñado en encontrar en América Latina simplemente nunca fueron tales. Una anécdota que recoge Stephan ilustra perfectamente cómo lo que los agentes querían encontrar difería de lo que realmente hallaron: “En un informe sobre un registro domiciliario en la Ciudad de México se expresa decepción porque, en lugar de tinta secreta, los agentes sólo encontraron gotas estomacales, un remedio que a los europeos en México les gustaba tener a mano” (Stephan 2000: 257).18
A la vez, tampoco es imposible que Nelken haya colaborado de manera más intensa con el FBI, pero a pesar del Freedom of Information Act (foia, la Ley por la Libertad de Información) de 1966, la ley que otorga a los estadounidenses el derecho de acceso a la información federal del gobierno, gran parte de la información sigue siendo confidencial. Por lo tanto, no se sabe si reveló otros secretos a los estadounidenses, o si los prefirió ocultar. Pero también es posible que Nelken nunca llegara a colaborar con el FBI, y que el hecho de que su nombre aparezca en relación con la agencia estadounidense y con Seghers sea fruto de la conjetura y de los prejuicios a los que Nelken tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida.
La historia de Nelken es, sin duda alguna, excepcional, pero en los años que transcurrieron desde que nace la Segunda República hasta el principio de la guerra fría, ella no fue la única acusada de espionaje e intriga. Seghers, con quien posiblemente haya compartido un secreto cuando ella y Nelken fueron fotografiadas juntas en 1937, también fue acusada de ser responsable de intrigas y conspiraciones que nunca se pudieron comprobar. No se debe confundir la realidad histórica de mujeres como Nelken (o Seghers, o Modotti) con las novelas de espías, pero sí es cierto que, en los discursos sobre estas mujeres, tanto en la prensa como en el ámbito político, se pueden reconocer elementos pertenecientes a las narrativas sobre espionaje. En la ficción las espías siempre ocupan la posición de la otredad y la falta de pertenencia, tal como explica Lassner:
Al igual que la figura del “otro exiliado”, las espías son sospechosas incluso cuando sus documentos de identidad falsificados y sus disfraces llevan el sello de autenticidad. Es como si los personajes de espías y exiliadas fueran inherentemente discordantes y desplazadas. Ningún contexto, contingencia, atenuante o relación les da seguridad o genera simpatía dentro del texto. Como significantes que no flotan tan libremente, no se les puede asignar un significado coherente o estable (9).19
Lassner escribe sobre espías ficticias, pero que a la vez frecuentemente son personajes inspirados en las vidas reales de las mujeres que colaboraron con agencias de diferentes países durante la segunda guerra mundial y la guerra fría. Sin embargo, también podría estar describiendo el destino de Nelken. El hecho de que se nombre a Anna Seghers y Margarita Nelken con relación a redes de espionaje sugiere que durante la segunda guerra mundial (años de evasión y exilio para ambas), caer en las telarañas de intriga y espionaje siempre estaba dentro de lo posible. Seghers a la larga se convirtió en una líder intelectual de la RDA, mientras que Nelken, que no regresó al país en el que nació, se acabó distanciando de la política, dedicándose sobre todo a la crítica de arte en México. Los destinos de ambas escritoras fueron muy diferentes; hoy en día a nadie se le ocurriría cuestionar el nombre de cualquier “Anna Seghers Straße” en Alemania. Pero además de confidencias y posibles secretos que ambas intercambiaran cuando Taro las fotografió en México, compartieron la experiencia de estar atrapadas en telarañas de intriga y espionaje.